Una actualización del mito quijotesco: El viaje infinito de Sancho Panza, de Alfonso Sastre
Mariano de Paco
Universidad de Murcia
La recreación de mitos clásicos es frecuente en el teatro de Alfonso Sastre (El pan de todos, 1952-19531; Medea, 1958; Los dioses y los cuernos -versión muy libre del Anfitrión de Plauto-, 1994-1995); también lo son las acciones históricas que poseen un carácter mítico (Crónicas romanas, 1968) o los personajes cercanos a él (La sangre y la ceniza, 1962-1965); los mitos bíblicos (Revelaciones inesperadas sobre Moisés, 1988); los del terror (Ejercicios de terror, 1969-1970) o de la actualidad (el toreo: La cornada, 1959; el cine: El banquete, 19652). Cierta proximidad a ellos guardan los que se refieren al final de la existencia de eximios filósofos o creadores (Los últimos días de Emmanuel Kant contados por Ernesto Teodoro Amadeo Hoffmann, 1984-1985; ¿Dónde estás, Ulalume, dónde estás? -sobre Edgar Allan Poe-, 1990); y, más aún, los que se ocupan de la plasmación de mitos literarios (Guillermo Tell tiene los ojos tristes, 1956, y El hijo único de Guillermo Tell, 1980; Tragedia fantástica de la gitana Celestina, 1977-1978; Jenofa Juncal, la roja gitana del monte Jaizkibel -basada en La serrana de la Vera, de Vélez de Guevara-, 1983; Demasiado tarde para Filoctetes -inspirada en Filoctetes, de Sófocles-, 1989).
El viaje infinito de Sancho Panza, escrita a finales de 1983 y principios de 1984 por un encargo hecho desde Italia3, y estrenada en el ciclo de Teatro Español Contemporáneo de la Exposición Universal de Sevilla en 19924, se sitúa en este último grupo y, como sucede en esas piezas, en ella se lleva a cabo la inversión del mito literario en el que se sustenta, de modo que el dramaturgo nos presenta lo que pudo ser, la otra cara de lo que se nos ha venido transmitiendo. Recordemos, por otra parte, que en los dramas de Sastre son abundantes las evocaciones de Cervantes y de su obra. Buena muestra de ello son las alusiones quijotescas de Comedia sonámbula, escrita con Medardo Fraile en los tempranos días de Arte Nuevo; la evidente memoria de la Numancia cervantina en Crónicas romanas y en El nuevo cerco de Numancia5; el comienzo de la parte segunda de La sangre y la ceniza6; o los nombres de los protagonistas de Ahola no es de leil (Rincón y Cortado).
La presencia de
Cervantes es hija de la situación y del afecto en algunos
poemas «celulares», así en el soneto que indica:
«Como el buen Cervantes / en prisiones
oscuras nos hallamos»
7.
En cualquier caso, el sentimiento de «homenaje» hacia
el eximio escritor es constante para Sastre («Cervantes me ha
acompañado siempre») como afirmó recientemente
en la «Nota para esta edición» que antecede a
El nuevo cerco de Numancia: «Mi
homenaje a Cervantes es permanente, más o menos visible, a
lo largo de toda mi obra... Esta Numancia mía forma
parte de tal homenaje continuo, a veces declarado y otras
implícito, y está escrita sobre el mismo plan de la
tragedia cervantina; un proyecto sabio que desmiente la idea, que
tanto ha circulado y sigue circulando de que Cervantes no pisaba
con el mismo genio los territorios del teatro que los de la
novela»
(p. 40).
En las obras de recreación mítica o literaria nuestro dramaturgo realiza un tratamiento de los personajes que superpone a su condición clásica un punto de vista desde la actualidad que los hace distintos sin perder su referencia de origen, de ahí su carácter fantástico. En Tragedia fantástica de la gitana Celestina, Melibea, Calixto y la tercera son los de Fernando de Rojas y, al mismo tiempo, también otros8. En Jenofa Juncal se mantiene la figura de la mujer vengadora de la pieza de Vélez de Guevara pero ese «monstruo femenino» es trasladado al País Vasco en nuestros días. En Demasiado tarde para Filoctetes Sastre introduce en la tragedia griega un elemento argumental y significativo básico de La vida es sueño calderoniana y la historia dramatizada sufre una modificación esencial puesto que su protagonista se niega a volver atrás, como sí lo hizo el héroe clásico.
