Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

  —061→  

ArribaAbajoLuz

3.ª Semana de Noviembre de 1898. Barcelona. Núm. 6


imagen

  —062→  

imagen


ArribaAbajoArte Nuevo

La regeneración estética en España


Ahora que tanto se habla de regeneración; ahora que todo el mundo estudia el medio para que nuestro país se levante desprendiéndose del atonismo, de la indiferencia que le caracteriza, para que de nuevo emprenda la marcha del Progreso y dé al mundo no ya el espectáculo de un pueblo decadente sino el ejemplo de un edificio que se levanta sobre las ruinas de otro que la civilización ha derrumbado; cuando todo el mundo dá planes y más planes, ideas y más ideas que la mayoría son tan solo ampulosa poesía; creemos que es la hora de hablar, de hacer comprender la imposibilidad de una regeneración soñada. España no será ya más que un país de recuerdos, un museo de grandes muertos gobernado por vivos grandes.

imagen

Relieve para encuadernación, por A. de Riquer

Y no se saque como argumento para asegurar la regeneración de España, el que ésta haya sido por mucho tiempo país grande y floreciente, cuna de los más grandes talentos y corona la más recargada de florones; no, esto no sirve más que para demostrar la imposibilidad de regenerarnos. Y aunque no quiero saber historia, recordemos algunos rudimentos y quizá nos convenzamos de la imposibilidad de regenerarse una nación en otro tiempo grande y que ahora han dejado atrás otras razas nuevas, de sangre salvaje é inteligencias vírgenes.

Nuestra raza, ya ha dado lo que tenía que dar; que vengan ahora otras y que nos enseñen lo que nosotros no podemos ni saber ni muchas veces llegar a comprender. Y en la historia vemos: Egipto, país cuna de las ciencias, de las artes, cuna de un progreso verdadero, derrumbado y casi olvidado por una civilización que sin asiento fijo, recorre todo el mundo como una abeja que una vez ha libado el jugo de una flor la deja marchitar para posarse en las hojas de otra nueva flor. Vemos luego la civilización y el adelanto marcharse á Grecia y sentar allí sus reales, dictando leyes, abriendo nuevas sendas, para después huir dejando en Grecia solamente el recuerdo de una edad de oro y una pléyade de genios que siempre atestiguarán los esfuerzos de unas generaciones pasadas. Persia, Roma, China y tantas otras, en las que la civilización y el adelanto tuvo asiento, yacen ahora solo en las bibliotecas de los sabios, en los albums de los artistas y en forma de ruinas esparcidas por las llanuras y las ciudades muertas, después de haber arrastrado una vida de trabajo para formar las razas que antes instruyeron y ahora les dominan.

¿Y aún hay quien sueña en regeneración cuando ni siquiera tenemos el talento de conservar nuestros recuerdos?... cuando vemos los monumentos que levantaron nuestros padres de ayer, convertidos en montón de piedras sin una lápida que nos hable de la edad de oro pasada, sin un guardián que los enseñe, una verja que impida la profanación de aquellos restos y los proteja contra los que sin alma para recordar los ultrajan arrancándolos de   —063→   la tierra en que se levantaron, para ir á adornar las salas de cuatro museos extranjeros ó cuatro salas particulares, diseminados y perdidos para nuestro país...

Nuestra raza está degenerada; vamos perdiendo las energías y la prueba de esto es esta misma indiferencia con que lo vemos todo y lo dejamos hacer todo; indiferencia que solo tiene el enfermo moribundo que inútilmente se quiere arrancar de los brazos de una muerte que le aguarda... Aquel va al olvido eterno, nosotros no, nosotros vamos al recuerdo eterno imperecedero, porque de nosotros siempre se hablará y todo el que hable en lo venidero de civilización y de arte dedicará algunas páginas al recuerdo de un país que fué, de un país grande y floreciente, de una España dominada ya por otras razas con más alientos y más energías que la nuestra que ya pasó. Nuestra muerte es segura; muramos al menos bien; sírvannos nuestros monumentos de sepulcro y conservemos nuestros pocos recuerdos para enseñarlos á las generaciones venideras como muestra de una nación que fué.

El cambio se impone, nuestra raza raquítica ya está gastada, la civilización, el adelanto, el mundo quiere energías que consumir, alientos que debilitar y vida nueva que segaste en su trabajo; vengan estas energías, vengan estos alientos y esta nueva vida que el mundo necesita para volar por los aires y correr y perderse en el fondo de un camino que no conoce; venga un impulso para que el mundo no se detenga; quédense atrás los espíritus afeminados y que siga en su correr veloz el que pueda. ¡Atrás la indiferencia!

