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ArribaAbajoLuz

2ª Semana de Diciembre de 1898. Barcelona. Núm. 9


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ArribaAbajoArte nuevo

Isidro Nonell


Si fuera un crítico de campanillas, ó timbré, como podrían decir los franceses, empezaría esta presentación enalteciendo el esfuerzo de la joven generación artística, que es la única que por sus manifestaciones, dá inequívocas señales de vida, sin cámaras ni camarillas; y añadiría como moraleja, lo reconfortante que resulta para nuestra pena (nada de ciclista) ver que mientras se cierran las universidades por inercia de jóvenes y viejos, los músicos y pintores se mueven como unos utilísimos endemoniados, al vigoroso compás de sanos y fuertes alientos; pero como á Dios gracias, no somos campanólogos ni la índole de nuestro periódico lo permite, nos limitaremos á presentar nuestro querido amigo, á los que solo le conocen un poco y á los que desgraciadamente no lo conocen ni pizca.

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Nonell por Canals

Ante todo, conste que Isidro Nonell es muy amigo nuestro y por esto creemos firmemente que nuestro deber estriba en defenderle á pié y á caballo, ya que es costumbre inveterada y por lo tanto necia, que los enemigos ataquen; por esto, porque en muchas cosas pensamos como él; porque sus ideales convienen más que el algodón al arte catalán; porque en las escuelas de inválidos no se enseña á dibujar como él sabe, porque en las obligaciones del hombre no se aprende á conocer al prójimo y á las prójimas como él las conoce; porque piensa, porque es un infatigable laborioso y un fustigador implacable, por esto y sobre todo, por no cargar con la parte de vergüenza que nos correspondería no apreciándole, por esto le presentamos al público, sea o no ilustrado, que el papel que se vende lo compra el que quiere y á veces el que no quiere, porque sí, porque nuestro periódico alarga, y por otras razones que ni son del caso mentar ni conviene alargar en demasía, para que no nos enredemos en el difícil teje-maneje de la graaaamática castellana, que debe ser el uso y no el abuso de hablar y escribir correctamente el idioma castellano; el leer, cada cual se lo aprende como puede.

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Dibujo por Nonell.

Volvamos á Nonell y presentémosle: Isidro Nonell, soltero, es muy joven, de no aviesa cara, jovial y todo ello puesto a buen punto con su poquito de silenciosa observación y fuerte voluntad para acometer su obra. Casi desconocido en Barcelona plantóse de rondón en París, cuyas simpatías conquistó, de la buena manera, diciendo: «aquí están mis obras que en Barcelona pasan desapercibidas y se cotizan a peseta y media, y vean Vds. lo que les parece y cuánto dan por ellas, porque el pan sube, etc. etc.»; los parisienses que se meten en dibujos, dijeron: ¡hombre! aquí hay un español inteligente, ¡que   —099→   rareza! ¡pero esto está muy bien! ¿y todos los compatriotas de Vd. son cretinos? (no sabemos lo que contestó); ¿cuánto quiere Vd. por este dibujo, y por este y por este y por el de más allá? Nonell contestó lo que tuvo por conveniente y Thiébault-Lisson, Geoffroy, Arséne, Alexandre y otros, le dieron la alternativa, la buena, la que dura, la que puede envanecer, pero que no lo hace porque alienta gente de sobrados bríos para no pararse en hojarascas de laurel y otros accesorios. -La estancia en París prolongóse hasta completa conclusión del Stock artístico, volviendo Nonell á los pátrios lares a llenar con su acerado lápiz, unas pocas manos de papel superior para volver al París del fiel contraste.

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Dibujo por Nonell.

Y aquí, gracias á su buena amistad para con sus compañeros, le veremos con el bagaje artístico con que hará la nueva tournée que le auguramos más próspero y verdad, que la última que han hecho algunos artistas españoles. -Tal cuales son, expone en los IV Gats una prolongada hilera de dibujos realzados con los refinados trucs en que es maestro15 nuestro amigo, y otros en embrión, tal cual salen de su observación, antes de recibir la benéfica lluvia de puntitos y los pases de tintas, tan meticulosos y cariñosamente hechos, cual si fueran altas esperiencias de medioevales (¡qué palabreja!) alquimistas. Porque Nonell, conoce la prima, la segunda y la tercera, en el arte de presentar las cosas; sus dibujos, son suficientemente firmes, justos y llenos de sabor, para posarse de oropeles, mas, ¡cuánto ganan con las sustanciales tintas que los apoyan y las visionescas penumbras que suelta sobre el papel en artístico é inteligente rocío! -Un dibujo de Nonell, pintado y barnizado, tiene más jugo artístico que diez galerías de la buena sociedad; además, su lápiz es vivi-sector, poniendo en colosal evidencia el alma ó la carencia de ella, de los que dibuja; ¡qué miserables eran sus cretinos! ¡qué enlodazadas sus mujerzuelas! ¡y cuán desastrosamente éticos los infelices que nos expone como fruto de su trabajo durante últimos tiempos! -La nota alegre, la ofrecen sus parisienses del eterno vaudeville callejero; ¡que niños tan imbécilmente gordos! ¡qué mujeres tan apergaminadas é hinchadas de vacía vanidad! ¡qué franceses de jipijapa! ¡qué piernas, qué pies! ¡qué melenas! ¡qué melones!

