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ArribaAbajo- Libro Segundo-


ArribaAbajo- 1 -

Razonamiento hecho a su magestad en un sermón de la cuaresma, en el cual se tracta el perdón que pidió Christo al padre de sus enemigos


S. C. C. R. M.

«Pater ignosce illis, quia nesciunt quid faciunt». Entre las virtudes cardinales, la mayor y más principal dellas es la virtud de la prudencia, porque sin ésta la justicia para en crueldad, la temperança para en floxedad, la fortaleza para en tiranía, y de aquí es que a la prudencia llama el vulgo cordura, y a la imprudencia dicen locura. No dixo Cristo a sus discípulos «sed templados, sed fuertes, ni sed justos», sino que les dixo «estote prudentes sicut serpentes et simplices sicut columbe», porque a la hora que es uno prudente no puede ser sino justo en lo que manda, comedido en lo que hace y esforçado, en lo que emprende.

Es tan alto el don de la prudencia, que mediante ella se enmienda lo pasado, se ordena lo presente y se provee en lo futuro: y de aquí es que el hombre que carece desta tan grande gracia ni sabe recuperar lo perdido, ni sabe conservar lo que tiene, ni aun sabe buscar lo que espera. «Super inimicos meos prudentem me fecisti», decía el propheta David, y es como si dixese: «Muchas gracias te hago, Señor, en que si por mi malicia merecí tener enemigos, me socorriste con tu prudencia para saber me valer con ellos, porque sin ella ni a ti pudiera servir, ni a ellos resistir. «Es tan generosa y tan heroica la virtud de la prudencia, que no se sufre ella estar ni reposar en alguna persona que sea totalmente mala; y si por caso viéremos a alguno o algunos ser astutos en lo que hacen y versutos en lo que dicen, recatados en lo que emprenden y sagaces en lo que entienden, diremos con Esaías de los tales, «quod sapientes sunt ut malum faciant, facere autem bonum nesciunt». Hablándose un día delante el rey Saúl de los hijos de uno que se llamaba Isaí Bethlamita, dixo el rey Saúl a uno de los criados suyos, que allí estaban: «Novi David filium Isai, virum bellicosum et prudentem verbis». Y es como si dixera: «Yo conozco un hijo de un hombre de Bethlem que se llama Isai, y el hijo se llama David el cual es mancebo en la edad, roxo en el cabello, hermoso en la cara, baxo algo de cuerpo, recio en las fuerças y muy prudente en las palabras». Cosa es asaz de notar de cómo la escriptura sacra no loa a David, que ni era prudente en el mirar, ni era prudente en el oír, ni era prudente en el pelear, sino que era prudente en el hablar, para darnos a entender que no hay cosa en que más se conosca la virtud de la prudencia que es en la palabra que el hombre habla. «Tempus tacendi et tempus loquendi», dixo el sabio Salomón; y es como si dixese: «Todas las cosas desta vida tienen lugar a do estén, tienen el ser con que se conservan, tienen tiempo en que obren, tienen condición a que se inclinen y aun tienen fin a do paren: y de aquí es que en un tiempo siembran y en otro cogen, en un tiempo trabajan y en otro huelgan, en un tiempo edifican y en otro derruecan, y en un tiempo callan y en otro hablan; y esto dice porque naturalmente el hablar requiere congruo tiempo y aun mucho tiento.

Muy mucho es de ponderar que no dixo el sabio «tempus loquendi» y «tempus facendi», sino que primero dixo «tempus facendi» y después dixo «tempus loquendi», para darnos a entender que si primero no nos habituamos a callar, nunca nos abeçaremos a hablar, porque el hombre prudente y cuerdo entre sí mismo callando piensa lo que ha de decir, antes que lo ose publicar. La mayor señal de hombre discreto es saber elegir el tiempo en que ha de hablar y conocer tan bien el tiempo en que ha de callar, porque ya podría ser haber tanta necesidad de hablar que el callar le notasen por simpleza, y también podría haber canta necesidad de callar que el hablar le imputasen a locura. Mas como sabio dixo el sabio «tempus tacendi et tempus loquendi», en las cuales palabras nos da licencia a que hablemos y también nos pone freno a que callemos, porque el siempre callar es estremo y el mucho hablar es de loco. «Si non anuntiaveris impio iniquitatem suam omnes iniquitates eius de manu tua requiram», dice Dios por el propheta Ecechiel, y es como si dixese: «Si vieres algún amigo o vecino tuyo ser en sí malo y hacer a otros mal, y no quisieres tú amonestarle y convidarle a que sea bueno, asentaré a tu cuenta sus pecados como a encubridor y consentidor de todos ellos».

También el profeta Hieremías se quexaba de haber callado y no hablado, cuando decía: «Ve mihi quia tacui». Y es como si dixera: «Ay de mí, ay de mí, Señor, Dios de Israell, cuántos pecados he cometido y cuántas maldades he disimulado y callado, los cuales si yo los riñera se enmendaran y si yo los descubriera se castigaran». Si es malo el callar, también a las veces es malo el hablar, pues el malvado de Caín, cuando dixo: «Major est iniquitas mea quam ut veniam merear», mucho más le valiera callar que no hablar, porque sin ninguna comparación pecó más en reconocer en Dios misericordia que no en quitar a su hermano Abel la vida. He aquí, pues, a Hieremías culpado porque callaba y he aquí también a Caín condennado porque hablaba, de lo cual podemos colligir cuánta necesidad tenemos de la prudencia y cordura para en sus tiempos y lugares osar hablar, y para en otros tiempos y coyunturas saber callar; porque la bondad del hombre se conoce en lo que hace, mas si es sabio o simple, no, sino en lo que dice.

Todo este rodeo hemos traído para probar en cómo Cristo nuestro Dios fué muy sufrido en el callar y muy comedido en el hablar, porque nunca hablaba sino cuando sacaba de su habla algún provecho, y nunca callaba sino cuando pensaba haber escándalo.

De tres maneras a que se reducen todas las palabras que Cristo decía.

A tres maneras de hablar se reducen todas las palabras de Cristo nuestro Redemptor: es a saber, o alabar a su inmenso Padre, cuando decía «beati mites», o a reprehender los vicios y viciosos cuando decía: «ve vobis legis peritis»; de manera que si no se ocupaba en loar al Padre, o en predicar su doctrina, o en reprehender algún vicio, luego se aprovechaba del silencio. Llevaron los hebreos a Cristo a tres tribunales delante tres jueces: es a saber, al palacio delante Herodes, y a la casa obispal delante Anás, y al árbol de la Cruz delante su Padre; y solamente habló delante dél y calló delante los otros, porque en los dos tribunales acusábanle de culpado, y por eso quiso callar, y en el tercero estaba como abogado, y a esta causa quiso hablar. Desde que el bendito Jesu fué en el huerto preso hasta que fué en el palo crucificado, las obras que hizo fueron inmensas y las palabras que dixo fueron muy pocas, para darnos a entender que en el tiempo de las tribulaciones y persecuciones más nos habemos de aprovechar de la santa paciencia que no de la mucha elocuencia. Estando, pues, el Verbo divino nuestro Dios en el monte Calvario, no sólo sentenciado a muerte, mas aún muy propincuo a la muerte, teniendo sus carnes crucificadas con clavos y sus entrañas abrasadas de amor, començó a hablar con el Padre y decir: «Pater, ignosce illis, quia nesciunt quid faciunt». Como si más claro dixera: «¡Oh Padre mío eterno, y bendito! En pago de haber yo venido al mundo, y en pago de haber yo tu nombre predicado, y en pago de haber sido crucificado, y en pago de haber reconciliado el mundo contigo, no quiero otro galardón de todos mis trabajos sino que perdones a estos mis enemigos, porque ellos pecaron para que yo muriese y yo muero para que éstos vivan». «Pater, ignosce illis»: pues vees tú y vee todo el mundo que con mi propia sangre está soldada su culpa y con mi caridad los he metido en mi gloria, mayormente que abasta esta mi muerte para que no haya en el mundo más muerte. «Pater, ignosce illis»: pues sabes tú muy bien que la muerte que prevalesció en el madero y me puso a mí en el madero, la tengo yo crucificada aquí en este madero, a cuya causa es mucha razón, Padre mío, que tengas en más la caridad con que yo por ellos muero, que no la malicia con que a mí ellos me matan. «Pater, ignosce illis»: porque si quieres castigar por el cabo a estos mis enemigos, muy poca pena les será echarlos en los infiernos, y por eso será mejor que los perdones, Padre mío, porque así como jamás se cometió otra semejante culpa como esta, así tú nunca habrás usado de tan gran misericordia como si hoy les perdonas esta culpa. «Pater, ignosce illis»: que, pues mi muerte es bastante para perdonar a los nascidos y por nascer, y a los ausentes y a los presentes, y a los vivos y a los muertos, razón es, Padre, que no eches de fuera a estos mis enemigos, porque justa causa es que, pues mi sangre fué con tu consentimiento derramada, sea también por tus manos muy bien empleada.

Mucho es aquí de notar que no dixo Cristo nuestro Dios «Domine, ignosce illis», sino que dixo «Pater, ignosce illis», porque este nombre «Señor» presupone tener siervos y vasallos; mas este nombre «Padre» no presupone sino tener hijos, en la cual palabra daba Cristo a su Padre a entender que no quería que los juzgase como señor, sino que los perdonase como padre. También es aquí de ponderar que no dixo Cristo condicionalmente «Pater, si vis, ignosce illis», sino que absolutamente dixo «ignosce illis»; él los perdonando y rogando a su Padre que los perdonase, en lo cual nos dió a entender que la reconciliación que hiciéremos con nuestros enemigos y malhechores sea tal y tan entera que ni les volvamos la cara, ni les neguemos la habla. Débese también de advertir en que no dixo Cristo en singular «Pater, ignosce illi», sino que dixo en plural «Pater, ignosce illis»: es a saber, que no rogó por uno o por algunos, sino que rogó por todos ellos juntos, para darnos a entender que la sangre que Él derramó y la muerte que en la vera cruz padesció era muy poco emplearla en el rescate de un solo mundo, pues abastaba a redemir millares de mundos. Queriendo, pues, sacar misterio de misterio, hemos de pensar que por eso dixo Cristo: «Padre, perdónalos», y no dixo «perdónale»; porque es el bendito Jesu tan generoso en el dar y tan largo en el perdonar, que no sabe perdonar un pecado quedando más pecados en el pecador. Tampoco vaca de misterio que no dixo Cristo «yo los perdono», sino que rogó al Padre que los perdonase, a causa que si sólo el Hijo los perdonara, pudiérales el Padre después de su muerte pedir su injuria, diciendo que si su Hijo los perdonó, fué como hombre, mas que la executión de la justicia guardó para Dios. Como el Verbo divino hizo este perdón tan de coraçón verdadero, no quiso que hubiese en Él ningún escrúpulo, y por eso dixo al Padre «Pater, ignosce illis», para que de la humanidad que padescía y de la divinidad que lo consentía fuesen luego allí sus enemigos perdonados, y nosotros esperásemos también alcançar perdón.

De cómo Cristo nuestro dios, cuando perdona, no dexa cosa que no perdona.

De notar también es que no dixo Cristo: «Padre, perdonarlos has después que yo espirare», sino que le rogó los perdonase luego en aquella hora; en la cual palabra se nos da a entender que para ser buenos cristianos y verdaderos imitadores de Cristo nos conviene, antes que pasemos desta vida, quitemos todos los rencores que tenemos en la conciencia, porque los obstinados y enemistados en el otro mundo tendrán allá harto que pensar por lo que no quisieron acá perdonar. Tan alta obra como fué el perdón que el Verbo divino hiço en la Cruz, y raçón será que escudriñemos qué le movió a hacerla y qué hicieron los hebreos para que la meresciesen, porque tanto es más esclarecido el perdón cuanto hay menor ocasión de perdonar. Cinco injurias hicieron notables los hebreos en su muerte, la menor de las cuales merecía, no sólo no perdonarlos, mas aun enviarlos a los infiernos vivos. La primera fué que no sólo le mataron por malicia siendo el más provechoso hombre de la república, mas aun hicieron soltar al ladrón Barrabás, que mataba los vivos, y mataron a Cristo, que resucitaba a los muertos. La segunda fué que pues ya le mataban, si le mataran en una aldea apartada, no le fuera tan gran afrenta ni deshonra, mas ellos, por más se vengar y mayor afrenta le, hacer, crucificáronle en la gran ciudad de Hierusalén, a do era Cristo asaz acepto en sus sermones y pariente de muchos buenos. La tercera es que pues ya le mataban en Hierusalém, pudiéranle matar secreto en su posada, o ya que la noche escurecía, lo cual ellos no quisieron hacer, sino que a la hora de tercia le sacaron y a hora de sesta le crucificaron, y a hora de nona espiró; en el cual tiempo del día es cuando el sol está más claro y la gente bulle más por el pueblo. La cuarta es que habiéndole de matar, menos mal fuera si le mataran solo que no con dos ladrones acompañado, pues era Cristo del tribu real, lo uno, y tenido por gran propheta, lo otro; mas ellos no quisieron sino crucificarle en medio de dos ladrones, para que pensasen todos que él era el mayor ladrón. La quinta raçón es que pues ya se determinaban de quitarle la vida, podían le dar otra muerte que no fuese tan escandalosa de oír ni tan terrible de sufrir como era el crucificarle; mas ellos no quisieron sino pedir a Pilato que le crucificase, el cual género de muerte era en la vieja ley el más aborrescido y menos piadoso de todos.

He aquí, pues, las obras que a tiempo hicieron y los méritos que tuvieron para que Cristo los perdonase y dellos se apiadase; el cual, en pago de la muerte que le daban y de la afrenta que le hacían, como si por ello merescieran gracias, exclama a grandes voces al Padre diciendo: «Pater, ignosce illis, quia nesciunt quid faciunt». «Supra dorsum meum fabricaverunt peccatores et prolongaverunt iniquitatem suam», decía el propheta en nombre de Cristo, y es como si dixese: «No sé qué hice contra ti, oh sinagoga, pues desde mi niñez me contradixiste, y desde que fuí hombre me perseguiste, y en lo mejor de mi vida me crucificaste, y lo que es más de todo, que encima de mis proprios hombros descargaste todos tus pecados». «Supra dorsum metun fabricaverunt peccatores». Es a saber: Adam fué el primero que me echó a cuestas su inobediencia; Eva, su mujer, la gula; Caín, su hijo, el homicidio; el patriarca Neo, el incesto; el rey David, el adulterio; Jeroboá, su hijo, la idolatría y toda la sinagoga, su malicia; de manera que habiendo ellos cometido las culpas, hube yo, en la Cruz, de pagar por ellos las setenas. La pena que yo tengo no es «quod supra dorsum meum», echaron y descargaron ellos todos sus pecados, sino que añadiendo maldad a maldad, «prolongaverunt iniquitatem suam», no les pesando de lo que habían hecho, sino porque no podían más hacer; porque si fué inmenso el placer de verme ya muerto, también fué muy grande el pesar de oír que ya era resucitado. Entonces los míseros hebreos «prolongaverunt iniquitatem suam», cuando tuvieron a su doctrina envidia, y de la envidia concibieron rancor, y del rancor vinieron a andarle a acechar, y d'andarle a acechar acordaron de le matar, y de acordarle de matar le osaron crucificar, y de osar le crucificar se pusieron a dél burlar, y de ponerse a dél burlar le negaron el resuscitar, y de negarle el resuscitar han venido a se obstinar, de manera que con raçón dice Cristo: «Expugnaverunt me a juventute mea prolongaverunt iniquitatem suam» hasta mi sepultura.

De cómo Cristo usó de muy tiernas palabras para alcanzar el perdón de sus enemigos.

Pues hemos dicho la poca o ninguna raçón que tuvieron los hebreos en matar a Cristo, y la poca o ninguna ocasión que tuvo Él de perdonarlos a ellos, oigamos agora de la inmensa bondad que Él con ellos usó y del general perdón que de su Padre les sacó, porque tanto es de notar las circunstancias de lo que hace, como el mesmo perdón que hace. Mostró Cristo su bondad en ser la primera demanda que pidió a su Padre al paso de la muerte, como cosa que era dél muy deseada y para los que la pedía muy necesaria, porque si después pidiese al Padre otras cosas para sí o para sus amigos, tuviese una por una alcançado el perdón de sus enemigos. Las lágrimas de su madre sentíalas Cristo, como hijo; mas la perdición de los hebreos sentíala como criador, porque ella habíale parido a Él con goço, y Él había redimido a ellos con muy gran trabajo. Lo segundo mostró su bondad en las palabras con que pidió el perdón; es a saber, llamándole «Padre» y no le llamando «Señor», porque mucho se enternescen las entrañas de cualquier padre cuando oye que le llama «padre» su hijo. «Frons meretricis facta es tibi, et nolvisti erubescere; revertere ad me et dic: 'Pater, meus es tu'». Decía Dios por Hieremías, hablando con la sinagoga, como si dixera: «A tanta malicia ha llegado tu pecado, pueblo israelítico, que a manera de una ramera pública no tienes ya de pecar vergüença; mas esto no ostante a la hora que me llamares padre no podré sino responderte como a hijo». Algún gran misterio quería decir o alguna cosa ardua quería Cristo a su Padre pedir cuando oraba y la oración començaba en «Pater», así como cuando dixo, estando predicando, «confiteor tibi, Pater», y cuando dixo en la cena «Pater sancte», y cuando dixo en el mismo lugar «Pater juste», y cuando dixo en el huerto «Pater mi», y cuando dixo en la Cruz «Pater in manus tuas», y cuando rogando por sus enemigos dixo: «Pater, ignosce illis». De manera que el bendito Jesu, con las mismas palabras que oraba por sus hechos, rogaba también por los de sus enemigos. Lo tercero, mostró Cristo su bondad en decirlo delante quien lo dixo; es a saber, delante su bendita Madre, y delante su primo Sant Juan, y sus tías las tres Marías; porque si con la boca pedía al Padre que dellos se compadesciese, también rogaba con el coraçón a la Madre que los perdonase. El fin porque Cristo les sacó perdón de su Padre, y de su Madre, y de sus primos, y de sus tías, y de todos sus amigos, fué porque más quería Él que les aprovechase su sangre que no que les pidiese su muerte. Lo contrario de todo esto pidieron ellos delante Pilato, cuando Él, no queriendo ni hallando causa porque matar a Cristo, le dixeron: «Sanguis eius sit super nos et super filios nostros». Como si dixeran: «Los jueces romanos suelen ser tan escrupulosos como tú eres, oh Pilato, una por una crucifícale tú a este malhechor que te traemos aquí, y si te parece hacer cosa injusta, venga la vengança de su inocencia sobre todos nosotros y aun sobre los que descendieren de nosotros». Apela el bendito Jesu desta petición y protesta de no estar por este contrato, porque si ellos dicen que su sangre sea contra ellos, dice Cristo que no quiere que sea sino en su favor dellos; de manera que ellos pedían delante Pilato ser condennados y Cristo pedía al Padre que fuesen perdonados. No hacer mal un enemigo a otro enemigo suele acontescer; perdonar al enemigo los cristianos lo deben hacer; amar al enemigo, los perfectos lo hacen; mas perdonar a quien no quiere ser perdonado, esto sólo Cristo lo hiço, pues diciendo los hebreos «sanguis eius sit super nos», dice Cristo «Pater, ignosce illis». Es verdad, pues, que habían pasado muchos años o muchos meses de las unas palabras a las otras; no por cierto, sino que a la hora de tercia dixeron ellos: «crucifícale, crucifícale», y el derramamiento de su sangre sea a nosotros demandada; y luego, a la hora de nona, dice Cristo: «Pater, ignosce illis»; es a saber, que no les pidas, Padre, mi muerte, ni venga sobre ellos tu ira, porque ni sienten lo que a mí hacen, ni saben a Pilato lo que piden. Mejor sintió aquel tan gran misterio el Apóstol Sant Pablo, cuando decía: «Accesistis ad sanguinis aspersionem melius loquenten quam Abel»; como si dixera: «Oh infelices hebreos y oh bien fortunados de nosotros los cristianos, pues merescimos ser perdonados por la sangre del Hijo de Dios; la cual habla mejor que no habló la de Abel: porque aquélla decía a grandes voces: «justicia, justicia», y la de Cristo no decía sino «misericordia, misericordia». Tan general mal y tan enorme pecado como era el nuestro, necesidad tenía de tan grande abogado como era Cristo, porque nada podía tan bien alcançar perdón de nuestra culpa, como era Cristo, en quien no había culpa.

De cómo Dios se solía llamar el Dios de las venganças, y agora se llama el padre de las misericordias.

Muy mayor testamento hiço Cristo nuestro Dios estando en la Cruz agoniçando que no hiço el rey David estándose muriendo; el cual mandó a Salomón su hijo que matase a Joab y a Semei, sus vasallos y criados, sin haberle tocado ni aun la ropa, y Cristo nuestro Redemptor, por contrario, mandó perdonar a los que te habían quitado la vida. «Deus ultionum, Deus ultionum»,decía el rey David hablando cómo se había con ellos, como si más claro dixera: «Tú, Señor, eres el Dios de las venganças, y el dios de las venganças eres, Señor; pues que en haciendo la culpa es con nosotros la pena, y aun porque te tenemos tanto temor y nos tractas con tanto rigor». «Deus ultionum» llamaban a nuestro Dios los antiguos, porque en pecando Adam le echó del paraíso, a los del diluvió ahogó y a los de Sodoma condenó, a los de Dathán y Abirón enterró vivos, a los del becerro mandó degollar, al ladrón de Hiericó mandó apedrear y al exército, de Senacheriph mandó matar; de manera que no haciendo a nadie injusticia, hacía de todos justicia. Si era Dios en aquel tiempo «Deus ultionum», véase cuando en el monte Raphim, pidieron los hebreos a Moisén que les diese a comer carnes y se las dió por su mal dellos, acerca de lo cual dice la Escriptura sacra, numeri: «Adhuc carnes erant in dentibus eorum et ecce furor domini et percusit populum plaga magna». Como si más claro dixera: «No habían los tristes de los hebreos aún acabado de mascar, y mucho menos de tragar las carnes de las codornices que vinieron sobre sus reales, cuando la ira del Señor mató tantos dellos que no quiso la Escriptura de pura compasión nombrarlos». De manera que juntamente comían ellos las codornices y les quebrantaba Dios las cabeças. Desde que el rey Abimelech resistió a los hijos de Israel por su tierra, hasta que Saúl fué electo en rey de Israel, más pasaron de trecientos años, al cabo de los cuales dixo Dios a Saúl (j. Regum, XV): «Recensui que fecit Abimelech Israeli; vade ergo et interfice a viro usque ad mulierem, bobem, ovem, camelum et asinum». Como si dixera: «No se me ha pasado de la memoria el desacato que me tuvo Abimelech cuando no dexó pasar al mi pueblo por las tierras de su reino; toma, pues, luego tú todo tu exército y vee contra Abimelech y pondrás a todo su reino a cuchillo, desde el rey que está en el trono hasta el asno que está en el establo». Deste exemplo y del pasado podemos nosotros colligir cuán profundos y inscrutables son los juicios de nuestro Dios, pues algunas veces castiga a los mesmos que cometieron los delitos y otras veces no castiga sino a los que descienden después dellos, de manera que Dios a nadie afrenta ni castiga sin que primero no haya precedido en él alguna culpa. No, pues, sin alto misterio llamaba el profeta nuestro Dios el Dios de las venganças; porque en caso de ofensas que le hiciesen y desacatos que le tuviesen, aunque por entonces alguna injuria disimulaba, no por eso se le olvidaba.

El mismo Dios que tenían los hebreos, tenemos hoy por Señor y Dios de los cristianos, del cual da mejores nuevas el Apóstol a la Iglesia que no dió David a la sinagoga; porque él decía que era «Deus ultionum», mas el Apóstol dice que es «Pater misericordiarum et Deus totius consolationis». Ocasión tuvo David en decir lo que dixo, y muy gran raçón tiene el Apóstol en decir lo que dice, porque en aquella ley de temor usaba mucho Dios el castigar, y en nuestra ley de gracia dase más al perdonar, y de aquí es que mudó el nombre, pues había mudado las costumbres; es a saber, que como antes le llamaban «Deus ultionum», quiere que le llamen agora «Pater misericordiarum». «Pater misericordiarum» es Cristo, pues perdonó a Mateo sus recambios, a la Magdalena sus vanidades, a la Samaritana sus adulterios, a la Chananea sus importunidades, al ladrón sus hurtos, y a San Pedro el negarle, a los Apóstoles el desampararle, y a los hebreos el crucificarle; de manera que en ninguno experimentó su vengança, y en muchos y muy muchos empleó su clemencia.

«¡Oh buen Jesu, oh amores de mi alma!, pues ya pasó el tiempo en que llamaban a tu Padre «Deus ultionum»; y es llegado el tiempo en que se llama «Pater misericordiarum», ha piedad de mi ánima y haz que enmiende mi vida, pues soy hermano tuyo y soy miembro de tu Iglesia, porque yo, Señor, pierdo mucho en perderme y tú harás como quien eres en perdonarme. ¡Oh Criador de todas las cosas y Redemptor de todas las culpas!, pues tú dixiste por el Profeta. «Nollo mortem peccatoris, sed ut magis convertatur et vivat», he me aquí, Señor, delante ti, he me aquí tomado a ti; recíbeme como Padre y perdóname como a hijo, de manera que pues yo digo a ti el «tibi soli peccavi», Tú también digas al Padre: «Pater, ignosce illi».

