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ArribaAbajoLibro IV


ArribaAbajoCapítulo I

Excelencia del oficio sacerdotal


Aunque en todas ocasiones la palabra de Dios está llena de alabanzas del oficio sacerdotal, en ninguna parte nos muestra mejor ni más brevemente su excelencia que cuando el mismo Cristo, fuente de toda sabiduría, habla a sus discípulos aún tiernos, y en ellos enseña a toda su numerosa posteridad diciendo: «Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo»594, compendiando maravillosamente en estas palabras toda la fuerza del sacerdocio para alcanzar la virtud y conseguir la vida eterna. Porque ambas cosas son necesarias para buscar y conseguir el bien, y si una falta, seremos vencidos, ya porque no se manifiesta, ya porque no nos atrae deleitando, como lo vió con clara mirada Agustín595: y ambas a su vez son propias de Dios, que es luz verdadera que ilumina a todo hombre596 y contiene en sí la fuente de toda suavidad; y ambas, finalmente, las comunica él y las infunde copiosamente en sus ministros, a fin de que ellos entiendan que han de ilustrar la mente de los hombres con el esplendor de la doctrina, y con el condimento de la vida y las costumbres han de aliviar el hastío de la virtud y aun excitar el hambre en los corazones que vuelven la cara y hacen ascos del bien. Lo que dice el proverbio antiguo que nada hay más útil al hombre que el sol y la sal, se cumple a maravilla en el sacerdocio, que percibe la suavidad de la doctrina evangélica.

El apóstol Pablo lo tiene en tanto precio, que la gracia que ha recibido de iluminar a las gentes y predicar las insondables riquezas de Cristo597 la muestra como muy más clara sin comparación que el sol que disipa toda niebla y noche, y así mismo se propone como ejemplar y desechado a la mirada de todos, deseando que todos le imiten a él como él imita a Cristo598. Bien cumple con el oficio de sal deshaciéndose en sudores y trabajos, para comunicar a otros el sabor divino; pues si la sal no se deshace y disuelve, no puede condimentar los manjares. Y ¿qué otra cosa siente el que oye decir: «Pienso que Dios nos ha mostrado a nosotros los apóstoles por los postreros, como a sentenciados muerte, porque somos hechos espectáculo al mundo y a los ángeles y a los hombres. Nosotros, necios por amor de Cristo, y vosotros, prudentes en Cristo; nosotros flacos y vosotros fuertes; vosotros nobles y nosotros viles. Hasta esta hora hambreamos y tenemos sed, y estamos desnudos, y somos heridos de golpes, y andamos vagabundos; y trabajamos obrando con nuestras manos; nos maldicen y bendecimos; padecemos persecución y sufrimos; somos blasfemados y rogamos; hemos venido a ser como la hez del mundo, el desecho de todos hasta ahora»?599. ¿No se deshace aquí como sal el apóstol y todo se disuelve, para inducir en sus discípulos y seguidores , es el gusto de Jesucristo? Pues ¿y aquellas otras palabras: «Si soy derramado en libación sobre el sacrificio y servicio de vuestra fe, me gozo y congratulo por todos vosotros y asimismo gozaos también vosotros y regocijaos conmigo»?600. ¿Y las otras que parecen brotar de una razón que comienza a delirar: «Deseaba yo ser anatema por mis hermanos»?601, deseando ser sustituído ante Jesucristo por sus hermanos a causa de la grandeza de la caridad, como interpretan los más ilustres de los padres griegos602.

A la verdad, mientras estas lámparas brillaron en el candelabro de la iglesia, halló libre y franca la entrada en la casa del Señor una numerosa muchedumbre; mientras estuvieron puestas en lo alto del monte estas ciudades fuertes, se estrellaron todos los ingenios y máquinas de guerra dirigidas contra Jesucristo, toda la fuerza se disipó y, conforme a la palabra del profeta603, no pudo prevalecer, antes al contrario, construyeron un asilo y fortaleza segurísima contra todas las injurias de los enemigos para los hombres flacos; finalmente, mientras fueron verdadera sal en limpiar y cerrar la sentina maloliente del pecado y sazonar las buenas costumbres, comenzaron a ser salvos los mortales, y escapar de las garras de la muerte, y a gustar de Jesucristo con tanta abundancia de gracia, que tenían por su mayor gloria padecer por él los más atroces tormentos. Entonces decía el Señor con gusto de sus sacerdotes: «Fué mi pacto con él de vida y de paz, las cuales cosas yo le di por el temor, porque me temió y delante de mi nombre estuvo humillado; la ley de verdad estuvo en su boca, y no fué hallada iniquidad en sus labios; en paz y en justicia anduvo conmigo, y a muchos hizo apartar de la iniquidad. Porque los labios del sacerdote han de guardar la sabiduría, y de su boca buscarán la ley, porque es ángel del Señor de los ejércitos»604.

Mientras fué el sacerdote de Dios hizo grandes cosas, como verdadera luz del mundo y sal de la tierra. Mas si la sal se desvaneciere, ¿qué se seguirá? ¿Con qué será salada?; no vale ya más para nada, sino que sea echada fuera y hollada de los hombres605. Si deja de ser con los demás lo que le está mandado, a los otros los priva de utilidad, y él puede darse por perdido, y su salud y curación sin remedio; no se contentarán con echarle al estercolero, sino que le pisarán con los pies. ¡Qué bien prosiguió el profeta la sentencia evangélica!: «Mas vosotros, dice, os habéis apartado del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley; habéis corrompido el pacto de Leví, dice el Señor Dios de los ejércitos. Por tanto, yo también os torné viles y bajos a todo el pueblo, según que vosotros no habéis guardado mis caminos, y en la ley tenéis acepción de personas»606. Nunca acabaríamos si quisiéramos proseguir todo cuanto los profetas claman contra los príncipes fatuos de Tanis607, contra los pastores; necios o más bien ídolos de pastores608, que se apacientan a sí mismos609, contra los profetas insensatos610, contra los sacerdotes que menosprecian la ley, contra los arrogantes, contra el estiércol de las solemnidades611, contra los captadores del aplauso popular, y las fauces insaciables del dinero612, y demás peste de malos sacerdotes.

Pocas veces despliegan los Santos Padres más las velas de su elocuencia que cuando tratan de la ignominia del estado sacerdotal. Ambos Gregorios, el romano y el nacianceno, hablan de manera que no se les puede superar. La Regla Pastoral del uno y el Apologético del otro, nadie habrá que los lea sin que le tiemblen las carnes613.Los gemidos llenos de dolor de Agustín a su obispo Valerio,.¿quién los leerá sin llenarse de rubor por llevar tan santo nombre de sacerdote?614 Las excusas y tardanzas de Crisóstomo rehusando el sacerdocio, ¿.a quién no le llenarán de admiración si considera que tal varón era, y quién no le dará la razón si le signe en los cuatro libros?615.Y ¿qué diré de la modestia y humildad de Jerónimo, el cual, como refiere Epifanio616, por mucho tiempo se abstuvo de celebrar el tremendo misterio, y eso hallándose en un monasterio en que la muchedumbre de hermanos no tenía otro sacerdote fuera de Vicente, el cual, por el mismo respeto, no se atrevía tampoco a celebrar? Mas a todos los supera por su antigüedad y por la alteza y elocuencia del discurso Dionisio, discípulo aprovechado del gran maestro de las gentes; el cual, en una carta a Demófilo, dice así de los malos sacerdotes:, «Si, pues, es santa la distinción de los sacerdotes que son luz del mundo, sin duda ha caído del orden sacerdotal y de toda virtud el que no ilumina, y mucho más el que ni en sí mismo es iluminado. Muy audaz me parece éste si se atreve a ejercer el ministerio sacerdotal, y no tiene temor de practicar cosas divinas sin méritos, y piensa que se ocultan a Dios las cosas que le reprende a él su conciencia, y cree engañar a Dios, a quien falsamente llama padre, y osa llevar al altar sus blasfemias, pues no se pueden llamar oraciones, y en nombre de Cristo las dice sobre las señales divinas. No es este sacerdote sino enemigo, engañador impío y artero de sí mismo, y lobo vestido de piel de oveja para la grey del Señor»617. Quien espere mayores encarecimientos sobre la alteza y los precipicios que ciñen el ministerio evangélico y no le baste lo dicho para volver en sí, ya puede darse por perdido, según la palabra del Señor, y sal degenerada que con nada se podrá salar618.




ArribaAbajoCapítulo II

Los sacerdotes que andan entre indios han de ser los mejores


Sabida es, dirán, esta cantinela de la excelencia del oficio sacerdotal, y vieja es la queja. Pues bien, aunque lo sea, nunca es mas necesaria, y a nadie hay que exigir tanto esa excelencia como a los que toman sobre sí el cuidado de predicar la palabra de Dios y ganar las almas de los infieles y mas si son indios, entre los cuales las ayudas que ha de tener son muy pocas, y los impedimentos, muchos; y cuanto mayor es la empresa, mayor es el peligro que corre de perderse a sí mientras busca a los otros, o mejor de perderse a sí y a los demás; que pluguiera a Dios no fuese tan frecuente como lo conmemoran las divinas Letras. Los profetas se han hecho lazo de ruina para el pueblo»619. Ojalá que no resonase en nuestros oídos la amenaza de la Verdad: «¡Ay de vosotros que os lleváis la llave de la sabiduría y ni entráis ni dejáis entrar al reino!»620. ¿Dónde mejor se lamentaría Zacarías de las ovejas de la matanza, a las cuales mataban sus compradores y no se tenían por culpados; y el que las vendía decía: «Bendito sea Dios, que he enriquecido; ni sus pastores tenían piedad de ellas»?621. ¿Quién no oye las voces de santidad mentida de los que dan gracias a Dios porque, habiendo enriquecido del sacerdocio y doctrina de los indios, vuelven cargados de oro a la patria?; y diciendo: «Bendito sea Dios, que hemos enriquecido, no perdonan a la grey, como dice la palabra divina. Pero día llegará en que vomitarán malamente lo que injustamente tragaron, y los que ahora triunfan, entonces gemirán. Dice el mismo profeta: «Se oyó voz de aullido de pastores porque su magnificencia es asolada; estruendo de bramido de leones. Y no tendré más piedad de los moradores de la tierra», dice el Señor622. De ahí proviene toda la desolación de la tierra. Por los pecados de Ofni y Finees623 mueren ellos, y el pueblo de Dios vuelve cobardemente las espaldas, y lo que es más doloroso, el arca del Señor es cautivada y escarnecida. Busca Dios un varón que se interponga por la casa de Israel y no sé si lo encuentra624. «Porque los pastores, dice, se infatuaron, no buscaron al Señor; por tanto, no prosperaron y todo su ganado se esparció»625. No andemos buscando la causa de que los rebaños del Señor estén derramados por esos montes, porque no es otra que la gran escasez de verdaderos pastores en medio de tanta abundancia de mercenarios que no se cuidan de alejar el lobo.

No en vano Pablo, cuando da preceptos a su querido Timoteo sobre la predicación del evangelio, le amonesta que procure con diligencia presentarse a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que trata bien la palabra de la verdad626. Porque hay obreros malos627 y fraudulentos628,que no tanto sirven a Dios cuanto a su vientre629. Se llaman con diversos nombres y oficios de pastores, pero en realidad son lobos fingidos que han destruído la viña del Señor de los ejércitos630, traficando con la palabra de Dios631, como dice el apóstol; el cual, lleno de admiración de la alteza del predicador evangélico, requiere hombres apostólicos, que anuncien la cruz de Jesucristo con su palabra y su ejemplo, y le conquisten. así todo el mundo. Mas nosotros pensamos de otra manera, y en contra del apóstol decimos632; ¿para esto quién no hay que sirva?, ¿quién no basta para doctrinero de indios, aunque no tenga letras y sea de costumbres perdidas? No es maravilla que donde tanto se menosprecia la sementera se coseche muy poco o ningún fruto. Yo, ciertamente, hace tiempo que estoy firmemente persuadido que la escasez de mies espiritual en las Indias se debe a vicio de los operarios, no a esterilidad de la tierra.




ArribaAbajoCapítulo III

Contra los que refrenden la rudeza y lentitud de los indios


No hay que dar oídos a los que la culpa que habían de reconocer y llorar en sí la echan a los indios, hablando siempre mal de sus ingenios y condición, y notándonos a los que sostenemos lo contrario de nuevos en la tierra y desconocedores de ella, y dándonos los nombres de niños y novicios, que con una necia apariencia de piedad nos alucinamos, y a sí mismos, por el contrario, se llaman veteranos y experimentados y que después de hecha la prueba salen lo que dicen, y que eso es lo cierto y averiguado. Estos me parecen semejantes a aquel Sibas633 que maliciosamente acusó a su amo Mifiboset, que estaba tullido y no podía caminar por sí, convirtiendo su traición en acusación de él, y con esa astucia le despojó de todos sus bienes. Pero Dios sabe levantar a los caídos y soltar a los aprisionados y alumbrar a los ciegos, y guarda al huérfano y a la viuda634.

Acusan, pues, a los indios de rudeza y lentitud en comprender los misterios de la fe: son torpes, estúpidos, unos troncos que, fuera de su maíz y su chuño, no son capaces de entender nada, y para conocer las cosas celestiales y del espíritu son totalmente brutos y animales. Se pierde inútilmente el tiempo en enseñarles nada de esto, y después de cuarenta años que hace que entró a ellos el evangelio, por milagro habrá uno en tanta muchedumbre que comprenda dos artículos del Credo, ni tenga una idea ligera de quién es Cristo, o qué es la vida eterna o la eucaristía; son más bien cuadrúpedos que hombres racionales. Pero díganme los que dicen estas cosas con qué diligencia, con qué industria, con qué constancia los han instruído ellos o saben que otros los hayan instruído. Se reza dos o tres veces por semana el Credo y las otras oraciones, y eso en castellano; se les obliga después a que lo aprendan de memoria y lo reciten también en castellano, del cual no entienden palabra, y lo pronuncian de modo lamentable y ridículo. He aquí el modo común de enseñarles la doctrina. Hasta aquí se extiende la diligencia del doctrinero. Donde se afina algo más, rezan los indios unas oraciones compuestas en forma de catecismo, en idioma índico, las cuales no las comprende el sacerdote, ordinariamente porque fuera de unas pocas palabras para mandar que le sirvan los indios, o pedir de comer, desconoce completamente el idioma; y si lo sabe, lo cual es raro, ni explana los misterios de la fe o los mandamientos, ni aun los sabe él bien por ventura; predica cosas frívolas y que no vienen a cuento, como la hierbabuena en tiempo de guerra; y si algo alcanza, lo dice de modo tan ajeno y poco acomodado a la inteligencia de los indios, que ellos se quedan sin entender nada.¿Qué doctrinero pidió jamás cuenta a los indios de lo enseñado? ¿Quién, usando del diálogo, les enseñó por lo conocido lo ignorado? ¿Cuándo oyó el indio de su sacerdote palabras como éstas: Mira, acuérdate lo que te digo; te doy esta tarea que aprendas en tres días, que sepas que ese Cristo a quien los cristianos adoramos y ves representado en aquella imagen es Dios, que reina en el cielo desde toda la eternidad, y se hizo hombre, y bajó a la tierra para darnos a nosotros el reino de los cielos; si respondes bien, llevarás premio y alabanza; si mal, sufrirás público castigo y afrenta? ¿Cuándo se ha hecho cosa semejante? Finalmente, a los indios se enseña la doctrina como cantan los mendigos sus oraciones o cantinelas al pedir limosna, que sólo atienden a llegar al fin, y recibida la limosna no cuidan si alguien escucha o no con atención. Todo el modo de la catequesis es ficticio y cosa de juego; y con tal manera de enseñanza, que me den a mí los hombres de ingenio más agudo y más ávidos de aprender, y aseguro que saldrán mucho más ignorantes.

En otros tiempos, cuando estaba en su vigor la disciplina eclesiástica, a hombres de excelente ingenio e ilustres por sus letras los tenían mucho tiempo en el orden de los catecúmenos, aprendiendo y estudiando el Símbolo y los misterios de la fe, y no eran admitidos al sacramento del bautismo sino después de haber oído muchos sermones del obispo sobre el Símbolo y de haber conferido muchas veces con el catequista, y así y todo no era poco después de tanta instrucción y meditación que creyesen rectamente y respondiesen concertados; porque los misterios altísimos de nuestra religión eran tenidos, como lo son en realidad, por muy arduos. y difíciles de entender.¿Y nosotros, tardos y soñolientos, reprendemos duramente a los indios y les acusamos de rudeza y estupidez, porque no aprenden lo que no les hemos enseñado ni han podido aprender de otros, siendo cosas sublimes y muy fuera de sus alcances y condición? Que por lo demás, si tanta es su torpeza y tan cerrado su ingenio,¿cuál es la causa de que no habiendo aprendido de nosotros la fe, hayan aprendido tantas otras cosas y tan difíciles, que nunca antes las habían oído, y tan bien aprendidas que pueden competir con nosotros?635.¿No les oímos muy buena música, tanto de voces como de instrumentos de cuerda y viento? ¿No vemos que algunos llegan hasta a componerla con arte? ¿No practican bien todos los oficios del servicio de la Iglesia? ¿Quién ignora que son muy buenos artífices de escribir, pintar y modelar? ¿Y no los vemos ya litigar con mucha astucia, y mover pleito a sus amos y aun vencerlos? ¿De dónde aprendieron estas artes?, pregunto. ¿Quién se las enseñó? ¿Para todo esto han de ser prontos e ingeniosos y para sólo el negocio de su salvación ¿tardos y rudos? ¿O no es, por el contrario, que si como los nuestros han cuidado de enseñarles lo que no es del todo necesario, con igual diligencia les hubieran instruído en las cosas de la fe, no habrían sido discípulos tan cortos ni quedado tan ignorantes? Así lo pienso y nadie podrá apartame de esta opinión. Para un maestro muy malo, todos los discípulos son estúpidos. He recorrido todo este reino del Perú mucho más y con mayor diligencia que lo que de aquí digo pueda extenderse a las otras naciones de las Indias: pero los indios del Perú, ciertamente, no los he hallado en ninguna manera cortos de ingenio, antes en gran parte sutiles y agudos y con no pequeña habilidad para fingir o disimular cualquier cosa.




