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El juego: manifestaciones espontáneas y ejercicios de toda naturaleza


Réstanos aún añadir algo a lo que ya llevamos dicho acerca del juego. Los juegos y las ocupaciones espontáneas del niño de esta edad difieren esencialmente entre sí; son o imitaciones de la vida y de las apariciones de la vida real, o bien al empleo espontáneo de todo lo que fue enseñado, aprendido en la escuela, o bien aún son imágenes espontáneas y manifestaciones del espíritu, por medio de diversas sustancias, que se someten, sea a leyes encerradas en el objeto mismo o en la sustancia que para los juegos sirve, sean a leyes peculiares al hombre, a su mente y a su sentimiento; en todo caso, los juegos de esta edad son o deben ser una especie de iniciación en la fuerza y en el valor que la vida pide; son la demostración de la plenitud y del goce de la vida, que el niño siente en su corazón. Los juegos ordinarios en el alumno revelan la vida interior, la actividad de la vida, la potencia de la vida, y denotan al propio tiempo una vida real y exterior.

¡Cuán fundada era la observación, ante nosotros hecha, por un hombre que había jugado mucho durante su infancia, y cuyo interior habíase desarrollado en los juegos, como de los retoños se desarrollan las ramas! Viendo a unos muchachos a quienes los juegos dejaban fríos e indiferentes, y que permanecían inactivos: «¿Por qué, decía, esos niños no consiguen jugar como nosotros hemos jugado?»

Síguese de ahí claramente que el juego, en esta edad, desarrolla el niño y contribuye a enriquecerle de cuanto le presentan su vida interior y la vida de la escuela; por el juego se abre al gozo y para el gozo, como se abre la flor al salir del capullo; porque el gozo es el alma de todas las acciones de esta edad.

Los juegos son, en su mayoría, ora juegos corporales, que ejercitan las fuerzas y la flexibilidad del cuerpo, ora la expresión del valor interno de la vida, del goce de la vida, que ejercitan el oído, o la vista (como los juegos de escondite, etc.), ora juegos de tiro y de ballesta, juegos de pintura y de dibujo; o también pueden ser juegos de ingenio, juegos de reflexión y de cálculo, etc. Todos ellos deberán dirigirse de suerte que respondan al espíritu del juego mismo, y a las necesidades del niño28.


Relatos de historias, de tradiciones, de fábulas y de cuentos relativos a los sucesos del día, o a la vida actual del niño

El sentimiento de la vida actual propia en sí, el pensamiento propio, la voluntad propia que todavía no se reconoce, que no se declara todavía en el sentimiento propio sino como una inclinación, son las más elevadas y las más importantes percepciones del niño de esta edad, lo mismo que son las más importantes percepciones de la edad de hombre; porque el hombre comprende otras cosas además de las que ve, otras vidas y la acción de otras fuerzas además de las suyas, por lo menos tanto como se comprende a sí mismo y como comprende su fuerza y su vida. Pero como la comparación de una cosa con otra cosa semejante no puede conducir jamás ni a su conocimiento ni a su penetración, dedúcese de ahí que la vida propia del individuo y que se traduce por las apariciones de la vida interna, de la mente y del sentimiento, comparada consigo misma, no puede llevar ni al conocimiento, ni a la penetración de su principio, de su acción, de su significación; conviene que sea comparada con una cosa que les extraña, porque cada cual sabe que las comparaciones hechas bajo ciertas condiciones de alejamiento, se aproximan mucho más a la verdad que aquellas que se hacen con objetos próximos a sí. La observación de esta ley, aplicada a la vida que el joven presiente, le hará percibir, como en un espejo, las manifestaciones de la vida activa, le dará la intuición de otra vida distinta de la suya, del todo extraña a la suya. Cualquier sentimiento de una vida propia en sí, la actividad de la vida, se extingue insensiblemente si no puede el joven ni percibirla ni darse cuenta de su ser, del principio y de las consecuencias de su ser. Esto es lo que busca el joven bueno y vigoroso por naturaleza; porque su más íntimo deseo es la posesión de la vida interna. Tal es el motivo evidente por el cual gustan tanto los niños de oír contar historias, relatos y fábulas, lo cual les proporciona un placer tanto más vivo cuanto que esas narraciones se refieran a tal condición de actividad intelectual o a tal acción de fuerza para la cual el niño sospeche que haya obstáculo. La fuerza, que empieza a germinar en el alma del niño, se le aparece en las fábulas y en los relatos como una vigorosa planta exuberante y toda cargada de flores y de frutos preciosos, que aquél no divisa sino vagamente. ¡Cómo se ensanchan el corazón y el alma, cómo se fortifica el espíritu, cómo la vida se desarrolla más libre y más potente, cuando se encuentra alejado el término de comparación!

Así como en los colores no es el mero colorido lo que seduce al muchacho, sino más bien la esencia intelectual e invisible que aquellos ocultan en sí mismos, así también en los relatos, en las fábulas, las circunstancias que se narran no cautivan tanto al muchacho, como esta esencia intelectual, la vida, que en este caso se revela a él como término de comparación para su espíritu y para su vida propia, al mismo tiempo también que la intuición de la vida sin obstáculos, de la fuerza que obra espontáneamente según las leyes encerradas en ella misma. El relato presenta otras relaciones, otros tiempos, otros espacios, otras formas que las que el niño conoce; el joven auditor busca y halla en los relatos su propia imagen.