Viene precedido
El viaje infinito de Sancho Panza de una «Nota del
autor» en la que éste señala que se ha
limitado, en cuanto a la caracterización de los personajes
principales, a extremar la idea del «quijotismo»
sanchiano, que no es una interpretación reciente y que,
además, se halla en el mismo texto clásico si se mira
atentamente. Pero aquí se produce una lectura
«que hace Sancho Panza de una obra en la que él es, en
cualquier caso, un personaje esencial: el libro de Miguel de
Cervantes sobre El ingenioso hidalgo don Quijote de la
Mancha». El «experimento» sastreano se
fundamenta en esa singular configuración que hace que
«reconociéndose en todo momento el
texto cervantino y la índole de estas aventuras,
también estamos ante "otro" don Quijote y "otro" Sancho
Panza. Los mismos y, sin embargo, otros»
(pp. 5-6). La
perspectiva adoptada posee concomitancias con la que mostró
Kafka en un corto escrito, que se reproduce parcialmente al frente
de la obra, titulado «La verdad sobre Sancho
Panza»9,
según el cual el escudero crea el personaje de don Quijote
al objetivar en la escritura sus pensamientos y
obsesiones10.
La dualidad señalada enlaza con la dimensión fantástica sugerida desde el mismo título y que Pérez Puig quiso destacar en su puesta en escena de 1992:
El montaje que voy a darle a esta obra no va a tener nada de realista. Vamos a instalarnos desde el primer momento en el mundo de lo imposible, el único válido, el único que hace posible que este rústico, llamado Sancho Panza, tan apegado al suelo, continúe siendo fiel a un amo enloquecido y le siga creyendo capaz de llevarle hasta el gobierno de la ínsula. He de procurar, en definitiva, que el relato escénico no tenga en absoluto la aspereza y el rigor de las tierras manchegas, sino que, por el contrario, se parezca mucho más al mundo de la caballería andante, al espacio en que se mueven las fantasías de Don Quijote, donde Sancho ha entrado de lleno a vivirlo y a admirarlo, como el más ferviente catecúmeno11. |
El viaje infinito de Sancho Panza responde bien a los rasgos básicos de la tragedia compleja que ya señalé a propósito de unas obras del autor entonces finales: conciencia de la degradación final, manifestada con elementos cómicos, lúdicos e irónicos, y especialmente a través de un héroe irrisorio en un acentuado proceso de decadencia individual; conocimiento de los espectadores, y aun de los mismos personajes, de la situación teatral; presencia de caracteres mágicos y fantásticos que complejizan el realismo; liberación en la construcción dramática y en el lenguaje verbal; y estructura fragmentada12.
A esa fragmentación compositiva en la que los episodios gozan de cierta autonomía que permite su modificación o supresión responde esta pieza13. El desarrollo de la misma es, sin embargo, cíclico, dado que la muerte de don Quijote y la referencia al manicomio de Ciudad Real en el que se encuentra Sancho enmarcan la acción y la dotan de un amplio alcance, el de la ambivalencia entre ficción y realidad, entre el sueño y la vigilia, la locura y la lucidez. El doctor Pedro Recio, personaje de dos historias en el drama y médico de la ínsula en el texto cervantino, puede representar las distintas posibilidades de interpretación; como sucede en el cuadro VII de Jenofa Junacal, con diferentes doctores y manicomio pero con idéntica circularidad e indeterminación, que trae a la memoria aspectos de anteriores experiencias sastreanas, como la de El cuervo.