Llamaban en la vieja ley a Dios el Dios de las venganças, porque mandaba que un malhechor a otro pagase diente por diente, ojo por ojo y mano por mano; mas en la ley de gracia llamámosle padre de misericordia, porque mandó dar amor por odio, honrra por infamia, favor por persecución, gracias por martirio, clemencia por crueldad y aun perdón por injuria, diciendo «Pater, ignosce illis». «Locuti sum adversum me lingua dolosa, et odio circundederunt me, et expugnaverunt me gratis, ego autem orabam», decía el profeta en nombre de Cristo (psalmo CVIII); como si dixera: «¡Oh sinagoga, oh sinagoga! Bien sé que no pudiste ni aun supiste hacerme más mal del que me heciste; es a saber, que me aborreciste con el coraçón, me infamaste con la lengua y me quitaste con las manos la vida, en pago de los cuales males, «ego orabam ad patrem», para que a mí oyese y a ti perdonase. Esta tan alta profecía como el profeta lo profetiçó así a la letra en Cristo se cumplió, pues al tiempo que le crucificaron con los clavos y al tiempo que dél blasfemaban con las lenguas, y al tiempo que movían contra Él las cabeças, y al tiempo que mofaban de sus profecías, y al tiempo que Él regaba la tierra con sangre y rompía los cielos con lágrimas, se paró el buen Jesu a orar y decir «Pater, ignosce illis». Que veas Tú, Señor, a tus proprios enemigos desde la Cruz, «quod locuti sunt adversum te», y que también veas «quod, odio circundederunt te», y que sin ninguna razón ni ocasión «expugnaverunt te», y que Tú te pongas allí a orar por ellos como si no te fuesen en nada culpados, digo que trasciende la capacidad humana y aún sobrepuja la angélica; mas al fin obra tuya es estar en la Cruz orando por los que están delante ti murmurando. Muy contrarios sois en las obras y muy diferentes en las intenciones Tú y tus enemigos, Señor; pues ellos te aborrecen y Tú los amas, ellos te prenden y Tú los sueltas, ellos te acusan y Tú los escusas, ellos te llevan a Pylato y Tú a ellos a tu Padre, y ellos dicen que te crucifiquen y Tú dices que los perdone; de manera que mucho más es lo que Tú los amas que no lo que ellos a sí mismos se aman. ¿Qué es esto, buen Jesu, sin haber contrición en el culpado, le das Tú por satisfecho? ¿No han aún confesado los pecados y Tú pides al Padre la absolución para ellos? Está aún por darte la hiel y vinagre a probar y está también por darte la lançada en el costado, y Tú ruegas al Padre que los absuelva de la pena, antes que acaben de cometer la culpa.

En decir Cristo «Pater, ignosce illis», es visto atar las manos al Padre que no castigue aquella culpa, es visto decir a su Madre que no pida justicia, es visto mandar a San Juan que no vengue su muerte, y es visto querer que tampoco sus tías diesen en su nombre quexa, sino que todos aconsejasen a ellos, que se convirtiesen, y al Padre celestial que los perdonase. Si el hixo de Dios quisiera pedir, bien tenía a su Padre qué le pedir; es a saber, que le mitigara los acérrimos dolores de los clavos, que le quitara delante sí aquellos sus enemigos, que no consintiese crucificarle entre dos ladrones y que después de muerto mandase dar sepultura a sus huesos; el bendito Señor ninguna destas cosas quiso pedir, porque más holgaba Él que su Padre perdonase a uno de sus enemigos que no que le aliviase a Él de todos sus tormentos. «¡Oh summo sacerdote, oh gran redentor del mundo!: plega a tu inmensa bondad y a tu incomprehensible caridad que pues en la primera misa que cantaste en el ara de la Cruz dixiste por oración la oración de «Pater, ignosce illis», pongas por mí la collecta de «Pater, ignosce illi». Porque si no me hallé entonces en crucificarte, soy agora el primero en ofenderte».

No se contentó Cristo con decir «Pater, ignosce illis», sino que también escusando les dixo: «Nesciunt quid faciunt». Y es como si dixera: «Perdónalos, Padre mío; perdónalos, pues no saben el bien que pierden en matarme, ni saben el mal que hacen en desconocerme. Y pues así es, ruégote, Padre mío, que supla tu clemencia lo que falta su ignorancia». Muy bien dice Cristo en decir «Nesciunt quid faciunt»; pues como nescios no alcançaban que con su sangre se aplacaba la ira del Padre, se restauraban las sillas de los ángeles, se despoblaba del todo el limbo, se perdonaba el pecado antiguo y se redemía todo el universo mundo. «Resciunt», por cierto, «quid faciunt», pues matan al Hijo de Dios, matan al mayoraçgo de las eternidades, matan al hacedor del mundo, matan al señor de los ángeles y matan al mayor de los justos. «Nesciunt» aquellos necios «quid faciunt», pues le será la sangre del ignocente demandada, será su ciudad asolada, será su templo derrocado, serán acabados sus sacrificios, será acabada su ley, y hasta la fin del mundo andarán sin rey y sin ley. «Resciunt quid faciunt», pues en mérito de aquella sangre sagrada, a la sinagoga sucede la iglesia, a Moisén Cristo, a la Circuncisión el baptismo, al maná la eucharistía, a los profetas los Apóstoles, al Testamento viexo el nuevo, al serpiente eneo la cruz de Cristo nuestro Dios, y a los sacrificios antiguos los sacramentos eclesiásticos; de manera que si en la Cruz quitaron ellos a Cristo la vida, también dió Cristo fin en la Cruz a su sinagoga. «Plega a ti, oh buen Jesu, que pues quisiste perdonar a los que te crucificaron sin nadie te lo rogar, perdones mis pecados, pues de rodillas te lo ruego, y con lágrimas te lo pido, dándome aquí gracia y después la gloria. Amén».




ArribaAbajo- 2 -

Raçonamiento hecho a su magestad en un sermón de la cuaresma, en el cual se toca la conversión del buen ladrón por muy alto estilo.


S. C. C. R. M.

«Domine, memento mei dum veneris in regnum tuum». Grandes días ha que está encomendada a mi memoria y es muy acepta a mi juiçio aquella sentencia de Boeçio que dice: «Quod nil ex omni parte beatum», como si más claro dixere: «No hay cosa en esta vida tan perfecta a la cual no le falte o no le sobre alguna cosa; de manera que muy pocas cosas son las que hinchen la vara cuando las miden y paran en el fiel cuando las pesan». Que sea verdad «quod nil sit ex omni parte beatum», parece claro en que somos tan poco, valemos tan poco, podemos tan poco y alcançamos tan poco, que jamás hubo príncipe en el mundo tan ilustre, ni filósofo tan sabio, ni capitán tan esforçado, ni aun hombre tan afanado en quien no viésemos algo que desechar y no todo que loar. «Nil est ex omni parte beatum», pues hasta hoy por nascer está en el mundo quien no haya llorado, quien no haya pecado y aun quien no haya errado; porque hablando sin lisonja, muchas más cosas hace el hombre de que se arrepentir que no de que se alabar. «Justus es, Domine, et rectum iudicium tuum», decía el profeta, como si más claro dixera: «Justo, es el Señor en todo lo que haçe, y muy recto es el Señor en todo lo que determina». Poca honrra de Dios era deçir que era justo si no dixera también que haçía justicia, y poco era deçir que haçía justicia si no dixera que era justo, porque hay muchos hombres que en sus personas son justos, y a los otros no los mantienen en justicia, y hay otros que hacen justicia, mas ellos no son en sí justos. Es tan alto y es tan heroico el previlexio de en todas las cosas acertar y en ninguna tropeçar ni caer, que para sí sólo Dios le guardó y a nadie le comunicó. Todas las cosas en que Dios pone sus ojos, no sólo son buenas, sino muy mucho buenas, «quia vidit Deus cuncta que fecerat et erant valde bona»; mas todas las otras en que los hombres ponen las manos siempre hay que enmendar y siempre hallan que remendar, porque es nuestra vida tan corta y el arte que aprendemos tan larga, que cuando acabamos alguna cosa de aprender, ya estamos en víspera de nos morir. Grave sentencia era la de Sócrates cuando decía que no había aprendido en Athenas otra cosa sino saber que no sabía nada, y en verdad él decía verdad: porque por baxa y vil que sea un arte todavía nos queda della más que aprender que aprendimos. No vemos otra cosa cada día sino filósofos contra filósofos, artífices contra artífices y maestros contra maestros, tener contiendas, sustentar opiniones y vivir en disputas sobre quién sabe más y entiende más; lo cual todo proviene de lo poco que sabemos y de lo mucho que presumimos, y aun porque es tan grande la fantasía, que nadie quiere a nadie reconocer ventaja. «Omnia in pondere et mensura fecisti», decía el sabio hablando con Dios, y es como si dixera: «A todas las cosas que hiciste, Señor, echaste la plomada para que fuesen bien derechas, y las diste cogolmadas para que fuesen bien medidas. En este mísero mundo como son las cosas guiadas más por opinión que no por raçón, muchas veces cercenan lo que habían de añadir y añaden lo que habían de cercenar; mas en la casa de Dios ninguna criatura se puede quexar dél con justicia, pues todas las cosas que nos da, nos las da por peso y por medida. Cuando Dios prometió a Abrahán la tierra de promisión, bien quisiera él que se la diera luego; mas Dios no quiso dársela hasta pasados más de tresçientos años, diciéndole «Quod nondum complecta era[t] malicia amorreorum», como si más claro dixera: «Yo soy el gran Dios de Israel y soy juez de los vivos y de los muertos, y soy juez de los malos y de los buenos, y como soy el que tiene de tener la vara derecha y mantener a todos en justicia, es necesario esperar otros trecientos años para que la tierra de los chananeos ellos la desmerescan y vosotros la acabéis de merescer». Desde que el rey Saúl cayó en desgracia de Dios y el buen rey David fué eligido en rey de Israel, pasaron largos quarenta años antes que al uno quitasen el cetro y al otro asentasen en el trono, en los cuales años estuvo esperando Dios a que el triste de Saúl se empeorase y el rey David se mejorase. Si da Dios trabajos es por exercitarnos, si da descanso es porque le loemos, si da pobreça es para que merescamos, si da abundancia es para que le sirvamos, y si nos castiga es para que nos enmendemos; de manera que todo nos lo da medido con su justicia y enivelado con su misericordia.

Viniendo, pues, al propósito, si es verdad, como es verdad, «quod justus es, Domine, et rectum iudicium tuum», y que también es verdad «quod omnia in pondere et mensura fecisti», ¿cómo se puede con esto compadescer que diese Cristo al ladrón el cielo sin merescerlo y te llevase consigo a paraíso sin haberle hecho algún servicio? Pecador por pecador, malo por malo, ingrato por ingrato y ladrón por ladrón, paresce al parescer humano que también empleara su reino en Judas, que le siguió tres años, como en el ladrón que le acompañó en la Cruz no más de tres horas. «Fur erat et loculos habebat», se dice de Judas; es a saber, que era ladrón y tenía bolsicos, y del otro se dice que era también ladrón y salteador de caminos; de manera que si en el modo del hurtar eran diferentes, a lo menos en los hechos y en el nombre eran conformes. Si Cristo nuestro Dios quitara el reino a un malo para darlo a un bueno, era hacer rectamente justicia; mas quitarlo a un ladrón para darlo a otro ladrón paresce cosa regia, mayormente que no hay cosa en el mundo tan mal empleada como la que se da a alguna persona indigna. Quitó nuestro Dios el mayorazgo a Caín y dióle a Abel, quitóle a Ismael y dióle a Isaac, quitóle a Esaú y dióle a Jacob, quitóle a Rubén y dióle a Judas, quitóle a Saúl y dióle a David, quitóle a Heli y dióle a Samuel, y todo esto fué porque en los unos halló grandes méritos y en los otros muy grandes deméritos. Mas entre estos dos ladrones poco había que escoger y mucho en ellos que reprehender y castigar.

A esto respondiendo digo que en este caso ni en otro no haya Dios que cavilar ni al bendicto de su Hijo que argüir, pues justamente envió Cristo a Judas al infierno y justísimamente llevó consigo al ladrón al paraíso, porque el uno le meresció por confesor y el otro le perdió por traidor. No nos açoremos por cosa que Dios haga ni nos alteremos de cosa pues nosotros no juzgamos al hombre sino por las vestiduras que trae y Dios no juzga a nadie sino por las entrañas que tiene, y de aquí es que en el alto tribunal de Cristo nunca la vara de su justicia se tuerce, ni la medida de su misericordia se falsa. Si Cristo nuestro Dios dió el reino de los cielos al ladrón fué porque le confesó por Señor, le acompañó en la cruz, reprehendió al compañero, reconosció ser malo y aun sobre todo que murió con Cristo, encomendóse a Cristo y valióle Cristo. ¡Oh secretos juicios de Dios, que en recompensa de un treintanario de años que fué este ladrón en el mundo malo, satisface a Dios con solas tres horas que en la cruz fué bueno! Y lo que más de espantar es que le valieron a él más tres horas de estar con Cristo que a Judas tres años de su apostolado. Mucho se debe de notar que no fueron años, ni fueron meses, ni fueron semanas, ni fueron días, sino que fueron horas, y aun pocas horas, las que aquel ladrón estuvo en la cruz; mas él las empleó tan bien, que cuan despacio pecó, tan de súpito se arrepintió y tan apriesa se enmendó.

Y porque me parece que es tiempo ya de contar las excelencias de este ladrón, es de saber que el fundamento de toda nuestra salvación consiste en tener verdadera fe con Cristo, mediante la cual hagamos lo que debemos y alcancemos lo que queremos, porque sin esto ni nos podemos salvar, ni aun cristianos nos llamar. Pues no es otra cosa ser cristiano sino creer en Cristo nuestro Dios y servir a Cristo nuestro redemptor, digo y afirmo que este buen ladrón se tornó cristiano y murió cristiano, porque no es de creer que tornara él por Cristo si no fuera amigo de Cristo, ni es de creer que se encomendara a él como a Dios si no le creyera ser Dios. De ser este ladrón baptizado, no lo dudamos de cómo se baptizó y adónde se baptizó no lo sabemos; lo que sabemos, a lo menos, es que si faltó el agua para baptizarle, no faltaron lágrimas de la Madre y sangre del Hijo para regenerarle. En el baptismo de Cristo se halló sólo San Juan; mas en el de este ladrón se halló Cristo, y su Madre, y San Juan, y la Magdalena, y Nicodemus, y Josef, y con ellos toda Hierusalem; de lo cual podemos colligir que más honra hacen en la casa de Dios a los buenos ladrones que no a los malos emperadores. Fué este ladrón tan gran cristiano y creyó tan de corazón en Cristo, que sobrepujó en fe a todos los que hasta allí eran muertos, y aun se igualó con todos los que hasta allí eran vivos, porque públicamente confesó a Cristo cuando todos le negaron y acompañó en la cruz a Cristo cuando todos le dexaron. No se entiende aquí, ni en todas nuestras Escripturas, comprehender a la Madre de Dios debaxo de este nombre «todos», porque con ella ninguno se ha de comparar, ni menos igualar. «Ibi fides non habet meritum ubi humana ratio habet experimentu», dice San Gregorio, y es como si dixese: «Tanto la fe del cristiano es más meritoria cuanto la raçón estuviere más flaca y le sintiéremos más descoraçonada, porque el mérito de nuestra sancta fe cathólica no consiste en lo que veen los ojos, sino en lo que cree el coraçón. Y porque no parezca hablar de gracia, cotejemos la fe de este ladrón con la fe que tuvieron sus antepasados, y aun con la que tenían los que en aquel tiempo eran vivos, y hallaremos por muy cierta verdad que cuanto ellos excedieron a él en bien vivir, tanto los excedió él a ellos en bien creer. Fe tuvo Abrahán; mas fué porque le habló nuestro Señor Dios desde el cielo. Fe tuvo Esaías; mas fué porque vió primero a Dios en su magestad. Fe tuvo Moisés; mas fué porque meresció ver a Dios en la çarça y que no se ardía. Fe tuvo Ecequiel; mas fué porque vió a Dios rodeado de serafines. Grande fué la fe de aquellos sanctos; mas muy mayor fué la fe de aquel ladrón pecador, porque si creyeron en Dios, vieron a Dios, y aun hablaron con Dios; mas este fiel ladrón, para creer que Cristo era Dios, ni le vió en hábito de Dios, ni aun hacer allí muchas obras de Dios, y si Cristo las hacía, él por cierto no las entendía. Dexemos a los muertos y cotejémosle con los que allí estaban vivos, y hallaremos por verdad que si entre los otros ganó la victoria, entre éstos alcançará la palma. Fe tuvo el glorioso San Pedro; mas fué porque vió andar a Cristo sobre las aguas. Fe tuvo la Magdalena; mas fué porque resuscitó a su hermano Láçaro. Fe tuvo la Chananea; mas fué porque desendemonió a su hixa. Fe tuvo el Centurión; mas fué porque sanó a un su criado. Fe tuvo San Juan; mas fué porque durmió en su pecho. Fe tuvo Santiago; mas fué porque le vió en el monte Tabor transfigurado. De manera que fué muy poca la fe que éstos tuvieron a respecto de las grandes maravillas que en Cristo vieron. ¡Oh bienaventurado y bendito ladrón, pues no habiendo visto a Cristo hacer milagros, andar sobre las aguas, mandar estar quedos los vientos, sacar los demonios y resucitar a los muertos, osaste a voz en grito confesarte por criador y rescebirle por redemptor! En deçir, como dixiste, «domine», conosciste que te había Él criado, y en deçir «memento mei», reconosciste que te había Él redemido; de manera que como bueno y fiel christiano, con el coraçón le creíste y con la lengua le confesaste. Pues deçías a Cristo «Domine, memento mei», querría que me dixeses, oh ladrón, qué vees en Él de Señor, pues le llamas Señor, y qué has visto en Él, pues te encomiendas a Él. Para ser uno señor, ha de ser libre, lo cual no vees tú en Cristo, pues le vees que está atado. Para ser uno señor ha de ser competentemente rico, lo cual no vees tú en Cristo, pues está roto y desnudo. Para ser uno señor ha de ser muy poderoso, lo cual no vees tú en Cristo, pues está en la Cruz crucificado. Para ser uno señor ha de estar muy acompañado, lo cual no vees tú en Cristo, pues los suyos le dexaron solo. Para ser uno señor habla de ser muy servido, lo cual tú no vees en Cristo, sino que es de todos ofendido. Para ser uno señor había de ser muy acatado, lo cual no vees tú en Cristo, pues con los ladrones está, como ladrón, justiciado. Todas las veces que pienso en la fe de este ladrón tomo nueva admiración, de ver cómo vió a Cristo ser preso como hombre, castigado como hombre y ser muerto como hombre, le confiese por Dios y le llame como a Dios, diciendo «Señor, acuérdate de mí», pues yo no me acuerdo sino de ti.

Después acá que el ladrón murió y Cristo espiró, infinitos han sido los santos que en Él creyeron y innumerables los mártires que por Él murieron, de lo cual podemos inferir cuán justo es que creamos en Cristo, y confesemos a Cristo, pues este ladrón creyó en Él con muy poca ocasión, aunque con mucha, raçón. Es también de notar que todos los Evangelistas callaron deste ladrón de qué nación era, qué edad había, qué delictos había hecho, qué ley guardaba o de qué sangre descendía: y esto se diçe porque Pilato, como era juez romano, indiferentemente podría crucificar a los gentiles como ahorcar a los judíos. No sin alto misterio guardó la Escriptura tanto silencio en este caso, lo cual diría yo que fué querernos dar a entender cuán poco haçe al caso para salvarnos, o condenarnos, ser de ilustre o de baxa sangre, ser pobre o ser rico, o ser valeroso o ser abatido, ser afamado o ser infamado, sino que solamente abasta tener a Cristo por único Rey y guardar fielmente su ley. Por pecadores que seamos y por tarde que lleguemos a la Cruz, no desesperemos de ser oídos y de ser admitidos, pues no leemos de este ladrón que se hubiese crismado ni confesado, ni ayunado, ni restituido, ni emmendado, ni aun arrepentido hasta que le pusieron en el palo, y después de puesto allí un solo sospiro le higo cristiano, y una sola palabra le llevó al cielo. Hurtar en la niñez, hurtar en la mocedad, hurtar en la vegez y hurtar hasta la horca cada día lo vemos; mas hurtar en la mesma horca, de sólo este ladrón lo leemos, y el hurto que hiço fué que delante los ojos de todos les hurtó el reino de los cielos. Ladrón fué nuestro padre Adán cuando hurtó en el paraíso la mançana. Ladrona fué la hermosa Raquel cuando hurtó los ídolos a su padre Labán. Ladrón fué Cam cuando hurtó la vara de oro en Hiericó. Ladrón fué David cuando hurtó la lança y el frasco de agua de la cabecera de Saúl. Ladrones fueron los criados de Moisés cuando hurtaron el raçimo de uvas. Ladrones fueron los criados de David cuando hurtaron el agua de Bethlem. Ladrón fué Judas cuando hurtaba de las limosnas de Cristo. Ladrones fueron Ananías y Safira cuando hurtaron el dinero del campo que vendieron. Mayor que todos, más famoso que todos, mejor que todos y más sutil ladrón que todos fué este nuestro ladrón, pues no sólo hurtó antes que viniese a la cruz, sino que también hurtó en la cruz, y lo que es más de todo, que al tiempo que quiso espirar, se puso de nuevo a hurtar, de manera que quitándole Pilato en el palo la vida, hurtó a Cristo en la cruz otra vida. Sant Crisóstomo, hablando de este ladrón, deçía: «Por ladrón echaron a Adán del paraíso y por ladrón entró este ladrón en el paraíso». Salió del paraíso el que perdió la vida en el madero y entró en el paraíso el que la cobró en el madero. Echaron de allá al que no creyó a Dios, y entró allá el que confesó a Dios. Un ladrón fué el primero que salió de paraíso, y un ladrón fué el primero que entró en paraíso. Finalmente digo que a mediodía justició Dios al primero ladrón y al mediodía perdonó a este ladrón. ¡Oh buen Jesu! ¡Oh amores de mi alma! Si con tal ladrón me consientes que sea ladrón, yo te juro y prometo de no hurtar mançana como Adán, ni ídolos como Raquel, ni frascos de agua como David, ni barras de oro como Cam, ni racimos de uvas como los de Noé; sino que si tengo de hurtar algo para mí, no ha de ser, Señor, sino solamente a ti, porque de topar el ladrón con tal hurto, vino a ser bien aventurado para siempre.

De cómo el buen ladrón ofresció a Dios el coraçón y la lengua porque no tenía más.

Aquel trono de sabiduría, el divino Paulo, cuando «vidit archana Dei que non licet homini loqui», preguntado en qué haríamos nosotros plaçer a Dios, pues él vió allá en el cielo a Dios y trató con Dios y habló con Dios, responde estas palabras, escribiendo a los Romanos: «Commendat vobis deus charitatem suam»; y es como si dixese: «No encomienda Dios otra virtud tanto como es su caridad, y es así que améis vosotros a él, como él os ama a vosotros, lo cual haréis y cumpliréis cuando amáredes a todos los cristianos, no tanto porque os aman a vos, cuanto porque ellos aman a Dios». No diçe el Apóstol que nos encomienda Dios su fe, su esperança, su paciencia, su castidad ni su humildad, sino solamente su caridad, para darnos a entender que el hombre que de veras es de Dios enamorado no puede ser de ningún vicio reprehendido. ¿Qué le falta al que caridad no le falta? Qué tiene el que caridad no tiene? Al hombre caritativo y que se prescia de ser piadoso, sea cierto que te tendrá Dios de su mano para que no caiga de la fe, que no pierda la esperança, que no ensucie la castidad, no desprecie la humildad, no olvide la paciencia ni dexe de hacer penitencia, porque en el tribunal de Dios nunca usan de crueldad con el que tuvo acá caridad. «Si charitatem non habeo factus sum velut es sonans aut cimbalum tiniens», dice el Apóstol; y es como si dixese: «Aunque hable con las lenguas de los ángeles y me prescie en mí de tener todas las virtudes, si sola la caridad me falta, no soy más que la campana que tañe a misa y ella nunca entra en la iglesia». El hombre que no es caritativo, sino que se prescia de ser riguroso, ni se ha de llamar cristiano, ni aun tenerle por amigo, porque en el coraçón do no reina caridad no puede haber fidelidad. Si preguntamos a theólogos qué cosa es caridad, respondernos han «quod charitas est cum Deum diligimus propter se et proximum propter Deum»; y es como si dixesen: «No es otra cosa la virtud que llamamos caridad sino amar a Dios por sí y amar al próximo por Dios. El amor de Dios y el temor de Dios en los coraçones de los justos siempre han de andar pareados, con tal condición que no hemos de temer a Dios porque nos libre del infierno, ni hemos de amar a Dios porque nos lleve a paraíso, sino que solamente le hemos de amar y de temer porque es Él el summo bien y de quien pende todo el bien. Si unos aman a otros hombres, o es por las mercedes que dellos han rescebido o por las que esperan de rescebir; mas en la casa de Dios y en el amor de Dios ni esto se usa ni tal se consiente, sino que es Dios tal y tan bueno que no le hemos de amar por lo que Él por nosotros hace, sino sólo por lo que su suma bondad meresce». No se contenta el profeta con decir una vez «paratum cor meum», sino que torna otra vez a decir «paratum cor meum», para darnos a entender que no sólo tiene su coraçón aparejado para amar al criador, sino que le tiene también aparejado para amar a la criatura. No sabe qué cosa es caridad el que se prescia de amar a Dios y se descuida de amar al próximo, ni tampoco siente qué cosa es caridad el que se alaba de amar al próximo y no cura de amar a Dios, porque hablando la verdad, toda la caridad cristiana consiste en hacer algún servicio a Cristo y en procurar a nuestros próximos algún provecho. Es el bendito Jesu tan amigo del hombre cristiano y es tan requebrado de la ánima cristiana, que en el amarnos se quiere hallar solo y al tiempo que le amemos quiere estar acompañado. En el amor mundano no se çufre en muchas partes estar el coraçón repartido; mas en el amor que es divino requiérese amar a Cristo y amar también al próximo, con tal condición que el próximo sea buen cristiano, porque de otra manera hemos de desearle la salvación y huirle la conversación.

Todo esto que aquí hemos dicho decimos para demostrar y contar la summa caridad que tuvo el buen ladrón en la cruz cuando estaba cabe Cristo crucificado; el a saber, que en aquel poco de tiempo mostró el amor grande que tenía con Cristo y el verdadero celo que tenía de salvar al ladrón malo, su compañero. Cuanto deseo tuvo aquel ladrón de salvar a Dios, mostrólo muy bien en lo con que sirvió a Dios, porque el amor que es fingido muéstrase en el hablar; mas el amor que es verdadero no, sino en el dar. Los vanos mundanos enamorados préscianse de hablar y olvídanse de servir; mas a do hay amores castos y entrevienen amores divinos, las bocas tienen cosidas y las manos siempre abiertas. Ofresció Caín a Dios mieses; Abel, corderos; Noé, carneros; Abraham, palomas; Melchisedech, pan y vino; Moisén, encienso; David, plata y oro; Jethe, a su hixa, y Anna, a Samuel, su hixo. Mucho fué lo que estos varones a Dios ofrescieron; mas mucho más fué lo que el buen ladrón le ofresció, y la causa es porque ellos cuanto le ofrescieron eran cosas de sus casas; mas el buen ladrón no le ofresció sino sus propias entrañas, y en tal caso mucho va de ofrescer el hombre a Dios lo que tiene cabe sí a ofrecerle a sí.

