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ArribaAbajo20.ª lección

Cuarta de Calderón


En las comedias históricas de Calderón, aunque el amor y el honor forman siempre el núcleo, por decirlo así, de la fábula, se mezclan sin embargo otros afectos, como son la ambición y todos los que tienen su cuna en la esfera del poder. El estilo es más elevado, la versificación más llena y robusta: y tal vez el lenguaje se resiente de los vicios del gongorismo y del conceptismo, tan extendido ya en aquellos tiempos.

Ya hemos insinuado como uno de los defectos de Calderón el poco o ningún respeto que conservó a la historia y a la geografía en sus comedias heroicas. Por lo tanto no deberá juzgársele bajo este aspecto. Supongamos que nada sabemos de la una ni de la otra, y entreguémonos de buena fe en manos de nuestro autor, a ver si cumple, a pesar de esta culpa, la principal obligación de un autor dramático, que es interesar dentro del mundo ideal que se ha forjado.

Las principales comedias de Calderón en este género, son:

  • Auristela y Lisidante.
  • Hado y divisa de Leonido y de Marfisa.
  • Afectos de odio y amor.

La acción de estas tres comedias se reduce en el fondo a una misma. Un héroe ama a una princesa, que lo aborrece por haber dado muerte a su hermano o padre en el trance de una batalla. El héroe, disfrazado con otro nombre, se hace amar de la misma   —85→   que le aborrecía; y le presta tantos y tan señalados servicios, que la obliga a que le dé su mano. La de Hado y divisa de Leonido y de Marfisa es de teatro, y la última que escribió Calderón a la edad de 81 años; pero ni en la fábula ni en el estilo, se nota que la vejez hubiese producido su efecto en aquel genio extraordinario.

El segundo Escipión. Es la historia de la hermosa dama española, que Publio Escipión restituyó a su esposo, habiendo sido hecha prisionera por los romanos.

Darlo todo y no dar nada. Alejandro el Grande cede al pintor Apeles la hermosa Campaspe, de la cual estaba enamorado.

Los hijos de la Fortuna. Comprende toda la novela de Teagenes y Cariclea, escrita en griego por Heliodoro, desde que estos dos amantes se conocieron en Tesalia hasta que se casaron en Etiopía. Hay que admirar en ella el enlace de los sucesos, hecho de tal manera, que a pesar del continuo rompimiento de las unidades de tiempo y de lugar, se conserva siempre el interés novelesco.

La hija del aire, 1.ª y 2.ª parte. La primera es la historia de Semíramis, hasta que casa con Nino, rey de Asiria. En la segunda está ya viuda, quita el trono a su hijo Ninias, y perece en una batalla. El autor ha evitado los dos escollos del parricidio y del incesto, suprimiéndolos.

Mujer, llora y vencerás. Una princesa, amada de dos hermanos prefiere al uno de ellos para esposo. El desairado toma las armas, vence al feliz; y las lágrimas de la esposa le obligan a renunciar a su pasión, y dejar a su hermano en la libre posesión de su cetro y de su mujer.

La gran Cenobia. La acción se compone de las victorias y prisión de esta heroína, y termina en la muerte del emperador Aureliano, su vencedor. Aunque tiene excelentes escenas, es una de las más desordenadas de Calderón.

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Las Armas de la hermosura. Coriolano hace la guerra a Roma, su patria, con un ejército de sabinos: la pone en sumo estrecho; niega su libertad a su padre, a la nobleza, al pueblo de Roma; y sólo la concede a las lágrimas de Veturia, su amante.

Duelos de amor y lealtad. Esta comedia, que es la última del catálogo que hemos formado de las heroicas, es en nuestro entender la mejor de su clase. Los fenicios, arrojados de su patria primera por pestes, terremotos y otros azotes del cielo, abordaron a las playas de la que después se llamó Fenicia. Irífile, reina de Ceilán, les salió al encuentro para impedir que desembarcasen y fue vencida. Los fenicios, dueños de la playa, empezaron a edificar la ciudad de Tiro, empleando en el trabajo de los muros a los cautivos que hicieron en la batalla.

Irífile pidió socorro a Ciro, rey de Persia: el cual le envió un cuerpo considerable de tropas, y por general de ellos a Toante, amante correspondido de Irífile. Con estas fuerzas marcharon contra los fenicios, y el primer acto empieza en la nueva victoria que consiguieron los fenicios, quedando Irífile prisionera de Deidamia, reina de Tiro, y Toante caído del caballo sin sentido en el campo de batalla que por muerto le hubieran arrojado al mar, a no haber llegado Leonido, general de las tropas fenicias de tierra, que advertido de que aún vivía, le llevó a su casa, mandó curarle, y después de restablecido, le trató más como a amigo que como a esclavo. Toante ocultó su nacimiento y dignidad tomando el nombre de Estratón.

En el segundo acto, Cosdroas, tino de los cautivos persas, habiéndoles reunido con el pretexto de hacer un sacrificio a Diana, los excita a libertarse, dando cada uno muerte a su dueño valido de sus armas y del sueño. Toante, que se halló en la reunión, convino en el hecho: fuese a su casa, meditando los medios de salvar a Leonido, cuando sabe no sólo que este general amaba a Irífile, sino que también la había robado.   —87→   Aquí empieza la lid entre la lealtad debida a su salvador y amigo, y los celos que destrozaban su alma. Triunfó el sentimiento más noble, y halló trazas para persuadir a los cautivos que realizaron con buen éxito su conspiración, que había dado la muerte a Leonido, que para tenerle oculto en un cuarto de su casa, sirviéndole él mismo con tanta lealtad y cuidado como antes, y en fin, para separar a su amada Irífile, de Leonido.

En el tercer acto, Alejandro Magno, que emprendía entonces la conquista de Persia, tuerce el camino para Tiro con el objeto de castigar la rebelión de los esclavos. Llega delante de la ciudad: Deidamia, agradecida a Irífile que había protegido su vida contra los cautivos rebelados, sale al encuentro al héroe de Macedonia, y le pide que perdone a Tiro. Alejandro accede a su súplica, y manda publicar un perdón general para todos los esclavos con tal que le entreguen a Toante, contra el cual estaba más irritado por haber dado muerte, según dijo la fama, a su amigo, y bienhechor. Los esclavos que no podían defenderse, aprovecharon el indulto, y entregaron a su general: el cual, interrogado por Alejandro, no declaró que Leonido vivía por no faltar al juramento que se había hecho de no descubrirle en ningún caso. Ya iba a ser conducido al suplicio, cuando Irífile, que había sido testigo de todo lo que hizo Toante en la noche del tumulto, llevo a Alejandro a la casa de Toante, dispuso que se derribasen las puertas que encubrían la mansión de Leonido, y presentó a este al rey de Macedonia y a los demás que le acompañaban. Alejandro premió la lealtad y la firmeza de Toante dándole la corona de Tiro.

Tal es la acción de este drama, uno de los más interesantes y mejor conducidos de Calderón. También es uno de los mejor versificados, como se verá en los siguientes pasajes, que no son los únicos dignos de elogio que hay en la comedia.

El razonamiento de Cosdroas en el acto segundo para persuadir los esclavos a la rebelión, es admirable,   —88→   a pesar de algunos lunares fáciles por otra parte de corregir.

