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ArribaAbajoAfrica

Señor don Juan Thompson.

Oran, enero 2 de 1847.

El Mediterráneo, mi viejo de ayer, segun su feliz espresion, ha perdido en estos diez últimos años los restos que aun conservara de su antigua poesía. Los vapores que en líneas rectas lo cruzan, cual si quisieran formar de él un campo divisible en figuras rectilíneas, han contribuido, mas que el arte romántico, o el filosofismo, no solo a destronar a Eolo, i mofarse de las Seyrtes, Scylla i Caribdis, sino que suprimiendo los piratas berberiscos, i por tanto los cautivos cristianos i las pavorosas mazmorras, han dejado ociosa la caridad de los padres mercedarios, ocupados en otro tiempo en llenar de duros sin tasa aquella cántara de las Danaides. Pero no es esto lo peor aun, sino que los modernos Ulises, que como Dumas i comitiva andan hoi sobre sus olas, a caza de sirenas, islas encantadas i Calipsos que los detengan i embauquen, no sabrán de qué manera injeniarse para dar principio a la patética narracion de sus aventuras. «Negra i densa nube de humo hediondo», dirán, pongo por caso, «se escapaba de la parda i encadenada chimenea, revolviéndose en contorsiones delirantes; mujidos estraños lanzaban entre vaporosa espuma aquellas como narices de la caldera; temblaba el barnizado leño cual corcel fogoso, que tasca impaciente el freno. En fin, al prolongado silbido del nauta impertérrito, el desalado buque parte... i... llega a su destino, sin un minuto de retardo». Ya ve Ud. que el final de este período es insoportable como estilo, i pálido i trunco como descripcion. Decididamente los vapores con sus doradas cámaras, son los vehículos mas fastidiosos que el comfort ha inventado; i ahora que estoi en tierra me huelgo de haber salido de los caminos reales del Mediterráneo i preferido para visitar el Africa, la no frecuentada ruta de Mallorca.

No bien atracaba al muelle de Palma el Mallorquin que en Barcelona me sustrajo a las distraidas miradas de mis amigos, un temporal se desencadenó sobre la isla, haciéndome   —197→   guardar la habitacion ocho dias consecutivos; i eso que en las Baleares, las fondas i posadas son una pasable traduccion, de las ventas i ventorrillos españoles de angustiada recordacion. Gracias si haciendo frente a la lluvia del cielo i al fango de la tierra, podia de vez en cuando asomar las narices a la deliciosa campiña adyacente, cubierta hasta donde la vista puede alcanzar, de plantíos de almendros, moreras i olivos; o bien guarecerme bajo las bóvedas de la catedral gótica, con restauraciones modernas estúpidamente bárbaras, i en cuyas capillas reposan las cenizas del marqués de la Romana, no léjos de las de don Jaime II de Aragon, rei de Mallorca, allá por los años de 1387, segun lo indica la inscripcion.

Cuando el sol consintió, al fin, en dejarse ver por entre los claros que formaban las inquietas nubes, los faluchos clásicos del Mediterráneo empezaron a ajitarse en el puerto, disponiéndose a tender sus velas latinas a merced de cualquier viento que quisiese sacarlos de tan prolongada inaccion. Aconsejado por el fastidio, yo hice contratar mi pasaje para Arjel en un laut que se anunciaba como el mas velero de las islas, contrabandista de nacimiento, i retirado a mejor vida, despues que los argos humeantes de la aduana guardan la costa de Barcelona. Una travesía en un laut debia tener sus encantos para el viajero que de luengas tierras viene recargado de nociones históricas, a buscar en Europa como poesía los rastros de la vida antigua. El laut es sin duda la embarcacion romana; las velas están acusando su oríjen; i como ninguna novedad ha introducido en su construccion inmejorable la moderna arquitectura naval, hoi es lo que ayer fué, i ayer lo que muchos siglos atras. El momento de la partida llega i me presento a bordo. ¡Dios mio! ¿qué es lo que veo? Una lancha de diez varas de largo i tan recargada, que los marineros lavaban utensilios inclinándose desde a bordo hácia el mar. Cuento los pasajeros; treinta cerdos ocupan los dos tercios de la cubierta, i en el espacio restante, sobre una pirámide de fardos, pipas i envoltorios, deben acomodarse tres mujeres, cuatro marineros, cinco pasajeros de bodega, dos perros que no piden permiso para acomodarse en las faldas del primero que se ofrece, amen de pavos i gallinas diez docenas. Compadeciéndome de estos infelices, pregunto yo por mi camarote. ¿Camarote? me repite el patron sonriéndose respetuosamente, aquí no hai camarotes. -I ¿dónde he de acomodarme? -Donde Ud. guste, señalándome las gradas que   —198→   describian ¡las barricas i mercancías! -Pero, i ¿para pasar la noche, si llueve? -¡Una noche, señor!... -Pero ¿habrá cama? -¡Si Ud. no trae!

¡Oh! ¡Es imposible describir lo que sufrí en aquel momento! ¡Estaba pálido como una cera! Permanecer quince dias quizá en Palma, era insoportable. Pero, ¡otra vez pasar a la luna de Valencia dos noches toledanas por lo ménos, en el mar, en el mes de diciembre, en medio de las tempestades, sin cama, sin espacio suficiente para cambiar de postura, rodeado de objetos nauseabundos!...

Me embarqué i fuí a servir de capitel a una barrica de aceite que quedaba sin coronacion. Allí sepultado bajo los pliegues de mi capa, la mano en la mejilla, he meditado dia i noche sobre la inconsistencia i visicitudes de las cosas humanas; i si como Rousseau hubiese escrito una memoria sobre el tema propuesto por la Academia de Dijon, no se habria él llevado el premio a buen seguro, ni quedado probado que la civilizacion i las comodidades de la vida han corrompido la naturaleza humana.

De cuando en cuando era interrumpido por el berreo de la cerdosa turba que, agrupada en un costado de la frájil barquilla, ya sea por espíritu de asociacion, ya por garantirse contra los ataques del frio, segun aquel axioma, la union constituye la fuerza, protestaba altamente contra la violencia que la férula del poder le hacia, a fin de que se dispersase sobre cubierta. I, en efecto, sin esta medida contra las reuniones o atropamientos, corria, al menor soplo de la brisa, riesgo de zozobrar la sociedad entera. Pero ¡qué alboroto en las filas de aquella oposicion! ¡No parecia sino que la opinion pública alzaba su clamor contra el doble enlace español o la supresion de Cracovia!

Cuando la efervescencia de los espíritus se apaciguaba restableciéndose la tranquilidad en nuestra flotante república, los marineros contaban historias de la vida de contrabandistas que habian llevado, a las cuales, por no quedarse atras, algunos de los pasajeros correspondian con otras no ménos picantes i novedosas de cuando ellos habian sido presidarios en Ceuta. Debo decir, sin embargo, en desagravio de mis compañeros, que en lo cariacontecido i mohino de mi figura reconocieron pronto que era algun alto personaje, siendo por tanto el objeto de la asiduidad i atencion de aquellas buenas jentes.

No le contaré cuanto he sufrido en estos tres dias, que   —199→   tres i largos fueron. Rascábame, sin que nada visible escitase la comezon; i durante dos dias, pude resistir el hambre, tal era la sensacion de aseo que se habia apoderado de mí.


Hai horrores que pueden describirse,
pero mis sentimientos i congojas
ni escucharlas jamas podreis vosotros,
ni espresarlas jamas podrá mi boca.



Por fin, la tercera noche entrarnos en la bahía de Arjel, demasiado tarde para desembarcar, pero a tiempo que el temporal se desataba. El viento agudísimo, los saltos que el laut daba en torno de su anclote, la lluvia i el granizo, todo se esmeró para hacerme adorables al dia siguiente los primeros albores de la mañana, i encantado el singular aspecto de la ciudad que se presenta a la vista como un manto blanco estendido, a guisa de albornoz árabe, de alto abajo en la rápida pendiente de una colina.

Estaba, pues, en Arjel, que desde Chile formaba parte mui notable de mi programa de viaje, i a medida que ascendia los escalones que forman las calles, la variedad de trajes, la multiplicidad de los idiomas, i la mezcla de pueblos i de razas humanas escitando la curiosidad, me hacian olvidar todas las tribulaciones que hasta entónces tenia esperimentadas. Arjel basta, con efecto, para darnos una idea de las costumbres i modos de ser orientales; que en cuanto al Oriente, que tantos prestijios tiene para el europeo, sus antigüedades i tradiciones son letra muerta para el americano, hijo menor de la familia cristiana. Nuestro Oriente es la Europa, i si alguna luz brilla mas allá, nuestros Ojos no están preparados para recibirla, sino al través del prisma europeo. Los moros en Arjel, los arabes, los turcos i los17 judíos, cada uno de estos pueblos conserva aun su tipo orijinal, i la mezcla de franceses, españoles o italianos, sirve, léjos de confundirlos, para hacer mas notables sus diferencias de raza i vestiduras. Las mujeres judías, por ejemplo, visten un gaban, exactamente como el de nuestros clérigos, con mangas de telas diáfanas como las del sobrepelliz, i un magnífico pectoral recamado de oro, acaso análogo al del gran sacerdote hebreo. Las moriscas atraviesan las calles envueltas de piés a cabeza, en una nube de velos blancos i trasparentes, lo bastante para dejarse ver unos a otros, sin que nada de humano revelaran estos fantasmas ambulantes si una estrecha abertura horizontal en la   —200→   frente no permitiese ver dos ojos negros, brillantes, grandes i hermosos, para probar que no sin razon los poetas orientales han comparado los ojos de sus mujeres con los de la gacela del desierto. En fin, entre la variada mezcla de uniformes militares, trajes moriscos i europeos, que atraen las miradas, el color local se conserva, formando el fondo de este estraño cuadro, en el albornoz blanquizco, sucio i desgarrado que cubre al árabe, no dejando a la vista sino el tostado i mústio semblante de los que lo llevan.

Pasadas estas primeras impresiones, la ilusion empieza a desvanerse, empero, i en lugar de las numerosas mezquitas i minaretes, que el viajero espera encontrar entre los compatriotas del Profeta, al subir a la plaza de Orleans, cuyo artificial pavimento sostienen dos órdenes de bóvedas superpuestas, la Europa se presenta de golpe en el plantel del futuro Paris africano, con sus magníficos hoteles, perfumerías i restaurantes, sus calles flanqueadas de galerías cubiertas como las que avecinan al jardin de las Tullerías, las murallas por todas partes tapizadas de carteles, que en letrones monstruos i con todo el charlatanismo del affiche, anuncian los objetos de moda, los libros nuevos, las funciones teatrales, i los decretos del gobernador jeneral. Centenares de carretelas i doscientos ómnibus cambian sin cesar su depósito de transeuntes, sin que las dilijencias de seis caballos escaseen, llevando o trayendo colonias de viajeros para los distintos puntos de la Arjelia, con visible pavor de los tímidos camellos, a quienes sorprende i detiene en el camino su enorme mole.

Solo remontando a los barrios mas oscuros de la ciudad, puede observarse la vida i construccion árabes, en las hileras de tiendas en que sus inquilinos hilan sentados en el suelo, o fuman en silencio su larga pipa a lo largo de los pasadizos sombríos i húmedos que forman tortuosas calles de una vara de ancho. Por todas partes en el litoral se observa la misma transformacion i movimiento; i al paso que van las cosas, dentro de poco podrá sin impropiedad llamarse este pais la Francia africana.

Las bellísimas colinas que forman las costas estendiéndose al interior como onduloso mar de verdura, se cubren de villas construidas por el ejército frances a golpe de tambor; muchas de ellas están como cuerpo sin alma esperando los moradores que han de darles animacion i vida.

Traslomando aquel macizo de colinas, salpicadas de casillas blancas i quintas sombreadas de olivos seculares, por las anchas   —201→   carreteras abiertas sobre las trazas que a cada paso se descubren de las antiguas vias romanas, el horizonte empieza a despejarse, i al volver de una eminencia la vista descubre de golpe la hermosa cuanto célebre llanura de la Mitidja, terminada al lado opuesto por la primera cadena del clásico Atlas, que se eleva majestuoso i solemne como la mampara que oculta los misterios del África central. Esta llanura se estiende treinta leguas hácia el interior, i en su centro como en sus costados, blanquean a lo léjos las villas antiguas o modernas en que se reconcentra su escasa poblacion. Hácia el lado de las colinas, se divisa el Colleah, o la ciudad santa, desde donde el famoso Sidi-Embarek disputó a los franceses largos años la posesion de la Mitidja. Al centro se encuentra Bufarik, el mercado del ganado, a cuyo recinto acuden los lúnes de todos los puntos de la llanura i de los declives del vecino Atlas, los pastores árabes con sus camellos, cabras i bueyes. Mas adelante, i tomando desde allí el camino una direccion recta hácia el lado opuesto de la llanura, se llega a la colonia militar de Beni-El-Merrch, notable por la hermosa columna elevada a la memoria de treinta i dos soldados que se defendieron allí contra cuatro mil árabes. El padre del sarjento que mandaba este heroico destacamento, vino de Francia hace tres meses a derramar lágrimas de ternura sobre la tumba gloriosa de su malogrado hijo, a quien la tropa mandada en su ausilio, halló traspasado de balas, pero reteniendo aun en su yerta mano las comunicaciones de que era portador. En fin, la rectitud del camino macadamizado, i la celeridad de las dilijencias hacen que, no obstante la distancia de seis leguas, ancho de la llanura, se deje apercibir bien pronto la ciudad de Blidah o de los deleites, i los encantados jardines de naranjos i granados que la rodean, justificando con su frescor i verdura nombre tan poético. La cadena del Atlas se interrumpe allí para dar paso a los raudales cristalinos que descienden de sus entrañas, dejando ver en su seno quebradas blandas i ricas de vejetacion, por cuyas sinuosidades trepa la cultura esmaltando de huertos i de alquerías sus declives hasta una considerable altura. Blidah era el Tívoli árabe, el lugar de los deleites, como lo dice su nombre, i no era grande i poderoso señor de la Mitidja, el agah o kadi que no encerraba en sus muros un harem ricamente dotado. Hoi es una villa francesa, acantonamiento de los rejimientos de Spahis, caballería árabe, i apénas notable por lo esquisito de sus frutas i su regalada mesa, cuyo lujo   —202→   entretienen los curiosos que van a recorrer la vecina llanura.

La Mitidja, que hace solo cuatro años doce mil hombres no podian recorrer sin peligro, está hoi atravesada en todas direcciones por rutas macadamizadas que conducen, sin otra escolta que el postillon, a Aumale, Joinville, la Casa-Cuadrada, Medeah, Milianah, etc. Pero si la conquista militar de esta bella estension de pais está terminada, mucho falta para que la poblacion europea pueda volverle el esplendor que alcanzó en tiempo de los romanos, de cuyos trabajos colosales aun queda entre otras ruinas, resistiendo de pié al embate de los siglos i de los torrentes, un sólido puente hácia la parte del mar. A lo largo de la llanura se estiende una faja de vejetacion amarillenta, que está denunciando la existencia de un ciénago, receptáculo de las lluvias de invierno, el cual fermentado en el estío por los rayos del sol africano, exhala en miasmas pestilentes la muerte que se arrastra siguiendo la direccion de los vientos, i va a introducir la desolacion en el seno de las circunvecinas poblaciones. No há dos meses que una villa de ochocientos habitantes se sintió anegada a deshora por una avenida repentina; las aguas ascendieron en unas pocas horas hasta la altura de los techos adonde se habian refujiado los moradores, hasta que habitantes i habitaciones desaparecieron para siempre.

Así, la llanura de la Mitidja empieza a esparcir sombras indecisas sobre esta colonizacion francesa, que a primera vista parece irrevocablemente terminada. Entre las bellas construcciones que nos hacen soñarnos en medio de la Europa; bajo las magníficas rutas que parecen una restauracion romana, el foco de la peste se esconde como el aspid entre las flores; i los torrentes que descienden súbitamente del Atlas dan cuenta en una hora del trabajo de muchos años. Otro tanto i peor sucede en lo moral; en despecho del ejército i del aparente aluvion europeo, el embozado albornoz árabe está ahí siempre, i bajo sus anchos pliegues, un pueblo orijinal, un idioma primitivo, i una relijion intolerante i feroz por su esencia, que no acepta, sin la perdicion eterna, el trato siquiera con los cristianos. La tristeza habitual del grave semblante árabe, está revelando, en su humildad aparente, la resignacion que no desespera, la enerjía que no se somete, sino que aplaza para dias mejores la venganza, la rehabilitacion i el triunfo.

Los franceses se habian dejado fascinar tambien por aquella   —203→   apariencia ordinariamente tranquila de los hombres i de la naturaleza en Africa. Torrentes de sangre de sus soldados habian bautizado europea a esta tierra indómita; la táctica del pueblo mas guerrero el mundo, introducia por do quier el espanto i la turbacion, en medio de las masas de jinetes árabes; cuantos caudillos habia suscitado el amor a la independencia, o el fanatismo relijioso, habian a mordido el polvo; Abd-El-Kader, el mas poderoso de todos, estaba en su impotencia, relegado a algun oásis ignorado del Sahara; las columnas volantes del ejército se preparaban, faltas de ocupacion, a escalar las inaccesibles Kabylas, i no quedaba tribu por apartada, ni agah por empecinado, que no pagase mal e su grado el tributo. Catorce años de triunfos dejaban al fin tiempo i reposo suficiente para emprender un vasto sistema de colonizacion, cuando de repente, i sin que el menor indicio hubiese traicionado la proximidad de la borrasca, el Africa, desde las puertas de Arjel, se alza como un solo hombre; diez árabes no quedan sumisos al gobierno frances, i ciento veinte mil soldados bastan apenas a apagar con sangre este vasto incendio, que parece haber estallado intuitiva i simultáneamente en cada punto de la Arjelia, atizado en el hogar de cada tienda, por el soplo de cada hombre que lleva albornoz.

