Hemos dado el nombre de ideales
a aquellas comedias de nuestro antiguo teatro, en que la
intención primaria del poeta es desenvolver una idea
moral, concretada a una fábula, generalmente fantástica.
En esta clase de dramas, el mérito consiste en la
presencia constante de la máxima que se desea inculcar;
y los caracteres, los incidentes, y aun el interés
mismo de la acción, deben estar subordinados a aquella
intención, que debe dominar en todo el drama.
Lope
de Vega escribió algunas comedias en este género,
si bien con el defecto, ordinario en él, de perder
de vista el objeto principal, introduciendo nuevos incidentes
que involucraban la acción o bellezas episódicas
que en nada contribuían a desenvolverla. Calderón,
más atento a conservar la unidad de interés,
más ceñido al pensamiento primordial del drama,
más hábil en deducir de un solo hecho todos
los incidentes del drama, perfeccionó también
este género. Nos ha dejado en él seis comedias,
que son:
l.º La vida es sueño, el más admirable
de todos, y que puede mirarse como clásico en su línea.
2.º Gustos y disgustos son, no más que imaginación.
3.º En esta vida todo es verdad y todo es mentira.
4.º
Saber del mal y del bien.
5.º Amado y aborrecido.
6.º Nadie
fíe su secreto.
Empezaremos nuestros estudios en
este género por la comedia de Saber del mal y del
bien, que tiene
—154→
mucha semejanza con la del Rico y pobre
trocados de Lope de Vega, que ya analizamos.
El objeto moral
de esta pieza es mostrar cuán necesario es en la próspera
fortuna estar preparado para la adversa, y no desconfiar,
aun en el seno de la desgracia, de la mudanza de la suerte.
D. Álvaro de Viseo, caballero ilustre de Portugal,
huyendo de la ira de su rey, que se había declarado
contra toda su familia, pasó a Castilla, donde vivió
tan pobre, que un día se vio precisado a pedir un
pan a los monteros del rey Alonso VII, negado, a arrebatarlo
a uno de los perros de caza. Los monteros quisieron quitárselo,
él sacó la espada, se defendió gallardamente
de ellos; pero perseguido, cayó del monte donde estaban
al llano. y casi a los pies del rey, que con su valido D.
Pedro, conde de Lara, había sido testigo del combate
y del valor del extranjero. Sabida la causa de todo, encargó
el rey al de Lara que tomase hijo su protección a
D. Álvaro; el cual con sus excelentes prendas y la
compasión que inspiraba su triste suerte, supo granjearse
el afecto de D. Pedro, y llegó a ser el amigo del
privado.
En el segundo acto, los envidiosos del conde hicieron
llegar a manos del rey una carta fingida, en que se suponía
la inteligencia del valido con los malcontentos que deseaban
quitar al rey la corona, y restituirla a su madre Urraca.
El rey no llegó a dar crédito entero a la supuesta
traición del conde; pero irritado por dos expresiones
de la carta, el rey me teme y el pueblo me ama, quiso mostrar
que a nadie temía, y le quitó su amistad y
sus estados, reduciéndolo a la misma miseria que D.
Álvaro se hallaba antes, y nombrando por su privado
y ministro al mismo D. Álvaro.
En el tercer acto
se ven los esfuerzos de D. Álvaro para templar el
enojo del rey contra el conde; pero en vano. El rey lo manda
que renuncie a la amistad del hombre que le había
desagradado a él; pero habiéndose escondido
para lograr una intriga amorosa,
—155→
es testigo de las quejas
del conde contra D. Álvaro, creyéndole falso
amigo, y de las protestaciones de su inocencia. Esto le obliga
a averiguar el hecho; saca en claro la maldad de Íñigo
y Ordoño, cortesanos que habían urdido la traición
contra el conde, le vuelve a recibir en su gracia, y lo reconcilia
con D. Álvaro, manifestándole cuánto
había hecho a favor suyo.
La acción está
bien sostenida, y siempre aparece la idea moral de la versatilidad
de la fortuna; pero la versificación no es tan sostenida
y robusta como en otras comedias del mismo autor, lo que
en mi entender prueba que compuso este drama en su juventud.
Citaremos para muestra algunos pasajes.
Véase cómo
expone D. Álvaro el motivo de la riña con los
monteros.
Un pobre soy, que ahora huyendo
en mi patria los rigores
de la fortuna, que tienen
fortuna también los pobres:
desesperado de hallar
piedad alguna en los hombres,
huyendo de los poblados,
me salgo al campo a dar voces,
por ver si entre fieras
hallo
tan rigurosos favores,
y no fue en vano, pues
tuve
en desiertos horizontes
el cristal de esos arroyos
y la yerba de esos montes;
y no esta piedad divina
en las humanas acciones
de vuestra gente, pues hoy
viéndoos, señor, nuevo Adonis,
seguir
las fieras, herir
las aves, medir el bosque,
procurado
algún sustento,
llegue a vuestros cazadores,
—156→
que estaban dando a los canes,
el tosco manjar que comen.
Envidioso de los brutos,
dije humilde: Dad a un pobre
algún sustento; mas ellos
soberbiamente responden,
no tienen cosa que darme;
yo desesperado entonces:
¿cómo lo que dais a un perro,
se sabe negar
a un hombre?
La respuesta del conde, cuando el rey le
presenta la fingida carta, está llena de la elocuencia
del sentimiento.
REY
¿Conocéis aquesta firma?
CONDE
Mía parece, el alma lo confirma.
REY
Pues
leedla, si es vuestra.
CONDE
Horror su rostro y su semblante
muestra.
(Lee.)
Por reinar, no hay traición, señor,
no es mía.
REY
Leed más: vive Dios que se
ha turbado.
CONDE
¡Quién vio veneno en vaso tan
penado!
(Lee.)
Por reinar no hay traición, ni privanza
como reinar: la reina padece, el rey me
teme, el pueblo
me ama, yo estoy de la
pasada ocasión arrepentido.
REY
Conde, aunque yo no crea
que esta traición
de vuestro pecho sea,
y que la envidia derribaros quiso,
ya que verdad no sea, es un aviso
que me despierta
y llama,
viendo que el rey os teme, el pueblo os ama
yo soy rey, y yo puedo
vivir sin vos, atropellando el
miedo
que ese brazo me daba,
cuando infante en Galicia
me criaba:
sabed, conde, o culpado, o perseguido
que soy rey, que hasta aquí no lo había sido.
—157→
CONDE
¿Cómo, señor, pueden ser
obras
de un pecho tan limpio
las que oís vos enojado,
las que yo turbado admiro?
