Fuese a Italia don Juan, lector querido, | |
Y aquí cierra su historia su cronista, | |
que seguirle
hasta Italia no ha podido: | |
lo cual bien sabe Dios que me
contrista. | |
Porque no es conclusión
para una historia | |
acabar en un viaje | |
la vida y la memoria | |
de su más importante personaje. | |
Decir que llegó
a Italia, como dice, | |
sin añadir más dél,
es un exceso | |
de historiador sin seso; | |
porque si al menos
naufragar le hiciera, | |
bien la historia en naufragio concluyera. | |
Pero sólo nos dijo: | |
«A Italia fue», de donde yo
colijo | |
que fue este historiador un calavera. | |
Yo que, ¡oh
lector!, tus intereses miro, | |
y a darte gusto aspiro, | |
tras
el fin de don Juan un año anduve, | |
crónicas
y memorias registrando, | |
manuscritos y sabios consultando | |
mas nada de don Juan a manos hube. | |
Hasta
que, al fin, pasando por fortuna, | |
y ha poco, por Palencia, | |
topé con la ocasión más oportuna. | |
Un clérigo muy viejo, | |
en cuya casa
por mi buen consejo | |
me hospedé aquella noche, | |
me
contó como cosa verdadera, | |
y por los ojos de su abuelo
vista, | |
una historia, que, a fe que si no era, | |
de don Juan
de Alarcón, servir pudiera | |
para acabar la que empezó
el cronista. | |
A contártela voy,
lector benévolo, | |
con lo que el cuento de don Juan
concluye, | |
y aunque de su verdad no desconfío, | |
a
Dios plazca, ¡oh lector!, que como el mío | |
concluya
mi don Juan a gusto tuyo. | |
* | |
Seis años había durado | |
del bravo don Juan la ausencia, | |
y su memoria en Palencia | |
con ellos se había borrado. | |
Mientras
él fuera de España | |
vivió, habíanse
vendido | |
sus bienes, que habían venido | |
a manos de
gente extraña. | |
Y, en fin, el mozo
expatriado | |
u oculto, no pareciendo, | |
fue poco a poco perdiendo | |
la hacienda que había heredado. | |
Siendo
ella de las mejores | |
que en toda la tierra había, | |
está claro que tendría | |
infinitos compradores. | |
Pues sin deudos ni parientes | |
don Gil
y don Juan, ninguno | |
puso impedimento alguno | |
a sus nuevos
descendientes. | |
Tomó y pagó
cada cual | |
la parte que le convino, | |
sin curarse del destino | |
de lo demás del caudal. | |
Y un hombre
que se nombraba | |
de don Juan apoderado, | |
daba un recibo firmado | |
con la escritura y cobraba. | |
Nadie se
volvió a meter | |
en más averiguaciones, | |
ni
en ver si los Alarcones | |
podrían o no volver. | |
De
ellos quedó, en conclusión. | |
la casa donde
vivieron, | |
a la que siempre entendieron | |
por la casa de Alarcón. | |
Cuatro paredones, esto | |
es lo que guarda
Palencia | |
de su pasada opulencia | |
por triste y último
resto. | |
Y a vuelta de algunos años | |
y de otra generación, | |
todos serán de Alarcón | |
a las memorias extraños. | |
Tal es
la vida, lector: | |
quien mete en ella más ruido | |
cae
más pronto en el olvido | |
y con vergüenza mayor. | |
* | |
En una tarde nublada | |
del turbio enero
venía | |
por una dehesa que guía | |
de Palencia
a Torquemada, | |
un hombre mal ataviado, | |
cuyo traje y porte fiero | |
le daban por extranjero, | |
aunque
no por muy honrado. | |
Traía el ceño
fruncido, | |
a través del cual brillaban | |
dos ojos que
a par miraban | |
con insolencia y descuido. | |
Una
daga milanesa | |
por la cintura cruzada, | |
y una larguísima
espada | |
en dos garabatos presa. | |
Todo el
resto de su traje | |
igualmente convenía | |
a hombre que
más no tenía | |
