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Primer grado del desarrollo del hombre: la criatura


Parécele desde luego al niño que el mundo exterior forma uno con él, y que ambos se confunden en el mismo caos. Más tarde, la voz de la madre le hace distinguir de si mismo los objetos del mundo exterior, como también esta voz restablece poco después el lazo existente entre éstos y aquél; pero entonces, el niño habrá reconocido ya en sí propio un ser perfectamente distinto de los objetos en medio de los cuales se agita.

Así se renueva en el alma y en la inteligencia del hombre, en el desarrollo de su conciencia y por medio de su experiencia propia, lo que ocurrió en ocasión del primer aclaramiento de la creación universal, según la versión de los libros sagrados, cuando el hombre, aparecido en el Edén, se halló a sí mismo y se reconoció perfectamente distinto de la naturaleza. Por este hecho, que se renueva para cada hombre, manifiéstase su libertad moral, individual, su razón, como necesariamente se manifestó en un principio la razón del género humano, ser colectivo creado para la libertad. Importa que toda alma estudiosa, que todo ser deseoso de analizarse, comprenderse y conocerse, interpele desde luego la historia del desarrollo de la humanidad hasta nuestros días y el fin a donde se encaminan sus esfuerzos. Considere después cada hombre su vida propia y la ajena en su conjunto, desarrollándose según la ley divina e inmutable. Sólo de esta suerte comprenderá la historia del desarrollo de la humanidad y de sí mismo. La historia de su propia vida le hará comprender la de la humanidad; la historia de la humanidad le facilitará la inteligencia de las manifestaciones de su ser, y le hará comprender la historia de su corazón, de su alma y de su espíritu. Así también la historia de la humanidad hará comprender verdaderamente a cada madre las necesidades, las aptitudes y las aspiraciones de su hijo.

Volver externo lo que es interno, o interno lo que es externo, hallar y manifestar la unión que existe entre lo uno y lo otro, -tal es el deber del hombre. Para llenarlo, es preciso que conozca no solamente el objeto en su esencia, sino también su afiliación a otros seres. He aquí porqué está dotado de sentidos, instrumentos por los cuales reconoce las cosas y sus propiedades, pues la voz sentido expresa la acción de convertir espontáneamente en interior una cosa exterior.

El hombre conoce todo ser y toda cosa mediante la comparación con los seres y las cosas que les son opuestas, y cuando encuentra la unión, la armonía, la conformidad de los seres y de las cosas con sus semejantes. Tanto más perfectamente conocerá los seres y las cosas, cuanto más perfectamente haya encontrado el enlace de éstas con sus contrarias7.

Los objetos del mundo externo aparecen al hombre en un estado o bajo una forma más o menos fija, fugitiva o volátil. Para corresponder a la fijeza de estos objetos, a su fugitividad o a su eterización, estamos dotados de sentidos. Dado que todos los objetos sean móviles o inmóviles, visibles o invisibles, sólidos o aéreos, conviene en absoluto que nuestros sentidos estén repartidos entre diferentes órganos. Los sentidos destinados para el reconocimiento de los cuerpos aéreos son la vista y el oído; el gusto y el olfato reconocen a los cuerpos volátiles; el tacto, a los cuerpos fijos.

El niño adquiere la noción de las cosas mediante las oposiciones de éstas. Ante todo se desarrolla en él el sentido del oído, y pronto sigue a éste el de la vista. Desde entonces, es obra fácil para los padres o los que rodean al niño establecer un enlace entre los objetos, sus contrastes y la palabra, de suerte que la palabra y el objeto, el signo y el objeto sean una misma cosa para el niño, al cual se llevará, por este sistema, desde luego a la intuición, y más tarde al conocimiento del ser o de la cosa8.

Al par que se desarrollan los sentidos del niño, desarróllase también el uso de sus miembros, con arreglo a su índole y a las propiedades del mundo físico.

La inmovilidad y la proximidad de los objetos mantienen la inmovilidad del cuerpo del niño. Cuanto más móviles o lejanos de él son los objetos, tanto más el niño que quiera asirlos siéntese excitado a moverse. El deseo de sentarse o de acostarse, de andar o de saltar, de palpar o de abrazar un objeto, provoca en el niño el uso de sus miembros. La acción de estar de pie es capital para él; es el descubrimiento del centro de gravedad de su cuerpo y el uso de la multiplicidad de sus miembros. Obtener el equilibrio del cuerpo, equivale para esta edad a un progreso tan significativo como lo era la sonrisa en el niño, y lo será el equilibrio moral y religioso que adquiera el hombre en el último grado de su desarrollo.

No se deduce de ahí empero, que en este grado de su vida, haga el niño perfecto uso y ejercicio de su cuerpo, de sus miembros y de sus sentidos. Parece como que este uso le sea todavía indiferente; mas poco a poco se siente impulsado a jugar con sus pies y con sus manos, a mover sus labios, su lengua, sus ojos y su fisonomía toda.

En este instante, todos esos movimientos de los miembros y esos juegos de la fisonomía no tienen aún por objeto la reproducción del interior por el exterior, reproducción que, propiamente hablando, no se verifica sino en el grado siguiente. Mas no se duerma la vigilancia maternal. Esos juegos y esos movimientos deben ser ya vigilados; pues no conviene que se establezca, por medio de ellos, una especie de separación entre el exterior y el interior, entre el cuerpo y la inteligencia: separación que, poco a poco, conduciría al niño a la hipocresía, o infundiría en él hábitos de hacer muecas, de los cuales no le sería posible desembarazarse en la edad de hombre.

Conviene que, desde su más tierna edad, la criatura, aún en su lecho o en su cuna, no sea jamás abandonada durante mucho tiempo a sí misma, sin objeto ofrecido a su actividad: la pereza y la molicie corporales engendran necesariamente la molicie y la pereza intelectuales. Para huir de este peligro, es preciso que la cama del niño se componga de almohadones de heno o de helecho, de paja menuda o de crin, jamás de almohadones de pluma; es preciso que el niño esté poco arropado, y expuesto siempre a la influencia de un aire puro.

Para evitar la molicie del espíritu originada por el abandono demasiado completo del niño a sí propio, en particular después de despertarse, suspéndase en frente de la cuna una jaula con un pájaro, cuya vista y cuyo canto ocuparán la actividad de los sentidos y la de la mente del pequeñuelo, proporcionándole distracción agradable.

En este momento del desarrollo de la actividad de los sentidos del cuerpo y de los miembros, en que la criatura trata de manifestar espontáneamente el interior al exterior, cesa el primer grado del desarrollo del hombre, o sea el grado de criatura, y comienza el siguiente, o sea el de niño propiamente dicho.

Hasta entonces, el interior del hombre no era más que una unidad inarticulada y simple. Con la aparición de la palabra, comienzan la manifestación externa del interior del hombre y la multiplicidad en su ser; pues mientras que su interior se organiza, el hombre se esfuerza por manifestarse al exterior de una manera fija y cierta. Este desarrollo espontáneo del hombre y esta manifestación espontánea de su interior por sus propias fuerzas, se realizan en el grado en que vamos a entrar.