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Cartel por Cheret.
Se le conoce entre el público especial que busca personalidades nuevas y desde las primeras exposiciones que los Artistas independientes organizaban en Perís. Entre los que formaban este grupo, figuraba Regoyos, como uno de los más independientes, y continúa siéndolo.- Tanto por el Aurea mediocritas que le deparó la suerte, como por las ningunas ganas de aumentar su hacienda, siempre ha vivido Regoyos alejado de las sañudas luchas por la vida. Cuando ha podido viajar, ha recorrido media Europa; cuando el alma le ha pedido reposo, se lo ha proporcionado en el acto su enérgico albedrío; ha pintado tristezas, si triste se sentía; notas grises entre las brumas del Norte, abigarradas manchas cuajadas de talento para que las esplotaran otros más hábiles, cuando ha establecido su andante caballete en los pueblos primitivos de España, llevándose de todas partes interesantes croquis, acuarelas, tablillas, fragmentos, estudios, dibujos, perfiles, litografías, aguas fuertes y notas escritas ó pintadas, sin ocurrírsele13 nunca trazar los que suelen llamarse cuadros, destinados á que el público comprenda lo que vale un pintor, en pesetas, francos ó libras. -Para Regoyos, la pintura es ante todo, un goce completamente personal, algo así como un cordial para atravesar con plácida calma, el largo viaje de la vida. En sus álbums, que cuenta por centenares, abundan tanto los documentos plásticos, como las justas y gráficas notas literarias; si Regoyos quisiera atraerse al público, le bastaría refundir en un todo pictórico, lo esencial que ha dibujado y lo accesorio que ha escrito. Hasta hoy su procedimiento le ha bastado aun sin satisfacerle y por esto accediendo á los ruegos de algunos amigos, le vemos en su Exposición, tal cual es, sin ninguna preparación ni afeite destinados á cautivar la curiosidad, con malas artes.- El que se le apliquen motes con mayor ó menor gracia, le dejan completamente tranquilo, siendo el primero en reirse de las iras, así vengan de un grupo indiferente como de un sesudo crítico predicando desde la cumbre de un sabroso queso.
Cuando los artistas europeos sacudieron el penoso yugo de la perspectiva aérea, del contorno y de los diutornos, de las composiciones ponderadas y de los convencionalismos que solo campean como florecientes en los mansos estudios de los madriles; cuando sonaron en los lienzos las bélicas notas de los Manet, Degas, Monet y otros muchos artistas conscientes y honrados, nuestro amigo llegaba á sus mocedades, en los hermosos montes asturianos. -Desde Madrid, reconfortado con la admiración de Velázquez, —087→ Goya y del Greco, fuese por mera curiosidad á Bruselas, donde causaban la indignación general las exposiciones de los que se denominaron los veinte; el pintor español, que se había trasladado a la capital belga, con billete de ida y vuelta, apresuró tanto su regreso, que efectivamente, residió en la hermosa ciudad de Brabante, siete años consecutivos, siendo uno de los miembros más activos y discutidos de la sociedad artística, precursora del floreciente estado actual.- Desde allí, recorrió Inglaterra, Holanda, Alemania é Italia, frecuentando los escritores, olores y músicos que son hoy la esperanza de que nuestra época deje algo inteligente. -Al disolverse la sociedad des XX, regresó lentamente á España, prolongando su paso por París y el Norte de España, su presente hegira barcelonesa.
Dario de Regoyos
En su exposición, vemos nosotros todo cuanto llevamos a apuntado, bañándolo todo una ingenuidad evidente para los que conocemos el hombre y que le niegan furiosamente todos aquellos que solo pueden vivir en plena convención. Si se discutiera su valor, bastaría la suscripción iniciada para adquirir el cuadro que figuró en la Exposición de Bellas Artes celebrada en Barcelona en 1894, en la que figuran Casas, Gaudí, Rusiñol, Casellas, Sardá, Pascó, Pellicer, Pichot y otros; proponíanse ofrecer el cuadro al Ayuntamiento, el cual como era de esperar, rehusólo desgraciadamente, quedando en poder de los suscriptores, para esperar otros tiempos en que no se estrujen las libres manifestaciones del Arte, en las inespertas manos de los que mayores alientos debieron infundirles.