COSDROAS
       Para deciros,
mirándoos unos en otros
tan pobres, tan abatidos,
y tan míseros, que dónde
están los persianos bríos
que en Asia y África os dieron
tantos blasones antiguos.
Y si no es bastante espejo
veros en vosotros mismos,
volved a ese muro, a ese
campo los ojos, y tinto
uno en sangre, y otro en llanto,
veréis que os dicen a gritos:
Aquí los que fallecieron
peleando, se han construido
en cada flor una pira,
en cada hoja un obelisco
y allí los que se toleran
infamemente cautivos,
en cada piedra un padrón,
y en cada azada un delito.
Que al trance de una batalla
se muestren menos benignos
los hados, y que llevando
adelante sus motivos,
tenaces, si dan en ser
ya opuestos, o ya propicios,
sea una victoria de otra
batallado silogismo;
ya lo vimos muchas veces,
pero pocas veces vimos,
que el laurel del vencedor
sea argolla del vencido,
con tan grande infamia, como
—89→
ver que unos advenedizos,
arrojados de su patria,
de esos mares peregrinos,
y huéspedes destos montes
hollando espumas y riscos
a avasallarnos en ella,
a la nuestra hayan venido,
tan afortunados, que
no nos dejen albedrío
a que en nuestro desempeño
osemos abrir caminos
que ilustren con intentarlos,
cuando no con conseguirlos.
Si os mantiene la esperanza
de que seréis socorridos
de Ciro, ya esa expiró,
que hoy un mercader que vino
a traer con pasaportes
no sé qué canges, me dijo
que Alejandro, a quien la fama
da el Magno por apellido,
¿pero qué mucho, si es
del Grande Filipo hijo, que hijo
de Felipo el Grande,
el mundo avasalle invicto?
que el Magno Alejandro, pues,
(segunda vez lo repito)
entra por Persia, con que
puesto en su opósito Ciro,
acudir al proprio daño,
más que al ageno, es preciso.
Ya ni aun aquella lejana
esperanza de su auxilio
os queda, con que obligados
os halláis a reduciros
a duradera prisión
en tan penoso ejercicio
como el gusano de seda,
que labrando de sí mismo
—90→
la cárcel, muere encerrado
en el hilado capullo
que fabricó su tarea
de su sustancia hilo a hilo.
Pues siendo así que a un gusano
somos hoy tan parecidos,
que con nuestro propio afán
en esos muros de Tiro
nuestras cárceles labramos,
seámoslo en romper altivos
de tan violenta prisión
las cadenas y los grillos.
¿Él no renace con alas
de sí proprio tan distinto,
que al que se encerró gusano,
salir mariposa vimos?
¿Pues por qué, por qué nosotros,
con más razón, más instinto
no habremos de cobrar alas?
Muramos, ya que morimos,
de ardiente encendida fiebre,
no de yerto pasmo frío.
Diréisme, que con qué medios,
por más alas, por más brios
que criemos, nos podemos
alentar a competirlos.
Ellos de las armas son
los dueños, sin permitirnos,
ni aun para el uso común
de la vianda, un cuchillo.
Todos acerados arcos
y flechas, todos bruñidos
arneses y escudos tienen,
cuando desnudos vivimos
nosotros, sin más defensa
al invierno, ni al estío,
fue estos serviles ropages,
que sin decoro ni aliño,
—91→
toscos nos urdió el telar,
sin primor del artificio.
Esto diréis, y respondo,
que para eso se previno
que a quien le falta la fuerza,
se guarnezca del arbitrio.
A su política atentos
los extranjeros fenicios
más que en la campaña muertos,
no nos conservaron, vivos
en la esclavitud, a causa
de que el tenernos rendidos
miraba a dos conveniencias,
dejándoles a dos visos,
o ya el cange o ya el sudor
fortificados, o ricos?
Esta ansia de prisioneros
y sed de esclavos, ¿no hizo
que nuestro número crezca
más que el suyo, pues es visto,
que ninguno hay sin esclavo,
y muchos, cuatro y cinco?
Pues quién nos quita, ya que
de día al trabajo acudimos,
y de noche cautelados
cada uno al domicilio
se va de su dueño, que
cada uno pueda, valido
del silencio de la noche,
del prestado parasismo
del sueño, y sus mismas armas,
gloriosamente atrevido,
matarle en su mismo lecho?
con que, casero enemigo,
vendrá a tener más ventaja
que él tuvo, pues más distrito
que hay del desnudo al armado,
hay del despierto al dormido
—92→
Mueran, pues, en indefenso
callado motín; sin ruido,
reservando solamente
las mujeres y los niños
que no pasen de diez años,
para que en nuestro servicio
ellas vivan, y ellos crezcan:
con que poniendo advertidos
a Irífile en libertad,
y a Deidamia en su servicio,
con las preciosas riquezas,
que de Fenicia han traído,
quedaremos, no tan sólo
libres, vengados y ricos,
pero absolutos señores,
eligiendo a nuestro arbitrio
rey que nos gobierne,
pues siendo de nosotros mismos,
es fuerza en paz y justicia
mantenernos, advertido,
que podremos deponerla,
pues pudimos elegirlo.
Con que dueños de nosotros,
sin reconocer dominio
a nadie, daremos nombre
al nuevo reino de Tiro,
en cuyo muro, y en cuyas
láminas de piedra escrito,
leerá la fama la historia
de los venideros siglos:
esta es la venganza que
osados, fuertes y altivos
en su esclavitud, tomaron
los persas de los fenicios.


No lo es menos el diálogo inmediato de Toante con Cosdroas, queriéndole persuadir que consienta en que viva Leonido.