Despues de sometidas de nuevo a la coyunda las vencidas tribus, los vencedores han querido penetrar en el misterio que encubren estas conmociones eléctricas que nada al aparecer justifica, i envainando la espada, para tomar la pluma que ordena los datos recojidos i las ideas que el espectáculo de las cosas despierta, han podido trazar la biografía moral de este pueblo, ora escuchando los cantos de sus trovadores, ora echando una mirada furtiva sobre el libro que en piadoso recojimiento recorre horas enteras el tolba o doctor, ora en fin, rondando por las mezquitas i asechando las veces que el devoto besa el suelo, o repasa las cuentas de su rosario. Todas estas bagatelas han dado, por fin, la solucion de un gran problema, i mostrado la sima cavada bajo las plantas europeas en Africa; inmenso cráter de un volcan cuyas erupciones pueden interrumpirse, pero cuyo foco existe, vivo, ardiente e inestinguible. Los franceses no se hacen ya ilusion i saben que por un siglo al ménos, cien mil hombres habrán de montar guardia por toda la estension de la Arjelia para espiar desde las alturas la ajitacion que puede renacer en el pardusco grupo de tiendas clavadas en la llanura; traducir   —204→   las imperceptibles emociones que hayan de pintarse en el inmutable semblante del árabe, o levantar la punta del albornoz del transeunte, que puede encubrir el puñal del fanático, o el rosario del santon que anda convocando a la guerra santa.

No sé qué sentimiento mezclado de pavor i admiracion, me causa la vista de este pueblo árabe, sobre cuyo cerebro granítico no han podido hacer mella cuarenta siglos; el mismo hoi que cuando Jacob separaba sus tiendas i sus rebaños para ir a formar una nacion aparte; pueblo anterior a los tiempos históricos, i que no obstante los grandes acontecimientos en que se ha mezclado, las naciones poderosas que ha destruido, las civilizaciones que ha acarreado de un lugar a otro, conserva hoi el vestido talar de los patriarcas, la organizacion primitiva de la tribu, la vida nómade de la tienda, i el espíritu eminentemente relijioso que ha debido caracterizar las primeras sociedades humanas, cuyos abuelos habian presenciado el diluvio, o sido testigos de alguna grande manifestacion de la presencia de Dios sobre la tierra aun despoblada. Porque para comprender los acontecimientos actuales del Africa, no basta, a mi juicio, abrir el Koran, que no daria sino una imperfecta idea del carácter, creencias i preocupaciones árabes. En la Biblia solo puede encontrarse el tipo imperecedero de esta imperecedera raza patriarcal. Arabe era Abraham i por mas que los descendientes de Ismael odien i desprecien a sus primos los judíos, una es la fuente de donde parten estos18 dos raudales relijiosos que han trastornado la faz del mundo; del mismo tronco ha salido el Evanjelio i el Koran; el primero preparando los progresos de la especie humana, i continuando las puras tradiciones primitivas; el segundo, como una protesta de las razas pastoras, inmovilizando la intelijencia i estereotipando las costumbres bárbaras de las primeras edades del mundo. Los árabes i los hebreos se parecen en que todas sus instituciones son relijiosas; sus guerreros, como sus oradores, sus conquistas, como sus servidumbres. Recuerde usted sino la formacion de la monarquía hebrea por la intervencion de un sacerdote, el alzamiento de David, la influencia de los profetas sobre la opinion pública, i los acontecimientos contemporáneos; i al fin, sesenta años despues de Jesucristo, los enviados de Dios que sublevaban la poblacion contra los romanos, el sitio de Jerusalen por Tito, i la dispersion del pueblo, que ya no tenia papel que representar en la historia   —205→   del mundo. Pues sucesos análogos, resortes idénticos i creencias iguales, estorban hoi en Arjel o retardan la pacificacion del pais. Los árabes están en este momento esperando un Mesías, cortado por el padron de Mahoma, que debe rescatarlos de la servidumbre francesa, el terrible Mule-Saa o el hombre del momento que todas las profecías tienen anunciado; de manera que el mas leve susurro que ajita las yerbas secas del desierto, el rumor lejano de pisadas de caballos, basta para alarmar el espíritu inquieto, crédulo e irreflexivo del árabe i precipitarlo en la rebelion.

No vaya Ud. a tomar este asunto con la lijereza incrédula del cristiano de nuestra época. La palabra incredulidad no existe todavía entre los árabes, i Abd-El-Kader no fuera tan grande guerrero, si no creyera i esperara firmemente. Por otra parte, las profecías son tan claras i terminantes, la época de su realizacion tan distintamente señalada, que solo un perro infiel, es decir un cristiano, puede dudar de su autenticidad; de manera que el tolba, teólogo, apénas necesita hacer uso de su ciencia de interpretacion, para esplicar algunos accidentes accesorios al testo, al parecer discordantes con los hechos actuales.

Voi a reunir en cierto órden para su edificacion, lo sustancial de los testos sagrados de los profetas árabes, i cuyo sentido basta para esplicar la situacion moral de los espíritus.

«Publíca, o pregonero», dice una de estas profecías, «lo que he visto ayer en sueños». «La calamidad que sobrevendrá es un mal superior a todos los males imajinables».

«Vendrá un rei sometido a los cristianos; su corazon será duro».

«Publíca i dice: tranquilizaos. El que ha llegado los dispersará. Los cristianos han abandonado a Oran».

«En el año 70 del siglo XIII, (año de 1856 de la era cristiana), dice otro profeta, un hombre llamado Mahommed-Ben-Abd-Allá, saldrá del pais de Sus-El-Aksi».

«Irá hasta Oran que destruirá. De allí marchará sobre el pais de la Cal, que es Arjel; acampará en la Mitidja, a donde permanecerá cuatro meses; en seguida destruirá a Arjel».

Otra profecía esplica que se llamará como el Profeta, en nombre de quien habla.

«Un hombre vendrá despues de mí. Su nombre será semejante al mio; el de su padre semejante al nombre de mi padre; i el nombre de su madre semejante al de la mia. Se   —206→   me asemejará por el carácter, mas no por la figura; llenará la tierra de equidad i de justicia».

Oiga Ud. todavía algo de mas esplícito i terminante.

«Su llegada es cierta en el 1.º del 90». (este noventa misterioso no han podido esplicarlo todos los comentadores árabes).

«Las huestes de los cristianos vendrán de todas partes; infantes i caballeros atravesarán la mar. En verdad, todo el pais de Francia vendrá.

»Entrarán por su muralla oriental.

»I verás a los cristianos venir en sus naves.

»Las iglesias de los cristianos se levantarán, la cosa es cierta.

»I los verás predicar sus doctrinas.

»Despues de ellos aparecerá el Poderoso de la Montaña de Oro».

En otra profecía se encuentra esta sorprendente frase.

«Un sherif de la raza de Hassun vendrá; se levantará del otro lado del rio, i matará a los soldados franceses con los soldados del Dhara».


I bien, mi querido amigo, ¿qué tiene Ud. que objetar a este cúmulo de vaticinios, la mitad de los cuales se han cumplido ya al pié de la letra?

Arjel fué envestida por los franceses por la muralla oriental; la caballería francesa vino en barcos chatos, desde el puerto de Tolon; las iglesias cristianas se han levantado en Arjel, i la doctrina de los infieles se ha predicado impunemente. ¿Cómo quiere que los musulmanes se tranquilicen hasta no ver cumplida la segunda parte? Los franceses dieran algo mui precioso porque las profecías les permitiesen permanecer en el país; pero ¡está escrito! que su dominacion será efímera como las huellas que el camello imprime sobre la movible arena del Sahara. Tranquilizaos, ha dicho el Profeta: «el que ha llegado despues de ellos los dispersará». Despues de ellos, ha dicho otro, aparecerá el Poderoso de la montaña de Oro». El sherif de la raza de Hassun matará los soldados franceses con los soldados del Dhara. ¿Qué espíritu ha dictado estas profecías, escritas las unas de muchos siglos atras, o perpetuadas las otras por constante i popular tradicion? ¿No serán estos libros sagrados la verdadera constitucion política de los pueblos relijiosos, en cuyas misteriosas divagaciones están echados, sin embargo, los cimientos   —207→   para oponer vallas insuperables a la futura, pero posible dominacion cristiana, i diciendo un sherif se levantará contra ella, no hace otra cosa que hacer que cuando el caso previsto llegue, se levante en efecto un sherif, en nombre de Dios, de la relijion i de la raza para encabezar i dirijir las resistencias nacionales? Ya ve Ud. que en despecho mio hago uso del filosofismo cristiano contra la verdad de las profecías árabes, lo que no es permitido en buena interpretacion histórica. Sea de ello lo que fuere, no olvide Ud. para la intelijencia de los sucesos contemporáneos de la Arjelia a que me propongo conducirlo, que los soldados del Dhara, han de matar a los soldados franceses, i que el Mulé-Saa ha de llamarse Mahamud-Ben-Abd-Alla.

Estas profecías, como que están en vía de realizacion en este momento, hacen el asunto favorito de la conversacion en las largas horas de reposo de la tienda árabe, el tema de las sabias disertaciones i controversias de los tolbas; el sujeto de los cantos de los poetas populares, i el coco, en fin, con que las madres ponen miedo a sus chicuelos para que callen. La poblacion toda, que no puede resistir la dominacion francesa a mano armada, se complace en secreto al ver a los rumi, cristianos, tan confiados en su poder, ignorando lo que les aguarda; i el miserable que trabaja en la quinta del colono, está ya dentro de sí apropiándosela, para tomar posesion de ella el dia que los franceses en masa abandonen las playas africanas para siempre.

A fin de completar la idea que de la situacion del pais me propongo darle, es preciso entrar mas adentro en la organizacion relijiosa; porque para el árabe todo es relijioso, desde la venganza que ejerce, hasta el pillaje que forma el fondo de la industria nacional. Nuestros mas fervientes devotos se avergonzarian de su tibieza al ver a estos santurrones en cuyo concepto no hai hora del dia ni lugar incompetente para entregarse a la oracion. He visto en Máscara un derkaua que vivia todo el dia sentado en un rincon de la mezquita en santa i beata contemplacion; otro que por un jóven se hacia recitar una letanía escrita en un tablero, repitiéndola con la volubilidad de un papagallo, miéntras que el devoto desgranaba una a una las cuentas de su rosario. En los marabuts diseminados en las campañas, hai siempre fieles que hacen sus oraciones, parándose, hincándose i besando el suelo, levantando los brazos i repitiendo sus plegarias; i es frecuente ver una carabana entera que al divisar de léjos aquellos   —208→   santuarios aislados, se detiene en medio del camino para entregarse al furor de rezar que los domina.

De distancia en distancia, por toda la estension de los paises musulmanes, se encuentran unos establecimientos públicos que solo pueden compararse entre nosotros con lo que debieron ser los conventos en la edad media, cuando en la quietud de sus silenciosos claustros se elaboraba la luz que mas tarde habia de rejenerar la Europa, sirviendo al mismo tiempo de amparo i refujio contra las violencias del mundo esterior. La Sauia es un edificio relijioso construido por alguna poderosa familia, servir de cementerio a los suyos, i ámpliamente dotado de temporalidades i de dependencias, a fin de sostener los diversos ramos de beneficencia pública a que está destinada. Desde luego hai en ella una mezquita, en donde las tribus circunvecinas se reunen a hacer en comun sus oraciones; una escuela para los niños, i un seminario para talebs (estudiantes) en que se cursa historia, derecho, teolojía, majia i alquimia. Los empleados de la casa llevan rejistro de los acontecimientos contemporáneos, i una biblioteca conserva las crónicas de los tiempos pasados. Los caminantes encuentran en la Sauia albergue; abrigo i sustento los mendigos; los enfermos remedios i asistencia; i los criminales i los perseguidos asilo sagrado e inviolable. La Sauia es ademas un punto de reunion en que se tienen concilios i conferencias, i a donde concurren los desocupados a dar i recibir noticias o entretenerse acerca de los asuntos públicos.

Estos establecimientos son, como fácilmente lo observará Ud., un poderoso instrumento para propagar doctrinas, mantener viva la fe, dirijir la opinion pública, i obrar sobre las masas, esplotando el rencor musulman contra los cristianos, a quienes les está mandado esterminar sin piedad.

Pero la Sauia es solo el laboratorio en que se prepara el alimento espiritual; hai ademas otros sistemas relijiosos que como los nervios del cuerpo humano, trasmiten las sensaciones, i a una impulsion dada, determinan una accion unánime en un momento preciso. Nuestras beatas se sentirán un poco mortificadas al saber que entre los árabes existen cofradías relijiosas con sus devociones particulares, i no circunscritas como las nuestras a un convento o una ciudad, sino ramificadas por todos los paises musulmanes, i sometidas cada una de ellas a un jeneralísimo de la órden respectiva a quien obedecen ciegamente. Solo los jesuitas han tenido entre nosotros la admirable i fecunda inspiracion de reunir en un   —209→   solo cuerpo i bajo una misma jerarquía este grande elemento de accion sobre los pueblos. Lo mas singular es que entre las seis grandes cofradías musulmanas hai una literalmente llamada jesuitas de Aisana, (Jesus) nombre del santo fundador, si bien es verdad que estos jesuitas son unos saltimbanquis, inofensivos i sin influencia, tres calidades diametralmente opuestas a las que distinguen a nuestros jesuitas cristianos.

La Orden de Muley Taieb, la mas poderosa de todas, i en la que están asentados los personajes mas influyentes de las grandes tribus árabes, ha tenido oríjen en Marruecos, donde reside el jeneral de la Orden, santo Marabut de la estirpe del Profeta, i verdadero sumo pontífice, ante cuyo prestijio i autoridad se inclina el poderoso emperador moro que es simple cofrade de la hermandad.

El devoto de San Muley Taieb, porque santo i mui milagroso fué el fundador de la Orden, debe repetir doscientas veces al dia con el rosario en la mano, esta piadosa oracion: «¡Oh Dios! La oracion i la salud sobre nuestro señor Mahoma; i sobre él i sus compañeros, salud». Esta órden es no solo temible por el inmenso número de sus afiliados, sino porque abraza a un mismo tiempo Marruecos i la Arjelia, estándole, ademas, prometido en sus profecías particulares arrebatar a los franceses la dominacion temporal del segundo de aquellos dos paises. La batalla de Isly, en que el mariscal Bugeaud batió 60000 árabes, se dio ya a la intencion, aunque a honra i gloria no fuese, de Muley Taieb, pues sus cofrades fueron los principales motores de la guerra de Marruecos; de manera que la política francesa, a fin de conjurar las tormentas que pueden a su salvo condensarse en Marruecos para venir a descargar sobre la Arjelia, debe consagrarse de hoi mas a tener, si no contento, cohechado o intimidado al jeneralísimo de aquella órden, pues que el emperador mismo para serlo, necesita de su exequatur.

La Orden de Sidi Hamet Tsidjani, orijinaria del centro de Sahara i ménos jeneralizada, prescribe repetir cien veces seguidas: «Dios perdona», verdad nunca demasiado repetida para satisfaccion de salteadores tan insignes como son los del Sahara. En seguida cien veces: «¡Oh Dios! la oracion sobre nuestro señor Mahoma, que ha abierto lo que estaba cerrado i puesto el sello a lo que ha precedido, haciendo triunfar el derecho por el derecho. El conduce por una via recta i elevada; su prepotencia i su poder están basados en el derecho.   —210→   Amen». ¿No halla Ud. como yo, sublime el descaro de atribuir a Mahoma, el mas insigne de los sableadores, la gloria de haber hecho triunfar el derecho por el derecho? En seguida cien veces el credo musulman: «no hai otro Dios, sino Dios, i Mahoma es su profeta».

Otra cofradía debe repetir tres mil veces al dia su oracion particular, i otra, mui parecida a los mendicantes nuestros por el desaliño de sus vestidos que deben componerse de andrajos, profesa ademas principios políticos de un carácter singular. Los derkauar, que así se llaman, hacen voto de resistir a todo gobierno, sea cristiano, árabe, o turco, llevando a tal punto la oposicion sistemática, quand même, que al recitar el credo dicen en voz alta no hai otro Dios sino Dios, reservándose in petto lo de Mahoma es su profeta, porque proclamar profeta al mismo Mahoma, seria, dicen, reconocer en principio el oríjen de una autoridad terrestre. ¡Quién sabe si los eternos trastornos i las rapiñas a que por tantos siglos ha estado condenada esta parte de África, no han dado oríjen a esta especie de carbonarismo entre las poblaciones atropelladas i pisoteadas, a fin de resistir a la violencia! Omito a vida del santo fundador de estas i las otras órdenes, i los millares de millares de milagros obrados por su intercesion. ¡Oh amigo! si Ud. quiere ver milagros, véngase al África i se hartará su curiosidad hasta no dar un ardite por ver otros nuevos. I no es cosa de resucitar muertos, ni curar la tiña con solo el contacto de sus santos; todas esas son paparruchas i el abecé del arte taumatúrjico. El caballo de Bou-Maza arrojaba el año pasado, no mas, corrientes de balas contra los franceses, con otras mil bellaquerías de este jaez. Desgraciadamente Ud. vendrá con toda su poca fe de cristiano, i teniendo ojos no verá, por lo que le aconsejo que se deje estar donde está ahora. Quédame tan solo contarle una verídica historia que sirva de moraleja a todos los datos que voi hacinando. En 1845, en la apartada tribu de los Cheurfa, en la humilde tienda de una pobre viuda, un santo varon, venido no se sabe de dónde, pasaba sus dias consagrado a la meditacion i a la plegaria. Acompañábale i no faltó quien le viese en coloquios misteriosos con ella. La fama de su santidad empezó a difundirse por las tribus vecinas, i las limosnas de los devotos tornaron bien pronto en abundancia, la miseria i escasez de la viuda, cuya morada se convirtió en un santuario a donde venian en peregrinacion los personajes mas venerables. Un día el santo contemplativo anunció a su huésped   —211→   que eran llegados los tiempos en que debia desempeñar la árdua mision que le estaba confiada, i que en breve llegaria a sus oidos la fama del poderoso sultan de los creyentes, con lo que partió de aquel lugar sin decir a donde se dirijia. Poco despues, en efecto, en la tribu de los Su-Halia, se anunció la aparicion del sultan Mohammed-Ben-Abd-Allá, enviado por Dios para espulsar a los franceses, el Mulé-Saa que bajo aquel mismo nombre tenian de antemano anunciado las profecías. Una diffa relijiosa tuvo lugar tan luego como la novedad del acontecimiento atrajo algunos creyentes, i el Mulé-Saa hizo su primera predicacion, anunciando abiertamente su mision divina, ofreciendo el perdon de los pecados, la invulnerabilidad en la guerra santa, para los que creyesen firmemente; los goces del paraiso para aquellos que a causa de su poca fe recibiesen la muerte; para todos el saqueo de las ciudades i la satisfaccion de todos los apetitos, promesa que desde Mahoma hasta Bou-Maza, han hecho, i por desgracia de los pueblos, cumplido casi siempre a los árabes sus relijiosos caudillos. La fama las predicaciones del divino sultan se estendió por montes i valles, los festines relijiosos se sucedieron, el proselitismo cundia por todas las tribus; la esperanza se reanimaba con la narracion de los milagros obrados por el profeta, hasta que sintiendo bien templado el fanatismo musulman, henchido su tesoro de duros, i viendo desfilar las bandas de forajidos del Sahara, que acudian a alistarse en sus banderas, Bou-Maza, o el hombre de la cabra, proclamó la guerra santa contra los franceses, i escitó aquella famosa insurreccion del Dahra que apénas acaba de ser sofocada. Ya vé Ud. si convenia que no olvidase que Mohammed-Ben-Abd-Allá habia de llamarse el Mulé-Saa prometido i que los soldados de Dahra habian de matar a los soldados franceses. La verdad es que hasta hoi se ignora el verdadero nombre del de la cabra, que por poco no realiza en todas sus parte las profecías. Tan profunda i ciega era la fe de todos en el sultan, que Abd-EI-Kader mismo mandó una comision de teólogos a verificar en la persona de Bou-Maza la filiacion que las profecías daban del Mulé-Saa, pues segun una de ellas, debe tener en la frente un signo natural; una berruga le habria bastado; pero faltándole este requisito, Abd-EI-Ktder se creyó, sin incurrir en la tacha de impío, autorizado para no creer en él.