Al iniciarse la
obra, don Quijote agoniza y Sancho se dirige a él con las
conocidas palabras con las que lo hace en la novela (parte II,
capítulo LXXIV): «¡Ay, ay,
ay! No se muera vuesa merced, señor mío, sino tome mi
consejo y viva muchos años; porque la mayor locura que puede
hacer un hombre en esta vida es dejarse morir...»
(p.
13); pero el caballero muere14
y desaparece llevado por cuatro actores desde el patio de butacas
hasta el vestíbulo del teatro. Sancho, abrumado por la
soledad y el dolor, intenta ahorcarse pero la cuerda se rompe y se
salva al caer sobre una manta que sostienen quienes antes portaban
el féretro; es un episodio que lo caracteriza desde el
principio como el héroe irrisorio (también a veces lo
es don Quijote) que protagoniza las tragedias
complejas15.
Tras el manteamiento, entra en escena el doctor Recio y el
espectador advierte que Sancho está recluido en una casa de
salud. Cuando responde al interrogatorio del médico, afirma
algo que es fundamental en la inversión del mito: «En el caso de haber algún loco en esta
historia, ese, como le digo, sería yo, señor
médico; yo mismo, que fui el que sacó a Don Quijote
de la Mancha de su pesado sueño...».
(p. 21)
El libro que ha
recogido las andanzas del que Recio denomina «viaje
fantástico» o «viaje paranoico al
infinito» (como Oronoz llamaba «viaje imaginario»
al de Pedro en Jenofa Juncal) no dice toda la verdad, no
por culpa de Cervantes, sino «debido a la pluma
arábiga de Cide Hamete Benengeli» que en el manuscrito
del que aquél se sirvió comete «algunas graves inexactitudes»
(p. 19),
precisa Sancho. Fue él mismo quien se esforzó,
iluminado por un sueño del que también don Alonso
Quijano era personaje y simultáneo receptor, para que
éste recordase sus anteriores aventuras, de las que se
habría olvidado por efecto de un encantamiento, mientras
«se muere a chorros a causa de su grande
melancolía» en su casa de Valdepeñas. Él
se resiste con cuerdos argumentos a las persuasivas afirmaciones de
Sancho:
(p. 29) |
Pero, al fin,
Alonso reconoce en su vecino «al mejor escudero del
mundo» y le promete: «A la del alba
de pasado mañana habremos de salir tú y
yo...»
. Las escenas siguientes muestran el
«armamento y salida» del hidalgo y la aventura con los
gigantes, en los que don Quijote tan sólo ve molinos de
viento y Sancho, por el contrario, unos «grandes
monstruos» (C. V). Si en esta
ocasión aquél es convencido y, por ello, derribado de
la cabalgadura y herido, en el Cuadro VII, con los disciplinantes,
no llega a intervenir porque no ve ninguna señora
prisionera, como el escudero cree, sino únicamente
«una procesión que ha salido en rogativa
religiosa...», visión que en el texto cervantino
manifiestan el narrador y Sancho.
En el Cuadro VI
tiene lugar el episodio en el que don Quijote libera a los presos
(como se cuenta en el capítulo XXII de la primera parte de
la novela), que supone un nuevo cambio puesto que ahora es el
hidalgo quien decide evitar que marchen forzados a galeras. Hay,
pues, una mantenida ambigüedad potenciada por la distinta
respuesta de los dos protagonistas en unos u otros momentos. Pero
también respecto a personajes diferentes, como sucede en el
Cuadro XI cuando Sancho habla de una gran fortaleza «erizada
de torres y a buen seguro guardada por miles de valientes
soldados», frente a lo que afirmó el Pastor y ven el
Barbero y el Cura. El público, no obstante, se ha de
encontrar con ese señorial castillo, ya que así lo
señala la acotación. La realidad parece en ese caso
responder fielmente a la imaginación del escudero,
compartida por el lector-espectador: «Dos
bellas damas, a quienes nuestros amigos el cura y el barbero
verán como si fueran una ventera y su criada...».