o a un hombre que va de viaje. | |
Al ver su cuerpo fornido, | |
su capa al
hombro y su fiera | |
presencia, bien se pudiera | |
tomarle por
un bandido. | |
Sin embargo, en su persona | |
hay cierto aire de grandeza | |
que inspira cierta franqueza | |
y a su misterio aficiona. | |
En un camino
el hallarle | |
pavor infunde sin duda; | |
pero si pasa y saluda, | |
vuélvese uno a contemplarle; | |
y
siéntese que se aleje | |
al ver tanta gallardía, | |
a par que causa alegría | |
que franco el paso nos deje. | |
Y, en fin, el viajero es tal, | |
que a todos
cuantos le ven, | |
de lejos parece bien, | |
pero muy de cerca,
mal. | |
Él, en tanto, sin curar | |
de
quién pasa por su lado, | |
iba con pie acelerado | |
atravesando
el pinar. | |
Cruzó un viñedo,
en seguida | |
tomó una senda que a un valle | |
por las
viñas se abre calle | |
de antiguo césped vestida. | |
Y aunque por lo embarazado | |
que está
con hierba y ramaje, | |
no parece aquel paraje, | |
en verdad,
muy transitado. | |
Él sigue siempre
constante, | |
como quien sabe el destino | |
a que conduce el
camino | |
que se le extiende delante. | |
Siguió
por entre los brezos | |
y el enredado zarzal, | |
con el pie o
con el puñal | |
apartando los tropiezos; | |
y
llegó al fin de la cuesta | |
do se vía en la
hondonada | |
una casilla olvidada, | |
ya ruinosa y descompuesta. | |
Y cubierto de amarillo | |
musgo y de hierba
silvestre, | |
rodeaba esta campestre | |
casa un corto huertecillo. | |
Ya en él no había señales | |
de manos de jardineros, | |
y el plantío y el sendero | |
eran, sin cultivo, iguales. | |
Sólo
en un centro se vía, | |
sobre un monumento alzada | |
de
piedra una cruz labrada, | |
que aún en pie se mantenía. | |
Paróse ante ella el viajero, | |
Y
ya por respeto fuese, | |
ya por temor que sintiese, | |
dejóse
en tierra el sombrero. | |
Postróse
después de hinojos | |
permaneciendo un instante, | |
aunque
sereno el semblante, | |
con lágrimas en los ojos. | |
Y
oró en silencio un momento, | |
al cabo del cual, alzándose, | |
con el sepulcro encarándose, | |
dijo así con
triste acento: | |
«Padre, al morir me dijisteis: | |
"Si algún día tus locuras | |
o imprevistas desventuras | |
te roban cuanto te doy, | |
ven a mi tumba escondida, | |
que
en mi sepulcro al postrarte | |
mi sombra saldrá a ayudarte..." | |
Cumplióse así, y aquí estoy. | |
»Rompe,
pues, sombra adorada, | |
esa piedra que te esconde, | |
y a mis
suspiros responde, | |
momentánea aparición; | |
dime, sí, que desde el cielo, | |
do mi padre habita
ahora, | |
no me lanza, aterradora, | |
su terrible maldición.» | |
Calló aquí un punto, y besando | |
la lápida, con tristeza | |
inclinando la cabeza, | |
dijo
alejándose ya: | |
«¡Quimeras!... Nunca los muertos | |
salen de la madre tierra, | |
que avara en su vientre encierra | |
el polvo que ser nos da.» | |
Entró
así hablando el viajero | |
en la casa abandonada, | |
roída
y desmantelada | |
por el tiempo destructor, | |
y no halló
cosa en su centro | |
de que echar mano pudiera, | |
ni aun para
hacer una hoguera | |
y procurarse calor. | |
Los
insectos y las aves | |
la ocupaban solamente, | |
y en los aires
de repente, | |
se lanzaron en tropel | |
al sentir bajo su techo | |
rechinar la antigua puerta, | |
que al entrar por ella, abierta | |
dejaba el hombre tras él. | |
Todo
era dentro abandono; | |
desde el suelo a la techumbre | |
vio
él triste con pesadumbre | |
polvo y miseria no más; | |
y doquier que los tendía, | |