Basta ya, que si hay lector, debe estar ya el cabo de la calle; conste, que Isidro Nonell, es un artista que nos acredita como inteligentes en el extranjero, y que por lo tanto, conviene alentar por un sinnúmero de razones y que apoyando voluntades como la suya, pueden subir más las cubas y los toneles, que diciendo barbaridades al grito homicida de muera D. Quijote.

A. L. DE BAHÁN.



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ArribaAbajoEspaña Negra Por Emile Verhaeren

Traducción é ilustraciones de Dario de Regoyos


(Continuación)

Los muertos en aquel pueblo no los tratan de una manera envidiable y la pala del sepulturero que se apercibía sobre unos terrones no estaría mucho en reposo.

Me dijeron que cuando después de dos ó tres años de enterrar á un pobre nadie paga por él, su cuerpo aún en estado de descomposición es allí donde viene parar».

-Aquí el poeta empieza á exaltarse; dice que quiere ver los cementerios en todos los pueblos que visitemos y es curioso seguirle en su manera de ver nuestro país hasta llegar á crearse él una ESPAÑA NEGRA.

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Aquel día después del entierro seguimos á los viejos de las capas que fueron á la casa de la difunta para rezar el Padre Nuestro por el alma del primero que había de morir entre los que allí estábamos presentes, como es costumbre hacerlo en el país Eúskaro, y miramos de refilón á la puerta de entrada, viendo en el fondo varias mujeres gordas y enlutadas dando el pésame á una que lloraba.

Así se acabó el día de impresiones tan extraordinarias para un artista que viene de Flandes y muy vulgares para nosotros que las vemos tan amenudo.

Regresando á la posada decía el belga abriendo ojos de espantado y mirando por encima de sus lentes: «En tu país la muerte debe hacerse du bon sang; en las iglesias la celebran como una gran Santa y en el cementerio la ceban como una glotona.»

II.-AURRESKU DE NIÑOS. -FIESTA DE SAN JUAN EN TOLOSA

SAN MARCIAL EN VERGARA.

Entrábamos dando latigazos á galope en una ciudad viejísima, sobre una roca y lejos de todo ferro-carril. Las campanas vibraron con fuerza y sobre las losas estrechas de la calle, en medio de un hormigueo negro de gente,   —101→   veíase moverse las notas claras de vestidos azules, blancos y rosa; era un ballet de antiguas danzas eúskaras ó bascas.

A nuestra izquierda vimos la iglesia con la estatua del Santo Patrono encima del pórtico engalanada con banderas; habían puesto una aureola de linternas alrededor del Santo y flores en grandes vasijas.

¿Quién era el santo? -San Juan Bautista, más adorado, más festejado en todo Guipúzcoa.

¿Cómo era la estatua? -Un pedrusco hecho por algún escultor de aldea, uno de esos terribles creyentes que pareció entretenerse en torturar la piedra de una manera inocente, esculpiendo Cristos y Madonas. Allí se ven Nazarenos en cruz y Dolorosas en los que se destaca una espantosa tristeza, cuando no es metidos en altares negros es entre vidrieras de armario al resplandor de cirios ó lamparillas y se graban en la memoria como obras maestras de salvajismo y de retorcimiento de dolor. El San Juan que habían adornado encima del pórtico, era de granito pintado. Colores chillando su crudezas á los delicados oídos de las flores que alrededor estaban; la masa de piedra cortada a grandes golpes; la cara del Precursor enjuta, su torso atormentado por la vida austeras, todo su cuerpo consumido y los ojos como abiertos por las apariciones terribles de su desierto.