¡Paso libre, paso al Norte!

J. M.ª R.

imagen

A n'ella, la forma escultural del segle d'or d'Atenas, no li escau. Es de color esblaymat de flor exótica y concentra la vida en la rojor dels llavis, en lo brill esbojarrat dels ulls que guspirejan.

Té la expressió perversa y l'ample gest de la bacant moderna. Esgrogueida, nirviosa, es la imatge vivent del vici refinat, de la luxúria.

Sacerdotisa obscena, de vells y joves revifa'l plaher extenuat: en sa boca hi xuclan los petons que al drinch de l'or hi esclatan; matzina que deixa'l llavi sech, la boca salabrosa y la conciencia contorvada.

Los seus sospirs, son los sospirs d'escola: son pit, joguina de lascius, no nodrirá jamay el infantó rialler color de rosa, de rinxols d'or y de mirada d'ángel; que per allí hont les altres donen vida ella dóna la mort.

Y envellirá sens que son cap s'acotxe, sens que la desperte la idea redemptora ni el temor pahorós del dies iræ; no flectirá'l genoll penedida; lo desig de perdres en la fosca solitaria sota la volta de la nau colpejantse'l pit, de cap en terra á la llum tremolosa de la llántia, no'l sentirá jamay. Lo neguit amoròs de vida eterna que fa vessar les llágrimes, lo penediment que santifica ab la pregaria y'l místich desconhort, ni la esperança, no niarán en ella.

Es la bacant lasciva, la obscena cortesana, la eixorca decadent de fi de segle.

ALEXANDRE DE RIQUER



  —064→  

ArribaAbajo¡Vengado!

(ORIENTAL)



Padre: un guerrero cristiano
tu faz de barba de nieve
osó ultrajar con su mano;
volé á retar al aleve
en mi corcel africano.
Lidió, cual bravo, el guerrero;
mas de mi alfange el acero
pronto, al segar su garganta,
hizo rodar a mi planta
exánime al caballero.

   ¡Lo quiso Alah! Ya vencido
arranqué del cuerpo inerte
el corazón al caido,
y hoy ya feliz vuelvo á verte
de aquel baldón redimido,
y te ofrezco en mi gumía
un recuerdo de aquel día:
¡su corazón calcinado
guarda en él por mí encerrado
su pomo de pedrería!

   Y ¡ay! del que en hora menguada
vuelva á tocar un cabello
de tu noble faz amada,
ni a entristecer un destello
siquiera de tu mirada.
Si todas las religiones
mandasen sus campeones
para ultrajarte, ¡verías
cuál me faltaban gumías
para encerrar corazones!

ARTURO REYES




ArribaAbajoUn caso de conciencia por Alexandre Hepp

imagen

Peer gynt, reproducción del programa de la primera representación.

Con tardío paso y el cigarro en los labios subía una calle de Montmartre. Por todas partes los talleres rebosaban gente; los enyesados albañiles se dirigían presurosos á la taberna; los obreros se estacionan en la entrada del pequeño restaurant para proveerse de alimento.

Era la animada hora del mediodía, la hora durante la cual los que son más adustos durante el trabajo parece que se transforman en hombres dulces y buenos.

De repente, á la mitad de mi paseo, sentí un ruido sordo, oíase un rumor como el de un trueno lejano.

¿Qué sucedía? Estalló quizás una riña después de la bebida, luego de una discusión o una rivalidad. Y miraba atentamente creyendo distinguir la víctima que llevaban mal herida á la farmacia próxima.

Pero nada de eso ví. Un compacto grupo corría gritando y vociferando de una manera estrepitosa.

Los brazos se agitaban en el aire, ventana y balcones se abrían bruscamente, salían las gentes de las tiendas, la multitud corría sin saber el porqué con la esperanza de hallarse con un gran acontecimiento.

De repente de entre el grupo uno gritó:

-¡Cojedle!

Diez, cien voces repitieron entonces el mismo grito; salía de todas las bocas á veces irónico, á veces siniestro:

-¡Cojedle! ¡cojedle!

Los niños, los hombres, las mujeres, los cocheros de pié en sus asientos exclamaban gesticulando y amenazando:

-¡Prended al ladrón! ¡cojedle!