ArribaAbajoCapítulo IV

Contra los que atribuyen a la perversidad de costumbres de los indios que no hayan recibido la fe


Casi todos convienen que esto es así, y sin embargo, no remiten en su ataque contra los indios y los combaten por otro lado, diciendo que su ignorancia y estupidez no proviene de vicio intrínseco de ellos, sino de sus malas costumbres. Conceden que son ingeniosos y no privados de inteligencia, sino que de su natural son viciosos, malos inclinados al mal y enemigos de todo bien, habilidosos, más para el vicio, y que no entienden de la virtud636: y que por su perversión se cansan de las rosas santas, y no sólo no ponen la menor diligencia para entender y aprender, sino que al punto lo rechazan y aborrecen de suerte que nada se les queda en la memoria, nada les entra en la mente, porque tienen una voluntad refractaria para las cosas de la religión. Y dan como argumento manifiesto que evitan cuidadosamente el trato con los cristianos, no van a las iglesias sino a la fuerza; a sus padres espirituales, si ponen un poco de empeño en corregir sus costumbres, les forman una conjuración y con falsas acusaciones los arrojan lejos; nada que sea piadoso y saludable lo hacen sino a la fuerza; sólo a la vista del sacerdote simulan ser cristianos, y en cuanto se ocultan a sus ojos se dan con gran avidez a sus antiguas supersticiones; finalmente, los que tienen una poca más policía por haberse criado entre nosotros, a quien llamamos ladinos, que era razón se distinguiesen más por sus costumbres cristianas, son diez veces peores que los demás y grandes muñidores de malicias. Los muchachos criados entre cristianos, que en apariencia son buenos y virtuosos, tan pronto como vuelven a los suyos no conservan ni rastro de bondad, antes son los peores y guías y maestros de toda maldad que bien se parece en ellos la vieja maldición de su raza; porque es malvada su casta y connatural su malicia, y no se mudará jamás su pensamiento, pues vienen de una estirpe maldita ya desde el principio637.

Cosas semejantes discurren no solamente los que con ellas quieren encubrir su negligencia y descuido, sino varones píos y religiosos y nada dados al ocio, y que por su larga experiencia parecen tener autoridad en esta materia. Mas o mucho me engaño o también éstos están en gran parte lejos de la verdad. No han dejado de recibir los indios el evangelio porque son malas sus costumbres, sino que son malas sus costumbres porque no han recibido el evangelio. Sabiamente escribió uno de los padres de la Compañía, y con toda verdad, que no creía él que había penetrado a los corazones de los indios el evangelio, sino que solamente en apariencia lo habían recibido, porque no podía ser que si hubiese echado en ellos hondas raíces, no se mostrasen de fuera copiosos frutos. ¿Qué hay más poderoso que la palabra de Dios? ¿Qué más eficaz para transformar los corazones de los hombres? ¿Por ventura hay perversidad alguna de costumbres que no la enmiende el espíritu de Cristo? ¿O hay barbarie tan suelta o fiereza tan cruel que no la dome y amanse la ley de gracia si llega a penetrar en el corazón? Cristo, ciertamente, vino a llamar a penitencia no a los justos, sino a los pecadores638; y Pablo predicó a aquellos a quienes decía: «Todas estas cosas habéis sido; pero fuisteis lavados, fuisteis santificados, fuisteis justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, y por el Espíritu de nuestro Dios»639.¿Qué entiende el apóstol cuando dice: «Estas cosas habéis sido»? Antes lo ha dicho: «No os engañéis, que ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se acuestan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los robadores heredarán el reino de Dios. Y estas cosas fuisteis vosotros640. No veo que se puedan echar en cara a nuestros bárbaros mayores atrocidades. Y, sin embargo, de esas heces y de esa sentina se escogió el Señor para limpiarlo, un pueblo que fuese suyo propio y celoso de buenas obras641; y el profeta vió en el rebaño del Señor al león y al leopardo y al oso juntos con la oveja, el becerro y el cordero, y que depuesta su fiereza habían de comer un mismo pasto, y todas las bestias venenosas habían de servir de recreación, más que infundir temor, cuando fuesen apacentadas por la mano de un niño. Y el niño de teta se entretendrá sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna del basilisco. No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte, porque la tierra será llena del conocimiento de Dios, como cubren el mar las aguas642. No hay enfermedad tan pestífera que no ceda a las aguas saludables de la divina palabra y a este baño purísimo y fecundísimo con tal que penetre dentro su virtud. Y sigue el mismo profeta: «El que está puesto por pendón a los pueblos será buscado de las gentes»; y después: «Y levantará pendón a las gentes y juntará los desterrados de Israel»643. ¿Qué otra cosa quiere representar el Espíritu Santo con tanta representación de fieras y bestias venenosas, sino que no hay gente ni nación, por malas y dañinas que sean sus costumbres, que pueda resistir a la gracia del evangelio, desde, el punto que reciben el pendón del niño de la raíz de Jesé y perciben y gustan su fuerza? Nadie habrá que tenga en poco tan ilustre testimonio de los sagrados apóstoles y profetas.

Mas ¿.por qué leemos haberse, cumplido abundantísimamente todas estas palabras en los gentiles de los tiempos antiguos, y en los de nuestra edad las echamos de menos? ¿Qué causa puede haber? A la verdad, si atendemos al mérito, no eran aquéllos mejores; si a la común naturaleza, todos son hombres nacidos por propagación de la misma masa dañada. Sólo que aquéllos eran muy superiores en ingenio y en vigor natural. Así es ciertamente. Mas esto, ¿qué significa?.¿Por ventura tendremos en poco la palabra de Pablo que nos amonesta: «Mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, no muchos poderosos, no muchos nobles; antes lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios; y lo que no es para deshacer lo que es»?644. ¡Cuán copiosa y fuertemente rechaza el apóstol a estos que atienden sólo a la naturaleza y a traficar con ella! Y, por tanto, demuestra que no sólo no es contraria a la gracia la debilidad y bajeza de nuestra naturaleza, antes la favorece, porque esa flaqueza ayuda mucho a la humildad, que tanto hace al caso para alcanzar la gracia y para predicarla. Cuando vemos, pues, a los indios tan humildes de su natural, tan mansos, tan pacientes, ¿cómo podemos sacar de ahí argumento contra el evangelio, puesto que ésa es su mejor preparación? Tanto más que no son tan refractarios, ni tan estúpidos, ni tan ajenos de lo recto y justo, que si se les lleva a su paso no se dejen conducir, aunque queden muy lejos de los otros en el cultivo del ingenio y en el ejercicio de la doctrina.

¿Por qué, pues, en los antiguos, mies tan abundante, y en éstos, tan pobre y escasa? Considerémoslo atentamente y alcemos arriba la inteligencia, y hallaremos que la causa principal está en que, por ocultos y justos juicios de Dios, a aquéllos les fueron dados predicadores dignos de tal oficio, y a éstos les han cabido en suerte unos con frecuencia tan indignos, que es más lo que destruyen y disipan, que lo que edifican y plantan. Esta es la causa principal: la falta de ministros idóneos: porque, ¿cuál es nuestra predicación? ¿Cuál nuestra confianza? Milagros no los hacemos, no brillamos por la santidad de vida, no atraemos por la eficacia de la palabra y el espíritu, no movemos a Dios con lágrimas y ruegos, ni nos cuidamos demasiado de eso. ¿De qué, pues, nos quejamos? ¿Por qué tanto acusar a los indios? Mas bien deberíamos avergonzarnos de nuestra vida, tener horror de tantas ofensas de Dios, detestar tan grave olvido de nuestros hermanos que perecen. Y habiendo de ser los que se destinan para la empresa apostólica de predicar a los infieles el evangelio los mejores y más escogidos, y varones maravillosos por su sabiduría y santidad, venimos los peores y los más bajos y últimos en todo. ¿Dónde se cumple aquello de hallarse preparados para dar razón de vuestra esperanza a todo el que pregunte?645; ¿y aquello otro: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón»646; y «El Hijo del hombre no vino a perder las almas, sino a salvarlas»?647. Quede, pues, firmemente establecido sin la menor duda que es culpa de los ministros, por su negligencia o malicia, que los indios, en su mayor parte, no se hayan revestido ya de Cristo.




ArribaAbajoCapítulo V

La mies es abundante, con tal que no falten obreros idóneos


Recta y sabiamente escribió Polo [de Ondegardo], curioso investigador de cosas de Indias y estimador prudente, que por tres causas se había promovido poco el evangelio entre los indios después de pasado tanto tiempo: por los malos ejemplos de los nuestros que apartaban a los neófitos de la fe, porque los predicadores habían puesto poco empeño en conocer y extirpar sus errores y supersticiones y por haberse comenzado muy tarde a mirar seriamente por la utilidad y política administración de los indios. De todo lo cual colige él sutilmente que es falso acusar la nación de los indios de tardanza o pertinacia, puesto que ni con el ejemplo de la vida, ni con la recta instrucción, han sido debidamente enseñados de los nuestros en la ley evangélica; y no se puede dudar que si esto se hace como conviene, será muy grande el fruto y superior a lo que muchos piensan. He conocido a personas que, conforme al sentir de la mayoría, desesperaban de la salvación e ingenio de los indios y sentían horror a trabajar en su enseñanza, los cuales, forzados por la obediencia, se aplicaron a ello cumpliendo fielmente su ministerio, y antes que pasase mucho tiempo, a vista del fruto inesperado, se llenaron de tanto gozo y esperanza, que tenían por gran mal que los apartasen de la doctrina de los indios, y me decían claramente y con toda aseveración que ellos, después de hecha la experiencia, habían comprobado de sobra que se podían esperar no escasos frutos, con tal que no faltasen sacerdotes que prosiguiesen con diligencia y paciencia la obra comenzada.

Y no es tan poco lo que se ha hecho hasta ahora, ni tan despreciable y vano el trabajo realizado, si se tienen en cuenta los malos tiempos que han corrido llenos de guerras y alteraciones, y la poca diligencia de los ministros, ocupados, por decirlo suavemente, más en buscar sus cosas que las de Jesucristo; que por eso no se haya hecho más de lo que con razón se habría podido esperar. Ni son tampoco todos los indios tan infieles y enemigos o ajenos de Jesucristo, como muchos dicen. Conoce el Señor a los que son suyos. Que nuestros yanaconas, pues así llamamos a los indios que viven en nuestra casa, si como han tomado costumbre de nuestra fe, así viesen también en nosotros costumbres cristianas, no dudo que aventajarían mucho a los demás indios atunlunas en la integridad de las costumbres, como les exceden en la fe y noticia de la religión cristiana. Pero aprenden lo que ven: ven una fe recta y robusta, y creen de la misma manera; ven malas costumbres, y ellos también las tienen. A mí no me cabe duda que lo que nos pasa a nosotros les sucedió también a los santos de los tiempos antiguos; ellos también dieron en gentes tal vez más hórridas y más apartadas de la verdad, y, sin embargo, cogieron copiosos frutos, porque con su diligencia, su fervor y su paciencia vencieron todas las dificultades. Lea el que quiera las costumbres de los antiguos ingleses; hallará que eran más fieras que las de nuestros indios648; mas Agustín, Lorenzo, Justo y Melito y los demás que mandó Gregorio, ¿qué cosas hicieron y cuán gloriosas en la conversión de aquella isla? Los turingios, los sajones y algunas otras naciones de Alemania, cuan silvestres y bárbaros fueron en otro tiempo, lo demuestran las respuestas apostólicas de los sagrados Pontífices Gregorio II y III y Zacarías649. Y, sin embargo, por sola la predicación de Bonifacio, enviado a predicar la fe por la sede apostólica, ¿cuánta muchedumbre no dobló la cerviz al yugo suave de Jesucristo? «Cerca de cien mil hombres, escribe el mismo Pontífice Gregorio III, que en poco tiempo fueron regenerados en las aguas del bautismo»650. ¿Y qué decir de nuestros astures de España?.¿Qué de los cántabros antiguos? ¿No fueron amansados por varones apostólicos y, depuesta su fiereza, fueron traídos a vida humana y política? ¿Qué de Malalquías, a quien aduje en el libro primero?651. ¿Qué diré de los otros que llevaron el evangelio de vida eterna no sólo a los griegos y a los sabios, sino también a los bárbaros e ignorantes?

Y si venimos a los tiempos más recientes, no alcanzaron poca gloria los padres de la Orden de Santo Domingo por cuanto hicieron en la provincia de la Verapaz, cuando tenían a los indios en lugar de hijos, y ellos los reconocían como verdaderos padres, y especialmente aquel fray Juan, así llamado, si no recuerdo mal, hombre santo y adornado con espíritu de profecía. Asimismo los Minoritas y los Eremitas y los demás monjes y clérigos, encendidos del celo de la fe, y de la salvación de las almas, alcanzaron no escasa gloria entre los hombres, y ante Dios premio colmado de su trabajo.

Y a qué referir los sudores que nuestros padres de la Compañía derramaron felicísimamente por Jesucristo en la India oriental, los cuales, difundiendo el buen olor de Cristo hasta los confines de la tierra, alegran con la sola narración de sus hazañas los pechos amantes de Dios, y les inflaman en un ardiente deseo de imitarlos. Cuyo capitán y guía, el santo maestro Javier, por la claridad de los milagros, y por la grandeza de los hechos y la tolerancia de los trabajos parece haber renovado el esplendor de los tiempos apostólicos652. Y ¿qué diré de sus seguidores, el maestro Gaspar [Barceo] en la India citerior, Cosme de Torres en el Japón, Manuel de Nóbrega en el Brasil, vecino a nosotros, y los demás padres, fervientes de espíritu653y preparados a poner sus almas por sus hermanos654 y empeñarse ellos mismos y consumirse por el evangelio655, como lo hicieron no pocos? Ciertamente, si a las naciones de Indias les tocasen en suerte por gracia de Dios ministros como éstos, serían muy alegres y copiosos los frutos.

Pero ya el apóstol Pablo, en el tiempo en que se derramaron las primicias del espíritu, llora y se lamenta que todos buscan sus cosas, no las de Jesucristo656, y que apenas han encontrado un coadjutor concorde y sincero en Timoteo.¿Qué diremos nosotros que hemos venido a dar en la hez del mundo, cuando se ha enfriado la caridad de muchos657, y el Hijo del hombre al venir apenas ha de encontrar fe en la tierra?658. Sin embargo, hemos de obedecer el mandamiento divino, y con preces asiduas y fervientes rogar al Señor de la mies que envíe obreros a su mies659, que no amen solamente con la palabra y con la boca, sino con la obra y verdad se muestren ministros idóneos del nuevo testamento660. Lo cual con plena confianza hemos de esperar, que el que es Padre de las misericordias y Dios de toda consolación concederá a la Iglesia de Indias, puesto que sin Él nada podemos hacer661, y a los que quiere escoge para que vayan y lleven fruto abundante y duradero. Mas lo que a nosotros toca hacer lo diremos de aquí adelante, mostrando cuáles han de ser los ministros para tan grande obra, de los que depende toda esperanza de buen suceso, como hemos demostrado.




ArribaAbajoCapítulo VI

De la peripecia necesaria en la lengua índica


Tres cosas son necesarias en todo ministro que han de cuidar de la salvación de las almas: integridad de vida, doctrina sana y facultad de palabra, de las cuales, si falta alguna, ni él será de provecho y además pondrá su alma en grave peligro. De cada una diremos en particular lo que ocurra.

Y, comenzando por lo postrero, no es dudoso que quien toma oficio de enseñar necesita poseer copia de palabra. Por lo cual no envió Cristo los apóstoles a enseñar a las gentes antes de que hablasen lenguas por don del Espíritu Santo; porque la fe, sin la cual nadie puede ser salvo, es por el oído, y el oído por la palabra de Dios662. Pende, pues, la salud de las gentes de la palabra de Dios, la cual no puede llegar a los oídos humanos si no es por palabra de hombres, y quien no las entiende, nunca percibirá la fuerza de la palabra de Dios. Por tanto, en esto debe sudar antes que en otra cosa el siervo de Cristo si ama la salvación de los demás; porque aunque es duro y muy molesto el trabajo de aprender lengua extraña, sobre todo si es bárbara, es gloriosa victoria y dulcísimos los frutos e ilustre testimonio de amor de Dios. Ha de traer a la memoria el ejemplo del santo José, el cual entre sus muchos trabajos refiere como no pequeño que oyó la lengua que no conocía663, y andando el tiempo, cuando llegó a ser autor y príncipe de la salud pública, llegó a hacerse tan familiar el idioma egipcio, antes extraño, que como olvidado del suyo paterno hablaba a sus hermanos por intérprete664. Quien, pues, esté inflamado en el deseo de la salvación de los indios, persuádese seriamente que nada grande puede esperar si no pone su primer cuidado en cultivar sin descanso el idioma. Porque si el que ocupa el lugar de un mero particular no puede decir amén a tu acción de gracias, pues no sabe lo que has dicho, y aunque tú hagas gracias a Dios el otro no es edificado665. ¿Cómo podrá suceder que, aunque tú prediques maravillas y digas cosas divinas de Cristo, el pueblo de lengua extraña y de palabra oculta responda en su corazón amén, esto es, preste el interior asentimiento? ¿Cómo, aunque tú hables bien, se edificará para la fe y la caridad tu hermano, si solamente las voces se esparcen por el viento y, como sucedió en la confusión de Babel, los que tienen lengua distinta no conspiran tampoco en los corazones y sentimientos?

