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Viaje a Italia

Leandro Fernández de Moratín


[Nota preliminar: edición digital a partir de Viage a Italia, Madrid, M. Rivadeneyra, 1867 y cotejada por Belén Tejerina en su edición crítica publicada en Madrid, Espasa-Calpe, D.L., 1991.]

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ArribaAbajoViaje a Italia 1.º

Dover, Ostende, Bruselas, Colonia, Francfort, Fribourg, Schaffausen, Zurich


De Londres a Dover 70 millas; se halla primero a Rochester, después a Cantorberi, ciudades considerables; la última, famosa por su Universidad y su obispo, Santo Tomás Cantuariense. Buen camino acercándose a Dover, pocos árboles, muchos pastos, tierra quebrada que continúa así hasta el mar. Dover, ciudad de bastante población y tráfago con un puerto muy concurrido de navíos mercantes, pero de muy poco fondo, tanto que los paquebotes tienen que esperar la alta marea para fondear dentro dél. La ciudad es de forma muy fea e irregular aunque no deja de tener casas muy buenas entre muchas viejas y de mala construcción, no goza de otra vista que la del mar, por estar cercada de montes por parte de tierra. En la altura de uno de ellos se ve el antiguo castillo, muy grande y bien conservado, que domina el puerto, la ciudad y el mar. Es digna de atención la construcción física de los montes que rodean a Dover y en ninguna parte he visto masas tan enormes de depósitos marinos. Todos ellos son calizos, pero sin la menor mezcla de otras tierras; el embate del mar ha arruinado gran parte de ellos, dejando un corte perpendicular donde no se ve ni una capa siquiera que interrumpa la tierra, y piedra caliza blanquísima de que se componen. Desde Dover se ve sin auxilio de anteojo la costa de Francia y la ciudad y castillo de Calais.

6. Antes de llegar a Dover hallamos un carro con un grande ataúd en que llevaban a Mister..., coronel inglés muerto de un balazo en el sitio de Valenciennes, que iba a buscar la fama póstuma por medio de un epitafio al rincón húmedo y oscuro de una capilla.

7. Viento contrario. Me divierto en ver embarcar para Ostende clérigos y ex-frailes franceses desaliñados, puercos, tabacosos, habladores; tan en cueros como el día en que llegaron y tan a oscuras de lengua inglesa, al cabo de dos años, de manosear el diccionario como la madre que los parió y repitiendo para su consuelo aquello de «¡quommodo cantabimus canticum novum in terra, aliena!». Todos ellos iban cargados con sus breviarios y todos muy persuadidos de que lo mismo es tomar los Alemanes a Condé y Valenciennes que tomar ellos sus conventos y hallar prontas la refección y la botella en sus profanados refectorios. Detiénese mi marcha, al anochecer tempestad.

8. Buen viento, pero el diablo lo enreda de manera que me quedo todavía en Dover. Reniego, me harto de tabaco y me meto en la cama.

9. Salgo, en fin, a las diez y media de la mañana en un paquebote. Buen viento, mucho miedo, llego a las cinco de la tarde a Ostende. Calles anchas, limpias y bien empedradas, las casas nuevas que hay bastantes, particularmente cerca del puerto, muy buenas; las antiguas, mezquinas y ridículas. Nuestros venerables abuelos no fueron los más duchos en esto de proporciones y belleza simétrica. Buen puerto con muchos y grandes navíos; en una de sus orillas, hay una especie de veleta dorada con el escudo imperial, puesta sobre un palo muy alto y abajo un pedestal con esta inscripción: «ob laetum Austriacum anno MDCCXC reditum, studio et amore prius erectam, dein ut impiis regicidisque salvetur manibus, furtim abditam, sacrilegis jam expulsis, aquilam hanc ex voto piscatores denuo ponunt die XIX Calendarum Maji MDCCXCIII». He dicho que la citada inscripción está en un pedestal; pero como éste no es de pórfido, piedra granadina ni otra materia durable, sino de lienzos pintados sobre un armazón de madera, me pareció de absoluta necesidad copiarla, temeroso de que al volver dentro de media hora la hallase enteramente destruida por el tiempo devorador.

10. Salgo a las cuatro y media de la tarde para Brujas y emprendo mi viaje por un canal como tres veces más ancho que el de Manzanares. Hermosa llanura a un lado y otro, regada por mil partes con sus aguas, cultivada perfectamente, abundante en mieses, prados y arboledas, con muchas poblaciones y caseríos. No hallé barcos de transporte en todo el camino, lo que me hace creer que si una obra tan costosa y magnífica como aquélla ha producido ya ventajas considerables a la agricultura, aún falta que proporcione a la industria y al comercio las muchas que de ella deben esperarse. Tuve la felicidad de hallar en la barca dos religiosos capuchinos, encuentro que me llenó de consuelo, puesto que en el espacio de un año, ni en Francia ni en Inglaterra, vi otros que los que sacan al teatro para hacerlos servir de ludibrio entre la profana mosquetería. En este país por el contrario son respetados como es razón y los dos que iban en la barca los hallé muy gordos y fornidos, prueba de que en Flandes hay fe y temor de Dios. En dos horas con viento favorable llegamos a Brujas, distante 4 leguas de Ostende.

Es ciudad grande y su caserío conserva el antiguo carácter de la construcción flamenca, las fachadas de las casas rematan todas en un triángulo muy agudo, con unos escaloncillos laterales como para colocar en ellos tiestos o santos, de modo que mirando una fila de casas parecen por la parte superior empalizadas de trinchera o una guarnición de zagalejo con tantos picachos y recortaduras. Las calles son bastante anchas, llanas y limpias; hay una plaza con un grande edificio moderno de buen guto, aunque parece mejor de lo que es por el cotejo de los demás. En una casa antigua vi sobre la puerta las armas de España. Un viajero observador halla en Flandes no pocos monumentos de nuestra antigua dominación y lo primero que me dio en los ojos fueron las capas y las mantillas. ¡Extraña diferencia de estilos! En Inglaterra no se ve ni un Cristo, ni una Virgen, ni un Santo en sus iglesias que parecen habitaciones sin inquilinos y en Flandes los Cristos, las Vírgenes y los Santos se revierten de las iglesias, salen a los cementerios y adornan las puertas de las casas y los esquinazos en las calles y plazas públicas.

11. A las cinco salí en posta. El camino hasta Bruselas muy ancho, con arboledas continuas a un lado y otro y empedrado, lo que al principio parece lujo y ha sido necesidad en atención a que todo el terreno es de arena menudísima como el de Las Landas de Burdeos con la diferencia de que sobre esta arena hay una capa de tierra vegetal y en ella un hermoso jardín, que no otra cosa parece todo cuanto alcanza la vista, árboles, mieses abundantes, prados y bosques deliciosos, todo regado por medio de canales y acequias en términos que con respeto al cultivo nada debe este país a lo mejor de Inglaterra. Hay mucha población y bien repartida, los lugares por donde se atraviesa son espaciosos, limpios y alegres. Gante dista nueve leguas de Brujas, es ciudad grande, tiene muchos edificios modernos, muchos canales que la dividen en varias islas y sus contornos llenos de amenidad y hermosura. Buena posada, excelente comida, mucha hambre y un dolor de muelas que no me permitió hincar el diente imperfecta máquina es la del hombre, sin embargo es la mejor que conozco.

De Gante a Bruselas hay diez leguas, los campos igualmente hermosos que los anteriores y el terreno más quebrado en las inmediaciones de esta última ciudad. Llegué a ella al anochecer. Las sillas de posta muy malas, los caballos de malísima figura pero muy corredores.

12. Paseo por la ciudad. Su piso es muy desigual con calles torcidas de mediana anchura, los edificios antiguos casi todos están jalbegados con yeso y a otros les han desmochado la parte superior poniéndoles cornisamento horizontal, de manera que carecen de aquella lúgubre y respetable antigüedad que tienen los de Brujas. Hay muchos modernos y estos son enteramente a la francesa. En la parte más elevada de la ciudad está el paseo que llaman el Parque muy espacioso y alegre, bastante parecido al Retiro aunque te lleva la ventaja de estu muy adornado con grupos, estatuas, términos, bustos... No tiene fuentes y acaso es lo único que le falta. Hay dentro de él un café magnífico que consiste en un gran salón decorado con buena arquitectura, e inmediato a él varios gabinetes muy graciosos, juegos de billar y un pequeño teatro donde representan piezas ligeras de música y declamación. ¡Cuándo se verá en Madrid esta reunión de placeres que son tan necesarios para entretener el ocio de una corte!

Este paseo puede acaso competir con las Tuillerías y es infinitamente superior al triste, monótono y desaliñado Parque de Saint James. Cerca dél está la Parque la Plaza Real, obra moderna que consta de ocho edificios separados iguales y entre ellos hace frente el gran pórtico de la Abadía de Caudenberg, donde hay una bonita iglesia de orden corintio, seria y de buen gusto. Hallé en medio de la plaza, tendida sobre una cureña, la estatua pedestre de bronce del Príncipe Carlos de Lorena, que había estado colocada sobre un pedestal y los sans-cullotes la habían derribado aunque felizmente pudo escapar de sus manos sin considerable mutilación, y trataban de volverla a poner en su puesto. La que llaman Plaza Mayor es un conjunto de edificios cargados de adornos ridículos y sin gusto, pero la Casa de Ayuntamiento, obra gótica es cosa de mérito en su línea, particularmente una gran torre que tiene en medio, sumamente delicada y ligera. En una de las casas de esta plaza había varias estatuas de los Duques de Brabante, inclusos nuestros Reyes Austriacos, en otros bustos o estatuas de generales o gobernadores de estas provincias; en otra un trofeo dedicado a Carlos Segundo, con su retrato en medio, pero todo pereció a manos de los franceses cuando ocuparon esta ciudad. Así, en estas casas, como en otras que se hallan a cada paso, hay muchos pedazos dorados, capiteles, basas, festones..., y una que hay en dicha plaza más parece un altar que un edificio público.

Las iglesias, en general, están muy cargadas de adornos y rebosan de santos y cuadros, los confesionarios son magníficos con figuras en sus portadas que representan virtudes, santos o ángeles colocados como cariátides a un lado y otro; en los púlpitos sucede lo mismo, y el de la Iglesia Mayor es cosa digna de verse. Ponz habla de él en su viaje fuera de España.

Pero lo que me admiró más que los púlpitos, los confesionarios, el parque ni los edificios fue el hallar por las calles unos carros pequeños de a dos ruedas, tirados por perros y en verdad que no era un juguete puesto que cada carro llevaría una carga mayor que la que puede conducir a lomo un borrico. Los perros iban uno al lado de otro a modo de las cuadrigas romanas; un carro llevaba tres perros colocados en la forma dicha y otro me acuerdo, que tenía cuatro con uno delante, como las mulas periconas de los coches de colleras. Ahora expresar debidamente la cara que ponía infelices animales, lo que ellos jadeaban, la espuma que vertían y la inquietud de su cola y de su lengua, es empresa reservada a más docta pluma.

En Francia e Inglaterra, están persuadidos de que allá se van pelos y barbas, y tanto por su homogeneidad cuanto por su situación, está en uso que el mismo artífice que empolva los cabellos haga la rasura, pero en Bruselas, como en España se piensa de otro modo. Ningún peluquero puede ejercer la navaja, ninguno que afeite puede hacer los rizos. Hay prohibiciones gremiales sobre esto con multas a los infractores y entre estas dos facultades hay absoluta separación. Los talentos humanos son muy limitados y es muy difícil que un artífice sea excelente en dos profesiones distintas; por esta razón sin duda se mantiene tal costumbre en Flandes a fin de que cada profesor pueda en su ramo apurar los esfuerzos del genio y llegar en la carrera que sigue, con exclusión de todas las otras, a lo más sublime del arte. No obstante, el barbero que me afeitó, me afeitó muy mal.

Además del pequeño teatro de que hice mención, hay el de la ciudad. La sala es cuadrilonga y por consiguiente poco favorable para ver y oír. Bastante decente, mediana orquesta, cómicos harto menos que medianos, las decoraciones y máquina de poco mérito, las piezas todas francesas, como las que se representan en el pequeño teatro del Parque. El Archiduque Gobernador asiste algunas veces al grande y tiene en él su aposento adornado con magníficas colgaduras de terciopelo carmesí, con flecos, borlas y molduras de oro. El pueblo habla la lengua flamenca, pero la francesa es tan general que no se oye otra por las calles y paseos, y aun la gente más ruda la habla, aunque muy mal. Detrás del parque hay otro paseo con dilatadas arboledas, colinas incultas, arroyadas y hermosa vista de la campiña comarcana, desahogo oportuno para los melancólicos y no poco favorable para los misterios del amor.

Pero volvamos a las mantillas; las mujeres decentes sólo las llevan para cubrirse la cabeza cuando van a la iglesia o a alguna otra expedición matutina que exige ir de trapillo, pues para lo restante van en cuerpo como las francesas y muchas van a la iglesia con capotones, echada la capucha. Las mujeres de menos copete son las que usan con más frecuencia la mantilla y con ella van a comprar a la plaza las criadas. Todas las mantillas son negras, algunas de seda sin otro corte que el que resulta de un pedazo de tres varas de tela. En la poca gracia con que la manejan, se conoce que es traje destinado a gente pobre y de poca delicadeza y coquetería, sin embargo, algunas criadillas parecían muy bien con ellas. De las capas puede decirse casi lo mismo. La gente del campo usa sombreros redondos, negros, muy anchos de ala. Como los Países Bajos están situados en medio de tantos estados diferentes y son paso para todos ellos, es increíble la variedad de monedas que tienen curso allí. A los dos días de estar en Bruselas pasé revista a las que había adquirido en los cambios que había hecho, y hallé tal variedad de naciones en mi bolsillo que no eran tantas las que acaudillaba Alifanfarrón: monedas inglesas, holandesas, prusianas, del Brabante, del Austria, de Baviera, de Colonia, de Francia, para cuya valuación era necesario estudiar un libro en folio y apurar todas las divisiones aritméticas o fiarse desde luego a la conocida probidad de los criados de las posadas y de los cocheros, como lo hice yo.

15. Salgo a las seis para Mastrich, buen camino como el anterior, pero con más cuestas, malísimas sillas de posta, mucho calor. Pasé por Lovayna llena de iglesias y colegios, por Tirlemont y Saint Trond, poblaciones bastante grandes. Terreno desigual, menos poblado de árboles que el antecedente y algunos pedazos del camino sin ellos, buenos campos de siembra. Desde Saint Trond hasta Mastrich, ocho leguas de mal camino que en invierno será horroroso, se atraviesa un pedazo del Obispado de Lieja, campos abundantes en granos, pocos arboles respecto de lo anterior, casas pobres, o poca población a lo que se ve desde el camino. Llegué a las nueve a Mastrich, distante veintiuna leguas de Bruselas. Tuve que esperar a que abriesen la puerta, ¡qué entrada!, ¡qué estruendo de cadenas!, callejones torcidos, bóvedas, puentes levadizos, rastrillos, piquetes, bayonetas, cañones, mala entrada por cierto. Y dicen que los hombres son hermanos, mentira. Mastrich está situada en una gran llanura a las orillas del Mosa, es ciudad imperial, las calles anchas, rectas, bien empedradas y buenos edificios.