De ver tanto a mi pluma encarescer este negocio nadie debe estar espantado; porque si me preguntan qué es lo que este ladrón ofresció, yo les preguntaré qué es lo que para sí guardó; porque averiguando que en todo y por todo da uno a otro su proprio ser, es también visto darle él su querer y tener. No dió este ladrón a Dios los ojos, porque los tenía atapados; no los dineros, porque se los tomó el carcelero; no el sayo, que se le tomó el verdugo; no los pies, que estaban enclavados; no las manos, que estaban atadas; no el cuerpo, que estaba crucificado; solamente le había quedado el coraçón y la lengua, y el coraçón dió cuando le creyó y la lengua cuando le confesó. Había el triste del ladrón perdido la honra por el hurto, la vida quitábasela Pilato por el delicto, la hacienda habíasela tomado el fisco; solamente había escapado el coraçón con que en Cristo creyó y también escapó la lengua con que a Dios se encomendó. Fielmente podemos creer que si otra cosa más del coraçón y la lengua este ladrón escapara, con mucho más y más a Cristo sirviera, y por eso no podemos argüir de miserable su ofrenda, pues ofresció a Dios cuanto tenía. «Multiplicati sunt super capillos capitis mei et cor meum dereliquit me», decía David, y es como si dixera: «Soy llegado a tal edad que ya mis ojos se han cegado, mis enemigos me han cercado, mis amigos se me han muerto, mis pecados me han derrocado, mi buen tiempo es ya acabado y son más mis trabaxos que todos mis cabellos, y lo que es peor de todo, que sin darle ninguna ocasión ni tener él ninguna razón, me ha dexado mi coraçón». Si pierde las manos, pierde el hombre los ojos, pierde algo; si pierde de algo; si pierde las orejas, pierde algo; si pierde los pies, pierde algo; si pierde la haçienda, pierde algo; mas si pierde el coraçón piérdelo todo, porque en las entrañas de la madre lo primero que se engendra es el coraçón, y lo postrero que en nosotros muere es el mismo coraçón. «Si cor meum non dereliquit me», cierto es que podré yo a mi Dios amarle, temerle y servirle y seguirle; mas «si cor meum dereliquit me», ni podré ayunar, ni orar, ni regar, ni aun perseverar, a cuya causa se ha de tener por muy gran don de Dios o por muy gran castigo de Dios hacer a uno de coraçón animoso o darle coraçón apocado. «Audi, popule stulte, audi, qui non habes cor», decía Dios por Hieremías, y es como si dixese: «óyeme, pueblo israelítico, óyeme, pueblo hebreo: Has de saber, triste de ti, que te llamo loco porque no tienes coraçón, y por eso no tienes coraçón, porque te has tornado loco». Decir el profeta que no tenía coraçón el pueblo israelítico era decir que ni creía en Cristo ni tenía parte con Cristo, porque así como muriéndose el coraçón se le acaba a uno la vida, así en espirando Cristo en la Cruz se acabó la sinagoga. Muy gran raçón tuvo Hieremías de motejar al pueblo hebreo de loco y descoraçonado, pues no abastaron tantos milagros y tantos sermones, tantos beneficios y tantos avisos como Cristo en ellos obró para hacerlos cristianos, lo cual no pudo proceder sino de poca cordura y de mucha locura. Moralmente hablando como de buena raçón, otra cosa no hemos de amar sino a Dios, pues Dios no ama a cosa tanto como a nosotros; decir que falta el coraçón a uno es decirle que no tiene en su coraçón a Cristo, porque para emprender alguna buena obra Cristo es el que nos ha de dar el coraçón, y aun ponernos en raçón. Privado está de la raçón y no tiene consigo su coraçón el que no ama a Cristo, piensa en Cristo, sirve a Cristo, teme a Cristo y no espera en solo Cristo; de manera que en la ley de Dios no es otra cosa llamar a uno descoraçonado, sino llamarle desalmado.

¡Oh buen Jesu, oh redemptor de mi alma! Si fueres servido llámame loco, bobo, tonto y aun nescio, con tal que no me llames con el pueblo hebreo descoraçonado, porque no sería otra cosa faltarme a mí mi coraçón, sino haberme Tú dexado, que eres mi coraçón. «Omni custodia custodi cor tuum», dice el sabio, y es como si dixese: Guardas y sobreguardas se debe poner al coraçón para que no le ensucie la carne, no le altere el mundo, no le engañe el demonio, no le ocupe el amigo, ni nos le dañe el enemigo, porque tanto y no más tenemos nosotros en Cristo, cuanto en nuestro coraçón tiene el mismo Cristo. Si poco tiene Dios en ti, poco tienes tú en Dios, y si mucho tiene Dios en ti, mucho tienes tú en Dios, y si todo te das a Dios, todo se dará Dios a ti; de manera que como todo lo que Dios nos da y nosotros a Dios ofrescemos sean cosas de coraçón y están en el coraçón y tocan al coraçón, es menester que nuestro coraçón esté siempre lleno de sanctos deseos y muy guardado de pensamientos malos. No se contentó el sabio en decir simplemente que guardasen al coraçón, sino que dixo que con todas guardas lo guardasen, y a muy buen recaudo lo tuviesen, para darnos a entender que los ojos se guardan con las pestañas y la boca con los labios, las orejas con algodones, las manos con esposas, los pies con grillos y los dineros tras llaves; mas al ambicioso coraçón nadie es poderoso para quitarle el pensar ni para atajarle el desear.

Prosiguiendo, pues, nuestro intento, debemos atentamente mirar que mucho ofresce el que su coraçón a Dios ofresce y mucho pierde el que su coraçón pierde; lo cual nos muestra claro la conversión del buen ladrón; el cual solo, y a solas, y colgado del palo, no más de con ofrescer su coraçón a Cristo, meresció irse a paraíso con Cristo. Tome cada uno exemplo en este bendito ladrón, para que no se fatigue si no tuviere o manos, o dineros, o ojos, o ropas, o joyas, para ir a ofrescer a Dios, porque, a más no poder, con un solo deseo santo, tendremos a Dios muy contento. La hermana de Moisén fué sarnosa, la generosa Lía fué lagañosa, el manso Moisén fué tartamudo, el piadoso Tobías fué ciego, el triste de Mimphebosef fué coxo y el sacerdote Zacharías fué mudo; mas todos estos defectos ninguna cosa les impidió para que fuesen virtuosos, porque no más sino que tengamos los coraçones sanos, poco se le da a Dios que estén todos nuestros miembros podridos. El ladrón que estaba en la cruz sentenciado estaba a muerte, descoyuntados tenía los miembros, atapados tenía los ojos, rompidas tenía las carnes, derramada tenía la sangre y crucificado tenía el cuerpo; mas con sólo el coraçón que le quedó vivo, cuando estaba colgado del palo, se supo remediar y se vino a salvar. En tan pocas horas, en tan breves tormentos y en tan poquito espacio como el ladrón estuvo en la cruz crucificado poca penitencia podría hacer, pocas palabras podría decir y pocos sospiros podría dar; mas como los que daba los daba tan de coraçón y con tanta devoción, rescibióle Dios en cuenta, no sólo lo que entonces haçía, mas aún lo que después hiciera, si la muerte no le atajara.

De cuán mal habló el mal ladrón en la cruz.

«Si tu es Cristus, salvate metipsum et nos», decía el mal ladrón hablando de Cristo con Cristo, y es como si dixera: «Si tú eres el que dicen ser hijo de Dios y el Cristo que esperan los hebreos, libra a ti de esta muerte y quita a nosotros de estas cruces».Estas palabras, ¡oh maldito ladrón!, son horrendas, son malditas, son blasfemas y son descomulgadas porque el hijo de Dios que está ahí crucificado no padesce esa muerte por sí, sino por lo que toca a ti y conviene a mí. «Que non rapui tunc exolvebam», decía el profeta en nombre de Cristo, como si dixera: «Lo que otro comió, escoto yo; hiço otro el hurto, y seténanme a mí; no teniendo yo culpa, cargan sobre mí la pena, siendo otro el que escandaliçó la república, hacen de mí justicia; finalmente, siendo yo sin pecado, pago por el pecado de todo el mundo. Muy gran raçón tiene el hacedor del mundo en decir lo que dice y en quexarse de lo que se quexa; porque si él muere muerte tan cruel, más es por querernos Él redimir que no porque Él merescía morir. No dixo este ladrón asertivamente «tú eres Cristo», sino que, dudando dello, dixo «si tú eres Cristo», y de aquí es que como el malaventurado dudó en si Cristo era Cristo, no meresció ser hecho cristiano, como lo fué el otro ladrón su compañero. No dixo el buen ladrón «si tú eres señor, acuérdate de mí», sino que absolutamente dixo «Domine, memento mei»; y San Pedro tampoco dixo «si tú eres hijo de Dios, yo creo en ti», sino que absolutamente dixo «ego credo quia tu es Christus filius dei vivi». De manera que el que quiere ser alumbrado de Dios ningún escrúpulo ha de tener en la fe de Dios. «Si quis indiget sapiencia postulet a Deo, nil hesitans in fide», dice el Apóstol, como si dixese: «Si alguno tuviere necesidad de pedir a Dios alguna cosa mire y no la pida con fe tibia, porque si Dios no da algunas cosas que le piden, más es porque no se las sabemos pedir, que no porque él no nos las quiere dar». Dios, por su misericordia, nos guarde de decir con el ladrón malo: «si tú eres Christo, salva a ti y a mí», sino que digamos nosotros con el ciego de Hiericó: «Hijo de David, habe piedad de mí», porque de esta manera seremos alumbrados con el ciego y no condennados con el ladrón. Decir el ladrón a Cristo «salva temetpisum et nos», era decirle y persuadirle a que dexase la cruz, desamparase la cruz y huyese de la cruz, poniendo en salvo a su persona sola y dándole a él también la vida. Pensaba aquel malaventurado de ladrón que como a él justiciaba Pilato por salteador de caminos, que también justiciaban a Cristo por alborotador de pueblos, y que si él rehusaba el morir, también Cristo deseaba el vivir, en lo cual todo él vivía por cierto muy engañado, porque nunca el ladrón deseó tanto vivir, cuanto deseó Cristo por nosotros morir. «Desiderio desideravi hoc pascha vobiscum manducare», decía Cristo a sus discípulos, como si dixera: «Otros años he celebrado con vosotros esta fiesta; mas habéis de saber que a esta de agora tengo yo por pascua, porque para mí no hay otra igual pascua como es dar a mis amigos buena pascua». Como en las divinas letras «duplicatio verbi sit signum magni desiderii», decir Cristo dos veces «desiderio desideravi», era decir que no menos deseaba morir que nos deseaba redimir, porque era tan grande la agonía que tenía Cristo de destruir nuestra muerte, que no vía ya la hora de emplear su vida. En todo el tiempo que Cristo vivió, ni en todos los sermones que Él predicó, jamás dixo esta palabra: «deseo esto, deseo aquello», sino fué a la hora de su muerte cuando dixo «desiderio desideravi», para darnos a entender que nosotros somos los que tenemos en Dios que desear, porque Él no tiene en nosotros sino que desechar. Conforme a lo que dixo este ladrón a Cristo, rogaron también los judíos a Cristo: es a saber, que descendiese de la Cruz y que creerían todos en Él, lo cual el Redemptor del mundo no amó oír, ni menos quiso hacer, porque si Él desamparara la Cruz, todo el mundo había de ser crucificado. «¡Oh ladrón malvado! ¡Oh pueblo endurescido! Si Cristo descendiera de la Cruz, como tú le rogabas, o huyera de la Cruz, como el ladrón le aconsejaba, ni para vosotros faltara infierno ni para nosotros hubiera paraíso, porque no vino Él a descender, sino a subir, ni vino a huir de la Cruz, sino a morir en la Cruz». «Cum exaltatus fuero a terra omnia traham ad me ipsum», dixo Cristo un día predicando, como si dixera: «Como ando agora predicando de tierra en tierra y tengo toda mi hacienda derramada, no podéis conoscer lo que yo puedo ni podéis alcançar lo que yo tengo; mas sé os decir que cuando me viéredes en la Cruz crucificado, ahí tendré yo comigo todo mi thesoro. Palabra es de grande admiración para los buenos y no de poco espanto para los malos decir Cristo «omnia traham ad me ipsum», en lo cual se nos da a entender que quien quisiere de Cristo algún don alcançar a la Cruz se lo ha de ir a pedir, porque nunca Él se mostró tan libre como estando allí enclavado, ni tan rico como estando allí desnudo, ni tan gran señor como estando allí condenado, ni aun tan pródigo como estando allí muerto. Todos sus tesoros truxo Cristo desde el cielo al suelo y desde el suelo los llevó consigo al palo, y después, estando en el palo, los repartió por todo el mundo. De manera, oh buen Jesu, que el que más acerca de tu Cruz se halla, mucho mexor que los otros libra. En la Cruz fué a do su ánima encomendó al Padre, allí dió su madre al sobrino, allí dió el sobrino a la tía, allí dió a San Pedro la Iglesia, allí dió a Nicodemus el cuerpo, y allí dió al ladrón el paraíso. En la Cruz fué a do mandó al Sol que pusiese luto, y a los cielos que se cubriesen de xerga, a las piedras que se quebrantasen, al velo del templo que se rompiese, a los sepulcros que se abriesen y a los muertos que resuscitasen, en testimonio de su muerte y nuestra vida. En la Cruz fué a do se raçonó con su Padre, a do consoló a su Madre, a do se acordó del discípulo, a do perdonó al ladrón, y a do alumbró a Centurio para que a Cristo reconosciese por redemptor, y a sí mismo por pecador. En la Cruz, a do Cristo tuvo abierto su sancto costado, allí es a do derramó más sangre, allí es a do mostró más su caridad, allí es a do se aprovechó más su paciencia, allí es a do más usó de su clemencia y allí es a do se acabó de morir y a nosotros de redimir. En la Cruz se vió coronado como rey, allí se vió saludar como rey y allí se halló con título de rey. Pues si esto es verdad, como es verdad, no era justo que dexase la Cruz quien tantas preheminencias tenía en la Cruz. «¡Oh buen Jesu, oh amores de mi alma! No te ruego yo, con los hebreos, que desciendas de la Cruz, ni tampoco te suplico con el ladrón en que huyas de la Cruz; lo que yo te ruego es que me pongan ahí contigo en la Cruz, porque más justo sería que esos sayones crucificasen a mí por ti que no que crucificasen a ti por mí. No te pido, Señor, que me des a comer, pues no tienes ahí sino hiel; ni te pido a beber, pues no tienes sino vinagre; ni te pido ropa, pues estás desnudo; ni te pido libertad, pues estás atado; ni aun te pido vida, pues estás ya cuasi muerto. Lo que yo te pido y suplico, Señor, es que me des parte en esa Cruz, pues te sobra aún mucha Cruz, porque ya sé yo, Señor, que jamás comunicaste tus amores sino con los que sienten tus dolores».

Puédese, pues, de todo lo sobredicho colegir cuán grande ánimo hemos menester para emprender alguna buena obra y cuán heroico coraçón es menester para acabarla, porque luego son con nosotros los demonios a engañarnos, la carne a alterarnos, los hombres a estorbarnos y el mundo a perturbarnos. Muchas ocasiones tuvo Cristo en la Cruz para dexar la Cruz; es a saber: los hebreos, que le rogaban que se abaxase; el ladrón, que le aconsejaba que huyese; su cuerpo, que se congoxaba de morir; las hijas de Hierusalem, que las veía llorar; muchos peregrinos, que ponían allí a dél burlar, y, sobre todo, cuán pocos le habían su pasión de agradescer. Todas estas cosas, ni otras infinitas que se le ofrescieran con ellas, no abastaran a estorbarle lo que el Padre le mandaba y lo que su caridad le obligaba, porque en la ara de la Cruz, cuando Cristo dixo «sitio», no lo dixo tanto por el apetito que tenía de beber, cuanto por la mucha gana que tenía de más padescer.

De lo que dixo y hiço el buen ladrón en la cruz estando en la cruz crucificado.

«Neque tu times Deum, qui in eadem damnatione es, nos quidem iuste patimur, dignam factis recepimus, hic autem quid mali fecit?» Visto por el buen ladrón cuán mal hablaba de Cristo el otro mal ladrón, díxole estas palabras y son como si dixera: «Habiendo sido tú de tan mal vivir y estando a punto ya de morir, espantado estoy de ti, oh compañero mío ladrón, cómo no temes a Dios ni has vergüença de lo que dices, es a saber, que crucificas a este profeta con la lengua como los sayones le crucifican con los clavos, sabiendo tú muy bien que nunca este inocente hiço a nadie mal, ni tú y yo supimos jamás hacer a nadie bien». Pocas son las palabras que este ladrón dixo; mas muchos son los misterios que en ellas toca, y por eso es menester oírlas con gravedad y decirlas con caridad. Como quiera que Dios nuestro Señor esté todo en todas las cosas por potencia, más particularmente se muestra estar en el coraçón y en la lengua del hombre por gracia, porque aquellos dos miembros son con que más le servimos y aun con que más le ofendemos. Los ojos empaláganse de ver; las orejas, de oír; las manos paran de trabajar, los pies se cansan de andar y aun el cuerpo se cansa de pecar, sólo el coraçón es el que nunca acaba de pensar, ni la lengua de parlar. El buen rey David hombre era de muy buen juizio y sano era de todo su cuerpo; mas todavía decía «cor mundum crea in me, Deus», y también decía: «Domine, labia mea aperies», como si más claro dixera: «A este mi coraçón te suplico, Señor, que refrenes, y a esta mi lengua te pido, Señor, que me guardes, porque todos los otros mis miembros puédenme enojar, mas no me pueden dañar».

La principal señal para saber si somos amigos de Dios es si nos da gracia para que los coraçones tengamos limpios, y las lenguas refrenadas, porque el fundamento del buen cristiano es creer en Dios con el coraçón y alabarle con la lengua. Muy bien está Dios con el pueblo israelítico cuando por Hieremías les decía: «Ego dabo eis cor novam», y muy privado estaba de Dios Ezequiel cuando decía: «Ego aperiam os tuum in medio eorum». Como si dixera: «Por grande amistad alumbraré tu coraçón, oh Israel, para que me creas, y porque eres mi siervo abriré tu boca, oh Ecequiel, para que me prediques, porque muy pocos son los que me alcançan a conoscer y muy poquitos los que saben mi nombre predicar». Porque uno sepa leer, estudiar, interpretar y vocear no es por eso visto ser luego apostólico predicador, porque no es de los pequeños dones de Dios saber predicar la palabra de Dios. Todo esto decimos para ver la magnificencia de Cristo en la Cruz, pues la gracia del coraçón nuevo que dió a Israel y el abrir la boca para bien predicar que dió a Ecequiel, dió juntamente al ladrón bueno que tenía cabe sí, pues le tocó el coraçón con que le creyese, y le abrió la boca con que le predicase. Después que Cristo predicó, y antes que los Apóstoles començasen a predicar, el primero predicador que hubo en la Iglesia fué este buen ladrón, el cual delante todo el pueblo, crucificado en aquel palo, començó a engrandescer lo que Cristo haçía y a reprehender lo que su compañero deçía. En muchas partes dividió su sermón este ladrón, y la primera fué cuando dixo: «Neque tu times Deum qui in eadem dannatione es»; es a saber: «Mira, hermano ladrón, que no temes a Dios y que vas camino de dannación, por eso mira a mí y torna sobre ti». Enseñar al que no sabe y encaminar al que va perdido, obra es de gran caridad, y que procede de mucha bondad, y tal fué la del buen ladrón, pues le osó decir que mirase cuán mal había vivido que estaba a muerte condenado y que a su lado tenía a Cristo, que le podía perdonar, y aun del infierno librar». ¡Oh, a cuántos y cuántos compañeros nuestros podríamos decirles lo que dixo el ladrón, a el otro ladrón!, es a saber: «Mirad que no teméis a Dios, mirad que andáis perdidos, mirad que sois muy viciosos, y mirad que quebrantáis los diez mandamientos». Mas ¡ay dolor! que no hay amigo que tal diga a su amigo, sino que todas las amistades paran, no en se corregir, sino en se encubrir. Gran confusión es decirlo y muy mayor es hacerlo, que veamos a un pecador enseñar a otro pecador, un malhechor corregir a otro malhechor, un ladrón reprehender a otro ladrón, y que un cristiano no reprehenda a otro cristiano, sino que quieren más çufrir les que sean viciosos que no apartarse de ser sus amigos. Bien paresce que este ladrón había ya dexado el oficio de hurtar y se había dado al predicar, pues él y el otro ambos eran amigos, ambos eran justiciados, ambos eran compañeros, ambos eran ladrones y ambos estaban crucificados, y esto no obstante le reprehende lo que dice, y le enseña lo que haga. No avisar al amigo en cosa que toca a la honra, pasa; ni avisarle en cosa que toca a la hacienda, pasa; mas no avisarle en cosa que toca a la conciencia, en ninguna manera debe pasar, porque en cosa de ofender a Dios, a mi Padre, no lo tengo de disimular, ni a mi amigo consentir. Nathán reprehendió a David, Samuel reprehendió a Saúl, Nicheas reprehendió a Achab, Helías reprehendió a GeVabel, Sant Juan reprehendió a Herodes y Sant Pablo reprehendió a Sant Pedro, no porque habían a ellos ofendido, sino porque habían contra Dios pecado, para darnos a entender que todo aquel a quien Dios no tuviere por amigo hemos de tener nosotros por enemigo. «Nonne qui oderunt te oderam, et inimici facti sunt mihi», dice hablando con Dios David, como si dixese: «Oh gran Dios de Israel, uno de los mayores servicios que por ti, Señor, he hecho es que todos los días de mi vida desamé a quien no te amaba, aborrescí a quien no te seguía, me aparté de quien no te quería y aun huí de quien no te servía». Muy gran raçón tenía el rey David en lo que deçía y no menos en lo que hacía, porque si los malos no tuviesen compañeros que los ayudasen y amigos que los vandeasen, no es menos sino que en breve tiempo los veríamos acabados o a lo menos enmendados.

Muy grande fué la caridad que tuvo el buen ladrón con su compañero y muy grande fué la piedad que tuvo también de Cristo, pues se puso a defender a Cristo y se paró a predicar a su compañero, de lo cual podemos inferir que la caridad cristiana es apiadarnos del que está atribulado y encaminar al que va errado, ya que el ladrón se hubo a Dios tornado, hubo creído en Cristo, hubo su pecado confesado y hubo tornado por Cristo, acordó de hablar a Cristo y decir: «Domine memento mei, dum veneris in regnum tuum». Si yo las sé bien contar, seis palabras son éstas, y no más ni menos, es a saber: «domine» la primera, y «memento» la segunda, y «mei» la tercera, y «dum veneris» la cuarta, «in regnum» la quinta, y «tuum» la sexta, las cuales son muy dignas de notar y aun a la memoria de encomendar. Dice, pues, la primera «domine», que quiere decir «señor», y de verdad él acierta en llamarle señor, y confesarle por señor, porque nunca usará Dios con nosotros de su piedad si primero no confesamos en Él su divinidad. En los antiguos siglos, cuando nuestro Dios hablaba con los hebreos, muchas y cuasi todas las veces usaba de estos dos vocablos; es a saber: «hec dicit Dominus» y «ego Dominus, qui et loquor vobis», para darnos a entender que cualquiera príncipe y rey temporal de este mundo hemos de tener no más de por gobernador, y a sólo Dios por señor. Necesario es que ante todas cosas confesemos a Dios Padre e por Señor y a su bendito Hijo por Señor y Redemptor, porque repugna a su potencia ordinaria perdonar algún pecador, al que no reconosce en Él señorío. Aconsejémonos, pues, con este ladrón; sigamos a este ladrón, y digamos con este ladrón: «Domine, memento mei», porque piadosamente hemos de creer que confesando a Dios por criador y sirviéndole como a señor, que no nos desconoscerá por estraños, presciándonos de ser nosotros suyos.

La otra palabra que el ladrón dixo fué: «memento mei, Domine», que quiere decir: «Señor, acuérdate de mí». «Da mihi, Domine, sed tuarum asistricem sapientiam, ut sciam quid aceptum sit coram te omni tempore», dice el sabio Salomón, y es como si dixera: «Dame, Señor, parte de tu sabiduría para que yo acierte en lo que a ti es más acepto, y para que haga lo que es a mí más provechoso. El rey que hubo en Israel más pacífico, más rico, más nombrado y más sabio fué Salomón, y con todas estas condiciones, no osa pedir a Dios otra cosa señalada si no es que le haga merced de su sabiduría, y a la verdad él tenía raçón, porque el hombre, aunque sabe lo que quiere, no sabe lo que le conviene. Como sea verdad que viva yo más en Dios que no vivo en mí y me ame a mí más Dios que yo mismo me amo a mí, por semejante manera sabe mucho mejor Dios lo que me estaría a mí bien pedirle, que no yo lo que le debo pedir. Como muy avisado y como hombre muy buen cristiano, no quiso el buen ladrón pedir a Cristo cosa señalada, sino que solamente dixo: «Domine, memento mei», para darnos a entender que según está Dios ganoso de hacernos bien, no es menester que le importunemos, sino que le acordemos lo que queremos. Para con Dios no son menester palabras prolixas, ni peticiones largas, sino un memorialito pequeñito, en que diga no más de «memento mei», que me criaste; «memento mei», que me redemiste; «memento mei», que creo en ti; «memento mei», que sirvo a ti: y si es verdad, Señor, que sirvo a ti, «memento mei» de llevarme para ti. ¡Oh buen Jesu!, ¡oh amores de mi alma!, «memento mei», pues me heciste de tierra; «memento mei», pues me diste ánima; «memento mei», pues por mí te heciste hombre; «memento mei», pues por mí veniste a morir y pues por mí pusiste, Señor, la vida, «memento mei», a que no pierda yo, Señor, mi alma. «Memento mei», que pasaste por mí muchos trabajos, çufriste grandes tentaciones, derramaste mucha sangre, me compraste por muy gran prescio; y pues es verdad que te costé, Señor, mucho, «memento mei», para que no me tengas, Señor, en poco. Mucho también es de notar que no dixo este ladrón «acuérdate, Señor, de mis hijos; acuérdate de mi muger, acuérdate de mi casa, acuérdate de mis amigos o acuérdate de mis trabajos», sino que solamente dixo: «acuérdate, Señor, de mí», para darnos a entender que so el cielo ninguna cosa nos ha de ser tan cara como son las cosas de nuestra conciencia. Ante de todo y más que todo, y aun primero, que todo, dixo el ladrón a Cristo nuestro Dios: «Domine, memento mei», en lo cual somos avisados y amonestados en que una por una alcancemos de Dios nuestro Señor el perdón de nuestros pecados y después entendamos en el perdón de nuestros amigos. Con mucha ocasión y con no poca raçón dixo Cristo a la madre y hijos del Zebedeo: «nescitis quid petatis», porque sin primero pedirle perdón de sus pecados, le pedían reinos y señoríos, y sin haber averiguado las cosas de su alma, se querían asentar uno a la izquierda y otro a la mano derecha. No lo hiço así la prudentísima Chananea, la cual primero dixo «misere mei», que no que dixese «filia mea male a demonio veratur»; es a saber, que antes pidió perdón para sí que no remedio para su hija, porque Dios nuestro Señor es tan bueno y tan amigo de bondad, que si no está bien con el que le pide nunca da lo que le piden. Bien supiste lo que pediste y aun cómo lo pediste, oh glorioso ladrón, pues ante todas cosas dixiste «miserere mei» y después dixiste: «dum veneris in regnum tuum»; es a saber, que primero pediste perdón a Cristo de tus hurtos, que no le pidieses para ti el reino de los cielos, lo cual tú alcançaste muy mejor que lo pediste: pues tú pedías solamente que se acordase de ti cuando se viese en su reino, y Él se acordó de ti antes que antrase en el reino del cielo. Pidió Abrahán a Dios quien le heredase, y dióle hijo heredero y aun de quien descendiese nuestro Señor Jesucristo; pidió Jacob a Dios que le tornase a Benjamín, y tornóle a Benjamín y aun a José; pidió Tobías a Dios que le volviese su hijo con salud de Nínive, y volviósele sano y salvo, y aun rico y casado; pidió Ester a Dios que descercase a Tusa, su pueblo, y descercó el pueblo y aun degolló a Olofernes, su enemigo; pidió Anafaruel a Dios un hijo y dióle a Samuel por hijo y que fué profeta y varón muy santo; pidió el buen ladrón a Cristo que se acordase dél en el otro mundo, y Cristo acordóse dél en éste, perdonándole, y en el otro glorificándole. Bien dice la Escritura, hablando de la largueça de Dios: «quod ipse est qui dat omnibus afluenter»; es a saber, que da cuanto da a todos en abundancia, porque los príncipes de este mundo si dan algo no lo dan en abundancia, y si dan en abundancia danlo a pocos y no a muchos; mas la summa bondad de nuestro Dios ni sabe negar lo que le piden, ni aun dar poco de lo que le piden. «Aperis tu manum tuam et imples omne animal benedictione», decía el profeta hablando de Dios, como si dixera: «Todos los que en este mundo dan a otros algo, dánselo a puño cerrado; mas Dios nuestro Señor siempre da a mano abierta, y el que da a mano abierta ninguna cosa para sí guarda. Las manos tiene abiertas después que lo crucificaron, y las palmas tiene rotas después que lo enclavaron; de manera que si en el perdón es muy piadoso, también en el dar es un manirroto. ¡Oh cuán abiertas tenía las manos! ¡Oh cuán rotas tenía las palmas! ¡Oh cuán descubiertas tenía las entrañas en la ara de la Cruz el bendito Jesu, cuando el ladrón le dió un memoria en que iba una sola palabra y él le llevó consigo aquel día a la gloria!

