Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

  —153→  

ArribaAbajo22.ª lección

Sexta de Calderón


Hemos dado el nombre de ideales a aquellas comedias de nuestro antiguo teatro, en que la intención primaria del poeta es desenvolver una idea moral, concretada a una fábula, generalmente fantástica. En esta clase de dramas, el mérito consiste en la presencia constante de la máxima que se desea inculcar; y los caracteres, los incidentes, y aun el interés mismo de la acción, deben estar subordinados a aquella intención, que debe dominar en todo el drama.

Lope de Vega escribió algunas comedias en este género, si bien con el defecto, ordinario en él, de perder de vista el objeto principal, introduciendo nuevos incidentes que involucraban la acción o bellezas episódicas que en nada contribuían a desenvolverla. Calderón, más atento a conservar la unidad de interés, más ceñido al pensamiento primordial del drama, más hábil en deducir de un solo hecho todos los incidentes del drama, perfeccionó también este género. Nos ha dejado en él seis comedias, que son:

l.º La vida es sueño, el más admirable de todos, y que puede mirarse como clásico en su línea.

2.º Gustos y disgustos son, no más que imaginación.

3.º En esta vida todo es verdad y todo es mentira.

4.º Saber del mal y del bien.

5.º Amado y aborrecido.

6.º Nadie fíe su secreto.

Empezaremos nuestros estudios en este género por la comedia de Saber del mal y del bien, que tiene   —154→   mucha semejanza con la del Rico y pobre trocados de Lope de Vega, que ya analizamos.

El objeto moral de esta pieza es mostrar cuán necesario es en la próspera fortuna estar preparado para la adversa, y no desconfiar, aun en el seno de la desgracia, de la mudanza de la suerte. D. Álvaro de Viseo, caballero ilustre de Portugal, huyendo de la ira de su rey, que se había declarado contra toda su familia, pasó a Castilla, donde vivió tan pobre, que un día se vio precisado a pedir un pan a los monteros del rey Alonso VII, negado, a arrebatarlo a uno de los perros de caza. Los monteros quisieron quitárselo, él sacó la espada, se defendió gallardamente de ellos; pero perseguido, cayó del monte donde estaban al llano. y casi a los pies del rey, que con su valido D. Pedro, conde de Lara, había sido testigo del combate y del valor del extranjero. Sabida la causa de todo, encargó el rey al de Lara que tomase hijo su protección a D. Álvaro; el cual con sus excelentes prendas y la compasión que inspiraba su triste suerte, supo granjearse el afecto de D. Pedro, y llegó a ser el amigo del privado.

En el segundo acto, los envidiosos del conde hicieron llegar a manos del rey una carta fingida, en que se suponía la inteligencia del valido con los malcontentos que deseaban quitar al rey la corona, y restituirla a su madre Urraca. El rey no llegó a dar crédito entero a la supuesta traición del conde; pero irritado por dos expresiones de la carta, el rey me teme y el pueblo me ama, quiso mostrar que a nadie temía, y le quitó su amistad y sus estados, reduciéndolo a la misma miseria que D. Álvaro se hallaba antes, y nombrando por su privado y ministro al mismo D. Álvaro.

En el tercer acto se ven los esfuerzos de D. Álvaro para templar el enojo del rey contra el conde; pero en vano. El rey lo manda que renuncie a la amistad del hombre que le había desagradado a él; pero habiéndose escondido para lograr una intriga amorosa,   —155→   es testigo de las quejas del conde contra D. Álvaro, creyéndole falso amigo, y de las protestaciones de su inocencia. Esto le obliga a averiguar el hecho; saca en claro la maldad de Íñigo y Ordoño, cortesanos que habían urdido la traición contra el conde, le vuelve a recibir en su gracia, y lo reconcilia con D. Álvaro, manifestándole cuánto había hecho a favor suyo.

La acción está bien sostenida, y siempre aparece la idea moral de la versatilidad de la fortuna; pero la versificación no es tan sostenida y robusta como en otras comedias del mismo autor, lo que en mi entender prueba que compuso este drama en su juventud. Citaremos para muestra algunos pasajes.

Véase cómo expone D. Álvaro el motivo de la riña con los monteros.

Un pobre soy, que ahora huyendo
en mi patria los rigores
de la fortuna, que tienen
fortuna también los pobres:
desesperado de hallar
piedad alguna en los hombres,
huyendo de los poblados,
me salgo al campo a dar voces,
por ver si entre fieras hallo
tan rigurosos favores,
y no fue en vano, pues tuve
en desiertos horizontes
el cristal de esos arroyos
y la yerba de esos montes;
y no esta piedad divina
en las humanas acciones
de vuestra gente, pues hoy
viéndoos, señor, nuevo Adonis,
seguir las fieras, herir
las aves, medir el bosque,
procurado algún sustento,
llegue a vuestros cazadores,
—156→
que estaban dando a los canes,
el tosco manjar que comen.
Envidioso de los brutos,
dije humilde: Dad a un pobre
algún sustento; mas ellos
soberbiamente responden,
no tienen cosa que darme;
yo desesperado entonces:
¿cómo lo que dais a un perro,
se sabe negar a un hombre?


La respuesta del conde, cuando el rey le presenta la fingida carta, está llena de la elocuencia del sentimiento.

REY
¿Conocéis aquesta firma?
CONDE
Mía parece, el alma lo confirma.
REY
Pues leedla, si es vuestra.
CONDE
Horror su rostro y su semblante muestra.

 (Lee.) 

Por reinar, no hay traición, señor, no es mía.
REY
Leed más: vive Dios que se ha turbado.
CONDE
¡Quién vio veneno en vaso tan penado!

 (Lee.) 

Por reinar no hay traición, ni privanza
como reinar: la reina padece, el rey me
teme, el pueblo me ama, yo estoy de la
pasada ocasión arrepentido.
REY
Conde, aunque yo no crea
que esta traición de vuestro pecho sea,
y que la envidia derribaros quiso,
ya que verdad no sea, es un aviso
que me despierta y llama,
viendo que el rey os teme, el pueblo os ama
yo soy rey, y yo puedo
vivir sin vos, atropellando el miedo
que ese brazo me daba,
cuando infante en Galicia me criaba:
sabed, conde, o culpado, o perseguido
que soy rey, que hasta aquí no lo había sido.
—157→
CONDE
¿Cómo, señor, pueden ser
obras de un pecho tan limpio
las que oís vos enojado,
las que yo turbado admiro?
Yo que en vuestra infancia,
cuando el clavel recién nacido
desplegado no se había
de su rosado capillo,
despreciando inconvenientes
atropellando peligros,
de vuestra primera cuna
os saqué en los brazos míos,
y en las mantillas, que así
lo repite el pueblo a gritos,
dije: ¿Cómo, castellanos,
confusos, y divertidos
os mostráis, teniendo rey,
que aunque ahora es tierno niño,
gigante sera, que dé
miedo a los futuro siglos?
Esto es vuestro rey, hidalgos,
de Alfonso y de Urraca hijo,
legítimamente dueño
de las barras y castillos.
Esto dije, y en la iglesia
mayor os obedecimos,
yo el primero: mas no es mucho
no os acordéis de servicios
que en aquella edad os hice;
pero que advirtáis os digo,
que antes que vos fuerais rey,
era yo leal, testigos
son los cielos. En ausencia
vuestra, a ser más atrevido
quisieron hacerme rey
y quizá, señor, los mismos
que hoy quieren hacerme nada;
¿pues cómo se ha convenido
—158→
obedeceros infante,
y joven no? Quien no quiso
sin peligro coronarse,
¿como querrá con peligros
tan grandes, como perdiendo
la gracia vuestra? Rey mío,
mi señor, mirad que anda
en palacio un basilisco,
que con la vista da muerte,
monstruo de sus laberintos.


Está lleno de filosofía el monólogo de D. Álvaro en el tercer acto, viéndose obligado a aparentar que renuncia a la amistad del conde.

