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La enseñanza de las lenguas modernas en Francia


Debemos consolarnos de encontrar aún en nuestra América tales o cuales dificultades en la práctica de la enseñanza de ciertas materias, si tenemos en cuenta que en Europa misma, y en países tan adelantados como Francia e Inglaterra, la pedagogía no ha acertado aún a resolver muchos de los más ingentes problemas del aprendizaje moderno.

Circunscribiéndome a la enseñanza de las lenguas extranjeras, se recordará que en uno de mis informes anteriores hacía yo notar extensamente las deficiencias de esta enseñanza en Inglaterra, la cual se ponía justamente como ejemplo para estimularse a Francia y Alemania.

Ahora bien, en Francia se está muy lejos de haber alcanzado siquiera una perfección relativa en este ramo; se advierte ahora más que nunca la existencia de enormes defectos en los métodos que se siguen con las lenguas vivas.

Las Universidades, que, como dice un docto profesor, pueden y deben: primero, formar sabios: segundo, preparar el personal de la enseñanza secundaria, no cumplen con la segunda parte de su programa.

«Saber, y saber enseñar, sobre todo cuando se trata de lenguas vivas, dice este profesor, son, en efecto, dos cosas muy diferentes».

Hay profesor capaz de comentar a fondo una poesía de Goethe y de explicar de un modo conveniente una página de los Nibelungos y que, en cambio, no podría sacar de un texto las aplicaciones, ya gramaticales, ya simplemente útiles desde el punto de vista del provecho que los discípulos deben obtener para la adquisición y el manejo de la lengua.

Y en este terreno parece que no sólo las grandes Facultades de provincia, sino aun la mismísima de París, no han podido organizar hasta hoy la preparación especial de los candidatos para el certificado de aptitud para la enseñanza de las lenguas vivas en los liceos y colegios. Ya en 1893 Monsieur Pinloche, presidente del Jurado para el certificado de alemán, señalaba esta lengua y sus consecuencias desagradables en los siguientes términos: «Si se considera que la mayor parte de los candidatos al certificado de aptitud no tienen ni experiencia ni dirección pedagógica, a nadie asombraría que este concurso siga siendo, a pesar de todo, tan débil y dé resultados tan poco apropiados a las exigencias de la enseñanza secundaria».

Más tarde, él mismo añadía: «La ligera mejora que el Jurado ha tenido el gusto de advertir en el conjunto del concurso de este año, se refiere más bien al conocimiento de las lenguas que a la aptitud para enseñarlas. Deseamos que se facilite más y más a los candidatos el medio de llenar esas lagunas y sobre todo que el azar tenga una participación más y más restringida cada día en la preparación pedagógica».

Mas a lo que parece, a pesar de estas indicaciones autorizadas, la situación no ha cambiado y la enseñanza de lenguas vivas en Francia sigue siendo muy deficiente.

Se escribe mucho, se pedagogiza mucho, si me permiten ustedes la palabra; se discute mucho y con mucha sabiduría; pero los jóvenes de Francia, como los de Inglaterra, salen de las aulas con un alemán o un inglés muy discutible en el magín, y siguen siendo lo que han sido siempre: incapaces de hacerse comprender en otra lengua que en la suya; en tanto que en Alemania, en Italia y en nuestras Américas aumenta muy sensiblemente cada año el número de jóvenes que poseen prácticamente el inglés y el francés, y que se hacen entender perfectamente en todas partes.

¿A qué se debe esto? ¿Será quizás a que el francés como el inglés, tan aptos e inteligentes para otras cosas, no lo son en absoluto para el aprendizaje de las lenguas extranjeras? Líbreme Dios de afirmación tamaña, aunque para mí tengo que hay en el italiano, por ejemplo, y en el hispano-americano, cierta aptitud especial para este aprendizaje.

Sea como fuere, los franceses buscan con toda actividad un remedio a esta situación, y hacen cuanto es posible por mejorar el personal de su profesorado.

Ha habido ya dos Congresos: el de Mons, de 1905, y el de Munich, de 1906 (Congreso de profesores de lenguas vivas), que se han ocupado de este importante problema, formulado por Mr. Pinloche, profesor del Liceo Carlomagno y maestro de conferencias de la Escuela Politécnica, en los siguientes términos: «¿Por qué medios se puede asegurar el mantenimiento sino por el desarrollo de las nociones de lenguas vivas adquiridas en la enseñanza secundaria?».