¿Cuántos, de entre nosotros, no han visto y oído con frecuencia a niños de la edad de aquellos a quienes tratamos de convertir, a nuestros ojos, en observadores de la fuerza y de la vida, reclamar de su madre la incesante repetición de esas pequeñas historias tan sencillas, en las cuales se habla de pájaros que vuelan, cantan, construyen nidos y alimentan a sus pequeñuelos? Lo mismo para los jóvenes que quisieran analizar y comprender la vida interior que en ellos presienten. -«Cuéntenos Vd. algo, dicen en toda ocasión, a aquel de sus parientes que les hizo ya semejantes relatos.

»-Pero si no sé nada más; os lo he contado todo, -se les responde.

»-¡Qué importa! cuéntenos de nuevo ésta o la otra historia.

»-Pero sí os la he referido ya dos o tres veces.

»-Pues bien, cuéntenosla Vd. otra vez.»

Se les relata, y puede notarse cuánta atención prestan a ella los niños; todos la reciben de los labios del padre y de la madre como si la oyeran por la primera vez. No es ni la curiosidad ni la pereza de espíritu lo que inspira a este niño tan ardiente deseo de escuchar tales relatos; no se estimula la ociosidad del espíritu por la audición de historias que excitan a la vida verdadera y animada; pues al ver cómo el narrador excita la vida interna en el alma de su auditor atentivo, ¿no se diría que aquella se le va a desbordar del corazón? He ahí una prueba evidente de que el relato contiene una acción intelectual, poderosa, y de que no son las circunstancias de este relato las que cautivan al niño, sino antes bien el espíritu que habla infaliblemente al espíritu. El oído y el corazón del niño se abren al narrador, como la flor se abre al sol de la primavera o al rocío del alba; el espíritu aspira el espíritu, la fuerza presiente la fuerza y se la asimila. El relato es un baño verdadero y fortificante, un ejercicio clásico para el espíritu y para las fuerzas interiores, una prueba para el criterio y para el sentimiento del que escucha. Pero tales relatos no se hacen siempre fácilmente; conviene que el narrador se encarne por entero la vida en sí mismo, la deje vivir y obrar libremente en él, aunque sin dejar de parecer que se apoyar en la vida real. He ahí lo que constituye su mérito.

Tal es la razón porque el joven y el anciano narran tan bien; la madre no narra menos bien, por la razón de que ella no vive sino la vida de su hijo, y no parece tener otro afán presente que el de cuidar su joven existencia. El hombre y el padre que están como aprisionados, encadenados por la vida, habiendo de satisfacer a todas sus necesidades, logran menos éxito en los relatos que hacen a sus hijos, porque estos jóvenes seres gustan sobre todo de que se penetre en su vida, fortificándola y elevándola más y más. Un hermano de algunos años más de edad, una hermana mayor, ambos desconocedores aún de las asperezas y de los obstáculos de la vida, el abuelo, el anciano que ha roto ya la dura corteza de aquélla, el viejo servidor de confianza, cuyo corazón está lleno de esa satisfacción que da la conciencia de los deberes cumplidos, son los narradores preferidos por los niños. No es preciso que de esos relatos emane absolutamente una utilidad práctica o una conclusión moral; la vida relatada, cualquiera que sea la forma de que se la revista, la vida presentada como una fuerza real e influyente, produce por sus causas, sus acciones y sus consecuencias una impresión mucho más profunda que la producida por una utilidad práctica o una moral presentada por la palabra; ¿pues quién conoce realmente todas las necesidades del alma conmovida, absorta en la inspiración de la vida que en sí propia siente?

Haremos mal en escasear a nuestros hijos los relatos, sobre todos esos relatos cuyos héroes son maniquíes o figuras parlantes.

Un buen narrador es un tesoro precioso; felices los niños que amen al suyo, porque el narrador influye mucho sobre ellos. Influye poderosamente, tanto más cuanto que no parece querer hacerlo. Ved todas esas alegres caras jóvenes, esos ojos brillantes, ese gozo que se desborda del corazón de esos niños; vedlos saludar a su narrador en el instante en que se presenta, considerad ese círculo de jóvenes y alegres muchachos que se agrupan en torno de aquél, como una guirnalda de flores y de tiernas ramas en torno del cantor de los goces infantiles.

Digamos, empero, que la actividad del espíritu, unida a la del cuerpo, es ventajosa para los niños de esta edad. Que la vida exterior despertada en él se repone, pues, sobre un objeto exterior por medio del cual aquella puede hacerse conocer y mantenerse.

Para que el relato impresione al niño y obre eficazmente en él, es necesario unirlo a la vida, a las circunstancias y a los acontecimientos de la vida. Uno de los accidentes más insignificantes en apariencia en la vida de uno de esos niños, puede adquirir la proporción de una aventura tal, que no solamente procure una especie de gozo interno al joven héroe, sino que también penetre en la vida de muchos otros de los que escuchan.

Todo lo que sea capaz de enriquecer la vida propia al individuo, en todo lo que este conoce ya de goces, todo ello puede dar pie a relatos de circunstancias; y ved como la curiosidad y la atención de esos niños se excitan por el relato de una aventura real; toda historia equivale para ellos a una conquista, a un tesoro, y la instrucción que de ella sacan, la aplican a su vida propia, que instruyen y realzan por este medio.