ÁLVARO
¡O inconstancia desigual
de nuestro, discurso! ¿Quién
aplausos gozó del bien,
sin las pensiones del mal?
Pues mi pecho en pena igual
del bien y el mal ha sabido,
sólo una cosa te pido,
fortuna; y es, pues que estoy
contigo en paz, desde hoy
des mi memoria al olvido:
déjame en aqueste estado,
ni envidiado, ni envidioso,
donde ni aflija al dichoso,
ni consuele al desdichado;
y supuesto que ha llegado
a un punto fijo detén
la rueda, y en tu vaivén
otro mi lugar ocupe,
déjame a mí, que ya supe
de tu mal y de tu bien.


La fábula de la comedia Gustos y disgustos son, no más que imaginación, es la más a propósito para   —159→   probar esta máxima. D. Pedro II, rey de Aragón, vivía separado de su esposa Doña María de Montpellier, que lo disgustaba por estar enamorado de Doña Violante de Cardona, dama de la reina. Llegó una noche a la quinta donde vivía su esposa, vio una dama a la reja, y creyendo por los informes que traía que era Violante, empezó a enamorarla. La reina (porque era ella misma), viendo oportuna la ocasión para atraer a su marido, finge ser Violante, dulcifica los desdenes que esta había manifestado siempre al rey, y por grados, repitiéndose las visitas por la reja, con su discreción y la dulzura de su carácter, inspira una vehemente pasión al rey, no tanto a la Violante verdadera, a la cual siempre esquiva había tratado muy poco, como a la fingida, que le había hecho el amante más feliz del mundo, a lo menos en su imaginación.

La acción, perfectamente conducida, se desenlaza por los celos de D. Vicente de Fox, marido de Violante, que engranado como el rey, pensando que era su mujer la que hablaba con él a la reja, se introdujo en la quinta para matarla en el momento que saliese a la cita. D. Pedro, a quien la reina había permitido aquella noche entrar en la casa, la defiende. Al ruido de las espadas acuden criados y luces: el amante y el marido reconocen su error, y confiesan que sólo han sido felices o infelices por imaginación.

La escena última es una de las mejores de la comedia, disimulando algunos defectos de estilo, y la pesada repetición del título de la comedia, repetición ya de moda en nuestro teatro.

REINA
       ¡Válgame Dios!
hombres, ¿quien sois? ¡ay de mí!
VICENTE
Quien te dará muerte hoy.
REY
Yo quien te dará la vida.
REINA
¿Cómo estáis aquí los dos?
VICENTE
Como yo vengo a tomar
de mi honor satisfacción.
—160→
REY
Y yo vengo a defenderte.
VICENTE
No podrás...
REINA
¡Qué confusión!
VICENTE
Porque es un rayo mi espada.
REY
¿Hasme conocido?
VICENTE
No.
REY
Huélgome, porque el respeto
no haga lo que hará el dolor.
VICENTE
Mi obligación es morir
cumpliendo mi obligación.
Sed testigos, cielos, que
tiro a Violante, al rey no.
REINA
¡Muerta estoy! no sé que hacer.
GUILLÉN
Ruido en el jardín se oyó.
ELVIRA
Aunque la reina no llame,
sacad luces, que hay traición.
REY
¿Qué miro? ¡Válgame el cielo!
¿Qué veo? ¡Válgame Dios!
VICENTE
¿Vos sois con quien yo reñía?
¿y por quien reñía sois vos?
¡quién muchas vidas tuviera
que dar en satisfacción
de este ciego atrevimiento!
una tengo, aquesta os doy.
REY
¿Cómo? ¿Vuestra alteza es quien
aquí estaba?
REINA
Sí, yo soy
la que partiendo su suerte
entre la luna y el sol,
de vos adorada vive
y aborrecida de vos.
Con el nombre de Violante
os hablé por el balcón
de mí estáis enamorado
de noche, si de día no;
pues una mentira, rey,
tanta pasión os debió,
¿por qué una verdad no puede
deber la misma pasión?
Mirad que será defecto
de una real condición,
—161→
el que pueda la mentira
más que a verdad con vos.
Violante me imaginasteis;
aunque veis que no lo soy,
amad, señor, por acierto
lo que amasteis por error.
En publicar este engaño
no se embaraza mi voz,
porque tiene por disculpa
el ser nacido de amor.
Si una imaginación sola
finezas os mereció,
y esa misma a D. Vicente
tantos pesares costó,
haga caso aquesta vez,
con que me hallareis, señor
olvidada de mi estrella,
asunto digno de vos;
y él en su esposa hallará
desengaño de su honor:
para que conozca el mundo
en la historia de los dos,
que el gusto y disgusto
de esta vida son,
no más que una leve
imaginación.
REY
Aunque pudiera ofenderme
de este padecido error,
con la que hablé se halla ya
en pena de mi pasión;
y además de esto, pendiente
de Violante está el honor
de D. Vicente y el conde,
justo es dar satisfacción;
pues acudamos a todo,
que yo valgo más que yo.
Alzad, señora, del suelo,
que sólo corrido estoy
—162→
de que por otra os amé,
mereciéndolo por vos.
Del engaño que me hicisteis,
mi abrazo os dará el perdón
y a vos también, D. Vicente,
del desacierto os le doy:
que si lo que imaginasteis,
a este lance os obligó,
y lo que yo imaginé
también me empeñó a esta acción
vuestro gusto y mi disgusto,
puesto que tan unos son,
es bien que se den las manos,
publicando en alta voz
que el gusto y disgusto
de esta vida son,
no más que una leve
imaginación.
VICENTE
Dame mil veces los pies;
y tú, Violante, mi error
perdona.
VIOLANTE
Gracias al cielo
que te miro sin temor.
CONDE
Dicha fue que me quedara
contigo esta noche yo
porque no se dilatase
ese gusto a mi afición.
REY
En la corte, D. Vicente,
donde con la reina voy,
me contareis la jornada.
REINA
Dichosa mil veces yo.
CHOCOLATE
Esta es verdadera historia
de que saque el pio lector,
que se estimo lo que es proprio,
que lo ageno no es mejor;
pues como imagine un hombre
que todas mugeres son,
y que no es mejor alguna,
porque cualquiera es peor,
—163→
con la suya vivirá
contento, pues lo enseñó
la comedia; imaginad
si os dio gusto, que os dio
gusto, y con esto dirá
agradecido el autor,
que el gusto y disgusto
de esta vida son,
no más que una leve
imaginación.


La moralidad que saca el gracioso al fin del drama es propia del cómico profundo de Calderón.

Es admirable también la escena en que D. Vicente, que vuelve de la campaña y ya está celoso de su esposa, es recibido por ella con las caricias de una mujer inocente y virtuosa. Los caracteres de la mujer que ama y del marido que sospecha, están perfectamente desenvueltos.

VIOLANTE
Mi bien, señor, esposo,
seas tan bien venido,
como esperado has sido
de este pecho amoroso,
que con amantes lazos
feliz te espera en sus dichosos brazos.
VICENTE
Tú seas, dueño mío,
mil veces bien hallada,
como has sido deseada
de este preso albedrío,
que en alas ha volado
de amor por llegar presto y abrasado.
Apenas acabadas
las treguas de la guerra
pisé la amada tierra,
cuando a largas jornadas,
fino amante y sujeto,
a verte me adelanto de secreto.
—164→
VIOLANTE
Aunque esté a la fineza
con que a verme has venido
mi pecho agradecido,
no sé con qué tibieza
me hablas, me oyes, me miras,
y hacia dentro con temor suspiras,
que das al pensamiento,
cuando más se aconseja,
causa de que haya queja
del agradecimiento:
¿con qué cuidado vienes?
mi bien, ¿qué traes, dí, mi bien, qué tienes?
VICENTE
¿Pudieran ser fingidos
también dichos enojos?
Nada habéis visto, ojos,
mucho escucháis, oídos;
no pueda en mi confuso devaneo
lo que imagino más, que lo que veo.
Del camino cansado,
y no bueno he venido:
esta la causa ha sido,
no ha sido desagrado,
señora, el suspenderme.
VIOLANTE
Lo peor es que pudiste responderme,
porque cuando trajeras
algunas pesadumbres,
del tiempo a las costumbres
dejara las vencieras:
esto yo te lo fío,
mas la salud no puedo, dueño mío.
Pluguiera a Dios, pluguiera,
que a costa de la mía,
que hasta el alma este día
en albricias te diera;
y díganlo mis ojos,
que lágrimas te ofrecen por despojos.
VICENTE
Ahora es tiempo, ahora,
ilusión mal nacida,
—165→
de darte por vencida:
Violante es la que llora;
no dirás más verdad (¿qué estoy dudando?)
imaginando tú, que ella llorando.
Bella Violante mía,
cuando muerto viniera,
sólo el verte me diera
más vida, más placer, más alegría,
que desearme puedes;
todo en sólo ese llanto lo concedes.