Este cuadro, es la pieza de resistencia de la pequeña exposición organizada en los Quatre gats; para los que conocen las catedrales de Ruán que pintó Monet, resulta evidente que conservando su personalidad, puede Regoyos sostener honrosamente la comparación; para todos, por lo menos para los que sepan ver, resulta un soberbio pedazo de pintura, sóbrio, justo, equilibrado y en una palabra, escelente.
Atraen luego las miradas, una serie de tablillas, y una numerosa cantidad de cróquis, rápidas percepciones de la insaciable curiosidad que mueve el espíritu de Regoyos. -Como de todo ello se ha ocupado la crítica profesional, juzgándolo con mayor ó menor acierto, nos abstendremos de todo comentario, pues solo nos ha movido el deseo de presentar a Regoyos como artista, dejando el efecto que producen sus obras para los pocos ó muchos alcances de los que las vean, ya que su valor es indiscutible, como se verá tras cierto período de tiempo, cuando cocinen los elementos allí destrozados, los que en arte medran acondicionando las sobras.
A. L. DE BARÁN.
E. MARQUINA.
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Convencidos del absoluto desconocimiento14 que tenemos de los buenos literatos extranjeros, la mayoría de los españoles abrimos en «Luz» esta sección destinada exclusivamente á popularizarlos, entre nosotros. Sin prejuicio ninguno; sin obedecer á escuela determinada; libres con la absoluta independencia de los enamorados del arte, ni juzgamos superiores á todos los autores modernos, ni ridículamente pretendemos encerrarnos en un culto apolillado de los clásicos. Unos y otros tienen obras maestras y de unos y otros las traduciremos; que, como el hermoso Pecopin, el arte es perpetuamente joven.
Paul Verlaine, de quien nada, que sepamos, se ha traducido en castellano y que ha llegado á ser jefe en París de una escuela novísima, tiene derecho á ser conocido de todos los que sériamente se dedican á las Letras. Abrasado en ardores místicos, cuando no sacudido por los amargos latigazos de una lascivia enferma y refinada; es el poeta de las sangrientas poesías religiosas, con visiones de Edad media y de las afrodisíacas apologías de la carne en versos que palpitan con estremecimientos de mujer vencida. Sensible hasta la enfermedad, es, en sus sonetos particularmente descriptivo hasta el análisis. Es el poeta de las frases sujestivas y de las palabras con verdadero color. En sus últimos años, cuando eran su vivienda habitual los hospitales, se dió con terquedad de niño, á la bebida del ajenjo y no escribía sin tener delante la copa dulcemente amarga. Algo de eso se trasluce en su obra; la atormentadora musa verde ha inspirado la mayor parte de sus versos, que, si perpetuamente revelan una mano de artista y un corazón de hombre, son, al mismo tiempo, como confesaba el mismo Verlaine «ægria somnia», sueños de los que inspiran al enfermo las estrambóticas flores pintadas en las cortinas de su cama.
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Blancos los, muros, rojo el techo, al borde | |||
del gran camino polvoriento, en que arden | |||
los pies y te ensangrientan, es la fresca | |||
y alegre Hospedería; la pusieron | |||
por título «La Dicha»; se os ofrece | 5 | ||
con pan tierno, buen vino y no os exije | |||
pasaporte á la entrada. | |||
Aquí se fuma, | |||
aquí se bebe, aquí se duerme; es viejo | |||
el hostelero y veterano casi; | 10 | ||
la mujer que, á su modo, lava y peina | |||
á diez chiquillos rubios y tiñosos, | |||
habla de amor aún y de alegría | |||
¡y hace biezn! | |||
En la sale, con el techo | 15 | ||
negro y cruzado de roñosas vigas, | |||
con las estampas, ágriamente charras | |||
del buen Malek-Abdel y los Tres Reyes, | |||
os acoge el perfume confortante | |||
de las sopas con ajo. ¡Ese murmullo! | 20 | ||
-Es el puchero que acompaña, hirviendo, | |||
el tic-tac del reloj fiel y buen-hombre. | |||
Y la ventana se abre sobre el campo. |
(Trad. de MARQUINA y ZULUETA).