  —93→  
TOANTE
¿Cosdroas?
COSDROAS
¿Qué quieres?
TOANTE
Que pues
ya todos van divididos
a sus casas, industriados
de lo que han de hacer, conmigo
te vengas hacia la mía,
porque tengo en el camino
que hablarte a solas.
COSDROAS
¿Qué esperas?
TOANTE
¿Acuérdaste que Leonido
me dio la vida?
COSDROAS
Yo fui
el instrumental testigo.
TOANTE
¿Sabes que en mi esclavitud,
más que mi dueño, mi amigo,
sobre aliviar mis fatigas
fuera de su casa, hizo
en ella tal confianza
de mí, que siendo preciso
venir tarde algunas noches
del jardín, adonde asisto,
a causa de que Deidamia
bajaba a su ameno sitio,
mandó que me diesen llave
no sólo de aquel postigo
que cae a mi albergue, pero
maestra de su cuarto mismo,
a fin de lo que gustaba
tal vez conferir conmigo?
COSDROAS
Si lo sé.
TOANTE
¿Sabes también
que soy quien soy?
COSDROAS
Yo el que finjo
que no lo eres soy.
TOANTE
¿Pues cómo,
sabiendo que por él vivo,
sabiendo su tratamiento,
su confianza y cariño,
y finalmente, que soy
quien soy, has de mí creído
que vida, trato y fe puedo
pagar con un homicidio?
COSDROAS
Tú fuiste, quien mi consejo
aprobaste.
TOANTE
Muy distinto
—94→
es cumplir yo con la patria,
que haber de cumplir conmigo.
Leonido no ha de morir
a mis manos; dame arbitrio
cómo podré tus intentos
carear con sus beneficios.
COSDROAS
No dándolo tú la muerte,
pero no quedando él vivo,
que general de sus armas,
es mucho para enemigo,
si vivo queda.
TOANTE
¿Cómo eso
puede ser?
COSDROAS
Ya lo imagino:
yo juntaré de los nuestros
algunos, que irán conmigo.
diciendo que allí el esfuerzo,
por ser principal caudillo,
donde hay guardia, y hay familia
conviene, y así, eximido
tú de la nota de ingrato,
con que el tumulto lo hizo,
pones en salvo tu honor.
TOANTE
No pongo, si lo permito,
que en lo mal hecho, aun es menos
hacerlo, que consentirlo,
que uno dice, bien vengado
y otro publica, mal quisto.
COSDROAS
Eso es reventar de honrado.
TOANTE
Esto es ser agradecido.
COSDROAS
Es ser no fiel a la patria,
por ser con un hombre fino.
TOANTE
Es ser fiel, y fino a un tiempo,
pues ya voté los designios
de la patria en su favor,
y ahora consulto los míos,
de ingrato no ha de acusarme.
COSDROAS
¿Qué muerto al matado vino
a residenciar de ingrato?
TOANTE
Él que quedó en mi fe vivo.
—95→
COSDROAS
Bastante disculpa es
decir que el motín lo hizo.
TOANTE
Si eso, sin saberlo yo,
me lo hallara sucedido,
decías bien.
COSDROAS
¿Quién, sino tú,
lo sabrá?
TOANTE
¿Qué más testigo?
para ser yo ruin, ¿no basta
saberlo yo de mí mismo?
COSDROAS
Pues prevente a embarazarlo.
TOANTE
Pues prevente tú a cumplirlo.
COSDROAS
Sí haré, que menos importa
que un común, un individuo;
y quizá habrá, como salve
tu honor y mi patria...
TOANTE
Dilo.
COSDROAS
¿Para qué, si es tu disculpa
no saberlo? y no hay camino
mejor de que no lo sepas...
TOANTE
¿Qué?
COSDROAS
Que irme yo sin decirlo.


Toante va a su casa; encuentra a Irífile robada, y un soldado por guarda suya, le quita el acero y le da muerte, quiere llevarse consigo a Irífile, a tiempo que Leonido entra en casa, y le ve con la espada ensangrentada, y queriendo sacar de casa a Irífile. Toante se disculpa en los siguientes versos, que pueden ser modelo de una narración rápida y verosímil como requería el lance.

TOANTE
Volver por tu honor, el mío,
y el suyo; en mi albergue estaba,
cuando oigo un triste gemido
de muger, pidiendo al cielo
favor, tomo luz, movido
de la novedad, y entro
adonde un soldado miro
con Irífile, no sé
cómo me atreva a decirlo,
por no decir que luchando;
—96→
y porque llegué a impedirlo
me atropelló de manera,
que me obligó a que a los filos
muera de su acero: mira
él en tu casa atrevido,
ella ofendida en tu casa,
yo en tu casa agradecido,
si hice bien o no en salvar
su honor, el tuyo, y el mío
con que viéndola confusa,
sin saber cómo aquí vino,
le dije, como tú oíste
vente, Irífile, conmigo,
para volverla a Deidamia.


El soldado, muerto a los pies del lecho de Leonido, lo sirvió para engañar a Cosdroas, y persuadir a los demás esclavos que había dado muerte a su amo.

La acción es seguida, aunque más extendida que los límites que permite la unidad de tiempo: la de lugar solo se rompe una vez; porque la primer escena del tercer acto no es en Tiro, sino en el campamento de Alejandro en las fronteras de Persia, adonde fue Cenón, almirante fenicio, que escapó la noche del tumulto a pedirle socorro contra los esclavos. Es muy notable el principio de su razonamiento, porque en él están expresados en muy buenos versos los falsos argumentos en que fundaba la antigüedad el derecho de esclavitud.

Habiendo por derecho de armas sido
del vencedor la vida del vencido,
la natural piedad hizo costumbre
que estén en cautiverio, o servidumbre
con que apresando algunos persas vivos,
los conservamos sólo de cautivos
en el nombre supuesto,
que en lo demás les era manifiesto
—97→
que al que cangearse trate,
no le impidiese el dueño su rescate:
y el que no le tenía, devengase
la costa que le hacía
en la pública fábrica del muro;
con que no maltratado, y bien seguro,
de nadie queja alguna
le quedaba, si no es de su fortuna.
En este, pues, recíproco contrato
de que me sirva, pues que no le mata,
conjurados, hicieron tan notable,
traición, motín tan fiero y execrable,
tan bárbaro despeño,
como dar cada cual muerte a su dueño.


En la comedia de Darlo todo y no dar nada, hay tres caracteres superiormente descritos, el de Alejandro Magno, ambicioso, vehemente en sus pasiones, irascible, pero lleno de dignidad y capaz de oír y obedecer la voz de la razón: el de Diógenes, filósofo austero por convicción, atrevido para el orgullo de su entendimiento, pero más estoico que cínico: y Campaspe, dama hermosísima pero montaraz y valerosa, que da muerte a un capitán macedonio en defensa de su honor, inspira amor al Grande Alejandro, le salva la vida en una montería cuando el caballo iba a despeñarle, pero sin corresponder a su pasión: porque ella ama a Apeles, y se irrita generosamente de que este insigne pintor, amándola y siendo correspondido de ella, haga su retrato para el Grande Alejandro.

El carácter de Diógenes se despliega al principio del primer acto, oyendo los aplausos con que se celebra la llegada a Grecia de Alejandro.