El rey, desesperado de ver casada a Violante sin poderlo impedir, habla con su valido D. Guillén acerca de su amor, y éste le dice:

GUILLÉN
¿Querrás, señor, escuchar
un consejo?
REY
Sí querré
pero no le tomaré.
GUILLÉN
Pues no te le quiero dar,
que será segundo error
despreciarle.
REY
Y haces bien;
¿por que imaginas, Guillén,
que los gentiles a amor
Dios, y no rey, le aclamaron,
siendo así que los demás
dioses provincias verás
que, como reyes, mandaron?
GUILLÉN
Nuevo ha de ser el concepto
dile.
REY
Pues sabrás que fue,
porque el amor no se ve
a otro parecer sujeto.
Consejos por justa ley
tiene el rey; pero Dios no
y así, el amor se llamó
siempre Dios, y nunca rey
dando a entender en bosquejos
y sombras, que ha de tener
amor, como Dios, poder,
y no, como rey, consejos.


  —166→  

Este pensamiento es muy ingenioso, y propio de la época, en la cual la pasión del amor se sometía al raciocinio; porque era una verdadera ocupación del alma.

La comedia de Nadie fue su secreto tiene en su título mismo la acción. D. César, favorito del duque de Parma, confía su amor a su amigo D. Arias; y este, con la intención de separar al príncipe, que amaba la misma dama, aunque no correspondido, de una pasión perniciosa a su amigo, le declara el secreto de éste. El príncipe, justo y magnánimo, renuncia en efecto a su amor; pero se complace en quitar a César todas las acciones de hablar con su amada, sabiendo por D. Arias, a quien nada ocultaba César, cuáles eran aquellas ocasiones.

La de Amado y Aborrecido tiene un objeto más noble. Dante, amado de Aminta, pero enamorado de Irene, que le aborrece, recibiendo de la primera toda especie de beneficios, y de la segunda sólo injurias y desdenes, se halla en el caso de sacrificar la vida de una de las dos para salvar la de la otra, y se decide al fin en favor de la mujer que le ama.

La vida es sueño es bastantemente conocida en nuestro teatro, y será objeto de una lección particular.

La comedia En esta vida todo es verdad y todo es mentira, en la que se trata de probar la ilusión de las cosas humanas y la perpetua incertidumbre de nuestros juicios, es y debe ser clásica en nuestra literatura, no sólo porque el gran Corneille imitó su asunto y su mejor escena en su tragedia de Eráclio, sino también porque Voltaire hizo de ella a su modo una traducción pésima, en la cual hace decir a nuestro autor un gran número de desatinos, lo atribuye hasta los yerros de la prensa española, omite versos y expresiones necesarias para la inteligencia del texto, y censura los defectos de nuestro teatro, llamando bárbara a una nación cuyo idioma conocía tan poco, que   —167→   el título de comedia famosa que entonces ponían los autores a todas las suyas, excepto a las que llamaban grandes, lo cree exclusivo de la que tradujo. A pesar de todas estas preocupaciones, no deja de admirar Voltaire los rasgos del verdadero genio poético en este drama.

Su acción es la siguiente. Focas venció y mató a Mauricio, emperador de Oriente, en una batalla que le dio en Sicilia. El día de la acción, Astolfo, confidente de Mauricio, viendo perdida la causa de su señor, se llevó consigo al niño Eráclio, hijo del emperador, y se ocultó en una gruta del Etna. Otro niño, hijo natural de Focas, vino también por varios casos a su poder. A ambos dio educación, y los trató con igual cariño, pero sin permitir ver a nadie, teniéndolos siempre escondidos en la aspereza de las montañas.

Mientras ellos crecían, Focas subyugó todo el imperio, se ciñó la corona de los Césares, y se dedicó a consolidar su usurpación. Cuando se creyó seguro en el trono, trató de averiguar el paradero de su hijo y del de su enemigo. Conocía a Astolfo; sabía que guardaba a Eráclio; pero de su hijo ignoraba hasta el sexo. El drama empieza en el momento que Focas llega a Sicilia, adonde le recibe Cintia, reina feudataria de la isla; y la exposición la hace el mismo Focas, manifestando a Cintia el motivo de su llegada. Al empezar su indagación en las montañas, encuentra a Eráclio, Leonido (que este era el nombre de su hijo), y a Astolfo, a quien conocía; y entonces se verifica una de las mejores escenas trágicas, imitada por el gran Corneille, y de la cual dice Voltaire, que si todo el drama de Calderón fuese como esta escena, sería superior a las mejoras composiciones del teatro francés.