Mr. Pinloche redactó a este propósito una exposición en la cual abundan los argumentos. He aquí algunos: «No puedo menos de repetir aquí lo que he dicho tantas veces fuera: La conservación, es decir, la solidez de las nociones adquiridas estará siempre en razón inversa del empirismo con que se hayan adquirido estas nociones. Pero admitamos que la enseñanza secundaria haya resuelto -y está lejos de ello- esta cuestión tan compleja de que hay que eliminar de empirismo y adquirir procedimientos científicos en la pedagogía de las lenguas vivas y que se haya logrado formar, en número suficiente, discípulos verdaderamente capaces de pensar, y, por consiguiente; de hablar y escribir convenientemente en una lengua extranjera; admitamos todavía más: que algunos de estos discípulos (naturalmente no han de ser numerosos) hayan tenido la buena fortuna de permanecer en el extranjero bastante tiempo para sacar un partido verdaderamente útil de la lengua correspondiente; queda aún por averiguar dónde y cómo estos mismos individuos, ya en el dintel de las carreras activas, encontrarán, sin expatriarse, los medios de luchar contra la desaparición rápida, casi fatal, de las nociones adquiridas al precio de tantos esfuerzos y sacrificios.

»Yo respondo: es preciso que estos medios los encuentren en las Universidades, y si ahora no los hallan en ellas, es preciso que los hallen mañana.

»Claro que la organización actual de nuestras Universidades no responde en modo alguno a la necesidad que acabo de señalar. Los cursos de lenguas extranjeras en las Facultades tienen el inconveniente de no dirigirse más que a una categoría muy restringida de oyentes, categoría que casi no comprende, cuando menos en Francia, más que a los candidatos a los exámenes establecidos con el fin de reclutar el personal de profesores.

»Pero no se trata solamente de formar licenciados, agregados y doctores: hay otras categorías no menos interesantes de discípulos llamados también a ser útiles al país, y que tienen el derecho de esperar de las Universidades una dirección y un apoyo.

»Una vez reconocido este principio -y me parece difícil que no lo sea- queda por examinar por qué medios podría ponerse en aplicación.

»El mejor parece ser la creación de institutos especiales dependientes de las universidades. Lo mismo que hay ciertas facultades de ciencias, institutos de química, de física, de ciencias naturales, etcétera, abiertos a todos los trabajadores que no persiguen la adquisición de un grado o de un diploma universitario, asimismo debería haber en las facultades de letras verdaderos institutos de lenguas vivas, donde podrían ejercitarse y desarrollarse todos aquellos que tuvieren necesidad de una verdadera enseñanza superior de estas lenguas, de acuerdo con las necesidades más y más complejas de las diversas profesiones.

Seguramente que no sería oportuno tratar aquí en detalle de la organización de tales instituciones, que tendrá forzosamente que variar en los diferentes países y aun en las diferentes regiones, y con las diferentes categorías de oyentes. Pero creo que desde ahora el Congreso puede afirmar estos principios y la necesidad urgente que hay de aplicarlos».

De seguro que estos institutos especiales, dependientes de las universidades y destinados únicamente a la enseñanza de los idiomas, darían excelentes resultados; pero a condición de que los métodos aplicados en ellos fuesen eficaces, y hasta ahora, hay que confesarlo, no se ha encontrado un método absolutamente eficaz para enseñar las lenguas vivas desde la cátedra de una universidad. De aquí que extrauniversitariamente, si se me permite el adverbio, sea cada día mayor el número de institutos que pretenden en Francia enseñar de un modo práctico los idiomas extranjeros, así como el número de métodos que se publican, y diz que por medio de los cuales estos idiomas deben infaliblemente aprenderse.

El sistema que en la diversidad de tanteos de que hablo ha tenido más fortuna, es el sistema Berlitz, pero esto es acaso asunto de reclamo en buena parte! aun cuando no se deban desconocer del todo algunas de sus ventajas.

En mi concepto el achaque de que adolece en Francia la enseñanza oficial de los idiomas es el exceso de cientificismo. Se habla mucho de la historia de una lengua, se analizan sus componentes, se insiste sobre la índole de sus verbos, se clasifica su vocabulario, se enumeran sus grandes producciones clásicas, se ponen en parangón sus giros, sus modismos, con los de la lengua vernácula, y más resultan los cursos superiores conferencias sobre las lenguas extranjeras que verdaderos procedimientos de enseñanza. La filología mata al aprendizaje.

Como, por otra parte, el ciudadano francés, de todos los europeos es quien menos viaja, quien menos se encuentra en contacto forzoso con los idiomas extraños, además de que es raro el país en que por lo difundido de la lengua francesa no se le evita el trabajo de darse a entender, resulta que el aprendizaje queda absolutamente reducido a los límites de los cursos de estudios, primarios o secundarios, que, como digo, están muy lejos de haber encontrado métodos adecuados a las necesidades modernas.