sólo encontraban
sus ojos | |
de otro tiempo los despojos, | |
que no ha de volver
jamás. | |
La lluvia que penetraba | |
por los techos derruidos | |
tenía ya enmohecidos | |
los
aposentos doquier; | |
y en los viejos paredones | |
las vigas,
fuera de asiento, | |
amagaban de un momento | |
a otro momento
caer. | |
Las puertas, al empujarlas, | |
desvencijadas
cedían, | |
porque apenas mantenían | |
quicio en
que apoyarse ya; | |
todo, en fin, amenazando | |
pronta y deplorable
ruina | |
hacia la tierra se inclina | |
y a hundirse en su nada
va. | |
Y todo esto lo contempla | |
el viajero
muy despacio, | |
como pudiera un palacio | |
magnífico
examinar | |
un anticuario curioso, | |
o un avaro que allí
viera | |
una joya que otro hubiera | |
perdido en aquel lugar. | |
Mas sin duda despechado | |
de no hallar
lo que apetece, | |
contra sí mismo parece | |
que revuelve
su furor, | |
y en la sonrisa sardónica | |
con que miró
cada objeto, | |
se ve que le da en secreto | |
su vista intenso
dolor. | |
Suelta a veces repentina | |
e histérica
carcajada, | |
y a veces, con voz airada, | |
espantosa maldición; | |
y otras veces dulce y lánguida | |
melancolía
le inspira, | |
y tristemente suspira | |
su oprimido corazón. | |
A veces se cree que llora, | |
y otras, con
voz insegura, | |
preces por bajo murmura, | |
que son conjuros
tal vez; | |
y a veces, con ira impía, | |
jura, y maldice,
y blasfema, | |
provocando un anatema | |
de Dios, con su insensatez. | |
En fin, parece que, víctima | |
de
exasperados pesares, | |
ni espera ya en los altares, | |
ni fía
en sí mismo ya; | |
y alguno dijera, viendo | |
su descompuesta
figura, | |
que asentada la locura | |
dentro su cerebro va. | |
Al
fin, abriendo ventanas | |
y puertas desencajando, | |
rompiendo
y aniquilando | |
cuanto encuentra aquí y allí, | |
llegó hasta un salón oscuro | |
cuyo fondo daba
entrada | |
a otra fábrica apartada | |
que no había
visto hasta aquí. | |
Daba de la casa
a un ángulo | |
en que estriba, un aposento | |
que parece
en su cimiento | |
más seguro gravitar, | |
y al que separa
del resto | |
de aquel edificio triste | |
una puerta que resiste, | |
y pugna por desquiciar. | |
Mas no pudiendo,
y no hallando | |
ni llave ni picaporte, | |
tentó hallar
algún resorte | |
que la moviera tal vez; | |
y al cabo
de ir apurando | |
sospechas una por una, | |
asió un clavo
por fortuna | |
y se abrió con rapidez. | |
Daba
la puerta a una estancia | |
con escasa diferencia | |
alhajada
con opulencia | |
de las otras a la par, | |
aunque algo menos
ruinosa, | |
y al parecer en secreto | |
preparada a algún
objeto | |
difícil de adivinar. | |
No
había de aquel oculto | |
y aislado aposento en torno | |
más muebles ni más adorno | |
que un antiquísimo
arcón, | |
cuya llave, conservada | |
en su propia cerradura, | |
tal vez al secreto augura | |
misteriosa solución. | |
Abrióla aquel hombre, acaso | |
esperando
en su fortuna; | |
alzó la tapa importuna, | |
ansiosa de
ver si allí | |
algún secreto encontraba | |
que
influyera en su destino, | |
mas sólo halló un
pergamino | |
escrito, y decía así: | |
«COMO
CUANDO AQUÍ TE VUELVAS | |
TODO LO HABRÁS YA PERDIDO, | |
Y TENDRÁS PUESTO EN OLVIDO | |
A TU PADRE Y A TU HONOR, | |
EN ESA CUERDA Y ESCARPIA | |
LO QUE MERECES TE DEJO | |
Y CREO
QUE ES EL CONSEJO | |
QUE PUEDO DARTE MEJOR.» | |
Quedóse
don Juan atónito, | |
pues no era otro el que leía, | |
ni era otro el que escribía | |