Qué ladron? qué asesino? nadie habría podido decirlo precisamente, pero con el contagio la embriaguez aumentaba, era una ciega locura de represalia y linchamiento; era el instinto inconscientemente feroz y cobarde del gentío que allí se sublevaba; era el extremecimiento voraz de los perros antes de la caza.

Por fin uno que cerca de mí estaba dijo la verdad del caso.

Un hombre acababa de evadirse del coche celular que lo trasladaba á la cárcel.

Cuál era su crimen? Se ignoraba, pero era joven y no tenía mala catadura. Aprovechando la aglomeración de coches en una esquina, atropelló al guardia distraido, forzó la portezuela del coche celular y huyó.

Tan pronto hubo quien dió el impulso, que del más pequeño rincón, de todas las callejuelas y pasajes, salieron espontáneamente numerosos grupos en apoyo de la policía. ¡Contraste extraño y engañoso, raro problema de la naturaleza humana! en este barrio donde se recoge la cólera de las futuras   —065→   revueltas, refuerzo supremo de los oprimidos, de los desheredados, de los miserables cansados de sufrir siempre; la represión y la fuerza encuentran apoyo.

-¡Cojedle! ¡Cojedle!

Y rozando los muros, esquivando los grupos, culebreando, internándose por intrincados laberintos para reaparecer más lejos en una encrucijada, sin esperanza y fatigado ya, el evadido sentía que le iban al alcance.

En lo alto del barrio se le rodea, íbasele á cojer, a tomarle la delantera; dos veces estuvo á punto de ser preso, pero se ha librado emprendiendo furiosa carrera, no se escapará...

Se escapó otra vez después de una lucha en la que dejó su vestido hecho jirones, y de lejos le ví emprender de nuevo su carrera, descender, venir desatinado.

A veces pujante, con los ojos relampagueando ira, á veces suplicando á la generosidad, devoraba el camino; luego cejaba un poco, después brincando de un modo espantoso volvía a correr como un loco.

imagen

Era una defensa sublime contra los seres y las cosas ¡oh! los seres siempre buenos y dulces y entonces más crueles que los tigres y los verdugos.

-¡Cojedle! ¡cojedle!

-Hele aquí, hele aquí!

-Atención, caballero, asidle!

Estaba a algunos pasos de mí; pronto estará el alcance de mi mano. Con un último esfuerzo, después de un brusco desvío corría, la boca espumosa, anhelante, extenuado.

-¡Estás cojido, valiente! -aulló la multitud enloquecida.

El momento era decisivo.

Solo tenía que extender el brazo para detenerle.

Y mi brazo no se movió.

En medio de las vociferaciones, de la sorpresa y del furor de este noble pueblo, no hice un solo movimiento, y el hombre pasó.

¿Porqué no he detenido á ese hombre? No lo sé más que confusamente; sentía que no podía hacerlo, y aun me siento feliz de haberlo sentido así.

¿Qué debía hacer? Reivindicar mi parte de reponsabilidad en el castigo más ó menos justo que esperaba a ese infortunado? No considerar más que la palabra orden egoista y mezquina, no escuchar nunca la propia conciencia!... No, no, eso no me atañía: que se arregle la sociedad; yo no quiero ser el ejecutor de su vindicta!...

Vete, pobre diablo, quien quiera que seas, vete á que te prenden otras manos, tú que has desplegado tanta sagacidad huyendo de esta caza feroz!

¿Te has salvado?, tanto mejor; has gozado un momento del aire libre, del espacio reconquistado. No soy yo quien te privará de la libertad, no soy quien te encerrará otra vez.

La multitud persiguiendo siempre su presa, se había precipitado por mi lado y un vicio señor muy correcto, con leontina de oro, vino á atestiguarme su indignación.

-Si las gentes honradas desconocen sus deberes, si los derechos de la sociedad no son ineludibles, ¿qué será de nosotros?

Me propinó todas las frases que inspiran los estómagos satisfechos; habló soberbiamente, con toda la solemnidad, de la razón, y que según él, era yo algún feroz anarquista muy peligroso.

Pero la indignación de un personaje de tal alcurnia me causó satisfacción y me pereció una recompensa que me enviaba la Piedad suprema.

Próximamente los Sres. Boada y C.ª abrirán al público nuevamente en la Rambla de Canaletas, completamente reformado, su ya acreditado establecimiento. En el interior de él han dispuesto dichos señores un local ex profeso para exposición de cuadros, como otros muchos que existen en París.