Cuando considero con atención muchas veces el negocio de la salvación de los indios, no me ocurre medio más eficaz que si hombres de vida íntegra y probada tomasen sobre sí el cuidado de aprender el idioma índico y hacérselo familiar, hasta conseguir manera de expresarse bien por medio del arte y, sobre todo, con ejercicio prolongado. Y me persuado que de esa manera en breve penetraría el evangelio al corazón de los indios y en ellos haría su obra, ya que hasta ahora se ve que no les ha pasado de los oídos sin penetrar a lo íntimo de su alma. Y no fué otra la vía por la que el orbe antiguo de la tierra vino a la gracia del evangelio, sino por la predicación fuerte y constante de la palabra de Dios, como lo testifica el libro de los Hechos de los Apóstoles y refieren todas las historias eclesiásticas. Por lo cual tampoco hay que buscar otro camino o entrada para que la nación de los indios venga a Cristo, sino con la predicación asidua y eficaz y acomodada a ellos de la palabra de Dios. El que piensa de otra manera, lo digo sin vacilar, yerra. Porque además de muchos y gravísimos documentos divinos lo atestigua copiosísimamente la experiencia. Vemos a los indios que cuando oyen a un predicador que les habla en su lengua nativa le siguen con grandísima atención, y se deleitan grandemente en su elocuencia, y son arrebatados por el afecto, y con la boca abierta y clavados los ojos están colgados de su palabra. Lo cual, observándolo yo en los sermones de mis compañeros, tanto me cautivaba la desusada atención y gusto de los indios, que daba saltos de placer concibiendo grande esperanza de la salvación de estos pobres, si pudiésemos conseguir entre nosotros nuevos Pablos o Apolos elocuentes. Ni los indios disimulaban su afecto, y unos a otros se decían los ya convertidos que nunca habían pensado ni oído que fuese tal la fe de Cristo, y otros afirmaban que aquel padre les partía el corazón cuando les hablaba de Dios. Y si alguno pueblos o parcialidades se distinguen son sin excepción los que han tenido o tienen sacerdotes que son viejos en la pericia de la lengua; y, al contrario, los más perdidos de todos son los que les han mandado ministros nuevos y sin práctica recién venidos de España, cuyo noviciado y falta de lengua bien que lo ríen y desprecian.




ArribaAbajoCapítulo VII

De los párrocos que no saben la lengua de los indios


Los que van a enseñar a los indios de esa manera no solamente aprovechan poco a otros estando ellos mudos y sin lengua, sino que a sí mismos se hacen grave daño, poniéndose en no pequeño riesgo de condenación, por tomar sobre sí la carga que no pueden llevar y movidos por arrogancia o avaricia abarcan más de lo que alcanzan, y como no son pastores, sino mercenarios, muestran bien a las claras que no se les da nada de las ovejas666, y por un poco de cebada o por un pedazo de pan dan por vivas a las almas que no viven667. Hay muchos así en las Indias, que creen cumplir con el oficio que han tomado de párrocos, recitando alguna vez en castellano el Padre nuestro y el Credo y el Ave María y los mandamientos, y bautizando las criaturas, dando sepultura a los muertos, celebrando los matrimonios y diciendo misa los días de fiesta. Esta es toda la doctrina que dan; con eso creen cumplir de sobra con el oficio tomado, y no les remuerde la conciencia, si es que no la tienen endurecida, al ver a las ovejas del Señor dispersas por falta de pastor y expuestas a ser devoradas por todas las fieras del monte, y errantes por esas cimas y cumbres, sin que haya quien busque lo que pereció ni vuelva al redil lo perdido668. Porque ¿cómo las llamarán con la palabra de la fe sino saben la lengua? ¿Cómo las apartarán de los lobos y llamarán a las ovejas por su nombre si no son entendidos por ellas? Dice el Señor que las ovejas oyen su voz669; pero mal pueden oír la voz del pastor si no entienden lo que dice.

Tome cada uno como quiera lo que voy a decir; llámeme riguroso y pesado; no me importa. Yo, al sacerdote que sin saber la lengua índica acepta el oficio de párroco, creo hace mucho tiempo y sostengo que le espera la ruina de su alma; y lo demuestro con una razón manifiesta. La fe no la puede enseñar y predicar el que no sabe la lengua; el sacramento de la penitencia tampoco lo puede administrar el que no entiende lo que el indio confiesa, ni el indio le entiende a él lo que le manda; y que el que no puede instruir en la fe ni ayudar en la penitencia a las ovejas que le están confiadas tome el nombre de pastor, cualquiera ve que no puede ser sin grave crimen e injuria. Mas dirán que ya les instruyen por intérprete lo que han de creer y lo que han de hacer y evitar; pero es que los intérpretes que usan son ordinariamente infieles o rudos, que apenas ellos entienden lo que les dicen, ni saben declarar si es que entienden algo, al fin como indios que son o descendientes de indios, que con frecuencia no llegan a conocer bien nuestras cosas ni nuestro idioma. Por callar la dificultad con que llega al alma el sentimiento transmitido por boca ajena, puesto que debilitado en las vueltas del camino pierde toda su fuerza y vigor, que es como el alma de la palabra.

Pero demos que por intérprete se les pueda enseñar a los indios de cualquiera manera, porque entera y perfectamente es claro que no se podrá. Mas ¿y con la penitencia qué harán? ¿Usarán también intérprete para la confesión? Es necesario que los miserables indios carezcan de la medicina más necesaria, y siendo frágiles y que muchas veces caen, y estando su principal esperanza a la hora de la muerte, en que piden de veras confesión, padecerán detrimento de su eterna salvación por culpa de la impericia del sacerdote. Replicarán que ya entienden una que otra palabra del idioma índico, y que con un pecado que comprendan en peligro de muerte, cuando no se puede hacer más, pueden y deben dar la absolución a los moribundos. No me opongo yo a esta opinión de la absolución en el último instante, siendo como es de nuestros teólogos y sentencia cierta de padres antiguos670. Pero los que excusan que se haga en ese instante no conceden tal licencia al sacerdote cuando no urge tal peligro. Siendo, pues, de precepto divino que todos los que han caído después del bautismo, aun fuera de peligro de muerte, estén obligados a confesarse y de precepto eclesiástico que lo hagan todos los años671. ¿Cómo podrá el párroco oír las confesiones de los suyos si no puede hablar con ellos? Y si dicen lo que uno me respondió en cierta ocasión, que él oía las confesiones de sus feligreses entendiendo solamente alguna que otra cosa, y con eso le bastaba para dar la absolución, yo en contra sostengo que, siendo la integridad de la confesión de derecho divino, no es ministro apto el que por ignorancia del idioma no comprende la mitad o más de ella, porque eso es lo mismo que si no la oyese, y ningún docto admitiese que esa confesión es íntegra y suficiente fuera de la hora de la muerte. Finalmente, todo lo que sea que el párroco no tenga suficiencia para entender la sustancia y hacer juicio de ella, y que no puede dar al penitente los documentos necesarios para su salvación, conforme a la calidad de las personas y los pecados, no puede decirse que sea suficiente para oir confesiones672. Y el que no pueda ordinariamente administrar el sacramento de la penitencia, niego que pueda ejercer el oficio de párroco con buena conciencia.

Dirá alguno que condeno a todos los párrocos y obispos y encomenderos de indios, que comúnmente no proveen sino con estos sacerdotes que vienen nuevos de España o de otras partes sin saber el idioma. No los condeno yo ni vitupero a todos; porque puede suceder, y no es raro, que sea tal la escasez de ministros que, si hay que esperar sacerdotes con todos los requisitos dichos, se pasarán mucho tiempo los indios sin que les preste ningún oficio de nuestra religión. Cuando, pues, faltan otros mejores y más peritos, es lícito y aun conveniente mandar a éstos, cualesquiera que sean, ordenándoles que digan misa y administren el bautismo y el matrimonio y la penitencia a los moribundos, repriman los vicios públicos y se esfuercen a conseguir con su ejemplo y buenas obras lo que no pueden con la palabra. En esas circunstancias, ni el obispo peca mandando, ni el párroco obedeciendo, antes ambos son dignos de alabanza; como si no pueden suspenderse en el palacio real escudos de oro, al menos es bueno se pongan de bronce673. Y más que sucede a veces que estos sacerdotes ignorantes de la lengua, pero por lo demás industriosos, hacen más en la conversión de los indios que otros que hablen hasta la locuacidad. Pero si no es tan grande la escasez de ministros y, sin embargo, tu obispo te manda tomar el curato, debes representar tu ignorancia de la lengua y tu insuficiencia, y si todavía insiste en que aceptes, puedes con toda seguridad obedecer a tu prelado y apacentar las ovejas de Cristo en la forma que puedas hacerlo, y entretanto debes con la diligencia que puedas hacer acopio de palabra. Mas vea el obispo la cuenta que habrá de dar al Pastor de los pastores, que sacó las ovejas con la sangre del testamento eterno, porque si no encomienda las suyas a los más idóneos será reo de sangre ante el eterno Juez674. Y aquellos que sin que nadie los llame, ni nadie se lo mande, ellos se entrometen y ambicionan las parroquias de indios, atentos sólo a la ganancia y tomando la piedad por lucro675, siendo por lo demás ineptísimos, mudos y sin lengua, vean otros cómo podrán excusarse, constituyéndose en vigías sin poder clamar y dar voces676; que yo a la verdad ni puedo ni quiero excusar tanta temeridad y tanto menosprecio de Dios y de las almas, viendo a los niños caer heridos en las plazas de la ciudad a exhalar el alma en el regazo de sus madres677, porque los que en el afecto y cuidado habían de ser sus madres, se muestran más bien avestruces voraces y crueles678, por lo que sucede que a los que son en Cristo niños de teta se les pega la lengua al paladar, porque los pechos de la doctrina los encuentran cerrados o secos, y los que son un poco mayores piden pan y no hay quien se lo parta679.




ArribaAbajoCapítulo VIII

Algunos no proveen de buen remedio a la ignorancia de la lengua


Todo esto sea dicho del conocimiento necesario de la lengua para los que quieren apartar de su alma la eterna condenación; pero con eso no se llena la medida que anhelamos y buscamos en el idóneo ministro del evangelio. Si, pues, varones eminentes en la lengua índica no se consagran a la doctrina e instrucción de tantas naciones, a mi modo de ver prosperará poco la obra del Señor. Uno de estos a quien Dios diere una lengua elocuente, que sepa sustentar con la palabra al cansado680 y recibir al flaco en la fe681, será de más precio que cien vulgares catequistas, puesto que con un solo sermón hará más que muchos de ellos en cien años. Y pluguiera a Dios que tuviéramos tales predicadores que les fluyese la palabra, si no todos los necesarios, al menos para todas las provincias que hablasen con confianza y dominio a la plebe de Jesucristo, porque no dudo que entonces volverían los tiempos apostólicos. Mas porque cesó ya el don de lenguas, y son raros los que por estudio y diligencia hacen los progresos que sería necesario, disputan muchos con razón, qué remedio se puede dar a este mal.

Hay quienes sostienen que hay que obligar a los indios con leyes severas a que aprendan nuestro idioma. Los cuales son liberales de lo ajeno y ruines de lo suyo; y a semejanza de la república de Platón, fabrican leyes que son sólo palabras, cosa fácil; mas que si se llevan a la práctica son pura fábula. Porque si unos pocos españoles en tierra extraña no pueden olvidar su lengua y aprender la ajena, siendo de escelentes ingenios y viéndose constreñidos con la necesidad de entenderse, ¿en qué cerebro cabe que gentes innumerables olviden su lengua en su tierra y usen sólo la extraña, que no la oyen sino raras veces y muy a disgusto? Cuando dentro de sus casas tratan de sus asuntos en su lengua materna, ¿quién los sorprenderá? ¿Quién los denunciará? ¿Cómo les obligarán a usar el castellano?

Otros hablan más en razón y dicen que ya que no se obligue a los bárbaros a aprender y usar una lengua extraña, al menos no se les permita que ignoren la que se llama lengua general; lo cual no les parece tan difícil, habiendo podido conseguir con ley sapientísima los Ingas que todas las dilatadas provincias de este reino hablasen la propia del Cuzco, llamada quichua, de suerte que en espacio de tres mil millas y más aún hoy está en uso. ¿Pudieron, pues, dicen, unos reyes bárbaros, para conservar la concordia y unión de su reino, dar a tantas y tan grandes naciones la lengua que quisieron, y no podrán los príncipes cristianos, por causa tan necesaria cual es la religión, hacer que esa misma lengua se haga tan frecuente que todos la tengan en uso? Porque aunque los principales entre los indios comúnmente la entienden todos, mas el vulgo de las mujeres y niños, y de los que llaman atunrunas, un género de hombres silvestres, apenas la conocen. De lo cual se sigue no pequeño impedimento para la predicación de la palabra de Dios y para oir confesiones, por haber una verdadera selva de idiomas, que en los lugares que yo he recorrido creo pasan de treinta muy diferentes entre sí y difíciles de aprender. Buena obra harían los que gobiernan si con su vigilancia pudieran acudir a tan grave inconveniente, y la posteridad los celebraría como muy beneméritos de la salud de los indios; pero mientras esto no se puede hacer o no se hace, no dejemos nosotros de adquirir lengua, dejando el enseñársela a los indios, porque la ley de la caridad nos dicta que es mejor que nosotros vayamos a ellos, que no que ellos vengan a nosotros.

Hay algunos que opinan, y confieso que yo fuí uno de ellos, que sería bueno formar y poner por maestros a hijos de españoles y de indios, y que sería éste un gran atajo, porque saben muy bien el idioma por haberlo hablado desde la infancia, y pueden declarar en él lo que quieran, y por otra parte, son íntegros y sólidos en la fe cristiana por haberla recibido de sus progenitores y haber sido criados en ella, lo cual tienen a mucha honra. Y, sin duda, es muy útil tomar a cuantos de éstos se hallaren que sean de suficiente virtud y probada por mucho tiempo, y además no faltos de doctrina, por ministros de la palabra: y creo cierto que con el trabajo y discurso de ellos, que no sólo conocen la lengua, sino las demás cosas de los indios y les tienen amor, si son fieles y diligentes han de ayudar y aprovechar mucho. Por tanto, si son de buenas costumbres y probados por mucho tiempo, cualquier otro respeto hay que posponerlo a la salud de los indios; y no hay que ser muy escrupulosos con sus natales, ni odiarlos o afrentarlos, como hacen algunos, porque han nacido de padres españoles y de madre india. Porque bien puede suceder que entre éstos haya también algún Timoteo de padre gentil y madre judía682que tenga testimonio bueno de los hermanos, y escogido por Pablo sea útil al evangelio, y aun aventaje a los demás en prez y mérito. ¿Qué impide que haya otro Hirán también de madre judía y padre tirio, lleno de sabiduría y consejo, a quien llame Salomón para confiarle las obras ilustres y muy difíciles del templo?683. Porque no es Dios aceptador de personas684.

Pero aunque todo esto es verdad, sin embargo la experiencia, maestra certísima, han mostrado de sobra que no podemos nosotros ni debemos descargar toda nuestra solicitud en estos criollos mestizos, y no es conveniente confiar tan grande empresa a hombres, sí, peritos en la lengua, pero de costumbres poco arregladas por los resabios que les quedan de haber mamado leche india y haberse criado entre indios. Grande es la fuerza de la primera costumbre, grande la impresión del primer color; que no en vano adjuró Abraham tan religiosamente a su criado, que no diese a su hijo Isaac por esposa una mujer cananea685. Y no fué maña de mujer, sino gran sabiduría la de la santa Rebeca, que aborreció tanto que su hijo Jacob se casase con una mujer hetea, que prefería morir686. Cada región lleva consigo sus costumbres, como los frutos no son los mismos en todas partes, sino diversos. «Los cretenses, dice el apóstol, refiriendo el dicho de un poeta, son siempre mentirosos, malas bestias, vientres perezosos, y añade que así es verdad»687. Es necesario, pues, observar con diligencia los ingenios de estos hombres, y probar por mucho tiempo sus costumbres, para que cada uno borre la mala reputación de su patria, menos morigerada y constante o más bien lasciva y liviana. La experiencia ha mostrado que la mayor parte de éstos impiden más con sus corrompidas costumbres que no aprovechan con su buena palabra. No se desprecie la ventaja de su lengua, pero no les confiemos tampoco con seguridad asunto tan grave y peligroso, si no tenemos plenísimamente probadas su condición y sus costumbres.




ArribaAbajoCapítulo IX

Conviene que los predicadores que vienen nuevos a las indias aprendan con diligencia el idioma índico


Lo único, pues, que resta es que trabajemos los ministros del evangelio, y con estudio y paciencia hagamos acopio de palabra; es difícil y trabajoso, pero no imposible. Vemos a hombres nacidos y criados en España, y algunos entre los de la Compañía, teólogos de no oscuro nombre, venidos a estas tierras por obediencia, que movidos de la caridad, que es la que induce a esfuerzos heroicos, se entregaron con tanta diligencia a aprender el lenguaje índico, que con no menor facundia predican en el idioma de los Ingas que lo harían en el suyo de Castilla. «A quien Dios impulsa el propósito, ayuda también la acción», dice León, Papa688. No faltan algunos que, no contentos con una lengua, aprenden varias, y a uno conocí que al cabo de tres o cuatro meses, sin tener maestro alguno, adquirió tal pericia en la lengua aymará, la cual después de la del Cuzco ocupa el segundo lugar, que predicaba en ella felizmente, llenando de admiración a los mismos collas. En más tengo este glorioso esfuerzo y trabajo que todo el honor del estudio teológico. Y, a la verdad, quien seriamente aplique el ánimo, no le costará mucho ni muy prolongado esfuerzo vencer la dificultad, por grande que sea. Que el idioma índico no le llega a cien leguas en dificultad al hebreo o caldeo; y en la prolijidad y abundancia múltiple y difícil de aprender del griego o latín, se queda muy atrás; pues es mucho más sencillo y tiene poquísimas inflexiones, que en unos pocos preceptos se pueden encerrar. En cuanto se cojan bien las interposiciones y posposiciones, en las que principalmente se diferencia del griego y del latín o castellano, y en que conviene notablemente con los afijos hebreos, todo lo demás es coser y cantar. La pronunciación es ciertamente bárbara en gran parte, pero tiene con el castellano, que yo sepa, mayor afinidad que con ningún otro idioma, lo cual movió a escribir a fray Domingo, obispo689, que creía preparadas por Dios estas gentes para la nación española. Mas en su inculta barbarie tiene unos modos de decir tan bellos y elegantes, y unas expresiones que en concisión admirable encierran muchas cosas, que da gran deleite; y quien quisiere expresar en latín o castellano toda la fuerza de una palabra gastará muchas y apenas podrá.