I miéntras tanto, ¿cuál es la moralidad de estos pueblos que viven en presencia de Dios, i cuyos jefes se llaman el   —212→   Serridor del Clemente, que eso quiero decir Abd-El-Kader, o el Servidor del Fuerte, traduccion de Ab-El-Ramen? Es imposible imajinarse depravacion moral mas profunda, ni hábitos de crímen mas arraigados. La historia no presenta nada de comparable, sino en sus épocas mas tenebrosas. El agah vive de las espoliaciones que ejerce sobre su propia tribu; una tribu emprende razziaz (los malones de nuestros indios) sobre las otras para arrebatarles el ganado, i el jefe que los acaudilla corta con su propia mano la cabeza al infeliz kadi o agah a quien despoja de los bienes i de la vida. En Máscara, en los momentos de mi llegada, una tribu del Tell, mandaba solicitar permiso de la autoridad francesa para emprender una razzia sobre otra del Sahara; i esto porque ya se la habia impuesto una fuerte multa por un acto igual consumado de motu propio. Las venganzas de familia se transmiten de una a otra jeneracion, i no pocas veces el ejército frances ha levantado el bloqueo, puesto a los restos de una tribu condenada al esterminio por las otras, i que se habia asilado para salvarse en alguna hondonada inaccesible del Atlas. La recta administracion de justicia de los tribunales franceses, léjos de dejar satisfechos los ánimos, no sirve sino para exasperarlos mas, pues tan habituados están al asesinato i al pillaje, que atribuyen a intento siniestro de acabar con los árabes la ejecucion de los delincuentes. En Arjel habian fusilado, un dia ántes de mi arribo, cuatro árabes de entre ocho que habian concurrido al asesinato del guarda de un telégrafo i dos europeos mas, la mujer i la hija del primero, con una alevosía i premeditacion horribles. Mujeres árabes se babian consagrado de meses ántes a conciliarse el afecto de la familia a fin de poder entrar i salir sin escitar desconfianzas. Una noche se introdujeron ocho árabes miéntras los huéspedes comian; se sentaron en torno de la mesa; comieron de pan que se les brindó, i de repente, como banda de hienas, se echaron sobre ellos, i los cosieron a puñaladas. Pues bien; el pueblo se arrodillaba en el lugar del suplicio, para besar la sangre de los mártires de su relijion, que tales reputa a los que matan cristianos, no importa por qué medios. Los diarios de Bona referian otro caso igualmente singular. Una banda de árabes habia asesinado en Orleansville dos europeos, i la justicia, habiendo capturado alguno de los criminales, condena a tres a la última pena Las familias de los ajusticiados se reunieron para deliberar entre sí, i oiga Ud. la singular decision moral que siguió   —213→   fallo: «Tres árabes nos han tomado, se dijieron, por dos cristianos, nos falta uno», i dos individuos, con autorizacion de los suyos, se encargaron de asechar al patron de los dos europeos muertos, para saldar con su vida el déficit de este balance de sangre humana. Un año, sin faltar un solo dia, han rondado estos dos hombres con la tenacidad de chacales los alrededores de Orleansville, ¡hasta que la víctima condenada a morir por fallo tan inicuo, cayó con el corazon atravesado de un balazo!

¡Oh, nó! Dejemos a un lado todas esas mezquindades de nacion a nacion, i pidamos a Dios que afiance la dominacion europea en esta tierra de bandidos devotos. Que la Francia les aplique a ellos la máxima musulmana. La tierra pertenece al que mejor sabe fecundarla. ¿Por qué ha de haber prescripcion en favor de la barbarie, i la civilizacion no ha de poder en todo tiempo reclamar las hermosas comarcas segregadas algunos siglos ántes, por el derecho del sable, de la escasa porcion culta de la tierra? Ella debe pedirles cuenta de aquella brillante Africa romana, cuyos vestijios se ven por todas partes aun, i la comunidad cristiana; nunca debe olvidar el concilio tenido por San Agustin, al que concurrieron trescientos ochenta obispos africanos, que tantas eran las ciudades que embellecian esta tierra, granero del mundo entónces, i que hoi no produce suficientes abrojos i espinos para alimentar algunos rebaños de camellos i de cabras. Es imposible imajinarse barbarie mas destructora que la de este pueblo; los rios que descienden de las montañas, léjos de fertilizar las llanuras, solo sirven para convertirlas en ciénagos infectos; el árabe no toma, posesion de la tierra, i gracias si en la vecindad de Oran, arroja algunos puñados de trigo sobre la tierra mas bien rasguñada que arada, i dejando crecer con la simiente los matorrales i plantas tuberculosas de que ha descuidado limpiar el suelo. Las enfermedades cutáneas roen a este pueblo, como la mugre carcome sus vestidos, i en medio de la miseria física en que se revuelca i la degradacion moral de su espíritu, abriga un sublime desprecio i un odio inestinguible contra los europeos. Jamas la barbarie i el fanatismo han logrado penetrar mas hondamente en el corazon de un pueblo, i petrificarlo para que resista a toda mejora. Entre los europeos i los árabes en Africa, no hai ahora ni nunca habrá amalgama ni asimilacion posible; el uno o el otro pueblo tendrá que desaparecer, retirarse o disolverse; i amo demasiado la civilizacion para   —214→   no desear desde ahora el triunfo definitivo en Africa de los pueblos civilizados. Durante los doce primeros años de la guerra, los árabes han sido, mas bien que reprimidos, animados a la rebelion, por la dulzura misma de los medios que se empleaban para someterlos; mas, despues de la insurreccion de Dahra, la administracion ha sido montada segun las prácticas de gobierno i las propias tradiciones árabes. Todas las tribus sublevadas han sido condenadas a pagar una multa por tienda, la tribu prófuga perdido el derecho del terreno que ocupa, las lejanas asoladas por razzias continuas, los rebaños despojados de sus ganados; i en los primeros tiempos de este sistema, el jeneral Royer, cuando tenia noticia del asesinato de un europeo, acudia a la tribu mas cercana al lugar de la catástrofe, i pedia el delincuente, o ¡cien cabezas de árabes en espiacion!

El mariscal Bugeaud, duque de Isly, me hizo el honor de esplicarme detalladamente su sistema de guerra i administracion. Desde1830 hasta 1840, la guerra habia sido no solo onerosa, sino estéril; el ejército frances en masa con su artillería, bagajes i trenes, se avanzaba lentamente, hácia el interior, tiroteado de dia i de noche por las montoneras árabes que lo circundaban. El ejército volvia a Arjel al aproximarse el invierno i los árabes a ocupar los mismos puntos que ántes. El mariscal Bugeaud, para remediar la nulidad de este sistema, desembarazó en primer lugar al ejército de la artillería, furgones i bagajes; dividiólo en columnas separadas, pero que debian prestarse mútuo apoyo, de manera que una comprometida en el interior, encontrase dos a su retaguardia en escalones, i éstas, cuatro, hasta formar con el ejército un inmenso triángulo, o falanje macedonia, cuya ancha base estaba en dos puntos ocupados en la costa. Este modo de avanzar se llama hacer una punta, término que se aplica en Africa jenéricamente a todas las espediciones. Dado el impulso, los jenerales subalternos mejoraron el sistema dividiendo las columnas espedicionarias en dos; una alijerada de todo peso i acompañada de la caballería, i otra que marcha en su apoyo con los víveres, enfermos i bagajes. Así se han hecho razzias aun en el Sahara, con grande espanto de los beduinos, que se creian allí fuera del alcance de la infantería francesa. Cuando una montonera árabe se propone hacer frente, la infantería marcha en línea hácia ellos, hasta que, en un pais tan quebrado como este, un accidente del terreno, la proximidad de un desfiladero, o la interposicion de un   —215→   torrente, fuerza a los árabes a agruparse en un solo punto. Entónces la caballería francesa que viene a retaguardia, se echa sobre ellos, introduce la confusion i la derrota. El mariscal llama a éstas batallas ambulantes, i desenvolviendo sus ideas sobre la nulidad de la caballería árabe, me indicó el pensamiento en que estaba de montar infantería a mula, para perseguirla hasta el desierto; mostrándose mui maravillado i complacido cuando le aseguré que en América teníamos infantería montada, en los paises que como en las pampas, las montoneras vagaban a su salvo, sin que los ejércitos regulares pudiesen darles alcance. Lo mas notable es que en la Arjelia, como en la República Arjentina, no han faltado jenerales, que seducidos por la aparente ventaja que en su movilidad ofrecen las masas de caballería, propusiesen adoptar el sistema árabe, resolviendo en caballería todo el ejército. Pero el mariscal comprendió mui bien que los franceses, parodiarían a los gauchos árabes, i que para vencer a un pueblo bárbaro, es preciso conservarse civilizado, esto es, adaptar a las localidades los medios de guerra que la ciencia de los pueblos cultos ha desenvuelto. Gracias a este sistema, el Mulé-Saa, en despecho de las profecías, anda hoi errante en el desierto, mendigando la escasa diffa que no pueden negarle las tribus, i el poder de la Francia es suficientemente insolente para mandar imponer a la poderosa tribu de los Uled-Nails, que prestó hospitalidad a Bou-Maza, una multa de 200000 francos, sin temor de mostrarse un impotente para ir al Sahara a castigar la desobediencia que pudiera orijinar pretension tan abultada.

Muchos datos preciosos he atesorado en Africa sobre colonizacion, lo que reservo para un trabajo especial. El mariscal tuvo la complacencia de darme un ejemplar de un trabajo suyo sobre la materia; pues el ser mariscal i viejo soldado del Imperio, no estorba que tenga una intelijencia despejadísima i una diccion animada i lucida. Sus maneras participan de la llaneza militar i de la afabilidad francesa, i la espresiva recomendacion con que me favoreció M. Lesseps, cónsul jeneral de Francia en Barcelona, fue atendida como lo merecia la distinguida reputacion del filántropo que con tanta justicia i a porfía han decorado todos los soberanos de Europa. Debo a la jenerosa oficiosidad de M. de Lesseps, no solo haber sido presentado a M. Cobden, el famoso ajitador del libre cambio, i al mariscal Bugeaud, el primer guerrero en actividad que tiene hoi la Europa, sino, lo que ménos podia   —216→   prometerme, la satisfaccion, para mi vanidad literaria, de haber sido reconocido literato i publicista americano por los mas poderosos agahs i kadies de las tribus árabes. Es el caso que sabiendo el mariscal que deseaba aproximarme a las tribus, a cuyo efecto me proponia penetrar en el interior por Oran, hasta Tlemcen o Máscara, a fin de verlas en su estado normal, llevó su oficiosidad hasta darme no solo cartas para el jeneral Lamoriciere, gobernador de Oran, i para que se me facilitasen los medios de llevar a cabo mi designio, sino tambien circulares a las autoridades árabes, a fin de que fuese escoltado en el interior i recibido en las tribus, como un recomendado en el carácter de literato del alto, temido i poderoso gobernador jeneral de la Arjelia. Imajínese si he debido gozar en esta escursion, cuyos detalles me anticipo a comunicarle.

El vapor del estado que hace la travesía de Arjel a Oran, toca a su paso en Cherchel, Tunez, Mostaganem, Arzew, establecimientos franceses en la costa, llenos de movimiento i animacion. Desde Mers-El-Kebir, última estacion, las dilijencias conducen a Oran a los viajeros por un camino escavado en la roca viva, entra el mar i la montaña que circunda la bahía. Oran es una segunda edicion del Arjel, con variantes de colinas i valles, pero la misma fisonomía, igual movimiento de construccion, igual mezcla de moros i franceses, de judíos i españoles, de negros i árabes, por lo que me abstendré de entrar en otros pormenores, indicando de paso tan solo que en lo ancho de las calles i el aspecto de los edificios públicos, se deja traslucir todavía la pasada dominacion española. Dos dias despues de mi arribo, sabiendo que el jeneral Lamoriciere estaba ausente, presenté las cartas del duque d'Isly al jefe del bureau árabe, quien anticipándose a toda solicitud de mi parte, me ofreció caballos, guía, escolta, i las órdenes necesarias para ser recibido de los jefes de las tribus, indicándome ademas la direccion de Máscara como la mas conducente al logro de mi objeto. A las ocho de la mañana del dia siguiente todo estaba dispuesto para la partida. Un shauss, empleado civil árabe, conducia dos órdenes escritas en arábigo, por las que se prevenia a los jefes del duar me ofreciesen la diffa correspondiente a un amigo del mariscal. La diffa es una comida que el duar subministra a los empleados del gobierno, i un duar, una reunion de veinticinco tiendas; varios duares forman una seccion de tribu, i cinco secciones forman la tribu, mandada por un agah i un kadi,   —217→   cada uno de los cuales tiene un kalifa o teniente. Acompañábanme, ademas, dos jinetes árabes, mi sirviente que hablaba español, frances i árabe, i mas adelante se me reunió un oficial de Spahis, condecorado con la lejion de honor i turco de raza.

No estrañe Ud. que no le describa el pais que atravesábamos, jeneralmente accidentado de colinas i variado por el aspecto de algunas villas nacientes; el placer de verme a caballo en campo abierto e inculto i con la dorada perspectiva de galopar a mis anchas, me distraia de prestar atencion a los objetos que me rodeaban. Los instintos gauchos que duermen en nosotros miéntras no podemos disponer de otro vehículo que carruajes, trenes o vapores, se habian despertado de golpe al estrépito de las pisadas de una partida de caballos, i desde que salimos de Oran, como el instrumentista que recorre el teclado ántes de aventurarse en la ejecucion de unas variaciones dificiles, yo aplicaba al caballo las espuelas haciéndolo corcobear, a fin de descubrirle el juego, es decir, toda su ajilidad i destreza. En seguida, deseando darme aire de un agah o un tolba árabe, estudiaba a hurtadillas en mis compañeros la manera de llevar el bornoz, de que me habia provisto para solemnizar con sus anchos i pomposos pliegues la gravedad de mi posicion oficial, que hacian mas encumbrada que el salam del bureau, lo corto de los estribos árabes, cuya forma aun conservan en España los picadores, i lo alto del espaldar carmesí de la silla, especie de poltrona en que el jinete va punto ménos que en cuclillas, i cuya postura aunque insufrible físicamente hablando, es el chic de la gracia árabe i el mas poético matiz del color local.

Una hora hacia, sin embargo, que marchábamos al trote con mucha mortificacion mia, que iba, para usar de la enérjica figura del pueblo en América, saliéndome de la vaina por probar la tan ponderada lijereza de los caballos árabes, cuando el shauss me observó que si seguíamos a aquel paso, llegaríamos a deshora al Sig, donde habíamos de pasar la noche. Por el muslo del Profeta, hube de esclamar yo, indignado al oir tan fea como no merecida reconvencion. ¡Protesto, que si el caballo no revienta, puedo sin fatigarme ir a tirar la rienda al último oasis del Sahara!... Tan ortodojo juramento como la hipérbole que lo acompañaba, oriental por el fondo i la forma, debieron de ser mui del agrado de mi comitiva, pues no bien habia acabado de hablar, a un grito de uno de los jinetes, los caballos partieron a todo escape,   —218→   sin que me fuese posible contener el mio, que parecia obedecer a órden superior, dando al traste arranque tan imprevisto, con mi afectada gravedad árabe, i haciendo flotar al aire a guisa de velas latinas las puntas del blanco bornoz. Despues he tenido ocasion de observar otras habilidades de los caballos árabes, tales como distribuir mordiscos i coces a derecha e izquierda por indicacion i órden del jinete; no ví ninguno, sin embargo, que como el de Bou-Maza lanzase balas, ni hiciese otra demostracion prodijiosa. Cuando hube logrado reponerme en la posicion perpendicular i colocado debidamente mis arreos, reivindicando por una descarga de azotes a mano airada la comprometida reputacion de jinete, saborié, con la inefable beatitud de los colejiales, el indecible placer de galopar horas enteras por montes i valles, salvando una sanja aquí, arremetiendo con un espeso matorral acullá, i aspirando a torrentes el aire recargado de las exhalaciones húmedas de la vejetacion i del polvo que las pisadas de los caballos suscitaban. I para que las reminiscencias de la vida americana fuesen mas vivas, a poco andar abandonamos el camino, i cortando el campo, la comitiva se dirijió a unas lomadas que a lo léjos se divisaban, i en cuyos recuestos estaba acampado el duar que debia suministrarnos la diffa, de la mañana. Como Ud. ve, en Africa, bien así como en nuestras pampas americanas, la línea mas recta es el camino mas corto para llegar de un punto a otro, mal que les pese a los propietarios de los sembradíos, de los que atravesamos ocho por lo ménos, sin que la comitiva se desviase un ápice de su direccion.