Era al día siguiente de la batalla y el general vencido se paseaba lívido y avergonzado sobre el campo cubierto de cadáveres. -poneos en su caso.- Un general vencido es peor que un autor silbado: es cien veces peor; es peor todavía que un autor académico aplaudido. Pero nuestro hombre no era de suyo acoquinado, ni conocía esa gran virtud de los cobardes, que vulgarmente se llama resignación. Miraba á Oriente, miraba á Occidente, á norte, á sur, y por todas partes veía lo mismo: montones de cadáveres, cabezas partidas, miembros dislocados, fusiles apretados convulsivamente.
Y el general hablando para sí decía:
«¡Si ahora tuviese yo mi escuadrón numeroso! ¡Si el buen trompeta Marcial, de los carrillos rojos, y mi escogida tropa de tenientes airosos y jóvenes viviese todavía! ¡Cómo me vengaría de la suerte en esta última batalla, remedo de la primera! ¡Oh escuadrón mío numeroso! ¡Oh campos, oh ciudades perdidas para siempre!»
Y aquí el retorcer con desesperación sus puños; y el cruzar los brazos sobre el pecho, con la cabeza hundida entre los hombros; todo como Napoleón en Santa Elena. Hé aquí un cuadro: Napoleón en la Isla Inglesa, que resulta siempre humano. Porque es la verdadera representación de la vida del hombre sobre el mundo. ¡Oh inmensa y muda Santa Elena de los Espíritus! ¡con qué satisfacción inmensa pienso abandonarte! -A pesar de lo cual no faltan hombres para quienes es el mundo más bien un jardín que la famosa cárcel del coloso. Son todos aquellos que se sienten con mayor vocación de jardineros que de colosos- y ¡allá ellos! pero yo no les envidio.
Pues bien; nuestro general era un hombre pundonoroso y un caballero sin tacha. -Y esto no debeis ponerlo en duda ó por lo menos, aconsejo que no lo hagais delante del general si quereis estar bien con vuestro pellejo. Por eso el pobre hombre se atormentaba y se deshacía por dar con una solución que le librase de la horrible carga de la derrota. -¡Si pudiese dar nuevamente la batalla!- Pero poneos otra vez en el caso del general. «Se puede hacer un Templo sin dioses; ¿para cuándo se inventaron las imágenes?-Se puede escribir un poema sin ideas ¿no vienen aquí que ni pintadas las famosas ¡Palabras! de Hamlet?-Pero no se puede dar una batalla sin soldados.- Y esto el general lo veía claramente, irrefutablemente, aun cuando una idea luminosa vino á cruzar por su imaginación y el rebelde vencido lanzó un grito de alegría considerándose salvado. -¡Aquel trompeta —090→ Marcial, de los carrillos rojos, había de tener buenas ocurrencias hasta después de muerto! ¿Pues no había caído debajo de su caballo y sacando solamente, entre las convulsiones de la agonía, la mano con que sostenía la corneta como ofreciéndoselo al general? Hay acciones que se llevan á cabo maquinalmente y de esta manera tomó el general la corneta de manos de Marcial y de esta manera la hizo sonar, llamando á sus soldados.
Un espantoso ruido de mar agitado se hizo sobre los campos y el ejército de cadáveres se puso en pie, acudiendo al llamamiento de su señor. Nada más obediente que los muertos; por lo menos en los cuentos militares.