Mucho también es de notar y ponderar que no dixo este ladrón a Cristo: «domine, memento mei», para afloxarme estos cordeles; «domine, memento mei», para arrancarme estos clavos; «memento mei», para sanarme estas llagas; «memento mei», para darme la vida, pues eres el dador della; sino que dixo «dum veneris in regnum tuum», como si dixera: «Arrodillado delante Pilato, preguntándote él si eras rey y tenías reino, te oí decir anoche que tu reino no era reino de este mundo, y pues esto debe ser así, y lo creo yo así, suplícote, mi Dios y Señor, que cuando te vieres en tu reino con descanso, te acuerdes de mí, que soy el mayor pecador del mundo». Ver este ladrón a Dios con sus ojos y oírle con sus orejas; tocarle con sus manos y hablarle con su lengua, y no le querer pedir cosa deste mundo, sino del siglo venidero, cosa es para espantar a los hombres y para poner en admiración a los ángeles. Desde la hora que Cristo derramó su sangre preciosa, tuvo ella muy grande eficacia en su iglesia, lo cual paresció bien claro en este buen ladrón; el cual, habiendo poco que andaba a descorchar casas, pidió luego ser vecino de las gerarquías, y siendo un ladrón cosario, presumió ser compañero de Cristo nuestro redentor, y no habiendo hecho a Dios ningún servicio, a boca llena le pide su reino, y esto no pensaba él alcançarlo por las plegarias y palabras que a Cristo decía, sino sólo por la sangre que Cristo por él derramaba. Para mí creído tengo que al punto que Cristo nuestro Dios quería espirar, y que su bendita sangre se acababa de derramar, debía ver este ladrón el cielo cómo se abría y la grande gloria que a Cristo estaba aparejada, y que por eso dixo «memento mei, domine, dum veneris in regnum tuum», porque de otra manera parescería cosa muy fuera de propósito pedir un ladrón a Dios su reino. Descubra lo que descubriere y vea lo que viere, que yo a la opinión deste ladrón me quiero allegar y de su oración me quiero aprovechar diciéndole: «Domine, memento mei dum veneris in regnum tuum» y entonces, Señor, seré cierto que te acordarás de mí cuando en este mundo no me pagares los servicios que te he hecho y en el otro me perdonares los delitos que contra ti he cometido. ¿Cómo tengo yo de querer ser pagado en este mundo, pues dices tú, Señor: «regnum meum non est de hoc mundo»? ¡Oh buen Jesu! ¡Oh buen Jesu! Si por ser baptizado, si por llamarme cristiano, si por decir que soy tuyo, y lo más principal, porque me has redimido, me quisieres algo dar y por ello remunerar, no sea, Señor, acá, sino «dum veneris in regnum tuum», porque a todos los que tú das sueldo en los libros deste mundo es señal que los tienes tú raídos de los registros del cielo. Mejorado fué Isaac: más que Israel; mejorado fué Jacob más que Esaú; mejorado fué Judas más que Rubén; mejorado fué Josef más que sus hermanos; mejorado fué Axa en los prados de su padre y mejorado fué Nabot en la viña de Samaria; mas yo, Señor, no quiero ser mejorado, sino «dum veneris in regnum tuum», porque fuera de tu casa yo la doy por condenada cualquiera mejora.

En fin de este sermón es de notar que al tiempo que Cristo perdonó a este ladrón no dixo «amen dico vobis», sino que dixo «amen dico tibi», para darnos a entender que en perdonarle mostró su gran misericordia, y en perdonar no más de a él mostró su recta justicia. De muchas naciones y de varias condiciones estaban en torno de la Cruz aquel día, y de creer es que había allí hartos pecadores que quisieran ser perdonados; mas de todos y entre todos éste sólo fué perdonado, para darnos a entender que pues a él perdonó, no desesperemos de ser perdonados, y pues no perdonó más de a él, no pequemos con esperança que nos ha de perdonar. Sea, pues, la conclusión que antes del pecado acordémonos que no perdonó al pueblo, y después del pecado acordémonos que perdonó al ladrón, y de esta manera temeremos a su justicia y acordarnos hemos de su misericordia, cual plega a Él de usar con nosotros aquí por gracia y después por gloria. Amén. Amén.




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Letra para don Francisco de Mendoça, obispo de Palencia, en la cual se declara y condena cuán torpe cosa es decir «bésoos las manos»


Señor muy reverendo y apostólico comisario:

La cuestión que agora, señor, me demandáis y la duda sobre que me consultáis es para mí tal y tan peregrina, que en toda mi vida me la paré a pensar ni abrí libro para la buscar, mayormente que jamás vi a hombre que en ella dudase ni menos hablase. Yo aprendí gramática, lógica, filosofía, teología y aun astrología; mas yo no me acuerdo en ninguna destas ciencias haber lo que me pedís hallado, ni aun a maestro mío oído. Desde ayer acá he revuelto mi librería y he mucho fatigado a mi memoria para ver si podría hallar algo que yo sin vergüença os responda, y que allá a vuestra Señoría satisfaga. Siempre rescibo vuestras letras con amor y respondo a ellas con temor, y la causa desto es porque en el escrebir sois gracioso, y de lo que, señor, os escriben muy sospechoso.

Es, pues, vuestra duda y demanda querer saber de mí qué harán dos hombres de bien cuando se topan; es a saber, con qué palabras se han de saludar cuando se ven y qué dirán el uno a el otro cuando se despiden. No es de los pequeños primores de corte saber, cada uno en su estado, cómo ha de hacer la reverencia, qué tanto ha de quitar la gorra, si se levantará de la silla, o si saldrá a la puerta, y qué se han de decir al tiempo de se hablar, para que no los noten de malos cortesanos, o los acusen de muy groseros. A uno que meresce «merced» decirle «vos» y al que meresce «vos» decirle «merced», y al que meresce «ilustre» llamarle «magnífico», y al que meresce «magnífico» llamarle «reverendo», y al que meresce «noble» llamarle «virtuoso», y al que meresce «virtuoso» llamarle «pariente y amigo», no le va más al que esto escribiere o dixere de condenarle por nescio o pregonarle por mal criado. Cuan justo es que el platero sepa hacer una taça, y el sacerdote decir una misa, y el sastre hacer una ropa, tan justo es que el buen cortesano sepa qué cosa es la buena criança; porque en la corte del Rey, de ser allí los hombres muy corteses, los vinieron a llamar cortesanos. Los pundonores de cortes y los primores de palacio muy mejor los pudiérades, señor, saber del regidor de Segovia que no de mi pluma, pues cae debaxo de su conquista ser juez de la pelota y maestro de la criança.

Cuanto a lo que queréis saber de mí, es a saber, cómo se ha de saludar un hombre a otro cuando se toparen de nuevo, sé os decir que ni lo osaría aconsejar, ni menos determinar, porque esto no se alcança por escritura, sino que se ha de ver la costumbre de la tierra. Dexados aparte los principios por se notos y las máximas naturales en filosofía, así como es «per quod unumquodque tale et illud magis», y aquella que dice «si ab equalibus equalia demas, que remanent sunt equalia», y aquella que dice «omnis triangulis habet tres angulos equales duobus rectis», y aquella que dice «finitum tandem per ablationem consumitur», en todas las otras costumbres morales y rurales hemos de estar a lo que el vulgo hace y a lo que la costumbre quiere. Por haceros placer y en algo satisfacer, lo que yo haré será relataros aquí lo que en este caso los siglos pasados hicieron, y lo que en nuestros tiempos, se hace, con protestación que vuestra Señoría no lo que yo le dixere, sino lo que a él le paresciere y por bien tuviere.

Los idumeos, cuando se topaban, decían estas palabras: «Dominus vobiscum», que quiere decir: «el Señor sea con vosotros». Los verdaderos hebreos, cuando se saludaban, decían: «Ave, mi frater», como si dixese: «Dios te dé salve, hermano mío» Los filósofos griegos, cuando se saludaban, decían: «Avete omnes», como si dixera: «estéis todos enhorabuena». Los thebanos, cuando se saludaban, decían: «Salus sit vobis», como si dixeran: «Dios os dé salud». Los antiguos romanos, cuando se saludaban, decían: «Salus sit vobis», como si dixeran: «Dios os dé buen hado». Los sículos, que son los de Sicilia, cuando se saludaban, decían: «Diu vo guarde», que es a saber, «Dios os guarde». Los cartagineses no se saludaban aunque se topaban, sino que en señal de amistad se tocaban las manos derechas el uno al otro y se las besaban. Los moros tampoco se saludaban, aunque se topaban, sino que al tiempo de verse se besan los hombros, y al despedir se besan en las rodillas. En Italia es costumbre que en un solo día se saludan de tres maneras, a saber: que a la mañana dicen en cuanto se topan: «Bon matin», que quiere decir que le dé Dios buena mañana. Después de comer, si se topan, se dicen: «Bon jor», que quiere decir que le dé Dios buenos días. Ya que quiere anochecer y encender candelas, dicen «Bon vespre», que quiere decir que les dé Dios buenas noches. También es costumbre entre los ítalos que cuando se apartan unos de otros dicen: «Me recomendo», que quiere decir yo me encomiendo en vuestra merced. En el reino de Valencia, cuando se topan, se saludan de esta manera: «Ben seao benguth, monseñor», como si dixese: «Vengáis en horabuena, señor mío», y al tiempo que se despiden dicen: «a deo riao, Perote», que quiere decir: «quedaos a Dios, Pedro». Al cual le replica el otro: «Anao en bo hora», como si dixese: «Andad en horabuena». En Cataluña, cuando topan con alguno, le saludan de esta manera: «Ben seao arribath», como si dixesen: «Bien seáis arribado a la tierra». Acá, en esta nuestra Castilla, es cosa de espantar, y aun para se reír, las maneras y diversidades que tienen en se saludar, así cuando se topan como cuando se despiden, y aun cuando se llaman. Unos dicen «Dios mantenga»; otros dicen «mantengaos Dios»; otros, «enhorabuena estéis», y otros, «enhorabuena vais»; otros, «Dios os guarde»; otros, «Dios sea con vos»; otros, «quedaos a Dios»; otros, «vais con Dios»; otros, «Dios os guíe»; otros, «el ángel os acompañe»; otros, «a buenas noches»; otros, «con vuestra merced»; otros, «guarde os Dios»; otros, «a Dios, señores»; otros, «a Dios, paredes», y aún otros dicen «¿hao quién está acá?»

Todas estas maneras de saludar se usan solamente entre los aldeanos y plebeyos y no entre los cortesanos y hombres polidos, porque si por malos de sus pecados dixese uno a otro en la corte «Dios mantenga» o «Dios os guarde», le lastimarían en la honrra y le darían una grita. El estilo de la Corte es decirse unos a otros «beso las manos de vuestra merced», otros dicen «beso los pies a vuestra Señoría» otros dicen «yo soy siervo y esclavo perpetuo de vuestra casa». Lo que en este caso siento es que debía ser el que esto inventó algún hombre vano y liviano, y aun mal cortesano; porque decir uno que besará las manos a otro es mucha torpedad, y decir que le besa los pies es gran suçiedad. Yo vergüença he de oír decir «bésoos las manos», y muy grande asco he de oír decir «bésoos los pies», porque con las manos limpiámonos las narices, con las manos nos limpiamos la lagaña, con la mano nos rascamos la sarna y aun nos servimos con ellas de otra cosa que no es para decir en la plaça. Cuanto a los pies, no podemos negar sino que por la mayor parte andan sudados, traen largas las uñas, están llenos de callos y andan acompañados de adrianes y aun cubiertos de polvo o cargados de lodo. Con estas tan torpes y inormes condiciones, de mí digo y por mí juro que querría más unas manos y pies de ternera comer, que los pies y manos de ningún cortesano besar.

Bien tengo yo creído que hay en las cortes de los príncipes más de diez hombres, los cuales, aunque se ofrescen de besar los pies y manos a otros, holgarían antes de cortárselas que no de besárselas. Decir un hombre de bien a otro «yo soy vuestro amigo», «yo os tengo por deudo», «estoy a vuestro mandado», «haré lo que os cumpliere», «ved lo que mandáis», «Dios os dé salud» y «Él sea en vuestra guarda», todo esto se çufre y pasa; mas decir «beso os las manos», «beso os los pies», ni se debe decir, ni menos consentir; porque besar el pie es dignidad del papa, y besar la mano es del sacerdote de misa. Con las palabras que Cristo paludaba a sus discípulos sería raçón nos saludásemos unos a otros: es a saber, «pax vobis», que quiere decir «paz sea con vosotros», sino que nos presciamos más de cortesanos que no de cristianos, y nos holgamos de ir en pos de la opinión y no de la raçón. Pues Cristo nos enseñó a saludar las casas a do entrásemos, con decir «pax huic domui», y nos enseñó a saludar las personas que topásemos con decir «pax vobis», digo y afirmo que es gran temeridad y poca cristiandad osar decir nadie «beso os el pie», o «beso os la mano», pues es contra la doctrina del santo Evangelio. Para decir verdad, ni sé quién, ni sé cuándo, ni sé a dónde, ni sé porqué, ni sé para qué se inventó este «besamanos» y «beso pies» en, España, sino que de mi parescer, como se va gente tras gente y no raçón tras raçón, algún vano o liviano lo dixo de burla y después le siguieron todos de veras.

No más, sino que nuestro Señor sea en su guarda y a mí dé gracia que le sirva. Amén.

De Ávila a XX y dos de Noviembre, MDXXXIII.




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Raçonamiento hecho a su magestad en un sermón de cuaresma, a do se expone una palabra del psalmista, que dice: «Irascimini et nolite peccare»


Cosa nunca oída, negocio nunca visto, caso nunca acaescido y castigo nunca hecho fué el que hoy Cristo nuestro Dios hiço en el templo, conviene a saber: derramar los dineros, trastornar los cambios, desatar las palomas, agotar a los logreros y aun llamar a todos ladrones. Es mucho de ponderar y advertir cuál fué mayor: el celo que Cristo tenía, o la culpa que en ellos había, pues somos ciertos que de cometer los hombres muchos pecados estremados, viene Dios a estremarse en los castigos. Negar que a Cristo no le movió buen celo, sería negar la verdad; mas decir que Cristo pecó en lo que hiço, sería gran temeridad, porque en la ley divina y eterna no se puede çufrir ser uno pecador y llamarse redemptor. Primero dixo San Juan «ecce agnus Dei», que no que dixese «ecce qui tollit peccata mundi»; de manera que le confiesa por cordero sin pecado y después le alaba de quitar los pecados del mundo, porque un pecador a otro pecador puédele ayudar a que sea bueno, mas no puede perdonarle ni sólo un pecado. Osar afirmar que a Cristo nuestro Dios se le encendió la cólera y que pecó, y en el pecado de la ira, sería heregía decirlo y blasfemia pensarlo, porque en caso de pecar y errar tenía el buen Jesu tan atadas las manos, que aunque quisiera no pudiera ni aun supiera. «Irascimini et nolite peccare», dice el santo profeta David; en las cuales palabras se nos da a entender que nos enojemos, mas que no pequemos, porque a las veces más se enoja Dios de la ira que tiene el perlado, que no del pecado que cometió el súbdito. Cosa paresce áspera, dura y ininteligible darnos el buen rey David licencia para que nos enojemos y irnos a la mano a que no pequemos, pues entre los pecados mortales que condena nuestra madre la Iglesia, uno dellos es el pecado de la ira. Duda es muy perplexa y cuestión es muy dudosa decir el santo profeta que juntamente es en mano del hombre el poderse enojar y el no haber de pecar, como sea verdad que son muy poquitos en esta vida los que habiendo algún grande enojo no pequen siquiera de pensamiento. Más paresce obra angélica que humana, pueda consigo un hombre que está inxuriado y lastimado refrenar la ira, atar las manos, coser la boca, refrenar el coraçón y ponerse en raçón, como sea verdad que muchas veces nos descuidamos de agradescer las buenas obras y nunca nos olvidamos de vengar las injurias. Para entender bien esta palabra de «irascimini et nolite peccare», es menester saber y declarar cuáles son las cosas de que con buena conciencia nos podemos enojar y en qué no puede haber escrúpulo de pecar, porque son tan amigas entre sí la culpa y la ira, y el enojo y el pecado, que paresce cosa de sueño poner entre ellas divorcio. ¿Por ventura será bueno enojarnos contra los maliciosos que nos tocan en la honrra y contra los codiciosos que nos quitan la hacienda? A esto respondo que no: porque el hombre que es generoso y vergonçoso la hacienda ha de pedir por justicia y la honra ha de defender con la lança. ¿Por ventura hémonos de enojar contra los que nos hacen alguna notable injuria o nos dicen alguna palabra lastimosa? A esto respondo que no, porque conforme a lo que manda Cristo nuestro Dios y dispone el santo Evangelio, las injurias atroces y sanguinolentas tenemos obligación a perdonarlas, y no licencia de vengarlas. ¿Por ventura será bueno enojarnos cuando acontesce que en nuestras casas son los hombres absolutos y las mugeres disolutas? A esto respondo que no, porque es tan delicada la honra del marido y de la muger, que no pueden tocar a ella sin que lastimen también a él, y si la cosa lleva remedio débese atajar, y si no, disimular. ¿Por ventura será bueno enojarnos contra los siervos y criados que nos sirven, cuando olvidan lo que les mandan y murmuran de lo que les dicen? A esto respondo que no, porque a los moços y criados que tenemos para que nos sirvan y nos sigan, hemos de avisarles en lo que yerran, enseñarles lo que hagan, amenaçarlos si murmuraren y despedirlos si no se enmiendan. ¿Por ventura será bueno enojarnos contra nuestros amigos y conoscidos cuando en su prosperidad no nos conoscen y en nuestra adversidad no nos socorren? A esto respondo que no, porque hemos de pensar y fielmente creer que nunca nos faltarán si fueran amigos verdaderos, y que por eso nos faltaron: por ser amigos fingidos. ¿Por ventura será bueno enojarnos contra los que nos prometieron algo y después no nos dieron ninguna cosa? Respondo que no, porque es de tanta estima el hombre çufrido, que ha de holgar antes perder la manda que esperaba que no la paciencia que tenía. ¿Por ventura será lícito enojarme contra mí mismo, cuando yerro en lo que digo y no acierto en lo que hago? Respondo que no, porque de mis yerros y delitos no es el remedio el enojarme, sino el enmendarme. ¿Por ventura será lícito enojarnos contra la adversa fortuna, cuando vemos que a otros sublima y a nosotros olvida? Respondo que no, porque si la fortuna diese a cada uno lo que le convenía y merescía, no se llamaría ya fortuna, sino justicia, y por no perder ella su autoridad y preheminencia da a quien hubiere y no a quien debe. ¿Por ventura será lícito enojarnos contra las astucias del demonio y contra los engaños que hay en el mundo? Respondo que no, porque si lo queremos bien mirar y considerar, antes nos avisan que nos engañan, pues nos tenemos ya por dicho que el oficio de la carne es alterarnos; el del demonio, tentarnos, y el del mundo, engañarnos. ¿Por ventura será lícito enojarnos por no valer, por no poder y por no tener tanto como los otros? Respondo que no, porque todo hombre que presume de generoso y virtuoso, cuando en su presencia hablaren en cosa de honra y preheminencia, no ha de sentir el no tenerla, sino el no merescerla.

Sea, pues, la conclusión de todo lo sobre dicho que de mi voto y consejo no deberíamos enojarnos ni conturbarnos, si no fuese contra los que a Dios nuestro Señor se atreven ofender y a nosotros nos incitan a pecar, porque el buen cristiano más quexa ha de tener del que le dañó el ánima, que no del que le robó la hacienda. De lo que el buen cristiano se había de turbar y por lo que el hombre virtuoso había de llorar es ver, como vemos cada día, cuán sin asco cometemos el pecado y cuán en poco tenemos el castigo, lo cual paresce claro en que tenemos en poco, los mandamientos de la ley y no osamos quebrantar las pregmáticas del rey. Cosa es de maravillar, y aun de espantar, que a do quiera y a quienquiera que hallan una vara corta o una medida falsa, luego la hacen pedaços, la echan en el fuego, le llevan la pena y la cuelgan en la picota, y si alguno quiere jurar falso o cometer algún homicidio, o cometer cualquier otro pecado, no sólo no es castigado, mas aún es de muchos favorescido y defendido. Pecar los hombres no es de maravillar; mas pecar tan desvergonçadamente, esto es de espantar, porque tan públicamente son soberbios, maliciosos, golosos, adúlteros, blasfemos y perjuros, como si no hubiese Evangelio que lo vedase, ni Dios que los castigase. Cometer un pecador un pecado, y otro pecado, y aun otro pecado, no es de maravillar; mas cometerlos todos xuntos, esto es de espantar, porque hay personas tan çahondadas en las cosas del mundo y tan amigas de probar a qué sabe cada vicio, que si dexan de quebrantar algún mandamiento, no es porque no quieren, sino porque no pueden. Que los hombres estén un día, una semana, un mes y aun un año en el pecado, cosa es que pasa, aunque no debería pasar; mas ¡ay dolor! que de muchos se puede decir que ha ya tantos años que están obstinados en los pecados, que no sienten si son pecadores. No hay en un cristiano cosa tan peligrosa como aveçarse a hacer callos en la conciencia, porque el tal malaventurado ni se quiere enmendar ni se sabe remediar. Hay otro género de pecadores y es los que, no contentos con pecar, se prescian y alaban de haber pecado, y esto es con lo que Dios más se aíra, y aunque más tarde perdona, porque Dios nuestro Señor no se enoja tanto de cometer contra él el pecador, cuanto de tenerle después en poco. Entonces tenemos a Dios en poco cuando de pecar somos codiciosos; en el arrepentimiento, descuidados; en la perseverancia, obstinados; en el cometerlos, atrevidos, y en alabarnos, desvergonçados. «Peccata sua predicaverunt ut Sodoma, et non zelaverunt», dice Dios por Esaías profeta, como si más claro dixese: «No me quexo de ti, ¡oh pueblo de Israel!, porque me dexaste y porque me ofendiste, sino de que tus maldades publicaste, queriendo inmitar a los de Sodoma y seguir a los de Gomorra, los cuales no tenían más verguença de pecar que de comer». Contra los semejantes pecados y pecadores, es muy justo que nos airemos y conturbemos, porque de todas las otras cosas que en el mundo pasan y pasamos podemos nos maravillar, mas no enojar. El mismo Moisén fué del rey Faraón maltratado; de los judíos, perseguido; de Datán y Abirón, murmurado, y de su hermana María, envidiado; mas por todos estos trabajos nunca se airó y turbó, hasta que vió a los de su pueblo suspirar por Egipto, hacer el becerro, adorar los ídolos y murmurar de Dios. Al gran Matatías, padre que fué de los ilustres Macabeos, habiéndole quitado el sacerdocio, saqueádole la casa, echádole del templo, tomádole la hacienda y destruído a su persona, no se lee dél que tomase desto vengança ni dixese una palabra injuriosa, sino fué contra un maldito judío, al cual, porque ofresció un sacrificio a manera de gentil idólatra, le quitó allí luego la vida. El santo profeta Elías inmensas persecuciones padesció de la reina Gezebel y de los idólatras de Hierusalem, a tanto que muchas veces pedía a Dios la muerte, viendo que le era tan enojosa la vida, mas en todos estos trabajos a nadie perseguía ni de nadie se vengaba, sino fué de los que adoraban el ídolo de Baal, a los cuales destruyó los ídolos y mató dellos trescientos. No se acordaba el buen rey David de la traición de su hijo Absalón, ni de las maldiciones de Abisay, ni de las persecuciones de Saúl, ni del desacato del rey Amón, cuando con voz llorosa decía: «Exitus aquarum deduxerunt oculi mei, quia non custodierunt legem tuam». Como si más claro dixese: «Todas las horas y momentos están mis ojos hechos fuentes de lágrimas vivas, no por lo que contra mí han hecho, sino por lo que contra ti, mi Dios, han cometido». Gran celo y muy alto misterio es este que toca aquí el santo David, pues muestra mayor sentimiento por lo que Dios se ofende que no por las ofensas que a él se hacen, y en verdad él tuvo muy gran ocasión y no pequeña raçón, porque no puede ser cosa en el mundo más justa que tomar las injurias de Cristo por nuestras, pues Él tomó a nuestras culpas por suyas.