Para anunciar su industria han encargado al artista Sr. Casas un cartel artístico del que tendremos ocasión de hablar.

Sabemos que es casi seguro que los «chanteurs de Saint Gervais», dirigidos por el Sr. Bordas, vendrán á esta ciudad para cantar junto con el «Orfeó Catalá».



  —066→  

ArribaAbajoCançons populars catalanes armonisades per Joan Gay

L'anunciació


imagen

imagen


La [ma]re de Deu
quan [er]a xiqueta
anava [a c]ostura
a [a]pren[dre] de lletra;
ab so[n co]ixinet
y la c[iste]lleta,
portava [...] y'nous
y alg[una] panseta
En fe[...]isets
y teix[...] cordeta,
Ella r[...]senyava
a due[s san]tetes,
a San[ta S]usagna
y a Sa[nta] Pauleta:
Estab[a] tirada
en un[a o]mbreta,
L'ang[el] va entrar
per la [fin]estreta
«Deu [us] guard, María,
de gra[cia] sou plena.
Parire[u u]n fill
será f[ill d]e Verge,
se dir[á Je]sús
rey de [cel] y terra».




ArribaAbajoEl fin de un mundo

(CUENTO)

I

Yo no sé si fué un sueño ó producto de mi calenturienta imaginación, pero es el caso que recuerdo haber vivido, antes de venir á este triste mundo, en otro mundo más civilizado y más perfecto.

Sí, no hay duda, lo recuerdo perfectamente. Allí la ciencia, el arte, la industria, todo en fin, estaba tan adelantado que casi era inverosímil un nuevo descubrimiento.

Sin embargo, los sabios más eminentes estudiaban, estudiaban con ardor, fijo el ideal de todos en un mismo punto, allí donde la ciencia aún no había llegado ni era probable llegase. Pretendían, en fin, igualarse á Dios creando un mundo y un hombre de la nada.

Yo estudiaba y en mis estudios iba muy adelantado, tanto que un día creí haber dado con el secreto é inmediatamente me dispuse á llevarlo á la práctica.

Sí; yo creé de la nada un mundo, árido en un principio, pero que á fuerza de constancia lo ví pronto poblado de exuberante vegetación. Yo creé al igual que Dios, ríos caudalosos, mares inmensos, valles apacibles, áridos desiertos, oasis seductores, largas cordilleras, estériles llanuras...

Yo creé todo esto y engreído con mi poder dirigí una mirada de orgullo al cielo y dije:

-Si consigo crear el hombre de la nada, mi poder se igualará al tuyo, Creador del viejo mundo.

Y seguí estudiando con nuevo ardor, esperando que el éxito coronaría mi trabajo.

Y, no me engañé; un día después de diversos ensayos infructuosos seguí mi objeto; entonces mi alegría no tuvo límites. Pero pronto vino la desilusión. Había creado de la nada un hombre y una mujer, pero permanecían junto á mí, inmóviles, sin calor, sin vida.

  —067→  

-Si yo pudiera animarlos -dije contemplando mi obra- mi triunfo sería más grande que el de Dios, pues El hizo á la mujer de una costilla del hombre y yo la he creado al igual que al hombre de la nada.

Y sin desmayar trabajé con nuevo entusiasmo y conseguí á fuerza de lucha, realizar mi ideal. Entonces se desbordó mi orgullo. Al ver animados, en movimiento, aquellos seres por mí creados no pude contener mi soberbia y les dije al igual que Dios dijo á nuestros primeros padres:

-Creced y multiplicaos y poblad el mundo por mí creado.

Y les mostré mi mundo y una sonrisa de triunfo y de satisfacción se dibujó en mis labios.

II

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Entonces llegué hasta Dios y dije altanero:

-He creado un mundo tan hermoso como el tuyo; he creado de la nada al hombre... ¡Yo también soy Dios!

Pero Dios sonrió con dulzura y me miró largo rato sin decir palabra.

-No me has oído? -exclamé- ¿te espanta mi poder?

-Me horroriza tu soberbia, infeliz. Si has llegado hasta mí es porque yo he querido; si has creado un mundo y un hombre es porque esta ha sido mi voluntad... Contempla el cielo, fíjate cuan bello es; el cielo es el premio que reservo a los justos... ¿Dónde se encuentra el cielo de tu mundo? ¿tu inmenso poder no ha sido suficiente para crearlo?... Ven, quiero que veas también el infierno, quiero que veas el porvenir de los réprobos, el porvenir tuyo, infeliz... y tú ¿no has creado un infierno?...