Nuestro famoso derrotado se encontró delante de un buen número de respetables esqueletos y se ahogó la voz de mando en su garganta; ¿cómo mandar á tan amenazadores subordinados? Hasta el trompeta Marcial, ahora de carrillos verdosos y descarnados, tenía algo de misterioso en las vacías cuencas. El general tembló por primera vez sin saber qué decir delante de su ejército sombrío y los esqueletos se movieron con un ruido de otro mundo.
El general tembló por segunda vez y dió un paso hacia ellos: todo inútil; no encontraba voces para dirigir á aquella turba que le hipnotizaba. Tembló entonces por tercera vez y exclamó: «Haced de mí lo que querais: para eso os he llamado.» Sin voluntad ninguna, sin vanidad, sin resistencia, pobre mansísimo de corazón, se entregó á ellos.
Los aparecidos se irguieron delirantes de alegría y el general sucumbió á las pocas horas.
Habían caido sobre él corno el águila del genio sobre el desnudo cuerpo de Prometeo; como los sentimientos gigantescos; las grandes ideas irrealizables sobre el hombre impotente y enfermizo.
Este es el cuento de los vencidos.
ANGEL CUERVO.
Plafon decorativo al mosaico por Heywood Summer.
Si cierto es que Barcelona ocupa un modesto sitio en el terreno del arte, también lo es que va esparciéndose el sentido común entre sus habitantes y saben despojarse (cuando el caso lo requiere) de los indiferentismos fingidos que en muchas ocasiones han demostrado algunos y viene el momento en que todos, pero todos, los llamados amateurs, acuden á rendir tributo al verdadero arte transparentado por la figura de una celebridad, indiscutible, aunque discutida, venida por segunda vez á visitarnos, por fortuna nuestra, y manifestada ingenuamente por una série de sugestivos conciertos que han sugerido planes hermosos en bien del movimiento artístico de nuestra tierra, planes que nunca podíamos soñar, dado el estado de apatía en que nos encontrábamos.
Imposible me sería, aunque quisiera, hacer una reseña ó crítica detallada de los cuatro conciertos que el ilustre maestro acaba de dar en el Teatro Lírico. Ante todo, mi admiración me privaría tal vez de ver las deficiencias (si las hay) y sería, por lo tanto, monótona la relación, á la que renuncio, —091→ con deseos de no hacerme más pesado que de costumbre. Solo tengo necesidad de manifestar mi gozo al ver que han sido cuatro noches memorables, y que el público ha seguido con dignísimo interés el curso histórico de las sesiones, y ha demostrado á D'Indy que lo respeta, no solo como director de orquesta, ni aún como compositor, sinó como jefe del movimiento musical moderno.
Es evidente que á él deberemos que en Barcelona se vean y se oigan grandes obras, que empezando la próximo primavera con una serie, poniéndose en escena Ifigenia de Glück, Fervaal de D'Indy, y Tristan é Isolda de Wagner, tres creaciones geniales, seguirá luego, sin duda, creciendo el interés del público, y el entusiasmo de los organizadores hasta tal punto, que con facilidad se abrirá franco de una vez el camino para llegar al verdadero apogeo del arte musical.
Pues bien, ahora que afortunadamente estamos encaminados hacia una sólida regeneración artística, ha llegado el momento de que los artistas catalanes levanten la cabeza y vean que en nuestra tierra se puede hacer también el arte puro, que debiéramos desarrollar nosotros, sin esperar que vengan músicos extranjeros para la realización de tan hermosas manifestaciones, y procurando, al contrario, que nos encontrasen ya con vida propia, contribuyendo éllos solo al mejor desarrollo, pero no teniendo que trazarnos la dirección general, imponiendo como es de suponer, las obras que deben representarse y ejecutarse. Si por ejemplo en lugar de tratarse de un D'Indy, fuese de otro, falto de las grandes cualidades de aquel, podría también dirigirnos el movimiento y tal vez no en favor del desarrollo que necesita nuestra música, pero sin dificultad ninguna llegaría él á la realización de sus planes.