Con varones tan excelentes como fueron todos éstos, bien podremos cumplir el mandamiento de «irascimini et nolite peccare», es a saber, airándonos contra los pecados y habiendo piedad de los pecadores, y esto se hará y cumplirá cuando les ayudaremos a salvar las ánimas y no a perder las honras. ¡Oh cuán contrario y cuán al revés es lo que hoy se platica y lo que hoy en el mundo pasa!, pues a penas hay ya quien se aire contra los pecados, sino quien se tome con los pecadores, de manera que el celo tornamos en ira, y la ira en vengança, y así poco a poco, so color de castigar, nos venimos a vengar. El pecado de la ira es, además, muy odioso y aun muy peligroso, porque al hombre que es impaciente y mal çufrido nadie le quiere tener por veçino, y mucho menos por amigo. Conóscese el hombre airado y furioso en que tiene los ojos encarniçados, las mexillas ençendidas, el cuerpo temblando, el coraçón bullendo, los oídos atapados, la lengua turbada, las manos prestas y aun las entrañas dañadas, de manera que cuando está con aquella furia ni siente lo que dice, ni admite lo que le dicen. El hombre que de su natural condición es furioso, es coxquilloso, es desabrido y mal çufrido, yo le mando mala ventura, y aun a todos los de su casa, porque el tal ni hallará amigo que le siga, ni aun criado que le sirva. El previlegio de los hombres mal çufridos es ser de todos malquistos, andar desterrados, huir de las justicias, retraerse a las iglesias, nunca entrar en sus casas y traerlos todos en lenguas, de manera que si ellos dan a todos que hacer, todos tienen dellos que decir. Compasión es de ver al hombre impaciente y furioso, el cual siempre anda turbado, alterado, sospechoso, gruñendo, murmurando y aun a sí mismo maldiciendo, de manera que tan gran pasatiempo toma él en reñir, como lo toma otro en reír. Del hombre furioso y airado todos huyen, todos se apartan, todos murmuran y aun todos mofan, y así Dios a mí me salve, que tienen muy gran raçón, porque a las veces no es tan mala de çufrir una tentación como lo es la conversación de un colérico. Con hombre que es furioso y mal çufrido, no se ha de comunicar cosa que sea discreta ni aun confiar dél cosa secreta, porque el tal para dar consejo es cabeçudo y para guardar secreto es muy boquirroto. El hombre que se dexa enseñorear de la ira no le habían de encomendar gobernación de república, y la causa de esto es que como en las cosas de gobernación haya algunas cosas que castigar y otras que disimular, podría ser que se le encendiese de tal manera la cólera, que en lugar de mitigar las injurias, se pusiese él a decir mil lástimas.

Dicho el daño que hace la ira, raçón es que digamos algunos remedios contra ella, uno de los cuales es estar siempre sobre aviso para todo lo que le puede suceder y le quiera alguno decir, porque de esta manera haránle enojar, mas no sobresalir. Cuanta necesidad tiene el pobre de riqueça y el necio de prudencia, tanta tiene el coraçón de paciencia, porque son tantos los trabajos que cada día le vienen y los sobresaltos que cada día le dan, que sin comparación han de ser más los que ha de çufrir con paciencia, que no los que ha de vengar con la lengua. Si a cada injuria que nos hacen y de cada trabajo que nos sucede ha el hombre de hacer caso y por ello mostrar sentimiento, nunca cesarán sus manos de se vengar, su lengua de se quexar, sus ojos de llorar ni aun su coraçón de suspirar, porque jamás vi a hombre en esta mísera vida a quien no se te acabasen primero los días en que vivía, que no los trabajos que pasaba. Según los hombres se çahondan en los vicios y se meten a lo hondo en los negocios, no me maravillo yo de los que mueren, sino de los que viven, porque hablando la verdad y aun con libertad de no querer nosotros poner fin a los cuidados, ponen los cuidados fin en nosotros. Si como los médicos se ofrescen a sanar el mal del riñón se obligasen a sanar las ansias del coraçón, más pacientes tendría cada uno a su puerta que moradores hubo otro tiempo en Roma, porque es un mal tan general la tristeça y congoxa, que si huyen dél muchos, escapan muy pocos. Pregunto a ti que esto oyes, o esto lees, qué día, qué hora, ni qué momento pasa ni pasó después que te acuerdas, en el cual no dé algún dolor a tu cuerpo, no venga alguna tristeça a tu coraçón, no roben algo de tu hacienda, no infamen tu persona, no te digan alguna injuria o no te hagan alguna burla. El que a todas estas cosas quiere hacer rostro y piensa poner remedio, créame y no dude que primero se acabará él de morir que las comience a remediar. Así como no hay mar sin tormenta, ni guerra sin peligro, ni camino sin trabajo, así no hay vida sin enojo, ni estado sin sobresalto; lo cual paresce claro en que hasta hoy jamás vi a hombre a quien faltase qué llorar, y no tuviésede que se quexar. ¿Cómo no hemos de llorar, y cómo no nos hemos de quexar, pues la soberbia nos derrueca, la envidia nos deshace, la ira nos atormenta, la gula nos congoxa, la carne nos atierra, la pobreça nos infama y la ambiçión nos acaba? De manera que muchas veçes está nuestro coraçón tan aborrido y tan descontento que eligiría antes un honesto morir que tan enoxoso vivir. Sea, pues, la conclusión de todo lo sobre dicho que para cumplir el mandamiento de «irascimini et nolite peccare» debe el hombre cuerdo algunas cosas de las que padesce disimular, otras remediar, otras callar y otras çufrir, de manera que se guíe por la raçón y huyan de la opinión.




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Raçonamiento del autor hecho a los religiosos de su orden en un capítulo provincial, en la villa de Peñafiel. Año MDXX.


Parésceme a mí que los varones de alta religión y de aprobada profesión siempre se habían de acordar y delante sus ojos tener aquellas palabras que dixo Dios a Abrahán, es a saber, «sal de tu tierra y de tu parentela y vete a la tierra y lugar a do yo te mostraré», porque hallarán debaxo destas palabras todo lo que Dios hiço por ellos, y aun todo lo que ellos son obligados a hacer por Dios.

Estándose, pues, Abrahán en casa de su padre Tare y de sus tíos Arán y Acor, los cuales todos eran caldeos idólatras, aparescióle Dios nuestro Señor y díxole: «Sal de tu tierra y de entre tu parentela y vee a do yo te guiare y estate a do te mandare, y en pago de esto haréte señor de mucha gente y darte he yo mi bendición y serás para siempre bendito». Si curiosamente quieren ser miradas estas palabras, hallaremos por verdad que Abrahán cuatro cosas Dios le mandó y otras cuatro le prometió, de manera que como Señor justo le dice lo en que le ha de servir, y le enseña la soldada que le ha de dar. Antes que Dios llamase a Abrahán y le tomase por suyo, no se lee dél alguna virtud que tuviese, ni algún servicio que a Dios hiciese, sino que era visnieto de Saruth, nieto de Acor, y hixo de Tare y hermano de Arán, los cuales todos fueron caldeos, y en sí idólatras. Casiano, en las Colaciones de los padres, dice que de tres maneras son llamados los que vienen a la perfección de la religión, es a saber: que los llama Dios a solas con santas inspiraciones, o los llaman los hombres con buenos consejos, o los costriñen venir a ser religiosos algunos desastres a ellos acontescidos, de manera que aunque la perfección evangélica sea una, los caminos para venir a ella son muchos. La primera vocación se llama divina, y ésta es cuando la inmensa bondad de Dios toca y despierta al coraçón del hombre a que dexe lo que hace y haga lo que debe, apartándose de las cosas humanas y allegándose a las divinas. La segunda vocación se llama humana, y esto es cuando algún hombre malo se torna a Dios, por consejo de otro hombre bueno, así como San Hipólito se tornó a la fe por consejo de San Llorente. La tercera vocación se llama forçosa y necesitada, y ésta es cuando algún hombre malo se torna a Dios por ocasión de algún caso desastrado, que le acontesció, y desta manera llamó Dios al abad Moisén en Egypto, el cual, por ocasión de haber muerto un hombre en el siglo, fué forçado ser monje en un monesterio. Pues puédese de estas tres maneras de vocación, si bien son miradas, colegir que ni la primera aprovecha, ni la postrera daña, para más o menos servir en la religión a Dios, porque muchos de los que llamó Dios a solas se condenaron, y muchos de los que le vinieron a servir por fuerça se salvaron. Sólo Cristo llamó y escogió para su colegio al malaventurado de Judas, y, por el contrario, el apóstol San Pablo, la necesidad de verse derrocado y arrastrado del caballo le hiço reconoscer a Cristo; de manera que a Judas sublimándole, cayó, y al Apóstol el derrocarle le sublimó.

Todo esto decimos, hermanos míos, para que no tengáis en mucho ni tampoco hagáis gran caso de llamaros Dios a la religión por su voluntad o haberos traído a ella alguna necesidad, porque el siervo de Dios que quiere en la vida monástica aprovechar, no ha de mirar cómo Dios le llamó, sino para qué le llamó. Muchos religiosos hay en las religiones cuales se prescian de haber venido a ellas niños, otros se alaban que tomaron el hábito muy moços, otros se jactan en haber entrado en monasterios muy recogidos, y aun otros presumen de haber sido discípulos de maestros muy santos. Otra manera de religiosos hay que hacen gran caudal de haber estado en la religión diez años, veinte años, treinta años o cincuenta años, teniendo a sí por ancianos y a todos los otros por novicios, y lo que es peor de todo que ponen toda su perfección en lo mucho que han estado en el monesterio, y no en lo poco que allí han aprovechado. Entrar niño, entrar hombre o entrar viejo en la religión no es caso de que ha de hacer mucho caso el varón religioso para que por eso presuma más o piense que le han de tener en más, porque el varón santo y perfecto no ha de contar los muchos años que en la religión ha estado, sino mirar lo mucho o poco que a Dios allí ha servido. Tres años estuvo Judas en el apostolado de Cristo y tres horas no más estuvo el ladrón en la cruz con Cristo, y al fin de la jornada tenemos por fe que aprovecharon más al ladrón solas tres horas que creyó en Cristo que no a Judas sus tres años del apostolado. En la parábola de Cristo no se mandó dar más dinero a los que cavaron en la viña de sol a sol que a los que fueron a trabajar cuando ya se ponía el sol, para darnos a entender que no consiste nuestro mérito o desmérito en los servicios que a Dios hacemos, sino en la mucha o poca caridad con que los hacemos. A todos los Apóstoles llamó Cristo antes que muriese y al glorioso San Pablo después que murió; mas junto con esto, no le podemos negar que si fué el postrero en la vocación, que no fuese el primero en la perfección, «qui plus omnibus laboravit». Entrar en la religión siendo niño o siendo moço y perseverar en ella mucho tiempo yo por cierto lo apruebo y lo alabo, con tal condición que no sea para que le den la mejor ración en el refitorio, sino para que sea el más humilde en el monesterio, de manera que se prescie de ser el postrero en el comer y el primero en el obrar.

Guardaos, hermanos míos, guardaos mucho de las acechanças del demonio, el cual, en pago de los muchos años que en la religión habéis estado y de las grandes tentaciones que allí habéis sufrido, os quiere contentar y hacer pago con la mejor celda del dormitorio, y con la primera voz del capítulo, de lo cual debéis de huir y muy poco caso dello hacer, porque en el estado de la religión cuanto uno tuviere menos de consolación tendrá más de perfección. Tampoco le debe al buen religioso tomar vanagloria de haber tomado el hábito en monesterio recogido o en monesterio derramado, para que tenga a sí por observante y llame a los otros claustrales, porque la perfección evangélica no consiste en el monesterio a do entramos, sino en la buena vida que en él hacemos. Los hijos de Israel en Egipto adoraban sólo a Dios y en tierra de promisión le desconoscían; de lo cual podemos colegir que como quiera y a do quiera que estemos, el monesterio se ha de presciar de nosotros y nosotros del monesterio. Morando José entre los egipcios, y Abrahán entre los caldeos, y Tobías entre los asirios, Daniel entre los babilonios, fueron santos y bienaventurados, para darnos a entender que el varón perfecto del mundo hace monesterio, y el que es malo y profano, del monesterio hace mundo. Cada día se mudan muchos religiosos de unos lugares a otros so, color de perfección, y ello no es sino tentación, diciendo que el perlado que los rije es muy absoluto y el monesterio a do están muy disoluto, y a la verdad más hacen ellos esto de tentados que no de perfectos, porque no hay en el mundo lugar tan profano a do el que quisiere no pueda ser bueno. Tampoco se debe gloriar el siervo de Dios de haber tenido por maestro a alguno que fuese muy docto o lo tuviesen en la orden por varón santo, porque cosa sería muy vergonçosa para él se le olvidase lo que le enseñaron, y se presciase del que se lo enseñó. Dathán y Abirón tuvieron por maestro a Moisén, y Achab a Helías, y Giezi a Eliseo, y Ananías a San Pedro, y Judas a Cristo, de los cuales, aunque oyeron sus palabras, se aprovecharon poco de sus doctrinas. En las obras acá mecánicas, primero loamos la obra, y después loamos al maestro que puso las manos en ella; quiero por lo dicho decir que muy poco aprovecharía en la vida monástica que el discípulo se presciase del maestro si el maestro se quexase del discípulo. Tampoco debe el varón religioso alabarse, ni presciarse de haberle llamado el Señor a una religión más que a otra, porque después de ser uno baptiçado no hay estado en toda la Iglesia de Dios en el cual el bueno se pueda salvar y el malo condenar. Muy poco hace al caso tomar el hábito de benitos, de agustinos, de dominicos, de franciscos, de trinitarios o de mercenarios, pues todos son hábitos santos y que fueron por manos de varones santos instituídos, porque hablando la verdad, mucho más mira Dios al coraçón con que le servimos que no al hábito que traemos. Con tal que uno sea cristiano, y se prescie de guardar el santo Evangelio, por la presente le doy licencia que entre en la religión que quisiere, y tome el hábito que mandare, porque el inclinarse los hombres a tomar más el hábito de una religión que de otra más se ha de atribuir a devoción que no a perfección. No podemos negar que no haya unas religiones más honestas y aun más recogidas que otras, en las cuales tienen más ocasión los unos para ser buenos y tienen menos libertad los otros para ser malos, mas junto con esto decimos que el bien o el mal del monesterio no está en el hábito que traen, sino en los monjes que le traen. Mucho es de reír, y por mejor decir de llorar, las pasiones y competencias que traen entre sí unos religiosos con otros, sobre cuáles dellos son de más alta profesión, y de más perfecta religión, como sea verdad que la verdadera competencia no había de ser sobre quién es de mejor religión, sino sobre cuál dellos guarda mejor su profesión.




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Raçonamiento del autor hecho a los religiosos de su orden, en un capítulo general.


Hablando Cristo de los que no se contentan con solamente ser cristianos, sino ser cristianos perfectos, dice: «El que no renunciare a todas las cosas que posee, no podrá ser mi discípulo». Ante todas cosas, nos conviene tener a Cristo en la fe por Dios, en la salvación por redentor y en la doctrina por maestro; porque si Él no nos enseña lo que hemos de hacer y no nos guía por do hemos de ir, erraremos el camino y tropeçaremos a cada paso. «Vias tuas, Domine, demonstra mihi, et semitas tuas edoce me», decía el santo David, como si más claro dixese: «Enséñame, Señor, los caminos que van a parar en ti y las sendas por do llevas los justos a ti, porque no me va más en el errar o en el acertar tu camino de amanescer en el cielo o de anochescer en el infierno». No dixo Cristo «los que renunciaren», sino «el que renunciare todo lo que posee, ése será mi discípulo», para darnos a entender cuán poquitos los que saben sus caminos y muchos menos los que aciertan por sus atajos; porque dado caso que sean asaz los que rescibieron el bautismo, cuál o cuál es el que llega a ser perfecto. Pues el buen Jesu nos convida a ser nuestro maestro, raçón es que nos presciemos nosotros de ser sus discípulos, y esto será y se cumplirá, no cuando oyéremos sus palabras, sino cuando siguiéremos sus pisadas. «Pone me ut signaculum super cor tuum», decía Cristo en los Cantares, como si más claro dixera: «O tú, que vienes a servirme y seguirme, póneme por blanco sobre el terrero de tu coraçón, do siempre afecten las saetas de tus pensamientos, porque jamás se perdió hombre que me siguió». En las escuelas de este gran maestro, la primera palabra que nos enseña es que el que no renunciare todo lo que posee, no puede ser su discípulo; para darnos a entender que el primero escalón de la ley evangélica es tener tan gran envidia a los que viéremos más pobres como teníamos en el mundo a los que veíamos más ricos. Conviene seguir al desnudo, desnudos; descalços, al descalço; pobres, al pobre, y crucificados, al crucificado; porque los discípulos deste tan alto maestro más han de obrar que no de hablar. Mandarnos Cristo dexar la plata y el oro que teníamos en el mundo no es porque ello es de sí malo, sino porque para servir a Dios es muy grande estorbo, y esto es por el trabajo que pasamos en lo allegar, el cuidado que tenemos de lo guardar, el peligro que hay en lo tener, y los enojos que nos dan sobre lo repartir. Tienen por condición los bienes deste mundo que si se dexan allegar no se consienten goçar; porque si son heredados, tiénense en poco, y si son ganados, cuestan mucho; de manera que cuando se acaban de allegar y pleitear, es ya tiempo de el dueño se morir. Las riqueças temporales causa soberbia el tenerlas, codicia el allegarlas, avaricia el guardarlas y pecados el goçarlas; de manera que a mejor librar escapamos los cuerpos cargados de vicios y los coraçones de cuidados. Si preguntásemos a los hombres ricos y caudalosos qué sudores por caminos, qué peligros por mares, qué quiebras con acreedores, qué gastos por posadas y qué enojos en ferias han çufrido y pasado, yo juro que jurasen ellos que quisieran más haberlo pedido de puerta en puerta que no ganarlo de feria en feria. Tienen otro trabajo muy grande los ricos con la riqueça, y es que si los tristes tienen industria para ganarla, no tienen potencia para guardarla, porque si son moliendas, llévalas el agua; si casas, o se caen o las quema el fuego; si es ropa, roe la polilla; si son paneras, cómeselas el gorgojo, y si es oro y plata, húrtanlo los ladrones, de manera que les acontesce a los tristes perder en un hora lo que ganaron en toda su vida.

Tienen otro trabajo los ricos, y es que al tiempo de llegar las riqueças andan solos, y al tiempo de goçarlas están muy acompañados, diciéndoles los unos que fueron sus criados; otros, que son sus deudos, y otros, que se les ofrescen por amigos; de manera que todos se llaman suyos al repartir de los dineros y ninguno al tiempo de los trabajos. Por más generoso que sea uno en el dar, y por más comedido que sea en el repartir de los bienes que Dios le ha dado, todavía será malquisto, será envidiado, será murmurado y aun maltratado, así de sus vecinos como de sus deudos proprios; y esto no por la injuria que les ha hecho, sino por la hacienda que no les ha dado. Piedad, se ha de tener al pobre cuando le falta, y no menos se ha de tener al rico aunque le sobre, pues no le faltan amigos que le pidan, ni enemigos que le persigan. El día que acierta uno a ser rico, aquel día se tienen todos sus deudos por ricos, y se tratan como ricos, y aun se regalan como ricos, y si para sustentar aquel fausto no les da él de su dinero, ténganse por dicho que han de comer sobre su honra, pues no comen de su hacienda. Cosa es penosa el allegar la hacienda; mas yo tengo por cosa más trabajosa el repartirla, porque son tantos los que la piden, los que la toman y aun los que la hurtan, que si se allega sudando, se reparte llorando. Tomen hoy juramento a los más ricos hombres y poderosos de este siglo para que digan y declaren cuáles son más los dineros que gastan a su placer, o los que los han hecho gastar a su desplacer, y en tal caso, yo juro que jurasen ellos ser sin comparación más lo que otros les llevan, que no lo que ellos goçan.

Trae consigo otro trabaxo la riqueça y es el fausto de criados, la muchedumbre de alhajas, la costa de la despensa, el acompañamiento de la persona, la continuación de los huéspedes y la carga de los negocios; lo cual todo ha de entretener y sustentar, o sobre eso en la demanda morir, porque es de tal calidad este triste de mundo, que antes han de cumplir los hombres con la opinión que no con la raçón. Todo el trabajo de los hombres está en que después que su fortuna o su locura los puso en estado de poder y de haber, antes se dejaran morir que no de aquello descaer, y lo que más de maravillar es que a las veces no vale cien ducados su hacienda y tienen docientos de locura. ¿Qué diremos, pues, de las importunidades que pasan los ricos deste siglo con los dezmeros, con los alcabaleros, con los renteros, con los portazgueros, con los fatores y con los acreedores? Que a las veces querría más un hombre de bien sufrir una honesta pobreça que no su desvergüença.

Hay otro trabaxo en los bienes temporales, y es que por más y más que tenga un mundano en el mundo no tiene tanto que no le falte mucho más; porque si tiene para sus necesidades, fáltale para sus mocedades. Si los hombres quisiesen mirar lo que tienen y tantear lo que gastan, hallarían por verdad que todo el trabajo y necesidades que pasan es no tanto para satisfacer a la necesidad que tienen, cuanto para cumplir con la vanidad en que viven. Aun hay otro trabajo en los ricos, y es que cuanto más van en los negocios entendiendo, tanto más se van cada día engarçando, y entrampando; es a saber, en darse a comprar, a vender, a fiar, a trocar y a mohatrar, y, lo que es peor de todo, que nos dicen que agora más agora se retraerán y apartarán del tracto, y por otra parte métense cada día más a lo hondo. Tienen otra carga a cuestas los ricos, y es que cuanto más tienen, más procuran, más compran, más allegan, más desean y aun más roban, y lo que es de mayor lástima en ellos es que lo mucho suyo les paresce poco y lo poco ageno les paresce mucho. El que fuere amigo o vecino de algún hombre rico, si le quiere alumbrar y ayudar a salvar, no le aumente la hacienda, sino disminúyale la codicia, porque es muy poco lo que tienen en comparación de lo que desean tener. Hay otro trabajo en los bienes temporales, y es que antes de alcançar los tenemos dellos grande apetito y después de alcançados luego nos ponen hastío, de manera que en alcançarlos pasamos inmensos trabajos y después en poseerlos tomamos muy poco gusto.

Siendo, pues, verdad lo que hemos dicho, falso testimonio levanta el que las riqueças llama bienes, pues no son bienes, sino males; porque si males hay hoy en el mundo, los ricos los causan y los pobres los padescen. Ni para el menor, ni para el mayor, la riqueça es bien, ni se debe llamar bien; pues sin comparación son más los que con ella de buenos se tornan malos, que no los que de malos se tornan buenos. No son bienes, sino males, estos bienes temporales, pues son tan trabajosos de allegar y tan vidriados de sustentar; porque si la riqueça está en poder de alguno que es viejo, no puede goçarla, y si está en poder de algún moço, no para hasta perderla. Tornome a afirmar y reafirmar que estos bienes no son bienes, sino males, y no simples males, sino grandes males, pues ellos nos ponen en peligro los cuerpos, nos remontan los juicios, nos alteran los coraçones, nos apartan los amigos, nos quitan las vidas y aun nos desentrañan las entrañas. Si las riqueças fuesen bienes como decimos, y no males como vemos, no se levantarían tantas guerras entre los príncipes, tantas sediciones entre los pueblos y tantos bandos entre los vecinos, ni aun tantos pleitos entre los hermanos, porque a nadie hemos visto reñir sobre el enmendar la vida que hacen, sino sobre mejorar la hacienda que tienen. Nunca Dios quiera, ni tal Él permita, que a lo que es causa de tanto mal lo llamemos nosotros bien, pues no son otra cosa las cosas deste mundo sino un deseo de vanos, un resbaladero de malos, un atolladero de buenos y un reventón de todos.

Todo esto hemos dicho, hermanos míos, para que vosotros y yo, yo y vosotros, tengamos siempre delante los ojos aquel trueque y cambio real que hecimos con el mundo el día que salimos del mundo y entramos en la religión, a do trocarnos soberbia por humildad, ira por paciencia, envidia por amor y crueldad por caridad. El que en la religión se prescia y alaba de haber dexado en el mundo mucha plata y oro, y sedas, y heredades, y otros bienes temporales, ni sabe lo que dexó ni siente lo que tomó; que, como diximos, el que dexó el mundo dexó mucha malaventura, y el que entró en la religión, alcançó una segura vida; porque a los hombres religiosos y virtuosos más áspero les es çufrir un día en el mundo que un año en el monesterio. El que quiere ser pobre, ser paciente, abstinente y continente, seguramente puede ser monje en cualquier monesterio; mas el que quisiere ser rico, ser vorace, ser impaciente y incontinente, aconséjole que se quede allá y no venga acá, porque la religión es muy áspera para el regalado, es muy cerrada para el absoluto, es muy justiciera para el disoluto y aun es muy callada para el parlero.

Sea, pues, la concluçión de todo esto que nadie siga al mundo, pues va errado; nadie le sirva, pues es ingrato; nadie le crea, pues es fementido; nadie le ame, pues es mentiroso; y si digo que es mentiroso, es porque halaga para prender y prende para nunca soltar. Los que no conoscen al mundo, aquellos aman al mundo, sirven al mundo, desean al mundo y aun se pierden en el mundo; porque los monjes avisados y religiosos, hostigados por no verle, se esconden, y de oírle se santigüan.




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Raçonamiento que el autor hiço predicando en un capítulo general de su orden es doctrina para religiosos


El serenísimo rey David era en la contemplación tan alto, en la fe tan çeloso, en la caridad tan cuidadoso y en las injurias tan çufrido, que dixo Dios dél al gran profeta Samuel: «Inveni virum secundum cor meum», como si más claro dixera: «He desechado al rey Saúl, para que no reine más en mi república, y he hallado un varón tal cual mi coraçón deseaba». Creería yo que no por más dixo Dios que era David conforme a su coraçón, porque perdonaba las injurias de coraçón. En muchas partes de muchas personas y de muchas maneras se dexa Dios servir, y se quiere de los suyos honrar; mas entre todos los sacrificios pienso que no hay sacrificio a Dios más acepto que es el perdón del enemigo. Es agora de ver que pues el coraçón de Dios era conforme con el de David, y el de David con el de Dios, bien podremos creer, y aun jurar, que no pediría David a Dios cosa que no le estuviese bien, ni tampoco Dios le otorgaría cosa que te estuviese mal. Veamos, pues, qué quiere, qué desea, qué busca y qué pide el coraçón de David al coraçón de Dios, y si entendiéramos bien lo que él pidió, acertaremos nosotros en lo que hemos de pedir para nosotros; porque si nosotros nos perdemos, no es porque Dios no quiere dar lo que le pedimos, sino porque no se lo sabemos pedir. Dice, pues, el buen rey David: «Unam petii a domino, et hanc requiran ut inhabitem in domo domini omnibus diebus vite mee», como si más claramente dixese: «Una cosa, Señor, te he pedido y sobre ella te he muchas veces importunado, y es que me dexes morar en tu casa todos los días de mi vida. Pudiera pedir a Dios que le tornara a su tierra, cuando andaba desterrado; pudiera pedirle de comer, cuando por el desierto andaba hambriento; pudiera pedir el reino, cuando Saúl dél le alançó, y pudiera pedir la vida de su hixo Absalón cuando Joab se le mató; mas no le pide sino que le dexe morar en su casa, a do con más quietud y reposo le sirva. Rey era, coronado estaba, vasallos le servían, riqueças poseía y hijos tenía, y esto no obstante, huelga de lo dexar y menospreciar con tal que le dé Dios un rincón a do mejor le pueda servir, y de las ocasiones del mundo se apartar.