16. Salgo a las 5 y media. Malísimos trozos de camino con grandes subidas y bajadas, tierras de siembra y pequeños bosques hasta llegar a Aix la Chapelle, ciudad imperial, con muy buenas calles y edificios y gran número de posadas magníficas, sus contornos muy amenos con multitud de árboles. Al salir de ella, hasta unas dos leguas de distancia, se va por un camino muy desagradable y en general los lugares que se hallan hasta mucho más adelante son infelices. Efigies de San Juan Nepomuceno en cada puentecillo, multitud de crucecitas de piedra en los cementerios, Vírgenes y Cristos en las puertas, en las esquinas, en las plazas, en los caminos, en los troncos de los árboles. Los Cristos son de una raza particular, flacos hasta el extremo, desproporcionados y de catadura espantosa. Casas de ramas entretejidas, cubiertas con barro, techos de paja, chiquillos medio en cueros, mendigos.

Hay mucha devoción en este país; los brabanzones comparados con estos son unos iconoclastas. A unas dos leguas antes de Jülich, comienza un buen camino que sigue hasta Colonia, aunque la mayor parte de él carece de árboles a los lados y le hace gran falta. Jülich es villa fortificada, perteneciente al Príncipe Palatino del Rhin. Llanuras de centeno y avena y bosques y mucho ganado vacuno.

Colonia está a la orilla occidental del Rhin, en un llano inmenso muy parecido a los campos de Alcalá. Dista de Mastrich unas veinte leguas, poco más o menos, puesto que en los pocos días que llevo de viaje he observado tanta confusión en el cómputo de las distancias como en el valor de las monedas. Llegué a las diez de la noche sin haber comido, rabiando con la insufrible pesadez e insensibilidad de los postillones y la incómoda construcción de las malditas sillas de posta.

17. Me levanto tempranito, me hago peinar y afeitar por dos oficiales diferentes, según el estilo del país, advirtiendo que aquí, como en España, cirujano y barbero son voces sinónimas. Recibo un criado que es el primero que he tenido en mi vida y conducido por él salgo a ver lo más curioso de la ciudad. Es muy grande y en general las casas muy viejas con sus frontispicios puntiagudos y repiqueteados, calles torcidas y bien empedradas, en las noches oscuras habrá muchos encontrones por falta de faroles. Mantillas y muchas capas, escudos de armas por todas partes, universidad, conventos, muchísima nobleza.

Fui a ver el célebre gabinete del Barón de Hüpsch, hombre instruido, de buenos conocimientos en la física y antigüedades, obsequioso y afable, me enseñó su colección que por cierto, numerosísima y preciosa para un particular. Es imposible dar una descripción completa de ella; diré solamente, entre lo mucho que vi, lo que se me acuerda digno de atención, manuscritos antiguos o raros en diferentes lenguas, escritos en papel seda, vitela, hojas de palma..., ediciones muy raras, planchas de madera con las letras gravadas en relieve y que sirvieron para imprimir los primeros libros en el origen de la imprenta. Monumentos de las artes de los egipcios, griegos, etruscos, romanos..., otros de la Media Edad en que se ve el estado de las artes en Europa por aquella época, curiosidades de los pueblos orientales, ídolos, vestidos, instrumentos, armas, monedas..., como también de América y África y de las naciones más septentrionales de Europa. Pinturas y esculturas modernas, entre las cuales hay muchas de mérito. Un gabinete de historia natural en que ha procurado reunir lo más raro, puesto que no es posible ni necesario a un particular empeñarse en tenerlo todo. La colección de conchas me pareció muy buena, en la de petrificaciones hay pedazos de troncos hechos piedra, cosa preciosa, y otros que han pasado a ser hierro enteramente; son también dignos de aprecio dos cántaros o vasijas de barro sacados del mar, cubiertos del todo con una capa de corales y conchas. Entre los cuadrúpedos y reptiles los hay muy raros. Ni puedo acordarme de todo ni es este lugar de describirlo. El citado Barón ha escrito obras estimables de antigüedades y de física, su casa está abierta a todas horas para el público y es lástima que la estrechez de ella no permita dar a su gabinete una colocación ventajosa y distribuida como corresponde.

Pasé también a casa de Mister Hardy, Vicario de la Iglesia Metropolitana de esta ciudad, hombre de extraordinario talento y aplicación a las artes, que sin hacer profesión de ellas, las posee en grado superior. Vi sus pinturas, sus esmaltes, sus modelos en cera y varias obras de mecánica; pero lo que me pareció excelente en su línea fueron las pequeñas figuras en cera que representan las cuatro edades de la mujer, el pobre contento, la vieja descontenta, el filósofo moribundo, el enfermo, la pastora dormida... Estos modelos están colocados en unas cajas de una cuarta de largo y media de ancho; las figuras son de medio cuerpo muy bien movidas, el color muy propio y sobre todo excelente expresión en todas, según el afecto o la situación que representan. Me alegré de ver con un microscopio, hecho de su mano, los animalillos del agua corrompida, cosa estupenda, por cierto, capaz de confundir nuestro orgullo y persuadirnos de nuestra pequeñez y nuestra ignorancia.

La Catedral es obra gótica sin concluir, que a estarlo sería una de las más gigantescas de Europa; hay en ella cuadros muy antiguos y un San Cristóbal de enorme tamaño. Me amenazaron con el tesoro y las reliquias pero no lo quise ver, algo se ha de dejar al viajero que venga detrás de mí. En la Iglesia de San Pedro, hay un hermoso cuadro del martirio de este santo, obra de Rubens. Vi algunas otras iglesias, las más de ellas góticas, muy cargadas de adornos recientes y de mal gusto.

Vi el arsenal, donde hay, según me dijeron, espadas y fusiles para catorce mil hombres; hay también cañones, morteros, culebrinas una entre ellas de dieciocho pies de largo; provisión de balas, bombas..., armas antiguas comunes que ya podían quitarlas de allí. El número de conventos entre frailes y monjas pasa de setenta. Hay un teatro anatómico y un pequeño jardín botánico, una casa de comedias donde representa por el invierno una compañía alemana.

Cuando me desperté por la mañana (perdone el lector la falta de orden que reina en mis apuntaciones), oí un rumor sordo hacia el río, adonde daban las ventanas de mi cuarto, que me hizo levantar para ver de qué procedía y vi pasar dos grandes barcos atestados de gente, hombres y mujeres, que iban rezando y en medio de la turba llevaban un estandarte. Comprendí que aquello era alguna romería y así era la verdad, pues por la tarde hallé por las calles una procesión de hasta unas doscientas personas, gente pobre, con un Cristo y rezando rosario, dijéronme que venían de un pueblo llamado Lumertsheim, distante siete leguas de Colonia y que iban a otro, para el cual faltaban aún treinta leguas, llamado Kevelaz, a oír una misa cantada en el Santuario de una Virgen muy milagrosa, que los otros que vi por la mañana iban también al mismo paraje, y que al día siguiente saldría de Colonia otra procesión mucho mayor con igual destino.

He dicho que hay por estos países muchísima nobleza, y aunque no se viese y palpase, luego que uno entra en ellos bastaría ver solamente los sepulcros que hay en las iglesias, en los cuales he visto dieciséis y dieciocho escudos de armas, todos pertenecientes a la familia del difunto y en una gran lápida sepulcral que hay a la entrada de la Iglesia de San Gereón conté hasta treinta y cuatro. Los curas van vestidos de abates, con sola la diferencia de ser la capeta una capa en toda forma, tan larga y cumplida como la de nuestros alguaciles. Cansado de andar calles y hacer apuntaciones, me volví a la posada, que era magnífica y bien provista, despedí a mi criado y me acosté.

18. Salí a las seis de la mañana, rómpese la lanza del carricoche; trabajos para hacerla servir, mucha falta me hizo el criado que despedí ayer. Deliciosas visitas por el camino, siguiendo la orilla del Rhin agua arriba; montes a un lado, que le sirven de barrera, cubiertos de árboles preñados de hierro, muchos pueblos en bellas situaciones, esparcidos a cortas distancias por sus orillas.

Bonn, población grande, residencia ordinaria del Elector de Colonia, donde tiene un gran palacio; jardines y montes de caza inmediatos. El Rhin, ancho y sereno como el Támesis, pero muy desierto de embarcaciones de transporte. Sólo vi unas pocas en Colonia y otras en Coblentz. Antes de esta ciudad se ve a un lado un hermoso pueblo, llamado Nawyet, el señor de él ha establecido la más absoluta tolerancia religiosa y han acudido de todas partes artífices, fabricantes y negociantes a establecerse en él; no hay casa que no sea o fábrica o almacén de géneros o taller o despacho de comercio; hay capillas para todos los cultos y un día en el año se reúnen todos los vecinos del pueblo a dirigir a Dios una oración solemne en que le piden perdón de los pecados, auxilios para la virtud, prosperidad para el pueblo y el señor de él y paz y fraternidad entre todos sus moradores. Esta ceremonia se celebra un año en la capilla católica, otro en la luterana, otro en la de los calvinistas, otro en la de los cuáqueros, otro en la sinagoga... Por estos medios ha doblado sus rentas en pocos años el dueño de aquella población, el término de todo el señorío tendrá apenas tres leguas de circunferencia. Una de las cosas que más contento me dieron fue el ver las viñas de que están cubiertos los collados que baña el Rhin, lo cual me anunció un país más favorecido de la naturaleza. Antes de entrar en Coblentz se atraviesa por un buen puente el Mosela, que un poco más al poniente se junta con el Rhin, y la ciudad está situada en medio de los dos. Pertenece al Elector de Tréveris, que tiene allí un palacio, obra moderna y de buen gusto. De Colonia a Coblentz habrá dieciocho leguas. Llegué al anochecer con un flamenco que hallé a mitad de camino y me propuso hacer el viaje hasta Francfort a gastos iguales. Atravesamos el Rhin en un puente volante, cuesta muy penosa de subir a la otra orilla. Viene la noche, llueve, monte espeso y oscurísimo por todas partes, donde pocas noches antes habían hecho dos o tres robos, frío insufrible, aguacero continuo tapa el flamenco una ventanilla de la silla de posta con unos calzones; dormímonos los dos; despierta él, y echa menos sus calzones; pie a tierra, media hora él y yo y el postillón tiritando, mojándonos y en tinieblas, buscando a gatas por el camino los calzones de mi compañero, parecen y, de bache en bache, llegamos vivos a Nassau, distante cinco leguas de Coblentz.

19. Salimos a las cuatro, tierra muy quebrada, lugares pobres, monte y granos, buen camino. Schwalbach, lugar célebre por sus aguas marciales, con baños cómodos, muchas posadas y buenas casas; todo anuncia el dinerillo que recogen sus vecinos desollando a los infelices enfermos que van a él. Subida y bajada de un gran monte, poblado de robles y encinas; vuélvese a ver desde la eminencia del Rhin y a su orilla occidental Maguncia, medio destruida por los prusianos, que la acababan de ganar después de una defensa, la más gloriosa. Wisbaden, pueblo muy rico y floreciente, frecuentado de las damas, que van a bañarse en los baños de aguas calientes que hay en él, y dicen ser muy eficaces para dar lisura y delicadeza al cutis. Ésta y las poblaciones anteriores están en los dominios del Margrave de Hesse Casel; en la última de ellas comí a mesa redonda con unos lacayos. El citado Margrave comercia en hombres, todos sus vasallos se ejercitan desde la niñez en el uso de las armas; están obligados a asistir en ciertos días al ejercicio y evoluciones militares, así los instruye y lo hace aguerridos, los alquila después a cualquier soberano que se los pide por cierto tiempo y a tanto por cabeza; pasado el plazo se les devuelven, dándole una cierta suma por cada uno que falta del numero que entregó. Hay ocasiones en que logra despacharlos todos, sin que vuelva uno vivo, y entonces coge más dinero. Este tráfico manifiesta que la suerte de los hombres no es tan diferente de la de los carneros, como se piensa.

En el camino hasta Francfort, vi a un lado y otro muchos bosquecillos de nogueras, ciruelos y manzanos; tierras abundantes en mieses y muchas poblaciones y atravesando una parte del territorio de Maguncia se entra en el término de Francfort, que está separado por medio de un foso. Prosiguen los Cristos con grande abundancia por todas partes pero así, éstos como los que vi ayer, aunque muy feos, están más gordos que los de Lieja. Hallé muchas casas de campo con grandiosos jardines y una entre ellas que merece el nombre de palacio, mayor que la Casa de la China en el Retiro, perteneciente a un italiano que no teniendo seis cuartos en el bolsillo, discurrió años ha un nuevo método de preparar el tabaco y ha hecho una fortuna inmensa. Llegué a Francfort, distante de Nassau unas 16 leguas, a las 7 de la tarde.

20. Paseo por la ciudad con un nuevo criado que acabo de recibir, ¡gran picarón! La ciudad es muy grande, poblada, opulenta, mucho comercio y tiendas, un gran barrio de judíos narigudos, aceitunados, hediondos. Los domingos les cierran las puertas del barrio y no salen hasta el lunes; las judías tan bonitas como ellos exceptuando la barba de chivo, tienen una gran sinagoga. No hay edificio público notable, las casas de los comerciantes son magníficas, una entre ellas, situada en una de las mejores calles de la ciudad es cosa digna de verse, obra de exquisito gusto, la fachada principal parece la pared de un gabinete, tal es la limpieza y barnices de ella y lo delicado de sus adornos. Tiene una gran portada dórica con columnas, un ingreso del mismo orden, escaleras espaciosas, con dos leones de mármol al pie de ella, pinturas en las bóvedas y habitaciones correspondientes, dignas de cualquier príncipe. Dos iglesias de los que llaman reformados, construidas poco tiempo ha, son hermosísimos edificios. Muchas de las casas están pintadas pero con mal gusto las más de ellas. La parte antigua de la ciudad es como sucede en todas, fea, calles estrechas y torcidas, mucha gente en ellas, mucho bullicio y movimiento. No vi las iglesias porque las hallé todas cerradas a las once del día, pregunté por el mejor café de la ciudad, fui allá, muy espacioso, muy mal adornado, servidumbre desaliñada, muchos juegos de damas y una atmósfera espesa de humo de tabaco, insufrible; he notado que en toda esta tierra se fuma la mucho. Despido a mi criado, mucho calor. Excelente posada, yo estuve alojado en el número 60. De esto no se puede dar una idea justa a mis paisanos, es menester verlo.

21. Salgo a las cuatro, atravesando por un buen puente el Mayn, pequeño río que baña los muros de Francfort. Casas de campo, jardines y viñas, muy semejante a las cercanías de Burdeos. Llanuras con mieses y grandes trozos de monte y bosque. Darmstad, buena población con grandes edificios, casas de recreo en sus inmediaciones, jardines y muchos árboles y amenidad. A la izquierda del camino hay una larga cordillera de montañas, cubiertas en muchas partes de viñas, en lo llano cáñamo y granos, con grandes pinares, poblaciones compuestas de gente labradora. No vi en toda esta tierra que es del Landgrave de Hesse Darmstad ni un Cristo, ni una Virgen, ni un San Juan Nepomuceno, pero llegando al término de Maguncia los vi otra vez, para mi consuelo, inundar las calles y caminos. A unas dos leguas o tres antes de Happenheim, hallé a la salida de un lugarcillo un cementerio judaico con su inscripción hebrea a la puerta y lápidas sepulcrales, todas hacia el oriente. Dios les dé descanso y, aunque no sea el Seno de Abraham, concédales cualquiera otro seno donde se estén quietos y no hagan mohatras ni picardías. Comí en Happenheim, lugar pequeño situado al pie de unas montañas, delicioso en extremo por su amenidad y frescura, pero en este lugarejo de cuatro casas, distante de toda corte opulenta, ¡qué posada!, ¡qué sopa con huevo desleído a la alemana!, ¡qué buen asado de carnero!, cuando en las Rozas, en Canillejas o en Alcorcón haya otro tanto, entonces para mí tengo que no se gastará el tiempo en escribir apologías. Las mujeres van descalzas como nuestras vizcaínas con unos sombreros de paja de enorme tamaño. Llegué a las siete a Manheim, que distará de Francfort catorce leguas poco más o menos.