Como he dicho, no es así afortunadamente esta vez que tenemos el frente de nuestro movimiento al más genial maestro de la época actual que hará mas sólido el desenlace de un arte pobre que se había seguido hasta ahora, de lo cual han sido un tanto culpables los artistas, ya que dentro del adelanto paulatino que hemos logrado, ha faltado una guía luminosa que hiciese fácil el curso de nuestras tareas, y en cambio ha habido interrupciones muy en detrimento de la misma causa, que han entorpecido la buena marcha que se ha iniciado en distintos ocasiones.
Aquí, todos tenemos un poco el defecto de desanimarnos facilmente ante un desengaño. Falta en nosotros el temperamento testarudo que se necesita para luchar con un público y más aún con los críticos. En una palabra, somos cobardes y olvidamos nuestro deber de músicos, que no es otro que procurar constantemente para el fomento de su arte, aunque sea contra la corriente ordinaria, á la cual no deben acudir más que los que nada sienten dentro de su corazón.
Los músicos catalanes también tenemos otro obstáculo para realizar una manifestación trascendental: todos queremos ejercer demasiado de jefes y por lo tanto no estamos en disposición de unirnos con harmonioso entusiasmo y plantear desinteresadamente una fiesta artística en la cual debemos contribuir todos encargándose cada uno de un trabajo distinto y sin entrar en el odioso terreno de comparaciones, punto de partida del mas grande desbarajuste que da por resultado final la imposibilidad de llevarse á cabo. Todo eso, son defectos palpables que tienen los elementos más valiosos de Cataluña, y que les hará difícil llegar a la victoria si no se desprenden de esta tirantez tan visible, hasta por los que nada saben de cosas de música.
No podemos quejarnos en esta ocasión en que mucho se necesita del concurso de los músicos y demás artistas catalanes para poner en práctica los proyectados trabajos de ensayos y representación de las tres obras anunciadas, pues según tengo entendido son muy pocos los que se han negado a ello y los demás lo han acogido con verdadera abnegación. Así tal vez empezaremos una regeneración de nuestro género y podremos, a no tardar, ponernos de acuerdo para la marcha de lo sucesivo.
¿Y cómo no ha de reinar el más bullicioso entusiasmo ante la idea de ver real y positivamente el teatro Lírico convertido en templo de un arte elevado, que ha de dar la luz a todo nuestro pueblo, necesitado de unas emociones y expansiones no sentidas en su vida normal? Con un presupuesto ofrecido por algunas personas acaudaladas; con la abnegación del maestro Vincent d'Indy; con el concurso desinteresado de varios músicos y de algún pintor, unidos al anhelo de que la ejecución sea irreprochable, estando dispuestos por lo tanto á destinar todo el tiempo que sea necesario para lograrlo, ¿quién puede dudar de un resultado por demás artístico?
Que Dios bendiga el primer iniciador de esa idea, que tan rápidamente se ha desarrollado.
Creo que ha mucho que hablar y hablaremos de esa noble campaña artística; pero no hoy que todo está en proyecto, aunque próximo á realizarse.
Por lo tanto, esperemos, y por ahora contentémonos soñando con la belleza que nos traerá la próxima primavera.
Hace ya algunos años, me hallaba yo en Constantinopla, encargado de una misión delicada. Los Rusos (y esto quede aquí entre nosotros) jugaban con cartas dobles y el gobierno inglés se vió obligado a mandarme allá como embajador extraordinario. Leckerbirs bajó de Rumelia, ministro entonces de negocios extranjeros, dió un banquete diplomático en su palacio veraniego de Buyuk-Deré; sentándome yo á la izquierda del ministro y el agente ruso, conde de Didloff, á la derecha. Era Didloff un pisaverde, capaz de desmayarse con el perfume de una rosa. Aunque, durante el curso de las negociaciones, había intentado tres veces hacerme asesinar, éramos en público, es natural, los dos mejores amigos del mundo y nos saludamos con finas y cariñosas reverencias.