Al contrario, de cosas espirituales y puntos filosóficos tienen gran penuria de palabras, porque como bárbaros carecían del conocimiento de estos conceptos. Pero el uso ha introducido en el idioma índico las voces españolas necesarias. Pues como tratándose de caballos, bueyes, trigo, aceite y otras cosas que no conocían, recibieron de los españoles no sólo las cosas, sino sus nombres, a cambio de las cuales hemos tomado también nosotros de ellos otros de animales o frutos desconocidos en Europa, así pienso que no hay que preocuparse demasiado si los vocablos fe, cruz, ángel, virginidad, matrimonio y muchos otros no se pueden traducir bien ni hallar su correspondiente en idioma índico; pues se podrá introducirlos del castellano y hacerlos propios, enriqueciendo la lengua con el uso, como lo hicieron siempre todas las naciones y de modo especial la española, que se enriquecieron con la abundancia ajena, lo cual todo prudente simiyachac, que así llaman al maestro de idioma índico, suele ya usar con frecuencia. La dificultad de la pronunciación, en que ensartando y metiendo muchas sílabas se alargan las dicciones sin medida, no puede menos de ofender a las orejas acostumbradas a la suavidad del idioma patrio, y mucho más grave es la de entender a los indios que garraspean más bien con la garganta que hablan; pero hay que arrostrarla con denuedo y con el uso y ejercicio vencerla. Porque todo lo demás es fácil.

El arte o gramática de la lengua índica está reducida a preceptos no muchos ni difíciles; y hemos de estar a los primeros escritores de ella, aunque dijeran muchos preceptos falsos y otros impropios o absurdos, porque ayuda mucho el arte y método de enseñar los primeros rudimentos. Hay, además, ya publicados otros muchos escritos elegantes y copiosos, con cuya lección puede aprovechar el estudioso discípulo, y cada día irán saliendo más y mejor preparados. Leyéndolos y aprendiéndolos de memoria y con frecuentes ejercicios escritos de imitación, crecerá mucho el conocimiento del lenguaje; por lo cual son muy útiles las cátedras de lengua índica públicamente establecidas. Pero todas éstas son palestra y sombra de combate más bien que lucha verdadera. Hay que ir a la realidad y tratar seriamente con los indios en frecuentes pláticas, donde oyéndolos y hablando con ellos se hará el habla familiar; después hay que pasar a los sermones, y dejando aparte la vergüenza y el miedo, hay que errar muchas veces para aprender a no errar. Al principio será preciso llevar de memoria los conceptos y las palabras, más adelante las palabras seguirán solas a los conceptos.

Muy fácil es, dirá alguno, prescribir todo eso; pero llevarlo a cabo es largo y trabajoso. Así es, lo confieso. Pero el trabajo todo lo vence, y al trabajo lo hace gustoso la inclinación del ánimo. No se me ofrece a mí dificultad más terrible que la aversión de la voluntad. Porque los hombres dan en no amar esto de la lengua de los naturales, en no cuidarse de ella y pasan a despreciarla, y a tener por deshonra tratar con los indios y hablar su idioma; pero a los amadores de Cristo y aficionados a las almas los debe incitar e inflamar más, ver que el mundo lo hastía y tiene en poco, provocándonos a ello Pablo, que dice: «El mundo está crucificado para mí y yo para el mundo»690, y el real profeta David: «Vive el Señor que saltaré y me mostraré vil»691. Nada hay mas precioso que la invención, la exaltación y el triunfo de la cruz de Cristo. Bien lo sabe el que lo experimenta.

Si, pues, los sacerdotes quieren aprovechar mucho a los indios, pongan todo su empeño cuando están recién venidos de España, antes de que se enfríe el fervor y sed de las almas que traen, en no ocuparse ni entretenerse en nada, sino en aprender con estudio cuidadoso la lengua y después que la sepan en ejercitarla. Si esto no se hace casi se pierde el tiempo, como nos lo tiene bien enseñado la experiencia. Sabiamente establecieron los padres dominicos de la provincia de Guatimala, como me contaba una persona digna de crédito, que como ley inviolable todos los que viniesen de España estuviesen el primer año sin hacer otra cosa que aprender la lengua, y pasado un año entero los mandan a los trabajos apostólicos. Ojalá que todos imitásemos tan sabio ejemplo, porque haríamos más en pocos años que se ha hecho en muchos. No fué en vano mandar el bienaventurado Ignacio, fundador de la Compañía, que se estableciesen lecciones públicas de lengua índica donde pareciese convenir692; y nunca más necesario lo que ordenan nuestras reglas, que todos hablen la lengua de la región en que residen; porque son muy necesarios estos socorros para conseguir la facultad de poder anunciar a los gentiles la palabra de Dios.

Pero si alguno, o por ocupaciones urgentes o por menos facilidad de ingenio, no puede llegar a tanto, no por eso piense en abandonar luego esta obra de Dios y pasar su vida en silencio, porque todavía puede ayudar mucho con la cortedad de sus facultades. Si es docto y de virtud probada, tome un compañero que sea buen lengua, e instrúyale qué ha de decir y de qué manera, y téngalo como hizo Moisés con Aarón por intérprete, a través del cual sea él quien principalmente hable, no para que vaya traduciendo palabra por palabra, lo cual resultaría frío, aunque ni aun así hay que menospreciarlo, sino que, bien instruído en suma antes del sermón haga él de orador, lo cual hemos visto ser muy provechoso si se topa con un compañero bueno y fiel. Además, no es de poca utilidad si se aprende él unos pocos sermones y alguna explicación del catecismo, y los repite de cuando en cuando a los indios. Y no tema cansarlos con la repetición, pues no necesitan estos pobres de grandes y exquisitas razones, antes les vienen mejor unas pocas cosas fáciles y acomodadas a ellos, y, eso sí, muy repetidas. Que ya el gloriosísimo predicador de Dios, Francisco, se dice que de ese modo enseñó con su predicación a algunos de sus frailes más simples; y nuestro maestro Francisco [Javier], entre los malabares aprovechó con esa industria en la conversión de las gentiles. Y dando una misión me vino al pensamiento que a nosotros sería fácil y a los indios muy provechoso mudar algunas veces los lugares, repitiendo en todos la misma doctrina, dándoles así, como a párvulos, la leche del evangelio. Podrían también leerse en público, declamándolos con alguna entonación, sermones escritos compuestos por personas graves y elocuentes acerca de la religión cristiana, que instruirían a los indios y excitarían su atención. Costumbre que fué antiguamente tenida mucho tiempo por la Iglesia, y muy alabada de los santos Padres. Y hay escritos muy oportunos de los nuestros en la lengua índica, que si se leen en público no dudo que serán recibidos con avidez. Yo, ciertamente, espero que con tal que no falte el fervor de espíritu que abrace juntamente a Cristo y a los que son párvulos en Cristo, con estos modos u otros que el mismo espíritu sugerirá, llegará día en que veremos grandes frutos de la fe y salvación de los indios.




ArribaAbajoCapítulo X

De la ciencia necesaria al sacerdote


Síguese que tratemos de la ciencia tan propia del sacerdote que mandaba la Ley que llevase sobre su pecho la doctrina escrita en el racional693, dando a entender que el ministro de Dios ha de ser doctor de los demás que ha recibido a su cuidado, no sea que desechando de sí la ciencia sea él también desechado por Dios del sacerdocio694, y así juntamente el profeta y el pueblo perezcan. En el hombre plebeyo tiene excusa la ignorancia, mas en el sacerdote, como escribe León, Papa695, «difícilmente se puede excusar la ignorancia»; más aún, dice en otro lugar: «la ignorancia en los que presiden no es digna de excusa ni de perdón»696. Cuánta debe ser la ciencia del sacerdote, lo indican bastantemente los decretos de los santos Padres. Si tiene oficio de predicar la palabra de Dios697, siendo eso propio de pastores y doctores, habrá de ser cual lo describe Pablo698, mantenedor de la palabra fiel que es conforme a la doctrina, para que pueda exhortar con sana doctrina y convencer a los que contradijeren. Quien no puede hacer esto bien, temerariamente usurpa en la Iglesia el puesto de doctor, exponiéndose, como dice Santiago, a un juicio más riguroso699.

Siendo, pues, este oficio de tanta alteza y tanto peligro, nadie lo puede cumplir bien si no es enviado de Dios. Porque ¿cómo predicarán si no son mandados?700, y el que habla de por sí busca su gloria701, y ellos hablaban en mi nombre no habiéndolos yo enviado702; y otros muchos lugares a este propósito que infunden espanto. De suerte que si no es por oficio o por imposición de los superiores o porque urja y estimule claramente la caridad, nadie que mire por sí osará tomar una carga que aun a hombres robustos parecería pesada. Mas la caridad de Cristo urge a los que saben estimar lo que significa que Cristo ha muerto por todos, a fin de que los que viven no vivan para sí, sino para aquel que ha muerto por ellos703. En la predicación de los indios hay mucho trabajo y poco lugar de vanidad: porque no se han de esperar las alabanzas y el aplauso popular, ni tampoco es preciso excitar el gusto demasiado delicado con exquisitos manjares, sino que el pan que a nosotros nos sobra y de la abundancia se hace vil, en cualquier forma y cantidad que se dé, ofrece espléndido banquete a los hambrientos. Así que el oficio de maestro que en otras partes es peligroso y temible, entre las gentes bárbaras es fructuoso y seguro, puesto que no busca el favor de los hombres, sino que espera el galardón de Dios a cambio de lo que se hace por sus pequeñuelos.

Quien toma el oficio de cura de indios tiene bien en el Catecismo del Concilio de Trento lo que ha menester saber: primeramente, declarar conforme a la capacidad, de los oyentes el símbolo y los principales misterios de la fe, después los mandamientos de Dios y cómo se cumplen o se quebrantan, luego lo que pertenece a la inteligencia y uso de los sacramentos. Con tal que sea de buena vida y se señale en ella, y no ignore la lengua índica, teniendo cerca de sí varones doctos a quienes pueda con seguridad consultar los casos graves, no echaría yo de menos el aparato de las escuelas y la doctrina recóndita en el párroco de indios, cuyo oficio más bien se ha de fundar en una natural prudencia y en el conocimiento de la condición y costumbres de los indios, que en la sutil literatura. Porque como en las casas religiosas se escogen por maestros de novicios los que son insignes en virtud y prudencia y uso de las cosas espirituales, porque siendo como es el arte de las artes, no tanto se aprende revolviendo libros cuanto distinguiendo las mociones internas del espíritu; aunque después de poner este fundamento de la pureza de vida y ejercicio de discernir lo bueno y lo malo, la lectura de los santos padres, como Gregorio, Basilio, Bernardo y los demás, y principalmente la meditación de las sagradas Letras ayuda sobremanera, así también en el régimen de los indios, que son como novicios de la religión cristiana y a quienes todo lo que se refiere a Dios y a la Iglesia es nuevo e inusitado, sería de desear en el ministro de Dios eximia santidad de vida junto con prudencia y destreza; y de ciencia la medida que comúnmente se tiene como necesaria, que sepa la forma que ha de guardar en el catecismo, el orden que ha de seguir en los sacramentos, cuánto le sea permitido en la absolución, cuáles son los pecados reservados, cuáles los privilegios de los neófitos concedidos por los sumos Pontífices y otras cosas tales cuya noticia encontrará en el Concilio provincial limense. Los ritos de los indios, sus costumbres tradicionales, las supersticiones y el modo de tratar con ellos sólo con el largo uso lo puede aprender; y dependiendo de esto el útil ejercicio del sacerdocio entre los indios, es muy de doler que sea raro el párroco que pase tres años en la parroquia que se le confía; luego se cansan de sus feligreses o la ambición y el interés los lleva de una en otra parte en busca de otros nuevos, siempre corriendo, nunca quietos, con lo cual consiguen poco fruto. Deberían recordar los obispos y los párrocos lo que dice el Sabio: «Considera atentamente el aspecto de tus ovejas; pon tu corazón a tus rebaños, porque las riquezas no son para siempre, y te será dada corona»704, y mucho más en el documento que el Buen Pastor da a los pastores: «Llama a sus ovejas por su nombre, y cuando las saca va delante de ellas»705. A la verdad, en el Concilio limense se ha decretado con palabras muy graves que no se permita a los curas de indios mudar su parroquia antes que pasen seis años, si no es por causas inevitables. Mas lo que sucede es que por gusto, porque en otra parte espera más rentas, o porque tuvo una diferencia con el encomendero, o porque le agrada más el concurso de la ciudad, luego al punto, sin el menor reparo, deja la grey que se le ha confiado y la entrega a un desconocido; y las ovejas, mudando a cada paso de pastor, sin conocer a ninguno y sin que ninguno las conozca ni las cuente, fácilmente se dispersan y caen en las fauces del lobo. Los mismos obispos a quienes tocaba reprimir la ligereza e inconstancia de sus párrocos, y apaciguar y suavizar su prisa y cansancio, con mucha más frecuencia condescienden con ellos mudándolos por cualquier causa. Se sigue de aquí una ruina tan grande de las almas que nunca la lloraremos bastante. Nada grande hará el sacerdote del Señor en beneficio de la salud de los indios sin tener noticias familiar de los hombres y las cosas, la cual no llegará a adquirirla si no se fija de asiento. Así, pues, tenemos en mucho esta ciencia en el párroco de indios; la otra ciencia teológica elaborada no la menospreciamos.




ArribaAbajoCapítulo XI

Conviene que en el nuevo mundo haya algunos insignes teólogos


No solamente no tenemos en poco la ciencia teológica, sino que, por más que a la mayoría les baste una medianía de doctrina, sin embargo, aquellos a quienes éstos recurren y de quienes como de fuente beben conviene que tengan completo conocimiento de toda la teología, aquí en este Nuevo Mundo, tanto y más que en cualquier otra parte de la tierra. Lo cual se lo persuadirá cualquiera teniendo presente, en primer lugar, que donde la fe cristiana está recién fundada y dilatada por tan inmensas regiones, es sumamente necesaria la teología para desarraigar los errores hereditarios y defender la religión aún tierna; pues oficio suyo es, como enseña Agustín, engendrar, nutrir y defender la fe tan necesaria para la salvación706. Habiendo oído los apóstoles que Samaria había recibido la palabra de Dios, les enviaron no a cualquiera, sino a Pedro y Juan, que entre todos sobresalían como los primeros707. Y ¿Por qué, sino porque los principios de la religión cristiana requieren especial sabiduría, industria y diligencia, como vemos que sucede en las nuevas plantas?

Además, que en este Nuevo Mundo por necesidad los negocios son nuevos, nuevas las costumbres, las leyes y los contratos, todo el modo de vida, en una palabra, es muy diferente; en toda la administración militar, mercantil. y náutica ocurren cada día nuevas y graves dificultades, las cuales si no son esclarecidas con la luz de la sagrada doctrina, y esa muy grande, es necesario que los hombres queden envueltos en oscuras tinieblas de ignorancia, y en riesgo grave de su salvación. Y si no hay un freno de ley de Dios y de razón que mantenga los apetitos, pronto la codicia y la avaricia revolverán todas las cosas y las alterarán con grave perturbación. Lo cual amenaza gravemente la palabra de Dios por Isaías: «Quitaré, dice, el consejero y el artífice excelente, y el hábil orador»; nótese lo que se sigue: «Y el pueblo hará violencia los unos a los otros, cada cual contra su vecino: el mozo se levantará contra el viejo y el villano contra el noble»708, y lo demás que dice en este lugar. Lo mismo declara brevemente, pero con mucha significación, el Sabio: «Cuando falte la profecía, esto es, la palabra de Dios, será destruído el pueblo»709. Y ojalá que todas las calamidades que por tantos años han pasado por esta república no tengan como causa principal que se dió mucho lugar a la potencia y a las armas y poco a la doctrina y a la discreción cristiana. No se puede decir cuán necesarias son para mantener a los hombres en su deber las ayudas de la doctrina sagrada.

Finalmente, la tierra que poblamos es remotísima y sumamente distante de España y de toda Europa, y ocurren negocios varios, y muchas veces los hay urgentísimos y de gran importancia para las almas y los cuerpos. Pues haber de esperar el remedio y el consejo de España, que llegará tarde, y cuando llegue será tal vez inútil y no pocas veces nocivo, ¿quién lo podrá llevar en paz? Difícil es juzgar con seguridad las causas de ausentes, y sabiamente dijo León, Papa, «que en tierras remotas sufren inmoderados retrasos las averiguaciones de la verdad»710. Además, que la noticia que se funda solamente en relaciones, siendo éstas varias e inciertas conforme al ingenio y parcialidad de los que las dan, se hallará por necesidad en grave peligro de dar dictamen falso de los negocios más importantes tocantes a la fe y la salvación de las almas. Sucede con frecuencia que, como los médicos más peritos en su arte, si son consultados en ausencia del enfermo, cuando no conocen bien ni las causas de la dolencia ni la complexión del doliente, se engañan gravemente y engañan a otros, así también los teólogos de España, por muy célebres e ilustres que sean, caen en no pequeños errores cuando tratan de cosas de Indias; mas los que las tienen delante y las ven con sus ojos y palpan con sus manos, aunque sean teólogos de menos nombre, razonan mucho más cierta y felizmente. Pablo ausente prescribe muchas cosas a los corintios, mas deja otras muchas para disponerlas cuando esté presente entre ellos711. Mucho sin duda aprovecha la experiencia de ojos y grande ocasión presenta a la sabiduría. Por tanto, si no hay algunos teólogos insignes y acabados que guíen a los demás y los alumbren con el resplandor de su doctrina, sin duda toda la causa de la religión sufrirá gran detrimento en las Indias.