Yo que en vuestra infancia,
cuando el clavel recién nacido
desplegado no
se había
de su rosado capillo,
despreciando
inconvenientes
atropellando peligros,
de vuestra
primera cuna
os saqué en los brazos míos,
y en las mantillas, que así
lo repite el pueblo
a gritos,
dije: ¿Cómo, castellanos,
confusos,
y divertidos
os mostráis, teniendo rey,
que
aunque ahora es tierno niño,
gigante sera, que
dé
miedo a los futuro siglos?
Esto es vuestro
rey, hidalgos,
de Alfonso y de Urraca hijo,
legítimamente
dueño
de las barras y castillos.
Esto dije,
y en la iglesia
mayor os obedecimos,
yo el primero:
mas no es mucho
no os acordéis de servicios
que en aquella edad os hice;
pero que advirtáis
os digo,
que antes que vos fuerais rey,
era yo leal,
testigos
son los cielos. En ausencia
vuestra, a ser
más atrevido
quisieron hacerme rey
y quizá,
señor, los mismos
que hoy quieren hacerme nada;
¿pues cómo se ha convenido
—158→
obedeceros infante,
y joven no? Quien no quiso
sin peligro coronarse,
¿como querrá con peligros
tan grandes, como
perdiendo
la gracia vuestra? Rey mío,
mi señor,
mirad que anda
en palacio un basilisco,
que con la
vista da muerte,
monstruo de sus laberintos.
Está
lleno de filosofía el monólogo de D. Álvaro
en el tercer acto, viéndose obligado a aparentar que
renuncia a la amistad del conde.
ÁLVARO
¡O inconstancia desigual
de nuestro, discurso! ¿Quién
aplausos gozó
del bien,
sin las pensiones del mal?
Pues mi pecho
en pena igual
del bien y el mal ha sabido,
sólo
una cosa te pido,
fortuna; y es, pues que estoy
contigo
en paz, desde hoy
des mi memoria al olvido:
déjame
en aqueste estado,
ni envidiado, ni envidioso,
donde
ni aflija al dichoso,
ni consuele al desdichado;
y
supuesto que ha llegado
a un punto fijo detén
la rueda, y en tu vaivén
otro mi lugar ocupe,
déjame a mí, que ya supe
de tu mal y
de tu bien.
La fábula de la comedia Gustos y
disgustos son, no más que imaginación, es la
más a propósito para
—159→
probar esta máxima.
D. Pedro II, rey de Aragón, vivía separado
de su esposa Doña María de Montpellier, que
lo disgustaba por estar enamorado de Doña Violante
de Cardona, dama de la reina. Llegó una noche a la
quinta donde vivía su esposa, vio una dama a la reja,
y creyendo por los informes que traía que era Violante,
empezó a enamorarla. La reina (porque era ella misma),
viendo oportuna la ocasión para atraer a su marido,
finge ser Violante, dulcifica los desdenes que esta había
manifestado siempre al rey, y por grados, repitiéndose
las visitas por la reja, con su discreción y la dulzura
de su carácter, inspira una vehemente pasión
al rey, no tanto a la Violante verdadera, a la cual siempre
esquiva había tratado muy poco, como a la fingida,
que le había hecho el amante más feliz del
mundo, a lo menos en su imaginación.
La acción,
perfectamente conducida, se desenlaza por los celos de D.
Vicente de Fox, marido de Violante, que engranado como el
rey, pensando que era su mujer la que hablaba con él
a la reja, se introdujo en la quinta para matarla en el momento
que saliese a la cita. D. Pedro, a quien la reina había
permitido aquella noche entrar en la casa, la defiende. Al
ruido de las espadas acuden criados y luces: el amante y
el marido reconocen su error, y confiesan que sólo
han sido felices o infelices por imaginación.
La
escena última es una de las mejores de la comedia,
disimulando algunos defectos de estilo, y la pesada repetición
del título de la comedia, repetición ya de
moda en nuestro teatro.
REINA
¡Válgame
Dios!
hombres, ¿quien sois? ¡ay de mí!
VICENTE
Quien
te dará muerte hoy.
REY
Yo quien te dará
la vida.
REINA
¿Cómo estáis aquí los
dos?
VICENTE
Como yo vengo a tomar
de mi honor satisfacción.
—160→
REY
Y yo vengo a defenderte.
VICENTE
No podrás...
REINA
¡Qué
confusión!
VICENTE
Porque es un rayo mi espada.
REY
¿Hasme conocido?
VICENTE
No.
REY
Huélgome, porque el respeto
no haga lo que
hará el dolor.
VICENTE
Mi obligación es morir
cumpliendo mi obligación.
Sed testigos, cielos,
que
tiro a Violante, al rey no.
REINA
¡Muerta estoy!
no sé que hacer.
GUILLÉN
Ruido en el jardín
se oyó.
ELVIRA
Aunque la reina no llame,
sacad
luces, que hay traición.
REY
¿Qué miro? ¡Válgame
el cielo!
¿Qué veo? ¡Válgame Dios!
VICENTE
¿Vos sois con quien yo reñía?
¿y por quien
reñía sois vos?
¡quién muchas vidas
tuviera
que dar en satisfacción
de este ciego
atrevimiento!
una tengo, aquesta os doy.
REY
¿Cómo?
¿Vuestra alteza es quien
aquí estaba?
REINA
Sí,
yo soy
la que partiendo su suerte
entre la luna y el
sol,
de vos adorada vive
y aborrecida de vos.
Con el nombre de Violante
os hablé por el balcón
de mí estáis enamorado
de noche, si de
día no;
pues una mentira, rey,
tanta pasión
os debió,
¿por qué una verdad no puede
deber la misma pasión?
Mirad que será
defecto
de una real condición,
—161→
el que pueda
la mentira
más que a verdad con vos.
Violante
me imaginasteis;
aunque veis que no lo soy,
amad, señor,
por acierto
lo que amasteis por error.
En publicar
este engaño
no se embaraza mi voz,
porque tiene
por disculpa
el ser nacido de amor.
Si una imaginación
sola
finezas os mereció,
y esa misma a D. Vicente
tantos pesares costó,
haga caso aquesta vez,
con que me hallareis, señor
olvidada de mi
estrella,
asunto digno de vos;
y él en su esposa
hallará
desengaño de su honor:
para
que conozca el mundo
en la historia de los dos,
que
el gusto y disgusto
de esta vida son,
no más
que una leve
imaginación.
REY
Aunque
pudiera ofenderme
de este padecido error,
con la que
hablé se halla ya
en pena de mi pasión;
y además de esto, pendiente
de Violante está
el honor
de D. Vicente y el conde,
justo es dar satisfacción;
pues acudamos a todo,
que yo valgo más que yo.
Alzad, señora, del suelo,
que sólo
corrido estoy
—162→
de que por otra os amé,
mereciéndolo
por vos.