—092→Es el ministro, ó mejor dicho era (porque el cordón de seda ha dado buena cuenta de él) una de las columnas del antiguo partido turco. Así es que en su mesa, según la vieja usanza, comíamos con los dedos y nos servíamos, en lugar de los platos, de sendas tostadas de pan. La sola excepción que hizo el ministro de sus costumbres tradicionales fué en favor de nuestros vinos de Europa, de los que gustaba sobremanera. En la mesa se portaba como un ogro. Llamaba la atención entre los platos uno de tamaño extraordinario que, colocado delante de él, contenía un cordero con sus lanas, relleno de ciruelos, ajos, asafétida, pimienta y otros condimentos de clase parecida, que formaban la mescolanza más horrible para el paladar y el olfato. El ministro comía con verdadera ferocidad y, siguiendo modo oriental, se empeñaba en servir en persona á sus amigos de la derecha y de la izquierda. Habiendo, pues, escogido un pedazo, muy saturado de especias, quiso llevarlo con sus propias manos á la boca de los comensales.
Jamás olvidaré la mueca del pobre Didloff, cuando su excelencia, después de haber dividido en bolitas una gran porción del citado guiso y dejando escapar las palabras ¡«buk, buk»! (que en turco significan: bueno, bueno), acabó por largarle la horrorosa píldora. Cuando la situó entre sus labios, los ojos del ruso salieron de sus órbitas; recibióla con las contorsiones de un endemoniado, y, cogiendo á ciegas una botella, que creyó de sauterne y era de aguardiente de coñac, se la bebió de un tirón sin darse cuenta de su torpeza. Este error fué el golpe de gracia. Lo sacaron medio muerto de la sala del festín y lo llevaron á tomar el fresco sobre una terraza, junto al Bósforo.
Cuando llegó mi vez, tomé la bolita con una sonrisa benévola, mientras daba á todos los diablos (aunque en árabe) al Excelentísimo Señor que me la ofrecía. Me pasé luego la lengua por los labios, como rebosando satisfacción y cuando sirvieron el plato siguiente, hice yo mismo mi píldora con tanta destreza y la coloqué con tal gracia en la boca del viejo ministro que desde aquel momento me capté sus simpatías y me apoderé de su corazón. Rusia perdió el pleito y se firmó el tratado de Kabobanopla. Por lo que toca á Didloff, quedó con esto completamente aniquilado. Se le llamó á San Petersburgo y sir Roderic Murchison le ha visto trabajando en las minas del Ural con el n.º 3967.
¿Tengo necesidad de añadir aquí la moraleja de esta historia? Demuestra que hay en la sociedad una multitud de cosas desagradables que es necesario tomar con la sonrisa en los labios.
W. M. THACKERAY
Ex libris
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LUIS DE ZULUETA.
En este número, contra nuestros propósitos hemos suprimido la canción popular por no estar terminado el grabado.
En el número próximo publicaremos El testament de N'Amelia.
Añadimos á la lista de colaboradores los nombres de los señores Joaquín Torres, Joaquín Mir y Martín España.
—093→I- POR LA COSTA CANTÁBRICA
Buscábamos una diligencia á todo trance con mulas viciadas, dispuestos á rodar por los precipicios, á romper los arreos y matar al mayoral. Los paisajes hacían desearlos; con furia de artistas íbamos preparados á lo que nos reservase la casualidad; guisotes rojizos, calamares negros, quesos petrificados; la posada grasienta y perforada por los insectos. Buscábamos algo nuevo y distinto de lo que ambicionan los ingleses que en sus viajes no buscan más que el confort, comodidades, uno mesa servida á hora fija por manos de groom estirado con frac y pechera tiesa. Nada de esto; comer lo que salga ó dormir en un divan ¿qué importa? puesto que hay aire puro de montañas y mar; sol y sombra á elegir para disfrutarlo. ¡Oh, notarios, dentistas, fabricantes de biberones ó jeringas que forzosamente necesitais descansar vuestras posaderas en asientos bien mullidos y los platos emperejilados! Ellos y los ferro-carriles han vulgarizado la pasión de los viajes. Ahora son estos lujo que se paga uno ó cumplimiento de la promesa que se hizo á la mujer ó a los niños si son buenos. Del delicioso ensueño que antes era ir á la ventura en busca de lo desconocido se ha hecho hoy una distracción metódica, uniformada para «libro de memorias».