DIÓGENES
¿Qué contrarias armonías
en no contrarios acentos,
que de estruendos marciales,
aquí de dulces estruendos,
—98→
la esfera del aire ocupan
hasta penetrar el centro
deste pobre albergue, donde
yo reino, y rey de mí mismo,
habito solo conmigo,
conmigo solo contento?
¿Mas quién me mete en dudarlo?
sea lo que fuero, puesto
que no me puede añadir
ni gusto ni sentimiento
el saber con qué razón
la media razón del eco
suena en su cóncavo espacio
una y otra vez diciendo...
ÉL y TODOS
Que a su imperio le viene el mundo estrecho
pues todo el mundo es línea de su imperio.
CHICHÓN
Por esta parte me dicen
que una fuente hay; y aunque tengo
trabada lid con el agua,
por haber mi casa hecho
alianza con el vino,
la he de buscar con todo eso
que el cansancio con que entramos
en Grecia marchando, muertos
de sed y calor, bien pueden
honestar la tregua, siendo
en Grecia agua mi socorro,
mientras no hallo vino Greco:
¿por dónde irá la bellaca?
Pero aquí1 hay gente: buen viejo,
decidme hacia dónde corre
una fuente, que deseo,
por más que corra, alcanzarla:
que dudando y temiendo,
cuando la busco rabiando
el que la he de hallar riendo.
DIÓGENES
Venid conmigo, que yo
hallá voy, a cuyo efecto
—99→
me halláis, ya lo veis, cargado
deste rústico instrumento.
CHICHÓN
Moza de cántaro, ya
dijo no sé qué proverbio;
viejo de cántaro, no
lo dijo hasta hoy; ¿pues qué es esto!
¿no hay quien venga en vuestra casa
por agua, sino vos?
DIÓGENES
Necio
debéis de ser.
CHICHÓN
¿Y de qué
lo inferís?
DIÓGENES
¿De qué? Si puedo
servirme yo a mí, culpéis
que otro no me sirva, puesto
que sólo está bien servido
el que se sirve a sí mesmo.
CHICHÓN
¿Mal fardado y sentencioso?
¿pobretón y circunspecto?
¿sois filósofo?
DIÓGENES
No sé;
mas sé que quisiera serlo.
CHICHÓN
Pues en tanto que llegamos,
decidme, así os guarde el cielo,
¿cómo, cuando estas campañas
están con tantos diversos
aplausos de paz y guerra
cubiertas, vos acudiendo
a tan civil ejercicio,
vais penetrando lo espeso
destos montes, apartado
de tanto heroico comercio
sin que la curiosidad
os lleve siquiera a verlo?
DIÓGENES
¿Pues qué hay que ver?
CHICHÓN
¿Qué hay que ver?
Cuando no fuera el inmenso
aparato con que vuelve
coronado de trofeos
un ejército, triunfante
de toda Persia, trayendo
prisioneras a las hijas
—100→
de Darío, su supremo
rey, que puesto en fuga, él solo
escapó la vida huyendo;
cuando no fuera el aplauso
con que le recibe el pueblo
en estas montañas, donde
ha de alojar este invierno,
¿el ver no más a Alejandro
no bastaba?, a cuyo esfuerzo,
como esas canciones dicen,
viene todo el mundo estrecho.
ÉL y MÚSICOS
Pues todo el mundo es línea de su imperio.
DIÓGENES
Necio te llamé una vez,
y ahora a llamártelo vuelvo:
¿Alejandro es más que un hombre
tan vanamente soberbio,
que llora que hay sólo un mundo
para verle a sus pies puesto?
¿pues por qué me he de mover
a verle? Cuando mi afecto
más fuera, si fuera un hombre
tan sabio, prudente y cuerdo
que llorara que no había
otros muchos mundos nuevos
sólo para despreciarlos,
más que para poseerlos;
pero esta filosofía
no es para ti, a lo que infiero
de tu trage y tus razones.
CHICHÓN
¿Por qué?
DIÓGENES
Porque al culto atento
de ese humano dios, aplaudes
su ambición, no conociendo
que con cuanto puede, no
puede enmendar un defecto
con que, para desengaño
de lo poco que es su imperio,
le dio la naturaleza
en los ojos.
CHICHÓN
Yo confieso
—101→
que atravesados, es grande
la fealdad que tiene en ellos
mayormente encarnizado
y lagrimoso el izquierdo,
sobre cuyo hombro derriba
la cabeza quizá el peso
del laurel; pero qué importa
ser horroroso su aspecto,
sino le pasan al alma
imperfecciones del cuerpo?
DIÓGENES
Sí, más debiera sin ellas
pasar al conocimiento
de que es todo su poder
caduco y perecedero,
pues con cuanto puede, no
puede enmendarse a sí mesmo;
y dejando para otra
ocasión el argumento,
que no acaso este principio
quizá a mejor fin asiento,
aquesta es la fuente; toma,
este vaso es cuanto puedo
ofrecerte.
CHICHÓN
¿Para qué?
DIÓGENES
Para que bebas, cogiendo
el agua con más descanso.
CHICHÓN
Mano con que beber tengo:
mi señora Doña Clara,
cuyo corriente despejo
entre esotras flores viene
buscando la flor del berro,
en forma de besamanos,
como suelen desde lejos
los que afectan cortesía
a usted saludo, y protesto
la nulidad de la fuerza
que la sed me hace; advirtiendo
que no sirva de ejemplar
para otra vez.
DIÓGENES
¿Qué es aquello?
—102→
con la mano al labio sirve
el cristal; al fin, es cierto
que no hay loco de quien algo
no pueda aprender el cuerdo
pues si la naturaleza
me dio más noble instrumento
que el de este barro, de quien
servirme pueda, no quiero
ofenderla más, pues hasta
el agravio que la he hecho
en no saberlo hasta ahora.
CHICHÓN
Yo he bebido; ¿más qué es eso?
DIÓGENES
Romper ese inútil barro.
CHICHÓN
¿Pues por qué?
DIÓGENES
Porque no tengo
de tener nada que sea
para la vida superfluo
si puedo vivir sin él,
ya que de tu sed lo aprendo,
para qué le quiero yo.
CHICHÓN
¿De suerte, que de provecho
no es lo que no es tan forzoso,
que no se viva sin ello?
DIÓGENES
Claro está; pues para sola
una vida que tenemos,
cuanto en ella está de más,
está en el juicio de menos
y ya que de ti enseñado
hoy en una parte quedo,
vélo tú en otra de mí,
considerando, advirtiendo
qué caso hará de Alejandro
ni de todos sus anhelos,
sus aplausos, sus victorias,
sus conquistas y trofeos,
quien se embaraza con sólo
un tosco vaso grosero
el día que llega a ver
que no tenerle es lo mesmo
—103→
que tenerle; y porque más
se esmere el conocimiento
desta verdad, dí a Alejandro
que Diógenes, un viejo
mísero y pobre que en estas
soledades vive atento
más a saber, que a adquirir,
no sólo va a verle, pero
por no verle, al tiempo que
con tanto heroico festejo,
según esas voces dicen,
viene atravesando al templo
de Júpiter, donde yace
el hadado nudo ciego
de Gordio, huyendo su vista,
va penetrando lo espeso
destas rústicas montañas:
y añade, que si él es dueño
del mundo, yo lo soy más,
pues en contrarios estremos,
él lo es porque le estima,
y yo porque lo desprecio;
por más que esas voces digan
una y otra vez al viento...
ÉL y TODOS
Que a su imperio le viene el mundo estrecho,
pues todo el mundo es línea de su imperio.
CHICHÓN
Estrañas borracherías
son las de todos aquestos
filósofos; pues por sólo
haber dicho muy severo
cuanto la vida de más está,
en el juicio de menos,
se andará toda la vida
por aquesos vericuetos
con su filosofía acuestas,
padre conscripto del yermo.


Veamos cómo describe, Calderón la célebre visita   —104→   de Alejandro a Diógenes, tan celebrada de los historiadores. Hállase al principio del segundo acto.