Del engaño que me hicisteis,
mi abrazo
os dará el perdón
y a vos también,
D. Vicente,
del desacierto os le doy:
que si lo que
imaginasteis,
a este lance os obligó,
y lo
que yo imaginé
también me empeñó
a esta acción
vuestro gusto y mi disgusto,
puesto
que tan unos son,
es bien que se den las manos,
publicando
en alta voz
que el gusto y disgusto
de esta vida son,
no más que una leve
imaginación.
VICENTE
Dame mil veces los pies;
y tú, Violante,
mi error
perdona.
VIOLANTE
Gracias
al cielo
que te miro sin temor.
CONDE
Dicha fue que
me quedara
contigo esta noche yo
porque no se dilatase
ese gusto a mi afición.
REY
En la corte, D. Vicente,
donde con la reina voy,
me contareis la jornada.
REINA
Dichosa mil veces yo.
CHOCOLATE
Esta es verdadera
historia
de que saque el pio lector,
que se estimo
lo que es proprio,
que lo ageno no es mejor;
pues
como imagine un hombre
que todas mugeres son,
y que
no es mejor alguna,
porque cualquiera es peor,
—163→
con
la suya vivirá
contento, pues lo enseñó
la comedia; imaginad
si os dio gusto, que os dio
gusto, y con esto dirá
agradecido el autor,
que el gusto y disgusto
de esta vida son,
no más
que una leve
imaginación.
La moralidad que
saca el gracioso al fin del drama es propia del cómico
profundo de Calderón.
Es admirable también
la escena en que D. Vicente, que vuelve de la campaña
y ya está celoso de su esposa, es recibido por ella
con las caricias de una mujer inocente y virtuosa. Los caracteres
de la mujer que ama y del marido que sospecha, están
perfectamente desenvueltos.
VIOLANTE
Mi bien, señor, esposo,
seas tan bien venido,
como esperado has sido
de este
pecho amoroso,
que con amantes lazos
feliz te espera
en sus dichosos brazos.
VICENTE
Tú seas, dueño
mío,
mil veces bien hallada,
como has sido deseada
de este preso albedrío,
que en alas ha volado
de amor por llegar presto y abrasado.
Apenas acabadas
las treguas de la guerra
pisé la amada tierra,
cuando a largas jornadas,
fino amante y sujeto,
a verte me adelanto de secreto.
—164→
VIOLANTE
Aunque esté
a la fineza
con que a verme has venido
mi pecho agradecido,
no sé con qué tibieza
me hablas, me oyes,
me miras,
y hacia dentro con temor suspiras,
que das
al pensamiento,
cuando más se aconseja,
causa
de que haya queja
del agradecimiento:
¿con qué
cuidado vienes?
mi bien, ¿qué traes, dí,
mi bien, qué tienes?
VICENTE
¿Pudieran ser fingidos
también dichos enojos?
Nada habéis visto,
ojos,
mucho escucháis, oídos;
no pueda
en mi confuso devaneo
lo que imagino más, que
lo que veo.
Del camino cansado,
y no bueno he venido:
esta la causa ha sido,
no ha sido desagrado,
señora,
el suspenderme.
VIOLANTE
Lo peor es que pudiste responderme,
porque cuando trajeras
algunas pesadumbres,
del
tiempo a las costumbres
dejara las vencieras:
esto
yo te lo fío,
mas la salud no puedo, dueño
mío.
Pluguiera a Dios, pluguiera,
que a costa
de la mía,
que hasta el alma este día
en albricias te diera;
y díganlo mis ojos,
que lágrimas te ofrecen por despojos.
VICENTE
Ahora es tiempo, ahora,
ilusión mal nacida,
—165→
de darte por vencida:
Violante es la que llora;
no dirás más verdad (¿qué estoy dudando?)
imaginando tú, que ella llorando.
Bella Violante
mía,
cuando muerto viniera,
sólo el verte
me diera
más vida, más placer, más
alegría,
que desearme puedes;
todo en sólo
ese llanto lo concedes.
El rey, desesperado de ver casada
a Violante sin poderlo impedir, habla con su valido D. Guillén
acerca de su amor, y éste le dice:
GUILLÉN
¿Querrás, señor, escuchar
un consejo?
REY
Sí
querré
pero no le tomaré.
GUILLÉN
Pues no te le quiero dar,
que será segundo error
despreciarle.
REY
Y
haces bien;
¿por que imaginas, Guillén,
que
los gentiles a amor
Dios, y no rey, le aclamaron,
siendo
así que los demás
dioses provincias verás
que, como reyes, mandaron?
GUILLÉN
Nuevo ha de
ser el concepto
dile.
REY
Pues
sabrás que fue,
porque el amor no se ve
a
otro parecer sujeto.
Consejos por justa ley
tiene el
rey; pero Dios no
y así, el amor se llamó
siempre Dios, y nunca rey
dando a entender en bosquejos
y sombras, que ha de tener
amor, como Dios, poder,
y no, como rey, consejos.
—166→
Este pensamiento es muy
ingenioso, y propio de la época, en la cual la pasión
del amor se sometía al raciocinio; porque era una
verdadera ocupación del alma.
La comedia de Nadie
fue su secreto tiene en su título mismo la acción.
D. César, favorito del duque de Parma, confía
su amor a su amigo D. Arias; y este, con la intención
de separar al príncipe, que amaba la misma dama, aunque
no correspondido, de una pasión perniciosa a su amigo,
le declara el secreto de éste. El príncipe,
justo y magnánimo, renuncia en efecto a su amor; pero
se complace en quitar a César todas las acciones de
hablar con su amada, sabiendo por D. Arias, a quien nada
ocultaba César, cuáles eran aquellas ocasiones.
La de Amado y Aborrecido tiene un objeto más noble.
Dante, amado de Aminta, pero enamorado de Irene, que le aborrece,
recibiendo de la primera toda especie de beneficios, y de
la segunda sólo injurias y desdenes, se halla en el
caso de sacrificar la vida de una de las dos para salvar
la de la otra, y se decide al fin en favor de la mujer que
le ama.
La vida es sueño es bastantemente conocida
en nuestro teatro, y será objeto de una lección
particular.
La comedia En esta vida todo es verdad y todo
es mentira, en la que se trata de probar la ilusión
de las cosas humanas y la perpetua incertidumbre de nuestros
juicios, es y debe ser clásica en nuestra literatura,
no sólo porque el gran Corneille imitó su asunto
y su mejor escena en su tragedia de Eráclio, sino
también porque Voltaire hizo de ella a su modo una
traducción pésima, en la cual hace decir a
nuestro autor un gran número de desatinos, lo atribuye
hasta los yerros de la prensa española, omite versos
y expresiones necesarias para la inteligencia del texto,
y censura los defectos de nuestro teatro, llamando bárbara
a una nación cuyo idioma conocía tan poco,
que
—167→
el título de comedia famosa que entonces ponían
los autores a todas las suyas, excepto a las que llamaban
grandes, lo cree exclusivo de la que tradujo. A pesar de
todas estas preocupaciones, no deja de admirar Voltaire los
rasgos del verdadero genio poético en este drama.