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El gentío que habíamos apercibido á la llegada se acercó á nosotros. Las notas claras que se movían entre la masa negra eran niños formando una cadena de pañuelos cogidos de mano en mano y el pequeñuelo de un extremo como una dama diminuta bailaba paseando por las calles una antigua danza llamado aurresku. Parábanse ante la case del alcalde ó la de algún noble que ostentaba su escudo sobre el muro. Allí una flauta y un tambor estrecho y largo tocan un aire que perece que descarrila y que pierde el compás para después volverlo á tomar; así me esplicaron que tiene que ser el extraño ritmo de la música vascongada. Los dos instrumentos parece que riñen entre silbidos y redobles de tamboril, pero sin reñir nunca de veras. Los dos niños de los extremos de la columna son los únicos que bailan ó más bien saltan haciendo piruetas con gran seriedad, casi con aspecto triste, entrelazando los pies en el aire como una bailarina. Estos son los dos sobre los que cae toda la responsabilidad de la danza y los que conducen á los demás. En esta antigua ciudad, entre obscuridad de palacios caidos y torres en ruina, toda la gente prestaba atención en el pequeño ser lleno de vida á quien tocaba bailar delante de la Iglesia negra. Terminado el baile se sirvió la merienda á aquella pequeña comparsa al aire libre sobre unas ruinas.

La comida se componía de pirámides de frutas, montañas de sorbetes, fuentes de limonada.

Pero todo esto tuvimos que dejarlo porque habíamos resuelto pasar la fiesta de San Juan en Tolosa y dejamos aquellas alturas para bajar á esta antigua capital de Guipúzcoa.

Durante el viaje en diligencia el oscurecer se alumbraron grandes hogueras en los montes por ser la víspera del gran día que en Guipúzcoa parece ser que le honran en todos sus pueblos con estos simulacros de incendio. Vistos desde el valle abajo parecían cabelleras rubias aquella llamas en desorden y con un poco de imaginación podrían tomarse las estrellas que brillaban alrededor por soberbios alfileres de aquellas melenas despeinadas.

La población iluminada con faroles y tiroteo de petardos apareció bien pronto.

Las jotas y fandango llamado ariñ-ariñ duraron hasta tarde, pero no siendo esto más que una pequeña preparación para la fiesta del día siguiente resolvimos acostarnos temprano en el parador de diligencias.

¡Oh! qué noche de ruidos y qué madrugada de tin-tan y talan-talan; ¡qué campaneo de campanas nos hizo saltar de la cama al día siguiente traspasándonos la cabeza toda la mañana con su sonido duro! ¡Qué bordoneo que nos rompía el tímpano con su tin-tan y talan-talan con el campaneo de campanas!

La procesión tuvo lugar. Inmediatamente nuestras miradas fueron para las esculturas de Santos; los pasos que salían aquel día se puede decir de sus cavernas.

Es que en realidad estas imágenes están talladas con arte latronesco y bárbaro. Desproporcionadas, patizambas, groseramente modeladas y sin embargo soberbias. De expresión torpe ¡pero qué penetrante!

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El rezar cara a cara con estos Santos y Nazarenos debe hacer reir ó alucinar.   —102→   Así se comprende el magnetismo que puede causar la mirada de ellos en ciertas capillas sombrías. Desgraciadamente ya invaden el país las esculturas modernas á la francesa, insípidas imágenes de confitería.

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Después de cordón interminable de viejos con cirios y cofradías llegaron los curas y dominando aquel grupo sobresalía dorada y reluciente la custodia. Detrás el alcalde con el junco enroscado16 y cerrando el cortejo los alguaciles con el traje del siglo XVII y dos maceros con dalmática del encarnado propio de diputación, las mazas al hombro.

Y durante esta hora de manifestación religiosa siempre el mismo campaneo de campanas, entonces más numerosas, repicando más a rebato, las pequeñas, las grandes y toda la calderería amotinada. Ni una sola sonoridad de bronce larga y profunda sino una cacofonía discordante una, disciplina de martillazos rompiendo con sus   —103→   hierros el tímpano. Por la tarde el alcalde y los concejales acompañados de curas van á vísperas y un grupo de mozos vestidos de blanco, boina encarnada y ancha faja esperan en la puerta formando un arco con bastones ó makilas y espadas de madera para dejar paso al concejo. Son los ezpatadantzaris que van bailando por las calles las danzas bascas á la antigua usanza, abriéndose así el paso hasta llegar á la plaza de rigor, donde se ha de celebrar la corrida de novillos que engalanada con banderas ya está atestada de mujeres en los balcones y convertidos estos en palcos y sobre tendidos improvisados un gentío de mil colores.