CHICHÓN
       Llega,
señor, que en casa está el viejo.
ALEJANDRO
¿Dijístele que a sus puertas
estaba Alejandro?
CHICHÓN
Sí.
ALEJANDRO
¿Pues cómo no sale a ellas
habiendo mi nombre oído,
a recibirme siquiera?
CHICHÓN
Como dice que es temprano,
porque el sol aún no calienta,
que en saliendo el sol, saldrá.
ALEJANDRO
¿Y qué hacía?
CHICHÓN
En una media
tinaja, llena de lana,
metido hasta la cabeza
estaba, que parecía
degollado de comedia;
sin que haya en todo el espacio
más cama, silla, ni mesa,
que un candil, y cuatro libros.
ALEJANDRO
Hombre que en tanta miseria
vive, ¿de saber que yo
vengo a verle ni se altera
ni se sobresalta más?
CHICHÓN
Y porque mejor lo veas,
oye, que vuelvo a llamarle:
señor Diógenes, advierta
que viene a verle Alejandro.
DIÓGENES
¿Héle dicho yo que venga?
Pues si yo no se lo he dicho
que se espere, o que se vuelva.
ALEJANDRO
No hay más que decir.
EFESTIÓN
O mucha
constancia, o locura es esta.
ALEJANDRO
Sea lo que fuere, ya
hice capricho de verla
si es constancia, por aprecio,
y si es locura, por fiesta:
—105→
bien podéis salir, que ya
el sol sus rayos despliega.
DIÓGENES
Pues al ver el sol saldré,
que al fin es el que me alienta,
me anima, y me vivifica.
ALEJANDRO
¿De suerte que si no fuera
por el sol, lo que es por mi
no salierais?
DIÓGENES
Lo que hiciera
no sé; mas sé, que él me trae
en la regular tarea
de las noches y los días
esta luz hermosa y bella,
y que vos no me traéis nada.
ALEJANDRO
Sí traigo.
DIÓGENES
¿Qué?
ALEJANDRO
La respuesta
de un recado que me dio
vuestro ese soldado.
DIÓGENES
¿Qué era?
Que como cosa de poca
sustancia, no se me acuerda.
ALEJANDRO
¿De poca sustancia es
decir, que en mi competencia
sois vos más dueño del mundo,
que yo?
DIÓGENES
Ah, sí, ya se me acuerda;
es verdad, yo se lo dije:
y si de escucharlo os pesa,
perdonad, lo dicho dicho.
ALEJANDRO
Antes me huelgo, y por esa
razón vengo a visitaros,
pues es justo que a ver venga
Alejandro a un igual suyo.
DIÓGENES
Pues como entre iguales sea
la visita; ahí hay un tronco,
sentaos, que yo en esta
peña procuraré acomodarme.
ALEJANDRO
Agradezco la licencia.
¿Qué es eso?
CHICHÓN
Deste monarca
la caballería ligera,
que en desmandadas patrullas
va saliendo a pecorea
—106→
con el día.
ALEJANDRO
Quita, necio.
CHICHÓN
Ya quito.
ALEJANDRO
Locuras deja:
y pasando, como amigos
de cumplimiento a la queja,
dícenme que por no verme
echasteis por otra senda.
DIÓGENES
También me dicen que vos,
por verme, echasteis por esta.
ALEJANDRO
¿Y es la misma razón huir
vos, que yo buscar?
DIÓGENES
La mesma:
pues ni otro huyera de vos,
sino yo, ni otro viniera,
sino vos, a verme a mí;
y así, es clara consecuencia,
que haciéndolo por hacer
los dos lo que otro no hiciera,
ni en vos hay queja, ni en mí
culpa.
ALEJANDRO
¿Y eso, en qué se prueba?
DIÓGENES
En que esto de los caprichos
más quiero maña que fuerza.
ALEJANDRO
No decís mal; pero vamos
a saber de qué manera.
sois vos más dueño del mundo,
que yo.
DIÓGENES
¿Pues no es evidencia,
que es más rico el que le sobra,
que el que le falta la hacienda?
ALEJANDRO
Claro está.
DIÓGENES
Luego si a vos
sola una parte pequeña
que os falta, os trae desvelado,
y no veis la hora de verla
debajo de vuestro imperio
y a mí nada me desvela,
porque no se me da nada
que sea mío o no lo sea,
más rico soy yo que vos,
pues a vos os falta esa
parte que deseáis, y a mí
me sobran todas aquellas
—107→
que no deseo; y si no,
pasemos a la esperiencia
a cuál está más contento,
¿vos con toda esa grandeza,
magestad y pompa, o yo
con toda aquesta miseria,
hambre y desnudez?
ALEJANDRO
No quiero
aventurar el apuesta
pero la posteridad
de una heroica fama eterna,
¿será vuestra, o será mía?
DIÓGENES
Será mía, y será vuestra.
ALEJANDRO
¿Cómo?
DIÓGENES
Como quien dijere
que vino Alejandro a Grecia,
dirá como visitó
a Diógenes en ella;
con que en la historia vendremos
a correr los dos parejas,
vos por hacer la visita,
y yo por no agradecerla:
fuera de que, ¿qué me importa
que fama o no fama tenga,
si un aliento de la vida
hoy calladamente suena,
más que después todo el ruido
de sus trompas y sus lenguas?
ALEJANDRO
Pues siendo así, que la vida
es lo que se goza della
vos no la gozáis, yo sí;
y para que lo veáis, sea
este también mi argumento,
para que a escuchar no vuelva
que no vengo a traeros nada:
¿qué queréis que mi grandeza
os dé?
DIÓGENES
Con que no me quite
mi vanidad se contenta.
ALEJANDRO
¿Con que no os quite?
DIÓGENES
Sí.
ALEJANDRO
Pues
decidme, porque lo sepa,
—108→
¿qué es lo que yo os quito?
DIÓGENES
El sol,
que va tornando la vuelta
y así, pasaos aquí, no
me quitéis por vida vuestra
lo que no me podéis dar.
ALEJANDRO
Yo os estimo la advertencia;
y pues que ya os doy el sol,
daros lo demás quisiera;
¿qué queréis que por vos haga?
DIÓGENES
A tan general promesa
liberal y generosa,
darme por vencido es fuerza:
ahora bien, haced por mí...
ALEJANDRO
Decid, nada os enmudezca:
¿qué queréis que haga por vos?
DIÓGENES
Sola otra flor como esta.
ALEJANDRO
Eso fuera ser Criador;
no cabe en la humana esfera
tan soberano atributo.
DIÓGENES
¿Pues qué hay que os desvanezca?
Si vuestro poder no basta
a hacer una inútil yerba,
que da el prado tan de balde,
que la pace cualquier fiera,
que cualquier ave la pica,
y la aja cualquier huella,
id con Dios, y a los que estudian
las desengañadas ciencias
que en ese azul libro, y ese
verde libro nos enseñan,
ya caracteres de flores,
y ya imágenes de estrellas,
porque aprendamos a un tiempo
divinas y humanas letras
investigando ingeniosos
aquella causa primera
de todas las otras causas
no vengáis a hacerles pruebas
—109→
de qué quieren, o qué estiman,
que no hay que estimen ni quieran
sitio solos desengaños;
y porque mejor se vea
cuál es más rico tesoro
la magestad o la ciencia,
ya que la primera huisteis,
vaya la segunda apuesta
a cuál necesita antes,
o yo de vuestras riquezas,
o vos de mis ciencias.


Son admirables los versos en que Campaspe al verse pintada echa en cara a Apeles la ruindad de pintarla para otro.

CAMPASPE
¡Qué es lo que miro! ¿es por dicha
lienzo o cristal trasparente
el que me pones delante?
Que mi semblante me ofrece
tan vivo, que aun en estar
mudo también me parece:
pues al mirarle, la voz
en el labio se suspende
tanto, que aun el corazón
no sabe cómo la aliente:
¿soy yo aquella, o soy yo?
torpe la lengua enmudece,
quizá porque el alma en medio
de las dos, dudando teme
dónde vive, u dónde anima,
no sabiendo a un tiempo entre
una y otra imagen mía,
de cuál de las dos es huésped.
¿Esta habilidad tenías?
¿segundo ser darle puedes
a un cuerpo? ¿Pues cómo, cómo
si tan divino arte, ejerces,
—110→
tan bajamente le empleas,
que para otro dueño enjendres
la copia de lo que dices
que amas? Vete de aquí,
vete, que en una parte me admiras,
y en otra parte me ofendes.