FOCAS
Yerto cadáver, en quien
a despecho del veloz
tiempo, a pesar de las canas
—168→
e injuria de escarcha y sol,
todavía en mi memoria
guarda la imaginación
aquellas primeras señas
con que te vi embajador,
¿cómo aquí...? Pero no quiero
que te asuste mi rigor,
cuando debo agradecido
al no esperado favor
del hallarte las albricias.
Alza del suelo, y tu voz
me diga, ¿si es de Mauricio
el hijo que reservó
de mis iras tu lealtad
uno destos?
ASTOLFO
Sí señor,
el uno de los dos es
hijo de mi emperador,
a quien (porque nunca diera
en manos de tu furor)
crié en estos montes, sin que
sepa quién es, ni quién soy;
porque el tenerle así tuve
a inconveniente menor,
que el mirarle en tu poder,
ni de una gente que dio
obediencias a un traidor.
FOCAS
Pues mira cuán superior
el hado a la diligencia
manda: ¿cuál es de los dos?
ASTOLFO
Que es uno dellos diré,
pero cuál es de ellos, no.
FOCAS
¿Qué importa que ya lo calles,
si es inútil pretensión
para que no muera, pues
matando a entrambos, estoy
cierto de que muera en uno
el que aborrezco, y que no
turbará nunca el imperio?
—169→
A menos costa el temor
podrá asegurarse.
FOCAS
¿Cómo?
LEONIDAS
Vengando en mí ese rencor,
que yo, a precio de ser hijo
de un supremo emperador,
daré contento la vida.
ERÁCLIO
Si en él dicta la ambición,
en mí la verdad.
FOCAS
¿Por qué?
ERÁCLIO
Porque yo sé que lo soy.
FOCAS
¿Tú lo sabes?
ERÁCLIO
Sí.
ASTOLFO
¿Pues quién
te lo ha dicho?
ERÁCLIO
Mi valor.
FOCAS
¿Entrambos para morir
competís por el blasón
de hijos de Mauricio?
LOS DOS
Sí.
FOCAS
¿Dí tú cuál de los dos?
LOS DOS
Yo.
ASTOLFO
Que es uno mi voz ha dicho,
cuál es, no dirá mi amor.
FOCAS
Eso es querer, por salvar
uno, que perezcan dos;
y pues entrambos conformes
están en morir, no soy
tirano, pues que la muerte
que ellos me piden les doy.
Soldados, mueran entrambos.
ASTOLFO
Tú lo pensarás mejor.
FOCAS
¿Por qué?
ASTOLFO
Porque no querrás,
ya que el uno te ofendió
en vivir, te ofenda el otro
en morir.
FOCAS
¿Pues por qué no?
ASTOLFO
Porque es el otro tu hijo,
de cuya verdad te doy,
para testimonio, esta
lámina, que a mí me dio
con él y con la noticia
de ser tuyo, la aflicción
de aquella villana en quien
fue tan parlero el dolor,
que por no reservar nada,
—170→
el hijo aún no reservó.
Ahora, con el resguardo
que el uno en el otro halló
sabiendo que es tu hijo el uno,
podrás matar a los dos.
FOCAS
¡Qué escucho, y qué miro!
CINTIA
¡Estraño
suceso!
FOCAS
¡Quién, cielos, vio
que cuando de mi enemigo
y mía buscando soy
la sucesión, que afligía
mi vaga imaginación
tan equívocas encuentre
una y otra sucesión,
que impida el golpe del odio
el escuso del amor!
Mas tú dirás uno y otro
quién es.
ASTOLFO
Eso no haré yo
tu hijo ha de guardar al hijo
de mi rey y mi señor.
FOCAS
No te valdrá tu silencio,
que la natural pasión
con esperiencias dirá
cuál es mi hijo y cuál no,
y entonces podré dar muerte
al que no halle en mi favor.
ASTOLFO
No te creas de esperiencias
de hijo a quien otro crió,
que apartadas crianzas tienen
muy sin cariño el calor
de los padres; y quizá,
llevado de algún error,
darás la muerte a tu hijo.
FOCAS
Con eso en obligación
de dártela a ti me pones,
si no declaras quién son.
ASTOLFO
Así quedará el secreto
en seguridad mayor,
que los secretos un muerto
—171→
es quien los guarda mejor.
FOCAS
Pues no te daré la muerte,
caduco, loco, traidor,
sino guardaré tu vida
en tan mísera prisión,
que lo prolijo en morir
te saque del corazón
a pedazos el secreto.
ERÁCLIO
No lo ultraje tu furor.
LEONIDAS
No tu saña le maltrate.
FOCAS
Pues qué, ¿amparaisle los dos?
LOS DOS
Si él nuestra vida ha guardado,
¿no es primera obligación
de todas guardar su vida?
FOCAS
¿Luego a ninguno mudó
la vanidad de que pueda
ser hijo mío?
ERÁCLIO
A mí no,
porque más quiero, otra vez
digo, morir al horror
de ser legítimo hijo
de un supremo emperador,
que vivir de una villana
hijo natural.
LEONIDAS
Y yo,
que aunque ser tu hijo tuviera
a soberano blasón,
no me ha de esceder a mí
Eráclio en la presunción
de ser lo mas.
FOCAS
¿Y éslo más
Mauricio?
LOS DOS
Sí.
FOCAS
¿Y Focas?
LOS DOS
No.
FOCAS
¡A venturoso Mauricio!
¡a infeliz Focas! ¿quién vio
que para reinar no quiera
ser hijo de mi valor
uno, y que quieran del tuyo
serlo, para morir, dos?
Y pues de tanto secreto,
que ya pasa a ser baldón,
—172→
sólo eres dueño, volviendo
a mi primera intención,
te harán hablar hambre y sed,
desnudez, pena y dolor.
Llevadle preso.
LOS DOS
Primero
restados en su favor
nos verás.
FOCAS
Eso es querer
que abandonado el amor
con que al uno busqué, en ambos
se vengue mi indignación.


En el segundo acto consulta Focas al mágico Lisipo, para que por sus artes averigüe cuál de los dos es su hijo: pero Cintia, que ama a Eráclio, amenaza al mágico con la muerte si expone con su declaración la vida del héroe, que visto sólo una vez, cautivó su alma. Lisipo cuando se vuelve a ver con Focas, finge que la deidad que le inspira le manda callar; pero que puede hacer una experiencia en la cual los dos príncipes manifiesten lo que son. Para esto forma un palacio encantado, en el cual sólo son personas verdaderas Focas, él y los príncipes. Astolfo, Cintia y demás interlocutores, son espíritus fantásticos revestidos de formas humanas, pero que hacen y dicen lo que harían y dirían los personajes verdaderos que representan.

La experiencia del encanto dura Lodo el resto del segundo acto y gran parte del tercero. El palacio desaparece sin que Focas encuentre la verdad que deseaba: Eráclio y Leonido, después de haberse visto príncipes, se admiran de encontrarse en su antiguo estado de selvatiquez. En fin, el usurpador, movido de cierto impulso secreto contra Eráclio, finge que le cree hijo de Mauricio: Astolfo, creyendo descubierta ya la verdad, lo confiesa, y Lisipo, sin temor de haber faltado al precepto de Cintia. Astolfo y Eráclio son entregados en un barquichuelo a las olas. El viento los lleva al puerto donde había desembarcado Federico,   —173→   duque de Calabria, enemigo de Focas, con su ejército. Eráclio, reconocido por este príncipe, que era su primo hermano, pelea con él contra Focas, que pierde en la batalla la vida y el imperio.

La mayor parte de los argumentos de Voltaire contra este drama pueden rebatirse diciendo que Calderón no quiso componer una tragedia francesa, si no una comedia ideal española, en que describiese la incertidumbre de la suerte humana, y la mezcla perpetua de verdad e ilusión que hay en todos los accidentes de la vida. Otros argumentos nacen de la ignorancia de Voltaire en el idioma y literatura castellana: otros, en fin, de las pésimas ediciones españolas que se hacían de nuestras comedias.

Nada diremos del Eráclio de Corneille, tragedia bien conducida según las reglas; pero la aglomeración de gran número de incidentes en un solo día es una inverosimilitud más chocante que los prestigios de un encantador. Estos tienen en la escena una verosimilitud de convención, que nunca pueden tener aquellos.

En la lección siguiente examinaremos las comedias sagradas de Calderón, género que perfeccionó como todos los demás.



  —174→  

ArribaAbajo23ª lección

Séptima de Calderón


Acaso el género de composiciones dramáticas en que más se aventajó Calderón a sus antecesores, y en que menos bien le imitaron sus sucesores, fueron las comedias de asuntos sagrados. Antes y después de él se consideraban estos dramas únicamente como un arbitrio para excitar o sostener la devoción del vulgo, presentándole en el teatro lo mismo que veía en los templos, o cuando menos, para divertirle con milagros, apariciones de ángeles, desapariciones de demonios, éxtasis y arrobamientos de santos, y otros espectáculos de esta especie, que tanto debían agradarle. Calderón fue el primero que elevó esta clase de dramas a un género ideal y verdaderamente religioso, suponiendo en el protagonista un pensamiento exclusivo que le conduce a abrazar la fe cristiana, o si ya lo es, le obliga a enmendar su vida y sus costumbres.

Sirva de ejemplo la comedia del Mágico prodigioso. Cipriano, filósofo pagano de Antioquía, habiendo leído un pasaje de Plinio en que dice:


Dios es una bondad suma,
una esencia, una sustancia,
todo vista, todo manos...



en el cual están bastantemente explicadas, como las conocieron los gentiles, la unidad, la sencillez, la bondad, la sabiduría y la omnipotencia del Ser Supremo, comienza a dudar de la gran multiplicidad de dioses que admitían los gentiles. El Demonio, temeroso de que se le escapase un hombre tan sabio como Cipriano,   —175→   y se convirtiese al cristianismo se te presenta en figura de viajero, y disputa con él sobre la materia; pero en vez de persuadirle, tuvo que darse por vencido a los argumentos de Cipriano, tomados solamente de la razón natural. Esta disputa se verifica en la primer escena del drama. El Demonio, no habiendo podido hacer efecto sobre la inteligencia del sabio, muda de batería, y trata de ganar su voluntad por medio de los placeres, inspirándole una pasión ciega a Justina, virgen cristiana, de singular hermosura, modestia y virtud. Esta segunda batería, contra la cual no halló defensa en el corazón del filósofo gentil, le salió tan bien, que Cipriano, abandonando los estudios y el traje filosófico, se viste de gala y aparece en el segundo acto enamorando a Justina.

Despreciado por ella se sale al campo, donde se le presenta el Demonio bajo la forma de otro hombre, toma el nombre de Lucero, y le dice que es un mágico. En prueba de ello hace varios prodigios a su vista, y se ofrece a enseñarle la magia, con cuyos conjuros podrá obligar a Justina a venir a su poder, si le entrega el alma. Cipriano se obliga a ello con una cédula firmada de su sangre, complaciendo así su loco amor y su ambición de sabiduría.

