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Letra para el abad de Monserrate, en la cual se tocan los oratorios que tenían los gentiles, y que mejor vida es vivir en Monserrate que no en la corte.


Muy reverendo y bendito abad:

A las once calendas de mayo me dió una carta vuestra vuestro monge Fray Rogerio, la cual yo rescebí con alegría y leí con placer, por ser de vuestra paternidad y por traerla aquel honrado padre. De Aureliano, el emperador, se lee que le eran tan pesadas las cartas que le enviaba el cónsul Domicio, que las oía, mas que no las respondía. A la verdad, hay personas tan pesadas en el hablar y tan sin gracia en el escrebir, que querría hombre estar más de calenturas que oír sus palabras ni leer sus cartas. Nadie de nadie se debe maravillar, pues en los hombres son tan diversas las complexiones y tan varias las condiciones, que muchas veces, aunque no quiere, ama el coraçón lo que le estaría mejor aborrescer, y aborresce lo que le estaría mejor amar. Digo esto, padre Abad, para que sepáis que todas las veces que me dicen «aquí está uno de Monserrate», se me alegra el coraçón en oír de allá nuevas, y se me abren los ojos en leer vuestras cartas.

Escrebísme, padre, que os escriba si antiguamente había entre los gentiles oratorios sanctos como los hay agora entre los christianos, a la cual demanda diré lo que he leído y lo que al presente me acuerdo. El oráculo de los sículos era Libeo. El oráculo de los rodos era Ceres. El oráculo de los ephesinos era la Gran Diana. El oráculo de los palestinos era Bello. El oráculo de los griegos era Delpho. El oráculo de los numidanos era Juno. El oráculo de los romanos era Berecinta. El oráculo de los thebanos era Venus. El oráculo de los hispanos era Proserpina, cuyo templo era en Cantabria, que agora se llama Navarra. A lo que los christianos llaman agora hermita llamaban los gentiles oráculo, y este oráculo siempre estaba de las ciudades algo apartado y en muy grande veneración tenido. Estaba siempre en el oráculo un sacerdote sólo, estaba bien reparado, bien cerrado y bien dotado, y los que iban a él en romería podían solamente las paredes besar y desde la puerta mirar; mas dentro no podían entrar, excepto los sacerdotes ordinarios y los embaxadores extrangeros. Cabe el oráculo siempre plantaban árboles; dentro dél siempre ardía aceite; el tejado dél era todo de plomo, porque no se lloviese; a la puerta estaba la imagen del ídolo, a do besasen; tenían allí un cepo grande, a do ofresciesen, y hecha una casa a do posasen. Plutarco loa mucho al magno emperador Alexandro, porque en todos los reinos que conquistaba y en todas las provincias que tornaba mandaba hacer templos muy solemnes para orar, y oráculos muy apartados para visitar. El rey Antígono, paje que fué del emperador Alexandro, y padre del rey Demetrio, aunque le reprehenden de haber sido en el gobernar muy absoluto y en las costumbres disoluto, mucho le loan los historiadores, porque cada semana iba una vez al templo, y cada mes dormía una noche en el oráculo. El Senado de Athenas mucha más honrra hizo al divino Platón después de muerto, que no le había hecho cuando era vivo, y la causa de esto fué porque el buen Platón, ya que de leer y estudiar estaba cansado, retrájose a vivir y a morir cabe un oráculo muy devoto, en el cual después él fué sepultado y como dios adorado. Archidamas, el griego, hijo que fué de Agesilao, después de haber gobernado veinte y dos años la república de Athenas, y haber vencido por mar y por tierra diez batallas, mandó hacer en las más ásperas montañas de Argos un muy solemnísimo oráculo, en el cual Archidamas acabó la vida y aún eligió para sí sepultura. Entre todos los oratorios que los antiguos tenían en las partes de Asia, el más afamado era el oráculo que estaba en la isla de Delphos, porque allí de todas las partes del mundo concurrían, y allí más presentes llevaban, y allí más votos hacían, y aún allí más respuestas de sus dioses tenían. Cuando Camillo venció a los sannitas, hicieron los romanos voto de hacer una imagen de oro para enviar a aquel oráculo, para la cual las matronas romanas dieron los collares, los anillos, las manillas y chocallos de sus personas, por la cual magnificencia fueron ellas muy honradas y aun muy previlegiadas.