(p. 78)
La
percepción distanciadora, desde el punto de vista de la
actualización renovada del mito, que apunta el criado
(«Será razonable lo que dice pero,
para mí, que se está perdiendo una aventura de esas
que luego se suelen escribir con letras de oro en los anales de la
Historia»,
p. 67) multiplica el juego de la
ficción literaria, la acción teatral y la realidad
acaecida. La complejidad es mayor cuando se prevé un futuro
que está ocurriendo, con planos temporales que se
interfieren:
(p. 74) |
Las frecuentes confusiones de términos y de nombres propios, comenzando por los de Cervantes o don Quijote, evocan los cómicos y repetidos errores de Sancho (que en el drama se extienden a los demás personajes), pero evidencian por otra parte la ambigüedad que venimos indicando y que se refuerza con el empleo de una penetrante ironía, como en Tragedia fantástica de la gitana Celestina. Otros aspectos que unen esta obra con El viaje infinito de Sancho Panza son la utilización de anacronismos que actualizan la historia y la aparición de un lenguaje marginal, del mismo modo que en otras tragedias complejas16. En algunos momentos de ésta se hacen especialmente visibles y puede recordarse a este respecto el citado cuadro de la liberación de los galeotes, si bien se hallan esparcidos a lo largo de toda la pieza, ayudando decisivamente a configurar su construcción dramática.
Cervantes
señala al final de la primera parte de Don Quijote de la
Mancha (capítulo XLVI), por medio del narrador, que a
Sancho «le faltaba bien poco para tener
la misma enfermedad de su amo»
y Alfonso Sastre va
mostrando la progresiva complacencia con la que don Alonso se
quijotiza por la intervención sanchopancesca. Al dar
comienzo la parte segunda del drama, tras la vuelta a casa que da
término a la primera, amo y criado recuerdan lances pasados
en una llamativa mezcla de realidad y fantasía de la que, a
la vez, son y no son conscientes. En esta parte se continúa
con episodios cervantinos (que Sastre selecciona guardando
fidelidad al modelo): Cueva de Montesinos (con cuya escena tiene
curiosas semejanzas el Cuadro VIII de Los últimos
días de Emmanuel Kant), sucesos con los Duques,
estancia en Barcelona..., pero todo desemboca en una amarga
indeterminación existencial17,
que alcanza su límite máximo cuando don Quijote
reconoce en Sansón Carrasco al fingido Caballero de la
Blanca Luna (C. XXI):
Después, se
produce la muerte del caballero en su lecho, como en la novela,
enlazando con el primer cuadro del drama. Pero en el texto de
Cervantes el caballero reconocía ante el Cura, el Bachiller
y el Barbero su verdadera identidad («Dadme albricias, buenos señores, de que
ya no soy Don Quijote de la mancha, sino Alonso Quijano, a quien
mis costumbres me dieron renombre de Bueno»
, II,
LXXIV); mientras que Sastre ha querido resumir en sus palabras
finales el sentido que da a la fábula, creando al invertirla
una pluralidad de planos: «Yo era don
Alonso Quijano el Bueno, y yo era también, sin saberlo,
hasta que el gran Sancho me lo descubrió, Don Quijote de la
Mancha; y él es un labrador, y también un famoso
escudero de las Caballerías»
(p. 148).
Estamos, pues,
ante una historia verdadera y fingida cuya fantástica
ambigüedad crece con la vuelta al manicomio de Ciudad Real en
el último cuadro; desde él, anuncia Sancho su
fallecimiento y se despide con palabras de Cervantes en el
«Prólogo» de Los trabajos de Persiles y
Sigismunda: «¡Adiós
gracias, adiós donaires, adiós regocijados amigos;
que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la
otra vida!»
. A través del «viaje
infinito» se ha llegado a la muerte (como acontece en dramas
recientes de Sastre) de don Alonso Quijano y de Sancho,
protagonistas de otro modo en esta versión del mito
literario cervantino compuesta por Alfonso Sastre, un dramaturgo
que tanta admiración profesa a su gran creador.