En el tercer acto, Cipriano, ya muy instruido en el arte diabólica, comienza sus conjuros. Bien quisiera Lucero que acudiese a sus evocaciones la misma Justina, para lo cual excitó la fantasía de esta mujer con toda especie de imágenes amorosas; pero la virtud de la doncella cristiana, favorecida por el auxilio divino, resiste a todas las seducciones. No pudo, pues, acudir a los conjuros de Cipriano más que una imagen mentida de la verdadera Justina, que se presenta en el monte donde estaban: Cipriano la conoce y la sigue; la imagen huye y se cubre con el velo; Cipriano la alcanza, la coge entro sus brazos, lo arranca el velo, y en vez de la mujer que amaba, solo encuentra un esqueleto; medio milagroso de que se valió   —176→   la Providencia para destruir los artificios de Lucero. La escena que le sigue entre Cipriano y su maestro de mágica, es admirable. En ella se ve el hombre, desengañado de sus pasiones y auxiliado por la inspiración divina, luchando contra el genio del mal. Esta lid, que en el drama se presenta exterior, es una fiel imagen de las que el hombre sostiene contra el vicio, que solicita hacerle su esclavo.

CIPRIANO
Apenas sobre la tierra
herida acentos pronuncio,
cuando en la acción, que allá estaba
Justina, divino asunto
de mi amor y mi deseo,
¿pero para qué procuro
contarte lo que ya sabes?
Vino, abracéla, y al punto
que la descubro, (¡ay de mí!)
en su belleza descubro
un esqueleto, una estatua,
una imagen, un trasunto
de la muerte, que en distintas
voces me dijo: (¡o qué susto!)
así, Cipriano, son
todas las glorias del mundo.
Decir que en la magia tuya
por mí ejecutada, estuvo
el engaño, no es posible;
porque yo, punto por punto
la obré; y aunque errar pudiese
de sus caracteres mudos
una línea, ni una voz
de sus mortales conjuros
luego tú me has engañado
cuando yo los ejecuto,
pues sólo fantasmas hallo,
adonde hermosuras busco.
DEMONIO
Cipriano, ni hubo en ti
—177→
defecto, ni en mí le hubo:
en ti, supuesto que obraste
el encanto con agudo ingenio:
en mí, pues el mío
te enseñó en él cuanto supo.
El asombro que has tocado
más superior causa tuvo;
mas no importará, que yo,
que tu descanso procuro,
te haré dueño de Justina
por otros medios más justos.
CIPRIANO
No es ese mi intento ya,
que de tal suerte confuso
este espanto me ha dejado,
que no quiero medios tuyos.
y así, pues que no has cumplido
las condiciones que puso
mi amor, sólo de ti quiero
ya que de tu vista huyo,
que mi cédula me vuelvas,
pues es el contrato nulo.
DEMONIO
Yo te dije, que te había
de enseñar en este estudio
ciencias que atraer pudiesen
de tus voces al impulso
a Justina; y pues el viento
aquí a Justina te trujo,
válido ha sido el contrato,
y yo mi palabra cumplo.
CIPRIANO
Tú me ofreciste que había
de coger mi amor el fruto
que sembraba mi esperanza
por estos montes incultos.
DEMONIO
Yo me obligué, Cipriano,
sólo a traerla.
CIPRIANO
Eso dudo,
que a dármela te obligaste.
DEMONIO
Ya la vi en los brazos tuyos.
CIPRIANO
Fue una sombra.
DEMONIO
Fue un prodigio,
—178→
CIPRIANO
¿De quién?
DEMONIO
De quien se dispuso
a ampararla.
CIPRIANO
¿Y cuyo fue?
DEMONIO
No quiero decirte cuyo.
CIPRIANO
Valdreme yo de mis ciencias
contra ti: yo te conjuro,
que quién ha sido me digas.
DEMONIO
Un Dios, que a su cargo tuvo
a Justina.
CIPRIANO
¿Pues qué importa
sólo un Dios, puesto que hay muchos?
DEMONIO
Tiene este el poder de todos.
CIPRIANO
Luego solamente es uno
pues con una voluntad
obra más que todos juntos.
DEMONIO
No sé nada, no sé nada.
CIPRIANO
Ya todo el pacto renuncio
que hice contigo; y en nombre
de aquese Dios, te pregunto,
¿qué le ha obligado a ampararla?
DEMONIO
Guardar su honor limpio y puro.
CIPRIANO
Luego ese es suma bondad,
pues que no permite insulto.
¿Mas qué perdiera Justina,
si aquí se quedaba oculto?
DEMONIO
Su honor, si lo adivinara
por sus malicias el vulgo.
CIPRIANO
Luego ese Dios todo es vista
pues vio los daños futuros.
¿Pero no pudiera ser,
ser el encanto tan sumo,
que no pudiera vencerle?
DEMONIO
No, que su poder es mucho.
CIPRIANO
Luego ese Dios todo es manos,
pues que quiso cuanto pudo.
Dime, ¿quién es ese Dios,
en quien hoy he hallado juntos
ser una suma bondad,
ser un poder absoluto,
todo vista, y todo manos,
—179→
que há tantos años que busco?
DEMONIO
No lo sé.
CIPRIANO
Dime, ¿quién es?
DEMONIO
¡Con cuánto horror lo pronuncio!
Es el Dios de los cristianos.
CIPRIANO
¿Qué es lo que moverle pudo
contra mí?
DEMONIO
Serlo Justina.
CIPRIANO
¿Pues tanto ampara a los suyos?
DEMONIO
Sí; mas ya es tarde, ya es tarde
para hallarle tú, si juzgo
que siendo tú esclavo mío
no has de ser vasallo suyo.
CIPRIANO
¿Yo tu esclavo?
DEMONIO
En mi poder
tu firma está.
CIPRIANO
Ya presumo
cobrarla de ti, pues fue
condicional, y no dudo
quitártela.
DEMONIO
¿De qué suerte?
CIPRIANO
De esta suerte.
DEMONIO
Aunque desnudo
el acero contra mí
esgrimas, fiero y sañudo,
no me herirás; y porque
desesperen tus discursos,
quiero que sepas que ha sido
el Demonio el dueño tuyo.
CIPRIANO
¿Qué dices?
DEMONIO
Que yo lo soy.
CIPRIANO
¡Con cuánto asombro te escucho!
DEMONIO
Para que veas, no sólo
que esclavo eres, pero cuyo.
CIPRIANO
¿Esclavo yo del Demonio?
¿yo de un dueño tan injusto?
DEMONIO
Sí, que el alma me ofreciste
y es mía desde aquel punto.
CIPRIANO
Luego no tengo esperanza,
favor, amparo, o recurso,
que tanto delito pueda
borrar.
DEMONIO
No.
CIPRIANO
¿Pues ya qué dudo?
No ociosamente en mi mano
esté aqueste acero agudo;
pasándome el pecho, sea
—180→
mi voluntario verdugo.
¿Mas qué digo? Quien de ti
librar a Justina pudo,
¿a mí no podrá librarme?
DEMONIO
No, que es contra ti tu insulto:
él no ampara los delitos,
las virtudes sí.
CIPRIANO
Si es sumo
su poder, el perdonar
y el premiar será en él uno.
DEMONIO
También lo será el premiar
y el castigar, pues es justo.
CIPRIANO
Nadie castiga al rendido;
yo lo estoy, pues lo procuro.
DEMONIO
Eres mi esclavo, y no puedes
ser de otro dueño.
CIPRIANO
Eso dudo.
DEMONIO
¿Cómo, estando en mi poder
la firma que con dibujos
de tu sangre escrita tengo?
CIPRIANO
Él que es poder absoluto,
y no depende de otro,
vencerá mis infortunios.
DEMONIO
¿De qué suerte?
CIPRIANO
Todo es vista,
y verá el medio oportuno.
DEMONIO
Yo la tengo.
CIPRIANO
Todo es manos,
él sabrá romper los nudos.
DEMONIO
Dejarete yo primero
entre mis brazos difunto.
CIPRIANO
Grande Dios de los cristianos,
a ti en mis penas acudo.
DEMONIO
Ese te ha dado la vida.
CIPRIANO
Mas me ha de dar, pues le busco.