ArribaAbajoCapítulo XII

La probidad de la vida la requieren en el ministro del evangelio dios y los hombres


La santidad de vida del sacerdote, que es la primera cosa de las tres que propusimos, el mismo nombre indica que debe ser eximia, lo cual no sólo las sagradas Letras lo expresan muchas veces, sino también las profanas, como dice Ambrosio712, quien aplica propiamente a los sacerdotes el dicho de Pitágoras: «que no han de ir por la vía común y trillada de la plebe», el cual afirma lo tomó de los hebreos, de quienes trae su origen. Porque a la verdad nada ha de haber en los sacerdotes plebeyo, nada villano nada común con el gusto, usos y costumbres de la inculta muchedumbre. Una gravedad ajena de la turba, una vida seria, un peso y aplomo singular reclama para sí la dignidad sacerdotal; porque «¿cómo ha de ser reverenciado del pueblo el que nada tiene distinto de la plebe y distinto del vulgo?» Hasta aquí Ambrosio; de lo cual contienen tanto las sagradas Letras, y enseñan tanto los santos Padres, que parecerá que recito homilías si quiero referir todas sus palabras. Una sola cosa diré en que muchas veces he reparado acerca de los que presiden a gentes nuevas para levantar en ellas no solamente el edificio de las buenas costumbres, sino de la misma fe, que han de estar adornados de tan excelente santidad, que sería de desear en ellos la misma de los apóstoles.

¡Con cuánta atención y preparación envió el Señor a los apóstoles para que fuesen delante de él y riñesen las primeras escaramuzas!713. Hizo primero oración profunda, tratando antes con su padre celestial asunto de tanta monta; llamándoles después a sí, ¡con qué palabras tan, graves les amonestó del oficio que les encomendaba! ¡Con qué orden los envió! ¡Con qué preceptos los instruyó! ¡Cuánto les advirtió de la integridad de vida, de la paciencia, de la mortificación! ¿Qué pretendía con tanto aparato tan gran maestro, sino enseñar a los doctores y pastores de la Iglesia, que no impusiesen a la ligera las manos a nadie, y que no encomendasen el oficio de la predicación sino a los muy selectos y bien probados? Y después de su resurrección no permite que, aunque estaban ya fervientes y encendidos en su amor, y aunque habían recibido la inteligencia de las Escrituras, salgan a predicar el evangelio, sino les manda estar dentro de casa y esperar en oración hasta que sean revestidos de la virtud de lo alto. Y el apóstol Pablo714, después que había sido elevado al tercer cielo y obraba maravillas, no es enviado en compañía de Bernabé a los gentiles, sino después que ayunando y sirviendo a los hermanos, el Espíritu Santo mandó que los apartasen para esa obra.

Sin duda requiere el ministerio apostólico larga probación de vida sin tacha. Pablo amonesta a Tito con gravísimas palabra acerca de elegir los que habían de presidir a los fieles715. diciéndole que ponga ancianos por las villas, así como yo te lo encomendé; el que fuere sin crimen: porque es menester que el obispo sea sin crimen, como dispensador de Dios, no soberbio, no iracundo, no amador del vino, no heridor, no codicioso de torpes ganancia, sino hospedador, amador de lo bueno, templado, justo, santo, continente. Los ministros manda también en otra parte716, que sean antes probados y así ministren, si fueren sin crimen. Dirás que para qué exigir tanto en el ministro del evangelio; a lo que respondo brevemente que ni a Dios, ni a los hombres, ni aun a sí mismo podrá dar satisfacción, si no fuere tal y tan escogido. Porque aunque es cierto que la gracia de Dios no se la puede prevenir con ningunos méritos, sin embargo, no es menos seguro que los méritos y santidad de los justos, sobre todo si son superiores, consiguen de Dios para el pueb1o que les está sometido largas bendiciones: y mucho más en los principios de la fe, donde nada pueden hacer los méritos de los que son llamados y pueden impedir mucho sus pecados. Sé, bien que fué gracia sola de Dios que tantos millares de judíos hiciesen penitencia con el sermón de Pedro y creyesen en Cristo717, que tantos millares de, gentiles a la predicación de Pablo dejasen la vanidad de los ídolos y adorasen al Dios vivo y verdadero718; lo cual no es del que corre ni del que quiere, sino de Dios, que tiene misericordia719. Mas que la misericordia de Dios disponer dar sus dones por las oraciones y méritos de los justos, quien lo duda o niega hace injuria a la misma misericordia: porque quiere que le hagan fuerza, y suma beneficencia es querer ser solicitado y movido a la misma beneficencia. Por eso a aquel pueblo duro de cerviz le pone de capitán a un varón mansísimo y amicísimo suyo, al cual le dice a voces que le detenga para que no se desate su furor contra los impíos720. Por eso Dios quiere que Abraham interceda por Abimelec y el pueblo de los egipcios721, Isaac por Rebeca722, el santo Job por la ignorancia de sus amigos723, Samuel, David y Ecequías por el pueblo de Israel724, Isaías por el mismo Ecequías725, Pedro y Juan por la plebe de los samaritanos726, Pablo por Epafrodito enfermo727 y por los compañeros de navegación728, y otros padres por otros; y quiere Dios que sus amigos oren y ofrezcan preces y sacrificios, para mostrar claramente que para tener misericordia de los pequeños en quienes faltan méritos, quiere que le provoquen los ruegos de los mayores. Este es orden admirable de la divina providencia.

Por lo cual Dionisio dice729 que quien por sí mismo quiere acercarse a Dios, despreciando a los santos, nunca llegará a la familiaridad con Dios. Y esto es lo que pide por el profeta: «Busqué un varón que se interpusiese en medio, y no lo hallé,»730, lo cual llora otro profeta: «No hay quien se levante y te detenga»731. Más aún, los pecados de los que gobiernan de tal manera provocan la ira divina, que no sólo cesa de dar sus beneficios, sino que acelera la venganza. Por lo cual severamente y con verdad atemoriza Gregorio a los malos superiores diciendo: «¿Con qué entrañas toma ante Dios el lugar de intercesor quien sabe que no es familiar a su gracia por los méritos de su vida? O ¿cómo pide perdón para otros quien no sabe si tiene él aplacado al justo juez?» Mucho es de temer que quien pretende aplacar la ira, no la merezca él mismo por sus culpas; pues bien, sabemos todos que cuando es enviado como intercesor quien no es grato al ofendido, antes enciende más su ira732. Siendo esto verdad es muy de temer que los cortos progresos que la fe ha hecho entre los indios, y aun que no haya penetrado todavía en muchos, no se deba por justo castigo a nuestros vicios y falta de merecimientos. Porque cuanto más ajenos son los indios a Dios y más alejados de la luz celestial, tanto es menester que los méritos del sacerdote y padre sean más insignes, para que lo que a ellos les falta lo supla él ante Dios, padre de todos.

He dicho, además, que a los hombres sin la integridad de vida, lo demás poco aprovecha, porque el reino de Dios no está en palabras, sino en la virtud733, y más hace y mueve a los demás la vida pura que las palabras elegantes. Por el contrario, las costumbres viciosas fácilmente destruyen y hacen inútil la doctrina sana; que por eso Sergio Paulo, procónsul, varón prudente, no creyó, a pesar de que admiraba la doctrina divina, hasta que vió que a las palabras seguían las obras734. Nosotros no hacemos milagros en confirmación de la palabra evangélica, ni son necesarios; nos queda la vida para confirmarla plenamente, como dice Crisóstomo735, la cual si falta, todo lo demás vendrá por tierra. Recuerdo también haber dicho que los indios, por su condición natural, están colgados con atención increíble de los hechos de sus mayores, observan con extrema vigilancia sus obras, y por ellas los juzgan, y los desprecian, o los reciben y tienen en lugar de Dios. Y es despreciada la predicación de aquel cuya vida no es aprobada. No aprovechará, pues, a otros el sacerdote sin la pureza y esplendor de vida, y así se hará grandísimo perjuicio, lo cual es mucho de considerar.




ArribaAbajoCapítulo XIII

Los que se hallan entre bárbaros están faltos de ayuda humana para la virtud


Tienen los que viven entre indios pocas ayudas humanas para la virtud y muchos impedimentos. Por lo cual tanto menos conviene que sean descuidados en el negocio de su alma, antes, al contrario, que hayan echado profundas raíces en la virtud, y sepan luchar contra la tempestad y vientos contrarios, renovando en sí de día en día el hombre interior, acordándose del apóstol Pablo, el cual, siendo quien era, castigaba su cuerpo y lo reducía a servidumbre, no fuera a ser que predicando a otros él fuese hecho réprobo736. Quien no tenga de sí propio cuidado, cuando está de párroco en los pueblos de indios, no ha de tener otro que le ayude y excite. Gran defensa es de la virtud la compañía de los buenos; porque el compañero incita con su ejemplo, alivia con su palabra, instruye con su consejo, ayuda con sus oraciones, contiene con su autoridad; de todo lo cual carece la soledad. Divinamente amonesta el Sabio: «Mejor es estar dos juntos que uno, porque tienen mayor provecho de su compañía; si cayeren, el uno levantará al otro; mas ¡ay del solo!, que cuando cayere no tendrá quien le levante737.

Da espanto y es de inmenso peligro tanta soledad en las parroquias de indios. A mi parecer, había que proveer con todo empeño que nunca estén menos de dos, lo cual, después de hecha la nueva reducción a pueblos, es fácil por ser muchos los poblados bastante numerosos que no les basta un solo cura. El Señor mandó a los discípulos de dos en dos a predicar738, pudiendo recorrer más pueblos si fuesen separados; pero el maestro celestial, queriendo que fuesen juntos, miró por la consolación y seguridad de los suyos y por la edificación y confianza de los extraños. Y este mismo orden tuvieron después los apóstoles, cuando enviaron a Pedro y Juan739, Bernabé y Pablo740, Judas y Silas, y otra vez Bernabé y Marcos741, Pablo y Silas, y así constantemente. Mas entre nuestros ministros del evangelio ¡ qué soledad tan temerosa! De la cual poco a poco sin sentir nace la desidia, después la licencia, pues se peca sin testigo, ni temor de reprensión o castigo; finalmente, después de la caída, es tardío y difícil el arrepentimiento por carecer de médico. De ahí el criar callo y costumbre en el mal, y el olvido de todo bien, y perder la esperanza de enmendar la vida. ¡Oh, cuántos cayeron así miserablemente! ¡Con qué razón debe llorar el abeto al ver caer los nobles y altísimos cedros del Líbano!742. No hablo de cosas antiguas; no trato de los Herones, Tertulianos, Orígenes, Nicolaos, Salomones y demás ejemplos de la antigüedad. Tengo ante los ojos casos recientes y cuotidianos. Y ¿qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?743. Y el que es malo para sí, ¿para quién será bueno?744. Todas las ayudas y socorros humanos que vienen del ejemplo de la vida, de las costumbres, de la doctrina y autoridad de los otros, faltan por completo al párroco de los indios. Si no ha adelantado mucho en la virtud, y se hace guarda exactísimo y vigilantísimo de su propia observancia, ¿cómo podrá desempeñar el oficio recibido sin grave daño suyo?




ArribaAbajoCapítulo XIV

Incentivos que ocurren de lujuria y avaricia


Aunque la soledad carece de todas estas ayudas que hemos dicho, en tiempos la deseaban muchos santos, porque también está libre de lazos y ocasiones por faltar toda materia al apetito y la codicia. Mas la vida entre los bárbaros está por una parte destituída de toda ayuda humana para el bien, y por otra muy bien provista de lazos e incentivos para el mal. El abismo de la impureza no tiene límite, porque no hay temor de los hombres, y la lascivia y procacidad de las indias es terrible, y todo pudor desconocido; la ocasión frecuentísima, sin que sea preciso buscarla, que ella misma se ofrece. Ciertamente el temor de Dios es muy poderoso para resistir el pecado; mas cuando falta el pudor y el temor humano, y empuja la fragilidad de pecar, se llega a tener en poco; así es la humana miseria. Cuando el halago seduce, y la impunidad persuade, ¿qué no conseguirá la tentación? Y ¿quién será casto sino huyendo la ocasión de la lascivia? Porque una vez encendida ésta, lo que se sigue nos lo enseña Salomón con sus palabras cuando dice: «¿Quién pisará brasas y no se le quemarán las plantas de los pies?»745; y más aún con su ejemplo, pues siendo tan amado de Dios y enriquecido con tanta sabiduría, ya en su vejez sucumbió vencido y oscureció su nombre con la mancha del pecado746. Escribió cierto santo747 que Dios había dado el pudor a la mujer, no sea que si faltase pereciese toda carne; mas en las mujeres bárbaras falta tanto el pudor, que en esta parte no se diferencian de las hembras de los animales, y aun diferenciándose de ellas en el pudor las superan en la lascivia. ¿Quién saldrá, pues, ileso, de tan grande incendio, sino aquel a quien protegiere la divina gracia, y la cuotidiana mortificación de la carne lo cercare con fuerte muro?

Existe otra tentación grave que no se puede vencer sin gran fortaleza de alma, y es la de dominar y mandar a los indios, a los cuales es tan connatural y usada la sumisión, y tan corta la osadía para oponerse, que dan alas al que los rige, para que, cuanto se le ocurra, lo ponga al punto por obra. Hay muchos que abusan de la sumisión de los súbditos, que los mandan con aspereza, y ordenan a su capricho cuanto se les antoja, bueno o malo; a los cuales describe el apóstol como operarios que devoran, que arrebatan, que se engríen, que hieren en la cara748, que no sirven a Dios, sino a su vientre749. Los cuales están tan prendados del mando, que no toleran la ayuda de otros, aunque sean de vida aprobada y sana doctrina y ejercitados en la obra del Señor. De ahí un fausto insolente. Y si algún hermano tiene palabras de exhortación para la plebe, lo reciben mal y sin gracia, concitan la envidia y no dan derecho a los demás. Ciertamente no ignoro que hay muchos que no solamente admiten colaboradores en la obra de Dios, sino que ardientemente los desean.

De ahí también el soltar largamente las riendas a la codicia, pues tienen delante de sí ancho campo, donde pueden sin contradicción de nadie ejercer el lucro, y siempre a punto a su devoción el trabajo de los indios. Con que disimule los abusos de los indios principales, podrá coger cuanta plata quiera echando multas en dinero, y si manda servicios en su provecho todos los brazos estarán preparados. Finalmente, es tanta la materia que hallará de imperio absoluto y de avaricia, que si no es de ánimo muy temperante y de virtud robusta en breve dará al través.




ArribaAbajoCapítulo XV

Contra los abusos de los párrocos de indios


Por bien parados se podrían dar los indios si los sacerdotes tuvieran la discreción de oponerse al menos a las ocasiones de los vicios, y no buscasen de industria la licencia de una vida más suelta procurando gustosos su propio mal y haciendo tratos con la muerte750, y dando el nombre de paz a tantos y tan graves males751. Porque no huyen de los lazos de Satanás, teniendo mujeres en su compañía y para su servicio. Y si como del vestido la polilla, nace de la mujer la maldad del varón752,¿qué guarda puede haber de la castidad, teniendo el enemigo en perpetuo acecho dentro de casa, en la habitación, en el trato familiar? Dicen que no se han de guisar ellos la comida y cumplir los demás quehaceres, y que para eso son necesarias las mujeres. Como si los varones no pudiesen prestar esos servicios, y más los indios siempre prontos a cualquier obsequio. O si creen imprescindible la limpieza de las mujeres, tómenlas enhorabuena viejas, de aquéllas de quienes se dice que no dan ya fuego ni humo. No sé si en otro punto insistieron más los padres antiguos; apenas podrán hallarse más cánones ni más severos que los que prohiben la cohabitación de los clérigos con mujeres. En el gran concilio de Nicea todos saben con cuán graves palabras se vedó a los clérigos evitar las mujeres que se introdujesen fraudulentamente753; los concilios provinciales están llenos de lo mismo754; dan fuertes voces los decretos de los padres, de los que citaré sólo a Jerónimo que trató este punto hasta la saciedad755. «Nunca, dice a Nepociano clérigo, o rara vez pisen pies de mujer tu casa, porque no puede habitar con Dios el que admite juntas de mujeres. La mujer quema la conciencia del que cohabita con ella; nunca disputes de formas de mujeres, y las mujeres ignoren hasta tu nombre»; y lo demás que añade. No hay excusa que valga en esta materia, en la que si no por su conciencia, al menos por su reputación debería tener mucha cuenta el párroco.

Pues la negociación, y más aún la usura, está prohibida a los sacerdotes por las palabras de todos los concilios y romanos pontífices, principalmente de León Magno, y del mismo apóstol Pablo y aun del Señor756; porque sabían que la codicia es raíz de todos los males, y los negocios seculares impiden mucho la milicia de Dios. ¿A qué traer aquí a cuento las exquisitas artes de la codicia, las compras, las ventas al por menor, las convenciones y pactos secretos, la plata prestada a mercaderes para que la vuelvan con rédito, el cual en castigo muchas veces no cobran, privados del lucro y de la facultad de reclamarlo, por confiarse a mercaderes que tienen por indulgencia levantar imposturas a los clérigos? Pues el cambiar oro con plata, y plata ensayada con plata común, la industria que espera las ocasiones y vende las oblaciones de los fieles de acuerdo con los encomendadores bajo cierto convenio mutuo, y otras mil fraudes de la avaricia, no hay para qué referirlas. De suerte que las parroquias de indios más apetecidas, y con mayor ambición y precio obtenidas, son las que aunque producen menos renta dan más ocasión de negociar. Desde el sacerdote hasta el profeta todos están entregados a la avaricia, dice la palabra de Dios757. He aquí los naufragios que cada día padece el sacerdote de las Indias en estas Sirtes y Caribdis.