Al fin satisfechos los pulmones, i cuando los caballos empezaban de suyo a aflojar el paso, cambiamos de aire sin hacernos violencia, ya para que los árabes encendiesen sus largas pipas, ya para dar tiempo a preparar la diffa en el no distante duar, a donde se habia adelantado un jinete portador del salan supremo que la ordenaba. Una especie de encojimiento se apoderó de mí cuando nos acercábamos al círculo que forman las tiendas del duar, i el espíritu distraido hasta entónces por la agradable ajitacion de los sentidos, empezó a recojerse de suyo i entregarse a reflexiones serias. Americano de las faldas remotas de los Andes, iba a ver aquellas tribus árabes, herederas de las costumbres patriarcales de las primeras edades del mundo, a ser el huésped de la antigua hospitalidad, a contemplar de cerca los detalles domésticos de la vida nómade. Las grandes figuras de al   —219→   Biblia se agrupaban en la imajinacion, como si Rebeca o Yaule, sus hijos i las mujeres de sus hijos, fuesen a presentárseme vivos aun en el dintel de las tiendas a que me aproximaba. Hubiera querido detenerme un momento para dejar pasar esta especie de vértigo; pero tocábamos ya el circuito de espinos que rodea el duar; los ladridos de los perros llenaban el aire, los árabes se dirijian lentamente hácia nosotros, precedidos por el jefe que se adelantaba a tenerme el estribo al descender del caballo, como una cortesía digna de un recomendado del gobierno. No sabiendo qué decir le alargué la mano, que sin tomarla tocó él con la punta de los dedos, los cuales besó rápidamente, haciéndome seña en seguida de entrar en la tienda cuya tela solevantaba otro árabe, a fin de que no me inclinase demasiado. Otro traia un tapiz sobre el cual se me invitó a sentarme, lo que hice con la mayor compostura, cruzando las piernas a la manera oriental, i arreglando artísticamente en torno de mi persona los pliegues del bornoz. El silencio que me imponian mi ignorancia de los usos i del idioma árabe i lo nuevo de la situacion, me tenia turbado e inquieto, a lo que se añadía, la violencia de la postura que creia de rigor i que me causaba, calambres en los músculos de las piernas; pero una mirada echada en torno de mí, bastó para darme confianza i holgura; algunos de mis huéspedes se habian tendido de bruces, tal estaba mas cómodo de espaldas, cual de medio lado i cual otro en cuclillas, lo que me hizo conjeturar que habia tambien entre los árabes cierto sans gêne agradable; por cuya razon me creí autorizado a levantar una rodilla a la altura de la cara, i apoyarme en ella, abrazándola con ámbos brazos, como lo hacen nuestros gauchos; postura comodísima i admitida sin duda desde hoi por el ritual de la buena crianza oriental.

Desde que hube recobrado el desembarazo del cuerpo, necesario para que el alma funcionase sin tropiezo, la tienda i demas objetos cayeron bajo el escalpelo de la crítica. ¡Tate! me dije para mí, yo conozco todo esto, i las tiendas patriarcales de los descendientes de Abraham, no están mas avanzadas que los toldos de nuestros salvajes de las pampas. Igual i aun mayor desaseo, humedad i escasez de todas las comodidades de la vida; las tiendas de tela grosera de lana parduzca sostenidas sobre palillos nudosos i endebles; los perros saltando por entre los hombres; una hilera de corderillos recien nacidos, enlazados a una cuerda para retenerlos dentro de la tienda-sala-de-recepcion; una turba de muchachos   —220→   sucios i cubiertos de harapos, alargando desde la puerta los tostados cuellos para ver al rumi (cristiano). ¡Dios mio! ¡Dios mio! cuántas ilusiones disipadas de un golpe, cuánta poesía, cuántos recuerdos históricos, i sobre todo, ¡cuántas descripciones de escritos echadas a perder por la realidad mas prosáica i miserable que se palpó jamás! Algunas preguntas hechas de tarde en tarde por medio de mi intérprete, me ayudaron a disminuir el fastidio que me causaba la larga espectacion de la diffa, la cual se hacia esperar demasiado; i eso es que yo no abrigaba ilusion ya sobre su importancia en vista de tan significativos antecedentes, a mas que mi oficial frances, gran conocedor en la materia, me habia aconsejado llevar conmigo un perro a quien pasarle por lo bajo los mejores bocados, si queria evitar un pronunciamiento en el reino estomacal. Pero yo me disponia a gustar la diffa, como el médico prueba a veces los remedios que administra; que a tanta costa debe el viajero comprar el privilejio de ser el héroe de su propia novela. La diffa se anunció al fin; precedíala un plato de madera lleno de tortas fritas, colocadas simétricamente para dar lugar i apoyo a una docena de huevos durísimos que formaban una pirámide hácia el centro. Un árabe se lavó solo la punta de los dedos en una sucia i abollada vasija de cobre, en la cual se nos sirvió en seguida agua para beber, mas tarde leche de oveja, i luego agua de nuevo. A cada ronda que la malhadada vasija hacia,. seguíanla mis ojos de mano en mano para llevar cuenta de los puntos del borde donde los árabes ponian sus lábios. ¡Esfuerzo inútil! Al fin descubrí una abolladura inaccesible que me reservé desde entónces para mi uso personal. El árabe que se habia lavado dos dedos lo suficiente para alcanzarse a discernir de léjos la costa firme que descubria la parte vírjen de la mano, me descascaró dos huevos que engullí casi enteros, a fin de que pasase cuanto ántes aquel cáliz de mi boca.

Tenga Ud. paciencia, mi querido amigo, ya ve que cumplo con la promesa que a peticion suya le hice de describirle las costumbres árabes. Las tortillas fritas vinieron en seguida, i aunque crasas i espirituosas en fuerza de lo rancio de la mantequilla, yo sostuvo como un héroe mi posicion, sin pestañear, sin titubear un momento, sin echar mano siquiera de uno de tantos subterfujios i engañifas de que en iguales casos se habria servido un gastrónomo vulgar. Mas hice todavía. Habiéndome revelado algunos que aquel lago fangoso que se divisaba en el fondo del plato i que yo habia   —221→   respetado, tomándolo por sebuno depósito de la fritanga, era miel de abejas, descendí hasta él con los pedazos de las tortillas, alzando una buena porcion en cada revuelco. Hasta aquí todo marchaba en el mejor órden; pero aun faltaba lo mas peliagudo de la empresa, i nada se habia hecho, si no lograba hacer pasar el cuscussú, verdadero quis vel quid para estómagos europeos de la regalada gastronomía del desierto. Es el cuscussú una arenilla confeccionada a mano, hecha con harina frita sin sal i anegada despues en leche. Confieso que cuando se presentó el enorme plato que lo contenia, el cuerpo me temblaba de piés a cabeza, no obstante que nunca he tenido miedo a manjar ninguno; un sudor helado corria por mis sienes, i el estómago, no que el corazon, me latia cual jime el niño a quien el pedagogo manda al rincon. Lo peor del caso era que yo debia principiar, como el héroe de la fiesta, sin lo cual nadie era osado de hundir su cuchara de palo en la movible arena farinácea. Repentinamente, como el que al bañarse en el mar se precipita de cabeza despues de haber vacilado largo tiempo presintiendo la impresion del frio, yo enterré mi cuchara hasta el mango, i sacándola llena de cuscussú i leche la sepulté en la boca. Lo que pasó dentro de mí en este momento resiste a toda descripcion. Cuando abrí los ojos, me pareció hallarme en un mundo nuevo; todos mis tendones contraidos por el sublime esfuerzo de voluntad que acababa de hacer, se fueron estirando poco a poco, i dispersándose con la alegría de soldados que abandonan la formacion despues de disipada la alarma hija de alguna noticia falsa. De todo ello he concluido que, o el cuscussú no es abominablemente ingrato; o que Dios es grande i sus obras maravillosas, o en fin, que no se ha inventado todavía el potaje que me ha de hacer volver la cara. Despues del cuscussú a quien juré, por la Meca, acometer donde quiera que se me presentase, se apersonó ante mí un corderito asado a la manera de nuestros asados de campo en América. Si la diffa hubiera principiado por este capítulo, Ud. se habria visto defraudado de toda la enojosa descripcion que acabo de hacerle de la hospitalaria mesa árabe, sin que pueda Ud. creer que en otros duares o en otras tribus sea mejor condimentada. He recibido la diffa en cuatro duares de tribus diversas, i mas o ménos rancia la mantequilla; un jarro de lata con la impresion de los dedos de tres jeneraciones, en lugar de la vasija de cobre, algunos   —222→   cardos silvestres, o un puñado de dátiles por añadidura, en todas partes la diffa es siempre la misma.

Ya conoce Ud., pues, lo visible de la vida de la tienda, i no se empeñe en penetrar en lo doméstico que debe ser tal para cual. Las mujeres no se presentan a la vista de los estraños, aunque se pueda, desde la tienda de recepcion, oir sus voces guturales eu una subdivision contigua. Por un accidente singular, sin embargo tuve ocasion de contemplar el bello, aunque desaseado, sexo del duar de Abd-el-Bach, el jefe que he visto mas interesante por la belleza típica de su semblante i la dignidad afable de sus modales. Al terminarse la diffa, me llamó la atencion un rumor estraño de voces humanas, con cierta cadencia acompasada que me traia a la memoria la reminiscencia de algo parecido que habia debido oir no sé donde. Despues, refleccionando, he recordado que era el canto plañidero con que las recuas de negros en el Brasil se acompañan i animan al trabajo. Volviendo la vista hácia el lugar de donde me parecia venian las voces, descubrí a lo léjos un círculo de mujeres que hacian con las manos rapidísimos movimientos, cruzando i descruzando los brazos, i tocando repetidas veces el rostro. Fijando en este grupo grotesco mi anteojo de bolsillo, pude discernir dos bellísimos ojos llevados al cielo de una niña de quince años, que se entregaba a aquel estraño ejercicio con cierta gracia que la hacia interesante, a pesar del desaliño de sus vertiduras flotantes. Pregunte, sin dejar de mirar, lo que aquello significaba, i me dijeron que era una familia que lloraba la pérdida de uno de los suyos, preso por los franceses aquella misma mañana para mandarlo a Francia; el murmullo cadencioso de las voces eran oraciones recitadas en coro, i el movimiento de las manos lo hacian. para rasguñarse la cara i los brazos en señal de desesperacion. Tan estraña escena cambió para mí, desde entónces, de ridícula en solemne i respetable, asombrándome de ver hasta qué punto pueden la relijion i las fórmulas tradicionales avasallar la naturaleza humana. En lugar de llantos descompasados, se oia el canto lúgubre de oraciones recitadas cadenciosamente, i en lugar de lágrimas, se empeñaban las dolientes en hacer vertir sangre de sus mejillas. En medio de estas prácticas, para nosotros estravagantes, pude, sin embargo, reconocer con el anteojo, a la madre del que lloraban perdido, en la verdad i pasion que se descubria en todos sus movimientos i contorciones. Con efecto, cualesquiera que los usos sean, qué dolor   —223→   hai que se parezca al dolor de las madres, cada una de las cuales puede repetir con la misma verdad el sublime ¡venite et videte del evanjelio! Como me fuese imposible apartar la vista de aquel curioso cuan tierno espectáculo, pregunté al shauss si los árabes llevaban a mal que los estraños mirasen a sus mujeres; lo cual entendido por el jefe, me hizo decir que si deseaba acercarme a ellas, él me acompañaria. Fuimos, en efecto, i a una indicacion suya, el movimiento se paralizó i cesaron los cánticos, i la madre que yo habia comprendido de léjos, vino hácia mí, i con movimientos de cabeza convulsivos i señalándome el cielo, parecia preguntarme si hallaba justo lo que los franceses hacian con ella. Llamé a mi intérprete para hacerla decir que en Francia no le harian mal a su hijo, que su cautiverio no seria largo, i todos esos consuelos vulgares, que se prodigan para dolores que no quieren ser consolados. En el entretanto, las muchachas mas ariscas se iban aproximando con disimulo, i ya contemplaba las no indiferentes gracias de la de los ojos negros, cuando una vieja bruja, vino con improperios a decirlas que estaban perdiendo el tiempo que debian emplear en rezar, retahila comun a las dueñas de todas partes, musulmanas o cristianas, con lo que fué, pues, preciso retirarse. Cuando van a las ciudades, las mujeres árabes como las moras, se envuelven en mantos i velos blancos sin mas diferencia que la de no descubrir aquellas ni los ojos siquiera. El adorno principal son unos grilletes de plata en los tobillos, tan gruesos como los de hierro de nuestras prisiones, sobre todo si la persona es de calidad. En Máscara me paseaba en el camino en circunstancias que una comitiva de mujeres se acercaba, i que al verme se cubrieron todas completamente el rostro. La que venia a la cabeza descubria, por el garbo de su talle, finura i limpieza de sus envoltorios, lo maciso de los grilletes i cierta coquetería en el talante, que era una dama de distincion; pero ¿cómo verle el velado semblante? ¡Hé aquí la injeniatura! Al acercarse al lugar que yo ocupaba díle la espalda i mirando con distraccion el suelo, repentinamente fijo la atencion en un punto; tócolo con el pié retirándolo inmediamente como cuando se quiere mover con los dedos una brasa ardiendo; repito segunda vez i cuando creí haber producido el efecto, vuelvola cara bruscamente hácia atras, i sorprendo a mi beldad árabe que se habia detenido a observar mis movimientos i descubriéndose la cara dejándome ver unos lindos ojos, unas cejas unidas entre sí por un tatuaje   —224→   azul i un carrillo teñido de colorete subido como la mancha de una manzana. ¡Oh! mujeres, mujeres, parecia decirle al mirarla sonriéndome, sois las mismas en todas partes, ¡curiosas! Esto es todo cuanto he podido descubrir de los encantos i existencia de las mujeres árabes, por lo que, i volviendo a la terminada diffa, continuaré la narracion de mis aventuras de viaje.

Desde el duar partimos hasta entrar de nuevo en el camino público, de que nos habíamos separado por la mañana, sin que hubiese cosa digna de mencion, si no es la pintoresca fisonomía de los caminos africanos en jeneral. Preséntanse con frecuencia caravanas de camellos marchando a paso lento, sin que el menor ruido de pisadas anuncie su proximidad, i todos invariablemente con los ojos al parecer fijos en el cielo; sígueseles una récua de borriquitos enanos, no mas altos que un mastin. Viene en pos otra de vacas i toros cargados de fardos, i con sus albardas i arreos como las demas bestias de carga i disputándoselas a camellos i borricos, los cuales marchan mas despacio i reciben en cambio i con mayor calma los palos i zurriagazos de los árabes. Un poco mas allá viene o va una larga fila de furgones del ejército cargados de víveres o árboles en almácigos, mas léjos resaltan los pantalones garance de una compañía de soldados que marcha a discrecion a su nuevo acantonamiento; aquí dos o tres mujeres sentadas en un estrado elevado sobre el lomo de los borricos; allí diez árabes haciendo oracion.

En medio de este movimiento, i despues de ascender una serie de colinas, el shauss me señaló en el camino los montoncillos de piedras, reunidas aquí i allí sobre una larga estension del camino. Eran, segun me dijo, las señales de los depósitos de cadáveres sepultados despues de la sangrienta batalla de Muley-Ismail, dada entre Abd-el-Kader i el jeneral Trezel, poco tiempo despues de la ocupacion de Oran, i desde cuyo punto el ejército frances tuvo que retroceder, temiendo las consecuencias de aventurarse en un terreno cubierto de bosque espeso. I efectivamente, en todas direcciones i hasta donde la vista puede alcanzar por la llanura i la lomadas circunvecinas, descúbrese un bosque continuo de olivos silvestres, dejenerados vástagos de los olivares que en otro tiempo hacian la riqueza de la poblacion de los alrededores. Al ver esta estension que abraza veinte, si no treinta leguas cuadradas, cree uno hallarse en medio de la Andalucía, i aun fijando la atencion donde los olivos son mas añosos,   —225→   se pueden discernir las líneas rectas del plantío primitivo. Los árabes, esterminando al pueblo que los cultivó, han dejado esterilizarse tan pingüe fuente de riqueza, i si la vista de esta vejetacion desolada, frondosa en despecho del abandono, no basta para lastimar el corazon, léjos de alegrarlo, al salir del bosque la vista descubre de improviso la hermosa llanura del Sig, atravesada por el rio que le presta su nombre i sin embargo inculta, apénas habitada i malsana a causa de la estagnacion de las aguas. A lo léjos se divisan cual garzas, inmóviles i solitarios, siete u ocho marabuts o sepulcros, monumentos de la piedad árabe, i únicos vestijios humanos en estension tan dilatada. I sin embargo, andando mas adelante hácia la villa del Sig, que en un costado construyen los franceses, el viajero tropieza con las escavaciones recientes de donde los colonos sacan a discrecion piedra labrada de una grande ciudad romana, que la barbárie ha muerto i sepultado, haciendo olvidar el nombre con que fué conocida en sus tiempos de prosperidad. ¡Estraño destino de las cosas humanas! ¿Cómo ha podido suceder que la ciudad que cual reina dominaba aquella llanura, haya desaparecido del todo, resistiendo mas bien la naturaleza en los olivares, que no pudieron los fuertes muros, los palacios i la inmensa poblacion que encerraban? Encuéntranse en medio de sus escombros monedas romanas de las que conservo algunas, instrumentos de cobre i de hierro, varias inscripciones; pero nada que revele hasta hoi el nombre de la desdichada ciudad anónima, cuyas piedras viene a poner de pié nuevamente la civilizacion, para resucitar el antiguo esplendor de estas comarcas. Solo viendo de cerca la malograda estension de sus llanuras, puede comprenderse cómo en tiempo de los Gracos la Mauritania Tangitania, esto que hoi se llama Arjelia, era el granero de Roma, i los terrores pánicos de la monstruosa ciudad cuando los contrarios vientos impedian que las naves africanas cargadas de trigo llegasen a Ostia del Tiber.