Apeles, agitado del amor y de los celos, obligado por la lealtad a callar su pasión, pierde en esta lucha de afectos el juicio, cayendo en una melancolía mezclada de arrebatos furiosos. Alejandro, que le amaba, encarga a Diógenes que averigüe la causa de su mal, y él la descubre y la dice a Alejandro. La escena que resulta de esta declaración, y que forma el desenlace del drama, basta ella sola para probar la superioridad de Calderón como escritor dramático.

DIÓGENES
       Las plantas
me da, señor, en albricias
de que ya mi ciencia alcanza
el accidente de Apeles.
ALEJANDRO
Si en otra ocasión llegaras,
fueras más bien recibido;
mas ya que llegaste, habla,
dí, ¿qué accidente es?
DIÓGENES
Amor.
ALEJANDRO
Si no dices más, no basta
para que te crea, pues esa
fue la primera palabra
que dijiste, y no por eso
fue cierto, y como no añadas
más, lo mismo será ahora.
DIÓGENES
¿Bastará decir la dama
y el competidor?
ALEJANDRO
Sí.
DIÓGENES
Pues
si eso es todo lo que falta
al crédito de mis ciencias,
y a sus conjeturas sabias,
aunque yo no lo conozco.
perdone esta vez su fama,
—111→
la dama es Campaspe, y tú
el que de celos le mata;
de suerte, que amor y celos
son de sus penas la causa.
ALEJANDRO
¿Qué dices? ¡ay infelice!
CAMPASPE
Cielos, la suerte está echada.
DIÓGENES
¿Que es Campaspe a quien adora?
ALEJANDRO
No prosigas, calla, calla,
que en ti, porque me lo dices,
más que en él, porque me agravia,
pues ya es cómplice al dolor
quien el dolor adelanta,
tengo de vengar mis celos.
EFESTIÓN
Advierte, señor...
DIÓGENES
Bien pagas
su fineza y mi fineza.
ALEJANDRO
¿Qué fineza?, si tirana
tu voz, su intención traidora,
me han dado la muerte ambas.
CAMPASPE
Ay de quien sobre sí, cielos,
todo este escándalo aguarda.
DIÓGENES
La suya, pues, es tan grande,
tan noble, tan leal, tan rara
que a despecho del favor
que quizá en Campaspe halla,
se deja morir, por no
ofender la confianza,
respeto y decoro que
tan a su costa te guarda.
La mía, pues, que te pongo
en ocasión de que hagas
una acción tan generosa
como agradecer las ansias
del que en abono de todos
los que encarecen que aman;
diciendo, que amantes pierden
por su dama el juicio, anda
tan fiel contigo, y con ella,
que en las desdichas que pasa,
—112→
pierde por la dama el juicio,
y por ti el juicio y la dama.
ALEJANDRO
No con razones me arguyas
sofísticamente falsas,
que no hay en celos razón
mayor, que el que no la haya;
y así, en ti ahora, y después
en él, si es que ella le ama,
que yo lo sabré, mis celos
vengaré.
CAMPASPE
¡Qué oigo!
EFESTIÓN
Repara...
DIÓGENES
Buena ocasión se ofrecía
de volver a la pasada cuestión,
de cuál de los dos
es más invicto monarca.
ALEJANDRO
¿Cómo?
DIÓGENES
Como si antes de ahora
no creía a quien contaba
que esclavo de tus pasiones,
la destemplanza te agrava
la lascivia te posee,
y la ira te arrebata,
ahora lo creo, al mirar
lo que una afición te arrastra;
y siendo así, que esa ira,
ambición y destemplanza,
lascivia y envidia, yo
esclavas traigo a mis plantas,
¿cuál será más poderoso,
yo, que mando a quien te manda,
o tú que sirves a quien
me sirve a mí? Con tan clara
consecuencia, logra ahora
mi muerte; pero a lograrla,
mira quién eres, pues eres
esclavo de mis esclavas.
EFESTIÓN
A tanta osadía, no tengo
de impedirte ya...
CAMPASPE
Él le mata.
ALEJANDRO
¿Mira quién eres, pues eres
esclavo de mis esclavas?
—113→
¿tanto una ciega pasión
desluce el decoro, ultraja
el respeto, que ocasiona
a que pueda cara a cara
atrevérsele la voz
de un mísero, en confianza
de que diciendo verdad,
la muerte no le acobarda?
Pues no ha de ser, no ha de ser,
que no ha de decir la fama
que dijeron a Alejandro
de Diógenes las canas,
mira quien eres, pues eres
esclavo de mis esclavas,
sin que tratase enmendar
de sus defectos la causa.
CAMPASPE
¿Cómo tan afable le habla?
ALEJANDRO
Y dime otra vez, ¿por mí
Apeles muere con tanta
fineza, que leal y noble,
aunque Campaspe le ama,
a Campaspe olvida?
CAMPASPE
Él
mi amor averiguar trata.
GENTE
Guarda el loco, guarda el loco,
DIÓGENES
Esas voces lo declaran
mejor que yo.
ALEJANDRO
Dejad que entre.
APELES
Pardiez, aunque lo estorbara
todo el mundo, entrara yo,
sin que tú me lo mandaras,
porque al que pide justicia,
no ha de haber puerta cerrada.
CICH
Y más cuando una locura
le sabe falsear las guardas.
ALEJANDRO
¿Pues de quién justicia pides?
APELES
De esos que infieles te cantan,
que en repúblicas de amor
la política es tan mala,
que el traidor es el leal,
—114→
porque yo sé que te engañan,
y que hay lealtad en amor
tan grande... pero esto basta,
que no quiero que la sepas,
porque parece que falta
a la fineza el que hace
la fineza con jactancia.
ALEJANDRO
Repórtate, y pues está
tu queja tan bien fundada
yo te guardaré justicia
ea, valor; la más alta
victoria es vencerse a sí,
no diga de ti mañana
la historia, que toda es plumas,
el tiempo, que todo es alas,
que tuvo en su amor Apeles
más generosa constancia
que yo: si él por mí se deja
morir con lealtad tan rara,
¿por qué, pudiendo él hacerla,
no he de poder yo pagarla?
¿Campaspe?
CAMPASPE
Sin duda en él
y en mí se venga: ¿qué mandas?
ALEJANDRO
Que seas heroico asunto
que en láminas de oro y plata
de mis liberalidades
corone las esperanzas:
alábense otros que dieron
ya a las letras, ya a las armas,
coronas, reinos, provincias,
ciudades, templos, y estatuas,
que no ha de alabarse alguno
que sacrificó a las aras
de la lealtad mayor triunfo,
ni dio más, pues dio su dama,
el día que en su poder,
o gustosa, o no, la halla
Dale, pues, la mano a Apeles,
—115→
porque esposa suya, vayas
donde no te vean mis ojos:
tú, Diógenes, repara
en la dádiva mayor,
si soy esclavo de esclavas,
o si soy dueño de mí
y tú mira la distancia
que hay de tu amor a mi amor,
pues tú me la das pintada,
y yo te la vuelvo viva,
para que diga la fama
que lo di de una vez todo,
pues dí la mitad del alma.