La casa que él pedía no era la de Hiericó, pues estaba descomulgada, no era la de Salomón, que aún no era hecha; no era la del Monte Sión, porque en ella él moraba, ni aun era la de Aminadab, a do estaba la arca santa, sino era la casa a do suele Dios a sus escogidos tener y depositar a los sus muy regalados. Así como en el arca de Noé había mansiones y mansiúnculas, como quien dice moradas y moradillas, así en la Iglesia de nuestro Dios hay estado eclesiástico y popular, a donde moran los fieles cristianos de Jesucristo, y hay estado de religiones, a donde tiene Dios a los de mucha perfección y asimismo de grande contemplación. Es nuestro Dios tan amigo de los que quieren su amistad, que desde el principio del mundo tiene costumbre de apartar a los suyos del mundo, así como hiço a Abrahán, de Caldea, a Jacob, de Siria; a Moisén, de Palacio, y a Daniel, de Babilonia, y a Helías, de Judea, y al gran Bautista, de su república, de lo cual podemos muy bien colegir que no es otra cosa traer Dios a uno a la religión, sino quitarle las ocasiones de pecar y darle gracia para le servir. Cristo nuestro redentor hiço retraer a sus Apóstoles en un lugar alto y grande, solo y cerrado, diez días antes de Pentecostés, a do, como buenos religiosos y varones santos, estuvieron orando, ayunando y llorando, y lo que les había prometido esperando, de manera que primero se metieron frailes en aquel monesterio que quisiese Cristo enviarles el Espíritu Santo. Cristo nuestro redemptor, a la hora que començó a predicar, rescibió Apóstoles y tomó discípulos, para que en su vida le siguiesen y después de su muerte le predicasen, y así es que Él con ellos y ellos con Él andaban juntos, dormían juntos, comían juntos y moraban juntos; de manera que no era más el bendito Jesu con sus Apóstoles que un abad con sus monjes y un guardián con sus frailes.

En la primitiva iglesia luego los Apóstoles y fieles deputaron en Hierusalén un lugar honesto, a do manera de monesterio todos se juntaban y se encerraban, y lo que más es de todo, que, en tornándose uno cristiano, luego se había de meter en religión, en señal de lo cual eran entre todos todas las cosas comunes, y las suyas proprias daban a los pobres. Luego que los Apóstoles murieron, se levantó el gran Basilio, obispo que fué después de Cesárea, el cual edificó después un monesterio en Scithia y puso en él muchos monjes virtuosos, les señaló hábito que truxesen y les dió regla que guardasen. En esta Orden de San Basilio fué monje Orígenes, Cronaci, Pámfilo, y Arsenio, y Panucio, y Casiano, varones que fueron en aquellos tiempos muy ilustres en las letras y muy aprobados en las vidas. Ya que la Orden de San Basilio se iba resfriando, vino el glorioso San Benito y instituyó otra Orden de nuevo, en la cual fueron monjes el glorioso Gregorio y el bendito San Mauro, y otros infinitos monjes muy aprobados, por consejo y autoridad de los cuales se gobernó la Iglesia de Dios grandes tiempos.

No poco tiempo después que el maldito monje Sergio dió a la Iglesia aquella bofetada con Mahoma y hiço a su Orden monacal aquella afrenta, vino el glorioso Augustino y instituyó una nueva Orden en un yermo de África, no lexos de su ciudad de Bona, a do él con ellos y ellos con él hacían tal vida, que era más apostólica que humana. Cansados, pues, ya de estar en los yermos y doctrinar a los pueblos, los basilios, y los benitos, y los augustinos, levantó Dios a los dos gloriosos santos San Francisco y Santo Domingo, los cuales, como dos lumbreras del cielo y dos grandes columnas del templo, la Iglesia de Dios alumbran y aun sustentan.

En la viexa ley también tuvieron una manera de religión que llamaban naçareos, los cuales no cortaban los cabellos, ni bebían vino, traían diferentes vestidos de los otros, estaban en el templo encerrados, prometían ciertos votos y ofrescían ciertos sacrificios, de manera que en la reputación que agora tenemos a todos los religiosos, tenían ellos a sus naçareos. Del Mexías prometido en la ley, que fué Cristo, dixo el profeta: «quoniam nazareus vocabitur», como quien dice: «llamarle han religioso». Moisén, cuando rescibió la ley; David, cuando fué ungido en rey, Helías, cuando fué del ángel apascentado, Heliseo, cuando le dieron el espíritu doblado, y el gran Bautista San Juan, cuando mostró a Cristo con el dedo: a manera de religiosos moraban estos varones santos en aquellos desiertos. La virtuosa Judith, a manera de religioso, estaba en lo más secreto de su casa retraída, cuando le vino la gracia. La sagrada Virgen, como religiosa estaba en su casilla encerrada cuando para madre de Dios fué elegida. La honesta Elisabeth, en la alta montaña de Judea estaba apartada, cuando de la Virgen fué visitada, y aun Ana, profetisa en el templo, estaba orando, cuando meresció ver ofrescer a Cristo. La summa verdad del Hijo de Dios, cuando quería revelar algunos secretos misteriosos a los que eran sus más privados y regalados discípulos, siempre los llevaba a lugares muy remotos, así como al monte Tabor cuando se transfiguró, al desierto Cades cuando los doctrinó, al huerto de Jethsemaní cuando oró, y al monte Calvario cuando murió; de manera que cuanto más ama Dios a uno, tanto más le aparta y alexa del mundo. «Ducam illam in solitudinem, et loquar ad cor eius», decía Dios por Osee profeta en el segundo capítulo, como si dixera: «Al ánima que es de mi amada y que tengo yo predestinada, sacarla he de los bullicios del mundo y llevármela he a un lugar solitario, a do regalándome con ella revelaré a su coraçón los secretos de mi coraçón». A muchos habla Dios por señas, a muchos por escrito, a muchos por palabra y aun a muchos a la oreja, y a muy poquitos al coraçón, porque a solos aquellos llama Dios al coraçón que ama Él de coraçón. «¡O bienaventurada ánima, a la cual llamó Dios al desierto de la religión, y a la cumbre de la perfección, porque allí es a do Él da su gracia, para que con devoción le sigan y de coraçón le sirvan!

Poco aprovecha que nos hable Dios a la oreja para oírle, a los pies para seguirle, a los ojos para mirarle, a la boca para loarle, si no nos habla al coraçón para amarle, porque es imposible que ame a Dios de coraçón el que no le tiene en su coraçón. Entonces habla Dios al coraçón del cristiano, cuando le saca de las tempestades del mundo y le lleva a la soledad del monesterio, a do puede muy bien guardar su cuerpo en limpieça, y su coraçón en pureça, porque el árbol que está cerca del camino más sirve de sombra al que camina que no de fruta al que le labra.

No se contenta Dios con decir sacarla he del mundo y llevaría he al desierto, sino que dixo que la hablaría también al coraçón, para darnos a entender que muy poco aprovecha traernos Dios al desierto del monesterio si no dexamos de todo coraçón las cosas del mundo, porque más daña que aprovecha el sacarnos alguna muela, si dentro de las encías queda alguna raíz podrida. El que dexó el mundo de coraçón y está en la religión de coraçón y obedesce de coraçón, y sirve a todos de coraçón, a éste, y no a otro, habla Dios de coraçón, y ama de coraçón, de manera que aprovecha poco traernos Dios a la religión si no nos habla al coraçón.

Es, pues, el caso que cuando el santo David decía «unam petii a domino et hanc requiram, ut inhabitem in domo domini», ésta es la casa en que Él deseaba morar, y ésta es la merced que Él deseaba alcançar; porque el mayor bien que Dios nos puede dar en esta vida es hacernos uno de los sus escogidos, y ponernos en compañía de santos religiosos. El bendito Jesu, que es summa verdad, dixo, juró y prometió que a do quiera que estuviesen dos juntos en su nombre, Él sería el tercero, y si fuesen tres, Él sería el cuarto, puédese piadosamente creer que está Dios en todos los monesterios, pues en ellos loan y sirven a Dios tantos y tan grandes religiosos.

Muchas cosas sabía pedir, osara pedir y pudiera pedir a Dios el buen rey David, y no pide más de que le dexen morar en su casa, es a saber, con los religiosos que le loan de noche y de día, porque, hablando la verdad, tras hallar el hombre buena compañía, no me paresce que se puede pedir otra cosa. No acaso fortuito, sino por muy alto misterio mandó Dios a Abrahán que dexase la casa que había edificado, la heredad que había criado, la viña que había plantado y la huerta que había cercado, para darnos a entender que todas estas cosas temporales, aunque para ser cristianos no nos dañan, todavía para ser religiosos perfectos nos estorban. «Declina a malo et fac bonum», dice el profeta David, como si más claro dixese: «Has de huir las tinieblas si quieres goçar la luz; has de ir camino derecho, si no quieres errar el camino; has te de apartar del lodo, si quieres andar limpio, y has de dexar de ser malo, antes que empieces a ser bueno; porque no dixo David «sé bueno y después dexarás de ser malo», sino que dexases de ser malo y que después serías bueno.




ArribaAbajo- 8 -

Raçonamiento que hizo el autor en un velo de una monja ilustre: tócanse en él altas doctrinas para religiosos


«Sunt lumbi vestri precincti, et lucerne ardentes in manibus vestris», dixo Cristo a sus discípulos, como si más claro dixera: «¡Oh tú, que vienes o quieres venir a la casa del Señor! Conviene que primero te ciñas muy justo, antes que la candela y el candelero te pongan en la mano, porque entre los siervos de Dios, al que vemos andar triste, tibio y remiso, aquel decimos que anda floxo y desabrochado». En las divinas letras se lee que Elías en el desierto, San Juan en el yermo, San Pedro en la cárcel y San Pablo en el Éfeso y Cristo en el Cenáculo, aunque estaban mal vestidos, andaban bien ceñidos, para darnos a entender que los varones perfectos, por trabajos y persecuciones que les vengan, nunca se han de afloxar en lo que empeçaron ni resfriarse en lo que tomaron. La ropa que anda bien ceñida y apretada da calor y no coje aire.

Quiero por lo dicho decir que el novicio que viene a la religión a servir al Señor debe dexar el viento de la vanidad en el mundo y darse al calor de la devoción en el monesterio, de manera que entonces diremos que se ciñe justo cuando procura de ser justo. La ropa que está ceñida y bien apretada, ni estorba el andar, ni ocupa tanto lugar; para darnos a entender que tan abstinentes y continentes debemos ser en la religión que no se arrepientan los que nos rescibieren y loen a Dios los que nos vinieren. Decir Cristo que nos conviene primero ceñir las ropas que no tomar en las manos candelas encendidas, es decir que de tal manera dexemos las vanidades y riqueças atadas y liadas y aun añudadas, que ni ellas nos puedan seguir ni nosotros las tornemos después a buscar. Las candelas que hemos de tener en las manos encendidas son las buenas y santas obras que hacemos, y así como es uno el que tiene la candela y otro el que con ella le alumbra, así es en el religioso la buena obra, la cual no sólo aprovecha al que la hace, mas aun edifica al que la mira. Así como no caresce de pecado el que es ocasión que otro peque, así no caresce de mérito el que es causa que otro meresca, porque conforme a lo que dice el profeta, «particeps sum omnium timentium te», parte tenemos con todos los que a Dios sirven cuando nosotros somos ocasión que ellos le sirvan.

No se contenta Cristo con que tengamos en las manos una candela, sino muchas candelas; porque el verdadero cristiano y buen religioso, pues son inmensos los beneficios que de Dios rescibe, también es raçón sean muchos y muy muchos los servicios que le haga. No vaca tampoco de misterio el mandarnos Cristo que nosotros tengamos en nuestras proprias manos las candelas encendidas, y que ni las pongamos en candeleros, ni las tengan otros por nosotros, para darnos a entender que si Dios nos ha de salvar, ha de ser por su gran misericordia y por alguna buena nuestra diligencia. No abasta en la religión que estemos ceñidos, ni que tengamos candelas, ni que las pongamos en las manos, ni que las candelas sean muchas, sino que conviene que estén todas encendidas y no muertas, para darnos a entender que mucho más nos valiera no haber venido al monesterio si en él no nos enmendamos y cada día más y más no aprovechamos.

Del glorioso Bautista dice la Sagrada Escritura que era candela que ardía y que alumbraba, en lo cual se nos da a entender que tal ha de ser el varón religioso y virtuoso que ni le falte cera de buena vida para arder, ni haya en él pabilo de pecado que despabilar. No es, por cierto, candela encendida, sino muerta, el monje que no tiene más de monje sino el escapulario y cogulla, o el hábito y la cuerda, de lo cual no se deba nadie presciar, ni menos vanagloriar, porque delante el acatamiento de Dios tiénese en muy poco el ser uno monje, y tiénese en mucho el ser buen monje. La condición de la candela muerta es que se pierde el pabilo de que se hace y ocupa el lugar a donde está y hiede el sebo de que la tocan, y no alumbra cosa alguna, las cuales condiciones se pueden muy bien apropiar al religioso que es vagamundo y indevoto, el cual come lo que los otros ganan, ocupa el lugar de otro, es pesado al monesterio y anda siempre como asombrado. Las vírgenes que en el Evangelio no tenían las lámparas encendidas, no merescieron entrar con el Esposo en las bodas; de la cual palabra podemos colegir que el hombre que no hace lo que debe como cristiano, y no cumple lo que promete como religioso, se debe tener por dicho que en el día de la muerte no se hallará entre los convidados, sino entre los burlados. ¡O, cuánta merced hace Dios al que quiso sacar del mundo y le truxo a ser religioso! Porque en la santa religión vive el hombre más seguro, anda más cauto, cae más raro, levántase más temprano y aun arrepiéntese más presto.

Digo y torno a decir que el buen religioso vive en la religión más seguro y cae más raro, porque en su monesterio tiene para servir a Dios más aparejo y vive allí mucho menos ocasionado. Venir del mundo a la religión es venir del arroyo a la fuente, del mar al puerto, de las tinieblas a la luz, de la batalla al triunfo y del peligro a lo seguro; porque en el estado de la religión tropeçamos sin que caigamos, y si caemos, no nos lisiamos. Vestidos de esta humanidad, no podemos dexar de ser humanos y caer en algunas humanidades; mas, junto con esto, a los que Dios escoge para suyos y tiene bien conoscidos y señalados en los monesterios, de tal manera los trae de braço y tiene de su mano, que si por ventura los dexa caer en alguna flaqueza para que le conoscan, no les consiente caer en muchas culpas ni en grandes pecados para que le ofendan. Al que debaxo de hábito monástico viéremos osar ser soberbio, osar ser ambicioso, osar ser carnal y malicioso, podremos dél decir que es Satán entre los hijos de Dios, Dathán entre los israelíticos y Saúl entre los profetas, y Judas entre los Apóstoles. ¡O tú, que saliste del mundo y que por tu voluntad entraste en el monesterio!, si no sabes lo que tomas, ¿para qué lo tomas? Si no sabes lo que buscas, ¿para qué lo buscas? Has de saber, si no lo sabes, hermano mío, que tú has de venir a la religión a te salvar, a te mejorar y a te reformar, porque en la pureça de la religión permítense entrar grandes pecadores, mas no se çufre: cometer allí grandes pecados. ¿Qué quiere decir la Sagrada Escritura cuando por sólo coger unas serojas y pajas el día de fiesta un israelita en la tierra de promisión, te mandó Dios matar y apedrear, sino que el religioso que peca en la religión, que es tierra santa y consagrada, lo que era venial en el mundo, se ha de tener por excomunión en el monesterio? «Mirad no rescibáis la gracia de Dios nuestro Señor en vano», decía el Apóstol San Pablo, y de mi parescer aquél rescibe la gracia de Dios en vano, que no hace cuenta haberle Dios sacado del mundo, porque es tan alto estado el de la religión, en que así como en el baptismo nos baptiçamos, así en la profesión nos regeneramos.

Mirad, pues, hermanos míos lo que tomáis antes que lo toméis, y mirad si venís a la orden por voluntad o por necesidad, porque todas las religiones, como las instituyeron varones santos, no son sino para personas santas; de manera que el que allí quisiere vivir como profano y presciarse de mundano, téngase por dicho que si no se quisiese enmendar, ha de parar en apostatar. Querer alguno en la religión ser más esento en las disciplinas y ser más previlegiado de esenciones que los otros, así como de comer de otros manjares, vestirse de otros paños, tener para sí todas las familiaridades y nunca entrar en las comunidades, poder podrálo él por algún tiempo hacer, mas al fin la religión no lo querrá comportar, porque si la mar no puede çufrir los cuerpos muertos, mucho menos çufrirá la orden a los hombres que son desordenados. Por eso se llama orden: porque están allí todas las cosas bien ordenadas, y por eso se llaman religiosos: para que estén en su monesterio; porque de otra manera no sería orden, sino desorden; no religión, sino confusión.

Preguntado por Dios el profeta Hieremías de cómo le sabían unos higos que le mandara comer, respondió: «Señor, los higos buenos son además muy buenos, y los higos malos son además muy malos». Pues puédese de esta respuesta del profeta coligir que no hay en el mundo cosa mejor que es el monje que guarda su profesión y no hay tampoco cosa peor que el que niega a su profesión. Aquél niega su profesión y quebranta su religión, que habiendo renunciado el mundo y tomado algún santo hábito, quiere todavía tener algunos resabios de mundano y algunas notas de liviano; porque, para deciros la verdad, la doctrina del Santo Evangelio de nuestro Dios y las libertades del mundo nunca juntas se hallaron, ni en un hombre se compadescieron.

Creedme, hermanos, y no dubdéis que todo religioso que sospirare por las cosas del siglo y tuviere envidia a los que están en el mundo, siempre andará desconsolado y vivirá desesperado; porque la envidia que teníamos allá a los más poderosos hemos de tener acá a los más virtuosos. ¡O cuántos y cuántos andan en los monasterios perdidos y viven en las religiones engañados!, y esto no por más de por pensar que el día que tomaron el hábito y han salido del noviciado viven ya seguros y pueden en la religión enseñar a otros; lo cual no es por cierto así, porque la alteça de la perfección y la pureça de la religión alcánçala muy pocos y cómprase con muy grandes trabajos.

Prosigue el autor su raçonamiento y avisa a los religiosos que no sean proprietarios.

En la vida monástica y religiosa, cada día se quexan los que están en ella de las tentaciones que pasan, de las abstinencias que hacen, del silencio que guardan y del encerramiento que tienen, y si por otra parte supiesen ellos qué bienes hay en la religión y qué secretos en la perfección, no llorarían los trabajos que allí pasan, sino los grandes gustos que de Dios pierden. «Vident cruces nostras et non vident unctiones nostras, quia melior est dies una in atriis tuis super milia», decía el glorioso Bernardo, como si más claro dixera: «Los que no saben qué cosa es religión, ni tienen algo de devoción, han compasión de lo que padescemos, como ellos no gustan de lo que gustamos, porque para los religiosos que se dan a Dios y han començado a gustar de Dios, menos trabajo les es çufrir un año en el monasterio que no estar una hora en el siglo». Entre los hijos de este siglo más son las cosas que dañan que no las que espantan; mas entre los siervos de Dios, muchas más son las que espantan que no las que dañan, porque debaxo del cielo no hay cosa de tan gran gusto como es abeçarse el hombre a ser virtuoso. El bendito Jesu, antes que fuese al monte Calvario, sudó, tembló, oró y se espantó de puro temor; mas después que subió a la crus, aunque le otorgaban los enemigos la vida, no quiso descender ni apartarse della. El santo profeta Helías, cuando debaxo de un árbol pidió a Dios que le socorriese o que le matase, iba huído de Jezabel, y cansado del camino, y aun hambriento de muchos días; mas al fin socorrióle Dios con un poco de pan y agua, lo cual le dió tan grande esfuerço que caminó cuarenta días y olvidé todas las angustias pasadas. ¡O cuánto va a comer de la mano del criador a comer de la mano de la criatura!, pues vemos que con un regojo de pan negro, ceniçiento, seco, desabrido, solo y a solas, no sólo el buen Helías se hartó, mas aún se recreó y regaló; de manera que para el religioso perfecto más vale la ceniça de Dios que no la harina del mundo. Daniel profeta, con sólo comer manjares ásperos y pocos, se paró gordo y hermoso, y los otros, sus compañeros, con comer manjares delicados y muchos se pararon flacos y amarillos, de lo cual se puede colegir que los varones santos y perfectos más caudal han de hacer de la gracia de Dios que tienen, que no de los buenos o malos manjares que comen. El grano de trigo que cayó entre las espinas, ahogóse y perdióse, y así mismo hará el religioso que en la religión quisiere ser proprietario y vivir regalado, porque, hablando la verdad, no se çufre debaxo del hábito monástico ninguno cosa querer, ni mucho menos tener. Para las cosas necesarias del cuerpo poco ha menester el buen religioso, mayormente que el que tiene puestos los ojos y empleado su coraçón más en se querer salvar que no en darse a regalar, no sólo se abstiene de las cosas ilícitas, mas aún de las lícitas.

En la parábola de Cristo fueron para las bodas convidados los que compraron el aldea y los que plantaron la viña, los cuales todos se escusaron y allá no fueron, para darnos a entender que son muchos y muy muchos los que llama Dios a ser religiosos, y muy poquitos los que dellos llegan a ser perfectos. Seiscientas mil ánimas salieron de Egipto, pasaron el mar bermexo, rescibieron la ley santa, gustaron del maná celestial y vieron las grandes maravillas de Dios; de los cuales todos seiscientos mil solos Josué y Caleph merescieron pasar el río Jordán y entrar en la tierra de promisión. Figura espantable y exemplo notable es éste, mediante el cual se nos da a entender que para ser varones perfectos y que a boca llena nos osemos llamar religiosos, no abasta salir del mundo, tomar el hábito, entrar en el monasterio, traer cogulla y prometer la regla, si con todo esto aborrescemos el monasterio y suspiramos por tornarnos al mundo.

Olvidaban los hijos de Israel las aguas dulces de Marath, el maná que les llovió del cielo, las codornices que les vinieron por el aire y la nube que les hacía sombra, y por otra parte acordábanse de las ollas que en Egipto comían, de los cohombros que allí merendaban, de las cebollas que entonces cenaban y aun de los sepulcros en que allá se enterraban. ¡O cuántos hay hoy semejantes a éstos en las religiones, los cuales, por falta de no ocuparse en la lección o no darse a la oración, háceseles tan de mal el residir en el monasterio, y procuran tanto la libertad del mundo, que a cada paso sospiran por lo que dexaron y aborrescen lo que tomaron. El que en la Orden, habiendo hambre, se acuerda de lo que en el mundo comía, y en habiendo frío, de cómo allá se vestía, y en estando pobre de lo que allá le sobraba, y en estando solo de los que allá le servían, téngase por dicho que allende de andar él aborrido será a la orden muy pesado. En cuanto a los hijos de Israel les duró el pan que sacaron de Egipto, nunca Dios les dió codornices en la tierra, ni les envió maná del cielo, para darnos a entender que si queremos que Dios nos harte, hemos de estar hambrientos, y si queremos que nos vista, hemos de estar desnudos, y si queremos que nos consuele, hemos de estar tristes, y si queremos que nos visite, hemos de estar solos, porque es tan delicada la consolación divina que no se compadesce con ninguna consolación humana por más pequeña y pequeñita que sea.

No es culpa de Dios estar nosotros necesitados, ni es por descuido suyo el andar atribulados, pues Él tiene capitulado con sus siervos de oírlos cuando le quisieren llamar, y de socorrerles cuando le hubieren menester; mas junto con esto es de saber que es tan cumplido Dios nuestro Señor que siempre guarda su gran caridad para nuestra mayor necesidad. Las cosas mundanas y las consolaciones livianas son a los varones perfectos tan prohibidas que no sólo les es inhonesto el procurarlas, mas están entredichos de no desearlas, porque entre los varones de alta profesión a las veces peca más el coraçón en lo que desea que no la mano en lo que toca. Los bienes de Hiericó fueron a los hebreos prohibidos, y aun descomulgados, y el triste de Achior, hijo que era de Carmi, porque se atrevió a tomar una ropa buena y un poco de pecunia, fué a muerte condenado y del pueblo apedreado.

Guardémonos, pues, hermanos míos, de encovarnos con los bienes de Hiericó, es a saber, guardando algunos hábitos delicados para nuestros cuerpos y escondiendo algunos dineros para nuestros apetitos, porque en tal caso entiendo que antes seremos con Judas condenados que no con Achor apedreados. ¡O tú, que esto lees o esto oyes!, sabe, si no lo sabes, que todo lo de Hiericó es a ti prohibido y es para ti descomulgado, de manera que el oro se te tornará lodo; la ropa, polilla, la pecunia, carcoma, y la plata, langosta, porque en la vida monástica nadie puede tener la celda rica y la condición pura.

Prosigue el autor su raçonamiento y toca por alto estilo que es gran peligro andar el religioso descontento.

Cristo nuestro Dios no dixo del que quería ser perfecto: «ve y vende de lo que tienes», sino «ve y vende todo lo que tienes»; para darnos a entender que si queremos ser sus verdaderos discípulos, ninguna cosa hemos de guardar en las arcas, y mucho menos en las entrañas, sino que pobres sigamos al pobre y desnudos al desnudo. Aviso y torno a avisar al que quiere en la religión aprovechar y en ella permanescer, se guarde mucho de andar por el monasterio ocioso, y de ser en su celda y persona curioso, porque la ociosidad le cargará el coraçón de pensamientos y la curiosidad le henchirá la celda de apetitos. Presciarse el religioso de tener la celda muy ancha, las ventanas curiosas, los libros compuestos, los suelos esterados, las paredes pintadas y las ropas muy plegadas, ni es de condenar ni tampoco de loar; porque en las semejantes cosas cébanse los ojos, mas no se harta el coraçón. No se debe arrojar el siervo de Dios a osar henchir la celda de niñerías, ni de bugerías, porque muy pocas veces hemos visto ser un monje curioso que no parase en proprietario. El mundo consiente tener a sus mundanos cosas superfluas; mas la pureça de la religión aun apenas quiere que tengamos las necesarias; de manera que el religioso que tiene en el monasterio algo superfluo, haga cuenta que lo tiene hurtado. Ladrón es cosario el monxe que tiene en su celda algo escondido y prohibido, y no le llamaremos ya curioso, sino a boca llena proprietario, al que no lo quiere dexar ni a su hermano emprestar.