He querido deciros esto, padre Abad, para que sepáis no es cosa nueva en el mundo haber en los pueblos templos y hermitorios. La diferencia que hay de los nuestros a los suyos es que aquellos oráculos los señalaban los hombres, mas los nuestros santuarios elígelos Dios, de lo cual se sigue gran utilidad y no poca seguridad, porque en el lugar que de Dios es escogido podemos orar sin ningún escrúpulo. Acuérdome haber estado en Nuestra Señora de Loreto, de Guadalupe, de la Peña de Francia, de la Hoz de Segovia, y de Balbanera, las cuales casas y sanctuarios son todas de mucha oración y grande admiración; mas para mi contento y mi condición, a Nuestra Señora de Monserrate hallo ser edificio de admiración, templo de oración y casa de devoción. Digo os de verdad, padre Abad, que nunca me vi entre aquellos riscos ásperos, entre aquellos montes grandes y altos, entre aquellos cerros bravos y entre aquellos bosques espesos, que no propusiese en mí de ser otro, que no me pesase del tiempo pasado y que no aborresciese la libertad y amase la soledad. Nunca pasé por Monserrate que luego no estuviese contricto, que no me confesase de espacio, que no celebrase con lágrimas, que no velase allí una noche, que no diese algo a los pobres, que no tomase candelas benditas y, sobre todo, que no me hartase de sospirar y propusiese de me enmendar. ¡Oh, pluguiese a Dios del Cielo, y a Nuestra Dona de Monserrate, que tal fuese yo en esta tierra cual propuse de ser en esa sancta casa! ¡Ay de mí, ay de mí, padre Abad, que cuanto más voy cargando en días, tanto más floxo me siento en las virtudes, y lo que peor de todo es, que en deseos buenos soy un sancto y en hacer obras buenas soy muy pecador, predicando yo, como yo predico, que el cielo está lleno de buenas obras y el infierno de buenos deseos. No sé si son amigos que me aconsejan, parientes que me importunan, enemigos que me descaminan, negocios que se me ofrescen, César que siempre me ocupa o el demonio que siempre me tienta, que cuanto más propongo de apartarme del mundo, tanto más y más cada día me voy a lo hondo. Es, pues, verdad que es apacible la vida de la Corte para tener apetito de ella, sino que allí sufrimos hambre, frío, sed, cansancio, pobreza, tristeza, enojos, disfavores y persecuciones, lo cual todo se sufre, por que no hay quien nos quite la libertad, ni nos pida cuenta de la ociosidad.

Creedme, padre Abad, y no dudéis que para el ánima, y aun para el cuerpo, es mucho mejor vida la que tenéis allá en Monserrate, que no la que tenemos acá en la Corte, porque la Corte muy mejor es para oír lo que en ella pasa, que no para experimentar lo que en ella hay. En la Corte, el que vale poco está olvidado, y el que vale mucho es perseguido. En la Corte no tiene el pobre qué comer y el rico no se puede valer. En la Corte son pocos los que viven contentos y muchos los que están aborridos. En la Corte todos procuran por privar, y al fin uno lo viene todo a mandar. En la Corte, ninguno ha gana de se morir, y después ninguno vemos de allí salir. En la Corte hacen muchos lo que quieren y muy poquitos lo que deben. En la Corte todos de la Corte blasfeman y después todos la siguen. Finalmente, digo y afirmo lo que muchas veces he dicho y predicado, y es que la Corte no es sino para privados que la desfructan, y para mancebos que no la sienten. Si con estas condiciones queréis, padre Abad, veniros a la Corte, desde aquí os la trueco por vuestrá Monserrate, y aun os doy mi fe como christiano que más veces os arrepintáis de haberos tornado cortesano, que no yo de meterme ahí monge benito. Por lo mucho que os quiero, y por la devoción que ahí tengo, sois obligado a rogar a nuestro Señor me saque de aquesta infame vida y me alumbre con su gracia, sin la cual no le podemos servir ni mucho menos nos salvar.

De mano de Fray Rogerio rescebí las cuchares que me envió, y a él di el libro que me pidió, por manera que yo terné cuchares para comer y vuestra paternidad no estará sin libros para rezar. En lo demás que me escribe acerca del monesterio, será el caso que hagáis con Dios por mí como devoto, que yo haré con César obra de amigo.

No más, sino que Nuestro Señor sea en su guarda.

De Valladolid, a VII de enero MDXXXV.