¿Para qué describir una corrida de toros que es ya cosa tan vulgar?

Nos contentaremos diciendo que los curas asistieron con el alcalde que presidía la corrida y que todos siguieron al anochecer hasta una alameda oscura donde presenciaron los bailes antiguos Eúskaros. Que las fiestas vascongadas tienen un carácter tétrico por mucha alegría que se les quiera dar. La dominante negra en los trajes, la seriedad de los bailes y cantos, el paisaje y aquel cortejo de alcaldes y curas presenciando los bailes como un duelo, éstos últimos en una postura que siempre es la misma, como pájaros en reposo, que recuerda la de las águilas enjauladas.

Y todo esto reunido hace ver bien claro el carácter fúnebre que se descubre en esta fiesta española.»

Después describe el artista belga otras cosas menos tétricas, pero aquel día más en sus ideas de que ESPAÑA ERA NEGRA, preguntóme detalles sobre la Semana Santa en Guipúzcoa. Sin exagerar le dije que entonces era la buena época para hacer artículos sobre este país carlista como él lo llamaba y le conté como pude mis impresiones de Jueves Santo en Azpeitia después de oir un miserere de Gorrití, música seria algo alemana, y un sermón larguísimo. La guardia civil de gala como sargentos Federicos de rojo y esperando bajo los arcos de la iglesia el momento solemne de la procesión, con caras aburridas y con los fusiles puestos á la funerala, cosa desconocida en el país de mi amigo. El tiempo, de lluvia fina shiri-miri, como dicen en las provincias, polvillo de lluvia que duró todo el día. Luego la calle principal embutida por la procesión y la larga fila de hijas de María con mantillas negras y la cinta de sierva puesta el cuello. La gran masa entrando en la iglesia, siguiendo su estandarte.

Las otras callejuelas que no forman parte de la carrera, sin un sér viviente en aquellas horas; una soledad que oprime como domingo en Londres.

Los pasos de Azpeitia, uno sobre todo con un letrero que dice: «Cristo padesió por pecadores sinco mil asotes» son de más carácter que los de Tolosa, le dije: es una escultura más barbare como él la llama; una talla donde hay más hachazos que otra cosa.

¡Oh! ¡quién pudiera venir a España en esa época! me decía.

(Continuará)



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ArribaAbajoCançons populars catalanes armonisades per Joan Gay

El testament de n'Amelia


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N'Amelia está malalta
la filla del bon Rey,
comtes la vas fer veurer,
comtes y noble gent.
¡Ay que'l meu cor se'm núa  5
com un pom de clavells!
També hi vá sa mare,
com no hi ha mes remey.
-Filla, la meva filla
¿de quin mal vos doléu?  10
-Mare, la meva mare,
lo meu mal ja'l sabeu,
macxines me n'han dades
que'm cremen el cor meu.
-Fills, la meva filla,  15
d'aixó 'us confessareu;
quant sereu combregada
lo testament fareu.
Set castells tinc a França,
tots son al manar meu;  20
los tres los deixo als pobres,
al pobres y als romeus.
Lo quart lo deixo als frares,
per caritat á Deu;
y 'ls altres a D. Carles,  25
Don Carles germá meu.
-Filla, la meva filla,
¿y a mí qué'm deixareu?
-Mare, la meva mare,
a vos, lo marit meu,  30
que'us el tinguen en cambra
tot'hora que'l vulgueu.




ArribaAbajoLos aplausos

Tenía el íntimo testimonio de su conciencia y tenía la convicción personal de su valía. Solamente no tenía ni los aplausos de los demás, ni la aprobación de las turbas. Pasábase el doctor Acedo, como un moderno Quijote de la ciencia, sus noches de claro en claro y sus días de turbio en turbio. Eran su Dulcinea, la verdad; sus armas, las ideas; sus compañeros, los libros; su descanso, el estudiar. Se le veía, en los momentos de inspiración, cruzar su aposento á grandes pasos; gesticular; tirarse donosamente de los cabellos; pararse de repente y dejar que su mirada se perdiese en el vacío. Salvando lo necesario en la comparación, asemejábase al lebrel, borracho de aire libre y olfateando el rastro de la pieza levantada. Sentábase luego delante de su mesa y abismábase en meditaciones interminables; verdaderas batallas campales reñidas contra el error y las tinieblas, en que el doctor gastaba todas las fuerzas de su espíritu y todas las energías de sus nervios, pero de que no salía nunca sin haber triunfado. Prueba de ello, aquella sonrisa alegre y tranquila, aquella sublime placidez intelectual con que tomaba la pluma llenando cuartillas y cuartillas con el fruto opimo de sus pesquisas y tanteos en la sombra.