Habiendo el siervo de Dios dexado tantas cosas en el mundo, quererse en la religión enfrascar en cosas de poco tomo y poco prescio, créame y no dude que es más tentación que recreación, porque el demonio, como a su despesar dexamos lo que con buena conciencia podíamos allá tener, hácenos procurar lo que no deberíamos aun mirar ni menos tocar. Nadie debe hacer cuenta si es rico o si es pobre lo que a su uso tiene en la religión, porque en la vida monacal no está el daño en lo poco o mucho que tenemos, sino en el amor o desamor con que lo poseemos. No podía ser en el mundo cosa más vil para comer y de menor valor para tener que eran las cebollas y los pepinos que los hijos de Israel comían en Egipto y porque suspiraban en el desierto, y por sólo acordarse dellas y sospirar por ellos en el yermo, la Sagrada Escritura los condena, y la justicia divina los castiga. En este tan terrible exemplo deben tomar todos los siervos de Dios exemplo, para ver cuán estrecha es su religión y a cuánto les obligó su profesión, pues en el mundo podían comer gallinas y capones, y acá en la religión no pueden aún desear pepinos y cohombros. Poner el monje muy grande estudio en procurar un breviario curioso, unos registros ricos y unos cuchillos finos, unas escribanías galanas y unas imágines costosas no es ello gran pecado; mas para ser perfecto esle muy grande estorbo, porque es tan delicado el camino de la religión y tan estrecha la senda de la perfección, que no çufre en sí polvo de avaricia ni aún una china de codicia. El malvado de Judas, a manera de religioso dexó el mundo, dió lo que tenía, andaba descalço, siguió a Cristo y aún comía las espigas en el campo; mas no obstante todas estas aspereças, le llama la Escritura ladrón, porque tenía bolsicos y no se contentaba con lo que se contentaban los otros sus compañeros. Este tan terrible exemplo y este tan desastrado caso habían de tener los varones perfectos delante sus ojos y sellado en su coraçón, porque no es otra cosa el monje que tiene en el monasterio apetitos, sino otro Judas con bolsicos. «Omnia arbitratus sum ut stercora, ut Christum, lucri facerem», decía el Apóstol, como si más claro dixera: «Todas las cosas deste mundo menosprecié como un poco de estiércol, por ganar y servir a Cristo». ¡O palabras dignas de notar y de a la memoria encomendar, pues no dice el Apóstol de los bienes temporales que los dexó, sino que los menospresció, ni tampoco dice que dexó dellos, sino que los menospresció todos; y lo que más nos debe espantar es que tiene en más un labrador el estiércol de su establo que tenía San Pablo a todos los tesoros del mundo. Si el Apóstol otra cosa más vil que el estiércol hallara, a ella y no a ésta los comparara, porque el estiércol aún aprovecha para engrasar la tierra, y la plata y el oro echa a perder la república.

Mucho nos debe también espantar, hermanos míos, lo que dice el Apóstol; es a saber, que para ganar y seguir a Cristo le fué necesario echar al muladar todas las cosas del mundo; de manera que en tal caso, a los que son más perdidosos llamaremos mejor librados. ¡O açar dichoso, o daño felice! ¡O pérdida bienaventurada, cuando por ganar a Cristo perdimos toda nuestra haçienda! Porque, a la verdad, no es perder, sino ganar; ni es ponçoña, sino atriaca, pues debaxo del hábito de la religión, mejoramos la vida y disimulamos la culpa. Misterio es éste más para gustar que no para platicar; es a saber, que para comprar alguna cosa en el mundo hemos de buscar plata y oro, y para comprar y alcançar a Cristo ninguna cosa hemos de buscar, sino que antes la hemos de menospreciar. En estrecha religión estaba, y aun a mucho se obligaba, el Apóstol cuando decía: «Habentes alimenta, et quibus tegamur his contenti sumus», como si más claro dixera: «Muy contentos vivimos los que moramos en el monasterio de Cristo, y hecimos prefesión del santo Evangelio, con tener simplemente que comer y algunos trapos que nos cubrir». ¡O trono de sabiduría! ¡O vaso de escogimiento! Si mirásemos lo que tú peregrinas por la tierra, los peligros que tú pasas por la mar, las disputas que tienes con los gentiles, los açotes que te dan los bárbaros, las contradiciones que te ponen los hebreos y los sermones que haces a los cristianos, los ángeles te habían de dar de comer y los serafines te habían de vestir, y con todos estos trabajos no pides sino un poco de pan para matar la hambre y alguna ropilla para cubrir el cuerpo. Sobra de desvergüença y falta de conciencia es osar nadie en la religión procurar manjares delicados y reñir sobre si le dan poco o si le dan mucho, pues el divino Paulo no pide en abundancia de comer, sino solamente con que se pueda sustentar. Los que venimos a la religión y hacemos en ella profesión, mucho y muy mucho hemos de notar que no dice el divino Paulo «habentes vestimenta quibus operiamur sed quibus tegamur»; es a saber, que no pide qué se vestir, sino con qué se cubrir, porque para vestirse uno ha menester mucha ropa, y para cubrirse abástale una capa. Desta tan alta doctrina se puede colegir que el fraile o monje que en la religión tuviere dobladas cogullas, doblados escapularios, dobladas túnicas y doblados hábitos, ha de ser con estrema necesidad y sin ninguna curiosidad, porque en las religiones bien ordenadas el súbdito no ha de tener más de lo que ha menester, y sólo el perlado ha de tener algo que dar.

Pues Dios nos llamó al estado monacal, raçón es, hermanos míos, miremos lo que tratamos y tanteemos lo que tenemos, que pues el Apóstol glorioso no osa tener con qué se vestir, sino con qué se cubrir, muy ageno debe ser del siervo de Dios el comprar y vender, el dar y tomar, y el prestar y mohatrar, porque el religioso que esto hace más le valiera quedarse en un cambio que no venir a ser monje en algún monasterio. Lo que más me espanta del Apóstol es no el decir, como dice, que no quiere más de con qué se sustentar, ni tampoco quiere más de con qué se cobijar, sino el decir «his contenti sumus»; es a saber, que agora tenga poco, agora tenga mucho, con todo y con todos vive contento.

Creed, padres míos y hixos en Jesucristo, que no está la perfección ni consiste la religión en traer el hábito, en andar descalços, en estar encerrados y en andar hambrientos, si con esto estáis en el monasterio desesperados y andáis en la Orden descontentos, porque al demonio no se le da nada que le sirvan por fuerça, mas Dios no quiere sino que le sirvan de grado. El religioso que en la religión no fuere boquirroto, estuviere desapropriado, residiere en el monasterio y se dexare al parescer de su perlado, no tiene raçón de andar triste ni aun de andar desconsolado, porque si el Señor permitiere que le vengan algunas tentaciones serán para probarle, mas no para derrocarle.

Sea, pues, la conclusión de todo lo sobredicho, que pues el Señor nos alumbró a dexar los padres que nos engendraron, y a los parientes que nos criaron, y a las riqueças que poseíamos, y a los amigos que teníamos, miremos mucho en que no nos engañe el demonio a que nos presciemos de curiosos ni nos noten de proprietarios, porque las cosas de la religión son tan delicadas, que a las veces no merescemos tanto por lo mucho que dexamos, cuanto desmerescemos por lo poco que tenemos.




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Raçonamiento que hizo el auctor a sus religiosos, siendo guardián de la ciudad de Soria, la noche de la calenda, en el cual toca muy grandes documentos para los buenos religiosos.


Cuatro cosas son las que el hombre procura de alcançar y desea conservar; es a saber: salud para su persona, riqueças para su casa, honra a la república y gloria en la otra vida. Otras cuatro cosas hay que, a mi ver, al coraçón del hombre son muy dulces para amar y muy trabajosas de dexar; es a saber: la patria a do es criado, la riqueça que ha allegado y la honra que la alcançado, y el amigo que ha tenido. Trabajosa cosa es dexar el hombre a su propria tierra y irse a morar a otra tierra estraña; mas este trabajo y desconsuelo çufrióle el patriarca Abrahán, y aun su nieto Jacob, el viejo por voluntad y el moço por necesidad. Trabajosa cosa es dexar hombre la riqueça que allegó y la haçienda que heredó; mas este trabajo y desconsuelo çufriéronle Sócrates en Atenas y Demóstones en Tinacria, el uno de los cuales dió lo que tenía al templo y el otro echó cuanto poseyera en la mar. Trabajosa cosa es dexar hombre el estado que tiene y la honra que mantiene; mas este trabajo y desconsuelo çufriéronle el buen cónsul Cincinato y el gran emperador Diocleciano, el uno de los cuales dexó el consulado y el otro dexó el imperio. Trabajosa cosa es dexar hombre el compañero con quien se cría y el amigo que de coraçón ama, mas este trabajo y desconsuelo çufriéronle el gran rey David y el buen príncipe Jonathás, los cuales tenían entre sí tan estrecha amistad y se guardaban tanta fidelidad, que cuando se hubieron de apartar el uno del otro se les partió el coraçón por medio.

Veniendo, pues, al caso el fin para que contamos esto es para decir y aprobar que el verdadero y esencial trabajo del hombre no consiste en alexarse de su tierra ni en dexar la riqueça, ni aun en apartarse de su compañía sino en negar a sí mismo y en no hacer él su querer proprio. Creedme, padres, y no dudéis, hermanos míos, que no hay a Dios sacrificio tan acepto como es sacrificar a sí mismo, y esto hace y cumple él cuando niega a la sensualidad lo que le pide, y sigue a la raçón en lo que le manda. Trabajosa cosa es dexar hombre lo que tenía en el mundo; empero muy más trabajosa cosa es irse a la mano en el monasterio, porque es el hombre tan amigo de hacer lo que quiere y de probar lo que puede, que si son los ojos fáciles de cerrar, es el coraçón muy difícil de encerrar. ¡O tú, que vienes a la religión!, debes contigo pensar que veniste a ella a te saltar, a te enmendar, a te reformar y a te mejorar; porque has de saber, hermano, que en las religiones bien ordenadas çúfrese que entren en ellas grandes pecadores, mas no se permite cometer allí grandes pecados. Para que en la religión te salves, te reformes, te enmiendes y te mejores, ante todas cosas tienes muy grande necesidad de negar y aun de renegar de tu voluntad, porque con verdad no puede llamar ninguno religioso perdido, sino es el que se rige por su seso proprio. Cristo nuestro redemptor y maestro, queriéndonos enseñar el camino de la religión y las sendas de la perfección, decía: «Qui vult venire post me abneguet semetipsum et tollat crucem suam et sequatur me», como si más claro dixera: «Los varones perfectos que me quieren seguir y servir han de negar a sí para servirme a mí y han de traer sus cruces y crucificarse ellos en ellas». Si queremos entender estas palabras, hallaremos por verdad que para seguir a Cristo nuestro Dios hemos de perseguir a nosotros, y para acertar su camino hemos de errar el nuestro; para llamarnos suyos hemos de dexar de ser nuestros, y lo que es más que todo, que para haber a Cristo de amar, primero hemos a nosotros de desamar. El egregio Augustino decía, hablando con Cristo: «¡O bone Jesu, o dulcedo anime meae, amor mei me ducit usque ad contemptum tui, et amor tui usque ad contemptum mei!», y es como si más claro dixere: «¡O buen Jesu! ¡O amores de mi alma!, a cuando el amor comiença en mí siempre para en aborrescer a ti, y cuando el amor comiença en ti, siempre para en aborrescer a mí, de manera que el fundamento de tu amor no es otro sino el mi desamor». Desamándome a mí, aborresciéndome a mí y olvidándome a mí, es el verdadero camino para buscar a Dios, hallar a Dios y acordarse de Dios. «Jacta cogitatum tuum in domino et ipse te enutriet», decía el santo David, como si más claro dixese: «Pon a Dios en tu pensamiento y Él te mantendrá y favorescerá».

Osaría yo, padres míos, decir que entonces pone el religioso en Dios su pensamiento cuando se rige al solo parescer de su perlado, y entonces pone en el mundo y en el demonio su pensamiento, cuando se rige por su parescer proprio; ca el demonio nuestro adversario, porque no acertemos en lo que debemos, huelga que hagamos lo que queremos. El monje perfecto y varón religioso no tiene licencia de examinar en el monasterio cuál es lo malo o cuál es lo bueno, porque se ha de tener por dicho que si hace lo que le mandan no puede errar, y si hace lo que quiere no puede acertar. Las vacas que llevaban el arca del Testamento, aunque iban atapados los ojos, todavía atinaron a tierra de los hebreos, y quiero por lo dicho decir que si el varón religioso consiente que le carguen el arca de la regla y le unçan al carro de la Orden y le atapen los ojos de sus deseos y se dexe guiar de sus perlados, es imposible que pierda el camino que lleva y que no alcance lo que desea.

Manda el santo Evangelio que ame a Dios, que ame al próximo, que ame al enemigo y que aborresca a mí [sí (?)] mismo, para darnos a entender que no tiene el cristiano otro peor enemigo que el su parescer proprio, porque si yo supiese amar a mí, no me mandaría Dios que aborresciese a mí. Toda la perfección de la vida monacal está en que nadie pruebe lo que puede ni haga lo que quiere; porque si Cristo no da licencia para amarme a mí mismo, menos la dará para regirme por mi seso proprio. El camino del mundo sábelo el mundano; el camino del vicio sábelo el vicioso; el camino del infierno sábelo el demonio; mas el camino del cielo sábelo sólo Cristo, y por eso es mucha raçón que hagamos lo que Él nos manda, y nos vamos por do Él nos enseña.

Has de saber, hermano mío, que el camino del cielo es largo para andar, es alto para subir, es estrecho para pasar, es escabroso para acertar y poco asenderado para atinar, a cuya causa nos sería muy sano consexo preguntar al que lo sabe e irnos en pos del que lo anda, porque le saben pocos y le aciertan pocos y aun van por él muy pocos. Dice Cristo nuestro maestro que Él es la vida y Él es la carrera y Él es la verdad, en lo cual nos da a entender que no podemos decir verdad si no hablando dél, ni podemos nosotros vivir si no es en Él, ni podemos caminar si no es con Él; de manera que quedamos por tan inhábiles que ni puede cosa nuestra libertad, ni vale nada nuestra habilidad. Pues si es verdad, como es verdad, que Cristo es la vida que hemos de vivir y es la vida que nos ha de valer, y es el camino por do hemos de ir, sobra de locura sería no le rogar que nos adiestre y no le dexar que nos encamine; porque si Cristo no nos lleva de la mano, el mundo nos hará caer, y la carne estropeçar, y el demonio descalabrar. ¡O tú, que veniste al monasterio a ser religioso y varón perfecto! Has de saber, hermano mío, que no te aprovecha cosa ninguna el haber renunciado el mundo si con esto no niegas a ti mismo y te apartas del tu parescer proprio, porque la vida monástica y religiosa no consiste en dexar lo que tenemos, sino en no hacer lo que queremos. El religioso que hace siempre lo que quiere, muy pocas veces hace lo que debe; de lo cual se suele seguir que los monjes que son voluntariosos y temáticos siempre son castigados de los perlados y muy pesados a sus monasterios. Del rey Saúl se lee «quod mutam est in virum alterum», es a saber, que del todo se mudó en otro después que le cometieron la gobernación del reino, para darnos a entender que desde el día que Dios nos llama a morar con sus siervos hemos de ser otros y no vivir como vivíamos; porque no consiste la religión en dexar las ropas que traíamos, sino en olvidar las costumbres que teníamos. Creedme, padres míos, que es muy gran diferencia la manera que vivíamos en el mundo a la que hemos de tener en el monasterio, porque allá valen más los ricos y acá los pobres, allá los agudos y acá los inocentes, allá los generosos y acá los virtuosos, y allá los elocuentes y acá los callados; de manera que lo que en el siglo teníamos por revés, tenemos acá en la religión por envés. A los hijos de Israel no les dexó Dios vivir en el desierto como vivían en Egipto, porque, salidos de allí, luego les dió otra ley que guardasen, otros sacrificios que ofresciesen, otros sacerdotes a quien creyesen y aun otros caudillos a quien siguiesen. En lo cual se nos da a entender que si queremos perseverar en el monasterio no hemos de llevar a él ningún resabio del mundo. No era caso de inquisición ni estorbaba la redención querer Cristo nuestro Dios morir vestido y calçado y abrochado, y si quiso Él antes que subiese a la Cruz desnudar sus ropas, fué para que también nosotros antes de entrar en la cruz de la religión dexásemos nuestras voluntades proprias, porque no ha de saber más de sí el que está en el monasterio que el que está ya muerto en el sepulcro.

Creedme, padres míos, y no dudéis que como en la guerra es uso y hay necesidad de seguir al capitán y en el camino a la guía que va delante, en la mar al piloto y en la escuela al maestro, así es muy necesario seguir en la Orden al perlado, porque el estado de la religión es áspero de çufrir y muy dificultoso de entender. No piense nadie, no, que por haber estado en la Orden un año, o dos, o diez, que por eso se puede ya regir por su seso y fiarse de su parescer proprio; porque es de tal calidad la religión, que nadie podrá en ella aprovecharse, ni mucho menos salvarse, si no se dexa al parescer de otro y no vive recatado de sí mismo. ¡O cuán bienaventurado es el monje que dice lo que dixo San Pablo a Cristo, es a saber: «Señor, ¿qué quieres hacer de mí?», y o cuán malaventurado es al que dice Cristo lo que dixo al ciego de Hiericó, es a saber: «¿Qué quieres que te haga?», porque el juego de nuestra salvación no ha Dios de ponello en nuestras manos, sino nosotros en las manos de Dios! Cuando al enfermo dexan comer de cualquiera cosa que se le antoxa, señal es que los médicos le dexan poca vida; quiero por lo dicho decir que no hay más cierta señal de que fuimos del todo perdidos que es dexarnos hacer Cristo, nuestro Dios, todo lo que queremos, porque a todos los que le aman servir, y quieren seguir, tiénelos Él con su mano y aun vales a la mano. El glorioso Augustino, en sus Confesiones, decía: «¡O buen Jesu! ¡O descanso de mi alma!, no sé de cuál te haga primero gracias, es a saber, por los beneficios que me has hecho o por los males de que me has guardado; porque tanto te debo, Señor, por no dexarme caer, como por ayudarme a levantar». No vaca de gran misterio lo que Cristo nos enseña y lo que el Evangelio canta en la oración dominical y es a saber, «fiat voluntas tua», la cual petición es imposible que cumpla el que no niega a su voluntad propria, porque es tan flaco nuestro juicio, y está tan depravada nuestra voluntad, que ni acertamos en lo que buscamos ni aun sabemos lo que queremos. Primero dixo Cristo «niegue cada uno a sí», antes que dixese «sígame a mí», porque el fundamento de hacer lo que Dios quiere es en no hacer lo que nosotros queremos. El religioso que en el monasterio no ha la voluntad propria, aquel puede decir a Dios «fiat voluntas tua»; porque de otra manera ni le aprovecharía el «Pater noster» que dice, ni aun el hábito que trae.

No caresce de gran misterio mandar Dios a Abrahán que le sacrificase a su mayorazgo, y tórnele después a mandar que no tocase al moço teniendo ya desenvainado el cuchillo, y la causa de esto fué porque no andaba Dios por quitarle la vida al hijo, sino por degollarle la voluntad al padre. Con verdad podemos decir que sacrificó Abrahán su voluntad a Dios, pues por su mandado determinó de degollar a Isaac, que era moço hermoso, generoso primogénito y mayorasgo, y que dél habían de descender los más ilustres varones del mundo, de manera que fué Dios más contento con la fuerça que Abrahán hacía a su deseo que no con la sangre que había de derramar de aquel moço.

Creedme, padres, y no dudéis que no mira Dios qué tales somos, sino qué tales deseamos ser, ni mira lo que hacemos, sino con las entrañas que lo hacemos, y quiero por lo dicho decir que más mira Dios a la fuerça que hacemos a nuestros apetitos, que a cuantos trabajos padescemos en los monasterios. Decía el glorioso Bernardo «quod nil lardet in inferno nisi propria voluntad», como si más claro dixese: «No arden en el infierno los vicios que cometieron, sino la propria voluntad que los cometió». A la verdad, este santo dice la verdad; porque la culpa por que penan los dañados en el infierno no está en el cuerpo que la cometió, sino en la voluntad con que se comete; de manera que erramos en no hacer lo que debemos, y pecamos en hacer lo que queremos. Con estar Cristo orando y llorando en el huerto, dice que no se haga lo que Él quiere, sino lo que su Padre mandare: ¿cuál es el monje que ha de osar hacer lo que quiere en el monasterio, ni osar tener réplica a lo que le manda el perlado? El religioso que mora a donde quiere, y se va a do quiere, y trabaja como quiere, y tiene lo que quiere y no hace lo que puede, osaría yo del tal decir que no ora con Cristo en el huerto, sino que mora en el infierno con el demonio, porque el demonio huelga que hagamos todo lo que queremos, y Cristo no, sino lo que debemos. El que en la religión se dexare al parescer ageno y abaxare la cabeça a lo que le mandare su perlado, nunca el tal vivirá lastimado, ni andará desconsolado; porque si fuere bueno lo que hace, alcançará con todos gracia, y si no es tal, nadie le echará la culpa. El que en la Orden monacal procurare de se regalar y de los trabajos comunes se esentar, llevará la Orden de mala gana y la Orden a él de muy peor, porque el pago del monje voluntarioso es vivir toda su vida descontento, o tornarse otra vez al mundo como de antes. La más famosa, y aun la más peligrosa guerra que tiene el siervo de Dios, es, no con la carne, no con el mundo, no con el demonio, sino consigo mesmo; porque la raçón dice nos que trabajemos, y aprovechemos, y la sensualidad dice que no, sino que nos holguemos. La carne no nos empesce si está castigada y el demonio no nos engaña si no le creemos, y el mundo no nos engaña si no le seguimos, la traidora de la propria voluntad es la que nos trae el juicio amontado, el coraçón alterado y el cuerpo desasosegado, porque hablando la verdad, aunque es trabajoso el dexar hombre lo que tiene, muy más trabajoso es el no hacer hombre lo que quiere. Mucho da el que a sí mismo da, mucho sacrifica el que a sí mismo sacrifica y mucho es digno de gloria el que a sí mismo niega; porque es tan generoso el coraçón del hombre que ni çufre subjección ni querría contradicción. «Quare ieiunivimus et non aspexisti, afligimus animas nostras et nescisti? Quia in die ieiunii vestri invenitur voluntas vestra», decía Esaías hablando con Dios, como si más claro dixera: «¿Qué es la causa, Señor Dios de Israel, que ayunamos y no lo miras, y humillamos nuestros coraçones y haces que no lo entiendes? Porque en el día que ayunáis hacéis lo que vosotros queréis y no lo que yo querría». ¡O cuántos hay hoy en los monasterios, los cuales riegan, barren, cocinan, leen, cantan, ayunan y se disciplinan, la menor de las cuales cosas no harían si se las mandase la obediencia y hácenlas todas por su voluntad propria! Poco aprovecha, padres míos, traer nuestras ropas rotas si nuestras voluntades están enteras, y poco aprovecha que esté el estómago ayuno de los manjares si el coraçón está harto de los apetitos; porque el ayuno del buen religioso no es abstenerse de lo que ha de comer, sino irse a la mano a lo que querría hacer.




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Raçonamiento que hiço el autor en el monesterio de Arévalo siendo allí guardián, dándola profesión a un religioso


«Qui perseveraverit usque in finem, salvus erit». (Mathei, XXV). Ya que el redemptor del mundo había enseñado a sus discípulos cómo habían de ser cristianos mandándoles guardar sus Mandamientos, y en cómo habían de ser cristianos negando a sí mismos, enseña hoy por estas palabras en cómo les aprovecha todo lo que hacen poco si no perseveran hasta el cabo con el bien que han començado. Para que mejor nos entendamos y estas palabras de Cristo bien declaremos, hase de presuponer que así como muchos vicios se fingen ser virtudes, así muchas virtudes parescen ser otras virtudes, como son paciencia, firmeça, magnanimidad, longanimidad, benignidad, mansedumbre y fortaleça, y sabida la verdad y propriedad de todas ellas, cada una tiene su difinición y aun tira a su condición. La virtud de la paciencia no es otra cosa sino un coraçón martiriçado con dolores y pasiones, el cual con rostro alegre y igual çufre lo que pasa y se apareja para lo que ha de pesar, como fueron Tobías y Job, los cuales no sólo fueron pacientes, mas aún dieron exemplo a todos de paciencia. La virtud de la firmeça es no se mover el coraçón del propósito bueno y santo que tiene, por más trabajos ni fatigas que tenga ni por más infortunios que le sucedan, como hicieron el santo Joseph en Egipto y el gran Moisén en el desierto. La virtud de la magnanimidad es cuando el coraçón de un hombre solo osa emprender cosas que son muy graves de començar y muy peligrosas de acabar, como hiço el santo David cuando lidió con el gigante Golias, y el buen, profeta Helías cuando se tomó con Geçabel. La virtud de la grandeça de coraçón es cuando el hombre no sabe dar mal por mal ni aun decir una mala palabra al que le ha hecho alguna injuria, así como el profeta Micheas, al cual, como diesen una bofetada, la injuria que él disimuló, un perro se la vengó. La virtud de longanimidad es cuando el coraçón no se enoja ni aun desespera por mucho que los trabajos se le acrescienten y por más que los remedios se le alarguen, así como acontesció al Apóstol San Pablo, el cual padesció en este mundo inmensos peligros y que vivió en ellos muchos años. La virtud de la mansedumbre es cuando tiene el coraçón el hombre de tal manera quieto y asosegado, que ni se altera de injuria que oya ni se escandaliça de pecado que vea, así como fué el glorioso San Juan Evangelista, al cual, por ser de tan buena condición, amaban todos de coraçón. La virtud de la fortaleça es cuando un coraçón es de tal manera esforçado y denodado, que ni en las tentaciones se desmaya ni en hacer buenas obras se cansa, así como fueron los gloriosos Antonio y Hilario, los cuales padescieron en los desiertos grandes tentaciones y hicieron allí a Dios muy grandes servicios.