Su acción es la siguiente. Focas venció y
mató a Mauricio, emperador de Oriente, en una batalla
que le dio en Sicilia. El día de la acción,
Astolfo, confidente de Mauricio, viendo perdida la causa
de su señor, se llevó consigo al niño
Eráclio, hijo del emperador, y se ocultó en
una gruta del Etna. Otro niño, hijo natural de Focas,
vino también por varios casos a su poder. A ambos
dio educación, y los trató con igual cariño,
pero sin permitir ver a nadie, teniéndolos siempre
escondidos en la aspereza de las montañas.
Mientras
ellos crecían, Focas subyugó todo el imperio,
se ciñó la corona de los Césares, y
se dedicó a consolidar su usurpación. Cuando
se creyó seguro en el trono, trató de averiguar
el paradero de su hijo y del de su enemigo. Conocía
a Astolfo; sabía que guardaba a Eráclio; pero
de su hijo ignoraba hasta el sexo. El drama empieza en el
momento que Focas llega a Sicilia, adonde le recibe Cintia,
reina feudataria de la isla; y la exposición la hace
el mismo Focas, manifestando a Cintia el motivo de su llegada.
Al empezar su indagación en las montañas, encuentra
a Eráclio, Leonido (que este era el nombre de su hijo),
y a Astolfo, a quien conocía; y entonces se verifica
una de las mejores escenas trágicas, imitada por el
gran Corneille, y de la cual dice Voltaire, que si todo el
drama de Calderón fuese como esta escena, sería
superior a las mejoras composiciones del teatro francés.
FOCAS
Yerto cadáver, en quien
a despecho del veloz
tiempo, a pesar de las canas
—168→
e injuria de escarcha y sol,
todavía en mi memoria
guarda la imaginación
aquellas primeras señas
con que te vi embajador,
¿cómo aquí...?
Pero no quiero
que te asuste mi rigor,
cuando debo
agradecido
al no esperado favor
del hallarte las albricias.
Alza del suelo, y tu voz
me diga, ¿si es de Mauricio
el hijo que reservó
de mis iras tu lealtad
uno destos?
ASTOLFO
Sí
señor,
el uno de los dos es
hijo de mi emperador,
a quien (porque nunca diera
en manos de tu furor)
crié en estos montes, sin que
sepa quién
es, ni quién soy;
porque el tenerle así
tuve
a inconveniente menor,
que el mirarle en tu
poder,
ni de una gente que dio
obediencias a un traidor.
FOCAS
Pues mira cuán superior
el hado a la
diligencia
manda: ¿cuál es de los dos?
ASTOLFO
Que es uno dellos diré,
pero cuál es de
ellos, no.
FOCAS
¿Qué importa que ya lo calles,
si es inútil pretensión
para que no
muera, pues
matando a entrambos, estoy
cierto de que
muera en uno
el que aborrezco, y que no
turbará
nunca el imperio?
—169→
A menos costa el temor
podrá
asegurarse.
FOCAS
¿Cómo?
LEONIDAS
Vengando en mí ese rencor,
que yo, a
precio de ser hijo
de un supremo emperador,
daré
contento la vida.
ERÁCLIO
Si en él dicta
la ambición,
en mí la verdad.
FOCAS
¿Por
qué?
ERÁCLIO
Porque yo sé que lo soy.
FOCAS
¿Tú lo sabes?
ERÁCLIO
Sí.
ASTOLFO
¿Pues
quién
te lo ha dicho?
ERÁCLIO
Mi
valor.
FOCAS
¿Entrambos para morir
competís por
el blasón
de hijos de Mauricio?
LOS DOS
Sí.
FOCAS
¿Dí tú cuál de los dos?
LOS DOS
Yo.
ASTOLFO
Que es uno mi voz ha dicho,
cuál es,
no dirá mi amor.
FOCAS
Eso es querer, por salvar
uno, que perezcan dos;
y pues entrambos conformes
están en morir, no soy
tirano, pues que la muerte
que ellos me piden les doy.
Soldados, mueran entrambos.
ASTOLFO
Tú lo pensarás mejor.
FOCAS
¿Por
qué?
ASTOLFO
Porque
no querrás,
ya que el uno te ofendió
en vivir, te ofenda el otro
en morir.
FOCAS
¿Pues
por qué no?
ASTOLFO
Porque es el otro tu hijo,
de cuya verdad te doy,
para testimonio, esta
lámina,
que a mí me dio
con él y con la noticia
de ser tuyo, la aflicción
de aquella villana
en quien
fue tan parlero el dolor,
que por no reservar
nada,
—170→
el hijo aún no reservó.
Ahora,
con el resguardo
que el uno en el otro halló
sabiendo que es tu hijo el uno,
podrás matar a
los dos.
FOCAS
¡Qué escucho, y qué miro!
CINTIA
¡Estraño
suceso!
FOCAS
¡Quién,
cielos, vio
que cuando de mi enemigo
y mía buscando
soy
la sucesión, que afligía
mi vaga
imaginación
tan equívocas encuentre
una y otra sucesión,
que impida el golpe del odio
el escuso del amor!
Mas tú dirás uno
y otro
quién es.
ASTOLFO
Eso
no haré yo
tu hijo ha de guardar al hijo
de
mi rey y mi señor.
FOCAS
No te valdrá tu
silencio,
que la natural pasión
con esperiencias
dirá
cuál es mi hijo y cuál no,
y entonces podré dar muerte
al que no halle en
mi favor.
ASTOLFO
No te creas de esperiencias
de
hijo a quien otro crió,
que apartadas crianzas
tienen
muy sin cariño el calor
de los padres;
y quizá,
llevado de algún error,
darás
la muerte a tu hijo.
FOCAS
Con eso en obligación
de dártela a ti me pones,
si no declaras quién
son.
ASTOLFO
Así quedará el secreto
en seguridad mayor,
que los secretos un muerto
—171→
es
quien los guarda mejor.
FOCAS
Pues no te daré la
muerte,
caduco, loco, traidor,
sino guardaré
tu vida
en tan mísera prisión,
que lo
prolijo en morir
te saque del corazón
a pedazos
el secreto.
ERÁCLIO
No lo ultraje tu furor.
LEONIDAS
No tu saña le maltrate.
FOCAS
Pues qué,
¿amparaisle los dos?
LOS DOS
Si él nuestra
vida ha guardado,
¿no es primera obligación
de todas guardar su vida?
FOCAS
¿Luego a ninguno mudó
la vanidad de que pueda
ser hijo mío?
ERÁCLIO
A
mí no,
porque más quiero, otra vez
digo, morir al horror
de ser legítimo hijo
de un supremo emperador,
que vivir de una villana
hijo
natural.