Al contemplar, apoyado sobre un fragmento de columna, estas humildes ruinas que nada dicen a los sentidos, he esperimentado la congoja tan inimitablemente espresada por Volney al ver las magníficas columnatas de Palmira. Estas llanuras tambien estaban cubiertas de una, poblacion activa, ilustrada i rica; i ¡ahora nada!... ni el sitio de las ciudades, ni el pueblo inmenso de labradores que habitaba sus deliciosas campiñas. Pero ¡adónde, Dios mio, se han ido tantos   —226→   millones de hombres!... Preguntádselo a la cimitarra i al Koran. ¡Oh! ¡Mahoma, Mahoma! de cuántos estragos puede ser causa un solo hombre cuando apoya i desenvuelve los instintos perversos de la especie humana, o bien cuando encuentra masas brutales que creen porque no son ¡capaces de pensar!

La villa del Sig que se construye, rehabilitará bien pronto la perdida ciudad romana, i una numerosa poblacion europea afirmará, Dios quiera que para siempre, otro dominio que el de estos feroces pastores, que han vuelto a la tierra, donde quiera que han elevado sus tiendas, su esterilidad primitiva. Acaso la llanura del Sig está destinada a obrar una de aquellas grandes revoluciones morales que de tarde en tarde trastornan la faz del mundo, curando alguna llaga especial de la especie humana. A corta distancia de la villa moderna, se está preparando el terreno necesario para la formacion de un Falansterio. Ud. conoce sin duda las doctrinas de Fourier, i las estrañas locuras con que ha mezclado la enunciacion de las verdades mas luminosas. Faltábale a este jenio singular, lo que sobra a los espíritus vulgares, lo que es la herencia del pueblo; faltábale sentido comun. Pero nadie como él ha presentido los conflictos de las sociedades civilizadas, las coaliciones de los pobres que solo piden pan a los ricos, la nulidad de las teorías políticas para asegurar la vida i el goce de los bienes a todos los miembros de la sociedad. Dejemos a un lado su apocalipsis i sus doctrinas antimorales, pues que son la negacion de la moral humana. Pero su idea práctica de reunir una villa en una sola familia bajo un techo i un hogar comun, como los grandes hoteles que con tanta ventaja esplotan hoi la industria; criar los niños en una sola sala de asilo; educarlos en un colejio comun; asociar el trabajo personal, el talento i el capital, en una grande esplotacion, i asegurar a cada uno, sin hacer comunes los bienes, su parte de provechos que hoi solo recoje el rico; responder de la subsistencia del anciano inválido, i cuidar de la mujer desvalida; hacer en una palabra que cada uno tenga su proporcionada parte de felicidad, sin que a unos toque como hasta hoi la opulencia i los goces, miéntras que al mayor número solo caben en suerte veinte horas de trabajo, i con ellas la desnudez, la ignorancia i los vicios; conseguir todo esto o algo de ello, merece sin duda la pena de que se haga, como cosa perdida, el ensayo de un falansterio, para ver hasta dónde el loco era cuerdo, esperimentado el visionario, e inspirado el profeta   —227→   No perdamos, pues, devista el naciente plantel del Sig que puede llegar a ser un árbol frondoso cuya semilla sea posible transportar a América. La doctrina de Fourier, como la de M. Cobden, tiene por fundamento la asociacion, i el uno tomando las sociedades por las raices, i el otro por los frutos, aspiran al mismo fin, la mayor ventaja del gran número. Desde el Sig, donde pasé la noche, hasta Máscara, el país se va levantando en una serie de colinas i montañas, hasta que en la última elevacion se perciben las higueras, viñas i granados que rodean la ciudad, centro en otro tiempo de la efímera dominacion de Abd-El-Kader, i hoi punto avanzado de la dominacion francesa en el Tell. Mi sirviente que habia frecuentado esta ciudad árabe en distintas épocas, se asombraba de no reconocerla despues de un año; i en efecto, apénas queda en pié resto alguno de la construccion indíjena, dominando aquí como en las demas partes el furor de edificar. Las casernas de la tropa son verdaderos palacios, i las numerosas obras públicas como las casas particulares en construccion, no impiden que se vayan escalonando algunas villas hácia la llanura de Eghrees, que se estiende semicircularmente al pié de la eminencia que ocupa Máscara.

Sin duda que esta sucesiva aparicion de llanuras i montañas habrá llamado la atencion de Ud. Es aquella, en efecto, la faccion jeneral de esta parte del África, lo que se esplica con facilidad teniendo presente que el Atlas no es una serie de montañas como jeneralmente se ha creido, sino los cantos i elevaciones que sostienen las gradas parciales en que va elevándose el terreno hasta llegar a la gran meseta central del Africa por esta parte, o el Sahara arjelino, páramo llano i estéril, verdadera pampa elevada en que pacen millares de rebaños. De esta configuracion nace que al ascender una serie de colinas se encuentra una llanura, i así de esta a otra mas elevada, hasta llegar a la última mas estensa que se llama Sahara o el desierto, por oposicion a las gradas inferiores que se denominan el Tell, o el país de los cereales.

Manda la subdivision de Máscara el jeneral Arnault, jóven de treita i ocho años, i como el jeneral Lamoricière, verdadero jeneral africano, pues ambos han pisado las playas arjelinas con el grado de subteniente. Haciendo razzias sorprendentes en el Sahara, aturdiendo a los árabes por la fabulosa rapidez de sus marchas, i venciendo dificultades al paracer superiores al esfuerzo humano, estos dos bravos jóvenes han alcanzado las paletas de jenerales i las cruces que los condecoran.   —228→   El jeneral Arnault me prodigó todas aquellas atenciones que, parecen jeniales a los franceses. Una comitiva de oficiales me acompañó por invitacion suya a correr a caballo la llanura de Eghrees, en la que me proponia hacer una razzia sobre algunas malaventuradas aves acuáticas para disecar como recuerdo de mi paseo en el interior de África.

En aquella llanura está la casa paterna de Abd-EI-Kader, hijo de un gran marabut, a quien en una peregrinacion a la Meka le fueron revelados en sueños los altos destinos que estaban reservados a su hijo. Mas tarde en aquella misma llanura cinco mil jinetes árabes se reunieron para proclamar emir a Abd-El-Kader, que largo tiempo soñó con formar de la Arjelia arrebatada a los franceses, un estado soberano para él; pero el Dios de las batallas ha dispuesto sin duda otra cosa, i en despecho de los vaticinios, i de aquella proclamacion a caballo, a la manera de la del Dario Histapes de los persas, ha concluido el ex-emir con asilarse en Salara o Marruecos. Hoi no pudiendo mantener el corto número de jinetes que le han permanecido fieles, los ha echado diseminados sobre Arjelia i Oran para que cometan asesinatos i robos en los caminos, a fin de mantener la alarma i el malestar entre los colonizadores. A este sistema el gobierno frances ha correspondido con otro que no carece de orijinalidad. Los merodeadores sorprendidos o un individuo de una tribu sospechosa, son enviados a Francia, medida que hiela de horror a los árabes, los cuales acostumbrados a cometer todo jénero de crueldades con los prisioneros, se imajinan que en Francia van a ser entregados a suplicios inauditos. De la aplicacion de estas represalias se lamentaba aquella pobre madre de que hablé ántes.

De regreso de nuestra partida de caza, lo que hice sin galoparme toda la llanura, en un hermosísimo caballo azabache que por ostentacion del tipo árabe me habia proporcionado el jeneral, i despues de recorrer con un edecan los trabajos emprendidos, volví a la casa del jeneral Arnault, donde me aguardaba una escojida reunion de oficiales superiores invitados a comer. El jeneral, ántes de ponernos a la mesa, mostrándome un número de la Revista de Ambos Mundos, me dijo: «Vea Ud. cómo aun en el centro del África, estamos al corriente de lo que pasa en el mundo» señalándome con el dedo el título «Civilizacion i Barbarie» del libro cuya análisis ha publicado aquella Revista. La satisfaccion de la negra honrilla literaria debe ser tan estimulante como el mucho   —229→   ejercicio, pues que con cumplido tan lisonjero me sentí dotado de un apetito a la altura de la situacion. Durante la comida, la conversacion rodó naturalmente sobre las aventuras de aquella guerra singular, el porvenir del país, i ya inferirá Ud. que debia ser interesante i animada. El Jeneral Arnault es el jefe frances que ha penetrado mas tierra adentro en el Sahara, contándome esta vez las dificultades de su empresa i los medios raros de que se habia valido para burlar la vijilancia de los árabes i darles caza. Entre otras cosas los baqueanos árabes me llamaron la atencion por la singular identidad con los nuestros de la pampa. Como estos, huelen la tierra para orientarse, gustan las raices de las yerbas, reconocen los senderos, i están atentos a los menores incidentes del suelo, las rocas, o la vejetacion. Pero los árabe dejan mui atras a nuestros gauchos en la asombrosa agudeza de sus sentidos. Un árabe, por ejemplo, conversa con otro en el Sahara, mediando entre los interlocutores una distancia de dos leguas; los espías husmean la proximidad del ganado a tres leguas de distancia, i como sabuesos siguen por el olfato la direccion de los duares enemigos.

Yo ponderé a mi turno la vista de nuestros rastreadores i los conocimientos omnitopográficos de nuestros baqueanos, a fin de sostener la gloria de los árabes de por allá, a punto de ser eclipsada por el olfatear el ganado i conversar de un estremo a otro del Sahara, de los gauchos de por acá. Al terminarse la soirée, el jeneral Arnault quiso añadir a mi modesta coleccion de objetos africanos, la punta de un ala i un huevo de avestruz; ofrecimiento que motivó el de la piel de un pajarillo pintado, de parte del coronel del 56.

Cargado de estos trofeos, i de la gratitud que tanta civilidad merecia, me retiré para disponer mi regreso, pues que mas allá de Máscara, la vida europea cesa, presentándose la babarie i el desierto, límites naturales de mi viaje en derredor del mundo civilizado.

De regreso a Oran, nuestra marcha era lenta i tranquila, pues que para precipitarla, nada ignorado como de ida, ocultaban a la vista las colinas i montañas que de nuevo veniamos atravesando; i la conversacion que de ordinario ahuyenta el tedio de las largas marchas, se estinguia apénas iniciada por haberse agotado ya el caudal de conocimientos locales del shauss que la daba ántes pábulo. Las distancias entre los silenciosos jinetes fueron por tanto prolongándose insensiblemente, quedándose mi caballo abandonado a sí mismo,   —230→   mui rezagado de la comitiva. Las ténues gasas con que la naturaleza se cubre durante el reposo nocturno, flotaban ya desgarradas en masas de vapores, en tanto que el sol de la mañana bañando el rostro con sus tibios rayos de invierno, traia a los sentidos aquel dulce adormecimiento, que haciendo cesar la vista esterior, deja que la imajinacion huelgue con los recuerdos i con las impresiones esperimentadas, cual niño triscon con cuantos objetos encuentra a su alcance. El pensamiento ademas tiene sus actos espontáneos, i todas las sensaciones trasmitidas al cerebro por los sentidos, saliendo sin la participacion de nuestra voluntad del caos confuso en que están hacinadas, propenden en los momentos de reposo, a agruparse segun su afinidad, clasificándose de suyo en el órden que les conviene, hasta presentarse en serie de ideas íntima i lójicamente ordenadas; verdadera rumiacion del espíritu semejante a la que ejecutan los camellos en los momentos de descanso con el tosco alimento que han acumulado ántes en sus anchos estómagos. No de otro modo las intelijencias mui ejercitadas, cuando una idea fundamental las ha absorbido largo tiempo, deponen sobre el papel i sin esfuerzo alguno, un libro entero de una pieza, como la hebra dorada que hila el gusano de seda.

No sé si por efecto análogo, o solamente por hallarme abstraido de toda perturbacion esterior, a medida que el sol iba calentando, i la maquinal accion de marchar al paso natural del caballo entorpecía los miembros, todo cuanto habia visto, oido o pensado durante mis diversas aunque rápidas escursiones en Africa, se iba presentando al espíritu como una ordenada procesion de hechos, revestido cada uno de ellos de formas i colores correspondientes a su tiempo i lugar; i haciéndose palpable e inmediato, aun aquello que no existe, real lo que no es, pero que lo será indefectiblemente; i presente lo próximamente futuro, la colonizacion de la Arjelia se me figuró como de largo tiempo consumada. Por todas partes bullía la poblacion europea entregada a las múltiples operaciones de la vida civilizada; las llanuras hoi desiertas, las ví tapizadas de alquerías, de jardines i de mieses doradas; i aquellos lagos, que desde lo alto de las montañas se divisan brillando aquí i allí, como los fragmentos dispersos de un espejo, habia tomado formas regulares en la Mitidja, Mascara i Eghress, aprisionadas sus aguas en canalizaciones ordenadas, abiertas en el centro de las llanuras, segun lo habian hecho en otro tiempo los romanos. Los planteles de villas i   —231→   ciudades que solo trazadas habia visto, multiplicándose al infinito, se alzaron de golpe, erizando llanuras i montañas con sus teatros, templos i palacios; i aun parecíame divisar en lugar de los blanquecinos marabuts que la vista descubre por doquier, los futuros falansterios, colmenas de hombres que en tribus de a mil, participará cada uno de los bienes por todos acumulados, el uno como diez, i el otro como ciento, segun su capacidad, capital o trabajo. ¡Quién sabe, venia yo pensando, si las grandes doctrinas necesitan como ciertos árboles, que se trasplante para dar frutos sazonados, pudiendo aplicarse a la tierra que las produjo primero, el sentido sic vos non vobis de Virjilio! El cristianismo sembrado en el Oriente, donde se secó bien pronto, vino a arraigarse en los pueblos mas distantes del Occidente, i la democracia, por tantos siglos regada con sangre en Europa sin provecho, solo se ha ostentado pura i lozana en las praderas del Mississipi i en las márjenes del Potomac.

Hácia la arte del mar, en todos los puertos, las inquietas olas del Mediterráneo estaban ya ceñidas dentro de estupendas calzadas como la que asombra en Arjel a los injenieros que vienen a visitarla; montaña elevada en el fondo del mar con rocas de dieziocho varas cúbicas, de creacion apócrifa, producto de la ciencia humana, que mas afortunada que Prometeo, ha podido robar impunemente a la naturaleza sus secretos, i desafiarla en seguida a destruir o conmover siquiera su remedo de rocas. Por la parte del interior, en la línea que divide el Tell del Sahara, estaban como valla insuperable contra la barbarie, los acantonamientos del ejército de cien mil hombres que guarda la Arjelia, i que ya ha recibido órdenes de internarse, abandonando las tranquilas i sumisas costas a la colonizacion civil; allí, aquellas miriadas de guerreros prolongaban en todas direcciones la red de caminos públicos que ya empieza a cubrir el Africa, realizando por fin el gran pensamiento de Napoleon, de emplear como los romanos los ocios del ejército en la construccion de colosales obras públicas, como aquellas que han perpetuado hasta nosotros las huellas del pueblo rei. Todavía mas allá del Sahara me pareció divisar al comercio afanado, disputándose los ricos productos que el Africa central encierra, i el desierto atravesado por no interrumpida fila de caravanas de camellos cargados de oro en polvo, marfil, bálsamos, gomas i resinas que enviara el misterioso emporio de Tomboctú a trocar por telas preciosas, sal, armas i objetos de ardorno. Este   —232→   comercio del desierto tan antiguo como el mundo, i cuyas rutas describió ya Herodoto, echó los sólidos cimientos de destruido poder de Cartago, dá esplendor aun a la bárbara Túnez, su heredera, i al fanático Marruecos, siendo seguro que el Africa francesa, resucitando la brillante Mauritania Tangitania, se avance bien pronto hasta las puertas del desierto, a prestar mano armada a las caravanas, contra la rapacidad de los Tuarec i demas piratas que infestan aquel inconmensurable mar de arena. I como si esta prolongacion de la civilizacion, esta punta de la Europa en Africa no pudiera existir sin irradiarse en torno suyo, el Bei de Túnez se me presentaba al Occidente ensayando sus fuerzas para remedar la prosperidad que ha visto en su viaje a Francia, i el santo emperador de Marruecos recibiendo por la primera vez con respeto i benevolencia, los embajadores cristianos que han osado penetrar hasta su misteriosa corte.

I de improviso con la abrupta petulancia de la imajinacion para trasportarse de un lugar a otro sin transicion racional, acaso guiada solo por la análoga fisonomía esterior del Sahara i de la Pampa, yo me encontré en América, de este lado de los Andes, donde Ud. i yo hemos nacido, en medio de aquellas planicies sin límites, en las cuales nace i se pone el sol, sin que una habitacion humana se interponga entre el ojo del viajero i el límite lejano del horizonte. ¡I bien! reflexionaba yo, va para cuatro siglos que un pueblo cristiano posee sin disputa este rico suelo, igual en estension i superior en fertilidad a la Europa entera, i no cuenta sin embargo un millon de habitantes; i eso que las fiebres endémicas no diezman como en África la poblacion; i eso que en su seno no encierra un aspid, como aquella indomable raza árabe que forcejea sin descanso por desasirse de la robusta garra que la tiene sujeta. Ni una relijion brutal, ni un idioma rebelde, estorba allí la accion civilizadora, i sin embargo, helos aquí a estos pobres pueblos, dejenerados cristianos i europeos, desgarrándose entre sí por palabras que les arrojan como un hueso a hambrienta jauría de perros; hélos ahí, sumiéndose de mas en mas en la impotencia i barbarie, bien así como el caballo que se ajita en el fango movedizo i líquido de nuestros guadules; hélos ahí dando vueltas en fin en un solo lugar, creyendo que marchan en línea recta, ¡cual los míseros caminantes a quienes sorprende la caida de las nieves en nuestras cordilleras! ¡Qué maldicion pesa, Dios mio, sobre aquella malhadada raza española en la América del Sud, que   —233→   sin el consolador espectáculo de la sajona del Norte, el republicano moderno se quitaria la vida como Casio, desesperando ya para siempre de la libertad como de una quimera, renegando de la virtud como de una sombra vana!