-Yo no quiero cielo, yo no quiero infierno. El hombre el morir no debe levantarse jamás; debe convertirse en polvo, pues de polvo ha sido creado.

-¿Esto es lo que crees?

-Sí -repuse con firmeza.

-Luego, tú vivirás cual yo eternamente? Contemplarás y presidirás tu obra siempre, siempre, pues tú que has dado la vida, harás que á tí no te falte jamás?...

-Naturalmente...

-Imbécil!... Yo he querido que llegaras á saber tanto para ver el orgullo   —068→   hasta donde conduce el hombre. Y lo he visto; has llegado hasta mí, pero no para darme gracias por mis favores sinó para insultarme, para hacer alardes de tu poder. Basta pues; creaste de la nada porque yo quise. Muchos años de estudio te ha costado tu obra; pues yo en un instante voy á destruirla. Muere tú también y vé al abismo, que allí te aguardan otros cual tú soberbios, y si tanto es tu poder evita esta destrucción, aniquílame á mí.

Y después de pronunciar estas palabras desapareció Dios de mi presencia y yo fuí lanzado al espacio. Iba dando vueltas con rapidez vertiginosa y ante mis ojos apareció el mundo por mí creado y ví cómo se destruía.

En vano pedí á Dios misericordia. Iba rodando, rodando por el espacio hacia el abismo, hacia donde me aguardaban mis compañeros de soberbia y oía la voz de Dios que me decía:

-Si tanto es tu poder ¿por qué no me aniquilas? ¿por qué no evitas la destrucción de tu mundo?

FRANCISCO DE A. SOLER.




ArribaAbajoLas tres bellezas

Personajes:

Enrique, joven poeta de ideas avanzadas, escribe un discurso que tiene que leer en el Círculo de artistas. Tema: ¡¡¡El Arte!!!

Julia, criada (habla pero no aparece en escena)

I

(Enrique sentado, frente á una mesa, muy impaciente, escribe el discurso).

«Señores: No hay duda que nuestra aspiración debe ser una: la belleza conseguida de la manera más perfecta, y á eso solo podrá llegarse haciendo un arte puro, sin medias tintas, sin valernos de recursos ilegales; sí señores, ilegales, dentro las reglas de arte. Nada de amores impuros, nada de escenas horribles y asquerosas; de esta manera, con estos medios, solo puede conseguirse una sensación artificial, ¡nunca la impresión profundísima que debe producir la verdadera belleza!»

»¿Cómo conseguiremos esto?

»Trabajando todos con entusiasmo; convenciéndonos que el arte no debe ser un oficio o una afición, sinó procurando que los que al arte se dediquen no sean amateurs ó jornaleros, sinó verdaderos sacerdotes de esta religión, la más hermosa. Cuando todos estemos convencidos de esto, cuando todos marchemos unidos, la vista fija en el cielo del arte, evocando el ideal, entonces habremos comenzado á cumplir nuestra tarea, y cuando descubierta ya la luz podamos iluminar al mundo con sus reflejos purísimos, no deslumbrados sinó guiados por ella; en fin, cuando todos lleguen á convencerse de lo que es bello y por consiguiente de lo que es bueno y obren conforme obrar deben, entonces, señores, el mundo será feliz y habremos alcanzado el verdadero ideal: el espectáculo del mundo feliz y rejuvenecido por el arte.

»Para lograr esto...»

(Al llegar aquí Enrique consulta el re1oj y se sorprende. Deja el discurso, busca un pliego de papel satinado y comienza á escribir de nuevo).

II

«Adorada mía: Hace tan solo veinte y cuatro horas que no te he visto y creo que hace un siglo.

»¡Estabas hermosísima con el traje azul! Hacía resaltar tus cabellos de oro. No se aparte de mí tu imagen. Pasan tiempos y modas y cambias de traje y de peinado, pero cuanto más te miro más me gustas. Solo una vez, ¿te acuerdas del cucurucho aquel?... ¡era horrible el tal cucurucho!