Sin embargo, aquel verdadero sabio no era feliz. Pasaba una vida silenciosa y recogidísima. Nadie le conocía; jamás un aplauso de aprobación había premiado sus estudios. -¡Un aplauso!- Y con delectación casi mística, el pobre doctor Acedo, que, como todos los grandes hombres, tenía cosas de niño, hacía chocar nerviosamente sus dos palmas y se refocilaba, paladeando, en el silencio de su gabinete, el suave chapoteo. Envidiaba á todos   —105→   los hombres populares: el pregonero de la villa; un señor Venci que hacía juegos malabares en el Circo y vivía en el quinto (con entresuelo) de su casa; un mendigo, con grandes melenas, que servía de modelo á los pintores y pedía limosna en tres idiomas; el vendedor ambulante de específicos, y mil y mil más. Cuantos personajes, rodeados del favor popular, seguidos del interés de las turbas, campaban y triunfaban por la villa, eran el tormento continuo de aquel hombre ejemplar, encaprichado por el resonante retintín de los aplausos, como un niño por una caja de música.

Cuanto más talla tiene un hombre, son más grandes sus defectos. Expliquen los moralistas como quieran este hecho, tendrán que aceptarlo como cierto. El hombre vulgar es bueno por necesidad, por falta de recursos con que hacerse malo. Bajo el olmo de todo asesino late un grande hombre pervertido. De entre los hombres buenos se reclutan los sacristanes y los eunucos. Los hombres malos son los encargados de abrir los ojos á la Humanidad, aun cuando sea a puñetazos.

El pequeñísimo defecto del doctor Acedo llegó en él á tomar las proporciones de una pasión desencadenada. Aquel hombre, andando el tiempo, necesitaba los aplausos, como necesitan su presa las fieras del desierto. Tenía, cuando oía al señor Venci que bajaba del quinto piso para dirigirse al Circo, los estremecimientos del león enfermo que ve marchar a sus hermanos al combate.

Imposible trabajar en esta disposición de ánimo. Los libros se cerraron. Los aparatos de física y de química sufrieron un ostracismo desconsolador. El doctor Acedo, como todos los locos cuando empiezan, tenía su idea. Saludaba afectuosamente al señor Venci, cuando le encontraba por la calle ó en el Circo. Se interesaba por él. Se informaba de su salud y de la de sus cinco niños (Los hermanos Venci -éxito grandioso- Troupe acrobática).-   —106→   Era nuestro doctor un modelo de bondad para el zafio y fatuo malabarista.

Ultimamente, cuando juzgó llegado el momento oportuno, le hizo sus proposiciones. Quería compartir con él su gloria en el Circo. Para ello necesitaba que le dieran algunas lecciones preparatorias. Pero pagaría bien. El inteligentísimo señor Venci podía estar tranquilo.

Paso por alto la estupefacción del maestro y escuso deciros que, brillando á tiempo las monedas, se entendieron á las mil maravillas. Las lecciones debían comenzar al día siguiente.

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Dibujo por Nonell.

Estas pobres gentes de Circo, última y misérrima degeneración del atleta griego, guardan todavía cierto orgullo, no desprovisto de gusto artístico por las formas. Un hombre bien formado, un pecho robusto, unos músculos vigorosos, son para ellos buena garantía de éxito en la carrera. Imaginaos lo que el fuerte y bien redondeado señor Venci pensaría del cuerpecillo tísico del doctor, gastado por las largas fatigas intelectuales, el primer día que se desnudó, para vestir en su presencia el traje de Mefistófeles. Más que un hijo del famoso diablo alemán, parecía el doctor, bajo aquel disfraz llamativo, un pobre diablo. Y así en todo. El señor Venci le aconsejaba cada día que abandonese la carrera: «No seréis nunca un artista, -le decía,- porque os falta la paciencia». -Y el buen doctor Acedo se pasaba noches enteras haciendo bailar un plato sobre su cabeza y tomándolo después en la punta de las narices, porque era este el juego que más aplaudían al señor Venci.