Todos los grandes raudales que desembocan en el Plata se presentaron a mis ojos como ondulosas líneas de esmalte, cual si pudiera contemplarlos a vista de pájaro, dominando las inmensas manchas de bosques, verdinegros, i los oasis floridos de las praderas, sin que la actividad humana ni las creaciones de la civilizacion, diesen vida a aquellos edenes, cuyas puertas ningun ánjel esterminador guarda; i miéntras tanto que solo las aves del cielo, o las alimañas de la tierra se huelgan en estensiones tan prodijiosas, cuatro millones de seres humanos están agonizando de hambre en Irlanda; mendigos a quienes ninguna enfermedad aqueja, asaltan en bandadas las campiñas de la Béljica i de la Holanda; la caridad inglesa se agota para alimentar sus millones de pobres; i millares de artesanos en Francia se amotinan todos los dias, porque su salario no alcanza a apacignar el hambre de sus hijos; mil prusianos han desembarcado en estos dias en África, para recibir del gobierno la tierra que iban a buscar en Norte América; veinte mil españoles se han establecido en Oran o Arjel, a punto de parecer la Arjelia mas que de Francia, colonia de España. Cien mil europeos reunidos en África, en despecho de los estragos de la fiebre que mata uno de cada tres que llegan i trazándose el plan para hacer venir dos millones en seis años mas. La prosperidad, en fin, brillando ya sobre la sangre con que está salpicado el suelo, i cien millones de mercaderías introducidas en 1846, derramando por todas partes la riqueza con los provechos del comercio.

¿Por qué la corriente del Atlántico, que desde Europa acarrea hácia el Norte la poblacion, no puede inclinarse hácia el Sur de la América, i por qué no veremos Ud. i yo en nuestra lejana patria, surjir villas i ciudades del haz de la tierra, por una impulsion poderosa de la sociedad i del gobierno; i penetrar las poblaciones escalonándose para prestarse mutuo apoyo, desde el Plata a los Andes; o bien siguiendo la márjen de los grandes rios, llegar con la civilizacion i la industria hasta el borde de los incógnitos Saharas que bajo la zona tórrida esconde la América?

Cuando la serie de mis ideas hubo llegado a este punto, sacudí la cabeza para asegurarme de que estaba despierto, i poniendo espuelas al caballo, cual si quisiera dejar atras   —234→   el mal jenio que me atormentaba, llegué bien pronto a incorporarme con mis jentes, detenidas en torno de alguno que referia los detalles de un desastre. Los árabes acababan de dejar por muerto a los conductores de un carruaje, i en otro punto vecino yacia cubierto de heridas i exánime el cadáver de un colono asesinado. He aquí, me dije, ¡la realidad de las cosas! ¡Ahora puedo por lo ménos estar seguro de que no sueño! ¡Hai sangre i crímenes! ¡He aquí lo único posible i hacedero!

A mi llegada a Oran, he trazado a la lijera estas líneas, que ántes de dirijirme para Italia, haré que lleguen a sus manos. En Roma hai un papa, que enjuga las lágrimas de su pueblo, en Venecia el cadáver insepulto de una república, i en Nápoles, el cráter del Vesuvio, i las mómias de Herculano i Pompeya, que deseo contemplar de cerca.

Guárdenos Dios, mi buen amigo, para tiempos mejores, i... etc.




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Illmo. Señor Obispo de Cuyo.

Roma, abril 6 de 1847.

Cuando desde el centro del mundo cristiano vuelvo hácia América las miradas, su Señoría Ilustrísima mi digno tio, se me presenta como el corresponsal obligado, a quien debo de preferencia transmitir, así lo deseo, las impresiones que me causa el espectáculo de esta ciudad eternamente célebre por su pasada gloria i los vínculos que hoi la ligan con el orbe católico. La iglesia domina sobre las siete colinas, como el ánjel de bronce sobre la tumba de Adriano, i ruinas, basílicas, bellas artes, costumbres o instituciones, todo en Roma se agrupa en torno del elevado pedestal desde donde el sucesor de San Pedro bendice la ciudad i el mundo; por lo que, no pudiendo subdividir mi asunto, si me sucediese hablar a su S.S. de cosas que se apartan de su sagrado ministerio, disimúlelo con el mismo espíritu de caridad que el jefe de los fieles tolera las locuras mundanas del carnaval, pues pudiera acontecer que algunas veces estas mismas cosas oculten un interes relijioso, a la manera que aquí se encuentran con frecuencia   —235→   el fronton e inscripciones de un templo pagano, sirviendo de fachada a una iglesia cristiana.

De cualquier punto que el viajero se dirija a Roma, siente desde luego que transita por los caminos de la iglesia, i en las dilijenciias, i en los vapores, halla por compañeros de viaje sacerdotes que de luengas tierras vienen buscando la fuente de los dones espirituales. Un obispo de la India occidental, un misionero de la Oceanía, un cura de las remotas plantaciones norteamericanas, i algunos abates franceses, han sido por algunos dias mis amigables comensales; pues la intimidad, momentánea al ménos, se establece con facilidad entre hombres que gozan o sufren juntos. Así empezaba con anticipacion a prepararme para visitar a Roma con el mismo espíritu que preside a sus destinos. Durante las monótonas horas del mar, la conversacion rodaba sobre asuntos relijiosos, i cual contaba sus adversidades entre los bárbaros, cual las dificultades que a su ministerio oponian los mismos cristianos. Muchas nociones útiles he recojido de estas pláticas, i no pocas esplicaciones de cosas que no habia comprendido hasta entonces, por ser algunos de entre estos eclesiásticos verdaderamente doctos e ilustrados, sin que faltase de vez en cuando alguna escena curiosa que diese animacion a aquellos serios coloquios. Hablábase una vez, por ejemplo, de cierto tratado teolójico que con aplauso acaba de aparecer en Francia, abundando todos en encomiar sus ventajas, cuando un laico regordete i de aspecto atrabiliario, tachó de incompleto el libro, por pasar mui de lijero sobre el capítulo de sortilejios, majia i endemoniados. «Puede ser que yo haya caido en el error, le repuso con modestia un abate, pero no creo en la existencia de tal comercio entre el hombre i los espíritus infernales». El de los sortilejios, escandalizado de la incredulidad que venia de donde ménos la esperaba, tomó el asunto a lo serio, i con gran copia de testos i doctrinas de téologos respetables, desenvolvió en largo discurso todos los casos que se referian a las ciencias ocultas, incluso los fenómenos eléctricos, i el magnetismo animal. I ¡cosa estraña! este hombre se habia leido los Santos Padres, los doctores de la Iglesia, canonistas i vidas de santos, para atesorar datos sobre este punto esclusivo de sus estudios de muchos años, siendo tan profunda su conviccion, que a juzgar por los hechos que citaba, en Francia no habia otra cosa, que encantos i brujerías, asegurando haber visto él con su propios ojos una endemoniada a quien un incubo incestuoso, bajo la forma del difunto padre de la   —236→   infeliz, le hacia dar a luz monstruos deformes i espantables. Todos estábamos maravillados de oirlo, deplorando para mi ciencia i estudios tan mal empleados. En el caso de la endemoniada, me decia quedo el abate, yo habria consultado un médico con preferencia a un libro de teolojía. A este orijinal, añadia yo, le ha sucedido lo que le aconteció19 a don Quijote, que a fuerza de leer libros de caballería perdió el seso en punto a encantamientos i paladines errantes, conservándolo ileso en lo demas.

Uno de aquellos abates franceses con quien habia trabado amistad, me introdujo en Roma en una posada tenida por un santo varon, el cual, con la ayuda de la órden de los jesuitas, la ha fundado para asilo de peregrinos. Todo respira en ella el espíritu relijioso de sus moradores; las escalas, el comedor, las galerías, están tapizadas de cuadros de santos; en lugar de enseña o título hácia la calle tiene una devota imájen de la Vírjen; sobre cada habitacion está escrito, a falta de número, el nombre de un santo, i sobre la puerta de la mia léese este lema: «María ha sido concebida sin pecado». A la mesa comun nos sentamos obispos, abates, clérigos i diáconos, i algunos seculares que como yo, han sido introducidos por sacerdotes. Recita cada uno su benedicite ántes de comer, i da gracias al fin, sin que en el intermedio deje el posadero de anunciar en que iglesia dice misa Su Santidad al dia siguiente, cual orador célebre predica en tal convento, i en que basílica se celebran por entónces las cuarenta horas perpetuas. En fin, los sábados pasamos a una capilla donde cantamos en coro las letanías; i aunque o haya sido poco dado a las prácticas del culto, i se observe en esta casa la cuaresma con mas severidad que en otras, lo que no es un atractivo, sobre todo en Roma donde la cocina es tan mala, he permanecido voluntariamente en ella, encontrando cierta satisfaccion, que no hubiera esperado, en el desempeño de deberes a la verdad poco costosos, los cuales me traen a la memoria recuerdos gratos de aquella primera edad de la vida, que al lado de Su Señoría he pasado en la intimidad de las cosas relijiosas.

Anticipo estas indicaciones a fin de mostrar a Su Señoría que nada he omitido para conocer a Roma por el costado que a Su Señoría interesa, i si algo pudiera faltarme en este sentido, lo completará la inagotable bondad del R. P. O'Brien su corresponsal, i el mas recto, sencillo i candoroso varon que viste el hábito domínico. Por él las puertas de la Cámara pontificia me han sido abiertas, i Su Santidad dignándose   —237→   hablarme de los negocios de América; por él, en fin, mi camino ha sido desembarazado de tropiezos que a otros cierran el paso no pocas veces.

Esto dicho volveré atras en la narrativa de mi viaje, que no seguiré siempre en el órden natural de las fechas por temor de hacer dormir a los que esta carta leyeren. Los vapores del Mediterráneo navegan con mucho desahogo del pasajero. De dia se detienen en las ciudades de la costa haciendo en la noche las distancias intermediarias. Así el 8 de febrero con los primeros rayos del sol naciente, se presentaba a nuestra vista el puerto de Civitavechia, escavado por Trajano, i reparado por los Papas Urbano IV i Benito VIII, despues de haber sido arruinado por Tótila. El objeto mas curioso que esta ciudad encierrra es un célebre bandido al cual desafió largo tiempo la autoridad pontificia, i despues de haberse hartado de crímenes i asesinatos, terminó su carrera por una capitulacion que le garantió la vida. Los estranjeros procuran permiso para verlo en la prision, donde el famoso criminal los recibe con toda la sastisfaccion del amor propio linsonjeado. Los bandidos20 son una planta natural del suelo montañoso de la Italia, la cual desplega las dimensiones colosales del héroe o del guerrero, cuando la enerjía, romana o samnita reaparece en algunas organizaciones escojidas. En otro punto de los Estados pontificios, el cicerone, muestra con una especie de veneracion, la casa de Fra Diabolo, insigne i horrible jefe de bandas que por largos años fatigó en vano los ejércitos de Austria, Nápoles i Roma, coaligados para darle caza. Pero lo que mas llama la atencion del viajero en Civitavechia, son las maravillosas invenciones de los moradores para apoderarse del dinero de los transeuntes, mercadería abundantísima al aproximarse la cuaresma: un paulo (moneda romana) por el desembarco de la persona i otro por cada objeto de bagaje; otro tanto por llevar este a la aduana; un paulo por moverlos, otro por emplomarlos; un paulo por mirarlos; un paulo por dejarlos quietos; un paulo por sacarlos a la puerta; un paulo por subirlos a la dilijencia; i si el viajero quiere dar cualche cosa, al faquin, al cochero, al mendigo, al empleado, a las mujeres, a los muchachos, i a los edificios si pudieran tender la mano...!

Acibaradas con este suplicio todas las ilusiones, el viajero parte en fin con direccion a Roma, objeto i término ansiado del viaje. En su tránsito la vista no encuentra por largo tiempo objeto alguno digno de fijar la atencion; el desierto por   —238→   todas partes, la tierra triste i despoblada, sin árboles, i cenagosa donde no se alzan colinas, sin las cuales el americano se creeria en la pampa, por la multitud de ganado salvaje que pace en aquellos eriales. De tarde en tarde se deja ver algun pastor rudo, vestidas las piernas de cueros de cabra, trayendo a la memoria la imájen de los fábulosos sátiros a quienes sirvieron probablemente de tipo sus antepasados. El sol se oculta tras las vecinas montañas, i la noche desciende bien pronto para añadir sus tristezas a la monotonía del paisaje. Un accidente que sobrevino en nuestro viaje dará, mas que las palabras, una idea de la desolacion de los alrededores de Roma. Cansados de dar dinero a cuantos lo pedian, algunos pasajeros tuvieron un altercado con el postillon, el cual, sea impericia, sea conato de venganza como nos lo persuadimos todos, al pasar por el puente echado sobre una hondonada, estrelló la dilijencia contra un poste de piedra, haciendo mil pedazos una rueda. La dilijencia con catorce pasajeros quedaba balanceándose sobre el parapeto, con dos ruedas en el aire i uno de los caballos caido i oprimido por la lanza haciendo esfuerzos por ponerse de pié; el menor movimiento falso podia acabar de volcar la dilijencia i precipitarla en el oscuro abismo que teniamos debajo, por lo que, con el jesus en la boca, empezamos a descender uno a uno, hasta hallarnos en salvo en suficiente número, para asirnos de las ruedas esteriores i enderezar el vehículo. La posta vecina no tenia repuesto de ruedas ni carruaje disponible, sino es una mala carreta para los equipajes que en dos horas de trabajo i en medio del fango i de la lluvia habiamos descargado i apilado en el camino. Mui tarde de la noche se pudo procurar un carreton abandonado que solo podia contener ocho personas. Era, pues, preciso llevar tres restantes acomodadas sobre las rodillas de las ocho, con sufrimientos indecibles de unas i otras. Un misionero frances i yo nos resolvimos al fin a marchar a pié siguiendo el carro que conducia el resto de la comitiva, hundiéndonos en el invisible fango, perdiendo a veces de vista a los compañeros, no sin grave, aunque acaso infundado temor de ser asaltados por los bandidos, que ya no infestan como ántes los alrededores de la ciudad santa. Pero la imajinacion está siempre lista para crear fantasmas amedrentadores cuando las tinieblas i la intemperie agravan en localidades desconocidas, el malestar moral que los sufrimientos físicos producen. Así llegamos a Roma, que en aquella hora avanzada estaba sumida en la oscuridad mas profunda, hasta   —239→   descender en la aduana, a la cual sirve de entrada el bellísimo fronton del templo de Antonino Pio. Allí nos aguardaba todavia21 una segunda edicion de las indignas estorsiones de Civitavecchia, con la adicion del centinela que estendia la mano para pedir qualche cosa. ¡Oh! descendientes del pueblo rei, ¡cuán indignos os mostrais de vuestros antepasados! Eran en esto las cinco de la mañana, i al entrar a nuestra posada en la plaza de Araceli, los primeros albores del nuevo dia ofrecian por fin término a las angustias de aquella enojosa noche.

Es la curiosidad el mejor de los confortativos contra la fatiga corporal, i ántes de tomar descanso, quise echar una mirada a la calle para ver esta Roma, cuyo nombre gravan las madres católicas en el corazon de sus hijos, i mas tarde realzan i rodean de prestijios colosales los estudios históricos. ¡Tantos sufrimientos debian tener su recompensa! Al abrir la puerta mis miradas caen sobre la subida al Capitolio, a cuyo pié habia venido sin saberlo a alojarme. Dos leones recumbentes de granito i escultura ejipcia terminan las balaustradas del ascenso. Mas arriba se alzan las estatuas de Castor i Polux sujetando caballos colosales; a los costados los trofeos de Mario i la estatua de Constante i Constancio, hijos de Constantino; en el centro de la plaza la ecuestre de Antonino Pio en bronce dorado; i al frente opuesto los rios Nilo i Tiber que acompañan una estatua de Minerva sentada sobre una fuente. Todos estos objetos del arte i el culto antiguo presentándose tan de improviso a mis miradas, me hacian olvidar los siglos i las visicitudes que de aquellos tiempos nos separan; i por entónces hallábame en espíritu en la Roma patria de los grandes varones que ilustraron los tiempos gloriosos de la República; estaba parado sobre el monte Capitolio, i no léjos del lugar donde Cina, Casio i Bruto mataron a Cesar, sin salvar por eso las instituciones patricias, minadas ya por la avenida de pueblos i de hombres nuevos que pedian su parte en el gobierno de la tierra conquistada. La plaza del Capitolio me era estrecha en medio de estas emociones, i tomando el primer descenso que al lado opuesto se ofrece, pude abarcar el cúmulo de ruinas imponentes que en torno del antiguo foro romano se presentan de golpe a la vista. Tres columnas solitarias muestran aun el lugar que ocupó el templo de Júpiter Tonante; nueve mas allá el de la Fortuna; tres de la Grecosthasis; otra elevada en tiempos posteriores a la memoria de Focas; i al frente del espectador, el arco triunfal   —240→   de Septimio Severo, elevado sobrela Via-Sacra, cuyo antiguo pavimento se reconoce, i por donde los triunfadores subian al Templo de Júpiter Capitolino, hoi Santa María de Araceli. Mas allá i siguiendo el desierto foro, vése el bello fronton i columnas de mármol cipollin del templo de Antonino i Faustina; el pórtico colosal de la basílica de Constantino, restos de los templos de Rómulo i Roma, i de Vénus i Roma; i continuando por la Via-Sacra, el arco triunfal de Tito, que en bajos relieves mutilados conserva la imájen del candelabro de siete luces, la mesa de la propiciacion, trompas de plata i los vasos sagrados que trajo de Jerusalen despues de no haber dejado piedra sobre piedra en el templo, segun estaba escrito.