22. Está situada cerca de la unión del Neker y el Rhin, es plaza fuerte y corte del Palatino del Rhin, ciudad moderna, muy parecida a Aranjuez aunque con mejores edificios, calles anchas y llanas, tiradas a cordel, casas las más de ellas con sólo el cuarto principal y guardillas, plazas cuadradas y espaciosas, en la que llaman Plaza de Armas, hileras de árboles que forman un paseo, y en el centro una gran fuente que aún no tiene agua, con una especie de obelisco cubierto de bajorrelieves de trofeos y figuras, todo de plomo, cosa pesada y de mal gusto. En la Plaza del Mercado, la casa de la ciudad, grande y mazacota, en medio un grupo alegórico grande, no mal ejecutado, erigido a la gloria del actual palatino, Carlos Teodoro, la ciudad de Manheim coronada de torres, Mercurio apoyado lo sobre ella, los ríos Neker y Rhin y varios genios; la obra es toda de piedra y hecha con inteligencia. Un teatro con gran fachada, no pude ver lo interior de él, pero si corresponde a lo que se ve por fuera deberá ser muy bueno. El palacio del Elector es vastísimo y digno de verse por dentro. Hay una copiosa colección de pinturas, repartida en muchos salones, diré solamente lo que más me llevó en ella la atención. Dos marinas de Vernet, excelente cosa; un San Sebastián, de medio cuerpo, tamaño natural, de Caravaggio; la Muerte de Séneca, cuadro muy grande, por Jordan; la Prisión de Cristo, de Guido, y un San Francisco, pequeño, del mismo; otro gran cuadro del Martirio de San Andrés, por Rivera, y otro del de San Sebastián, obra de Vandyk. Un cuadro chico de Cristo, bajado de la Cruz, por Aníbal Caracci. Otros muchos de autores italianos, flamencos y alemanes, pinturas en pequeño de Teniers y Poussin, varios retratos de Rembrandt y otros del célebre Vandyk. Miniaturas y retratos pequeños de esmalte, donde hay cosas buenas. Un pequeño retrato de un hombre con su gorguera y sus bigotes y este letrero «Me stesso donno e'l cor, che dentro è ascosso», un retrato de una mujer vestida a la turca, obra de mosaico muy bien hecha, y otros mosaicos más pequeños, muy malos. Una colección de bajorrelieves y estatuas de marfil, que aunque no todo sea de gran mérito, es, sin embargo, cosa preciosísima, por lo mucho y bueno que hay. En un pasillo inmediato al gabinete de historia natural, hay una gran porción de monumentos romanos, todos o la mayor parte, hallados por esta tierra, aras, columnas miliarias, inscripciones, bajorrelieves, sepulcros y varios troncos de árboles petrificados. Me pareció que en el gabinete reinaba mucha confusión, que faltaba mucho y sobraba bastante. Hay buenas piezas de minerales, cristalizaciones, fósiles y conchas, cuernos de Amón de gran tamaño, uno entre ellos de tres cuartas de diámetro, un rinoceronte muy bien conservado, más pequeño que el que se enseñaba vivo en Londres, escasa colección de cuadrúpedos, aves e insectos, peces, poquísimos. Las habitaciones del Elector tienen bastante adorno, lo principal consiste en tapicerías y estucos en los techos donde hay muchos bajorrelieves historiados o alegóricos, con mucho arabesco hecho con prolijidad, pero confuso todo y pesado. En una chimenea hay piezas de mosaico, muy buenas; en otras dos, cariátides del tamaño natural, con mucho estudio en las ropas. Una sala cuyos muebles son todos de plata, sillas, mesas, marcos de espejos... La capilla es muy buena, con el coro sobre el altar, al modo de la del palacio de Madrid. Prosigue en esta ciudad el pestilente humo de tabaco en los cafés, las capas con grande abundancia, muy pocas mantillas.

El calor ha dado en apretar estos días furiosamente, viajemos de noche. Mi curioso lector padecerá mucho con esta mudanza de plan pero, todo bien considerado, primero soy yo que mi curioso lector, viajemos de noche. Salgo a las 4, desde Manheim hasta Schwetzingen, hermoso camino, alineado de árboles, llanuras bien cultivadas, cáñamo y maíz. Schwetzingen, bonito pueblo, espacioso, limpio, buen caserío, jardines deliciosos, abiertos para el público. ¡Oh! ¡Carabanchel de Arriba! ¡Oh! ¡Vallecas! Siguen después, hasta Waghausel, pinares y bosques; por toda esta comarca se hallan a la orilla del camino y en los campos grandes cruces de Caravaca, objeto digno de las investigaciones de mi lector. Llegué a las ocho y media a Waghausel, población de nueve o diez casas, buena posada.

23. Salgo a las cinco. Llanuras muy parecidas a las grandes Landas de Burdeos, pero muy superiores en cultivo y población, cáñamo en abundancia, granos, pinares, monte de encina y roble, pedazos de camino magnífico, con grandes chopos de Lombardía a un lado y otro. Comí en Rastadt, en compañía de un úsaro y de un postillón que se limpiaba los mocos con la servilleta, los bigotes del úsaro daban sombra a todo el cuarto. Hallé al salir de este pueblo una gran partida de soldados alemanes, con armas y bagajes, doce o catorce cañones de campaña y hasta unos cincuenta barcos chatos, puestos en otros tantos carros, procesión que me hizo detener cerca de una hora. Calor insufrible, me acongojo en medio del camino, ideas tristes de desamparo y muerte. Buen camino, terreno llano, a la derecha el Rhin y a la izquierda, la cordillera de montes de que ya he hecho mención, que corre constantemente de Norte a Sur. Buenos pueblos, mucha agricultura, pocas artes, muchas gallinas, patos, gorrinos y vacas. Los chicos gordillos todos y colorados, pocos Cristos y en cada puente, ya se sabe, un San Juan Nepomuceno. Llegué a Offemburg a las diez y media. La vil canalla de los postillones, de cada vez peor. Ya no veo ni capas ni mantillas.

24. De cinco a siete esperando a que pongan los caballos a la silla. Deliciosas vistas de campo, grandes vegas y los montes, que otra vez se acercan al camino, labrados por todas partes en escalera, con hortaliza, mieses, viñas y frutales y en su eminencia, pinos y robles. Muchos lugares, pozos, como en los que dejo atrás, de donde sacan agua muy buena para beber, gran porción de este territorio es lo del Margrave de Baden, a la derecha bosques, que ocultan al Rhin y a lo lejos las altas montañas de Alsacia. Comí en Kenzingen. ¡Ay, qué comida!, el barbero de Torrelodones guisa mejor. Todo el camino de hoy es sumamente delicioso, qué amenidad, qué cultivo por todas partes, las mujeres aran, cavan, siegan, acriban, aquí es la mujer compañera del hombre; en muchos parajes que dejo atrás sucede lo mismo. Refresca el tiempo y mi ánimo se alegra ¿y qué tiene que ver el alma con el frío, la materia con el espíritu, la tensión o laxitud de los nervios con esta centella de la divinidad?; ¡teólogos, filósofos, anatómicos celebrad junta, acordad vuestros dictámenes, reducirlos a uno y sepamos de una vez este gran misterio! Llegué a Freyburg a las 6.

25. Es ciudad pequeña, situada al pie de unos montes, con hermosos campos de mucha amenidad, abundantes en frutas y mieses. Minas de hierro y plomo inmediatas, molinos y ferrerrías, casas de campo muy pequeñas, sin la opulencia y lujo de las de Inglaterra y Francia, con mucho plantío de viñas en sus jardinillos, como en Burdeos. No hay en la ciudad edificio notable, si se exceptúa la Iglesia Mayor, obra gótica con todos los ornatos y garambainas propias de este orden y una infinidad de estatuas, todo por la parte de afuera, pues en lo interior es bastante sencilla, la torre es muy alta, rematada en un prisma con muchas labores caladas, que hacen muy buen efecto. Vi algunos conventos convertidos en cuarteles por las supresiones de Josef 2.º, pero aún queda una cartuja y en la ciudad franciscos y no sé qué otros. Los muertos no se entierran en las iglesias sino en un cementerio distante de la población y lo mismo se practica en varios lugares de este país. Las mujeres del campo gastan un traje particular, una gorreta redonda a modo de un gran solideo de seda con un encaje de oro o plata en los días recios y sobre ella suelen ponerse su gran sombrero de paja, un jubón sin faldillas que les llega a mitad de la espalda, quedando entre él y los guardapiés un espacio de cuatro o seis dedos, por donde se deja ver un ajustador interior de distinto color. Los guardapiés, si así pueden llamarse, son sumamente cortos y con muchos pliegues, llevan dos regularmente; el de debajo no les pasa de la rodilla, el de encima es un poco más corto y de otro color y sobre éste se ponen un devantal, más corto todavía.

Hay varias hosterías o fondas cerca de la ciudad que se abren los domingos para el público, en ellas hay salas de baile con su pequeña orquesta, juegos de bochas y billar, cerveza, vino, refrescos y comidas. Aquí concurren hombres y mujeres de la mediana e ínfima clase, meriendan, beben, juegan, y bailan. El baile es éste: se dividen en parejas, el hombre abraza flojamente a la mujer poniéndola las manos debajo de los sobacos y ella las suyas en los brazos del hombre, se colocan alrededor de la sala, empieza la música y empiezan a formar un círculo por ella dando vueltas al mismo tiempo sobre su centro cada pareja, el compás es vivo, el baile largo y la agitación que resulta de tantas vueltas es tal que cuando lo dejan sudan a chorros. No advertí en esta danza otro primor sino el de que no se despachurran los pies unos a otros, ni se descalabran, ni se estrellan contra la pared. La música ya debe suponerse que es de lo más rechinante que puede oírse, pero se divierten y ríen, y el lunes vuelven a trabajar, esto es lo que importa. En estas concurrencias noté mucha franqueza, sencillez y alegría.

26. Salí a las cinco con dirección entre Oriente y Sur, buen camino entre grandes montañas, pedazos muy parecidos a Guipúzcoa, casas de madera repartidas a cortas distancias, tierras labradas donde lo permite la aspereza del piso, muchos árboles. Los pocos lugares que se hallan hasta mitad de jornada son pobres y puercos, aunque no infelices ni destruidos, después habiendo subido cuestas muy altas mejora la calidad del terreno, se ven campos muy extendidos y abundantes en granos, y los lugares son mucho mejores. No hay viñas ni frondosidad, alrededor de ellos se atraviesan varios pedazos de monte es e eso y por último la Forêt Noire, el Monte Negro, sitio el más a propósito para robos y asesinatos, le pasé a boca de noche y con mucho miedo, llegué a las ocho a Schaffausen, primera ciudad de Suiza distante unas dieciséis leguas de Freyburg y cerca de cincuenta de Manheim.

El gasto de mi viaje desde entrar en Ostende hasta que llegué a Schaffausen ascendió a mil cuatrocientos reales, me parece muy poco y mucho más atendida mi falta de economía y la mala conciencia de postillones y posaderos. En esta gran distancia hay algunos malos pasos pero en general puede decirse que el camino es muy bueno y en muchas partes hermoso y magnífico. La agricultura está en muy buen estado y en particular desde Ostende a Bruselas y de Offemburg a Freyburg en Suabia, esta provincia, las orillas del Rhin, desde Bonn a Coblentz y la parte de Flandes, desde Ostende a Bruselas, me parecieron las más pobladas. Se hallan muy buenas posadas, pero muy inferiores a las de Inglaterra. Las hay muy grandes en Mastrick, Aix la Chapelle, Francfort y Manheim, pero yo experimenté que en éstas el viajero que va solo se halla peor que en otras de menos rumbo, los edificios son capaces de contener un regimiento, los criados no pueden acudir a tantos huéspedes, el posadero está en su gabinete y se hace inaccesible y sólo el que lleva tres o cuatro criados que le sirvan puede estar cómodamente en ellas. Las sillas de posta, de Ostende a Suiza son de lo más indecente e incómodo que puede imaginarse, muy semejantes a nuestras calesas, regularmente son de cuatro ruedas, viejas, sucias, desabrigadas, llenas de remiendos, parches y apósitos, los caballos no del todo malos; los postillones del todo execrables, lerdos, sordos, embusteros, estafadores a no poder más. El vino del Rhin es un vinillo blanco, ligero y agradable. Las estufas alemanas, preferibles en mi opinión a las chimeneas, las colocan en los ángulos de las piezas, meten el fuego por la parte de afuera, calientan el cuarto, no dan humo ni esclavizan como las chimeneas y braseros. Son de hierro muy bien labradas con bajorrelieves o barnices que imitan porcelanas y mármoles. Pero es tiempo de hablar algo de Suiza.

27. Schaffausen, ciudad pequeña, pobre y puerca, situada entre montes; la baña el Rhin por la parte del sur. Las casas blanqueadas con yeso o pintadas por el estilo de los tapices, con figuras colosales o medallones, donde vi a Menelao y a Marco Antonio y a Pirro y a Elena y a Cicerón y otros personajes de la edad pretérita; otras hay con adornos de piedra pesados y ridículos. Muchas tiendecillas sucias y oscuras, comercio de bayetones, sargas, juguetes de madera, quincallería, sombreros ordinarios, peroles, tachuelas y otros artículos de poco valor. Muchos carros, trajes sencillos, sin asomo de lujo ni superfluidad. Fui a una casa de baños, entré en una pieza donde había hasta seis u ocho, comencé a desnudarme; entraron dos mujeres y empezaron a despojarse también; me metí en mi baño y ellas en el suyo, ¡qué costumbres! Fui por la tarde a ver la famosa cascada que llaman comúnmente la Caída del Rhin, distante de Schaffausen poco más de media legua. El río, que hasta allí camina claro y sosegado entre los montes que le coronan, se precipita de repente, con estruendo espantoso casi perpendicularmente desde unos setenta pies de altura, formando una espuma blanquísima y arrojando al aire parte de sus aguas, reducidas a un polvo sutil, que parece harina cuando el sol da de frente, forma toda la cascada, ya en la parte del agua corriente, ya en la espuma que hierve entre las rocas, ya en la que salta más menuda, todos los cambiantes del iris; a un lado está el pequeño pueblo de Neuhausen y al otro, sobre un monte cubierto de árboles, el Castillo de Ballival. Desde aquí empieza el Rhin a ser navegable, sin interrupción, hasta que desagua en los mares de Holanda. Schaffausen es capital del cantón del mismo nombre.

28. Las postas se acaban en la raya de Alemania, por consecuencia, hube de ajustarme con un carruajero para que me llevase a Zurich. Salí a las ocho, la jornada es corta pero muy divertida, terreno desigual de pequeños montecillos y vegas, cubiertos de mieses, cáñamos, viñas, y árboles; los pueblos que se encuentran son pequeños y pobres. Eglisau está a casi a mitad de camino, pueblo situado a la orilla del Rhin, fui a bañarme a él, qué hermoso río, qué sosegado, qué cristalino, qué frescas aguas, qué multitud de peces, y con qué atrevimiento se acercaban a mí y al irlos a coger me burlaban; riberas deliciosas, soledad, silencio. Volví a la posada, buena comida, atravesé el río por un puente de madera, cubierto como un pasadizo, semejante a otro que hay en Schaffausen; prosigue con muchas mejoras la agradable vista del campo hasta Zurich, sus inmediaciones son un jardín delicioso, abundantes aguas, sombras, frescura, amenidad, olores gratos; a la parte del medio día cierran el horizonte las montañas ásperas que dividen a Italia de la Suiza. Zurich dista de Schaffausen nueve leguas, llegué a las 6.