sino su padre don Gil; | |
y sin apartar los ojos | |
de aquel fatal pergamino, | |
contemplaba
su destino | |
con arrebato febril. | |
Y vio
que había en el techo | |
una escarpia asegurada, | |
y
en el arcón, enrollada, | |
miró la cuerda fatal; | |
y desplegándose toda | |
su existencia ante sus ojos | |
su insensato le dio enojos | |
panorama criminal. | |
No
había en él más que juegos, | |
pendencias
y desafíos, | |
disolutos amoríos, | |
y crímenes
por doquier. | |
Aquí el esposo ultrajado, | |
allí
la justicia hollada, | |
acá la monja engañada, | |
la seducida mujer. | |
Asesinado el amigo | |
allá en la sombra moría | |
en su sangrienta
agonía | |
maldiciendo su amistad; | |
allá la lívida
sombra | |
del desdichado Aguilera | |
salía rabiosa y fiera | |
de la oscura eternidad. | |
Y todas sus mil
memorias | |
de riñas y seducciones, | |
en negras apariciones | |
mostrándose por doquier, | |
veníansele acercando | |
en muchedumbre siniestra | |
con el puñal en la diestra | |
su impía sangre verter. | |
Todas,
estrechando el círculo, | |
en redor suyo apiñadas, | |
venían desesperadas | |
a maldecirle a una voz, | |
cada
cual con justa cólera, | |
pidiéndole ansiosa
cuenta | |
de alguna hazaña sangrienta | |
o de algún
crimen atroz. | |
¡Ay, delira el desdichado! | |
La sangre hirviendo en sus venas | |
le deja intervalo apenas | |
en que poder respirar; | |
y ¡mísero don Juan!... ¡mísero!, | |
adonde quiera que mira | |
ve un espectro que con ira | |
viene
su alma a demandar. | |
¿Y su padre? No, no
hay duda: | |
al ver de don Gil la letra | |
el cruel destino penetra | |
reservado para él; | |
y sintiendo la conciencia | |
que
le despedaza el pecho, | |
dijo de pronto: «Esto es hecho.» | |
Y asió con ira el cordel. | |
Hízole
un lazo a una punta; | |
el arca arrastrando trajo | |
hasta ponerla
debajo | |
de donde la escarpia está, | |
y atando un extremo
en ella, | |
y en su cuello el otro extremo, | |
maldijo don Juan
su estrella, | |
a morir resuelto ya. | |
Colocóse
sobre el arca, | |
disminuyó cuanto pudo | |
el espacio
que del nudo | |
hasta su cuello quedó, | |
y entonces,
segundo Judas, | |
con habla ya enloquecida, | |
así de
la alegre vida | |
diciendo se despidió: | |
«Tenéis
razón, padre mío, | |
ya otra cosa no me resta; | |
para una vida como ésta, | |
mucho mejor es morir. | |
¡Tenéis razón! Gran regalo | |
me dejáis,
y lo merezco; | |
ea, pues, ya os obedezco. | |
¡Abra Dios mi porvenir!» | |
Tras cuyas impías palabras, | |
con
los pies la arca empujando, | |
quedó el mísero
colgando, | |
blasfemando de su Dios; | |
mas no bien gravitó
el cuerpo | |
en la escarpia, cuando al punto | |
hierro y cordel
todo junto | |
cayó de su cuerpo en pos. | |
Desplomóse
con estruendo | |
la carcomida techumbre, | |
y empolvada muchedumbre | |
de escombros bajó detrás. | |
«¡Malditos maderos
viejos!», | |
exclamó don Juan, alzándose; | |
mas
en su plan afirmándose, | |
dijo: «Un árbol valdrá
más.» | |
Mas mirando al techo al irse | |
por azar, cuál fue su asombro | |
cuando pegado a un
escombro | |
otro pergamino vio, | |
que a un lado manifestaba | |
un cerrado cofrecito, | |
y en él se veía escrito | |
esto, que don Juan leyó: | |
«PUES
TUS VICIOS, ¡INSENSATO!, | |
HASTA AQUÍ TE HAN CONDUCIDO, | |
TEN HORROR DE LO QUE HAS SIDO, | |
Y MIRA LO QUE A SER VAS; | |
TOMA Y VIVE, MAS ACUÉRDATE | |
QUE CUANDO YA NADA TENGAS | |
SERÁ FORZOSO QUE VENGAS | |
POR OTRA ESCARPIA QUIZÁ.» | |