LEONIDAS
Y
yo,
que aunque ser tu hijo tuviera
a soberano blasón,
no me ha de esceder a mí
Eráclio en la
presunción
de ser lo mas.
FOCAS
¿Y
éslo más
Mauricio?
LOS DOS
Sí.
FOCAS
¿Y Focas?
LOS DOS
No.
FOCAS
¡A venturoso Mauricio!
¡a infeliz Focas! ¿quién
vio
que para reinar no quiera
ser hijo de mi valor
uno, y que quieran del tuyo
serlo, para morir, dos?
Y pues de tanto secreto,
que ya pasa a ser baldón,
—172→
sólo eres dueño, volviendo
a mi primera
intención,
te harán hablar hambre y sed,
desnudez, pena y dolor.
Llevadle preso.
LOS DOS
Primero
restados en su favor
nos verás.
FOCAS
Eso
es querer
que abandonado el amor
con que al uno busqué,
en ambos
se vengue mi indignación.
En el
segundo acto consulta Focas al mágico Lisipo, para
que por sus artes averigüe cuál de los dos es
su hijo: pero Cintia, que ama a Eráclio, amenaza al
mágico con la muerte si expone con su declaración
la vida del héroe, que visto sólo una vez,
cautivó su alma. Lisipo cuando se vuelve a ver con
Focas, finge que la deidad que le inspira le manda callar;
pero que puede hacer una experiencia en la cual los dos príncipes
manifiesten lo que son. Para esto forma un palacio encantado,
en el cual sólo son personas verdaderas Focas, él
y los príncipes. Astolfo, Cintia y demás interlocutores,
son espíritus fantásticos revestidos de formas
humanas, pero que hacen y dicen lo que harían y dirían
los personajes verdaderos que representan.
La experiencia
del encanto dura Lodo el resto del segundo acto y gran parte
del tercero. El palacio desaparece sin que Focas encuentre
la verdad que deseaba: Eráclio y Leonido, después
de haberse visto príncipes, se admiran de encontrarse
en su antiguo estado de selvatiquez. En fin, el usurpador,
movido de cierto impulso secreto contra Eráclio, finge
que le cree hijo de Mauricio: Astolfo, creyendo descubierta
ya la verdad, lo confiesa, y Lisipo, sin temor de haber faltado
al precepto de Cintia. Astolfo y Eráclio son entregados
en un barquichuelo a las olas. El viento los lleva al puerto
donde había desembarcado Federico,
—173→
duque de Calabria,
enemigo de Focas, con su ejército. Eráclio,
reconocido por este príncipe, que era su primo hermano,
pelea con él contra Focas, que pierde en la batalla
la vida y el imperio.
La mayor parte de los argumentos de
Voltaire contra este drama pueden rebatirse diciendo que
Calderón no quiso componer una tragedia francesa,
si no una comedia ideal española, en que describiese
la incertidumbre de la suerte humana, y la mezcla perpetua
de verdad e ilusión que hay en todos los accidentes
de la vida. Otros argumentos nacen de la ignorancia de Voltaire
en el idioma y literatura castellana: otros, en fin, de las
pésimas ediciones españolas que se hacían
de nuestras comedias.
Nada diremos del Eráclio de
Corneille, tragedia bien conducida según las reglas;
pero la aglomeración de gran número de incidentes
en un solo día es una inverosimilitud más chocante
que los prestigios de un encantador. Estos tienen en la escena
una verosimilitud de convención, que nunca pueden
tener aquellos.
En la lección siguiente examinaremos
las comedias sagradas de Calderón, género que
perfeccionó como todos los demás.
—174→
23ª lección
Séptima de Calderón
Acaso el género
de composiciones dramáticas en que más se aventajó
Calderón a sus antecesores, y en que menos bien le
imitaron sus sucesores, fueron las comedias de asuntos sagrados.
Antes y después de él se consideraban estos
dramas únicamente como un arbitrio para excitar o
sostener la devoción del vulgo, presentándole
en el teatro lo mismo que veía en los templos, o cuando
menos, para divertirle con milagros, apariciones de ángeles,
desapariciones de demonios, éxtasis y arrobamientos
de santos, y otros espectáculos de esta especie, que
tanto debían agradarle. Calderón fue el primero
que elevó esta clase de dramas a un género
ideal y verdaderamente religioso, suponiendo en el protagonista
un pensamiento exclusivo que le conduce a abrazar la fe cristiana,
o si ya lo es, le obliga a enmendar su vida y sus costumbres.
Sirva de ejemplo la comedia del Mágico prodigioso.
Cipriano, filósofo pagano de Antioquía, habiendo
leído un pasaje de Plinio en que dice:
Dios es una bondad suma,
una esencia, una sustancia,
todo vista, todo manos...
en el cual están bastantemente explicadas, como
las conocieron los gentiles, la unidad, la sencillez, la
bondad, la sabiduría y la omnipotencia del Ser Supremo,
comienza a dudar de la gran multiplicidad de dioses que admitían
los gentiles. El Demonio, temeroso de que se le escapase
un hombre tan sabio como Cipriano,
—175→
y se convirtiese al cristianismo
se te presenta en figura de viajero, y disputa con él
sobre la materia; pero en vez de persuadirle, tuvo que darse
por vencido a los argumentos de Cipriano, tomados solamente
de la razón natural. Esta disputa se verifica en la
primer escena del drama. El Demonio, no habiendo podido hacer
efecto sobre la inteligencia del sabio, muda de batería,
y trata de ganar su voluntad por medio de los placeres, inspirándole
una pasión ciega a Justina, virgen cristiana, de singular
hermosura, modestia y virtud. Esta segunda batería,
contra la cual no halló defensa en el corazón
del filósofo gentil, le salió tan bien, que
Cipriano, abandonando los estudios y el traje filosófico,
se viste de gala y aparece en el segundo acto enamorando
a Justina.
Despreciado por ella se sale al campo, donde
se le presenta el Demonio bajo la forma de otro hombre, toma
el nombre de Lucero, y le dice que es un mágico. En
prueba de ello hace varios prodigios a su vista, y se ofrece
a enseñarle la magia, con cuyos conjuros podrá
obligar a Justina a venir a su poder, si le entrega el alma.
Cipriano se obliga a ello con una cédula firmada de
su sangre, complaciendo así su loco amor y su ambición
de sabiduría.
En el tercer acto, Cipriano, ya muy
instruido en el arte diabólica, comienza sus conjuros.