Cipriano, convertido al cristianismo, el martirio en Antioquía, al mismo tiempo que Justina.

El mismo principio de la unidad de Dios, reconocido por la razón natural, forma la parte ideal del drama intitulado El José de las mujeres; pero hay otras situaciones en él, que merecen particular atención.

  —181→  

Eugenia, hija de Filipo gobernador de Alejandría, aficionada exclusivamente al estudio de la filosofía, por el cual desechaba la pasión de dos amantes que aspiraban a su mano, leyendo acaso la epístola de San Pablo a los de Corinto, encontró en ella el dogma de la unidad de Dios. Favorecida por inspiraciones celestiales, acometida por las asechanzas del Demonio, triunfó en su corazón el deseo de servir a Dios en la verdadera religión, y huyó a la Tebaida, donde estaban refugiados los cristianos, afligidos por la persecución del emperador Galieno.

El Demonio procuro sacar utilidad de la desaparición de Eugenia, persuadiendo a los egipcios que los dioses, enamorados de su discreción y beldad, la habían elevado a su alta clase y dádola un lugar en el Olimpo; con cuyo motivo los de Alejandría le consagraron altares y sacrificios; al mismo tiempo que Eugenia, cautivada en traje varonil y condenada a la esclavitud, que esta era la pena impuesta a los cristianos por un edicto, fue entregada como esclavo Melancia, dama de Alejandría, por el Demonio mismo que había animado el cadáver de Aurelio, amante de Eugenia y muerto en un desafío. Ni su humillación presente, ni las aclamaciones con que la celebraba como diosa el engañado vulgo de Alejandría, pudieron nada sobre su ánimo, que sólo lamentaba ser causa, aunque inocente, de una idolatría nueva; y todos los artificios del Demonio para derrocar su virtud fueron sin efecto. Así concluye el segundo acto.

En el tercero, Melancia, cuyo carácter liviano está ya descrito desde los actos anteriores, enamorada del fingido esclavo, te solicita de amores, y desechada, la acusa ante el tribunal del Pretor del mismo delito que ella deseaba cometer. Eugenia declara quién es, se burla de la idolatría del pueblo que condenaba a muerte la misma que adoraba por deidad, convierte a su padre, a su hermano, y gran parte, del pueblo de Alejandría, y recibe el martirio con su familia y otros   —182→   muchos. Melancia es herida del rayo en castigo de su maldad.

Son admirables la escena en que Eugenia rechaza las solicitudes de Melancia, y el razonamiento con que desvanece la calumnia de esta en el tribunal del Pretor, que estaba en el mismo templo erigido a la deidad de Eugenia.

EUGENIA
El que te hayas reportado
por mí, señora, te estimo.
MELANCIA
Aun más me debes, pues siendo
mi enojo por ti y contigo
ha podido tu piedad
más que mi enojo ha podido2.
EUGENIA
¿Por mí tú enojo?
MELANCIA
Sí, pues
tú la causa dél has sido.
EUGENIA
¿Y conmigo?
MELANCIA
Sí, pues tú
tienes la culpa, enemigo
traidor, esclavo: ¡mas hay de mí!
mal digo, mal digo,
que no es causa de la pena
quien es de la pena alivio.
Y pues ya no hay que perder,
estando todo perdido,
llegando otros a saberlo,
¿qué reparo yo en decirlo?
Desde el día, hermoso esclavo,
que te vi, de mis sentidos
fuiste dueño, y...
EUGENIA
No prosigas,
o harás que para no oírlo,
como el áspid al encanto,
me cierre entrambos oídos.
MELANCIA
Advierte, antes que te arrojes
a responder con desvío,
—183→
que desde el amor al odio,
que al rencor desde el cariño,
aunque es ir de estremo a estremo
es muy andado camino;
y más de muger que...
EUGENIA
No
prosigas otra vez digo
que aunque convertir presumas
los halagos en martirios,
toda la naturaleza
opuesta está a tus designios.
MELANCIA
¿No eres mi esclavo?
EUGENIA
Sí soy,
mas no lo es...
MELANCIA
¿Quién?
EUGENIA
Mi albedrío,
que él no pudo ser esclavo.
MELANCIA
De amor sí pudo.
EUGENIA
Es delirio.
MELANCIA
Es rendimiento.
EUGENIA
Es engaño.
MELANCIA
Es favor.
EUGENIA
Es desatino.
MELANCIA
Oye.
EUGENIA
Suelta.
MELANCIA
Escucha.
EUGENIA
Aparta;
que es tu mano rayo vivo,
cuyo contacto, porque
no me inficione el vestido,
habré de dejarle en ellas.
Errado engañado pueblo,
escucha, no porque intento
mi muerte escusar, sino
hacer más fácil mi muerte
¿cómo puede ser justicia,
ni cómo verdad ser puede
ley que perdona al culpado
y castiga al inocente?
Siendo así que del delito
que me acusan y convencen
no es posible que yo sea
el agresor.
TODOS
¿De qué suerte?
EUGENIA
Siendo, como soy muger
a quien el trago desmiente
o de varón: no el escucharme
os suspenda y os altere,
que aún más adelante pasan
—184→
mis fortunas, pues que quieren
los cielos que los prodigios
de mi vida os avergüencen,
y en vuestro idólatra error
os convenzan: aún no es este
el mayor asombro, pues
soy el original de ese
retrato a quien adoráis:
Eugenia soy, ¿qué os suspende?
¿qué os asombra? ¿qué os espanta?
¿qué os turba? ¿qué os enmudece?
si ya no es que sea mirar
vuestra ceguedad al verme
que de un trono, que es altar
y tribunal juntamente,
pueda ser a un tiempo mismo
la deidad y el delincuente:
acusada y venerada,
abatida y eminente
me miráis en un instante;
¿pues cómo se compadece
el estar allí adorada,
y aquí condenada a muerte?
Mira tú a quien idolatras
y sentencias; tú a quien quieres
y fiscalizas; tú a quien
delatas y favoreces;
tú a quien persigues y adoras;
tú a quien estimas y ofendes;
y todos, todos mirad
a quien dais himnos alegres,
y del sacrificio el fuego
ignoráis a qué se enciende,
allí para que me ahúme,
y aquí para que me queme.
Mirad, mirad a qué dioses
adoráis, pues todos pueden,
teniéndolos por divinos,
—185→
ser acusados de infieles.
Y si a tanto desengaño
no abrís los ojos, no quede
piedra sobre piedra en todo
ese edificio eminente;
fuego del cielo le abrase;
y pues disponen las leyes
que el que acusa de un delito,
padezca el daño que quiere
que padezca a quien acusa,
a Melancia un rayo ardiente
abrase viva, porque
de su acusación aleve,
de su falso testimonio,
su prisión y cárcel quede
triunfante en Egipto quien,
a pesar de tantas fuertes
persecuciones, ha sido
el José de las mujeres.


La Exaltación de la Cruz tiene por enlace también un pensamiento religioso. Anastasio, filósofo persa, se retiró de la corte para entregarse a los estudios filosóficos de su tiempo, y señaladamente al de la magia, tan común en su patria. Cosdroas, rey de Persia, enemigo de los cristianos, después de haberse apoderado de Egipto y de Siria, puso sitio a Jerusalén. Sus hijos Siroes y Menardes, que habían quedado en la corte, deseando saber el éxito de la expedición, fueron a la montaña, donde Anastasio vivía retirado, a pedirle, que les mostrase por sus encantos la situación en que se hallaba su padre. Anastasio por complacerlos hace el siguiente conjuro:

ANASTASIO
Pues espíritus impuros,
que sois los dañados genios
que a mis voces obedientes
a mis conjuros atentos
—186→
asistís, en virtud mía
esos dos jóvenes bellos,
elevados sobre el aire,
vean en su vago asiento,
a pesar de las distancias
que se les ponen en medio,
del ejército las tropas,
y de la ciudad el cerco.


