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ArribaAbajo- XXXII -

El salón de los poetas


Hace algunos meses que viene hablándose con insistencia en París del Salón de los Poetas.

Todo el mundo, como nota un cronista, tiene en París su salón, y así hay el Salón de los «papelistas», el de los «orientalistas»,el de las «mujeres pintoras», el de los «pointillistes», el de los «goguinistas», etc., etc.

No podrían, pues, los poetas dejar de tener el suyo y van a inaugurarlo en breve.

El presidente de este salón será Edmundo Haraucourt, y en el Jurado de admisión figurarán, entre otros, Paul Deroulède, y Gustavo Kahn: dos temperamentos líricos de lo más antagónico que puede darse, circunstancia que, en suma, es acaso una garantía de acierto.

Pero dirán ustedes: ¿cómo va a ser ese Salón de los Poetas?

Parece, en efecto, un poquillo difícil concebirlo.

¿Es un salón en que se exhiben ediciones de versos de cierto lujo?

Pues entonces más bien resultará aquello una exposición de impresos, de relieve, de estampería...

¿Es un salón donde se puede ir a leer las mejores producciones de los grandes poetas modernos?

Pues resultará entonces un gabinete de lectura.

Los versos no pueden exhibirse como un cuadro, una estatua o un bibelot.

Recuerdo, empero, haber oído que este Salón de los Poetas tendrá un poco de todo lo que he apuntado y algo más que habrá de caracterizarlo.

A saber: tendrá una estantería a la vista, de donde los concurrentes podrán tomar, para leerlos, los tomos de versos de todos los poetas actuales, tomos que, empastados con solidez y elegancia, estarán a la mano del público, si se quiere hasta en diversas secciones.

Estas secciones obedecerán a la clasificación de escuelas, de tendencias, de estilos.

Habrá asimismo una especie de memorándum, impreso o manuscrito, donde podrán buscarse detalles del poeta que se desea leer: datos biográficos, crítica de su obra, etc.

Y por último, habrá algo que sí caracterizará e individualizará el Salón de los Poetas, y es a saber: lecturas y conferencias diarias sobre los poetas cuyos libros se exhiben. Estas lecturas y conferencias podrán alternarse con recitaciones especiales.

Y aun acontecerá que el poeta mismo sobre el cual versa la conferencia, irá a decir algunos de sus versos.

Debo advertir que el salón será sólo de poetas vivos. Los muertos no caben en él.

¿A qué obedece esto?

En primer lugar, a la índole de todos los salones. Es un salón, una exposición anual, destinada a mostrar los progresos de las artes, y los muertos ¡ya no progresan!, están definitivamente fijados en una modalidad: la última a que se sujetan...

Por otra parte, en un salón se discute y a los muertos ¡a qué discutirlos!

Añádase que al excluirlos del salón se les da una muestra de cortesía.

Los muertos no pueden defenderse... Así, pues, que no concurran. Que vayan sólo los vivos, los que estén allí apercibidos a cubrir su obra, a ampararla de las críticas y los ataques.

Añadamos todavía una razón. Si se va a admitir a los muertos, harán una sombra terrible a los vivos. Son muchos, son muy grandes. Se llaman Hugo, Musset, Vigny, Lamartine, Baudelaire, Leconte de Lisle, Heredia, Verlaine, Sully Prudhomme, etcétera, etcétera.

Hay que advertir también que los poetas modernos no están muy seguros de su grandeza (modestia que los honra). La prueba es que pusieron el grito en el cielo cuando, conforme a la ley francesa, las poesías de Musset pasaron a ser de propiedad pública.

Juzgaron que en cuanto aconteciera lo mismo con otros grandes poetas del siglo XIX, la competencia iba a ser imposible. El público dejaría lo nuevo por lo viejo, sin duda alguna, tanto más cuanto que las ediciones de los viejos serían muy baratas. Bueno y barato en vez de discutible y caro... La elección no era difícil.

*  *  *

El salón será, pues, todos estas cosas que hemos apuntado y acaso será una más todavía, cuando, en parte, por lo menos, se levante el entredicho a los grandes poetas muertos. Será una exposición retrospectiva del tomo de versos, desde un Joachin du Bellay, por ejemplo, autor de la reforma poética en los comienzos del siglo XVI y creador de sonetos admirables, hasta un Jean Moréas.

Así caracterizado, el Salón de los Poetas acabará por prender en el ánimo público.

Pero de todas suertes lo ilógico de su designación y de su asimilación a los salones de pintura y escultura, subsistirá.

En resumen, vendrá a ser una sala de lectura donde se darán conferencias alternadas con recitaciones.

La única singularidad de la institución consiste en que será periódica, singularidad que es la que le da analogía con los salones de arte.

Yo me digo: ¿por qué no desdeñar tal analogía y crear de una vez un teatro de recitaciones y conferencias poéticas?

En ese teatro se darían diariamente, durante la temporada de otoño, invierno y primavera, conferencias breves sobre los poetas franceses y extranjeros, y un grupo de actores recitaría sus mejores versos, cuando no pudiesen ser los poetas mismos quienes los recitasen.

¿Habría público para un teatro así? En París de seguro que lo habría. De hecho lo hubo siempre en aquellas inolvidables matinés de Sarah Bernhardt, en que se recitaban los mejores versos de los grandes líricos.

Os aseguro que, a pesar de todos los pesares, los poetas conquistan a un público numeroso, y esto no sólo en la capital del mundo. En Madrid, he tenido frecuente ocasiones de comprobarlo.

A las veladas líricas del Ateneo o de la Unión Ibero Americana acuden innumerables oyentes, mujeres sobre todo, sí, mujeres, que con heroísmo edificante soportan los más soporíferos discursos, alentadas por la ilusión de oír al cabo de ellos los versos de algún poeta predilecto. Ni la incomodidad, ni el calor, ni la distancia, las amilanan.

A veces, frecuentemente, tienen que permanecer de pie, porque llegan un poco tarde... Sin embargo, con paciencia indecible permanecen, y no ha bastado a alejarlas de estas fiestas líricas ni la pésima organización de casi todas las solemnidades literarias, que no parece sino que están hechos para inspirar el horror de la poesía...

Un salón permanente de poetas tendría, pues, éxito, no ya sólo en París, sino en Madrid y en nuestro México mismo.

¡Y costaría tan poco organizarlo!