Pues ¿qué diré del vicio del juego?. También a éste lo condenan gravísimamente los sagrados cánones758; pero en vano, por lo que se refiere a las Indias. Se pone la mesa de juego; día y noche corren los dados, y los jugadores, como buitres sobre el cadáver759, acuden de todas partes, y si tardan los buscan. Es clásico jugar en la casa del cura. Todos los estipendios de un año van a veces en una sola puesta. Muchos se excusan con la soledad y desocupación, los cuales, si emplean un cuarto de hora en confesar a un enfermo o en instruir a un catecúmeno ignorante, les parece demasiado e intolerable. Pasándose la noche en vela dicen misa muy entrado el día, y eso a prisa. que será milagro no confundan las sagradas páginas con cartas de naipes. No digo estas cosas por gana de zaherir y con maledicencia, sino que me fuerza la necesidad de llorar nuestra suerte, que estamos hechos fábula y ludibrio de nuestros vecinos. Otros tienen por lo más honesto del mundo darse a la caza o a la cetrería, y más gastan en perros que en dar a los pobres; tienen las cuadras llenas de caballos, crían con gran diligencia los halcones, llevan tras sí tropas de indios y más frecuentan las cumbres de las sierras que las iglesias. Contra todas estas locuras están llenos los concilios, sobre todo los de los padres galicanos760. Pero se ha relajado buen tiempo la disciplina eclesiástica, y lo mismo hacemos los sacerdotes, los prelados y los monjes; no se puede ya reprender lo que es común a todos.

Por tanto, aquel a quien se confía el cuidado pastoral de los indios, no sólo tiene que luchar contra las maquinaciones de Satanás, y los incentivos de la concupiscencia, sino oponerse también a la costumbre arraigada y robustecida por el tiempo y el uso general, y ofrecer el pecho a los dardos de envidiosos y malévolos, que si ven algo que contraría a sus hábitos, luego le llamarán traidor, hipócrita y enemigo. Estas cosas que brevemente ha tocado debe procurar en los otros cuando acaso oye sus confesiones, y cuidar en sí mismo el ministro fiel de Dios, y para hacerlo dignamente piense cuánta gracia celestial y cuánta probidad de vida necesita. Añadiré, por fin, un lugar de Isidoro sobre la santidad del sacerdocio, para terminar lo que se refiere a la integridad de vida de los párrocos761: «¿A qué añadir más?, dice, porque si el que estando constituído en estado de presbiterio o episcopado comete pecado mortal, cae de su dignidad, ¿cuánto más quien es hallado pecador antes de la ordenación, hay que excluirlo del sagrado altar?». Puesto que la ley deja fuera del sacerdocio a los pecadores, mírese cada uno a sí mismo, y sabiendo que los poderosos serán atormentados poderosamente, apártese de lo que más es carga que honor; porque quien tiene el cargo de instruir y enseñar la virtud a los pueblos, es necesario que en todas las cosas sea santo y en ninguna reprensible.




ArribaAbajoCapítulo XVI

El auxilio de la oración es necesario al que evangeliza


Hasta aquí hemos dicho cuáles han de ser los ministros que trabajan en la salvación de los indios; réstanos ahora decir con qué medios y ayudas conseguirán lo que se desea. Cinco cosas me parecen ser menester para salir con tan grande obra: que el ministro evangélico se concilie el favor de Dios con la oración, que mueva a los hombres con el ejemplo, los gane con beneficios, los instruya en el catecismo y los santifique con los sacramentos; de las cuales suelo preguntar en particular a los curas de indios, cuando me ocurre tratar sus conciencias, y se las recomiendo con todas mis fuerzas.

No dudo, pues, que el principio y cabeza de toda acción y cuidado sacerdotal debe ser la oración ferviente y asidua. Porque aunque para comenzar y proseguir cualquier negocio espiritual, el auxilio de la oración es el primero y principal, como enseña Dionisio762, o más bien Jesucristo, que manda orar siempre y nunca descaecer763; sin embargo, tratándose de la conversión de las almas, es mucho más necesaria, por ser toda ella obra de la gracia, que se puede impetrar con oraciones, pero no conseguir con méritos. Y si va no es cualquiera conversión, sino la primera, más principal y dificultosa en que el infiel es llamado a la fe, cuando he de desnudarse no sólo del afecto, sino del mismo sentido, y negarse a sí totalmente, para ir a Cristo llevando cautivo su entendimiento, es tan necesario el auxilio de la oración, que quien vaya armado de los demás sin ella no conseguirá nada, por venir con asta y escudo y no confiado en el Señor. Porque no poseyeron la tierra con su espada, ni su brazo los salvó, sino tu diestra, oh Señor, y la luz de tu cara, porque te complaciste en ellos764. Más hizo sin duda Pablo con la oración que con la predicación, más con lágrimas y gemidos que con exhortaciones. Y lo mismo: hicieron Pedro y Juan y los demás capitanes de la milicia cristiana. «Con la oración de Esteban, dice Cipriano765, fué ganado Saulo»; «las lágrimas de Mónica, dice Agustín766, hicieron más para la regeneración del hijo que los sermones de Ambrosio». Por lo cual amonesta el mismo santo767 que antes de toda exposición de la palabra de Dios hay que orar ardientemente y decir a Dios de lodo corazón: «En tus manos, Señor, estamos nosotros y nuestras palabras»768. Por eso nuestra santa madre la Iglesia ruega tan diligentemente a Dios por los infieles, como los mismos santos Cipriano y Agustín lo notaron, porque no pueden desde el abismo de sus tinieblas contemplar la luz divina si el sol de justicia no se digna ilustrarles a los que están sentados en la región de sombras de muerte. No creo yo que el padre Francisco Javier ganase tantos miles de hombres para Cristo por su facundia, pues de él dicen nuestras historias que ni siquiera en su idioma nativo era excesivamente elocuente, cuánto menos en lengua extraña, en la que más bien mascullaba que profería las palabras bárbaras, sino por sus ferventísimas oraciones, sus ardientes lágrimas, sus gemidos y suspiros salidos de lo íntimo del corazón, en los que pasaba las noches enteras de claro en claro, y con que mucho más fuerte y asiduamente toca ha el corazón de Dios que no los de los hombres con su fuerza en el decir. Y dentro de este mismo reino hemos conocido quien con lenguaje simple y sin aliño, pero ardiendo en el espíritu de Dios, hizo más en la conversión de los indios que muchos insignes oradores.

Sería nunca acabar referir los ejemplos de la antigüedad. Sirva para todos el de Pablo apóstol, cuyo tesón increíble en orar por que la palabra venciese nadie lo creería sin su testimonio confirmado del Espíritu Santo, que no puede errar. Repasa por orden sus cartas y hallarás en la de los romanos, que pone a Dios por testigo que siempre sin intermisión hace memoria de ellos en sus oraciones769; por los corintios siempre da gracias a Dios770; por los efesios dobla las rodillas para que Cristo more por la fe en sus corazones771; por los filipenses ruega siempre con gozo en todas sus oraciones772; por los colosenses no cesa de orar y pedir para que sean llenos del conocimiento de Dios773; de los tesalonicenses hace sin intermisión memoria en sus oraciones774 a Timoteo, su discípulo, lo recuerda, y de día y de noche desea tenerlo presente775; de Filemón y de la iglesia que está en su casa siempre se acuerda en sus oraciones776; lo cual, aunque lo calla de Tilo, debemos presuponerlo puesto que era de más estima para Pablo. De los hebreos parece no hacer memoria, alterado algún tanto el exordio de la carta por la grandeza y sublimidad del asunto, y cambiado el estilo más bien oratorio que epistolar; pero escribiendo a los romanos, bien claro muestra que no se le habían ido de la memoria777, pues les da cuenta de la gran tristeza y continuo dolor que tiene, basta el punto que quisiera si fuese posible ser separado de Cristo por ellos, y aunque duros y obstinados no deja de orar por su salvación. A los gálatas, por creer necesario hablarles con palabras duras y de represión, reprime la suavidad ordinaria en escribir; sin embargo, cuánto les ayudase con sus oraciones y lágrimas lo sabemos no solamente por la solicitud que muestra de todas las iglesias778, sino por los gemidos maternos con que les reconviene: «Hijitos míos, a quienes otra vez doy a luz hasta que se forme Cristo en vosotros»779. Causa verdadero asombro y excede toda creencia que tantas iglesias, tantas casas, tantos hombres cupiesen continuamente en la memoria de Pablo, de quienes dice, aun jurándolo, que sin intermisión los tiene presentes a todos en sus oraciones. Imagino yo la caridad de Pablo, derivada de la de Cristo, que cuando oraba se acordaba nominalmente de todos los elegidos, al modo de mar inmenso que entra en algún grande golfo, y no me admiro que su diligencia en orar abarcase tanto, acordándome que nada hay difícil a la oración; pues como el Señor concedió a Pablo, que oraba, la vida temporal de doscientas setenta y seis personas780, así también la vida eterna de otras innumerables.

Y ¿qué diré de Pedro, cuyo fervor fué tan grande que aun después de su muerte promete que tendrá memoria de los suyos?781. Ciertamente me persuado que es gran verdad lo que dice Crisóstomo, que los pastores de la iglesia ruegan a Dios antes y con más diligencia por los suyos que por sí mismos. De Policarpo, discípulo de Juan, refiere Eusebio782 que, buscándole los lictores y viendo que se llegaba la hora de su pasión, pidió tiempo para orar y estuvo dos horas recordando en particular los nombres de los fieles a él encomendados, sin apenas hacer mención de sí mismo. Tanta era la caridad que tenían con los suyos aquellos padres antiguos, tanto su ardor en orar. Es de todo punto cierto lo que Inocencio Papa escribe a Agustín (121bis): «que mas nos aprovechan las oraciones mutuas y comunes que las particulares y privadas». Finalmente, el que trabaja en la conversión de los infieles, acuérdese que hace el mismo oficio de los apóstoles, los cuales, encomendando a otros todo lo demás, se quedaron sólo con dos cosas: perseverar insistentemente en la oración y en el ministerio de la palabra783. Estas dos operaciones de dirigir a Dios la oración y a los hombres la palabra definen el ministerio apostólico, y quien las separe no podrá conseguir la salvación de sus prójimos, como si quisiese navegar el ancho mar y no desplegase las velas, o desplegándolas no soltase las áncoras o las amarras de la nave. Quien quiera, pues, trabajar fructuosamente en la viña de las Indias, nunca deje el estudio de la oración, y ofreciéndose a sí mismo en continuo sacrificio con lágrimas, gemidos, frecuentes vigilias y maceraciones de este miserable cuerpo, hágase a Dios propicio, a fin de que el evangelio crezca y fructifique en toda la tierra. Pienso que hay muchos géneros de demonios en las Indias que no pueden salir sino con la oración y el ayuno784. Entre todas las demás obras tiene lugar principal la víctima venerable del Cordero inmaculado que ha de ofrecer todos los días a Dios Padre con todo su afecto y plena confianza, pidiendo lleno de fe que aquellos entre quienes cumple su misión divina, se digne hacerlos coherederos y concorporales con su Hijo, pues por ellos fué derramada aquella sangre. No es posible, no, que sean rechazadas preces avaloradas con tan grande oblación por aquél que es rico en misericordia, y por su excesiva caridad, siendo nosotros muertos, nos vivificó en Cristo785.




ArribaAbajoCapítulo XVII

Del buen ejemplo de vida


Del frecuente trato con Dios nace un gusto de la vida divina, que por más que el varón espiritual quiera mostrarse sobrio786, estando embriagado del vino celestial y entrando con frecuencia en la bodega interior787, no puede menos de dar señales de la embriaguez espiritual y eructar de la abundancia de la dulzura788. Ya puede Moisés velar su cabeza para no herir los ojos de la plebe con la grandeza del resplandor, que volverá del trato con Dios tan mudado que él mismo no se conocerá, y no sabrá que tiene otra la cara después que ha gozado de la conversación con Dios789. Así que la oración no sólo alcanza de Dios gracia para aquellos por quien ora, sino que el mismo que ora se enciende de fuego divino con que emprende una vida celestial y digna de Dios.

Que una pureza manifiesta de vida sea muy necesaria en el maestro de la fe para aprovechar con la enseñanza a los indios, ya antes lo hemos dicho y lo hemos aún de repetir muchas veces, puesto que no hay otra mayor ni más cierta esperanza de salvación para estos miserables que el ejemplo intachable del pastor, y, al contrario, no hay contagio más pestilente que sus malos ejemplos, al cual la palabra profética sabiamente lo llama ídolo de pastor790. Haga, pues, con diligencia el ministro de Cristo que su vida dé testimonio de El, para que todos conozcan que es discípulo de Aquel con cuya doctrina se gloria. Aprenda de Cristo la mansedumbre, aprenda la humildad, aprenda la perfecta caridad que le lleve a dar prontamente la vida por sus ovejas. Acuérdese de brillar con sus buenas obras delante de los hombres de tal manera que viéndole glorifiquen al Padre que está en los cielos. Sepa cierto que éste es milagro más poderoso para persuadir que todos los demás y, no restando otro de los que ilustraron la primitiva Iglesia, hemos de conservarlo con todo nuestro esfuerzo.

Pedro, constituído por el Señor pastor universal de la Iglesia, amonesta a los pastores y les ruega que sean forma y ejemplo de su rebaño791, ya que los inferiores suelen mirar a los hechos de los mayores y arreglar por ellos sus costumbres. Por lo cual, confiadamente provocaba Pablo a los suyos a que mirasen a él. «Sed imitadores míos, dice, como yo lo soy de Cristo»792; y en otra parte: «Observad los que así anduvieren cómo nos tenéis por ejemplo»793. Mas ¿en qué cosas deben principalmente dar ejemplo los ministros de Cristo? Pedro fustiga gravemente el fausto y la importuna ambición de dominar y toda sospecha de codicia: «No teniendo, dice, señorío sobre los que son heredad del Señor, ni buscando ganancia deshonesta»794. Pablo se profesa tal a los tesalonicenses: «Nunca, dice, fuimos lisonjeros en la palabra, como sabéis, ni tocados de avaricia; Dios es testigo. Ni buscamos de los hombres gloria, ni de vosotros, ni de otros; aunque podíamos seros carga como apóstoles de Cristo. Antes fuimos blandos entre vosotros, como la que cría, que regala sus hijos; tan amadores de vosotros, que quisiéramos entregaros no sólo el evangelio de Dios, más aún, nuestras propias almas porque nos erais carísimos»795. Con este ánimo, ¿qué no llegaría a hacer Pablo? ¿A qué sabio de este siglo, a qué amador de las cosas terrenales no vencería y doblaría con tanta integridad y tan maravilloso desprecio de todas las cosas?

Pero además de tenerse en poco a sí y a todas las cosas, y de la ardiente caridad con los hermanos, prescribe especialmente Pablo a Timoteo que sea ejemplo de castidad: «Sé ejemplo, dice, a los fieles en la palabra, en la conversación, en la caridad, en la fe, en la castidad»796. Y de la misma manera amonesta a Tito: «En todas las cosas ponte como ejemplo de buenas obras en la doctrina, en la integridad, en la gravedad»797. No solamente manda que la castidad sea a todos conocida, sino también la integridad y la gravedad, que ninguna ligereza se pueda notar en él, ni la vista libre, ni la cara licenciosa, ni las palabras petulantes, nada lascivo, nada que huela a corazón podrido, sino que el mismo aspecto, el modo de andar y todas sus palabras muestren alegre gravedad. Guarde en su pecho el dicho de Jerónimo anciano: «Lo que probablemente te puedan levantar, antes que lo levanten, procura evitarlo»798. Finalmente, en estas dos cosas, continencia y desprecio del dinero, no tema procurar buena opinión entre los hombres. «De muchos crímenes acusaron a los apóstoles los enemigos de la fe, dice Crisóstomo799, pero de codicia y de impureza nunca los acusaron, por muy contrarios y mentirosos que fueran, pues quisieran o no quisieran se verían forzados a dar testimonio de la verdad.» Lo cual sucedió de la misma manera en Cristo nuestro Rey, a pesar de ser tan combatido con tanta envidia y maldad y difamado y mordido por los impíos. Viniendo ya a estas Indias, me dijo sabiamente uno de nuestros hermanos que había estado mucho tiempo en las Orientales, que en esta parte no sólo había de buscar con todo cuidado la verdad, sino la buena opinión, «y no te pese, me decía, hacer alguna vez del hipócrita. Porque la fama sacerdotal es como el honor virginal, que con una mala sospecha se mancha». Dispóngase, pues, el ministro del evangelio a ser en todo momento espectáculo a Dios, a los ángeles y a los hombres800.




ArribaAbajoCapítulo XVIII

De la beneficencia


Propusimos en tercer lugar la beneficencia. Aunque el reparto de la palabra de Dios es la más ilustre de las beneficencias, pues no hemos de ser tan necios que tengamos en más el pan de la limosna que hinche el vientre, que no la palabra que instruye la mente, como amonesta Agustín801; sin embargo, llamo ahora beneficencia propiamente tal la que provee a la salud corporal y fortuna del prójimo. Esta la pone Gregorio como necesaria en todo rector para sus súbditos con elegantes palabras: «No penetra, dice, la doctrina en la mente del pobre, si no la recomienda en su ánimo la mano que hace misericordia; y entonces germina fácilmente la semilla de la palabra, cuando en el pecho del oyente la riega la piedad del predicador. Porque el ánimo de la grey descaece comúnmente de recibir la predicación si el pastor descuida el socorro de lo exterior»802. Y así entiende de la comunicación y providencia de los bienes externos aquella palabra del apóstol Pedro: «Apacentad la grey del Señor que está entre vosotros, teniendo cuidado de ella no por fuerza, sino voluntariamente»803; y añade lo de Pablo: «Quien no tiene cuidado de los suyos, sobre todo de sus domésticos, negó la fe y es peor que el infiel»804.