Bien quisiera Lucero que acudiese a sus evocaciones la misma
Justina, para lo cual excitó la fantasía de
esta mujer con toda especie de imágenes amorosas;
pero la virtud de la doncella cristiana, favorecida por el
auxilio divino, resiste a todas las seducciones. No pudo,
pues, acudir a los conjuros de Cipriano más que una
imagen mentida de la verdadera Justina, que se presenta en
el monte donde estaban: Cipriano la conoce y la sigue; la
imagen huye y se cubre con el velo; Cipriano la alcanza,
la coge entro sus brazos, lo arranca el velo, y en vez de
la mujer que amaba, solo encuentra un esqueleto; medio milagroso
de que se valió
—176→
la Providencia para destruir los
artificios de Lucero. La escena que le sigue entre Cipriano
y su maestro de mágica, es admirable. En ella se ve
el hombre, desengañado de sus pasiones y auxiliado
por la inspiración divina, luchando contra el genio
del mal. Esta lid, que en el drama se presenta exterior,
es una fiel imagen de las que el hombre sostiene contra el
vicio, que solicita hacerle su esclavo.
CIPRIANO
Apenas sobre la tierra
herida acentos pronuncio,
cuando en la acción,
que allá estaba
Justina, divino asunto
de mi
amor y mi deseo,
¿pero para qué procuro
contarte
lo que ya sabes?
Vino, abracéla, y al punto
que la descubro, (¡ay de mí!)
en su belleza descubro
un esqueleto, una estatua,
una imagen, un trasunto
de la muerte, que en distintas
voces me dijo: (¡o qué
susto!)
así, Cipriano, son
todas las glorias
del mundo.
Decir que en la magia tuya
por mí
ejecutada, estuvo
el engaño, no es posible;
porque yo, punto por punto
la obré; y aunque
errar pudiese
de sus caracteres mudos
una línea,
ni una voz
de sus mortales conjuros
luego tú
me has engañado
cuando yo los ejecuto,
pues
sólo fantasmas hallo,
adonde hermosuras busco.
DEMONIO
Cipriano, ni hubo en ti
—177→
defecto, ni en mí
le hubo:
en ti, supuesto que obraste
el encanto con
agudo ingenio:
en mí, pues el mío
te
enseñó en él cuanto supo.
El asombro
que has tocado
más superior causa tuvo;
mas
no importará, que yo,
que tu descanso procuro,
te haré dueño de Justina
por otros medios
más justos.
CIPRIANO
No es ese mi intento ya,
que de tal suerte confuso
este espanto me ha dejado,
que no quiero medios tuyos.
y así, pues que
no has cumplido
las condiciones que puso
mi amor,
sólo de ti quiero
ya que de tu vista huyo,
que
mi cédula me vuelvas,
pues es el contrato nulo.
DEMONIO
Yo te dije, que te había
de enseñar
en este estudio
ciencias que atraer pudiesen
de tus
voces al impulso
a Justina; y pues el viento
aquí
a Justina te trujo,
válido ha sido el contrato,
y yo mi palabra cumplo.
CIPRIANO
Tú me ofreciste
que había
de coger mi amor el fruto
que sembraba
mi esperanza
por estos montes incultos.
DEMONIO
Yo me
obligué, Cipriano,
sólo a traerla.
CIPRIANO
Eso
dudo,
que a dármela te obligaste.
DEMONIO
Ya
la vi en los brazos tuyos.
CIPRIANO
Fue una sombra.
DEMONIO
Fue
un prodigio,
—178→
CIPRIANO
¿De quién?
DEMONIO
De
quien se dispuso
a ampararla.
CIPRIANO
¿Y
cuyo fue?
DEMONIO
No quiero decirte cuyo.
CIPRIANO
Valdreme yo de mis ciencias
contra ti: yo te conjuro,
que quién ha sido me digas.
DEMONIO
Un Dios,
que a su cargo tuvo
a Justina.
CIPRIANO
¿Pues
qué importa
sólo un Dios, puesto que hay
muchos?
DEMONIO
Tiene este el poder de todos.
CIPRIANO
Luego solamente es uno
pues con una voluntad
obra más
que todos juntos.
DEMONIO
No sé nada, no sé
nada.
CIPRIANO
Ya todo el pacto renuncio
que hice contigo;
y en nombre
de aquese Dios, te pregunto,
¿qué
le ha obligado a ampararla?
DEMONIO
Guardar su honor
limpio y puro.
CIPRIANO
Luego ese es suma bondad,
pues
que no permite insulto.
¿Mas qué perdiera Justina,
si aquí se quedaba oculto?
DEMONIO
Su honor,
si lo adivinara
por sus malicias el vulgo.
CIPRIANO
Luego ese Dios todo es vista
pues vio los daños
futuros.
¿Pero no pudiera ser,
ser el encanto tan
sumo,
que no pudiera vencerle?
DEMONIO
No, que su poder
es mucho.
CIPRIANO
Luego ese Dios todo es manos,
pues
que quiso cuanto pudo.
Dime, ¿quién es ese Dios,
en quien hoy he hallado juntos
ser una suma bondad,
ser un poder absoluto,
todo vista, y todo manos,
—179→
que há tantos años que busco?
DEMONIO
No
lo sé.
CIPRIANO
Dime,
¿quién es?
DEMONIO
¡Con cuánto horror lo
pronuncio!
Es el Dios de los cristianos.
CIPRIANO
¿Qué
es lo que moverle pudo
contra mí?
DEMONIO
Serlo
Justina.
CIPRIANO
¿Pues tanto ampara a los suyos?
DEMONIO
Sí; mas ya es tarde, ya es tarde
para hallarle
tú, si juzgo
que siendo tú esclavo mío
no has de ser vasallo suyo.
CIPRIANO
¿Yo tu esclavo?
DEMONIO
En
mi poder
tu firma está.
CIPRIANO
Ya
presumo
cobrarla de ti, pues fue
condicional, y no
dudo
quitártela.
DEMONIO
¿De
qué suerte?
CIPRIANO
De esta suerte.
DEMONIO
Aunque
desnudo
el acero contra mí
esgrimas, fiero y
sañudo,
no me herirás; y porque
desesperen
tus discursos,
quiero que sepas que ha sido
el Demonio
el dueño tuyo.
CIPRIANO
¿Qué dices?
DEMONIO
Que
yo lo soy.
CIPRIANO
¡Con cuánto asombro te escucho!
DEMONIO
Para que veas, no sólo
que esclavo
eres, pero cuyo.
CIPRIANO
¿Esclavo yo del Demonio?
¿yo
de un dueño tan injusto?
DEMONIO
Sí, que
el alma me ofreciste
y es mía desde aquel punto.
CIPRIANO
Luego no tengo esperanza,
favor, amparo, o
recurso,
que tanto delito pueda
borrar.
DEMONIO
No.
CIPRIANO
¿Pues
ya qué dudo?
No ociosamente en mi mano
esté
aqueste acero agudo;
pasándome el pecho, sea
—180→
mi voluntario verdugo.
¿Mas qué digo? Quien de
ti
librar a Justina pudo,
¿a mí no podrá
librarme?
DEMONIO
No, que es contra ti tu insulto:
él
no ampara los delitos,
las virtudes sí.