»Me pides unos versos y te prometo que los primeros que escriba serán para tí; los que tengo escritos me parecen pobres comparados con el poema que pienso dedicarte y que germina ya en mi cerebro. Será la novela de nuestro amor: los ratos felices que hemos pasado juntos, las palabras cambiadas, las inquietudes, los placeres, en fin, todo cuanto va desde el primer «te adoro» hasta el último beso que me diste (y ahora que de besos hablo debo recordarte que tus amigas me robaron uno... ¿te acuerdas? Son muy inoportunas tus amigas). Todo esto quiero contarte en mi poema y al leerlo los dos, seguramente volveremos á ruborizarnos de lo que hicimos, medrosos de unos pasos que se acercan ó llorosa tú por lo que creías y yo desesperando convencerte. Muchas veces he pensado en escribirlo, pero siempre he tenido miedo. Nadie ha de traslucir nunca todo esto, solo debemos saberlo nosotros, puesto que solo nosotros podemos comprenderlo, yo porque lo siento y tú porque eres la esencia de la belleza (se entusiasma) y cuanto más reflexiono más me convenzo que lejos de tus labios, de tus palabras, de tí, es imposible encontrarla.

»Adios.

»Enrique».

(Deja la carta y se dispone a continuar el discurso... Muy contrariado, dice:)

-¡Bien... pero yo la amo con amor puro. ¡Me casaré con ella!

III

(Intenta continuar el discurso, pero no lo consigue. Escribe y borra lo escrito; vuelve á escribir y otra vez hace lo mismo. Oye ruido en la habitación próxima y se levanta (es curioso), rie burlonamente y se vá).

Enrique.-¡Oye!...

  —069→  

Julia.-¡Quieto!

Enrique.-Hermosísima, ¡qué manos! ¡qué pies!...

Julia.-Quieto digo!

Enrique.-¡Oh... y qué lunar!

Julia.-¡Déjeme V.!...

Enrique.-Quiero darte un beso.

Julia.-¡Jesús!... (mucho ruido y después un chasquido suave).

Enrique.-¡Te besé por fin!

Julia.-Pero no en el lunar.

Enrique.-En los labios, y ahora otro en... (más ruido).

Julia.-¡La señorita! (risa burlona).

(Entra Enrique de nuevo y escribe. Se impacienta y dice:)

-No puedo negar que también tienen su belleza esos juego... de joven.

(Escribe otra vez, borra lo escrito y deja por fin contrariado el discurso).

Enrique.-¡Ay!... (prolongado).

¡Y, he de confesar con franqueza que es la menos esquiva!...

R. REVENTÓS.

imagen

Plafon decorativo, por Haus Christiansen




ArribaAbajoNuevas

En el número próximo publicaremos el retrato del genial artista Dario Regoyos, hecho expresamente por el Sr. Casas. Además publicaremos algunos datos sobre los trabajos del Sr. Regoyos y un juicio crítico de la exposición que dicho artista ha abierto en «Els quatre gats».

Tenemos también para publicar los retratos de los Sres. Nonell y Canals hechos ex profeso por Canals y Rusiñol, que publicaremos con algunos trabajos de dichos señores.

Creemos que sería muy necesario para el adelanto del arte nacional el abrir un concurso para el decorado interior del Palacio de Justicia.

Es una idea que la acogerían con entusiasmo todos los artistas y que reanimaría los ánimos que tan decaídos se encuentran en nuestro país.

La verdadera protección consistiría en abrir concursos que estimulasen al arte y á los artistas.

También podría hacerse lo propio con algunos salones del nuevo Palacio Real, y así no serían las obras estas, conjuntos antiestéticos dignos la mayoría de la crítica más acerba.

  —070→  

imagen




ArribaAbajoApuntes histórico-musicales

(Continuación)

E1 ukengue ó campana, compuesto de dos de éstas afinadas y unidas, en sus dos extremos, por un mango que suele constituir por sí solo una obra completa de cordonería. Tocan esta campana sin badajo, dándole fuertes golpes con un palo de madera muy dura, apagando el sonido apoyando la boca de la campana sobre el muslo ó sobre el pecho. Generalmente las dos campanas emiten un sonido completamente distinto, es decir: una, que produce un sonido grave que ellos atribuyen á preguntas que hace el músico y la otra, que produce un sonido agudo, á respuestas de alguien que se encuentra á larga distancia.

imagen

Boj, por C.T. Tarling

El goomi ó arpa se parece muchísimo á nuestras arpas, presentando un tamaño más reducido. En el día es el instrumento que más analogía guarda con los nuestros. Ofrece una gran ventaja y es la de poderse afinar por medio de clavijas, ventaja que no ofrece ningún instrumento de los que ordinariamente usan.