En efecto, los príncipes se elevan sobre dos peñascos, y descubren a su padre en el momento que entra por asalto en Jerusalén, y acomete al templo de la Cruz, diciendo:

COSDROAS
Ea, valientes soldados,
hoy el día ha de ser nuestro,
y en fe de vuestro valor,
mi nombre vivirá eterno.
Ya la gran Jerusalén,
que pudo llamarse un tiempo
emperatriz de las gentes,
esclava está en cautiverio.
Ya postrada, ya rendida,
a voces clama, pidiendo
misericordia, ninguno
se enternezca a sus lamentos
que yo el primero de todos,
por dar a todos ejemplo,
para mi despojo elijo
este edificio opulento,
de quien piedra sobre piedra
no me ha de quedar.
ZACARÍAS
Soberbio
idólatra, no profanes
los umbrales de este templo.
COSDROAS
¿Quién eres, o venerable
anciano, que al verte, has hecho
que se suspendan mis iras?
ZACARÍAS
Soy, si de quien soy me acuerdo,
—187→
el infeliz patriarca de Jerusalén.
COSDROAS
¿Qué afecto
te trae buscando la muerte,
de que andan todos huyendo?
ZACARÍAS
El de morir a tus manos
antes de ver el desprecio
del templo a quien amenazas.
COSDROAS
¿Pues qué templo, dí, qué templo
es este?
ZACARÍAS
El que fabricaron
la fe, religión y celo
de Elena y de Constantino
al soberano Madero,
en que fue crucificado
nuestro Dios.
COSDROAS
Al oírlo tiemblo.
Pues esa Cruz, que su imagen
será mi mayor trofeo,
a Babilonia cautiva
la he de llevar, donde tengo
de ofrecérsela a mis dioses.
ZACARÍAS
Piadosos cielos, ¡qué veo!
 

(Dentro.)

 
La Cruz de Cristo es aquella;
vamos de su vista huyendo.


Ahuyentados los espíritus infernales a la vista de la Cruz, desaparece el espectáculo, y los príncipes descienden.

Anastasio viendo fallida su ciencia en el momento que su vanidad se interesaba más en ostentarla, cree que hay otra ciencia superior a cuanto sabía y trata de adquirirla abandonando su retiro y volviendo a la corte. Obsérvese el arte maravilloso del autor. En el mismo momento en que la Cruz de Cristo queda cautiva de los infieles, y es trofeo de un tirano conquistador, en ese mismo momento triunfa de las potestades infernales. Este contraste lo indica y siente muy bien Anastasio en los siguientes versos.

ANASTASIO
¿Qué es esto, dioses, qué es esto?
—188→
Cuando Cosdroas, rey de Persia,
iba a ultrajar el Madero
que del Dios de los cristianos
fue patíbulo sangriento,
¿el pacto negáis, a vista
suya? Aquí hay mayor misterio,
que yo en mis ciencias no alcanzo,
que yo en mis artes no entiendo.


En toda la comedia reina el mismo contraste entre la fuerza material del hombre y la misteriosa y divina de la religión.

Esta primer escena, es en las montañas de Asiria. La segunda del primer acto es en Constantinopla, cuyo emperador Eráclio, mientras los persas le quitaban reinos y provincias, estaba preparando fiestas y regocijos para la llegada de Eudoxia, con quien pensaba casarse, engañando con un retrato de ella las horas de la tardanza. Pero en lugar de Eudoxia llega Clodomira, reina de Gaza, fugitiva de su patria y de Jerusalén; la cual le da noticia de las victorias de Cosdroas en las siguientes octavas, que tienen versos hermosísimos a pesar de algunos defectos, no siendo el menor de ellos la excesiva simetría que en algunos se nota.

CLODOMIRA
Yo, cuya voz en lágrimas se baña;
yo, cuyo llanto en voz se retira,
de los hados hurtándome a la saña,
de los astros huyéndome a la ira,
soy... mas no digo bien, mi error te engaña,
fui, mejor dije ahora, Clodomira,
reina de Gaza un tiempo, y ya importuna
fábula, gran señor, de la fortuna3.
—189→
Mi patria, entonces reino, ahora ruina,
es del Asia menor mayor colonia,
natural confín de Persia y Palestina
tributaria al Soldán de Babilonia:
Cosdroas, que ambos imperios predomina,
llegó a ella, y con la antigua ceremonia
de que usan los reyes con los reyes,
me propuso sus dioses y sus leyes,
Yo, que heredera fui de la cristiana
religión, desde aquel tremendo día
que estremecida vio toda la humana
naturaleza su alta monarquía,
reconociendo en lid tan soberana
que ella espiraba, o su Hacedor moría,
al ver en desiguales horizontes
chocar las piedras y temblar los montes:
De crueles decretos intimada,
de ciegas amenazas persuadida,
le respondí, que sólo de fe armada,
en su defensa perdería la vida:
él, sangrientos los filos de su espada,
tirano rey y bárbaro homicida,
con furia horrible, con crueldad estraña
asoló la ciudad y la campaña.
Buscando puestos mi temor seguros
para la vida que me había quedado,
vi de Jerusalén los altos muros,
buscando en su sagrado mi sagrado:
apenas, pues, de idólatras perjuros
me hubo el dolor apenas retirado
cuando me hubo retirado apenas
a Cosdroas viendo desde sus almenas.
Tan numeroso ejército traía
según la multitud que le acompaña,
que daba que dudar a quien le vía,
cuál era la ciudad, cuál la campaña
con tan loca, tan bárbara osadía
su soberbia, su cólera, su saña
—190→
a los muros llegó, que desde luego
les publicó la guerra a sangre y fuego.
Jerusalén de idólatras sitiada,
Jerusalén de fieles no asistida,
de los unos tres veces asaltada,
de los otros ninguna socorrida:
la frente de ceniza coronada,
y la cerviz de púrpura teñida,
toda horror, toda asombro, toda espanto,
apeló solo a tribunal de llanto.
No bastó, no bastó a la rigurosa
furia la retirada de la queja;
cuál allí por su padre morir osa,
cuál por el hijo allí de sí se aleja,
cuál aquí muere en brazos de su esposa,
y en poder de los bárbaros la deja;
sintiendo más, celosamente sabio,
que su honor muerto, póstumo su agravio4.
¡O nunca hubiera en confusión tan fuerte,
o nunca hubiera en pena tan crecida,
sin vida yo escapado de la muerte!
¡sin muerte yo escapado de la vida!
nunca me hubiera mi infelice suerte
de un portillo enseñado la salida,
por donde pude, sin que estorbos tope,
llegar a Japha y embarcarme en Jope5.
De su puerto, traída de los hados,
vengo, donde te cuenten mi gemidos
que dejo sus alcázares postrados,
y sus antiguos muros demolidos,
sus sagrados lugares profanados,
sus altares y templos destruidos;
y que por fin de suerte tan esquiva,
la Cruz de Cristo a Persia va cautiva.
—191→
No puedo aquí...
ERÁCLIO
Ni yo puedo,
cuando sus voces escucho,
dejar que prosigas; cesa,
que helado, absorto y confuso,
no sé, (¡ay infeliz!) no sé
si vivo estoy, o difunto.
El Madero soberano,
iris de paz, que se puso
entro las iras del cielo
y los delitos del mundo.
El sagrado Leño, que
siendo arca de este diluvio,
fue después Dios humanado,
el carro, el plaustro y el triunfo,
ultrajado (¡tal repito!)
de bárbaros (¡tal pronuncio!)
¿en Persia cautivo yace,
sin estimación y culto?
O mal hayan, o mal hayan:
¿pero a quién culpo, a quién culpo,
si mis omisiones solas
dieron materia a este insulto?
Pero aunque conozco tarde
el yerro en que amor me puso,
presto he de enmendarle: salga
del lugar donde le tuvo
mal entretenido el ocio,
mal aconsejado el gusto.
Salga Eudoxia de mi pecho,
y este hermoso objeto suyo,
desperdiciado del aire,
vuele en átomos menudos.
Los aplausos de mis bodas
que el alborozo dispuso,
trueque el dolor en exequias,
sea el tálamo sepulcro.
No haya en mi valor, no haya
en mi amor afecto alguno
—192→
desde hoy, que en orden no sea
a rescatar este sumo
tesoro: sepa cobrarle
quien sólo perderle supo.
Deudos, vasallos y amigos,
Eráclio, César Augusto
de Constantinopla, os pide
perdón del ocio en que os tuvo.
En todo mi imperio a un tiempo
se escuchen ecos confusos
de trompas y cajas; pero
bien pronunciado ninguno.
Destemplado el parche gima,
bastardo el metal robusto,
y en vez de los estandartes
que fueron en sus dibujos
primavera de los vientos,
el aire tremole oscuros
tafetanes, negras sean
en sentimiento tan justo
banderas plumas y bandas;
que a tan sacrílego hurto
es bien que la cristiandad
se vista de negros lutos.
Y yo he de ser el primero
que embrazado el fuerte escudo
que el templado arnés trenzado
y el limpio acero desnudo,
en la campaña resista
los destemplados influjos
de las escarchas de Enero
y de los soles de Julio,
hasta que, o pierda la vida,
o vea si restituyo
la Cruz de Cristo al lugar
adonde Elena la puso.