CIPRIANO
Si
es sumo
su poder, el perdonar
y el premiar será
en él uno.
DEMONIO
También lo será
el premiar
y el castigar, pues es justo.
CIPRIANO
Nadie
castiga al rendido;
yo lo estoy, pues lo procuro.
DEMONIO
Eres mi esclavo, y no puedes
ser de otro dueño.
CIPRIANO
Eso
dudo.
DEMONIO
¿Cómo, estando en mi poder
la firma
que con dibujos
de tu sangre escrita tengo?
CIPRIANO
Él que es poder absoluto,
y no depende de otro,
vencerá mis infortunios.
DEMONIO
¿De qué
suerte?
CIPRIANO
Todo
es vista,
y verá el medio oportuno.
DEMONIO
Yo la tengo.
CIPRIANO
Todo
es manos,
él sabrá romper los nudos.
DEMONIO
Dejarete yo primero
entre mis brazos difunto.
CIPRIANO
Grande Dios de los cristianos,
a ti en mis penas acudo.
DEMONIO
Ese te ha dado la vida.
CIPRIANO
Mas me ha de
dar, pues le busco.
Cipriano, convertido al cristianismo,
el martirio en Antioquía, al mismo tiempo que Justina.
El mismo principio de la unidad de Dios, reconocido por
la razón natural, forma la parte ideal del drama intitulado
El José de las mujeres; pero hay otras situaciones
en él, que merecen particular atención.
—181→
Eugenia,
hija de Filipo gobernador de Alejandría, aficionada
exclusivamente al estudio de la filosofía, por el
cual desechaba la pasión de dos amantes que aspiraban
a su mano, leyendo acaso la epístola de San Pablo
a los de Corinto, encontró en ella el dogma de la
unidad de Dios. Favorecida por inspiraciones celestiales,
acometida por las asechanzas del Demonio, triunfó
en su corazón el deseo de servir a Dios en la verdadera
religión, y huyó a la Tebaida, donde estaban
refugiados los cristianos, afligidos por la persecución
del emperador Galieno.
El Demonio procuro sacar utilidad
de la desaparición de Eugenia, persuadiendo a los
egipcios que los dioses, enamorados de su discreción
y beldad, la habían elevado a su alta clase y dádola
un lugar en el Olimpo; con cuyo motivo los de Alejandría
le consagraron altares y sacrificios; al mismo tiempo que
Eugenia, cautivada en traje varonil y condenada a la esclavitud,
que esta era la pena impuesta a los cristianos por un edicto,
fue entregada como esclavo Melancia, dama de Alejandría,
por el Demonio mismo que había animado el cadáver
de Aurelio, amante de Eugenia y muerto en un desafío.
Ni su humillación presente, ni las aclamaciones con
que la celebraba como diosa el engañado vulgo de Alejandría,
pudieron nada sobre su ánimo, que sólo lamentaba
ser causa, aunque inocente, de una idolatría nueva;
y todos los artificios del Demonio para derrocar su virtud
fueron sin efecto. Así concluye el segundo acto.
En el tercero, Melancia, cuyo carácter liviano está
ya descrito desde los actos anteriores, enamorada del fingido
esclavo, te solicita de amores, y desechada, la acusa ante
el tribunal del Pretor del mismo delito que ella deseaba
cometer. Eugenia declara quién es, se burla de la
idolatría del pueblo que condenaba a muerte la misma
que adoraba por deidad, convierte a su padre, a su hermano,
y gran parte, del pueblo de Alejandría, y recibe el
martirio con su familia y otros
—182→
muchos. Melancia es herida
del rayo en castigo de su maldad.
Son admirables la escena
en que Eugenia rechaza las solicitudes de Melancia, y el
razonamiento con que desvanece la calumnia de esta en el
tribunal del Pretor, que estaba en el mismo templo erigido
a la deidad de Eugenia.
La Exaltación de la Cruz tiene por
enlace también un pensamiento religioso. Anastasio,
filósofo persa, se retiró de la corte para
entregarse a los estudios filosóficos de su tiempo,
y señaladamente al de la magia, tan común
en su patria. Cosdroas, rey de Persia, enemigo de los cristianos,
después de haberse apoderado de Egipto y de Siria,
puso sitio a Jerusalén. Sus hijos Siroes y Menardes,
que habían quedado en la corte, deseando saber el
éxito de la expedición, fueron a la montaña,
donde Anastasio vivía retirado, a pedirle, que les
mostrase por sus encantos la situación en que se hallaba
su padre. Anastasio por complacerlos hace el siguiente conjuro:
ANASTASIO
Pues espíritus impuros,
que sois los dañados genios
que a mis voces obedientes
a mis conjuros atentos
—186→
asistís, en virtud mía
esos dos jóvenes bellos,
elevados sobre el
aire,
vean en su vago asiento,
a pesar de las distancias
que se les ponen en medio,
del ejército las
tropas,
y de la ciudad el cerco.
En efecto, los príncipes
se elevan sobre dos peñascos, y descubren a su padre
en el momento que entra por asalto en Jerusalén, y
acomete al templo de la Cruz, diciendo:
COSDROAS
Ea, valientes soldados,
hoy el día ha de ser nuestro,
y en fe de vuestro
valor,
mi nombre vivirá eterno.
Ya la gran Jerusalén,
que pudo llamarse un tiempo
emperatriz de las gentes,
esclava está en cautiverio.
Ya postrada, ya
rendida,
a voces clama, pidiendo
misericordia, ninguno
se enternezca a sus lamentos
que yo el primero de todos,
por dar a todos ejemplo,
para mi despojo elijo
este edificio opulento,
de quien piedra sobre piedra
no me ha de quedar.
ZACARÍAS
Soberbio
idólatra, no profanes
los umbrales de este templo.
COSDROAS
¿Quién eres, o venerable
anciano,
que al verte, has hecho
que se suspendan mis iras?
ZACARÍAS
Soy, si de quien soy me acuerdo,
—187→
el infeliz patriarca
de Jerusalén.
COSDROAS
¿Qué
afecto
te trae buscando la muerte,
de que andan todos
huyendo?
ZACARÍAS
El de morir a tus manos
antes
de ver el desprecio
del templo a quien amenazas.
COSDROAS
¿Pues qué templo, dí, qué templo
es este?
ZACARÍAS
El
que fabricaron
la fe, religión y celo
de Elena
y de Constantino
al soberano Madero,
en que fue crucificado
nuestro Dios.
COSDROAS
Al
oírlo tiemblo.
Pues esa Cruz, que su imagen
será mi mayor trofeo,
a Babilonia cautiva
la he de llevar, donde tengo
de ofrecérsela a mis
dioses.
ZACARÍAS
Piadosos cielos, ¡qué veo!
(Dentro.)
La Cruz de Cristo es aquella;
vamos de su vista huyendo.