-¡Es cosa rara! -esta es la sola reflexión que se hacen al hacer el baul.
¿Quién es Bædecker? el más soso compañero de viaje que he conocido. ¿Y Joanne? un pedante geógrafo cuyos libros debían condenar al presidio de las bibliotecas de provincias. ¿Se recorre el mundo para coleccionar estadísticas, conocer los hoteles más chic ó profundizar el estudio de la historia?
Buscábamos una diligencia -decía- la más desvencijada, la más semejante á una caja de contrabajo, la más rechinante que hubiese. Esto tenía que encontrarse en un país con aldeas construidas como a bofetadas contra —094→ las laderas de la costa Cantábrica, país salvaje con caminos apropósito para equilibrista de cuerda floja.
Se realizó nuestro deseo. No era la diligencia de Gautier con su zagal y postillón que quizás fué bonita pero decididamente profanada por la ópera cómica. Era otra cosa: un armario amarillo y negro tirado por caballos, mulas, y en las cuestas por bueyes, que aparejados juntos sudaban obedeciendo á los latigazos entre sapos y culebras lanzados por la boca del mayoral. Entre ¡aida y arrayua! poco á poco se vencen las cuestas y entre galopes y trotes con acompañamiento de ruedas y correas se hacen muchas leguas. A lo mejor hay una parada sin saber nadie porqué, escepto el mayoral que sino es para echar una copa sabe que ha dado cita la víspera á un amigo para tratar de algo que interesa á los dos y la diligencia entera esperando. Luego aquellas entradas alegres en los pueblos desempedrando calles y rechinando hierros que parece debían romperse los cristales de las ventanas á nuestro paso.
Una vieja había tomado sitio la última en el pescante. ¡Oh! qué viejas esas de España que muchas parece que han asistido á la agonía de Cristo! De repente se puso á tararear una canción lejana, pero cantada con aquel temblor de vejez y sus manos de un amarillento de madera no hicieron un movimiento apoyadas en sus rodillas. Parecía acordarse de algo triste que nadie más que ella podía saber.
Atravesamos paisages con grandes reflejos de colinas verdes en el río que traían á la memoria cuadros de Courbet; otras veces se descubría el mar con falaises ó con rocas formando dragones monstruosos; marinas de Monet; después era un efecto de Rousseau ó bien de Corot lo que aparecía. Pero por encima de todo se piensa en algo que no se ha pintado nunca; en el cuadro que cada uno lleva grabado en sí, original y fatal que persigue á cada paso y del que se ven fragmentos en ciertos sitios, sea en aldeas, valles ó costas.
Los pueblos desfilaban; calles en que los tejados se dán como cornadas de borrego con sus canalones enfrente unos de otros; balcones que avanzan hacia la mitad de la calle con ropa secando como un festejo de colgaduras y banderas; puertas con clavos y aldabones, escudos tremendos cubierto alguno de paño negro en señal de luto como una cara vendada. Hojas de hiedra y flores en los balcones formando jardinillos de hierro carcomido por los años y el salitre; luego una iglesia color pimienta de Cavena y piedra pómez con el mar á sus piés. Llegábamos á Guetaria la vieja. ¡Cuántas iglesias de esas hemos visto por los rincones de nuestros viajes en la España apartada! El pasado de esta última debió ser trágico al parecer. Su rosetón tenía piedras embutidas reemplazando vidrieras que faltaban y dejando abrirse apenas una lucerna por donde entraba una pequeña claridad. Por debajo del edificio á manera de tunel estrecho está la salida al muelle. El interior en estado ruinosos o y obscuro como una mina. Mártires vestidos como maniquíes se adivinaban sobre los altares y una lamparilla sola, rojiza ardía delante de un S. Antonio, silueta siniestra. Las columnas elevándose altísimas, las ojivas entrelazándose arriba y al ver la base enorme, de la torre aquella mole dedicada á santo tan pequeño, produce gran impresión y asusta. Al exterior dos campanas verdes de bronce empezaron á tocar al angelus mientras una lagartija se ocultaba como relámpago entre las piedras acribilladas de agujeros en aquel muro que parecía hecho con esponjas.