29. Zurich está situada al fin de un hermoso lago, que toma el nombre de esta ciudad, y un pequeño río que desemboca en él, la divide en dos. Muchas cuestas en ella, mal empedrada, casas muy altas, viejas y sin elegancia, calles torcidas, callejones estrechos, tenebrosos, largos. Quien haya visto las tiendecillas y mercancías de algunas de nuestras ciudades, por ejemplo de Alcalá, ve una copia exacta de las de Zurich: aquellas puertas en arco, aquellos mostradores sucios, aquellos escaparatillos con cintas, botones de metal, navajas, dedales y paquetes cagados de moscas, y aquella casaca y aquel peluquín del amo de la tienda. No hay cafés ni vi librería cuyo surtido pasara de treinta tomos, ¿y para qué es menester más? Sus campos están bien cultivados, comen bien y viven contentos, ¿no saben bastante?, ¿naciones ilustradas sabéis otro tanto?

En los pocos edificios modernos de alguna consideración hay mucha pesadez y mal gusto de adornos. Sobre las ventanas bajas de la Casa de la Ciudad hay varios bustos mal ejecutados, a un lado vi los de Temístocles, Epaminondas, Scévola, Cocles, Arístides..., y al otro, los de varios héroes nacionales, recomendables por los servicios que hicieron a su país, todos ellos, así los antiguos como los modernos, tienen un lema latino alusivo a sus virtudes patrióticas.

Vi sobre el río fábricas donde se pintan lienzos, levantando el agua que necesitan por medio de grandes ruedas con arcaduces, movidas por la misma corriente. Muchos talleres de varios oficios, artes útiles, pero rudas. Abundancia de frutas, excelente hortaliza, gran carnicería; mucha gente, ningún lujo; las damas de este país no me parecen las más a propósito para enseñar actitudes elegantes al teatro ni a las bellas artes, se visten para no estar desnudas y andan por no estar paradas.

Buena posada sobre la orilla del lago, deleitosa vista desde mis ventanas, enfrente montes con árboles y al pie de ellos pequeñas laderas con mucho cultivo y un sin número de casas pequeñas de labranza o de recreo, entre la frondosidad de jardines y frutales de que está cubierta toda aquella orilla, a otra parte la ciudad y el río, que la atraviesa, y a la del sur montes altos que me entristecen el ánimo al considerar que he de pasar por ellos. El lago, hermosísimo, sus aguas muy claras, barcos largos y chatos para el transporte de granos y otros frutos. A la parte de oriente una eminencia que domina la ciudad, con muchas casas de campo, algunas construidas con elegancia y comodidad, rodeadas de viñas, huertas y jardinillos. En éstos no reina el mejor gusto, galerías, pedestales, balaústres, pirámides, boliches de bojes y murtas, donde gime la naturaleza bajo, la tijera y el compás para producir formas extravagantes y mezquinas y esto en un país donde ella presenta por todas partes las más hermosas. Zurich es capital del cantón de este nombre, está fortificada, aunque pienso que no completamente, vi pararrayos en muchas casas y montaderos a la antigua en las puertas, muchas fuentes. La gente es sencilla y cortés.

Como muy bien y salgo a las 4 para Lucerna, distante de aquí unas ocho leguas, el camino es un reventadero para los infelices caballos por las penosas cuestas que hay que subir y bajar, por lo demás es viaje muy divertido. Montes de mucha frondosidad y repartidas por ellos y en las vegas y cañadas que forman, muchas casas de labranza, distantes unas de otras un tiro de piedra, las más son de madera, todo es rústico, pintoresco y pobre. El camino, aunque mucho más angosto que los de Inglaterra, se parece a aquéllos por los continuos vallados de arbustos y árboles que le adornan a un lado y otro. Hay muchos frutales y desde la silla de posta iba cogiendo ciruelas y manzanas. Abundancia de fuentecillas que se componen de un tronco perpendicular por donde sube el agua, un caño de hierro y otro gran tronco de nogal, socavado, que hace de pilón, a modo de una artesa. Hice noche en medio de estos montes en un lugarcillo infeliz, en cuya posada hallé una buena sopa, una excelente tortilla, pichones, pollos, jamón, un guisado de vaca, manteca, queso, barquillos y vino tinto y blanco. Apologistas, ¿se halla esto en Villaverde a las once de la noche?

Las apuntaciones de mi viaje van saliendo más largas de lo que al principio creí, por lo cual será necesario formar segundo tomo, contando siempre con el beneplácito y fíat de mi lector.




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Lucerna, Lugano, Milán, Parma, Bolonia, Florencia


30. Salgo a las cuatro de la mañana y llego a las 11 a Lucerna, capital de cantón. Su situación es muy parecida a la de Zurich, a la orilla de un lago, dividida en dos porciones, puentes cubiertos que sirven de comunicación; un pequeño río y montes que la rodean; es más pequeña y de más estrecho horizonte que aquélla; llana, limpia, algunas calles espaciosas, edificios decentes, muchos nuevos o renovados, ninguno magnífico que merezca nombrarse. Las iglesias muy curiosas y adornadas, aunque no con el mejor gusto; en la Catedral hay un órgano, el mayor que he visto hasta ahora; la Iglesia de los Jesuitas está enriquecida con mármoles en sus altares; aún existen aquí los Padres de esta Orden extinguida, y continúan en la enseñanza de la juventud, no reciben novicios; en lo demás, permanecen como estaban antes. Hay un convento de Franciscos, otro de Capuchinos, uno de Monjas Ursulinas y no sé si alguno más. Un arsenal, donde hay fusiles, según dicen, para ocho mil hombres, debiendo advertirse que todo ciudadano tiene uno en su casa; unos cien cañones de varios calibres, espadas, cartucheras..., y porción de armas antiguas, que ya son inútiles. En la Casa de la Ciudad, donde se junta el Senado, hay una sala muy bien adornada, con los retratos de los Magistrados del Cantón desde unos trescientos años a esta parte, o poco menos, y varios cuadros, que forman una serie completa de los sucesos más célebres de este país. Es muy común este estilo en Suiza, y conveniente para renovar en la memoria del pueblo los hechos de sus mayores [...]1.

En uno de los puentes que atraviesan el lago, hay también pinturas históricas de este género; en la Iglesia de San Francisco están pintadas las banderas que han ganado en varias batallas a sus enemigos, y aun en las paredes exteriores de las casas he visto representados sucesos nacionales. Cada Cantón es independiente de los otros; el de Lucerna se gobierna por un Senado, un Consejo y dos Magistrados, que llaman Escultetos, elegidos en el orden Senatorio. Todo ciudadano puede ser senador; pero ya debe suponerse que estas elecciones recaen siempre en ciertas familias o ciertos sujetos, a quienes su nacimiento o sus facultades elevan sobre los demás. Todos los Cantones componen una República Federativa, que en las ocasiones de peligro o utilidad común une toda su fuerza.

Hay también otras pequeñas repúblicas por este país, que regularmente suelen constar de una sola población, y éstas son aliadas de los Cantones; otras que están bajo la protección de ellos, y otros lugares que son súbditos y a los cuales envía el Cantón soberano un Gobernador, a sus habitantes los llaman nuestros vasallos. Además hay varios príncipes soberanos como el Abad de San Gall, que es un fraile benedictino muy gordo, gran comedor, que come con cubierto de oro y, después de haber comido el potaje, limpia la cuchara en su servilleta para proseguir comiendo las judías fritas; y un día decía a un huésped que le daba conversación: «Abbas Murensis est Princeps titularis, sed ego, ego sum verus Princeps.» La multitud de estadillos de la Suiza y los Grisones, sus príncipes, su independencia, sus alianzas y la varia forma de su gobierno son digno objeto de la observación de cualquiera que visite estos países.

En Lucerna residen el Ministro de España y el Nuncio Apostólico, lo que a primera vista la da visos de Corte; pero es invisible a los ojos de un viajero el Soberano a quien estos personajes son enviados; ni palacio, ni guardias, ni ministros, ni cortesanos, nada se encuentra; sin embargo, yendo a una casa a visita, hallé un hombre muy gordo, vestido de negro, con su peluquín; y éste era precisamente el Esculteto, el Jefe Supremo de todo el Cantón.

Aquí no hay fábricas, ni manufacturas; cultivan el campo; hay mucha pobreza; por consiguiente, nada de magnífico; ni espectáculos, ni cafés, ni coches, ni trajes, ni edificios.

Las vistas de Lucerna son agradables: el lago, el campo y la ciudad, mirados desde cualquiera de las alturas vecinas, son cosa digna del pincel; y los montes que cierran el horizonte por la parte del Sur, escarpados, desiguales, desnudos, forman una masa oscura, que hace resaltar mejor todo lo restante, donde el agua, la verdura y los edificios presentan objetos varios y alegres. Olvidábaseme decir que encima de las salas del Arsenal hay unas vidrieras pequeñas, donde están pintados los escudos de los Cantones suizos, acompañados de figuras y otros adornos. Es de lo mejor que he visto en su línea por la hermosura de los colores, y es sensible ciertamente que este arte se haya perdido; las dichas vidrieras están hechas a principios del siglo pasado.

Una de las cosas que deben verse en esta ciudad es el modelo de la parte de Suiza, hecho por Mister Pfifer, Teniente General retirado del servicio de Francia. Este modelo, que es por el género del de Cádiz que hay en el Retiro, comprehende todo el Cantón de Lucerna y parte de los que le rodean. Los que conocen el país alaban la exactitud con que está ejecutado; es obra de mucho trabajo y mérito: allí observé sobre todo, la gran población de Suiza entre Lucerna y Zurich, la aspereza de los montes a la parte meridional la multitud de lagos y torrentes que de ellos se precipitan, habitación de osos y lobos, no de hombres. Toda aquella parte está cuasi desierta.

El cementerio de la Catedral es uno de los más charrangueros que he visto; tiene una pequeña galería con varios sepulcros, cuyos epitafios no son los mejores ejemplares en materia de gusto; las sepulturas, que están a cielo abierto, tienen cada una de ellas una cruz, la mayor parte de hierro, con muchos adornos de cartelas y festones dorados, óvalos y tarjetas con pequeñas pinturas de santos, y al pie su pililla de hierro o piedra, con agua bendita [...]2.

Las mujeres labradoras o criadas de las casas van vestidas con un guardapiés muy corto, su devantal, su jubón, en mangas de camisa, muy anchas, el pelo dividido en dos trenzas colgantes, y un sombrerillo de paja, con lazos de varios colores. Las de una clase algo más elevada, en vez de trenzas llevan rodete, con una lámina de plata, larga y angosta, donde enlazan el pelo; las señoras de rumbo, ya se supone, llevan escofietas, sombrerillos o peinado de rizos. En esta ciudad hay muy buenas caras: las mujeres son vivarachas y alegres, los hombres parecen bonazos y sencillos.

La libertad de la Suiza está prendida con alfileres; he oído a hombres muy sensatos razonar sobre ello, y temen que el tiempo de perderla está muy inmediato. Podrían en caso urgente, poner cien mil hombres en campaña; pero tendrían que dejar el arado para tomar el fusil; por consiguiente, a los tres meses de guerra ya no habría víveres; para un armamento extraordinario necesitan cargar tributos sobre el pueblo, y éste no puede contribuir a tales gastos. Toda la Suiza, en general, es muy pobre; las artes y el comercio pudieran haberla enriquecido, pero, por descuido imperdonable en los que la han gobernado hasta aquí, no se ha hecho. Ha debido su existencia por mucho tiempo a los celos recíprocos de Francia y la Casa de Austria; pero si la Francia decae, ¿quién la apoyará? En la ocasión en que yo pasé, las circunstancias eran tan críticas que cualquier partido que pudiesen tomar los suizos les debía ser necesariamente funesto [...]3.

Además, me aseguran que no hay en Suiza todo aquel desinterés republicano, aquella energía de ánimo que es tan necesaria en estos peligros inminentes; que los que gobiernan no despreciarán los medios de aumentar su fortuna haciendo antesala en las secretarías de Viena, y que el pueblo, dormido en el ocio de una larga paz, necesitando todos sus brazos para la subsistencia diaria, ni resistiría largo tiempo ni creería perder mucho en la mudanza de su constitución [...]4.

El vino de Suiza es un vinillo que, si fuese algo más fuerte, parecería vinagre aguado. Cuantas viñas he visto desde Bonn a Lucerna, todas están como las de Burdeos, esto es, trepados los sarmientos en estacas, y las cepas a unas tres cuartas de distancia unas de otras; no sé si este método es preferible al que se sigue comúnmente en España, o si será relativo a la situación, al clima o a la calidad de la tierra.

3. Después de haber comido con el Enviado de España, salgo a las seis, en compañía del secretario de legación Don Pascual Vallejo, y emprendemos nuestro viaje por el lago, en un barco chato, endeble, desabrigado y ridículo. Mucho miedo; cierra la noche; lobreguez profunda, montes a una parte y otra, sueño, frío; llegamos a Fliela a las 12; cenamos tortilla, y a dormir.

4. No se trate ya de sillas de posta; nuestro camino sólo sufre sillas de caballos; monté en uno, mi amigo en otro y precedidos de los cofres y lo bagaje, empezamos a caminar, después de un buen pueblo llamado Altorf, por un país quebrado y áspero. Casas de madera, tierra pobrísima, gente infeliz; pero a mitad de jornada, ni casas ni gente; montes horribles; el río, que se rompe entre los peñascos; arroyos que se precipitan con estruendo de las alturas; cuestas, camino malísimo; una garganta estrecha, donde está el que llaman Puente del Diablo, lugar espantoso, donde el río parece que baja a los abismos entre enormes peñascos, que le convierten en espuma y niebla; aire, frío, estrépito; grande y tremendo espectáculo; después del puente se entra por una boca, abierta a pico en el monte, que tendrá unas cincuenta varas de longitud; y al salir de ella se ve un valle espacioso, cubierto de verdura, hermosos árboles, y el lugar de Ursera al pie de un cerro, bien situado, formando un grupo pintoresco entre la frondosidad que le adorna. Comimos en él, y ¡qué mal comimos! Vuelta a montar: subimos un monte altísimo, llamado de San Gothardo, y hubimos de bajarle a pie y de noche. En su altura nace el [...]5 y el Reuss que, llevando su dirección hacia el Norte, atraviesa el lago y ciudad de Lucerna, y más adelante desemboca en el Rhin. Llegamos rendidos a Ayrolles; mala posada, malísima cara de posadero; qué gorro, qué ásperamente nos recibió, y ¡con qué abatimiento nos halagó después, cuando supo en la caballeriza que uno de nosotros era il Signor Segretario della Ambasciata!

5. Desde que se pasa el Monte de San Gothardo, se entra en Italia. Salimos de Ayrolles a las 6, caminando por unas vegas coronadas de montes, que se van estrechando, dejando en medio al Tesin, ya caudaloso con las muchas aguas que recibe de aquellas alturas, rápido, espumoso, entre enormes peñascos, cascadas, precipicios, árboles robustos, inculta y majestuosa naturaleza, lugares pobres, paredes de piedras, ermitas y pequeñas capillas, a modo de garitas, con pinturas de vírgenes y santos; muchos San Roque, y en las fachadas de las iglesias San Cristóbal, de gigantesca y disforme estatura. Empieza a llover a cántaros a las nueve de la mañana; dura todo el día, noche espantosa, tempestad en medio de montañas altísimas; truenos horribles, rayos y centellas; por todas partes torrentes, que ocupan el camino, y el Tesin, bramando a nuestra derecha, creciendo por instantes. Llegamos a una población de cuatro o cinco miserables casas, donde el estruendo de la tempestad, que duró doce horas, no nos permitió cerrar los ojos en toda la noche.