Ahuyentados los espíritus
infernales a la vista de la Cruz, desaparece el espectáculo,
y los príncipes descienden.
Anastasio viendo fallida
su ciencia en el momento que su vanidad se interesaba más
en ostentarla, cree que hay otra ciencia superior a cuanto
sabía y trata de adquirirla abandonando su retiro
y volviendo a la corte. Obsérvese el arte maravilloso
del autor. En el mismo momento en que la Cruz de Cristo queda
cautiva de los infieles, y es trofeo de un tirano conquistador,
en ese mismo momento triunfa de las potestades infernales.
Este contraste lo indica y siente muy bien Anastasio en los
siguientes versos.
ANASTASIO
¿Qué es esto, dioses, qué es esto?
—188→
Cuando Cosdroas, rey de Persia,
iba a ultrajar el Madero
que del Dios de los cristianos
fue patíbulo
sangriento,
¿el pacto negáis, a vista
suya?
Aquí hay mayor misterio,
que yo en mis ciencias
no alcanzo,
que yo en mis artes no entiendo.
En toda
la comedia reina el mismo contraste entre la fuerza material
del hombre y la misteriosa y divina de la religión.
Esta primer escena, es en las montañas de Asiria.
La segunda del primer acto es en Constantinopla, cuyo emperador
Eráclio, mientras los persas le quitaban reinos y
provincias, estaba preparando fiestas y regocijos para la
llegada de Eudoxia, con quien pensaba casarse, engañando
con un retrato de ella las horas de la tardanza. Pero en
lugar de Eudoxia llega Clodomira, reina de Gaza, fugitiva
de su patria y de Jerusalén; la cual le da noticia
de las victorias de Cosdroas en las siguientes octavas, que
tienen versos hermosísimos a pesar de algunos defectos,
no siendo el menor de ellos la excesiva simetría que
en algunos se nota.
Estos versos de Eráclio son magníficos,
como los sentimientos cristianos que expresa.
La tercera
escena del mismo acto es en Babilonia: Cosdroas llevando
la Cruz cautiva, la consagra a sus dioses. Anastasio se le
presenta ya en traje de soldado, y Cosdroas le da por esclavo
al patriarca Zacarías, para que como tan sabio, le
convenza a abjurar el cristianismo; creyendo que arruinando
la fe en el pastor, los demás cristianos se convertirían
fácilmente al paganismo. Al fin del acto comienza
la lucha entre la ciencia del mágico y la doctrina
del prelado.
En los dos actos siguientes se observa mejor
la unidad de lugar, pues no sale la escena de los campos
en que se hacen la guerra Eráclio y Cosdroas. En la
primera del segundo acto hay una discusión entre Zacarías
y Anastasio. Ensalzando el primero el infinito saber de Dios,
dice que están en él toda las ciencias, y las
enumera concluyendo con que Dios
Cosdroas llega e interrumpe
la conversación; pero ya se nota la habilidad del
poeta en haber propuesto por Zacarías a Anastasio
el mismo caso de que él había sido testigo,
y su vanidad víctima.
Eráclio pelea y es vencido;
encerrado entre unos riscos por el ejército de Cosdroas,
propone este a los cristianos que abjuren su fe. Niégase
la propuesta, y los persas acometen. El cielo auxilia a los
suyos con prodigios. Sobrevienen una tempestad y un terremoto,
que sin hacer daño a los cristianos, lanzan sobre
los persas, rayos y peñascos. Cosdroas implora las
artes mágicas de Anastasio contra los hechizos de
los cristianos; pero sus genios, subyugados por un poder
superior, no lo obedecen. Vencidos los persas se refugian
a sus fortificaciones, y Anastasio, reconociendo la vanidad
de sus ciencias, se convierte al cristianismo.
En el tercer
acto, Cosdroas, enfurecido por la confesión que hace
Anastasio de su fe, manda encerrar en una cueva a él
y a Zacarías, y que se preparen a la muerte. Entro
tanto Eráclio, favorecido por Siroes, hijo de Cosdroas,
y que estaba descontento de su padre, penetra de noche en
el campamento, hace prisioneros a Cosdroas y a Menardes,
su segundo hijo, y reconoce a Siroes por rey de Persia, con
tal que restituya al Imperio las provincias conquistadas,
los cautivos cristianos y la Cruz de Cristo. Siroes cumple
las condiciones y liberta a Zacarías, pero deja a
Anastasio en la prisión, de donde lo dice que no saldrá
—196→
sino es a sacrificar
a los dioses, o a morir.
Porque no se atrevía
a aumentar el odio de los persas, si veían que favorecía
a un apóstata del paganismo.
Anastasio espera con
ansia la corona del martirio; pero manifiesta deseo de ver
el triunfo con que ha de ser restituida la Cruz a la Iglesia
de Jerusalén. Dos ángeles, para satisfacer
este deseo, lo elevan en el aire, desde el cual ve la magnífica
entrada de Eráclio en la ciudad santa y la colocación
de la Cruz en su templo.
Parece que la idea primordial de
Calderón en todas sus comedias sagradas era esta,
que la inteligencia, el estudio hecho de buena fe y la renunciación
a los placeres de la vida para adquirir conocimientos, conducen
el hombre al cristianismo; que es también el pensamiento
de Pascal. La misma máxima forma la composición
de los Dos amantes del Cielo, en que Crisanto empieza estudiando
el principio del evangelio de San Juan; de El Gran príncipe
de Fez, en que es la lectura de un libro cristiano la que
convence al moro: de la Aurora en Copacabana, en que el indio
Yupanguí Inca, lleva a mal que el Dios de los peruanos
quiera
«el que otros mueran por él,
no habiendo él por otros muerto.»
El Purgatorio
de San Patricio sólo es notable por la creación
de un carácter original. Ludovico Enio, aunque cristiano,
es un monstruo de valor, de osadía y de maldad. Pero
las oraciones de San Patricio alcanzan piedad para él,
y se convierte yendo una noche en que iba a cometer un gran
delito, el esqueleto de sí mismo que le clama:
«Yo soy Ludovico Enio.»
—197→
En las comedias sagradas nosotros
censuraremos siempre las apariciones y tramoyas teatrales
de que no están exentas ni aun las de Calderón;
que serían perfectas, si el autor, renunciando a estos
espectáculos, se hubiera contentado con desenvolver
una máxima religiosa y describir su influencia en
el corazón humano. Dramas de esta especie tendrían
siempre grande mérito.
Antes de concluir esta explicación,
diré que en mi entender ni el Polieucte ni la Teodora
de Corneille, son dramas religiosos; porque en ellos el interés
versa sobre otros objetos, y la religión no es más
que un agente subordinado y accidental.
En la lección
que viene hablaremos de las comedias mitológicas y
pastoriles de Calderón, última clase que nos
queda que examinar.