La comedia de las Armas de la hermosura, que es la que se representaba con más frecuencia cuando Calderón era el dios de la escena, está llena de interés para los que no sepan la verdadera historia de Coriolano, pues en sabiéndola es imposible dejar de culpar que se sustituyesen para salvar a Roma las lágrimas de una amante a las de una madre, y que se diese por motivo a la defección de aquel héroe el proyecto de anular los decretos del Senado contra las galas y adornos de las mujeres. El Coriolano de Shakespeare es más conforme con la historia, aunque más feroz y grosero, que el de Calderón. El de este es más bien un Ricohombre de Castilla del tiempo de Enrique IV, que un patricio romano.

Mas no por eso deja de tener versos excelentes, situaciones dramáticas y escenas bellísimas.

En el primer acto, Astrea, reina de Sabinia, que viene con su esposo a hacer guerra a Roma, al dar la vista a esta ciudad, describo su origen en los siguientes versos.

ASTREA
       Ya desde aquí diviso,
aunque no bien, aquella,
que ayer vil choza, y hoy fábrica bella,
—116→
tan elevada sube,
que empieza en muro, y se remata en nube.
¡O tú de la fortuna
transmutado teatro, cuya escena
no sé si diga de piedades llena,
o llena de crueldades,
que tal vez son crueles las piedades,
en yerto albergue dio primera cuna
a aquellos que arrojados
de ignoradas entrañas,
hambrienta loba halló, que en sus montañas
recién nacidos, ya que no abortados,
eran espurios hijos de los hados!
¡O tú, que en lo voraz de su fiereza,
mudando especie la naturaleza
viste en vez de ser ellos de su hambriento
furor destrozo, en cándido alimento
trocar la saña, haciendo que ellos fuesen
los que de ellas al revés se mantuviesen!
Si a sus pechos criados,
si a su calor dormidos,
si de roncos anhelitos gorjeados
crecieron, arrullados a gemidos
¿qué mucho, que vandidos
Sañudamente fieros,
se juntaran con otros vandoleros,
para vivir sin Dios, sin fe, sin culto,
del homicidio, el robo, y el insulto?
De esta, pues, compañía,
Rómulo capitán, temiendo el día
de tu mudanza, a fin de resguardarse,
trató fortificarse,
para cuyo seguro
el surco de un arado lineó muro,
con ley tan inviolable, que su extremo
asaltarle costó la vida a Remo...
Este fue (o tú, otra vez, varia fortuna,
condicional imagen de la luna)
—117→
el origen, que altiva te conserva
crecida, a imitación de mala yerba.


Coriolano vuelve victorioso de los sabinos, y Veturia se queja ante él y sus compañeros de gloria, de los decretos del Senado.

No blasonéis, pues, soldados,
en la rota del Sabino,
de que venís con honor;
que si valientes y altivos
le dejáis ganado,
acá le hallaréis perdido.
Inútil os fue el valor,
poco provechoso el brío,
la resolución sin logro,
y sin efecto el peligro,
pues no habiendo de lograrle,
ya de nosotras mal vistos,
que si en fe de apetecidas
vuestro agasajo nos hizo
que descansase la queja
u la sombra del cariño
¿qué mucho, que despreciadas
al contrario, el albedrío, que
fue dócil al halago,
sea rebelde al desvío?
Como esposas nos tratasteis
nobles, corteses, y finos;
¿pues cómo ya como esclavas
nos tratáis, con tal dominio,
que en mugeriles adornos
aun no nos dejáis arbitrio?
No lo sentimos por ellos,
que por lo que lo sentimos,
es la desestimación,
el desdén, el descariño,
el ultraje, el ajamiento,
—118→
que si el mundo en su principio
nos privó (quizá de miedo)
del uso de armas y libros
no del uso nos privó
de aquel aplicado aliño
con que la naturaleza
se vale del artificio.
¿Pues cómo, siendo heredados,
contra el natural estilo,
canceláis de las mugeres
los privilegios antiguos?
¿Qué bruta nación, adonde
nunca llegar han podido
ni la política en leyes,
ni la república en juicios;
qué adusto bárbaro, a quien
tostó ardiente, erizó esquivo
el sol la tez en ardores
y el aire la greña en rizos,
les negó la adoración
del humano sacrificio
de ser ellas las rogadas,
y ser ellos los rendidos?
Cuanto más la urbanidad
de los comercios, que dignos,
sin deslizarse a indecentes,
se mantienen en festivos.
¿Las mugeres, a quien deben
primer albergue nativo
los hombres, y a quien los hombres
en dos maneras han sido
tan costosos al nacer,
y al criarse tan prolijos,
han de vivir abatidas
a vista de quien las quiso,
o lo dijo por lo menos,
pues basta ver que lo dijo,
para ver cuán desairados
—119→
estar todos es preciso,
vosotros con vuestras damas,
y Coriolano conmigo?
Por noble, pues, Coriolano,
por galán, por entendido,
por cortesano en la paz,
en la guerra por invicto,
o por hombre solamente,
que harto con esto te obligo,
si como dama te ruego,
y como esclava te pido
que aquesta infamia derogues,
haciendo que su designio
se borre de la memoria,
y se escriba en el olvido
y si acaso a esta fineza,
de cobarde, u de remiso
no te dispone lo amante,
no te resuelve lo fino,
yo de mi parte a ti solo,
y a todos os lo repito
de parte de las demás
protesto, juro y afirmo
por esa antorcha del día,
que con afán repetido
se apaga al morir en hondas,
se enciende al nacer en visos,
que ha de ser siempre en nosotras,
si no hacéis lo que pedimos,
el agasajo forzado,
poco seguro el cariño,
el favor poco constante,
el desabrimiento fijo,
triste y escabroso el lecho,
el gusto forzado y tibio,
con melindres la fineza,
el halago con retiros,
siempre el enojo rebelde
—120→
nunca seguro el alivio;
y cuando aquesto no baste,
monstruos somos vengativos;
temed, pues, temed que el odio
quizá se pase a peligro,
que en manos de las mugeres
también con violentos bríos,
saben herir los puñales,
saben cortar los cuchillos.


La descripción que hace Veturia al principio del segundo acto del tumulto que movió Coriolano en Roma, es uno de los trozos mejor escritos de Calderón.

Resuelto, pues, Coriolano,
en volver por nuestra fama
toda la milicia suya
tomó la voz, empeñada
en que igual ley el Senado
había de revocarla:
él empeñado también
en que una vez promulgada,
había de mantener
inviolable su observancia,
dando nombre de traidor
motín a la repugnancia,
echó bando de que, pena
de serlo, ninguno osara
a seguir a Coriolano
dejando desamparada
de favor a la justicia;
con que la nota de infamia,
arrastrando tras sí al pueblo,
puso a toda Roma en arma.
En vano será decirte
que no hubo calle, ni plaza,
que no fuese lastimoso
teatro de mortales ansias;
—121→
entro todas, la mayor
(que hay desgracia de desgracias)
que en el ciego, el confuso
tumulto, una desmandada
punta (áspid debió de ser,
quizá aborto de mi rabia)
el pecho de Flavio hirió
con tan venenosa saña,
que no hubo tiempo entre herirle
el cuerpo, y faltarle el alma.
Muerto el senador, el pueblo
con el pavor, y a la instancia
de su hijo en venerar su muerte,
tanto el número adelanta,
que embestido Coriolano
de tan superior ventaja,
fuera fuerza que matando
muriera, si no llegara,
intrépidamente osado,
sobre el furor de las armas
su padre a arrojarse en medio,
repitiendo en voces altas:
Muera, que no es hijo mío
quien es traidor a su patria;
pero muera (prosiguió)
de suerte, que satisfaga
su muerte al cielo, y al mundo,
siendo ejemplo, y no venganza:
esta causa es del Senado,
a mí me toca esta causa,
como a primer senador,
que el ser padre, no embaraza
al ser juez, porque aunque son
dos acciones tan contrarias,
mi sangre y mi obligación
sabrán cumplir con entrambas,
dijo; y llegando a su hijo,
que al verle, se echó a sus plantas,
—122→
le arrancó el laurel con una mano
y con otra la espada.