En la jornada de hoy, volví a ver uvas en grandes emparrados; es demasiado áspero y frío todo el país que se atraviesa de Lucerna a Ayrolles para producir este fruto. En las tapias de piedras sueltas, que sirven de lindero a los caminos, hallará un naturalista exquisitas piezas de minerales, particularmente de hierro y plomo.

6. Salimos, lloviendo, a las seis, más por huir de la posada que por adelantar camino, y llegamos a las nueve a Bellinzona, buena villa, con muros y castillos, que en su tiempo serían muy fuertes; buena posada. Gástase todo el día en secar la ropa a la chimenea. Sigue lloviendo; mi compañero se va por la tarde para Génova, y yo me quedo a esperar que serene un poco el tiempo.

7. Ya no llueve de provecho; salgo a las siete, caballero en mi rocín, dirigiéndome a Lugano. Viaje divertido; atravieso el Monte Cenere, alejándome del Tesin, que queda a la derecha; desde las alturas de este monte se goza una vista muy divertida de la espaciosa vega de Bellinzona, más hermosa que fecunda, y que por muchas partes, en el invierno, es un estanque. El Monte Cenere está todo cubierto de hermosos castaños y nogales; en las cercanías de Lugano muchas viñas en emparrados, maíz y otros frutos; llegué a esta ciudad al medio día y después de un viaje de tantas leguas, en que la soledad, la falta de sueño, el cansancio, las intemperies y otros disgustos, me habían fatigado hasta el último punto, abracé a un amigo de mi padre, y todo se olvidó.

Lugano está situada a la orilla de un lago, cercada por el Norte, Oriente y Poniente de colinas y montañas: su población llegará apenas a mil vecinos; hay en ella mucho comercio, tiene dos mercados cada mes, y una feria al año, en que se compra y vende gran multitud de ganado de todas especies, caballos... Sus campos abundan en frutos; hay muchas viñas, algunos olivos y maíz y otros granos; sus cercanías son deliciosísimas, con muchos pueblecillos, caserías, y gran cultivo.

Esta villa está sujeta a los Cantones suizos, que de dos en dos años envían un Gobernador, con título de Capitán, éste es el supremo Magistrado, que administra justicia civil y criminal según las leyes del país, que se imprimen y publican bienalmente, a fin de que nadie pueda ignorarlas; así en las civiles como en las criminales las hay sumamente raras, y en estas últimas se ve que, exceptuando el homicidio, no hay delito alguno que no se castigue con pena pecuniaria. Esto, en otro país, produciría males incalculables; en éste no ha producido hasta ahora el trastorno y desórdenes que a primera vista parece que deberían reinar donde el dinero suple por las penas corporales. Viven en paz, no se matan unos a otros, ni hay otro daño considerable que el que resulta de los muchos litigios en que están enredados continuamente; cosa natural en todo pueblo donde la propiedad está muy repartida, como sucede aquí. De dos en dos años, vienen doce diputados de los Cantones a tomar residencia al Capitán, admiten las quejas a que haya dado lugar su administración, y le castigan si ha delinquido: del juicio de estos doce hay apelación a los Cantones en los casos extraordinarios. Este sistema de gobierno tiene inconvenientes y ventajas; el pueblo no conoce los tributos; las prisiones son rarísimas, y suponen un gran delito cuando llegan a verificarse; no hay tropa, ni alguaciles, ni se necesitan: esto manifiesta demasiado las costumbres sencillas de estas gentes.

Hay mucha industria, actividad, comercio y artes. Sorprende, por cierto, hallar entre estos peñascos pintores, arquitectos, estuquistas, escultores, marmolistas y otros artífices, de los cuales he visto varias obras en las iglesias y casas particulares; las de arquitectura, labrado de mármoles y pinturas decoraciones son las de más mérito, y en este último género no se hace más en Madrid. Estos hombres no se mantienen con tal ejercicio, ni como era posible; viven de lo que les producen sus cortas haciendas, y se están arrinconados, o en Lugano, o en los pueblos vecinos, de veinte o treinta familias; si alguna vez los llaman para trabajar, les pagan a un precio tan corto que admira por cierto. Tan general es el estudio de las artes en Italia, que después de llenar las ciudades populosas, centro del luxo y de la riqueza, se extienden hasta los pueblos más reducidos, y en ellos se encuentra una prueba del genio artístico y del buen gusto de la nación. Hay cuatro cafés con mesas de billar, abundan las gacetas de todas partes, y la de Lugano es una de las más estimadas; en una casa particular hay un pequeño teatro, donde se representa en algunas temporadas. Cuando yo estuve había uno en la plaza, hecho de palitroques y tablas, ruda semejanza del carro de Tespis, y allí hacían Arlequín, Pantalone y Colombina sus acostumbradas habilidades para entretener al auditorio, que asistía de pie al espectáculo; de cuando en cuando se descolgaba alguna de las actrices por una escalera de mano, y con un platillo y una vela de sebo encendida iba implorando la generosidad de los concurrentes, que la daban algunos cuartos: cosa tan corta, que no sé cómo viven aquellos infelices.

13. Salgo a las diez, atravesando el Lago de Lugano hasta Capo Lago, pequeño pueblo situado en su extremidad meridional; desde allí fui en un carricoche, por buen camino, aunque con muchas cuestas, hasta dos millas antes de Como, donde se entra en el Ducado de Milán. Ropa fuera; registro escrupulosísimo, papeletas, sellos, socaliñas; y al cabo de una hora de detención, prosigo mi viaje a Como, acompañado de un alguacil de vista, como un facineroso a fin de que no violente los sellos imperiales, y llegue mi cofre en toda su integridad al segundo examen de la Aduana. Llego a Como a las cuatro, y me veo en la precisión de buscar yo mismo al revisor de libros, para que vea su merced si entre los míos hay alguno contrario a la prosperidad del estado de Milán. El revisor era un abate, viejo, seco, y con sus grandes anteojos: trájele a remolco, abriose el cofre, y veo derramados por el suelo mis libros, mis cuentas, mis cartas, mis apuntaciones y mis pobres versos, en tanto que el brazo seglar de los aduaneros me revolvía todos los trapos con escrupulosa diligencia; pero quiso Dios [...]6 que mi inocente cofre no contuviese nada que pudiera dar recelos a S.M. Imperial: vuelta a sellarle, y a escribir papeletas, y a soltar dinero.

Como es ciudad pequeña, está a la orilla del lago de su nombre, rodeada de montañas, con reducido horizonte, sus contornos poco alegres; calles estrechas, y en algunas de ellas muchas tiendas; cafés con excelentes sorbetes; coches y lacayos, muebles desconocidos en el país que dejo atrás. Cuando el Emperador Josef 2.º dio tras de los conventos, se suprimieron en Como catorce de monjas, y han quedado ocho [...]7.

Así, aquí como en los Estados de Flandes, he oído muchas quejas acerca de la mala distribución que se ha dado a los fondos y caudales procedentes de estas comunidades reformadas, y lo mal que se ha cumplido lo que entonces se prometió: el dinero va derechito a Viena, y allí se desaparece, según dicen, sin saber cómo; si esto fuera cierto, sería cosa indigna; pero ¿qué no será verdad?

Por toda esta tierra, y en muchas partes de Suiza, particularmente en los pueblos situados en los valles húmedos, al pie de los montes, he visto muchas mujeres con paperas enormes, ya como panecillos, ya como grandes morcillas; pero entre las que padecían esta deformidad las he hallado muy viejas, prueba de que no es achaque mortal.

Tempestad furiosa y huracán toda la noche, ni más ni menos que el día 5; pero qué diferencia de oírlo desde la cama, a sufrirlo atasajado en un rocín.

14. Salgo a las cinco en el citado carricoche, acompañado de otros dos viajeros, buena gente. Luego que se sale de Como, muda de aspecto el terreno, desaparecen los montes y se empieza a gozar la vista de una hermosa llanura muy bien cultivada, con muchos árboles y grande abundancia de moreras. Se hallan al paso algunos pueblos de buena traza, pero sin artes; todo es labranza, y la escasez de casas aisladas por el campo me hizo sospechar que la mayor parte de él está repartida en pocas manos de algunos grandes propietarios, distribución poco ventajosa a la felicidad pública. Excelente camino hasta Milán, con troncos clavados en el suelo, que le sirven de guardarruedas, a un lado y otro; llegué a las once y media; buena posada.

15. Parece ser que la ciudad de Milán contiene cerca de 120 mil almas; es grande, llana, rica y llena de hermosos edificios; hablaré de lo que vi en ella, remitiéndome en lo que falte a las descripciones que otros han hecho, donde podrá mi lector contentar en parte su insaciable curiosidad.

La Catedral, llamada il Duomo, se empezó en 1386, y no se acabará jamás; me dijeron que se destinaban cada año treinta mil libras para proseguir la fábrica, escasa dotación, que apenas bastaría para el gasto de los andamios. Los milaneses la llaman la octava maravilla, y pueden llamarla como quieran, puesto que no hay cosa con que compararla; es obra gótica de cinco naves, sostenidas por cincuenta y dos postes, de ochenta y cuatro pies de largo; la altura interior de la cúpula es de 238 y la exterior de 370. Se sube hasta la base de la última aguja por 512 escalones; desde aquella altura se ve toda la ciudad, sus hermosos y dilatados campos, y a lo lejos los últimos montes de Suiza, los Alpes y el Apenino. No se puede ponderar bastante el inmenso trabajo que se ha empleado en la fábrica de esta Iglesia; toda es de mármol, y toda tan llena de adornos, que al verlo se confunde uno entre las consideraciones de lo que se ha hecho, de lo que falta que hacer, de las sumas enormes que habrá costado, y de las que debe costar. Pasan de tres mil las estatuas que hay repartidas por el edificio; son de varios tamaños, y muchas de ellas absolutamente invisibles desde abajo, tanto más que las que están colocadas en lo alto son muy pequeñas, las barandillas, las escaleras, las agujas y estribos, todo está lleno de labores costosísimas. Josef Segundo, que no despreciaba el oro, dijo al ver esta obra, que era locura convertir el oro en mármol. Todos los altares de la iglesia son igualmente de varios mármoles, con algunos buenos cuadros; hay piezas de escultura, excelentes, en bronce y piedra, y una multitud de bajorrelieves, de mármol blanco, en la pared que rodea el altar mayor, con figuras que sostienen la cornisa; cosa, a mi entender, de mucho mérito, los relieves, que cada uno es de una pieza sola, representan la vida de Cristo, y están firmados por Andrés Biffi. Algunas vidrieras vi pintadas según el antiguo estilo, pero valen bien poco; concluiré diciendo que esta fábrica es única en su línea; que es capaz de sorprender a cualquiera por su grandeza; que hay en ella exquisitas piezas que admirar en materia de artes; y que en cuanto a si es locura o no gastar el dinero en este edificio interminable, soy enteramente del dictamen de mi lector.

Cerca de esta Iglesia está el Palacio del Archiduque, con decoración exterior sencilla y elegante. El Hospital es un grande edificio, con fachada de ladrillo y portadas de piedra, más modernas que lo restante, y mal asociados los adornos griegos con los góticos; tiene un patio muy espacioso, con galería alta y baja, sostenida en columnas, que forman veintiún arcos, a lo largo, y diecinueve, a lo ancho. En la capilla hay hermosas columnas de granito cárdeno y buenas pinturas; me dijeron que había en camas 1364 enfermos.

En la portada de la Cárcel Pública vi las armas del Rey de España y las de la Casa de Fuentes, y esta inscripción: «Philipo 3.º Hispan. Rege potentissimo, Fidei Catholicae defensore, imperante. D. Petrus Enrriquez Azevedius Fontium Comes, externi belli victor et domestici extinctor invictus: destera amabilis, sinistra formidabilis: bene agentibus distributis praemiis, improbis vero suppliciis, carcerum fores regiae curiae objetit, ut Principis advigilantis oculus fidissima sit justitiae custodia. 1605.»

Fuera de la que llaman Puerta Oriental hay un gran paseo, a donde concurre diariamente multitud de coches y gente de a pie; se parece bastante al pedazo del camino que hay desde la Puerta de San Vicente a la Fuente del Abanico. Está en alto, como aquél; tiene dos calles de árboles a los lados, y será de aquella longitud, con poca diferencia; pero es mucho más ancho y sin cuesta; inmediato a él está el Jardín Público, bastante grande, con plantío de castaños, paredes de olmo, que forman varias calles y plazuelas, y grandes pedazos de céspedes; linda con el Jardín del Conde Dugnani, que para que el público gozase de más hermosas vistas, hizo abatir las cercas, dividiéndole del Jardín público por medio de un foso. Junto al mismo Jardín está el nuevo Palacio del General Belgiojoso, que fue ministro del Archiduque gobernador de Flandes. Es obra de muy buen gusto: orden jónico, pilastras y columnas en la fachada principal, estatuas sobre la balaustrada que corona el edificio, y bajorrelieves entre las ventanas del piso principal y segundo. Hay además, en el mismo jardín, una gran casa, donde se refresca, se come, se baila y se juega; antiguamente era un convento [...]8. Los coches que vi en el paseo eran exactamente como los que se ven en el Prado de Madrid, ni mejores ni peores; pero aquí hay más lujo en materia de criados, no hay señorcillo que no lleve su par de lacayos, y otro par de volantes delante del coche, y alguna vez vi tres, con sus gorretas de volatín, sus vestidos blancos, y sus hachones de pez por la noche; y ve aquí cinco o seis haraganes empleados en arrastrar a un podrido. Éste es el uso que se hace de los hombres, como si el género humano abundase en demasía, como si no hubiera provincias desiertas, como si no faltasen manos al arado, al remo y al buril.

El Colegio de Brera, que hoy tiene título de Universidad perteneció antiguamente a los Padres de la Compañía; la Iglesia es vieja y fea, pero el edificio adjunto, donde están las escuelas y habitaciones de los profesores, es cosa digna de la riqueza y la magnificencia [...]9 jesuítica; gran patio, con galería alta y baja, sostenida por columnas pareadas; escalera espaciosa, bellos claustros, habitaciones cómodas, todo es grande y bello. Hay un jardín botánico un buen observatorio, con excelentes instrumentos de París y Londres; una academia de artes, con escuela de diseño, y una librería pública, que me dijeron constaba de ochenta mil volúmenes; las colecciones de historia, antigüedades, biblias, santos padres, expositores y historia natural, me parecieron lo más completas. Esta biblioteca se ha formado modernamente, y aún no están bien arreglados los índices. Me dijeron que carecen de medios para aumentarla, y aún por eso noté algunos ramos de literatura muy incompleto y harta escasez de obras modernas. Tienen también una colección de medallas estimable.

Fui a visitar al abate Parini, profesor de Bellas Letras en este Colegio, que ha adquirido reputación por sus poesías, hombre de más de cincuenta años, alto, estropeado de piernas, gesto avinagrado; le sorprendió el motivo de mi visita. Los españoles viajan poco, y los que lo hacen, no suelen acostumbrar a dar molestia con su presencia a los hombres de mérito que hallan al paso: ¿para qué?, ¿no basta visitar al banquero?