El ukumbi ó cítara, que ellos fabrican con una pequeña caja de madera cuya tapa es de forma rectangular y el fondo cóncavo. Sujetas en el centro de la tapa se encuentran siete varitas de bambú que descansan en dos puentes y que se pueden correr á uno y á otro lado, permitiendo por lo tanto una relativa afinación. Los sonidos que emite este instrumento son apagados y sucios12.

Examinando detenidamente un coro popular entre los habitantes de este país salvaje, he visto que los acordes que lo forman siguen siempre modulaciones que tienden á conservar la idea del tono primitivo; y aunque alguna vez se separan de él es para determinar otro nuevo. Contiene pues el principio tonal, uno de los más esenciales para la composición de cualquier género de producción musical. Contiene el principio rítmico (solución de continuidad del principio tonal), porque es susceptible á la división binario-compuesta; la cual nos demuestra que su ignorancia en música no es tan considerable como algunos creen; pues yo entiendo que son solo relativamente ignorantes (musicalmente hablando), quienes demuestran tener cierta intuición harmónica y metronómica.

III

Distintos pareceres hánse echado á volar en tratados y opúsculos de origen más ó menos auténtico sobre el de los primeros ensayos de música en la China.

Si leemos á unos, sentaremos como precedente que Jo-He fué el inventor de la música y de la lira; mas si leemos á otros debemos convencernos de que fué Fou-Hi I, emperador de la China 3,648 años antes de Jesucristo, el que en realidad inventó la lira, dió las primeras reglas musicales y trabajó con fe para propagarlas.

Incógnita es esta difícil de descubrir; no obstante, uniendo á este, otros datos más, héme convencido de que todo lo que tiene de real y positiva la figura de Fou-Hi I, tiene de fantástica é ilusoria la de Jo-He. Así pues, aunque de poco valga mi opinión, no vacilo en asegurar que el verdadero inventor de la lira china, y el que primero ensayó la música entre los chinos fué Fou-Hi I á quien se debe también la invención de la sse, especie de guitarra de 36 cuerdas. Los instrumentos que progresivamente fueron conociendo son: el tambor, el timbal, los platillos, el sistro, la flauta, el salterio, las campanillas, el carillón, lira con láminas de acero, y el tam-tam.

N. I. N.

(Continuará).

  —071→  

AVISO: Hemos conseguido la publicación de ESPAÑA NEGRA del conocido poeta EMILE VERHAEREN, traducción é ilustraciones de REGOYOS y un prólogo de RODRIGO SORIANO. Dentro de dos números empezaremos á publicarlo.




ArribaAbajoFantasía



       Plomo en mi boca, en mi pupila sombra,
       la mente entorpecida,
       y el corazón cansado,
       en el fondo de un féretro gemía.

       Después de haber dormido mucho tiempo
       se despertó mi alma.
       Me pareció que oía
       alguno que a mi tumba se acercaba.

       -«¿No quieres levantarte, Enrique mío?
       el día enterno brilla,
       los muertos ya se alzaron
       comienza al cabo la perpetua dicha.

       -No puedo levantarme, amada mía;
       mírame bien, soy ciego;
       tanto por tí he llorado,
       que al fin mis ojos se quedaron secos.

       -Enrique, con mis besos, de tus ojos
       ahuyentaré la noche;
       es preciso que veas
       los ángeles y el cielo y los fulgores.

       -No puedo levantarme, amada mía;
       la herida que tu lengua
       abrió en mi pecho amante,
       aun mana sangre y permanece abierta.

       -Sobre tu corazón tan solo, Enrique,
       apoyaré mi mano,
       no manará más sangre;
       de aquella herida quedarás curado.

       -No puedo levantarme, amada mía,
       tengo herida la frente;
       una bala de plomo metí en ella
       cuando me enloquecieron tus desdenes.

       -Enrique, con los bucles de mi pelo
       yo cerraré tu herida,
       restañaré tu sangre
       y volverá á tu pecho la alegría».

       No pude resistir; era tan dulce
       la voz que me llamaba,
       que quise levantarme
       y correr al encuentro de mi amada.

       Y se abrieron de pronto mis heridas,
       y la sangre mis alenes y mi pecho
       anegó en turbulentas oleadas,
       y desperté llorando de mi sueño.

ENRIQUE HEINE

imagen

imagen

  —072→  

imagen