Coriolano, sentenciado a destierro, hace causa común con los sabinos, guía sus armas, viene sobre Roma, y la estrecha hasta tal punto, que los romanos piden capitulación.

Su padre Aurelio, jefe del Senado, y que había sido el primer voto para condenar a su hijo viene a ofrecer condiciones de paz al rey de Sabinia.

AURELIO
Invicto rey: ¡mas qué miro!
CORIOLANO
Disimule lo que admiro.
AURELIO
Yo... cuándo... sí...
CORIOLANO
¿Qué te espantas
y turbas? Romano, dí,
¿a qué has venido?
AURELIO
No sé,
porque todo lo olvidé
en el punto que te vi.
CORIOLANO
¿Pues qué es lo que has visto en mí?
AURELIO
He visto en real teatro una
farsa alegre o importuna,
adonde el discurso advierte
que hizo los versos la suerte
y la traza la fortuna.
CORIOLANO
Pues a admirarte te obligue,
pero a enmudecerte no.
AURELIO
Por eso me admiro yo.
CORIOLANO
¿A qué has venido? Prosigue.
AURELIO
No mi intento se castigue
en ti, que al rey vengo a hablar.
CORIOLANO
Pues yo estoy en su lugar,
y con su poder estoy,
que general suyo soy.
AURELIO
Pues escucha a mi pesar.
Roma, que su heroica frente
corona la azul esfera,
en su juventud primera
imagen es de una fuente,
—123→
cuya apacible corriente
junto al mar empezó a ver
la luz, sin llegar a ser
espejo de su zafir,
pues acabó de vivir
adonde empezó a nacer.
Salud, Sabino, te envía,
y dice, que pues mayor
aplauso en un vencedor
es usar de bizarría,
que de tus piedades fía
la libertad suya, cuando
vencedor te está aclamando
pues en el marcial estruendo,
más que un ejército hiriendo,
vence un héroe perdonando.
Y ya que la deidad varía
de la gran fortuna está
tan de tu parte, será
desde hoy tu tributaria:
su república contraria,
unida desde hoy contigo
dos glorias te da, dos digo,
pues dos serán soberanas,
si a un tiempo un amigo ganas,
y pierdes un enemigo
CORIOLANO
Romano, aunque siempre ha sido
perdonar acción gloriosa,
también acción generosa
es vengarse el ofendido:
dí a Roma, que yo he venido
a destruirla, y que así,
no espere piedad en mí,
porque no la he de tener
hasta verla perecer.
AURELIO
¿Eso me respondes?
CORIOLANO
Sí.
AURELIO
Bárbaro, que ya ha faltado
a mi paciencia valor:
—124→
¿dónde está tu antiguo honor
de estas canas heredado?
CORIOLANO
¿Qué sé yo? De él despojado
Roma, madrastra cruel,
me envió: si Patricio fiel,
quieres saber dónde está
mi honor, ella lo dirá,
pues que se quedó con él.
CORIOLANO
Fácil es satisfacella.
AURELIO
Quedose con la querella,
que tendrá de ti mi honor,
con la nota de traidor,
tomando armas contra ella.
CORIOLANO
Fácil es satisfacella.
AURELIO
¿Y habrá razón que convenga
a quien sin honor se venga?
CORIOLANO
Sí, pues me la facilita.
AURELIO
¿Qué?
CORIOLANO
Que si ella me le quita
¿cómo quiere que le tenga?
fuera de que el que he ganado,
me basta a mi para honor.
AURELIO
¿Quién te dio tanto rigor?
CORIOLANO
El padre que me ha engendrado:
padre, y juez en un estrado,
tal vez fue juez, padre no.
¿Qué mucho, pues si él faltó
a ser padre por ser juez,
siendo juez, y hijo esta vez,
que falte a ser hijo yo?
AURELIO
Él procedió cuerdo y sabio
pues ejerció la justicia
castigando una malicia.
CORIOLANO
Yo castigando un agravio.
AURELIO
Él con la pluma y el labio
que lavó una afrenta piensa.
CORIOLANO
Yo lavo una infamia inmensa.
AURELIO
El con extremo que hizo
una culpa satisfizo.
CORIOLANO
Yo satisfago una ofensa.
AURELIO
¿Quién te ha dicho que es valor
—125→
el ser uno vengativo?
CORIOLANO
Yo, que hasta cobrarle, vivo
sin aquel perdido honor.
AURELIO
Si te arrojó por traidor
Roma, y vengarte apeteces,
doblada infamia padeces,
de que el mismo honor es juez,
pues por lograrle una vez,
lo habrás perdido dos veces.
CORIOLANO
Del real manto despojado,
el estoque desceñido,
seco el laurel adquirido,
y roto el bastón ganado:
todo, Romano, lo he hallado
en quien sobre Roma está
luego la infamia será
en quien honra solicita
por dársela a quien la quita,
quitársela a quien la da.
Por la luz, campaña pura,
que a cargo mi causa toma,
que hoy ha de ser la gran Roma
de sus hijos sepultura:
no ha de haber piedra segura
en sus altos muros, no;
y en viendo que ya acabó
su fábrica peregrina,
por no quedarme otra ruina
lloraré su ruina yo.
AURELIO
Duélete, de sus noblezas.
CORIOLANO
Nada mi agravio les debe.
AURELIO
Pues duélete de la plebe.
CORIOLANO
No se movió a mis tristezas.
AURELIO
Duélete de sus bellezas.
CORIOLANO
A ellas mayor parte alcanza
de que logre mi alabanza
y en fin, pues que todos fueron
los que mi desdicha vieron
—126→
lloren todos mi venganza.
AURELIO
¿Qué no hay piedad?
CORIOLANO
No la esperes.
AURELIO
Mira que es Roma tu madre
mira que yo soy tu padre.
CORIOLANO
Tú has dicho que no lo eres;
si te creo, ¿qué me quieres?
AURELIO
¿No hay remedio?
CORIOLANO
No se aguarde.
AURELIO
Aunque te aconsejes tarde,
mira, o joven imprudente,
que ser con ira valiente,
no es dejar de ser cobarde.


Coriolano manifiesta la misma inflexibilidad a los demás que vienen a rogarle por Roma, y aun a la misma Veturia, hasta que le enternecieron sus lágrimas.

En la lección siguiente hablaremos de los dramas de Calderón en el género trágico, en el cual sobresalió entre nuestros poetas dramáticos quizá más que en otros.