Y, ciertamente, que la costumbre enseñada por los apóstoles y mantenida en la Iglesia por largo tiempo fuese que los pastores alimentasen a los pobres con los bienes de la Iglesia y los suyos propios, es tan notorio, que no hay para qué referir los innumerables decretos de los Concilios y los hechos de la historia eclesiástica. Esta fué, entre otras, la causa de que los apóstoles creasen los diáconos805 para que sirviesen la mesa de los pobres, y entonces floreció la costumbre del ágape que después languideció y no quedaron de ella sino vestigios, a fin de que no se consintiese haber ningún pobre entre los fieles. De esta providencia de la Iglesia y misericordia paternal con los pobres están llenas las cartas de Ambrosio sobre todo y del Crisóstomo, y sabemos que llegó a tanto, que algunos Pontífices dieron todas sus cosas, y algunos alimentaron con sus sudores a los pobres. Paulino, obispo de Nola, como refieren escritores dignos de fe806, se vendió a sí mismo por esclavo, y con el precio socorrió la necesidad de un pobre. Sería largo y superfluo referir los hechos de los antiguos padres, o recordar sus decretos, los cuales quisieron que unos mismos fuesen los ministros de la palabra divina para apacentar las almas, y repartidores de los bienes para proveer los cuerpos; por lo cual juzgaron habían de ser llamados ecónomos de Cristo.

Mas aunque nada nos enseñara en esta parte la antigüedad, las mismas cosas y costumbres de los indios amonestarían e impulsarían bastante a los fervorosos ministros de Dios en estos tiempos a que si algún fruto espiritual desean coger de la palabra de Dios, de ningún modo dejen se les vaya de entre las manos la beneficencia; porque si tenemos sed del provecho de las almas, no hay atajo más breve que hacer bien a los cuerpos. La beneficencia con facilidad vence y cautiva los ánimos y perora y persuade cuanto quiere; porque, como creo haber dicho en los libros anteriores, por eso fueron tan poderosos, para convencer la fe, los milagros de Jesucristo y los apóstoles, porque la mayor parte se hacían para utilidad de los hombres; y ganados can ellos los corazones, fácilmente y con gusto recibían los consejos de salvación de los que primero habían recibido los beneficios. «Resucitad los muertos, limpiad los leprosos, curad los enfermos, arrojad los demonios, les dice, y a la postre dad gratis lo que gratis habéis recibido»807. Esto postrero, si lo viesen las gentes en los ministros de Dios con la sinceridad digna del evangelio, por bárbaros y fieros que fuesen, en breve se amansarían, y depuesta la fiereza darían sus cuellos vencidos al yugo de Cristo. Hasta los perros y los peces y los fieros leones muestran sentir los beneficios y ofrecen argumentos de su agradecimiento a los autores que los escribieron, los cuales, si no doblegan a los hombres, es porque serán más duros que piedras.

Es completamente falsa y maliciosa la opinión de los que piensan que los indios no sienten los beneficios, ni los conmueve la misericordia, ni dan la menor muestra de agradecimiento; antes cuanto mayores obras de clemencia y beneficencia se hacen con ellos, peores se vuelven. Pues aunque el ingenio servil de los bárbaros y su falta de nobleza dan pie para pensar así, sin embargo en cuanto a reprimir los buenos oficios de humanidad y beneficencia con ellos no se dicen esas cosas con la advertencia conveniente. Porque ciertamente esa opinión la mantienen por lo común los que no tratan con los indios y los tienen por sospechosos. Reciben bien el beneficio, mas presto lo olvidan, y rara vez o nunca dan gracias por él; la causa es su natural cortedad y timidez. Pues como el perro ajeno y que no conoce tu mesa, si le echas un hueso o un mendrugo lo arrebata y se va si no le das más, y de otra manera está en la mesa de su amo y le sigue a todas partes, de la misma manera los bárbaros ajenos al consorcio humano no se te darán aunque les hagas beneficios, y más bien tienen temor que amor; mas si después de larga experiencia se persuaden de tu bondad para con ellos, lo agradecen y se te entregan. Díganlo los españoles, si han experimentado género de hombres más servicial y pegados a sus amos que los yanaconas808; díganlo los encomenderos de indios, si cuando éstos han tenido un sacerdote benéfico y bueno con ellos al irse no lo lloran y lo buscan, y piden que se lo vuelvan al encomendero y al obispo, asegurando que no hay otro que les sea más querido; díganlo los mismos sacerdotes que fueron generosos con ellos, si no los hallan prontos para cualquier servicio, si no reciben con más gusto la palabra de Dios y te acomodan fraternalmente a nuestras cosas. Nosotros mismos, habiéndoles hecho un pequeño beneficio, a nuestra vuelta veíamos que nos seguían con lágrimas y escuchábamos sus lamentos, y a algunos habíamos de hacer volver contra su voluntad después de largo camino. Y si por no encontrar en los indios nuestra urbanidad y elegancia de palabras y muestras oficiosas de agradecimiento, proclaman que hacerles beneficios es echarlos en saco roto y que no los agradecerán, es error buscar maneras cultas en la barbarie, cuando ni en los rústicos campesinos se encontrarían en España. Y si echan de menos una estimación continua de los buenos que pese con justa medida los méritos, piden demasiado a unas gentes que muchas más veces nos han hallado duros con ellos que complacientes. Mas, sin embargo, saben bien los indios darse cuenta de los beneficios, los cuales aun las fieras los sienten; al menos para oir con gusto a quien saben mirar por su provecho, y les ha hecho buenas obras. Con ellas se adelanta mucho para conciliar al evangelio su atención y su voluntad.

Y si no nos hacen fuerza estas razones, al menos debería movernos el honor del hombre cristiano, para que entiendan estas miserables gentes que no todos los cristianos son avaros, logreros y ladrones de lo ajeno, que es lo que ven en la mayor parte, sino que también los hay humanos, benéficos, generosos, que los buscan a ellos, no a sus cosas; que los unos son muy ajenos a Cristo y los otros verdaderos seguidores de sus palabras y ejemplos, pues verdaderamente glorifican a Dios y cobran grande estima de Cristo cuando ven que tiene tales ministros. Por la demás, que les prediquemos del reino de los cielos y del desprecio de las cosas terrenas, o no lo comprenden o no lo creen, viendo cuán contrarias son nuestras obras. Gran alabanza fué de Eliseo, que habiendo librado de la lepra a Naamán, gentil, no quisiese recibir sus dádivas de plata y oro; y gran maldad la de Giezi, su criado, que oscureció la pureza y. resplandor de su amo pidiendo falsamente en su nombre el dinero809 ;por lo que, herido por el mal de la lepra, perpetuamente dejó a sus descendientes por testigos de su maldad. Esto hacen ahora muchos que se profesan siervos de Jesucristo, y el dinero que su Señor repudió, dando gratis sus beneficios, lo reclaman ellos en su nombre, por lo que, llenos de lepra, pagan justamente la pena de su deslealtad; y los que cuidan de extirpar en otros la infidelidad son infieles ellos y toda su posteridad. Hagamos, pues, el bien a todos y principalmente a los domésticos de la fe810, y no se desdeñe el ministro del evangelio de visitar al enfermo811 y aliviarlo con algún regalo, de dar al hambriento al menos un pedazo de pan negro, vestir al desnudo, librar al pobre que no tiene quien salga por él de las calumnias del rico, interceder por los afligidos ante el príncipe o magistrado, colocar a los mancebos en matrimonio a su gusto, aumentar con cuidado las haciendas, asistir con diligencia y bondad a los que mueren y después darles sepultura, librar a los que son buscados para la muerte, componer los disturbios y pleitos, prestarles, en una palabra, todo género de buenos oficios, teniendo por cierto que a Cristo y a la religión cristiana hace un gran honor, a la salud espiritual de los hermanos abre el camino y a sí mismo se labra un premio copioso, siendo verdad lo que dijo el Maestro:«Lo que hiciereis a uno de estos pequeñuelos a Mí lo hicisteis»812.




ArribaAbajoCapítulo XIX

De la disciplina y corrección


Siendo propio de la caridad cristiana no sólo consolar a los pusilánimes, sino también corregir a los inquietos813, tampoco ha de descuidar el párroco esta parte de la beneficencia que aplica la corrección a lo mal hecho. Y si en alguna parte es necesaria una disciplina más severa es en la nación de los indios, por ser de condición servil y sus costumbres como de niños, que si no se les amedrenta con el temor del castigo, fácilmente se salen del camino o se están quietos sin caminar. Sabiamente escribió Salomón: «La vara y la disciplina dan la sabiduría»814, y en otro lugar: «La locura está asentada en el corazón del niño, mas la vara de la disciplina la ahuyentará»815, y también: «No se enmendará el siervo con palabras duras; el siervo no puede ser enseñado con palabras»816. El apóstol Pablo prefiere también a veces la vara al espíritu de mansedumbre817.

Mas cómo y cuándo ha de usar del castigo el sacerdote; éste es el punto. Muchos convencidos de que si no es por el miedo y la fuerza no harán nada con los indios, se enfurecen hasta herirles con azotes, y no temen volver las manos consagradas a Dios a dar de bofetadas a los suyos; cosa abominable e indigna de la autoridad sacerdotal, que el que lleva el nombre de padre y ocupa el lugar de Cristo haga tan vil carnicería. El apóstol, entre las demás cosas que requiere en el que ha de presidir la familia cristiana, pone ésta, que no sea heridor818, o como lee Ambrosio, azotador. Mas para que nadie interprete que eso es lícito contra los súbditos que pecan por vía de corrección, oiga lo que dice el Canon de los apóstoles, que refirió Tarasio, patriarca, en la séptimo sínodo y que tomó Graciano819; «El obispo o el presbítero o el diácono que hiriese a un delincuente fiel o a un infiel que obra mal, y quiere de esta manera ser temido, ordenamos que sean arrojados de sus oficios, porque nunca nos enseñó esto el Señor, antes al contrario. Él siendo herido no hirió, y padeciendo no amenazó.» Y si en general los apóstoles quisieron que los ministros de Dios se abstuviesen de semejantes violencias, sin duda llevarían muy mal la licencia de nuestros sacerdotes de golpear y herir, puesto que se hacen a sí mal quistos y odiosa su predicación; lo cual es gran ruina del evangelio. Porque los indios los toman más por amos que por padres, y piensan que más buscan salir con su venganza que la corrección de ellos. Añádase que sufriendo las vejaciones de los demás españoles, si no se sienten amparados por el sacerdote, cobran horror del nombre cristiano. Los mismos párrocos, además de la afrenta con que manchan su orden, como dice el Concilio de Braga820, hechos alguaciles de los demás excitan también las llamas de la ira, hasta el punto que los indios, con el ánimo turbado y descompuesto el rostro, llegan a promover alborotos. Por todas estas causas, con buena providencia el Concilio de Lima821 prohibió a los párrocos abstenerse de toda suerte de heridas, azotes, trasquilar el cabello y demás castigos que usan contra los indios, so pena, si contravinieren, de ser castigados al arbitrio de sus obispos. Aquí los clamores de muchos que dicen se les quita todo poder de enseñar y corregir a los suyos; que los indios, si no temen al sacerdote, no tienen en nada sus amonestaciones, desprecian sus mandatos, y si entienden que han de quedar impunes, no harán espontáneamente nada bueno, y que cuanto más liberalmente se haya con ellos, tanto se harán peores; que son niños en las costumbres e ingenio, y hay que tratarlos como niños, que si no tienen a la vista la vara del maestro, ni aprenden ni saben obedecer; y en cuanto el indio entienda que no tiene que temer nada de su párroco, ni vendrá a misa los días de fiesta, ni acudirá a la doctrina, ni cuidará de la confesión, y se le dará un ardite de toda la religión cristiana, seguirá desvergonzadamente sus borracheras, se enloquecerá con las mujeres, volverá a la superstición y culto antiguo, consultará sus adivinos, adorará sus ídolos; en una palabra, toda la disciplina y la misma fe vendrán por tierra. Y que todo esto lo tienen experimentado de antiguo y lo experimentan cada día; y, por tanto, los sacerdotes que repriman sus manos de castigar a los indios, se las sueltan a ellos para todos los males.

No es posible tener en poco este razonamiento ni tomarlo como inventado; porque aunque los curas se hayan excedido en golpear y herir, sin embargo, es cierto que muchas veces los indios llevan bien el castigo que es justo, y que si no se les castiga no hacen caso de solas palabras. Necesitan, pues, a veces de una disciplina más severa; no hay de esto la menor duda. Y sus crímenes o negligencias no conviene castigarlas con las penas espirituales que son las propias de la Iglesia; porque si se les decreta el entredicho eclesiástico o la excomunión fácilmente los tendrían en poco, porque no saben ni penetran su fuerza, y privados de la luz de la Iglesia volverían pronto a las tinieblas de la superstición. Pues como a las bestias las castigamos con el látigo que les da dolor y no trae peligro, y sería sumamente digno de reprensión quien a un loco o frenético para corregirle le pusiera la espada al cuello o el puñal a los pechos, y no más bien le azotase recio las espaldas o las pantorrillas, puesto que él fuera de sí preferiría la muerte a la corrección, mas sólo se le da dolor buscando su bien, así también en los neófitos de la fe no conviene fulminar las censuras de la Iglesia, pues pasarían por ellas sin enmendarse, y son mejores las penas corporales y sensibles, con las que no padecen grave daño y se ayudan mucho. Por esta causa santísimamente los romanos Pontífices, en el caso de que los españoles caigan bajo la pena de entredicho o excomunión, por privilegio especial, no quisieron que la censura comprendiese a los indios.

Síguese, pues, que a los bárbaros hay que mantenerlos en su obligación con penas corporales; mas que las irrogue el sacerdote por sí mismo lo hemos excluído arriba. ¿Qué hacer, pues? No es pequeño el aprieto, pues por un lado se ofrece la dignidad sacerdotal y benevolencia paternal que es necesario conservar, por otro se opone la necesidad de la disciplina y la condición servil de los indios. Primeramente, pues, es necesario, como decíamos en el Libro anterior, poner un corregidor o alcalde seglar, y de lo que aquí vamos diciendo queda más patente; a los cuales corresponda castigar y vengar estos desmanes, y es justo que sean ministros del sacerdote, y que cuanto de duro y desagradable haya que hacer contra los indios sea más bien por mano de ellos. Después, como los corregidores no pueden estar en todos los pueblos, y cada día ocurren faltas leves que necesitan corrección, pero no grave y judicial, como si faltó a misa, o no vino a la doctrina; y hay además otras en que no debe intervenir la potestad civil, porque no corresponden a su fuero, como si no se confesó en la cuaresma, o calló impedimentos matrimoniales, o menospreció los ritos de la religión cristiana, o consultó los agoreros y adivinos, y cosas semejantes; contra todos éstos hay que proceder por el fuero eclesiástico. Y a mi parecer debería haber señaladas penas definidas para cada delito por público edicto, las cuales supiese cierto el indio que había de sufrir cuando cometiese esta o estotra falta. Así se conseguiría que la pena propuesta de antemano infundiese más temor, y el párroco, mandándola aplicar, se hiciese menos odioso, puesto que no hace sino cumplir lo mandado; porque no parecería entonces que era él, sino la ley quien castigaba, y así daría temor el castigo y sería visto menos mal el que lo imponía. Por lo cual entiendo que en el Sínodo provincial se han decretado penas por ciertos crímenes, aunque de poco sirven porque cada párroco sigue su propio parecer o el impulso de su cólera. Finalmente, ya sea que las penas se determinen por público edicto o por sentencia de los particulares, nunca debe en ningún caso imponerlas el párroco por su propia mano, porque es odioso e indigno y no exento de peligro. Ordene él lo que haya que hacer y el alguacil, o el fiscal, o el lictor o el guatacamayo ejecute lo mandado.




ArribaAbajoCapítulo XX

Lo que hay que observar en la corrección de los indios


Tres cosas hay que advertir en este particular. La primera, que el sacerdote exponga las causas del castigo, y entienda los castigos que se les aplica menos pena de la que merecen, y para que no achaquen a ira, sino a disciplina, cuide de no enfurecerse contra los suyos, sino sólo contra las ofensas de Dios. Porque es muy feo que si cuando el indio deja de traer el heno para su mula, o no provee luego al punto la comida que le está impuesta, se llena de furor, cuando sabe después que el mismo indio es adúltero o idólatra, apenas le dé importancia. De aquí nace encenderse los odios contra los párrocos y tenerse en poco la disciplina. Es, pues, necesario tener muy en cuenta que los castigos impuestos no tengan ninguna apariencia de venganza o ira.

La segunda es que atienda con suma diligencia al sacramento de la penitencia; porque estos bárbaros son tan ignorantes que fácilmente se persuaden cuando van a confesarse que el padre ha de castigar duramente y propalar a los cuatro vientos cuando ellos en privado se acusen; y detenidos por este temor y no haciendo gran cuenta de las heridas de su conciencia, harán con facilidad confesiones fingidas y engañosas, y rara vez dirán toda la verdad al sacerdote. Y aunque no dejarían de ser culpables de tan grande sacrilegio, no se puede negar que la dureza e imprudencia de los párrocos les da no pequeña ocasión a tan grave maldad. Evite, pues, con todas sus fuerzas este inconveniente, que es el más grave que puede seguirse de la aspereza sacerdotal; y preferible es que se afloje un tanto y quiebre el nervio de la disciplina, que no decaiga la buena opinión de tan saludable y necesario sacramento. Mas la caridad hallará modo de mirar prudentemente por ambas cosas, si muestra muchas veces de palabra y con la obra que el foro de la confesión es totalmente distinto, si no castiga jamás el delito oído en la confesión, aunque, por otra parte, le sea conocido, de suerte que vean los indios que más es la confesión un asilo donde se refugian, que no entregarse al juez que los castigue, si se ha en ella blanda y paternalmente, si cuando llega el tiempo de las confesiones modera la severidad, si declara a todos los castigos de que él se hará reo si revela la más leve falta oída en confesión.