Los puertos de estas costas son gloriosos de suciedad y de abandono. En las calles se peinan las mujeres.
-¡Oh! ¡qué cabellos se ven negros interminables! Se dá de mamar á los niños y de las puertas obscuras salen gatos para roer huesos anacarados de merluza ó de dorada en los montones de basura recibiendo el forastero con mirada terrible de gatos monteses no acostumbrados á ver gente. Pero esta suciedad hay que perdonarla; vale más taparse la nariz seguir adelante porque gracias á la falta de cuidado se piensa poco en demoler, menos en modernizar y jamás en restaurar; todo tiene cierta poesía para el artista: torrecillas truncadas, losas gastadas, goznes torcidos, la vejez en todo reinando siempre.
En el campo y aldeas es todavía mayor esta dislocación de cosas; ni tejas ni contra ventanas de los caseríos están en su sitio.
Los carros de ruedas planas sin rayos van tirados por bueyes. ¡Qué gusto —095→ da oir la música lejana de sus ejes para avisar la llegada en los caminos estrechos de que están horadados los montes! Gracias á este ruido un carro espera á otro para hacer el cruce en los apartaderos. Los dos bueyes unidos parecen formar un solo animal, los cuernos atados al yugo y pendiendo del testuz borlas de sangre como despojo de guerra, la cabeza avanzando.
En las tierras, mujeres de azul ó de negro con ancho sombrero de paja segando el trigo; los hombres con la herramienta vascongada llamada laya trabajando la tierra á mano de manera tan primitiva, grandes pedazos de terreno que mete miedo ver faena tan dura. Los tipos puramente vascongados, pómulos poco salientes, nariz de águila, labios finos, barbilla afilada y la inseparable boina en la cabeza, esta, pequeña, enclavada en anchas espaldas. Movimientos discretos de brazos y la tez curtida por el sol.
Otro pueblo vimos caido como juego de bolos en la falda de un monte; cuando llegamos se celebraba en la iglesia destartalada el funeral por una difunta. Según la costumbre del pais delante de cada mujer arrodillada los carretes de cera ardiendo sobre paños negros estendidos en el suelo iluminaban por debajo todas las cabezas; los pequeños cirios con su luz cruda destacaban las arrugas de aquellas caras inclinadas, las frentes lustrosas con mechones de pelo gris y las manos juntas teniendo los rosarios. Era una devoción imponente.
El suelo desaparecía bajo tantos bultos prosternados y negros.
Mil lucecitas en un altar alumbraban un cristo flaco y huesudo con falda morada y corta. Inolvidable aquel canto desigual y sin órgano que duraba horas; especie de súplica monótona, gutural pesada, la voz del cura más triste aún que las del coro del pueblo.
Concluido el funeral cada uno apagó su cirio con los dedos mojados de saliva. Las mujeres por su lado desfilaron y el duelo compuesto de hombres solos con capas enormes acompañaron á la difunta al campo santo. Allí dos grandes cipreses como candeleros negros se destacaban sobre el mar. El terreno era con guijarros salpicado de cruces bajas; un rosal en un rincón y tablas de ataud al lado de la puerta todavía con girones de paño y los clavos que habían estado bajo tierra.
En el depósito de trastos y herramientas de todo cementerio español entre pedazos de un sombrero deshecho y de botas con elásticos, vimos un montón de huesos el descubierto que era ni más ni menos que la fosa común con dos cajitas de niño vacías y casi enteras en primer término.
(Continuará).
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