La perspectiva que termina este cuadro es digna de las nobles figuras que están en primer plan. El coloseo de Vespasiano alza al cielo las crestas de sus aterradoras ruinas, como los Andes sus pináculos de granito; la falda del monte Palatino enseña por todas partes oscuras cavernas, bóvedas colosales en otro tiempo el Palatium de los Césares, sobre cuyas espaldas cultiva hoi el jardinero romano hortalizas i árboles frutales; todavía mas a lo léjos se levantan, cual montañas, las parduscas Termas de Caracalla. En esta parte de Roma, hoi desierta o convertida en viñedos, asoma por todas partes la osamenta jigantesca del imperio romano, i por poco que se ascienda al Aventino o al monte Celio, la vista domina las prolongadas líneas, si bien aquí i allí interrumpidas, de los antiguos acueductos, a guisa de vértebras de algun monstruo de la creacion antidiluviana. Cuando este monstruo cayó a los golpes del hacha de los bárbaros, cuando su cadáver fué profanado i desfigurado, los habitantes de la vieja Roma debieron alejarse despavoridos de los montones pútridos de escombros i cenizas que cubrian la superficie del suelo, i replegarse sobre el Campo de Marte, destinado a los ejercicios militares del pueblo que profesaba la guerra como única industria nacional, i suficientemente capaz, por tanto, para contener a la nueva Roma, que mas tarde habia de presidir a la civilizacion moderna.

Ni la primitiva forma de las célebres colinas puede hoi determinarse, ni hieren la imajinacion, a causa de la posterior elevacion del suelo, las dimensiones estupendas de los antiguos monumentos. De la cumbre de las primeras han rodado i acumuládose en sus flancos, fragmentos de palacios, templos i termas, que eran estensos como ciudades, i altos   —241→   como montañas; todas las ruinas existentes están muchas varas bajo el nivel del suelo actual, i entre esta costra de fragmentos de columnas i frisos, masas de tuf, ladrillo i mármoles destrozados que forma la Roma subterránea, la azada del arquitecto ha tropezado con los bustos de los emperadores, el grupo del Laocoon, estatuas de bronce i obeliscos de granito. Así ha podido salir de nuevo a la luz, mas o ménos ultrajada por el tiempo, la Roma de piedra o de mármol, i Júpiter presidir la asamblea de los dioses, i la estatua de César reunirse a la de Augusto, a quien legó el imperio romano.

Despues de esta escursion a la antigua Roma, que examinada despacio i con el ausilio de la Guía, pierde el encanto que con la primera impresion la imajinacion le presta, volví los pasos hácia la ciudad actual que se presenta, no sé por qué, desapacible i triste, en despecho de las trescientas sesenta iglesias i basílicas que la decoran, en despecho de sus suntuosos palacios, cuya arquitectura grandiosa i clásica está mostrando el teatro de la primitiva resurreccion de las bellas artes. Tres mil años de gloria i miserias agobian demasiado ya los hombros de esta ciudad, sobre la cual se arrastra pesadamente el dia sin el estrépito de las artes, la locomocion i el bullicio de las otras capitales; i la noche está asechando la desaparicion del crepúsculo para echarla encima su manto de plomo que la paraliza repentinamente, dejándola desierta i oscura. El pueblo, tan dramático de ordinario, permanece mudo e inactivo aquí, i si desplega los labios, es solo para pedir limosna, recitando con voz dolorida plegarias a la madona. La limosna es una bella i santa accion sin duda; pero era preciso entrar el mendigo ni honrar la mendicidad como sucede en Roma, donde cardenales i príncipes, bajo el saco i la máscara, tienden la mano a los pasantes para recojer oblaciones destinadas a objetos piadosos. Hai, sin embargo, una época del año en la que durante algunas horas del dia la vida que disimula este pueblo, estalla a borbotones para ocultarse de nuevo, como el agua de las fuentes intermitentes. El dia de mi llegada a Roma la campana del Capitolio empezó a tañer a golpes redoblados pasado medio dia, i un murmullo jeneral respondió de todos los ángulos de la inmensa ciudad a esta señal impacientemente esperada, como la voz del anjel del placer que llama a los muertos a una vida febril. Era la apertura del carnaval. ¡Oh! Entónces se oye palpitar el corazon de la ciudad que hasta poco dormitaba; mil carruajes   —242→   embarazan con su movimiento el tránsito de las calles; gritos confusos de alegría hiendenel aire, i ¡ecco fiori! ¡ecco confetti! ¡ecco siguiri! tales son las letanías que en coro universal cantan en todos los tonos. La muchedumbre afanada i radiante marcha en una sola direccion, i siguiendo sus oleadas matizadas fuertemente como un cuadro del Correggio, el curioso desemboca a la calle del Corso, la mas ancha, la mas rica en palacios, i que desde la Plaza del Pópolo, digna de la antigua Roma por sus estatuas, templos, obeliscos i fuentes, se dirije en línea recta hasta cerca de la Columna Trajana i la base del Capitolio, siguiendo por espacio de media legua la antigua via Flaminia. Todas las puertas, almacenes, balcones i ventanas hasta los quintos pisos, están ya decorados de tapices i colgaduras, carmesí, amarillas i de colores entremezclados, pareciendo cobrar vida i ajitarse las murallas así engalanadas, con la animacion de las cien mil personas que ocupan aquellos palcos improvisados. Un espeso friso de seres humanos llena las veredas de ambos lados, i dos líneas de carruajes van i vienen sin interrumpirse de un estremo al otro de aquel inmenso circo, miéntras que en el espacio restante de la calle, entre los intervalos de uno i otro vehículo, no diré se mueve, hierve en torbellinos la alegre masa popular, condensándose o rarificándose segun que encuentra mas o ménos espacio. En la plaza del Popolo al pié de la Columna Antonina i a lo largo del Corso, estacionan de distancia en distancia músicas militares aguzando con su arjentino estrépito la rabia de placer que de todos se ha apoderado; i si algunos destacamentos de tropas se muestran aquí i allí, mas que de poner órden en aquel animado desórden, sirven para añadir nuevo brillo con sus penachos, yelmos i corazas, al golpe de vista sorprendente que ofrece el espectáculo; porque en el Corso i durante el carnaval, desaparecen todas las pequeñeces prosaicas de la vida ordinaria, inclusos los andrajos populares i la distincion de clases i jerarquías. Todos los tiempos históricos, todos los pueblos de la tierra, aun los caprichos de la imajinacion, tienen sus representantes en el carnaval, como si esta fiesta hubiese sido instituida para reunir por los trajes todas las naciones que en diversos siglos la señora del mundo dominó.

El juego comienza, i un combate jeneral se traba en una arena de una legua, de balcones a carruajes, de éstos a balcones i veredas, i en jeneral de individuo a individuo desde el quinto piso hasta la superficie de la tierra. Oscurecen el aire   —243→   los ramilletes de flores que se cruzan en todas direcciones, i forman nublados blancos los puñados de confites que van a escarmentar alguna máscara descuidada; porque todo este frenesí popular se desahoga lanzando flores i confites, i nunca es mas dichoso el romano que cuando ha logrado que el ramillete emisario sea recibido en propia mano por la persona a quien iba dirijido. Este espectáculo es único en el mundo, i el pueblo romano se alza a la altura de la noble tradicion de Grecia i Roma por la cultura, decencia i urbanidad que muestra en los dias de carnaval. En medio de aquella bataola en que se hallan confundidos i hacinados los nueve décimos de los habitantes, gran parte de los alrededores, i los millares de estranjeros que de toda la Europa acuden, jamas ocurre un tumulto, nunca se oye una espresion descompuesta, i si algunos se esceden, son los estraños, ménos conocedores que los romanos de ciertas reglas tácitas i tradicionales que contienen los arranques de pasion en límites decorosos. Distínguense entre aquellos, sobre todos, los lores ingleses, los cuales juegan el carnaval como hacen el comercio, es decir en grande i por asociaciones, con un capital de dos mil ramilletes, cuatro quintales de confites de yeso, i dos arrobas de verdaderos confites de azucar, haciendo imposible toda concurrencia i arruinando a sus adversarios a quienes sepultan bajo erupciones de flores i yeso. Con esta sola escepcion, el carnaval de Roma es el único placer que aquí abajo no venga mezclado de sinsabores, rico i pródigo de emociones igualmente para el príncipe i para el plebeyo confundidos bajo el difráz.

Dos cañonazos del castillo Sant-Angelo repetidos desde el Capitolio dan la señal de desembarazar el Corso de los millares de carruajes que lo cubren; i para la turba que prolonga el eco por medio de deseargas cerradas de aclamaciones, nuevo incentivo para activar el combate hasta haber apurado hasta el último ramillete. Una vistosa cabalgata de granaderos recorre en seguida todo el Corso, abriendo en el centro un espacio, que no bien pasa, se cierra de nuevo, como si la masa humana que cubre el pavimento tuviese la propiedad de los líquidos. A nuevos cañonazos responden nuevas aclamaciones, i el grito que viene repitiéndose i avanzando como una avalancha, ¡eccogli! ¡eccogli! precede i anuncia la proximidad de los treinta caballos que partiendo de la plaza del Pópolo, i agüijoneados de espuelillas que les azotan los hijares,   —244→   banderolas de oropel, i los clamores de la multitud, se disputan sin jinetes la gloria del vencimiento.

Algunos minutos despues el Corso está punto ménos que desierto; la algazara popular ha ido estinguiéndose poco a poco; aquellos semblantes animados con la embriaguez del contento, recobrando su seriedad habitual, i los grupos de arlequines, griegos, pierrots i polichinelas, colúmbranse marchando silenciosamente por las oscuras calles de atravieso, como si las sombras evocadas por Roberto el Diablo para entregarse a una orjía infernal, hubiesen sido sorprendidas por los demonios i llevadas de nuevo al reposo eterno de la tumba, de donde no debieron de haberse escapado. Esta escena se renueva durante quince dias desde las doce a las cinco de la tarde con la misma animacion i con mayor delirio, si cabe, cada nuevo dia; i si la imajinacion pudiera concebir un espectáculo mas animado que el del Corso, se quedaria mui atras de la realidad al quererse dar idea del último dia del carnaval. Los senadores romanos precedidos de alabarderos, heraldos, trompetas i timbales, atraviesan lentamente el Corso en carrozas doradas i seguidos de tropas numerosas como para anunciar con su oficial presencia que la vida festiva va a tener término i volver el duro remar de la existencia ordinaria. Concluida la carrera de los caballos, i a medida que la oscuridad de la noche aumenta, empiezan a aparecer lucecillas llamadas moceo, moccheti, moccoletti; las ventanas i balcones se iluminan, comunícase el incendio a veredas i carruajes, i a la masa inmensa de seres humanos que bulle por todas partes. Tantas almas hai reunidas, i estas pasan de trescientas mil, tantas luces arden, ajitándose en círculos o en espirales, subiendo i bajando como fuegos fatuos que vagan a merced del viento. El Corso presenta entónces un aspecto único, fantástico, inconcebible como las alucinaciones del espíritu durante el delirio de la fiebre. Los gritos senza moccoletti, repetidos sin descanso por tantas voces, forman un rumor estraño en el aire, que llenaria de pavor al que cerrase los ojos para no ver miéntras oye, i el estampido de un cañonazo pasaria plaza de bostezo al incoporarse en este sonido de una legua de largo, que toma la masa de aire a cada pié de distancia para imprimirle una vibracion nueva. I ¡qué decir del placer que centellea en todo semblante! ¡Qué de los millares de pañuelos que cual lechuzas nocturnas revoletean en torno de las luces para estinguirlas! ¡Qué de la perspectiva de la calle entera vista desde algun balcon, cuando   —245→   las luces lejanas i las próximas caen bajo el mismo punto visual, formando lagos de fuego en el fondo oscuro del espacio! Vénse estas candelillas sin las manos que las sostienen agrupándose en un punto como atraidas por un encanto invisible, dispersándose como despavoridas, saltando, bailando, entrechocándose i desapareciendo...!!!

I miéntras tanto, ¡el carnaval es tan antiguo como Roma misma! Destinado en otro culto a solemnizar la tradicion de la edad primera bajo el nombre de Saturno, la austeridad del cristianismo se ha quebrantado en su presencia, i cansado de luchar contra su tenacidad verdaderamente saturnal, ha sonreido al fin a la vista de sus inocentes locuras, las ha aceptado i dirijido. Los moccoletti fueron instituidos en conmemoracion de Proserpina robada por Pluton, i de la desolacion de las mujeres que la buscaban en la oscuridad de la noche con antorchas encendidas. Fácil era, empero, apartar al pueblo romano del culto de sus antiguos dioses, cuando una nueva relijion mas moral, mas consoladora, mostraba la nulidad e insuficiencia de las creencias antiguas. Pero ¿cómo arrebatar al pobre pueblo tan infeliz cuando era jentil, como despues de que fué cristiano, estos pocos momentos de dicha en los cuales, a merced de un disfraz, el mendigo se finje rei, i el poderoso sacude el fastidio que se pega a los artesones dorados de su palacio, como la telaraña a los rincones de la choza del pobre? I por otra parte, ¡las tradiciones populares son tan persistentes! ¿No conoce Su Señoría, allá en la remota América, jentes a quienes todavía amedrenta el que un perro o un gato negro se les atraviese por delante, no obstante ser cristianos, i aquel insignificante incidente haber sido indicado como de mal agüero por los antiguos augures romanos? La iglesia de Santa María del Popolo fué edificada en Roma para apaciguar los terrores pánicos del pueblo que creia ver errantes en aquellos alrededores fantasmas de Neron muerto muchos siglos ántes, pero vivo aun i terrible en la tradicion popular que sobrevivía a todos los acontecimientos. No por otra razon la calle que conducia en Roma a las termas de Claudio, llámase hoi via de San Claudio, i sobre las ruinas del templo de Apolo fué colocada la iglesia de San Apolinario, nombre que pudiera traducirse el santo o la iglesia apolinaria o de Apolo; tanto cuesta cambiar un nombre o un hábito popular, que ¡vale mas santificarlo! El dia que el gran historiador Niebuhr anunció con diezisiete años de estudio de las localidades i costumbres romanas, que el pueblo   —246→   hoi era el mismo de ahora dos mil años, se rasgó en dos ese dia el velo que ofuscaba la intelijencia de las cosas antiguas; porque lo presente sirvió para esplicar lo pasado, i el estudio de lo pasado daba el por qué de lo presente. Yo aplicaria esta sencilla cuanto luminosa interpretacion a muchas cosas nuevas, que con la inspeccion de los lugares i la presencia del pueblo, se me hacen sensibles i evidentes ahora; pero me fijaré tan solo en una, por ser del resorte de Su Señoría, i por haberme suministrado aquí materia de amigable discusion con algunos sacerdotes. Contemplábamos en Santa María la Mayor un antiguo mosaico que representa a la Vírjen coronada por Jesucristo, cuya circunstancia dió motivo a recordar que esta pintura habia sido citada en uno de los concilios de Nicea (sig IV ) contra los iconoclastas, como una prueba de la antigüedad del culto de María i por tanto de las imájenes de la Vírjen que se muestran en Roma, Jénova i otros puntos de Italia, atribuidas a San Lúcas el evanjelista. Yo me permití tachar de apócrifa aquella tradicion, i para hacer frente a las réplicas víme forzado a apoyar mi disentimiento. Noté que las imájenes en cuestion i que yo habia visto, representaban jóven a la Vírjen, no obstante que en la época de la muerte de Jesus, debia tener por lo ménos cincuenta años, lo que era ya un indicio de falsedad. Pero aun sin hacer uso de esta induccion, bastaba tener presente que San Lúcas era judío, i como tal debia por educacion, por conciencia nacional, mirar como una profanacion la representacion de los objetos venerandos; pues que la lei de Moises lo prohibe terminantemente por un precepto del Decálogo, i Jesucristo no habia dicho nada para derogar este precepto i formar una nueva conciencia entre los primitivos cristianos. Los pocos años que mediaban entre la muerte de Jesus i la de María, no bastaban, en mi concepto, para debilitar una preocupacion relijiosa profundamente arraigada entre los judíos i sancionada por el Decálogo. En los Hechos de los Apóstoles con motivo de ciertas disputas entre San Pedro i San Pablo, vése una muestra de la persistencia de las doctrinas judaicas. El primero, hombre del pueblo, no quiere alejarse de las tradiciones i prácticas relijiosas del hebraismo, miéntras que San Pablo, aunque judío, ciudadano romano, hombre de mundo, filósofo, erudito i capaz de apoyar la nueva doctrina en la tradicion ateniense sobre el dios ignoto, ve las cuestiones relijiosas del cristianismo desde un punto mas elevado, no ya   —247→   en relacion al oscuro pueblo judaico, sino al mundo, a Roma, a Atenas, centro del poder o de la filosofía.

Siguiendo esta induccion, el culto de las imájenes debió principiar a fortificarse cuando sacado el cristianismo de la atmósfera hebrera, vino a levantar sus altares en Roma i echar por tierra las estatuas de los falsos dioses; aquí encontraba un pueblo educado por las bellas artes que ya habian alcanzado su último grado de perfeccion. La escultura, la pintura, el mosaico, entraban hondamente en los usos públicos i domésticos de la nacion; i el dia que Constantino proclamaba el cristianismo como relijion del Estado, abiertos estaban los talleres de mil estatuarios, los fresquistas tenian el pincel en la mano, i las canteras de mármol i piedras preciosas estaban en actividad subministrando a los artífices su materia primera. Podia en buena hora cambiarse el asunto de la representacion; pero no podia estinguirse por un decreto el gusto i el cultivo de las bellas artes, que entre los romanos han sobrevivido a todos los desastres de la barbarie i a dieziocho siglos de vicisitudes; i si en tiempos ménos remotos, el protestantismo iconoclasta hubiese podido penetrar en Roma, habria fracasado contra este invencible espíritu romano, i aquella conciencia popular de la idoneidad de las bellas artes para consagrar en imájenes el recuerdo de las cosas santas; a diferencia en esto de los cristianos de Oriente que habian sido educados en otras ideas por la relijion hebrea, testigo el mahometismo que ha perpetuado la proscripcion fulminada por el Decálogo contra las imájenes. Tan poco artista era el pueblo judío que Salomon hubo de pedir a Tiro arquitectos jentiles para levantar a Dios un templo. Los iconoclastas, pues, se apoyaban en un testo terminante del Decálogo, miéntras que los cristianos romanos i griegos, es decir artistas, a falta de preceptos en contra, apelaban al consentimiento de la iglesia i a hechos existentes, por lo que no es estraño que citasen en su abono el mosaico de Santa María la Mayor; siendo esta cuestion de las imájenes tan fuerte escollo para los cristianos, atendida solo la letra de la escritura, que el protestantismo moderno vino a renovar el disentimiento antiguo de los cristianos de Oriente i de Occidente, la disputa entre San Pedro judío, i San Pablo ciudadano romano.