La lengua viva que además de la materna se aprende en los colegios franceses, y que es por lo general el inglés o el alemán, se enmohece frecuentemente por falta de uso. Acaso lo único que se conserva de ella es algo así como la reminiscencia de ciertas frases familiares. Si añadimos a esto el desdén natural que el francés siente por las literaturas extranjeras, encontraremos que nada tiene de raro que la mayoría de los profesionales de la nación ignoren en gran parte la producción enorme de ideas de todos géneros que informan la vida intelectual extranjera y viva de sus ideas propias, poderosas, nutridas y abundantes si se quiere, pero naturalmente deficientes por falta del necesario cambio y del necesario consorcio con las ideas de los demás.

Así lo empiezan a reconocer los educadores franceses, y uno de ellos dice, en reciente trabajo, las siguientes palabras refiriéndose a una categoría especial de profesionales:

«Nuestros médicos, aun los profesores de escuelas de medicina, conocen en su mayor parte muy poco de alemán. Resulta de esto que nos informamos de la producción germánica, que es inmensa y generalmente excelente, con retardos inverosímiles. Tal o cual procedimiento quirúrgico, tal o cual remedio son desconocidos entre nosotros, en tanto que se han difundido ya por el mundo entero hace dos, tres, cuatro años, y algunas veces más.

»En la facultad de letras es imposible emprender una investigación de historia o de filología con los alumnos. No hay uno entre diez capaz de entender un libro escrito en lengua extranjera. Lo propio acontece en la facultad de ciencias y otro tanto en la facultad de derecho con los aspirantes al doctorado».

Y esta diferencia, según el mismo autor, es sensible, sobre todo, por lo que ve a los estudios económicos, «donde es preciso leer la abundante producción de los alemanes, de los americanos, de los ingleses y de los italianos, que en veinte años a esta parte han trabajado mucho».

«Todo trabajo original, concluye el autor citado, se paraliza entre nosotros, a causa de la ignorancia de nuestros estudiantes. Sería por tanto muy necesario, no solamente que se siguiese cultivando la lengua extranjera aprendida en el colegio, sino que se estudiase después otro idioma. No se trata de aprender a hablarlo, que esto es largo y difícil, sino simplemente de leer un texto fácil que se refiera a cada especialidad, en cuyo caso la adquisición del vocabulario es muy sencilla».

Hay que esperar que para el Congreso de Lenguas vivas que deberá efectuarse en Hanover en 1908, se habrá encontrado ya en Francia una fórmula pedagógica que concilie y remedie todas estas exigencias que tan sensibles son en la enseñanza de los idiomas modernos. Pero yo creo que hay, fuera de métodos y congresos, de informes y de análisis, un remedio indirecto para las deficiencias que en la enseñanza de que vengo hablando se advierten, y éste consiste en persuadir a los estudiantes franceses de la importancia capital y del valor inmenso que tienen las producciones científicas y literarias alemanas, americanas e inglesas. En efecto, hay además de la imperfección de los métodos que en Francia se emplean para aprender los idiomas y la dificultad natural que tiene el francés para asimilarse las lenguas extranjeras, un hecho que impide adquirir y poseer éstas, y es cierto desdén nacional para la producción ajena.

Creen los franceses, porque así se lo han repetido en todos los tonos, que en lo que ve a literatura y ciencias, fuera de tales o cuales significadas personalidades antiguas o modernas, fuera de tales o cuales obras maestras, todo lo demás se ha inspirado en Francia y de Francia es tributario. Muy pocos son los que se imaginan, por ejemplo, la riqueza inmensa de la literatura alemana actual, casi del todo desconocida de este lado del Rhin, y menos son aún los que comprenden el valor del movimiento científico que se opera en Alemania, Inglaterra y Estados Unidos. Los profesionales en lo general viven de las ideas ambientes; leen los libros de sus colegas, reciben las publicaciones francesas y sólo cuando un descubrimiento nuevo hecho en el extranjero ha traspuesto las lindes de todos los pueblos, lo reciben y lo analizan, no sin cierta prevención y cierta desconfianza. Habría, pues, que empezar por convencer, así al profesor como al alumno en Francia, de que es absolutamente indispensable aprender el alemán o el inglés a fin de leer la riquísima producción literaria y científica de esos países y completar así el bagaje de conocimientos adquiridos. Habría que convencerlos de que ya no se puede, so pena de quedarse muy atrás en el camino, ignorar el movimiento de ideas que existe en los países anglo-sajones, sino que, muy al contrario, es preciso conocerlo ampliamente y estimarlo en todo lo que merece, tanto cuanto se estima en el extranjero el movimiento intelectual de Francia.

Supuesta tal convicción, el estímulo para la enseñanza y el aprendizaje de los idiomas modernos será grande y se traerán métodos prácticos, sistemas racionales y progresos visibles.