La Biblioteca Ambrosiana, que igualmente está abierta para el público, asciende a 45 mil volúmenes, la mayor parte de ellos colocados en una gran sala, según sus tamaños, por lo que es imposible formar idea del mérito o abundancia de las obras que contiene; en una pieza separada están los manuscritos, y entre ellos los hay muy preciosos. Merece verse la colección de esculturas, pinturas y dibujos, de los mejores artífices italianos, distribuida en dos grandes salones inmediatos a la librería, bajorrelieves de la Columna Trajana, modelos de estatuas antiguas las más célebres, algunas obras de escultura de Miguel Ángel, Algardi y otros; la forma de un dedo pulgar de la estatua colosal de bronce de San Carlos Borromeo, que está en Arona, junto al Lago Mayor; desde el nacimiento de la uña hasta la extremidad del dedo tiene una cuarta de longitud. Entre las pinturas son estimables los cartones originales de Rafael, de la Escuela de Atenas; varios cuadros pequeños de Breughel, que representan los cuatro elementos; varios países, flores..., cosa menudísima, ejecutada con la mayor delicadeza e inteligencia; una adoración de los pastores, de Bassan...

En la Iglesia de San Marcos hay cuatro o seis cuadros excelentes. En la de San Fedele merecen verse unas columnas gigantescas de granito cárdeno, cosa preciosa; en las de San Antonio y San Francisco de Paula, vi gran multitud de presentarlas de plata, colocadas en las paredes: piernas, brazos, ojos, manos, tetas, niños y caballeritos vestidos de militar, puestos de rodillas. En la de San Eustorgio hay un gran sepulcro, donde se dice que estuvieron enterrados los tres Reyes Magos, los cuales tres Reyes Magos fueron conducidos a Colonia por orden de Federico Barbarroja, cuando destruyó a Milán en 1162.

En la calle llamada Corsia de Porta Ticinese, se ve el único monumento romano que existe en Milán, y es un pedazo de pórtico o galería con dieciséis columnas corintias y una inscripción colocada en uno de sus extremos, dedicada al emperador Lucio Vero. La Iglesia de San Lorenzo, que está detrás de este pórtico, tiene una gran cúpula octógona, cuatro tribunas, columnatas y escapadas por todas partes, que parece una jaula, algunos dicen que es obra de mérito; a mí, que no entiendo de arquitectura, me pareció ridícula, extravagante llena de aquello que se llama licencias poéticas El púlpito, hecho de exquisitos mármoles, es cosa lo pesada y mazacota.

Saliendo de la ciudad por la puerta inmediata a esta iglesia, se ve un gran pedestal con varios adornos de escultura, entre ellos el escudo de España y el de la casa de Fuentes. Se erigió con motivo de la construcción del canal que está inmediato, destinado a facilitar la comunicación con el Po, que no se ha podido lograr por varios motivos. La inscripción que está repetida en los dos vanos del pedestal, dice así: «Philipo 3.º, Hispanias et Indias maxime et potentiss Rege Mediolani Duce Regnante. D. Petrus Enrriquez Azevedius Provinciae Mediol. Gubernator vel opere hoc praeclaro Fontium Comes Verbani et Lardi huc ductas aquas irriguo navigabilique rivo Ticino et Pado immiscuit, ubertatem et jucunditatem agrorum artificum studio publicas et privatas opes accessu et commercio facili amplificamdo».

Hay dos teatros en Milán, el uno estaba cerrado; vi sólo el que llaman Teatro Nuevo, que es el mayor, destinado a la ópera; tiene una buena fachada, y un pórtico con un terrado encima, adonde puede salir la gente, en tiempo caluroso, a gozar del fresco. La sala es muy espaciosa, de forma elíptica, con cinco órdenes de palcos, y una galería alta sobre ellos, donde se acomoda la gente de librea; enfrente del teatro está el aposento del Archiduque, con buenos adornos de espejos y colgaduras; y contado éste y otros ocho que hay sobre la escena, llega a ciento noventa y cinco el número total de los palcos. Enfrente de la puerta de cada uno de ellos hay una pieza destinada para los criados, o para guardar capas, sombreros, manteletas..., donde preparan los refrescos o calientan los platos cuando quieren cenar, puesto que durante el espectáculo suelen entretenerse en jugar a los naipes en el mismo palco, o en comer y beber. En un gran salón y otros dos adyacentes, inmediatos a los corredores de los aposentos, hay cuatro mesas de billar y otras pequeñas para naipes y otros juegos. El proscenio está adornado con cuatro columnas corintias, y en la parte superior hay un reloj, mueble muy incómodo para los poetas libertinos que quieran ceñirse a la unidad de tiempo. La sala, exceptuando algunos casos extraordinarios, no tiene más luz que la que recibe del mismo teatro; el número de instrumentos de la orquestra varía, según las ocasiones; el día en que yo asistí a una ópera bufa, conté sesenta. Las decoraciones son lo mismo que las de Madrid, ejecutadas por los Tadeis; el coro en el día que yo estuve, se componía de veinte voces, y en algunas escenas del baile conté ochenta personas en el teatro; pero se me hace muy duro de creer que tal vez haya cuatrocientas, como dice La Lande, en su Viaje de Italia; he visto el teatro interiormente, y no me parece posible. Noté que el público tiene aquí libertad de hacer repetir los pasajes que más le gustan, no lo pide a gritos y bramidos, como los ingleses, pero lo insinúa no dejando el palmoteo hasta que el actor vuelve a comenzar «da capo».

En la Iglesia llamada Le Grazie hay un buen cuadro, de Godenzio Ferrari, de un San Pablo, entrando por los pies de la Iglesia, a la derecha, la primera capilla. La Lande equivocó éste con otro que hay más adelante, y en un altar del crucero está otro del Tiziano, que representa la Coronación de Espinas. Se han criticado las piernas del Cristo, y no sin razón, a mi entender, pero con este defecto y todo, siempre es obra inestimable y digna de aquel gran maestro. Se ve también en el refectorio la Cena de Cristo, pintada al fresco por Leonardo Vinci, muy estimada de los inteligentes. En la Iglesia de San Vittore hay un buen cuadro del célebre Battoni, y en la Sacristía una cabeza de San Ambrosio, bordada por la Peregrina, cosa de mucho mérito. La Iglesia de San Ambrosio es de las más antiguas de esta ciudad; el altar mayor no me pareció «très beau», como dice La Lande, sino muy digno de conservarse tal cual es por su ruda y venerable antigüedad, tiene cuatro columnas de pórfido, cosa preciosa; el púlpito es de piedra, y antiquísimo. También vi en una galería que rodea el patio de los pies de la iglesia, un sepulcro muy sencillo, con esta inscripción, que copié exactamente, aunque rodeado de cinco o seis pobres pegajosos, que no cesaban de aullar pidiéndome ochavos: «Jacet D. Baganus Petrasanta Miles et capitaneus Florentinorum qui obiit anno Dmni. 800, ad cuyus funus interfuerunt quatuor Cardinales». Por último, Milán es muy buena ciudad, hay bastantes fábricas, talleres, industria, riqueza, abundancia de comestibles, buenos edificios, curiosidades y diversiones.

18. Salí de ella antes de la una de la mañana, por un hermoso camino que dura hasta Parma, aunque desde Milán a Lodi le hacen muy mala vecindad las acequias y estanques que tiene a los lados, noté mal olor de agua detenida y mucha niebla; por todo este país hay muchas fiebres, originadas de tanta humedad, los campos están bien lo regados y cultivados, abundantes en mieses, frutos, moreras... Lodi es famosa por sus quesos y las lenguas de vaca saladas, que son exquisitas. Luego que se pasa un pueblo llamado Casale, se entra en el Ducado de Parma; para llegar a Plasencia se atraviesa en un puente volante el Po, ancho y sereno, sus orillas por aquella parte, poco deleitosas. Plasencia, gran lugarón; registro a la puerta, y «mi raccomando a la sua generosità». Pasé de Fiorenzuola, distante dos postas de aquella ciudad, iba leyendo en mi carricoche, bien ajeno de toda desgracia, me ocurre el mirar por la ventanilla de la trasera, y me encuentro sin cofre, pie a tierra; desata el postillón uno de los caballos, corre más de media legua, y vuelve con la plausible noticia de que el cofre no parece, esto es, de que he perdido, además de mi ropa, mis apuntaciones diarias de trece años a esta parte, las cuentas de mis intereses en España, las recomendaciones para los Embajadores, las observaciones hechas en mis viajes por Francia, Inglaterra, Flandes, Alemania...; las traducciones del inglés, el trabajo de todo un año, obras manuscritas y qué sé yo qué más; si esto es bastante para hacer desesperar a cualquiera, nadie extrañará la desesperación en que me vi. En fin, preguntamos por todas partes; nadie da razón; observamos las cuerdas que ataban el cofre, y estaban cortadas; vuelta a Fiorenzuola; declaración al Podestà. Como veneno en la posada. Salgo otra vez, acompañado de tres soldados con sus tres fusiles, pero sin pólvora ni baquetas; los dejo en el paraje sospechoso para que lo pregunten, registren, prendan y, si es menester, disparen. Llego a Borgo San Domino, repito mi relación al «Colonello dil terzo», como si dijéramos, al Generalísimo de aquella comarca; yo no sé cómo se lo dije, que al oírlo monta en cólera, inmediatamente llama a su segundo, y dale orden para que luego, luego, luego, salga al frente de quince hombres, que para aquel país equivalen a un ejército de veinte mil infantes y cinco mil y doscientos caballos y que con los dichos quince ocupe los pasos, examine los puestos, corra la campaña y no deje malva que no examine; ítem más, manda que a las nueve de la noche se toque a rebato en dos pueblecillos inmediatos al paraje en que me sucedió el caso lastimoso, para que todos los vecinos salgan a buscar mi malogrado cofre. Yo, al oír aquello, confesemos nuestros defectos con ingenuidad, lector amantísimo, sentí un vaporcillo de vanidad, que me ocupó la cabeza por un instante; la tropa en armas, las órdenes a rajatabla por todas partes, rebato en los pueblos, alboroto, conmoción general; y todo esto ¿por qué?, por mi cofre: ¡oh, precioso cofre!, ¡inapreciables manuscritos! Vuelvo a montar en mi silla de Posta; el Coronel me consuela, me promete y jura por el bastón que empuña, hacer parecer mis versos, si el centro de la tierra los ocultara, y enviar un extraordinario a Parma con las novedades lo que vayan ocurriendo; suena el látigo, me despido, y rompiendo por entre la apiñada multitud, que me rodeaba con reverente y silencioso estupor, prosigo mi viaje, y llego a Parma a las diez.

19. Es Ciudad, según me dijeron, de más de treinta mil almas, llana, calles y plazas espaciosas; las casas construidas con económica sencillez; la del Conde de San Vitale es grande, con buena decoración de arquitectura, un buen atrio, y la escalera mal colocada en un rincón, la del conde Grillo es también muy buena, con dos hermosas columnas de mármol en la portada; debiendo advertirse que el tal Conde tiene un grillo por armas, según consta en su propio escudo, que está en la fachada de su palacio, y no me dejará mentir. Estas dos casas son las únicas que merecen nombrarse.

La habitación del Infante Duque consiste en tres o cuatro casas unidas, sin adornos ni magnificencia, y una portadilla de piedra, cosa mezquina; el antiguo palacio de los Farneses está separado; es de ladrillo, y a estar concluido, sería una obra en que a lo menos se vería grandeza y proporción. El Infante pasa la vida en Colorno [...]10 y allí se dice que ha gastado unos sesenta millones de reales; su mujer vive, separada de él, en el Palacio de Sala.

La Catedral es muy antigua, lo más precioso que hay en ella es la pintura de la cúpula, obra de Coreggio, muy maltratada ya, y con poca luz; junto a la puerta del costado izquierdo hallé la siguiente inscripción sepulcral: «¡Eheu!, quam propere te mors intercepit, mea uxor innocentissima! non ergo flos juventuae, non oris decor, cum pudore, pietate, fideque conjunctus, non martiri infelicissimi vota, neque trium populorum lacrymae, atram diem morari potuerunt! Mariae Millesiae Mediolanensi conjugi incomparabili, mihique ereptae dum annum, vigessimum secundum ageret, aeternum moerens possui, Ruffinus Rossi, augusti Principis ab intimo cubiculo, praefectus viarium et Aedilis urbanus 1778.»

¿Y mi cofre? Mi cofre pareció inmediatamente, en virtud de la irrupción de los quince hombres y lo del rebato que se tocó por aquellos contornos; hallose en casa de un inocente labrador, que ya se disponía a abrirle para ver si contenía géneros prohibidos; la noticia del hallazgo me sorprendió, y llenó mi ánima de contentamiento.

Pero volvamos a hablar de Parma. El Teatro Antiguo es cosa magnífica; las dimensiones de este edificio, según La Lande, son 350 pies de largo, inclusa la escalera y vestíbulo; su ancho 96. La profundidad del teatro más de veinte toesas, su boca 36 pies, y la altura de la sala 60. Ésta tiene alrededor catorce gradas, al modo de los antiguos circos y teatros o de nuestras plazas de toros, quedando entre ellas y la escena un grande espacio vacío, como el que ocupan en nuestros Coliseos la luneta y el patio; dícese que le llenaban de agua por medio de varios conductos, que aún existen, y que allí se daba una especie de espectáculo naval; sobre las dichas gradas se levantan dos cuerpos de arquitectura, el primero dórico, el segundo jónico, que forman dos galerías, alta y baja, con arcos y columnas, siendo cada arco un aposento; el entablamento está coronado con una balaustrada. Todo ello está lleno de estatuas y entre ellas hay dos ecuestres, inmediatas al proscenio; sorprende, por cierto, la magnificencia y buen gusto de esta obra, y es lástima que esté ya en estado de ruina. Este teatro no ha sido usado desde el año 1733; el repararle sería muy costoso, y la corte de Parma no es de las más opulentas de Europa. Inmediato a él hay otro muy pequeño, que sirve ahora para los conciertos, se dice que antiguamente representaron varias veces en él los príncipes y princesas de la casa Farnese. Es obra de Viñola, sumamente ligera y bien distribuida.

La Biblioteca, que está en el mismo edificio, esto es, en el Palacio Farnese, es cosa muy buena, grandes salones con estantes magníficos, mucho aseo y buen orden, parece que el número de volúmenes ascenderá ya a 60 mil o poco menos; entre los manuscritos los hay muy raros. Vi unas obras de San Ildefonso del siglo 11; un alcorán, hallado en la tienda del Visir que cercó a Viena a fines del próximo anterior, y algunas otras curiosidades de este género muy apreciables como también algunos de los monumentos hallados en las ruinas de Velleia; los índices no están concluidos todavía; el método de ellos, que es el mismo que siguen en la Academia de las Ciencias de Burdeos, me pareció sumamente sencillo y cómodo. Se arreglan los apellidos de los autores con el mismo orden que se usa en un diccionario histórico, empezando desde Aa y concluyendo en Za, y en unos naipes se escribe el apellido, y a continuación el título de la obra, el número de tomos, el lugar de la impresión y el estante en que se hallará. Estos naipes, repartidos en cortas proporciones, se colocan en cajitas separadas, donde está escrito por la parte exterior las letras que contienen; por ejemplo: B, Baz; el siguiente Bee, Bon..., y estos cajoncillos ocupan un estante, donde se ve desde luego en qué parte está el autor que se busca, como los títulos están separados en los naipes, se va aumentando el índice sin necesidad de borrar, ni añadir, ni confundirle con llamadas, que al cabo de tiempo obligarían a renovarle para poderle entender, sin que esto obste a que en los estantes estén colocadas las obras por el orden de las materias. En una de las salas de esta librería se ve un pedazo de la bóveda de la Iglesia de San Juan Evangelista, donde Correggio pintó la Coronación de Nuestra Señora, se hallaba ya muy deteriorada aquella pintura, y quebrantada la fábrica, y han salvado un pedazo en que está la Virgen, y Jesucristo, que la corona, separándole y llevándole a dicha librería; esto de arrancar paredes donde hay pinturas al fresco, y pasar las pinturas de una pared a un lienzo, o de un lienzo a otro, es común en Italia.