Y porque nuestro principal intento es decir las excelencias de la perseverancia y declarar cuán necesaria nos es la fortaleça, diremos aquí lo que los filósofos della dixeron y aun lo que algunos santos della sintieron. El glorioso Augustino decía que no es otra cosa la virtud de la fortaleça sino un intenso amor que está en el coraçón enamorado, el cual todas las cosas ásperas tolera hasta alcançar aquello que ama. Tulio, hablando de la fortaleça, decía que no era otra cosa la constancia y firmeça sino una determinación del coraçón esforçado, con la cual disimula lo que quiere y çufre: lo que no quiere. Macrobio decía que no era otra cosa la virtud de la fortaleça sino un ánimo del hombre heroico y valeroso, con el cual ni la prosperidad le ensalça, ni la adversidad le derrueca. Aristóteles decía que no era otra cosa la virtud de la fortaleça sino un vigor del coraçón virtuoso que no tiene por adversidad otra cosa en esta vida sino hacer o haber hecho alguna obra que sea fea. Lucio Séneca decía que tanta era la excelencia del hombre fuerte y denodado que más fácilmente se tomaría una ciudad cercada que no un coraçón esforçado. El glorioso Hierónimo decía que no es otra cosa el discurso desta vida sino un camino real y público, a la mano derecha del cual va el atrevido y a la mano isquierda el cobarde, y por medio dél el esforçado. El divino Platón decía que los previlegios de la fortaleça y constancia eran moderar la ira con mansedumbre, la envidia con el amor, la tristeça con la perseverancia y el temor con la paciencia. El glorioso Gregorio decía que la fortaleça y constancia de los justos consistía en vencer la carne, en refrenar los apetitos, en menospresciar los deleites, en amar las cosas ásperas y en no huir de las que son peligrosas.

Es de tan grande calidad la virtud de la fortaleça, que para todas las virtudes es necesaria, lo cual paresce muy claro en que si a la justicia y a la temperancia, y a la castidad, y a la prudencia no las ayuda a ir hasta el cabo la fortaleça, en muy breve tiempo los que quisieren mirar las verán caídas y derrocadas hasta el suelo y aun puestas todas del lodo. Para començar alguna buena obra es necesaria la cordura, para hacerla es menester la prudencia y para acabarla hemos de tener gran constancia, porque la felicidad del buen piloto no consiste en saber regir el navío, sino en llegar con salud al puerto. No promete Cristo el reino de los cielos al que toma el bautismo, ni al que se llama cristiano, ni aun al que hace obras de cristiano, sino al que permanesce en el servicio de Cristo, porque la corona del triunfo no se da al que va a la guerra, sino al que alcança la victoria. Poco aprovecha a un labrador que are y siembre la tierra si después, por miedo de se cansar o por no se querer asolear, la dexa de segar o la olvida de trillar, porque el coraçón del labrador no descansa cuando derrama el pan por el campo, sino cuando lo encierra en su silo. El pobre caminante que por miedo de ser la jornada larga o por hacérsele la tierra áspera dexa el camino que començó y se torna a do salió, de necesidad ha de perder lo que ha gastado y no le han de agradescer lo que ha sudado, porque al pobre jornalero no le pagan porque llevó la açada a la viña, sino porque cavó de sol a sol. La muger de Loth fué tornada en estatua de sal a causa que volvió a mirar a Sodoma, habiéndola Dios avisado que se fuese su camino adelante, para darnos a entender que es tan malo el mundo de do salimos, que no sólo no quiere Dios que le toquemos, mas aun que ni le miremos. Moisén y su hermano Aarón muy gran constancia tuvieron en no condescender a los dones que les daba, ni aun a las amenaças que les hacía el rey Faraón para que se quedasen en Egipto y no sacasen de allí el pueblo, por el cual exemplo se nos da a entender que en caso de tornar a el mundo y apartarnos de algún bien que hemos començado no han de bastar ruegos de amigos, ni aun tentaciones de enemigos.

José, hijo de Jacob, muy gran constancia tuvo estando en Egipto vendido en no querer pecar con la muger de su señor y amo, ella lo queriendo y él lo resistiendo, para darnos a entender que es menester muy mayor coraçón para resistir a los vicios aparejados, que no a los enemigos manifiestos. Harto le desaconsejaban y harto le reprehendían todos sus hermanos al santo rey David que se tornase a su casa y no anduviese más en la guerra; mas el buen mancebo, no sólo no dexó las armas, mas aun higo con el gigante Golias armas, de lo cual podemos colegir que antes hemos de perder las vidas que tenemos que no tornar atrás del bien que començamos. Muy gran constancia tuvieron Neemías y Hesdras en la reedificación del templo que hacían en Hierusalem, acerca de la cual obra unos los amenaçaban, otros los deshonraban, otros los contradecían y aun otros los estorbaban, para darnos a entender que se ha de tener por dicho el siervo de Dios que es señal de hacer alguna buena obra cuando topa con algún malo que se lo contradiga. Muy gran constancia tuvo el tío de la reina Ester, que se llamaba Mardocheo, en no querer adorar ni tampoco se humillar al superbo Amán, siendo como era cultor de los ídolos y enemigo de los hebreos; en lo cual se nos da a entender que nos conviene mucho apartar y guardar de los hombres que nos estorban a salvar y nos convidan a pecar. Grande fué la constancia que tuvo la excelente muger Susana en no querer consentir a lo que los malvados jueces le persuadían y della querían en Babilonia, es a saber, que violase el matrimonio, y les consintiese el adulterio, en lo cual nos dió exemplo que por miedo de la pena nadie cometa alguna culpa, pues Dios nuestro Señor tiene cargo de guardarnos la vida y conservarnos la honra como lo hiço con la bendita de Santa Susana.

Hemos, pues, querido contar esto todo para que en el servicio de Dios nuestro Señor los buenos se esfuercen en ir adelante y los malos se teman de tornar atrás, porque han de tener todos por fe que nunca el Señor desampara al que le sirve, ni aun olvida al que le sigue. Estaba el profeta Daniel fuera de su tierra cautivo en Babilonia, preso en el lago, echado a los leones y olvidado de los hombres y acordóse el Señor de enviarle al profeta Abachub, no sólo a le visitar, mas aun a le dar de comer; de lo cual podemos notar que si no olvidamos a Dios de servir, nunca Dios se olvidará de nos remediar.

Muy bien sabe el Señor lo poco que tenemos y aun lo poco que podemos, y pues esto es así, no desmayemos en servirle, ni dexemos de seguirle, porque tiene Él capitulado con todos los hombres que haciendo en su servicio lo que podemos, Él hará por nosotros lo que queremos. Por más que seamos coxos, mancos, flacos y enfermos, nadie debe de osar decir, en lo que toca al servicio de Dios, no puedo, sino no quiero; porque tenemos señor de tan buen, contentamiento que no mira el que tales somos, sino que tales trabajamos de ser. A este propósito decía el glorioso Bernardo: «Debilis est hostis et non vincit nisi volentem», como si más claro dixese: «Es de su natural el demonio tan flaco y tiénelo el Señor tan atado y tan inhabilitado, que por ninguna manera puede vencer, sino es a quien no le sabe resistir». A las puertas del coraçón cristiano está llamando Cristo y está llamando el demonio, y no podemos entonces negar sino que está en nuestra mano el rescebir al uno y el abrir al otro; de lo cual podemos bien colegir que ni el demonio puede entrar en nuestra casa si no le admitimos, ni Dios se sabe ir de nuestro coraçón si no le despedimos. ¡O triste de mí, y qué será de mí cuando el Señor me pidiere cuenta de que me rogó y no le seguí, me avisó y no le creí, me llamó y no le respondí, me habló y no le conoscí, y aun me tocó y no le sentí!

Platicando Dios con el rey David de cómo lo hacía con sus amigos y siervos, decía: «Cum ipso sum intribulatione eripiam eum et glorificabo eum», como si más claro dixera: «Has de saber, rey David, que yo no tengo cuenta con mis escogidos cuando comen, o duermen, o juegan, o burlan, o se huelgan, sino cuando ellos sospiran y lloran, y más y allende desto, si ellos quisieren en sus tribulaciones llamarme y un poco esperarme, yo los sacaré de allí, no sólo consolados, mas aun muy honrados». En esto hemos de ver que nos quiere Dios más que todos, pues se nos obliga a hacer más que todos, porque hablando la verdad y aun con libertad los amigos ayúdannos a gastar los dineros que allegamos y Dios no, sino a çufrir los trabajos que padescemos. Mucho debe el siervo de Dios mirar y notar que cuando dixo Cristo «beati qui lugent, quoniam ipsi consolabuntur», no puso la bienaventurança en lo que los hombres lloraban, sino en la consolación que por el llorar esperaban, de manera que el hombre cuerdo y buen cristiano no ha de mirar la tentación que del demonio çufre, sino el premio que de Cristo espera. Estando el cielo sereno y el tiempo seco, osa el labrador rústico arrojar su trigo en el polvo puro, y ¿no osarás tú, cristiano, ponerte en las manos de Cristo? Cuando Cristo dice que Él es la verdad en que hemos de creer y Él es la vida con que hemos de vivir, y Él es el camino por donde hemos de andar, quiérenos avisar y aun convidar a que si camináremos él nos llevará de braço y si cayéremos Él nos dará la mano. «Non sumus suficientes cogitare aliquid ex nobis tanquam ex nostris, sed suficientia nostra ex Deo est», dice el Apóstol San Pablo; como si más claro dixese: «No tenemos licencia de pensar, cuanto más de nos alabar y presumir, que por sola nuestra industria somos bastantes a hacer alguna buena obra, porque en tal caso hemos fielmente de tener y creer que si en algo acertamos es porque Dios nos alumbra, y si en algo erramos es porque Él nos desampara. El cristiano que comiença alguna cosa en confiança de las fuerças que tiene y de lo mucho que puede, muy gran raçón tiene de vivir recatado y andar de sí mismo sospechoso, porque hablando la verdad bien pueden los hombres dar las batallas, mas sólo Dios es el que da las victorias. El que se determina de servir a Dios nuestro Señor y que de hecho se pone en las manos de Dios, ninguna raçón tiene de estar temeroso y mucho menos de andar asombrado, porque tiene Dios tan gran cuidado de sus siervos, que si permite que sean tentados no consiente a lo menos que sean vencidos. Licencia sacó el demonio de Dios para tentar al santo Job, y con tal condición le fué dada, que si le lastimase en la persona y le destroçase la hacienda no le pudiese tocar en el ánima, de lo cual se puede notar que Dios nuestro Señor no muestra el amor que tiene a sus siervos en quitarles los trabajos, sino en apartarlos de los pecados. También pidió licencia el demonio a Dios para por boca de falsos profetas ir a engañar al triste de Achab y de la manera que la pidió así Dios se la concedió, para darnos a entender que la diferencia que va de los amigos a los enemigos de Dios es que a los que le sirven permite que sean tentados, y a los que le ofenden consiente que sean engañados. ¡O buen Jesu! ¡O enamorado de mi alma! Plega a tu inmensa clemencia de consentir que yo sea tentado, atribulado, perseguido y abatido con el santo Job, con tal que no sea desechado, engañado y vencido con el rey Achab, porque muy grande indicio es de ir nosotros perdidos, el consentir tú que seamos engañados. Si con una carta de crédito o con un salvoconducto va cada uno por donde quiere y como quiere, más seguro ha de pensar que va el siervo de Dios, pues dice Dios, por el profeta Micheas, que quien le toca a uno de sus escogidos, le toca y ofende a las niñetas de los ojos.

Pedimos cada noche a Dios, en las completas, que nos guarde como a las niñetas de los ojos, y que nos abrigue debaxo de sus alas, lo cual Él hace y cumple cuando no nos dexa caer en alguna culpa ni nos aparta de su santa gracia. No se puede llamar cristiano, ni aun presciarse de buen religioso, el que dexa de servir al Señor por miedo de ser tentado, o por pensar que no ha de ser dél socorrido, porque, según dice Él por David, quiere Dios tanto a sus escogidos, que siempre los mira para ver lo que quieren y siempre los escucha para ver lo que piden. ¡O cuántas gracias han de dar los buenos cristianos a Dios!, pues por aquellas palabras que dice «occuli domini super justos et aures eius ad preces eorum», se profuere y obliga de mirar los trabajos que padescen y de oír los ruegos que hacen.

Prosigue el autor su raçonamiento y habla de los votos de la religión.

Decir Cristo que el que no perseverare hasta la fin no será salvo, aunque sean palabras generales para todos los cristianos de mi voto, tomarlas ían para sí todos los religiosos, los cuales, teniendo como tienen estado tan alto y tan perfecto, cuanto merescieron en tomarle tanto pecarían en dexarle. «Vovete et redite domino deo vestro», dice nuestro Dios por el profeta, como si más claro dixese: «Si prometiéredes alguna cosa a vuestro Dios, mirad que se la déis y ofrezcáis, porque habéis de saber que hacer algún voto es de voluntad, mas el cumplir el voto es de necesidad». La madre santa Iglesia a nadie hace fuerça para que tome el bautismo; mas después que es uno bautiçado, constríñele a que viva como cristiano. Quiero por lo dicho decir que nadie puede constreñir a nadie a que entre en monesterio o se quede allá en el mundo; mas si por voluntad entró en religión, de necesidad ha de guardar su profesión.

Has de saber, hermano, que no consiste la perfección de la religión en solamente tomar el hábito, salir del mundo, encerrarte en el monesterio, sino que es menester junto con esto çufrir los trabajos, resistir a los apetitos y permanescer con tus hermanos, porque el vivir en la Orden es cosa muy fácil, mas permanecer en ella hasta la fin es cosa muy difícil. «Non cesamus pro vobis orare ut dignos vos faciat vocatione sua», decía el Apóstol, como si más claro dixese: «No cesamos de rogar por vosotros al Señor para que os haga dignos de ser de su mano llamados; es a saber, que Él mismo os llame, como suele llamar a los que Él mucho quiere». A todos llama Dios, a todos convida Dios y aun a todos ruega Dios que le sirvan y que le sigan; mas los que particularmente Él llama de su mano son los que Él tiene de su mano, no los dexando caer o ayudándolos luego a levantar. Muchos vienen en la religión llamados de Dios y también vienen otros llamados del demonio; y la diferencia que de los unos a los otros va es que los llamados de Dios perseveran hasta el cabo, y los que trae el demonio tórnanse otra vez al mundo. No se espante nadie en oír decir que no todos los que vienen al monesterio vienen guiados por la mano de Cristo, pues sabemos todos que el Espíritu Santo llevó a Cristo al desierto y el espíritu diabólico lo llevó al templo, no con intención que predicase, sino que de allí se despeñase. Otros lugares había en Hierusalem muy más altos que no a do subió el demonio a Cristo, así como la torre Herodiana, la casa de Sión, el Castillo arábico y la Puerta salinaria; mas no quiso derrocar a Cristo de ninguno dellos, sino del pináculo del templo, para darnos a entender que más prescia el demonio derrocar a uno de los que están consagrados a Cristo que a ciento de los que andan vagueando por el mundo. No querer el demonio tentar a Cristo que se echase a rodar del monte, sino que se despeñase del pináculo del templo es darnos a entender y querernos avisar que la caída que los siervos de Dios dan en el monesterio es muy peligrosa para el ánima, muy escrupulosa para la conciencia y muy infame para la honra, y muy escandalosa para la república.

En las vidas de los padres de Egipto se dice que vió una noche un santo viejo tener capítulo a los demonios, y relatándose allí los males que habían hecho cada uno, más premio y gracias dió su príncipe a un demonio porque a cabo de cincuenta años hiço caer a un monje en fornicio que a todos los otros que habían hecho hacer mil pecados por el mundo. Dos hijos del gran sacerdote Aarón fueron muertos quemados y abrasados, no por más de haber delinquido en una ceremonia del templo, y es de creer que había allí otros mayores pecadores que no lo eran aquellos niños, y quiso Dios disimular con los unos y castigar los otros, para darnos a entender que tenemos estado de tan alta perfección que lo que en el mundo era ceremonia es para nosotros precepto, y lo que allá era venial es a nosotros mortal. Al que llama Dios de su mano y le tiene de su mano conoscer se ha muy claro en que si le viéremos tropeçar, no le veremos a lo menos caer; mas al que trae el demonio a la religión y monesterio a cada paso le veremos tropeçar y aun de ojos en el lodo caer, porque no hay en el mundo cosa más perdida que aquel que en la religión se comiença a perder. Hasta que se acabe la Iglesia militante y nos vamos a goçar de la triunfante, de necesidad ha de estar la escoria con el oro, la paja con el trigo, la harina en el salvado, la rosa con la espina, la caña con el hueso y aun el bueno con el malo, y lo que es más malo de todo, que a las veces es peor de çufrir la mala yacija que tienen los malos en los monesterios, que no las tentaciones con que nos tientan allí los demonios. «Utinam recedant qui conturbant nos», decía el Apóstol, y es como si más claro dixese: «¡Óxala pluguiese a Dios saliesen de nuestra compañía todos los que perturban a nuestra república», lo cual dice el buen Apóstol porque un religioso que anda alterado y es de suyo desasosegado no es menos sino que ha de hacer a los otros pecar o a lo menos murmurar. La olla que mucho hierve echa fuera la grasa; el mar levantado trastorna los navíos y el aire importuno derrueca los árboles, y los ríos muy crescidos salen de madre; quiero por lo dicho decir que el monje que no se da a la leción o vaca a la oración, o se ocupa en algún manual exercicio, no puede permanescer mucho en el monesterio. La primera maldición que Dios echó en el mundo fué al triste de Caín, cuando le dixo: «Quia occidisti fratrem tuum, Abel, eris vaguus et profugus super terram», como si más claro dixese: Pues te puse ¡o Caín! en mi particular paraíso y mataste allí a Abel, tu hermano, ternás por maldición mía que andes siempre peregrinando y vivas a do quiera descontento». Conforme a esto que dixo Dios a Caín, para el hombre bien ordenado muy gran paraíso es el concierto que tiene en el monesterio, y para el que es desbaratado es le estar en el infierno verse allí sujeto, porque si esto bien se sintiese, no hay so el cielo igual descanso con estar en compañía de buenos y loar a Dios con los santos. Nunca Dios nuestro Señor echara sobre el triste de Caín tan gran maldición si él no cometiera contra su hermano tan gran traición. Quiero por lo dicho decir que nunca Dios permitiría que viviese algún religioso desasosegado, si él no hubiese cometido algún gran pecado en el monesterio. Por estar en la gracia de Dios venimos a la Orden y por estar en su desgracia andamos desgraciados en ella, y de aquí es que los religiosos bien disciplinados siempre andan contentos, y los absolutos y disolutos siempre andan alterados. Sobre aquél podemos decir que cae la maldición de Caín, que se anda en el monesterio de claustro en claustro, de dormitorio en dormitorio, de celda en celda y de monje en monje, buscando con quien parlar o quien le ayude a murmurar. Sobre aquél cae la maldición de Caín, que cada año muda lugares, busca otras celdas, solicita otros monesterios y procura otros perlados, y esto no para se mejorar, sino para más libertado vivir, de manera que no tiene día por bueno sino aquel que se vee sin subjección de perlado. Sobre aquél cae la maldición de Caín, que le es a par de muerte entrar en el coro a regar, en el oratorio a orar, en la librería a leer y en la celda a se recoger, sino que como arrepentido de lo que hiço y descontento de lo que hace, se anda por el monesterio suspirando y a todos cuantos topa quexando. Sobre aquél cae la maldición de Caín, que ni puede asosegar en el monesterio, ni quiere tener paz con su perlado, buscando cada día ocasiones para ir al siglo y procurando negocios que negocie en el mundo, y lo que peor de todo es que si le niegan la licencia, pónese a murmurar, y si por caso se la dan, vase del todo a perder.

Prosigue el autor su raçonamiento y reprehende el mucho andar de los religiosos.

¡Cuántos aparejos tiene para servir a Cristo el monje que se está quedo en su monesterio! Porque dado caso que estando allí la soberbia le combata, la envidia le inquiete, la gula le retiente, la ira le despierte, y la lascivia le moleste, solamente le podrán estos vicios alterar, mas no hacer pecar, lo cual no es así fuera del monesterio, a do apenas será tentado cuando se halle caído en el lodo. El edificio sin cobertura luego se cae, la caña fuera del hueso luego se seca, el pes fuera del agua luego se muere, el árbol descorteçado luego se hiende y el monje fuera de su casa luego se pierde. La doncella Dina, hija del patriarca Jacob, si no se desmandara a salir fuera de do la había puesto su padre, ni Jacob se desmandara ni Amón muriera, ni ella se infamara. Si el malaventurado de Judas no se saliera del colegio de Cristo, ni se apartara de la compañía de los Apóstoles, sus compañeros, nunca cometiera tan enorme delito, ni después muriera desesperado. Aviso es éste muy notable y aún exemplo muy espantable para que ningún monje ose salir del monesterio a donde Dios le llamó, ni se ose apartar de la congregación con que Dios le ayuntó, porque allende que para ser bueno le aprovechara el talante de la vergüença y el remordimiento de la conciencia, mucho le hará también al caso los exemplos que tomará de los unos y los consejos que le darán los otros. Si quiere meter la mano en el seno el religioso que va muchas veces al mundo, hallará por verdad infalible que siempre torna al monasterio más envidioso, más codicioso, más alterado, más pensativo y menos devoto que cuando salió dél; de manera que por algunos días tiene en el triste de su coraçón bien que desflemar y aun bien que confesar.¡Guardaos, padres, guardaos de las acechanças del demonio, para que no os saque de vuestro monesterio so color de ir a hacer algún bien o de querer atajar algún mal! Porque si el demonio os saca alguna ves de la compañía de los buenos, él os hará su poco a poco que seáis del número de los malos. A la oveja que anda desmandada degüella el lobo, y en la paloma que está apartada se ceba el halcón, y al caminante que va por el monte solo roba el ladrón, y el río cuando sale de madre hace todo el daño, y el monje cuando sale de su monesterio va del todo perdido. «Peccatum pecavit Hierusalem, propterea instabilis facta est», decía Dios por el profeta; como si más claro dixese: «Pecado sobre pecado pecó la triste de Hierusalem y dióle Dios en penitencia que anduviese desasosegada toda su vida». Entonces comete el monje pecado sobre pecado cuando, olvidada la profesión que hiço, se torna otra vez a los peligros del mundo; y la pena de los tales es que anden allá de todos corridos y ellos estén de sí mismos descontentos. Hasta que se le acabe la vida y le echen en la sepultura no debe el siervo de Dios dexar el estado que tomó, ni olvidar a lo que se obligó, porque la paloma del patriarca Noé hasta que halló qué traer en la boca y a do asentar sus pies en la tierra, nunca salió del arca a do estaba, ni se apartó de la compañía que tenía. Por flaco, y tibio, y remiso, y indevoto que sea en la religión un religioso todavía es menos malo y está más seguro en el monesterio que no lo estaría en el mundo, porque allá hay tanta libertad para pecar y tan popo aparejo para se enmendar, que con tal que sirváis al Rey poco se les da que quebrantéis la ley. El glorioso San Juan Bautista no sólo era virtuoso, mas parescía ser la misma virtud, y con todo esto no le alaba Cristo de cosa más que de la constancia que tuvo en el vivir y del ánimo que mostró en el predicar, diciendo: «Quid existis in desertum videre arundinem vento agitatam?»; como si más claro dixera: «¿Qué salistes a ver vosotros los hebreos del desierto? ¿Pensáis por ventura que es el hixo de Zacarías alguna hoja de caña, que a cada viento se trastorna?» Mucho es de notar que no alaba aquí Cristo al glorioso San Juan de que andaba descalço, estaba solo, comía langostas, bebía agua salobre, moraba entre las bestias, se vestía de cerdas y dormía entre las espinas, sino que solamente le alaba de que fué tan grande su constancia, que jamás salió del desierto desde que se fué a él desde niño.

Bien podemos creer, padres, que en tantos años y en tan bravos desiertos debía çufrir el buen Bautista mucho frío, gran hambre, asaz sed, graves tentaciones y peligrosas enfermedades y muy tristes soledades, y de ninguna cosa destas hace Cristo mención, sino es de su muy gran constancia, de manera que le aprobó y loó, no el haberse ido al yermo, sino el nunca se haber tornado al mundo. «Omnes in agone contendunt, sed unus accipit bravium; sic currite ut comprehendatis», decía el Apóstol, como si más claro dixese: «Muchos son los que salen a la tela a justar y muchos son los que van a la carrera a correr; mas al fin de la jornada el que acierta mejor lleva la joya».

Este consejo que da aquí el santo Apóstol no es de voluntad, sino de necesidad, pues le sería de menos mal a cualquier monje haberse quedado allá en el mundo que no haber tomado en la religión el hábito, si después no permanesce en lo que tomó y guarda lo que prometió. En la última cena que Cristo hiço con sus discípulos, el jueves de la cena, en diciéndoles «vos estis qui permansistis mecum in tentationibus meis», también les dixo luego: «et ego dispono vobis regnum», como si más claro dixera: «Pues vosotros y no otros permanescistes conmigo en mis trabajos y me habéis seguido en mis peligros, sed ciertos y no dudéis que os asentaré a mi mesa y os colocaré en lo mejor de mi gloria, para que allí fruyáis de mi divinidad y gocéis de mi humanidad». ¡Alto y muy alto misterio es éste!, que habiendo los Apóstoles por seguir a Cristo dexado a sus padres a sus hermanos, a sus tierras, a sus herederos y haciendas, y lo que es más que todo, que negaron sus voluntades proprias, no les agradesce Cristo otro servicio sino el haberle seguido hasta el cabo. No dixo Cristo a sus discípulos «vosotros sois los tentados», sino «vosotros sois los que permanecistes conmigo en mis tentaciones», para darnos a entender que en el otro mundo no asentará Dios a su mesa sino a los que acabaren hasta el fin de la jornada. Hablando el santo David de lo que sentía del varón justo, decía: «Non dabit in eternum fructuationen justo», como si más claro dixera: «Uno de los privilegios que da Dios a sus familiares y amigos es que ninguna tentación los mude de su buen propósito, ni ninguna adversidad los estorbe de llegar su obra al cabo, porque el don de la constancia y perseverancia es de muchos deseado y de pocos alcançado». Començar algún bien condición es de buenos, proseguir aquel bien oficio es de virtuosos, mas acabar aquel bien previlegio es de santos, porque, hablando la verdad, por más que nos esforçemos y aun por más que presumamos somos para resistir el mal muy tiernos de coraçón, y muy mudables de condición. ¡O cuán bienaventurados serán los que oyeren decir a Cristo: «Vosotros sois los que permanescistes conmigo, porque permanesciendo conmigo os goçaréis y reinaréis siempre conmigo en la gloria y bienaventurança»!, «ad quam nos perducat Jesus Christus. Amen».