Me da pena continuar. La noche del debut del señor Hastzed fué memorable en el Circo de aquella villa. El pobre doctor, oyendo aplausos al principio de su trabajo, se excitó de tal manera que parecía loco. No pudo hacer nada bien. Sobrevino una silba estrepitosa, y al retirarse el debutante, dió contra el suelo de las cuadras sin sentido.

Murió en un manicomio: pero su locura se ha conservado como una costumbre entre las gentes ya no lo parece.

Hay millares de Acedos que mueren por buscar los aplausos de los hombres.

ANGEL CUERVO.



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ArribaAbajoAngel Ganivet

Nuestro apreciable colega La Vanguardia da cuenta de la muerte de Angel Ganivet, cuando sus geniales cualidades iban á ponerle en el lugar que le correspondía entre los inteligentes. -Pensando de modo diametralmente opuesto al suyo, conocíamos su honrada y apasionada dialéctica; su amor al país que sólo le dió el ser y sus risueñas17 esperanzas en una raza, desgraciadamente exangüe; habíamos leido todos sus libros, originales, pensados, hermosamente escritos y tan nuevamente personales; le habíamos visto vaciar su grande alma, sin arredrarse ante lo nuevo de sus ideas y las indiferencias del auditorio y aun admitiendo que se equivocaba en sus principios, siempre habíamos creido que al ponerse en manos de buen médico nuestra atolondrada península, él debía asistir á la consulta y figurar en ella por su valor, conocimientos, fuerzas y fé en un porvenir en que tan pocos creen; por esto sentimos su muerte, porque perdemos al amigo de soberana inteligencia y al noble enemigo, con el cual se podía discutir seriamente y aun ponerse de acuerdo en muchos casos. -Si algo pudiera aminorar nuestro indecible dolor, serviríanos la firmeza de nuestras convicciones artísticas, que nos vedan creer en los ideales generosos y preñados de ilusiones que sustentaba Angel Ganivet, y por esto pensaríamos que la muerte le ha vedado convencerse de cuan equivocado andaba, evitándole la pérdida de toda esperanza, cosa equivalente á cien muertes cuando en la fé se vive. -Pero aun á trueque de verle desgraciado, lamentaremos siempre su desaparición, que tan precisa era para nuestras afecciones: y estamos firmemente convencidos que al perder España á este genio, casi desconocido, pierde más que al separarse de los millones de salvajes que sólo nos servían de lastre estadístico.

A. L. DE B.




ArribaAbajoPaisajes



¡Subid, subid á la elevada cumbre
de los montes inmensos,
donde asciende el perfume de la Vida
de todo el Universo!

   ¡Qué color el color de las praderas
movidas por el viento;
como pecho de virgen palpitando
con anhelos eternos!

   ¡Qué canción la canción de los pinares,
de los pinares viejos
en cuya sombra augusta se detienen
los rebaños dispersos!

   ¡Qué extensión la extensión de lo creado,
la inmensidad del cielo,
la línea de los grandes horizontes
que se borra a lo lejos¡

   ¡Cómo la sangre en oleadas sube
á bañar el cerebro,
donde, cual vino en los hinchados odres,
fermenta el pensamiento!

   ¡Cómo el alma, pletórica de fuerza,
quiere tender el vuelo!
¡Oh, qué Vida la Vida que sacude
mis agotados nervios!

   ¡Adiós, adiós ensueños decadentes!
¡No volveréis de nuevo
anémicas visiones de otros días,
delirios enfermizos de otros tiempos!

LUIS DE ZULUETA.



Vamos volviendo del trabajo: fuimos
al campo, en busca de canciones nuevas,
y recorrimos los abiertos valles,
   las anchas selvas.

Vamos volviendo á la ciudad dormida
por el camino iluminado apenas;
callamos todos y la tarde muere
   sobre la tierra.

Vamos volviendo á la ciudad dormida
y abandonamos las montañas viejas
donde su amor nos otorgó la pródiga
   Naturaleza.

Volvemos llenos de visiones grandes,
de rumor de aguas y de olor de yerbas;
todos sentimos la inquietud del himno
   cuando se engendra;

hay en el aire ondulaciones rítmicas
que solicitan la escondida idea;
hay, sobre el campo, una canción que brota,
   junto a las nuestras.

Y, silenciosos, nuestras almas habla;
y, visionarios, nuestros ojos sueñan
y aquel camino entre los campos mudos
es un rosario que muy pocos rezan;-

Mientras, visión que las comprende todas,
fuego de gloria que al cobarde alienta,
las nubes rojas de la tarde triunfan
de la ciudad sobre las casas negras.

L MARQUINA.

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