Hay en Parma una Academia de Bellas Artes, que ha producido ya excelentes discípulos, distribuye premios, y está considerada como una de las mejores de Italia; merecen verse los dibujos y cuadros premiados, que están expuestos a la curiosidad pública en las salas de la Academia, que me parecieron de mejor escuela y mayor mérito que los si que se ven en Madrid en los concursos de la de San Fernando; por el contrario, en la escultura me parece haber visto en Madrid cosas mejores, la colección de yesos sacados del antiguo es muy inferior a la nuestra, hay algunas estatuas encontradas en Velleia: dos de Mesalina, una de Agripina, y no sé qué más, cosa excelente en el estudio de los ropajes. El famoso cuadro de Correggio, donde representó a la Virgen con el Niño, San Jerónimo, La Magdalena y un Ángel, encanta, me parece justa la crítica que se ha hecho de que el niño no tiene dignidad; es cierto, aquel niño no es una divinidad; es un chiquillo como todos los demás; pero qué viveza tiene, qué inquietud, cómo quiere enredar con las hojas del libro de San Jerónimo, que le presenta el Ángel, mientras con la otra manecilla agarra los cabellos de la Magdalena. Qué complacencia muestra la Virgen, la Magdalena qué amor afectuoso y reverente. El Ángel, cómo se ríe; este cuadro está lleno de gracia y expresión, y. tiene tal frescura de colorido, que a cierta distancia parece que acaba de salir de las manos de aquel grande artífice.

La Ciudad de Velleia arruinada, a lo que parece, por el rompimiento y caída de unas montañas hacia el cuarto siglo; dista de Parma 10 u 11 leguas, se han hecho excavaciones en ella, y se han sacado varias estatuas, inscripciones, muebles, instrumentos y otras curiosidades; se ha levantado un plan de la parte descubierta hasta ahora, pero ya no se trabaja, muchos años hace, por falta de dinero; y es lástima, pues, dejando aparte cuán interesante sería proseguir las excavaciones por lo que toca a la historia, a la literatura y a las artes, mirándolo sólo como una mera especulación de comercio, produciría considerables ganancias.

Si el estado de Parma no es rico y opulento en lo que permite su extensión, no es culpa ciertamente de la naturaleza; su terreno y su clima son los más aptos para la propagación de frutos y animales, y el Parmesano está reconocido por el país más feraz de la Lombardía; la agricultura es buena; pero la agricultura, por sí sola, es incapaz de dar prosperidad a una nación, faltan artes, fábricas, industrias, comercio; exceptuando una calle de Parma, donde se ven tiendas y talleres, todas las demás están desiertas, ni se oye otro ruido que el canto de los gallos y el ladrido de los perros. Las pocas fábricas que hay son rudas e imperfectas; el país abunda en sedas y lanas, y es necesario proveerse de los extranjeros para vestirse de un paño fino o ponerse unas medias decentes; la seda la venden en rama para que otros la trabajen y se la vuelvan a vender; se dice que los parmesanos son holgazanes; pero ¿ha hecho ya el Gobierno cuanto debe para excitar su aplicación?, ¿les ha dado los auxilios que necesitan para ejercerla con utilidad?, ¿ha facilitado las comunicaciones?, ¿anticipa los fondos para las grandes empresas?, ¿ha esparcido ya las luces de las ciencias y las artes, para que unas y otras prosperen unidas? Si lo ha hecho, no hay duda en que los parmesanos son holgazanes.

Fui a ver al célebre Bodoni, hombre de excelente carácter, joven, de bella presencia, gran viveza, instruido, amable; en cuanto a su mérito tipográfico ¿qué puedo yo añadir a lo que manifiestan sus obras, esparcidas ya por toda la Europa, que las admira?

22. Salimos Don Antonio Robles [...]11 y yo después de comer; a la primera posta después de Parma se halla el pueblo de San Hilario, perteneciente ya al Ducado de Módena; la ciudad de Reggio, que está más adelante, es población considerable, con muchos soportales en las casas. Llegamos a Módena a las diez.

23. Es Ciudad de 20 mil almas, o algo más, no tan grande como Parma, pero mucho más bonita, buenas casas, muchos soportales; un palacio, que habita el Duque, con gran fachada y pórticos, y hermosa escalera, de estructura magnífica; espaciosa sala de baile, con adornos de escultura y pintura; decoración grandiosa, aunque no del mejor gusto; gran pintura en la bóveda, ejecutada por Franceschini; las demás habitaciones muy bien adornadas; cubiertas las paredes de cuadros, entre los cuales hay un par de docenas de ellos, cosa estimable; lo mejor es del Guerchino, Guido Rheni, Anibal Carrachi, Leonelo Spada, y un buen cuadro del Tiziano, que representa la mujer adúltera.

Hay una Galería de Curiosidades. Obras en madera, de un trabajo delicadísimo, un escritorio de ámbar, una guitarra de mármol, varias piezas de historia natural, en que no vi nada completo que pudiese formar colección, algunos bustos antiguos, dibujos de los bajorrelieves de la Columna Trajana, obra muy estimable de Julio Romano; esto es lo que hay allí de más particular.

El Teatro de Módena es de muy mala forma; y aunque pequeño, basta para el concurso que puede ir a él. El Duque iba todas las noches de incógnito, a un palco particular, con la Signora Chiara, ridícula vieja, que ha sabido tenerle enamorado por espacio de treinta años; le ha dado sucesión masculina, no ha pretendido jamás el título de Duquesa; ha conservado siempre un grande influjo sobre su amante, y no se dice que haya oprimido a nadie ni haya abusado de su poder. Vi en este Teatro una máscara pública, el concurso llegó a mil personas y todo el disfraz se reducía a la máscara o a llevar unas narices de pasta en el sombrero. A la mitad de la función se hacía una extracción de lotería, con dos premios para los jugadores. El día de cumpleaños del Duque en que hubo corrida de caballos, gala, besamanos, iluminación del Teatro..., conté hasta 42 coches en el Corso, de los cuales deben descontarse algunos de las ciudades inmediatas.

Hay una buena biblioteca, con museo de medallas..., pero no tuve ocasión de verlo. Hay una universidad, un hospital, un hospicio, una academia de artes, y otros establecimientos útiles; muchos judíos, en cuyas manos está la mayor riqueza de la ciudad. La Catedral es viejísima, en sus paredes exteriores hay muchas inscripciones y antiguallas, cosa curiosa, algunas de ellas son romanas. Vi en la Iglesia de San Miguel el sepulcro del célebre Muratori; esta Iglesia está muy adornada, pero de mal gusto, con muchos santos, santas y venerables de la familia Estense; grandes estatuas de corto mérito. Junto a ella, en una plaza que forman el Hospital y el Hospicio, hay una estatua ecuestre de mármol, que representa a Francisco 3.º, padre del actual Duque, inmediato a esta plaza hay un buen paseo, de ocho calles de árboles, formando los rayos de una rueda, en cuyo centro se levanta un templecillo octógono, de tres cuerpos de arquitectura; también está abierto para el público un jardín, cerca del palacio ducal, no muy grande, pero vario y agradable, con bosquecillos, flores, bancos, juego de bochas, hitos para tirar al blanco... En las caballerizas del Duque vi el pellejo de un caballo, lleno de paja, famoso en su tiempo por su fortaleza y ligereza; debajo dél, está, en buen castellano, esta inscripción: «Alazán tostado, antes muerto que cansado.»

24. Salimos a las dos de la tarde. A corta distancia de Módena se entra en el territorio del Papa, dejando a un lado del camino la fortaleza llamada Forte Urbano cerca de Castel Franco, población pequeña que es la primera plaza fuerte del Pontífice [...]12. El camino de aquí a Bolonia, como igualmente el que anduvimos ayer, es muy bueno; el terreno muy feraz; las posesiones, divididas con largas hileras o calles de árboles, y al pie de cada uno de ellos parras, que se enlazan de uno en otro, formando colgantes y festones, cosa pintoresca. Algunas casas de campo antes de Bolonia, a donde llegamos a las siete.

25. Según el censo hecho en 1784, hay en Bolonia 69.700 almas, treinta y ocho conventos de hombres y otros tantos de mujeres, con 2059 individuos profesos de uno y otro sexo. Buena ciudad, donde se vive como se quiere, sin riesgo de que nadie se escandalice. No hay edificios que en lo exterior sean considerables por su magnificencia; pero en lo interior se vive cómoda y deliciosamente. Hay conventos enormes, hermosas iglesias, limpias, alegres, bien adornadas, y en donde se halla mucho que admirar en materia de bellas artes. Bolonia ha sido patria de excelentes pintores; y en varias casas principales se conserva una multitud de sus obras, como también de los mejores maestros de otras escuelas, capaces de alimentar la curiosidad de todo extranjero aficionado. Vi las colecciones del Conde Zambeccari, de Sampieri y Ranuzzi, donde se hallan excelentes cuadros de los tres Carraches, Guido Rheni, Dominiquino, Guerchino, Albano y otros; en la primera de estas galerías vi el famoso cuadro de Holofernes, pintado por Miguel Ángel de Caravaggio; terrible cosa por cierto. Judit le atraviesa la espada por el cuello; la cabeza, desgreñada, sangrienta, amoratada con las ansias de la muerte, da horror al verla. Judit muestra en su semblante el esfuerzo que la cuesta aquel hecho atroz; la criada que le está sujetando, grosera e insensible, sólo se ocupa en oprimir con su fuerza varonil a aquel jayán temido. En este cuadro, se manifiesta que el patético de la tragedia no se expresa menos con los pinceles que con la pluma.

En la casa de Ranuzzi, cuya fachada se atribuye al célebre Paladio, hay una escalera espaciosa y magnífica, aunque no del mejor gusto, y como postiza a lo restante de la fábrica. En la de Sampieri se conservan pinturas de gran mérito, el pequeño cuadro de Albano, en que representó una danza de cupidillos alrededor de un árbol, está ejecutado con toda la gracia imaginable; y el de San Pedro, de Guido Rheni, que se dice ser el más perfecto de cuantos se conocen en Italia, sorprende y maravilla al ver que el arte pueda llegar a tanto. Son muchas las pinturas que hay repartidas por las Iglesias, y entre ellas son las más estimadas la Santa Cecilia, de Rafael, en San Giovani di Monte, y la Santa Inés, de Dominiquino, en la Iglesia de esta Santa.

Ni son solas las artes del diseño las que hacen célebre a Bolonia entre las demás ciudades de Italia; la música se cultiva con el mayor ardor; y así en los espectáculos profanos como en los sagrados, que se repiten frecuentemente con extraordinaria magnificencia y pompa, compiten los músicos, así en la composición como en la ejecución de voces e instrumentos. La Academia Filarmónica se compone de sujetos de conocida habilidad. Asistí a una función anual que celebra en honor de San Antonio de Padua, su patrono, en la citada iglesia de San Giovanni in Monte y al paso que regalaban mi oído los sonidos más deliciosos, se ofrecían a mis ojos por una y otra parte las grandes obras de Dominiquino del Guerchino y del inmortal Rafael.

Algunas veces suele haber cuatro o cinco teatros abiertos en Bolonia, pero mientras mi residencia no hubo espectáculo, por estar prohibidos en todo el Estado Pontificio a causa, según se decía, de la revolución francesa [...]13.

El Teatro Nuevo es algo más pequeño que el de Milán, sin las comodidades de aquél en cuanto a las salas de juego y conversación; lo interior de la sala no es de madera, sino de fábrica de ladrillo, a lo cual y a los muchos ángulos que forman los palcos interior y exteriormente, se atribuye el no lo percibirse en muchos parajes la voz de los actores. Durante el espectáculo no hay en la sala otra luz que la que viene de la orquesta y el teatro. No se alzan los telones por medio de pesos que bajan encañonados por conductos de madera, sino al modo de Madrid, con hombres que se dejan caer, asidos de las cuerdas.

Las boloñesas gastan basquiña y mantilla negra, y ésta muy estrecha, tanto, que apenas las llega a media espalda. Toda la ciudad está llena de soportales, igualmente cómodos en tiempo de calor que en los de lluvia, y los hay tan largos y espaciosos, que bastan para el paseo público cuando la estación no permite salir al campo; y uno de ellos, que va a la Iglesia de la Madona de San Luca, tiene dos millas de largo. Hay grande abundancia de escudos de armas pintados, con mucho adorno de cartelas y garambainas, y no se entra en el portal de ningún noble sin hallar tres o cuatro, uno detrás de otro, con los blasones de la casa a éstos se añaden los que ponen en las paredes de las iglesias, lo que regularmente son de papel, con una inscripción debajo, que dice: Pregate a Dio per l'anima del fu D. Hettore Picinini, Don Zenobio Panzzuti, Don Scipione Culignani... Lo mismo sucede en Parma. Es muy notable que una ciudad tan grande no tenga alumbrado público. Es muy peligroso andar de noche por Bolonia, pues además de los encontrones a que uno se expone, es fácil estrellarse, o contra los postes de los soportales, o en los escalones de las bocas calles que los dividen, esta mala policía es general en todo el territorio del Papa. En un país en que, por decirlo así, las artes se revierten, no será mucho que haya también abundancia de poetas. No hay esquina que no esté en todo tiempo embadurnada de versos, hechos a varios asuntos, sagrados y profanos: «In ben dovuta lode de la signora Lucrezia Franceschini, cantatrice... Sonetto al Signore Cornelio Tamburini, virtuoso di musica. Canzone al signore Don Tullio Piffarelli, elletto Parrocho della Chiesa de W. Terzetti», en una palabra, cantarinas, bailarinas, capones, elecciones de párrocos y magistrados, misas nuevas, profesiones de monjas, todo es asunto de las doctas plumas de poetas vergonzantes, sin hablar de los epitalamios, epicedios, genetlíacos, odas, cantatas y todo género de metralla rítmica, con que se llora o se celebra cuanto bueno o malo o indiferente sucede o sucederá, y que corren impresos de mano en mano, y nacen y mueren en un día. Además de los citados versos de esquina, hay otros de no mayor mérito, pero menos efímeros, colocados al pie de las innumerables imágenes, de Cristos y Virgencitas, que se hallan a cada paso por las paredes de las calles y soportales, acomodadas en nichos con su farolillo delante.

Había en Bolonia seiscientos y tantos ex-jesuitas españoles; vi entre ellos a Lasala, aplicado, estudioso, de bello carácter, autor de varias tragedias frías, leí dos que acababa de publicar, Don Giovanni Blancas y Don Sancio García, y me parecieron entrambas de corto mérito. Colomés, autor de la Inés de Castro y otras obras estimables, está reducido a la mayor estrechez, teniendo que sufrir los caprichos de un «nobile bolognese», a quien sirve de secretario; es lástima que nuestro gobierno carezca de noticias acerca de los sujetos beneméritos de esta extinguida religión, y que no saque de ellos la utilidad que podría, mejorando al mismo tiempo su mala fortuna. Don Manuel de Aponte ha traducido la Iliada y la Odisea en verso con admirable fidelidad, ilustrando su obra con notas doctísimas; no se ha lo impreso, ni acaso se imprimirá. La cátedra de lengua griega, que regenta en la Universidad, no le da para echar aceite al candil, es hombre muy instruido, de exquisito gusto en la poesía, modesto, festivo, amable, y está atenido a la triste pensión que se les da a todos [...]14. El citado Aponte tenía una criada, si merece este nombre la que no percibe salario ni emolumentos, que te asistía, hija de una pobre vieja, oyó muchas veces las lecciones que daba su amo a los discípulos, mostró afición y el amo, que enseñara el griego a los perros de la calle, empezó a enseñársele a ella, en una palabra, la muchacha le ha aprendido en términos, que hace temblar al más estirado grecizante. Ha hecho varias odas en esta lengua, aplaudidas de cuantos son capaces de juzgarlo, tiene excelente gusto en la poesía, y por las traducciones italianas que he visto de sus propias obras, creo que merece la grande estimación que se hace de su talento; es Catedrática de partículas griegas en la Universidad, y se llama Clotilde Tambroni.