Finalmente, mire mucho que el modo de imponer el castigo muestre siempre clemencia paternal propia de un ministro de la Iglesia. Alguna ligera multa pecuniaria, echarlo en grillos durante el día, alguna vez unos pocos azotes, lo más grave de todo trasquilarle, que es tenido por la mayor afrenta entre los indios. Y no hay que maravillarse, ni tener tales penas como ajenas de la costumbre eclesiástica, puesto que en los sagrados cánones antiguos no raras veces se hace mención de los azotes822. Nada que pueda aprovechar para mantener a los hombres en su deber, lo considere como ajeno a sí la eclesiástica solicitud. Mas cuanto se diga en materia tan difícil será pobre y falto, si no viene la unción del Espíritu Santo que enseña a los suyos todas las cosas; y gran doctor es la caridad, como dice Crisóstomo823; la cual, cuando busca sincera y fraternalmente la salud de los suyos, enseña con más plenitud y certeza cuándo hay que perdonar y cuándo hay que castigar, y cómo y hasta qué punto. A ella hay que encomendar todo el cuidado para poder ganar al hermano con el menor dispendio propio.




ArribaAbajo Capítulo XXI

Del catecismo, y modo de aliviar el tedio al catequista


De aquí adelante hemos de tratar del cuidado de catequizar, a lo cual se refiere principalmente casi todo lo que hasta ahora hemos dicho. Es esta parte cuanto necesaria sobre todas las otras, así molesta y trabajosa en extremo, y ha de ser tratada con cuanta diligencia se pueda: porque tiene muchas cosas que dan fastidio al catequista, muchas que enervan y enflaquecen el ánimo más pronto y diligente. Y a la verdad, quitada la esperanza de lucro que mueve a muchos a tomar esta carga, y relegada mucho más lejos la licencia de vivir disolutamente que atrae a no pocos, si se ha de vivir sobria y modestamente como corresponde a ministros del evangelio, es arduo y difícil encontrar quien quiera estar entre los indios y perseverar en su instrucción, porque es un género de vida ingrato y humilde y lleno de molestias. A esta dolencia hay, pues, que acudir lo primero, y buscar en Dios remedios para arrojarla del ánimo.

Nace comúnmente el tedio y la tristeza, en parte del mismo trabajo de catequizar, y en parte del ingenio y condición de los indios. Instruir a los rudos es molesto, porque hay que inculcar siempre lo mismo, y eso las cosas triviales y elementales de la palabra de Dios, y no es dado subir a cosas mayores, antes como a niños en Cristo hay que darles solamente leche. Los remedios de esta enfermedad nadie mejor nos los dará que Agustín en el libro que escribió de catequizar a los rudos, donde dice así824: «Si nos cansarnos de repetir muchas veces a los niños lo común es sabido, que es lo que les conviene acomodémonos a ellos con amor, con amor fraternal, paterno y materno, y juntando a ellos nuestro corazón, nos comenzarán a parecer cosas nuevas, porque puede tanto el ánimo que se compadece, que cuando ellos nos toman afecto a los que les enseñemos, y nosotros a ellos que aprenden, moramos unos en otros, y así ellos que nos oyen como que hablan en nosotros, y nosotros aprendemos en ellos lo mismo que enseñamos. ¿No acontece esto, por ventura, en presencia de panoramas de campos o ciudades, que nosotros de mucho verlos los pasamos sin placer, y cuando los mostramos a otros que no los han visto, se renueva nuestro deleite de ellos?; y tanto más cuanto nos son más amigos. Pues ¿con cuánta mayor razón nos debemos deleitar cuando vemos que los hombres comienzan ya a aprender al Señor, por el cual hay que aprender cuanto es digno de aprenderse, y se renuevan con la novedad de lo aprendido? Añádase a esto para aumentar la alegría pensar y considerar de qué muerte del error sale el hombre para pasar a la vida de la fe». Y en otro lugar825: «Consideremos de qué grande prerrogativa nos ha hecho partícipes, el que de antemano nos dió ejemplo para que sigamos sus pasos, y teniendo la forma de Dios se anonado a sí mismo tomando la forma de siervo826, y lo demás hasta la muerte de cruz. Y esto ¿para qué, sino porque se hizo enfermo con los enfermos, para ganar a los enfermos?». Oye a su imitador que dice: «Si hacemos el loco es por Dios, y si estamos en seso es para vosotros, porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando que uno murió por todos827. Porque ¿cómo estaría preparado a darse por sus ánimas si le pesase inclinarse a oírlas? Por eso se hizo niño en medio de nosotros como madre que regala a sus hijos828; porque ¿deleita, por ventura, si el amor no invita, murmurar palabras cortadas y mutiladas?; y, sin embargo, desean los hombres tener niños pequeños a quien hablar así; y es más suave a la madre masticar un trocito y dárselo en la boca a su hijo, que devorar ellas trozos mayores. No se vaya tampoco del corazón el pensamiento de la gallina que cubre con alas lacias a los pollitos tiernos829 y los llama con aquella voz quebrada, cuando piando alrededor huyen soberbios de las blandas alas y se hacen presa del milano. Porque si el entendimiento se deleita en los secretos de la verdad más ocultos830, deleite también saber que la caridad, cuanto más oficiosa desciende a lo más bajo, tanto más fuerte entra a lo más íntimo por la buena conciencia, no buscando nada de aquellos a los que baja, fuera de su eterna salvación». Hasta aquí este padre sapientísimo y amantísimo de Dios, cuyas palabras para quien las considere despacio y con ánimo quieto, ellas solas bastan para ahuyentar toda tristeza y fastidio, e invitan a nutrir a los niños en Jesucristo con grande amor y dulzura.

Y no es ajeno el río de la elocuencia Crisóstomo831: « La caridad, dice, no es fastidiosa (que así lee él donde nuestra letra dice ambiciosa)832. Vemos a hombres mayores de edad, insignes por la sabiduría, hablar balbuciendo con sus hijos pequeños, y cuando esto hacen nadie los reprende, ni ellos se avergüenzan, antes parece a todos tan loable, que aunque los pequeños sean malos, perseveran ellos en exhortarles y corregirles lo mal hecho, y no lo llevan a mal. Porque no es la caridad fastidiosa, sino que con alas de oro cubre todos los vicios de aquéllos a quienes ama.» Así declara el Crisóstomo la condición de la caridad, que ni se desdeña de las cosas de los niños, ni cobra tedio por la continua repetición. «Repetir las mismas cosas a mi no me es molesto, dice el apóstol, y para vosotros es necesario».833 ¿No vemos a los artífices que haciendo siempre la misma obra y repitiéndola de la misma manera, no se hartan sino que atentos al lucro sienten gran deleite? Así lo hace el músico, y el cantor, y el gramático y el maestro de escuela, que no se cansa de inculcar siempre los mismos rudimentos, porque enseñando eso tiene mayor ganancia. Mas en la doctrina de Cristo lo que dice el doctrinero ya cansado y fatigado, y que él piensa que le sale lánguido, muchas veces, obrando Dios con fuerza interiormente, conmueve el corazón de los que oyen. ¿Cuántas veces nos sucede cuando oímos confesiones, y ya cansados pasamos unos tras otros los penitentes, nos parece hablar tan fríamente y con tanta sequedad que a nosotros mismos nos desagradamos, y, sin embargo, aquellas palabras de exhortación lánguidas, a nuestro parecer, y repetidas tantas veces de la misma manera, cuando menos lo catamos arrancan lágrimas y sollozos de lo íntimo del corazón, mostrando con la obra el penitente que todo aquello le sabe a él nuevo y maravilloso? A mí me ha sucedido muchas veces, y otras muchas, al contrario, cuando me parecía hablar con ardor y eficacia, como para conmover las piedras, mirando la cara del penitente le hallaba bostezando, persuadiéndome que ni el que planta es nada ni el que riega, sino aquel que da semilla al que siembra y produce el fruto cuando quiere. El mismo tedio de repetir e inculcar siempre lo mismo no ha de carecer de premio y fruto copioso; y si rehusamos como bajo e indigno de nosotros este trabajo de tratar cosas pueriles, además de infundir sospecha de que estamos vacíos de caridad y llenos de soberbia, mostramos gran necedad por no amar la ganancia cierta y correr tras la incierta y erizada de peligros.

Pero dejando esto pregunto: la fama y la reputación ¿ante quién la hemos de colorar? ¿Tornaremos por jueces de ella a los hombres o a Dios? Si atendemos al juicio de los hombres nada más vil que el trabajo de Pablo, que decía honrándose de ello: «No me avergüenzo del Evangelio»834; y en otro lugar: «No te avergüences del testimonio de Jesucristo, ni de mí, preso por él»835. Esa era la opinión que hacían los hombres de la predicación del evangelio; mas ¿y Dios?; nada más alto en la tierra que el apostolado. «Constituirlos has príncipes sobre toda la tierra.» Dice el mundo: dar a los pequeñuelos de Cristo la leche del evangelio, es cosa vil; instruir a los indios, gente baja y despreciable, es indigno de un varón grave. Pero Dios juzga de otra manera; nada hay más sublime, nada más glorioso, nada hay en la Iglesia a que cuadre mejor el nombre de apostólico; porque ésta fué la obra de los apóstoles. Que no tomaba Pablo por suyo solamente hablar sabiduría, antes lo hacía raras veces y poco y tan solo entre perfectos. Y a los demás ¿qué decía?: «No he creído saber entre vosotros otra cosa sino a Jesucristo y éste crucificado»836. Nadie, pues, tenga por vil un oficio que ni siquiera a los ángeles le encomendó Cristo, sino que él mismo lo quiso hacer. Cuanto uno es mayor, tanto más conviene que se baje a estas cosas a ejemplo de Cristo, como amonesta bien Agustín. Lo cual, pensándolo sabiamente nuestro bienaventurado padre Ignacio, ordenó con firme y perpetua constitución que cuantos hicieren en la Compañía profesión solemne, que es entre todos el grado más alto, añadiesen a los otros votos éste: «Prometo cuidado peculiar acerca de la instrucción de los niños»837. Para que todos los nuestros se persuadan que es tan propio de ellos enseñar los rudimentos de la doctrina cristiana no sólo a adultos que lo necesitan, sino hasta a los niños, que si no es quebrantando la fe que prometieron a Dios, no pueden faltar a este ministerio. Por tanto, no hemos de pensar cuando nos acercamos a catequizar los rudos en merecer gloria y palmas, sino en cumplir el compromiso sagrado. Porque sobre nosotros cae la necesidad de evangelizar a los pequeños, y ¡ay de nosotros si no evangelizásemos!




ArribaAbajoCapítulo XXII

Del fruto que hay que esperar de catequizar a los indios


Nada hay que sea tanta parte para aumentar el tedio y el trabajo de la catequesis, como el pensamiento de que no se hace nada y se pierde el tiempo. Ya lo advierte Agustín838: «El tedio del que habla, dice, lo causa el oyente inmóvil, y no porque nos esté bien la avidez de humana gloria, sino porque es de Dios lo que tratamos, y cuanto más amamos a los oyentes, tanto más deseamos que les plazca lo que para su bien les decimos; lo cual si no sucede nos contristamos, y caemos de ánimo, como si en balde gastásemos el trabajo.» A esta molestísima representación responde así: «Consuélenos, dice, el ejemplo del Señor, que ofendidos los hombres por su palabra y rechazándola como dura, aun a los que quedaban les dijo: «¿Queréis íros también vosotros?». Porque se ha de tener firme e inconmovible, en el corazón que la Jerusalén cautiva por la Babilonia de este siglo a sus tiempos es libertada, y nadie puede perecer a ella, porque el que pereció no era de ella; pues firme está el testamento de Dios que tiene este sello: «Conoce el Señor los que son suyos, y sea apartado de la iniquidad todo el que invoca el nombre del señor.» Rumiando estas cosas en nuestro corazón e invocando el nombre del Señor, no temeremos el suceso incierto de nuestras palabras por el movimiento, incierto de los oyentes, y aun nos dará placer la misma molestia tomada como obra de misericordia, si no buscamos en ella nuestra gloria. Porque entonces es verdaderamente buena la obra, cuando de la caridad sale como dardo la intención, y a la caridad vuelve como a su lugar, y en la caridad finalmente descansa». Hasta aquí Agustín.

Por tanto, debe primeramente persuadirse el siervo de Dios que su trabajo, puesto que a Dios place, nunca puede ser inútil; y que el fruto es cierto en los elegidos, por los cuales debe sufrir gustoso todas las cosas a ejemplo de Pablo839; en los demás, si no consigue lo que desea, no es maravilla, habiéndole pasado muchas veces a los apóstoles, y aún los ángeles que contemplan en el cielo el rostro del Padre, los cuales siendo dados para guardar a los impíos, nada omiten que conduzca a su salvación conforme al mandamiento divino, y, sin embargo, ven a muchos perecer. Y el Señor de los ángeles hubo de sufrir lo mismo, porque no sólo no doblegó los corazones de los hombres en su sermón del pan de vida, antes por malicia de ellos los alejó más de sí; pero mostrando la constancia que ha de tener el predicador, y que no debe buscar la gloria humana, volviéndose a los otros les dijo: «¿Por ventura os queréis ir vosotros también?»840. Para que entendamos que el ardor que hemos de tener de ganar a los prójimos ha de ser ciertamente grandísimo, mas cuando no suceda a medida de nuestro deseo, no estando esto en nuestra mano, hemos de quedar quietos y tranquilos. Sea, pues, ésta la primera consideración que hagamos humildemente.

En segundo lugar, puesto que el que ara debe arar con la esperanza del fruto que recogerá841, persuádase certísimamente el catequista que los frutos de sus sudores serán grandísimos y admirables. Porque si disipadas las opiniones nacidas de pereza o ambición se miran las cosas de Indias con ojos serenos, no hay duda que es mucho mayor el fruto de las almas que el trabajo empleado y la molestia. Lo cual lo experimentan y proclaman no solamente los varones más píos y religiosos, sino aun los seculares prudentes que pudieron tener uso más continuo de ellas. Y va surgiendo poco a poco la mies que cada día es mayor y más copiosa, y conforme al ingenio y naturaleza de estos miserables, hasta la gracia parece suspensa y derramarse lenta, pero, en realidad, no cesa. Destierra la avaricia, da buen ejemplo de vida, refuta al alcance de los indios sus vanas opiniones; insiste en esto con perseverancia, ¡oh, ministro del evangelio!, y así te goce yo, ¿oh, Señor mío Jesucristo!, como creo cierto, que se cogerá mucha y alegre mies. Pero nosotros, al contrario, pronto nos cansamos del trabajo, y queremos, sin embargo, que los frutos vengan pronto y abundantes. Pero no hay tal; no es así el reino de Dios, sino como Cristo lo declaró842: «Es, dice, el reino de Dios, como si un hombre echa en tierra la semilla, y duerme y se levanta siguiendo la noche y el día, y la semilla brota y crece, como él no sabe; porque de suyo fructifica la tierra primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga». Notemos que a nosotros nos toca echar la semilla en tierra, y esto de mañana y tarde, conforme a la palabra del Sabio843, porque no sabemos cuál brota mejor, ésta o aquélla, y si ambas brotan, tanto mayor gozo. Y aunque alguna vez hay que dormir y vacar a Dios, mas nunca se ha de cesar en la obra levantándose de noche y de día. Por más que la simiente yazga sepultada, y nosotros no veamos el fruto de nuestro trabajo, sin embargo, hay que perseverar, porque aun sin saberlo nosotros germina la semilla y crece; más aún, no hay que correr demasiado y esperar luego al punto la mies ya madura, sino que al principio recibamos con gusto la hierba de una forma externa y apariencia de cristiandad, veremos después la caña de la fe más robusta, y, finalmente, cogeremos los frutos maduros de gracia y caridad. Y nuestro Salvador no quiso que entendiésemos esto solamente de cada hombre en particular, sino mucho más de toda la muchedumbre, a quien alcanza el lanzar de la semilla evangélica; porque poco a poco se deja sentir la divina vocación, y arrancados los abrojos y cardos de los errores se prepara la tierra para recibir la futura semilla de la fe, y lloviendo el cielo el rocío del divino favor, nace a Cristo la nueva planta y crece y da frutos maduros.

Por tanto, fortalecido con la clara promesa del celestial oráculo el operario evangélico, entienda certísimamente que su trabajo no es vano, antes será de gran provecho para la salud de los hombres, por que el que lo prometió es fiel y no puede negarse a sí mismo; aunque bien puede suceder que no vea él el suceso todo lo pronto que quisiera, y aún que no lo vea nunca, porque se cumpla lo que dice el evangelio, que uno es el que siembra y otro el que siega844; y el que siega recibe el galardón y congrega el grano para la vida eterna, mas no siega ni cobra el premio sólo para sí, sino más bien para que el que siembra se regocije juntamente con el que siega, pues todos son uno en Cristo. Más aún, que ya al presente se ve el fruto del trabajo, y con grande gozo lo cogen los que ponen su cuidado en Dios, y no faltan a su oficio, esperando con paciencia y longanimidad a los que el Señor no se desdeña de esperar, porque con la paciencia es como se obtiene el fruto845.




ArribaAbajoCapítulo XXIII

Lo que resta decir del catecismo


Lleno de buen ánimo el que viene alegre a distribuir la medida del trigo celestial, pues quiere Dios dador alegre846, debe parar mientes en lo que ha de enseñar y con qué método y orden, siendo en uno fiel y en otro prudente. Qué es, pues, lo que hay que enseñar a estas nuevas gentes rudas en la fe, y con qué modos a fin de que les entre en el corazón, puesto que es el intento principal de la catequesis, se explicará en un nuevo Libro.