  —193→  

Estos versos de Eráclio son magníficos, como los sentimientos cristianos que expresa.

La tercera escena del mismo acto es en Babilonia: Cosdroas llevando la Cruz cautiva, la consagra a sus dioses. Anastasio se le presenta ya en traje de soldado, y Cosdroas le da por esclavo al patriarca Zacarías, para que como tan sabio, le convenza a abjurar el cristianismo; creyendo que arruinando la fe en el pastor, los demás cristianos se convertirían fácilmente al paganismo. Al fin del acto comienza la lucha entre la ciencia del mágico y la doctrina del prelado.

En los dos actos siguientes se observa mejor la unidad de lugar, pues no sale la escena de los campos en que se hacen la guerra Eráclio y Cosdroas. En la primera del segundo acto hay una discusión entre Zacarías y Anastasio. Ensalzando el primero el infinito saber de Dios, dice que están en él toda las ciencias, y las enumera concluyendo con que Dios


es la ciencia de las ciencias.



Anastasio le replica así:

ANASTASIO
Antes que te arguya
contra esa máxima, quisiera
saber cómo harás resumen
de tantas distintas ciencias,
y de las más principales,
Zacarías, no te acuerdas
¿dónde la mágica está,
y las que producen de ella,
hasta la nigromancia,
que ni las nombras, ni mientas,
ni dices que están en Dios?
ZACARÍAS
Como no están en Dios esas,
ni esas son ciencias.
ANASTASIO
¿Pues qué
serán, si el serlo me niegas?
ZACARÍAS
Unos diabólicos artes,
—194→
dignos que él los aborrezca.
ANASTASIO
¿Cómo diabólicos?
¿Pues los espíritus (¡qué pena!)
que los obran, no son genios
de los dioses, a quien fuerzan
caracteres y conjuros,
para hacer por su obediencia
cosas sobrenaturales?
ZACARÍAS
Genios son; mas considera
que son los dañados genios,
que opuestos a Dios, intentan
competir con sus milagros,
valiéndose de apariencias
fantásticas que lo ausente
o futuro representan
por conjeturas, formando
en agua, fuego, aire y tierra
vagos fantasmas; y en esto
hable mejor la experiencia.
¿Cuántas veces sólo al nombre
de Dios, falta la asistencia
de esos espíritus? ¿Cuántas
sólo a la divina seña
de la Cruz de Cristo huyen
de su vista y...?
ANASTASIO
Oye, espera,
que aunque piensas lo que dices,
dices más de lo que piensas6.
¿La señal (¡qué es lo que escucho!)
de la Cruz (¡el alma tiembla!)?
Por sí (¡el pecho se estremece!)
los espíritus ahuyenta
—195→
que forman esas fantasmas,
y (¡la voz falta a mi lengua!)
pierden a la vista suya
estudio, poder y fuerzas?
ZACARÍAS
Sí.
ANASTASIO
Pues si tú lo probaras,
con saber yo que no fuera
de probar dificultoso,
yo...


Cosdroas llega e interrumpe la conversación; pero ya se nota la habilidad del poeta en haber propuesto por Zacarías a Anastasio el mismo caso de que él había sido testigo, y su vanidad víctima.

Eráclio pelea y es vencido; encerrado entre unos riscos por el ejército de Cosdroas, propone este a los cristianos que abjuren su fe. Niégase la propuesta, y los persas acometen. El cielo auxilia a los suyos con prodigios. Sobrevienen una tempestad y un terremoto, que sin hacer daño a los cristianos, lanzan sobre los persas, rayos y peñascos. Cosdroas implora las artes mágicas de Anastasio contra los hechizos de los cristianos; pero sus genios, subyugados por un poder superior, no lo obedecen. Vencidos los persas se refugian a sus fortificaciones, y Anastasio, reconociendo la vanidad de sus ciencias, se convierte al cristianismo.

En el tercer acto, Cosdroas, enfurecido por la confesión que hace Anastasio de su fe, manda encerrar en una cueva a él y a Zacarías, y que se preparen a la muerte. Entro tanto Eráclio, favorecido por Siroes, hijo de Cosdroas, y que estaba descontento de su padre, penetra de noche en el campamento, hace prisioneros a Cosdroas y a Menardes, su segundo hijo, y reconoce a Siroes por rey de Persia, con tal que restituya al Imperio las provincias conquistadas, los cautivos cristianos y la Cruz de Cristo. Siroes cumple las condiciones y liberta a Zacarías, pero deja a Anastasio en la prisión, de donde lo dice que no saldrá

  —196→  

sino es a sacrificar
a los dioses, o a morir.



Porque no se atrevía a aumentar el odio de los persas, si veían que favorecía a un apóstata del paganismo.

Anastasio espera con ansia la corona del martirio; pero manifiesta deseo de ver el triunfo con que ha de ser restituida la Cruz a la Iglesia de Jerusalén. Dos ángeles, para satisfacer este deseo, lo elevan en el aire, desde el cual ve la magnífica entrada de Eráclio en la ciudad santa y la colocación de la Cruz en su templo.

Parece que la idea primordial de Calderón en todas sus comedias sagradas era esta, que la inteligencia, el estudio hecho de buena fe y la renunciación a los placeres de la vida para adquirir conocimientos, conducen el hombre al cristianismo; que es también el pensamiento de Pascal. La misma máxima forma la composición de los Dos amantes del Cielo, en que Crisanto empieza estudiando el principio del evangelio de San Juan; de El Gran príncipe de Fez, en que es la lectura de un libro cristiano la que convence al moro: de la Aurora en Copacabana, en que el indio Yupanguí Inca, lleva a mal que el Dios de los peruanos quiera


«el que otros mueran por él,
no habiendo él por otros muerto.»



El Purgatorio de San Patricio sólo es notable por la creación de un carácter original. Ludovico Enio, aunque cristiano, es un monstruo de valor, de osadía y de maldad. Pero las oraciones de San Patricio alcanzan piedad para él, y se convierte yendo una noche en que iba a cometer un gran delito, el esqueleto de sí mismo que le clama:


«Yo soy Ludovico Enio.»



  —197→  

En las comedias sagradas nosotros censuraremos siempre las apariciones y tramoyas teatrales de que no están exentas ni aun las de Calderón; que serían perfectas, si el autor, renunciando a estos espectáculos, se hubiera contentado con desenvolver una máxima religiosa y describir su influencia en el corazón humano. Dramas de esta especie tendrían siempre grande mérito.

Antes de concluir esta explicación, diré que en mi entender ni el Polieucte ni la Teodora de Corneille, son dramas religiosos; porque en ellos el interés versa sobre otros objetos, y la religión no es más que un agente subordinado y accidental.

En la lección que viene hablaremos de las comedias mitológicas y pastoriles de Calderón, última clase que nos queda que examinar.