En ninguna parte he visto establecimiento de estudios tan completo como el Instituto de esta Ciudad que ha servido de norma a muchas célebres academias de Europa.

En él está la Escuela de Dibujo, dirigida por la Academia Clementina, compuesta de profesores de pintura, escultura y arquitectura, y en las salas que ocupa se ven las obras premiadas de sus alumnos, las de sus individuos, y varios modelos sacados de los mejores originales antiguos. La Biblioteca contiene más de cien mil volúmenes, con una colección numerosa de antigüedades. Entre las antigüedades hay algunas escrituras en papiro, más fino que el de la obra de Martín Polono, de Milán, y contiene donaciones hechas a la iglesia de Rávena. Hay también una tabla egipcia, en basalto, más grande y menos bien conservada que la de Turín, con jeroglíficos y figuras como en aquella, grecas y adornos. Tiene un buen Gabinete de Historia Natural. Hay en él una numerosa y exquisita colección de raíces, maderas y semillas exóticas, y que son muy apreciables las de fósiles, mármoles, conchas y serpientes. El Laboratorio de Química tiene muchos y excelentes instrumentos de física para la enseñanza de esta ciencia, modelos de fortificaciones, otros de navíos, otros de piezas de artillería, morteros y cuanto pertenece a esta parte de la matemática aplicada al arte militar, que nadie estudia, modelos, en gran cantidad del feto humano en todas las situaciones posibles, y otros de varias partes del cuerpo para el estudio de la anatomía; instrumentos y máquinas ingeniosas; un buen observatorio... Algunas de sus salas están pintadas por Peregrino Tibaldi, y en una de ellas hay un gran retrato, hecho de mosaico, del Papa Benedicto 14, cosa preciosa. La fundación de este establecimiento, sus progresos, y el método de sus estudios está ya dicho en tantos libros que sería inoportuno el repetirlo, aun cuando no fuese superior a mis conocimientos. En cuanto a las curiosidades de la Historia Natural, son notables dos pieles humanas, curtidas de diferente modo, bastante gruesas y fuertes; hay una piedra de la vejiga, de enorme tamaño; un pedazo de piedra elástica, mucho más pequeño que el del Museo Liveriano de Londres, gran colección de semillas americanas, de mármoles y reptiles; la de cuadrúpedos y peces me pareció muy escasa.

Octubre

6. Salimos Don Antonio Robles y yo a las siete de la mañana, y a corta distancia de Bolonia, caminando entre Oriente y Sur, hallamos los montes donde acaba la gran llanura de que queda hecha mención atrás; estas alturas tienen comunicación con el Apenino; en las cercanías de Bolonia y en las de Florencia están bastante pobladas de casas sueltas, con iglesias parroquiales a trechos, pero en medio de estos dos extremos es país bastante despoblado, inculto y áspero; el camino de una a otra ciudad es excelente. A las cuatro postas de Bolonia se entra en la Toscana, y se empieza a notar el ceceo de los florentinos, fastidioso en los hombres, gracioso en las mujeres, particularmente si son bonitas, por el privilegio especial que goza este sexo de convertir en gracia los defectos mismos. Mi compañero se pone malo; gran calor; los postillones, canallas, pedigüeños, insolentes a no poder más. Llegamos a media noche a Florencia.

7. Luego que entré en esta ciudad me sorprendió la magnificencia del empedrado de sus calles hecho de grandes piedras, de una tercia de grueso, cortadas en ángulos desiguales, muy bien unidas unas con otras, e igualadas por la superficie exterior con el cincel, de suerte que el piso de las calles de Florencia es tan suave como el de la galería de un palacio. Toda la ciudad es muy llana, y en la parte menos antigua hay calles bastante rectas y espaciosas; muchas casas grandes de piedra robusta, sencilla arquitectura en su decoración, tal vez pesada, pero de un género grandioso. Todos estos edificios son antiguos, y he visto muy pocos modernos de consideración, lo que prueba, en mi dictamen que Florencia no está hoy en el punto de su prosperidad, y que esta época ya pasó, muchos años ha. La Catedral, o el Duomo, como aquí se llama, es cosa grande, en lo interior, exceptuando algunas estatuas, está muy desnuda de ornatos; ni en todo el cuerpo de la iglesia hasta que se llega al crucero hay altar ninguno y parece a primera vista templo de protestantes, la cúpula es un octógono muy espacioso, alto y atrevido; en una de las paredes de esta iglesia hay un antiguo cuadro, donde está retratado el Dante. La parte exterior es mucho más agradable, por estar revestida enteramente de mármoles de diferentes colores, formando dibujos, muy parecidos a los embutidos, y entalles que se hacen en madera. Al lado del Duomo, y enteramente separada de él, hay una hermosa torre, muy alta cubierta igualmente de mármoles, que hacen bellísimo efecto a la vista. La iglesia de San Juan, llamada il Battistero, porque en ella se bautizan todas las criaturas que nacen en Florencia, es muy antigua, de forma octógona, con tres puertas de bronce, llenas de bajorrelieves, dos de ellas son cosa de mucho mérito, la cúpula, por la parte interior, está adornada con figuras de mosaico, obra muy antigua, más apreciable por esta circunstancia que por el acierto en la ejecución. Fuera de la ciudad hay un gran cementerio, donde se entierran todos los muertos, que los conducen de noche. Delante de la puerta de San Gallo, hay un arco de triunfo, erigido en honor del Emperador Francisco I; me pareció pesado en partes, y muy cargado de ornatos, éstos son de mármol blanco, lo restante de la obra es de piedra de color de tabaco, y esta mezcla de colores quita seriedad a la fábrica, y la hace pajarera. Enfrente del arco hay un jardín público, gracioso, no muy grande, pero suficiente para la concurrencia diaria. Las iglesias en general están adornadas con mucho lujo de mármoles y estucos, tal vez con poca economía, algunas de ellas no tienen la techumbre en bóveda, sino plana, con molduras, festones y arabescos de oro, que hacen bellísimo efecto. Hay en ellas muy buenas pinturas, pero creo que en esto es más rica Bolonia que Florencia. Los templos de aquella ciudad están llenos de las mejores obras de la escuela boloñesa y aunque en Florencia ha habido buenos pintores, no han sido en tanto número y parece haber debido la celebridad de que goza en la historia de las artes, a los muchos; excelentes escultores que han florecido en ella. La abundancia de obras de escultura en esta ciudad es tan grande, que se cuentan hasta ciento y sesenta estatuas repartidas por las calles y plazas públicas, y en la que llaman Plaza del Gran Duque pasarán de veinte las que hay, así a las puertas del Palacio Viejo como en un pórtico abierto que está inmediato; lo que me pareció mejor que todo fue el Grupo de la Sabina, compuesto de tres figuras mayores que el natural, obra de Juan de Bolonia, una estatua de Perseo, con la cabeza de Medusa en la mano, y la estatua ecuestre de bronce, de Cosme 1.º; hay también una gran fuente, con una estatua colosal de Neptuno, y alrededor del pilón ninfas y sátiros; me pareció pesada la estatua principal, como igualmente el carro que la sirve de basa. Los bustos que se ven a cada paso en las fachadas y puertas de las casas, y las demás obras de escultura en lo interior de ellas, así antiguas como modernas, y las que adornan las iglesias en altares, sepulcros, pórticos... no tienen número. En la Plaza de la Anunziatta hay también otra gran figura ecuestre, de bronce, que representa al Gran Duque Ferdinando 1.º, obra también del citado Juan de Bolonia, en la cincha del caballo tiene grabada esta inscripción: «De metalli rapiti al fero Trace.» Pero donde parece que se han reunido las maravillas más preciosas de las artes, unidas al estudio de las antigüedades y la historia, es en la célebre Galería inmediata al Palacio Viejo. La primera vez que entré en ella me sorprendió la abundancia de piezas exquisitas que contiene, colección digna de un gran soberano, digna del estudio de los amantes de la Antigüedad, del filósofo, del artífice, del poeta, y agradable al mismo tiempo aun a aquellos que sólo quieren entretener con la variedad los ojos, sin que la fantasía ni el corazón se encienda o se conmueva a la presencia de tales objetos. Es muy apreciable la colección de bustos de los emperadores, no interrumpida hasta Galieno, y algunos de ellos repetidos. No siempre la fisonomía anuncia las inclinaciones del ánimo, pero la de Calígula, la de Caracalla, la de Otón, Vitelio y Mesalina, son tan conformes con las pinturas que de ellos nos hace la historia, que sorprende la semejanza; en el rostro de Calígula vi su torpe afeminación, su embrutecimiento, su ánimo cruel; el de Caracalla no se puede mirar de cerca sin terror; el de Mesalina, no cabe duda, es el rostro de aquella ilustre prostituta, cuyo desenfreno pintó con tal vehemencia el satírico Juvenal.

¿Por qué los ropajes de nuestras estatuas modernas no se parecen a los de las antiguas?, ¡qué bellos pliegues y qué sencillez en toda su composición!, ¡qué actitudes en los cuerpos tan naturales, sin dejar de ser expresivas!; entre las muchas estatuas que vi me agradaron mucho una Vestal, una Leda, un Esculapio y un Augusto; las ropas de esta última están hechas con una inteligencia, que desaparece la ficción del arte y todo es verdad cuanto los ojos miran en ella. Hay muchos cuadros de mérito en esta Galería, colocados con buena distribución. Entre los que representan varones célebres, antiguos y modernos vi a nuestro Gonzalo Fernández de Córdova, Antonio de Leyva, Hernán Cortés y algunos de nuestros reyes, si bien no en todos hallé gran mérito por lo que toca a la semejanza. Pero en esta Galería no está lo más precioso, y el que se complace con las buenas piezas que contiene, siente después una especie de arrepentimiento al ver la Venus, el Apolino y las demás estatuas que la acompañan; éstas, y una gran porción de pinturas de los mejores artífices, con todo lo perteneciente a monumentos griegos, romanos y etruscos, está repartido en veinte salas, que se comunican con la Galería por varias puertas. En la colección de retratos de pintores célebres, vi a mis paisanos Ribera y Velázquez; hay dos Venus de Tiziano, cosa digna de su pincel, particularmente la que está en la sala que llaman la tribuna, dicen que es el retrato de su dama. ¡Oh, quién tuviera una dama como ella, aunque no tuviera una habilidad como él! Pero es error, su dama podría tener aquella cara, aquellas manos o aquellos muslos, pero aquella forma total no ha existido jamás sino en la fantasía del pintor; la naturaleza le ofreció separados los objetos, como hace siempre; él supo formar lo de muchas partes hermosas un todo perfecto, y éste es el gran secreto de los buenos artífices. Esto es lo que se llama invención, de aquí resulta aquella belleza que, sin dejar de ser natural, jamás se encuentra tal en los objetos que la naturaleza nos ofrece, éste es el don concedido a las artes, por eso la música, la poesía, la pintura, son divinas; por eso se llaman hijas de Júpiter. En la Iglesia de San Lorenzo se ve la capilla de los Médicis, destinada para sepultura de los soberanos de aquella familia. Es de forma octógona, con una gran cúpula, rica en mármoles, bronces y mosaicos; hasta ahora sólo están concluidas las paredes de la cornisa de abajo, lo restante, que es toda la media naranja, es de ladrillo; hay seis urnas sepulcrales, las cuatro de ellas de granito de Egipto, cosa preciosísima por el tamaño, la dureza, el color y la brillantez; las seis urnas están ya ocupadas con los cuerpos de Cosme 1.º, Francisco 1.º, Fernando 1.º, Cosme 2.º, Fernando 2.º, y Cosme 3.º, pero de estos seis sepulcros sólo hay dos concluidos enteramente, falta el altar, la puerta y toda la cúpula; como ya se ha dicho, he oído decir que seguirán la obra, y ¿para qué?, ya no hay lugar para más sepulcros; los que hay están llenos, y los soberanos de la Casa de Austria se interesarán muy poco, y harán bien en que los Médicis, que ya no existen, tengan un entierro magnífico. Esta obra es ciertamente riquísima y grandiosa, pero me pareció que hacían malísimo efecto ciertos recuadros de mármoles de varios colores, colocados entre las pilastras; yo quisiera toda aquella obra más sencilla, y, por consiguiente, más seria y correspondiente a su objeto.

En la citada iglesia de San Lorenzo está la famosa biblioteca de manuscritos, llamada Médico Laurenciana; el número de volúmenes que contiene pasa de cuatro mil, los hay entre ellos muy curiosos y antiguos, la mayor porción es la de Santos Padres y Expositores. El salón de la librería no tiene estantes, a un lado y otro hay dos filas de bancos, cuyos respaldos por la parte exterior están en forma de atriles, y allí están los libros, asegurados con cadenas y cubiertos con un paño o cortina, de suerte que el que está sentado, por ejemplo, en el banco número 2, tiene delante de sí los libros que están en el atril que forma el respaldo del banco número tres; a la esquina de cada banco está pendiente una tablilla con el índice de las obras que se hallan en él, lo cual es muy cómodo para el público.

Uno de los teatros de esta ciudad es el que llaman de la Pergola, moderno, grande, bastante parecido al de los Caños, con ciento dieciocho palcos con cuatro pisos, uno en medio, bien adornado, para el Gran Duque, y otro pequeño sobre el proscenio, adonde va de incógnito, esto es, cuando no quiere tener visitas. Vi la ópera de Inés de Castro, cosa indigna en cuanto al poeta, buen aparato y decoraciones, buenos bailes, la sala sin luces, en el patio hombres y mujeres en bancos, rumor continuo, el público hace repetir los pasajes que más le gustan; a la entrada de la sala hay mesas de billar, Café... El Teatro del Cocomero es más pequeño, malísimos cómicos, malísimos cantores. Allí vi representar Il Diabolo maritato a Parigi, farsa la más disparatada y necia que pueda verse; tuvo mucho aplauso y gran concurso, y el patio y los aposentos reían a un tiempo. Vi echar por fin de fiesta el primer acto de una ópera bufa, y de allí a dos días el segundo; vi la Comedia de Federico 2.º fielmente traducida del original, con todas sus misiones morales, con todas sus extravagancias, y desaciertos, con todas aquellas pinturas de hambre calagurritana; se llenó el teatro y tuvo mucha aceptación, ¡Oh!, si Comella supiese que sus obras se declaman ya en las escenas de la docta Ausonia, qué dulce consolación no sentiría!

En la Iglesia de Santa Cruz, donde se ven los sepulcros de Miguel Ángel Buonarrota y de Galilei, se ha hecho otro, pocos años ha, al condenado Maquiavelo; empeñose el Gran Duque Pedro Leopoldo en que había sido un gran hombre, y que no era justo que su cuerpo estuviera olvidado en un rincón; mandole hacer un gran sepulcro de mármol, con su retrato y una honorífica inscripción [...]15.

El Arno atraviesa la ciudad, dejando una gran parte de ella al Sur y otra mayor al Norte, es un riachuelo que en el verano apenas lleva agua, y cuando se hincha sobrepuja los espolones de una y otra orilla, inunda las calles y causa estragos terribles en todo el contorno. El Jardín del Gran Duque, llamado de Boboli, contiene una porción de estatuas muy considerable, está situado en un terreno muy desigual, tanto que en muchas de sus calles es necesario ir con gran cuidado para no escurrirse y rodar, es frondoso, monótono y triste No hay alumbrado de noche en las calles.



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