Si los iconoclastas22 hubiesen triunfado, empero, en los tiempos primitivos, el mundo estaria hoi sumido en la barbarie, i el cristianismo como la relijion de Mahoma, hubiera sido el   —248→   azote de la civilización en lugar de ser su guía i si antorcha. Aceptando las bellas artes, i enriqueciéndolas de tipos mas morales, mas espirituales que aquellos que el politeismo habia podido suministrale, el cristianismo continuó el trabajo antiguo antiguo del injenio humano conservando sin cortarse el único hilo visible que liga a los pueblos modernos a los pueblos antiguos; porque si bien la tradicion de las bellas artes se ha debilitado alguna vez en Roma, jamas pudo, gracias al culto interrumpirse del todo. A las iglesias de Santa María de Araceli, San Estévan el Redondo i otras, construidas sobre columnas sacadas de los templos jentílicicos, siguióse un arte cristiano, i a las estatuas de los dioses, las de la vírjen i de los santos. Despues de las devastaciones de los bárbaros, los artistas se hallaron sin modelos, i casi condenados a crear de nuevo las bellas artes, haciéndolas pasar por la larga i penosa infancia de los siglos que precede a su virilidad. Pero el grupo del Laocoon fué desenterrado de entre las ruinas, reapareció la Vénus capitolina, el Apolo de Belvedere volvió a ponerse en pié, i entónces las bellas artes encontraron la casi borrada huella del arte antiguo; i cuando Rafael descubrió las ruinas de la Domus aurea de Nerón, halló en ella el modelo de los famosos rafaelescos que hoi se admiran en el Vaticano ¡Gloria, pues, al culto redentor de las imájenes! A ellas se debe la salvación del mundo artístico; porque no es solo la representación material para obrar sobre los sentidos del pueblo lo que justifica el culto de las imájenes, sino el desenvolvimiento de una de las facultades mas preciosas del espíritu humano, la facultad de sobreponerse a la materia, concibiendo i realizando en formas palpables, algo que sale de los límites de la naturaleza creada, para entrar en los dominios de Dios creador, porque como Él amasa el barro i le inspira soplo de vida. I en efecto, es preciso venir a Roma para alcanzar a comprender toda la importancia civilizadora del culto de las imájenes. Nuestros santos españoles en América, con sus caras pintadas, i sus arreos de jergon i brocato, esponen a los espíritus elevados a caer en el error de los iconoclastas. No sucede así en Roma en cuyas miriadas de altares se esponen a la veneracion pública, tan solo estatuas de bronce o de mármol, o cuadros ejecutados por los mas grandes artistas; de este modo la relijion se muestra grande por sus símbolos, i si el santo reverenciado fué un dechado de todas las virtudes, la imájen que lo representa es el último i mas acabado esfuerzo del injenio humano. En la Basílica de San   —249→   Pedro no solo se veneran todas las piadosas glorias del cristianismo, sino tambien a los maestros de las bellas artes, i los nombres de Bernini, de Miguel Anjel, Rafael, Ticiano, Dominiquino, Thornwaldsen, Canova, se confunden en el mismo himno que el mármol i el bronce están cantando a la gloria de Dios, que hizo al hombre a su imájen i semejanza creador. Ante esta sublime asociacion de las grandezas del cielo i de la tierra, no hai impiedad que ose manifestarse, i el prostestante que pasea sus miradas atónitas sobre las maravillas de San Pedro, se inclina ante las concepciones del jenio, avergonzándose de la esterilidad de la protestacion que escluye del culto las creaciones artísticas, quitando a Dios lo que es de Dios.

Ni las bellas artes se han circunscrito en los templos de Roma a la representacion de los santos. Las estatuas de los papas, los bustos de los personajes notables, i las virtudes simbólicas, tienen en ellos derecho de ciudadanía. Pio VI ejecutado por Canova está de rodillas delante de la confesion de San Pedro; el Moises de Miguel Anjel medita sentado a los piés de Julio II; i en uno de los mausoleos elevados en San Pedro a diversos papas, tan imprudentemente desnuda yacia la Prudencia, que el Bernini hubo de arrojarla un velo de bronce para que disimulase un poco sus seductoras gracias. ¡Oh! Roma, que fuistes i que eres aun la cabeza del mundo, ¡yo te saludo tambien como Byron! Los siglos, despues de haber hecho su curso sobre la tierra, vienen a reposarse sobre lo alto de algun monumento de la ciudad eterna. En las plazas se alzan obeliscos de granito elevados en Menfis i Tebas en las primitivas edades del mundo; ¡el tiempo ha cernido en vano sus alas sobre ellos! César, Pont. Max. lo erijió una vez en honor del pueblo romano; Paulo, Pont. Max. lo levantó otra despues de caido, segun se lee en la doble inscripcion. Los nombres de Fidias i Praxiteles forman un mismo catálogo23 con los de Canova i Thornwaldsen; millares de columnas de pórfido i de granito i de alabastro oriental, andan hace cuatro mil años poniendo su hombro, adornado de capiteles varios, a los santuarios de las artes; ¡i tal columna que hoi decora la basílica de San Pedro, ha presenciado ántes los festines de los palacio cesáreos, despues de haber sido sucesivamente salpicada por la sangre de las victímas en los templos de Roma i Ejipto donde fué primitivamente erijida! Así el material artístico del culto cristiano en Roma, se compone de los restos grandiosos de todas las creencias que han fecundado el espíritu humano,   —250→   ejercitándose el arte moderno sobre este caudal de estatuas, bajo-relieves, mosaicos i capiteles. Los cultos antiguos deificando las formas, legaban aquella belleza típica, en la cual debia encarnarse para complemento del arte, la belleza moral del cristianismo; por lo que no hai, a mi juicio, profanacion mayor de las cosas santas que la de una imájen cristiana cuyas formas innobles o absurdas están desmintiendo la belleza perfecta i como sobrehumana que debieran representar. Entónces el culto se vuelve material, i el cristianismo se degrada descendiendo hasta el fetiquismo, aquel culto de los pueblos bárbaros que adoran la serpiente del desierto, i los monstruos Gog, i Magog, precisamente porque infunden terror a la muchedumbre brutal i supersticiosa. La artística Roma se cubriria la cara de vergüenza, si viera erejidos en alto algunos de nuestros crucifijos, con sus formas bastardas que rebajan la dignidad del Hombre dios, i aquel su semblante airado a veces, como si quisiera maldecir de sus sufrimientos, en lugar de pedir perdon por sus verdugos, entre los cuales ha de contarse tambien al que tan deslealmente lo ha representado. Asi en Roma la Madona de yeso que el devoto tiene a su cabecera está modelada sobre alguna obra maestra del jenio.

Lleno de este sentimiento del arte he vivido en Roma familiarizando mi ruda naturaleza americana con las sublimes concepciones artísticas; i despues de haber recorrido basílicas, museos, ruinas i catacumbas, en busca de obras maestras, recuerdos históricos o tradiciones cristianas, solia ir a reposarme cerca del Moises en el vecino San Pedro In Vincoli, o ante la Transfiguracion de Rafael, o la Comunion del Dominiquino en el Vaticano. I nosotros, he dicho para mí en aquellos momentos de embriaguez producida por la contemplacion de tantas bellezas, ¿por qué estamos en América condenados a la privacion absoluta el bello artístico, que en sus primeros ensayos muestra el límite que separa al salvaje del hombre civilizado, i en su apojeo es el complemento i la manifestacion mas elevada de la humana perfectibilidad? ¡Pueblos nuevos aquellos, repite la vanidad americana que no obstante encontrarse en esto sorprendida en flagrante delito de barbarie, no consiente en que se la llame bárbara! ¡Pueblos decrépitos diria yo, vástagos podridos de viejo i podrido tronco! Tampoco en España viven hoi las bellas artes; la relijion no piden ya la imájen de sus vírjenes a los talleres que, muertos los Velaquez, Murillos i Riveras, quedaron desiertos i abandonados.   —251→   Por otra parte, reyes que encadenaron a Colon i abandonaron en el olvido a Hernan Cortez, nunca alzaron estatuas a los grandes hombres. Así murió aquella robusta escuela española que en siglo XVI intentó rivalizar con la italiana, i cuyas producciones adornan hoi museos estranjeros; así murió Colon sin que su retrato siquiera nos quedara; así Cervantes ha esperado tres siglos que su patria levantase un pedestal a su fama europea, mas que española. La América fué conquistada cuando la España habia contraido aquel mal de consuncion que la ha minado durante tres centurias, i nuestras sociedades al nacer traian ya el virus. Algunos ensayos de Murillo, aprendiz de pintura entónces, he aquí todo lo que conociamos en América como bellezas artísticas24 ántes de la revolucion, que sin discernimientos echó a los muladares cuantos cuadros adornaban nuestras antiguas casas. I no se cite a los americanos del Norte, en corroboracion de que las bellas artes no tienen cabida en los pueblos nuevos. Norteamérica a su vez nació iconoclasta, he aquí la causa i la diferencia. A ser pueblos nuevos, debiéramos nacer con los instintos de nuestro padre, el siglo en que vivimos, herederos de todas sus adquisiciones; i en esto el Norte i no el Sud de América justifica solo la denominacion; pues que tenia aquel mui desde temprano, mas caminos de hierro que la Europa entera, mas vapores que la propia Inglaterra.

Jénova ha elevado a Colon un monumento, i Florencia una estatua a Américo, miéntras que en los paises descubiertos por el uno, i que llevan el nombre del otro, la gratitud de los que pudieran llamarse sus hijos, no se ha traslucido hasta ahora por ninguna señal visible para honrar su memoria.¡I que suerte ha cabido a nuestros hombres de 1810! Washington i Franklin viven en el Capitolio, pero la losa sepulcral que cayó sobre los nuestros, pesará eternamente sobre sus cenizas.

Felizmente para honra de la América, en el taller de Tenerani, el primer escultor de Roma, vése el modelo de la estatua en bronce que a Bolívar ha mandado elevar un particular de Bogotá en Nueva Granada; i otra en mármol pedida por el gobierno de Méjico. Grecia i Roma sembraban mármoles tallados para cosechar corazones magnánimos, i en Jénova, donde el espíritu de la república que animaba a sus patricios ha fundado todos los establecimientos de beneficencia que existen, cuéntanse mas estatuas de benefactores en un hospital, que no las hai elevadas a los santos del cielo en toda la América. Recientemente se han inaugurado dos en el hospicio   —252→   de incurables, en honor de dos ciudadanos que legaron para su sosten dos millones el uno, i tres el otro. Así se cambia piedra por oro, ¡egoismo por nobles i grandes virtudes! América, empero, créense superfluidades los frutos eternos de las artes, que a su vez eternizan al hombre; i cuando en Chile insistia una vez porque se consagrase un monumento a la piadosa memoria del presbítero Balmaceda, jentes mas piadosas que yo no sabian cómo caracterizar proposicion tan peregrina. Un dia llegará, sin embargo, en que entremos en el buen camino de que vamos tan estraviados, haciendo que se irradie hasta nosotros el arte europeo; pues que no teniendo que desenvolver un arte nuestro, todos los artistas debieran tener entre nosotros derecho de ciudadanía. ¿Necesitamos una estatua? Encomendáramosla a Canova, si Canova viviera aún; porque es solo la posesion del objeto artístico lo que debe hacer nuestra gloria cosmopolita en ésto, sin curarnos de saber dónde quedaron los despojos del mármol desbastado. Otro tanto sucede en Roma, donde los papas protectores de las artes, nunca han inquirido de dónde les vienen los Miguel Anjel, Thornwaldsen, Gibsons, Canova, i tantos otros estranjeros que han dado a las artes de Roma el cetro que conservan.

Preocupado de esta idea he recorrido los talleres romanos, modestos asilos a que no desdeñan descender papas i soberanos, i donde el jenio paciente del artista está laboriosamente tramando nuevas bellezas para gloria de la presente i futura edad. La jenerosa oficiosidad del maestro Cárlos de Paris me ha guiado en esta esploracion quo no considero inútil, i sus luces en la materia han suplido mi insuficiencia para apreciar el mérito de los objeto de arte que se ofrecian a mi admiracion. En América se construyen templos, aunque no siempre puedan los que los dirijen, engreirse de la perfeccion i estilo de su arquitectura; alguna vez los gobiernos desearán elevar una estatua; tal persona piadosa querria enriquecer un altar con un bello cuadro, i en todo caso la opulencia puede tributar homenaje a las bellas artes, darles asilo en sus salones, para honrarse con lo esclarecido de los huéspedes. He creido, pues, oportuno servir a estos intereses nacientes o por nacer, consignando en esta carta algunas indicaciones sobre los artistas actuales, escojiendo entre los que he conocido, aquellos que ya empiezan a figurar en América, o que por el jénero especial de su talento, merecen de preferencia que sean cuanto ántes conocidos.

Entre los pintores que descuellan hoi en Roma cuéntase a   —253→   Coghetti, bergamese, pintor de historia sagrada, i que por la correccion clásica de su diseño i su estilo grandioso, pertenece a la escuela de Rafael. Entre una multitud de obras que han contribuido a formar su reputacion, distínguese la Ascencion de Jesucristo, trabajo colosal, en el cual por la composicion i la elevacion mística del asunto, parece aspirar, ya que no rivalice, a acercarse al ménos a la tan celebrada Transfiguracion. En casi todos los altares de Roma un gran cuadro ocupa la parte central; i Coghetti ha sido encargado por el Papa de la composicion del Martirio de Sa n Lorenzo i de la del de San Estevan para sus altares en la basílica de San Pablo, actualmente en construccion. El gobierno de Méjico le ha encomendado igualmente un cuadro que pudiese servir de modelo de pintura a los jóvenes estudiantes. El artista, para corresponder al fin indicado, ha escojido el momento en que el Eterno maldice a Adan i Eva por la violacion de sus mandatos, con lo que reunia en un grupo sencillo academias de hombres i de mujeres, ropajes en el Padre Eterno, i elevacion relijiosa en el concepto. El terror que la cólera celeste infunde, la vergüenza de la desnudez i la conciencia de la propia culpa, están sublimemente representados en la madre del hombre; miéntras que Adan, sin dejarse abatir por la desgracia, sin maldecir de la mujer querida, aunque causa primera de tantos males, parece disculpar si lijereza, i, cubriéndola con un brazo, escuchar con la cabeza inclinada la enumeracion de las penas que le aguardan.

Me apresuro a hacer mencion de M. Chatelain, aunque no aspira como el anterior a ocupar un lugar en las pájinas variadas de la pintura; pero que no es ménos importante con relacion a la América. Su ambicion se limita a reproducir con fidelidad nunca desmentida, las obras de los grandes maestros, para satisfacer la demanda que de todas partes hai de estos modelos. Su taller está lleno de copias de Ticiano, Rafael, Rivera, i cuantos grandes artistas han recibido ya sancion universal. Los soberanos para palacios i museos, los jefes de la Iglesia para capillas i altares, dan activa ocupacion a su pincel, teniendo actualmente pedidos de Boston i de puntos remotos del mundo por el retrato del papa actual. Como la falta de modelos en América es uno de los grandes obstáculos que el cultivo de las bellas artes encuentra, fácilmente se comprenderá de cuánta ventaja puede ser la adquisicion de copias calcadas sobre las obras maestras de Roma, i casi puede decirse pasadas de una tela a otra, por la habilidad profesional   —254→   del artista. De Paris, es otro artista que hoi brilla solo en un jénero de composicion25, que él ha resucitado por decirlo así (por haberlo cultivado Poussin en su tiempo), enriqueciéndolo De Paris con competentes estudios en la especialidad. Este artista, despues de haberse consagrado algun tiempo al jénero histórico, hizo una larga residencia en Méjico, i en medio de los esplendores de aquella naturaleza tropical, grandiosa, variada i a veces sublime, familiarizó su pincel con las iluminaciones tórridas, i las escenas naturales mas sorprendentes. Vuelto a Roma, rico de imájenes nuevas, se consagró al paisaje histórico, el cual ostentando en el fondo todos los primores de la creacion, se ennoblece por la colocacion en segundo término de alguna escena histórica. Este jénero se adapta admirablemente a las necesidades de la sociedad actual, por la mediana proporcion de las telas que convienen a la decoracion de salones i gabinetes. Su Paso del Mar Rojo es sublime como composicion i brillante de luz i de accidentes naturales. El sol poniente prolonga sus irradiaciones sobre la atmósfera polvorosa del desierto. La marea viene estrellándose contra las rocas de la costa, e iluminadas las ondas oblicuamente por los rayos del sol, dejan ver la escena desastrosa de un ejército sorprendido por la vuelta de las aguas, miéntras que Moises, vestido de blanco segun el uso inmemorial de los árabes, domina desde lo alto de las rocas al pueblo que ha salvado, i a los enemigos que aniega bajo las olas, cuyo furor incita con la vara milagrosa que tiene alzada en alto, al mismo tiempo que grupos de hebreos sobrecojidos por el prodijio que presencian, parecen entonar el famoso himno del desierto. Las montañas secas i escarpadas, el mar alborotado, la atmósfera turbia, el lujo oriental de carruajes, caballos i jefes ejipcios que se aniegan a la luz del sol que ilumina de frente estos objetos, prolongando sus sombras como a la caida de la tarde, dan a este cuadro una riqueza de colorido que aumenta la solemnidad del asunto.

No es ménos importante su Monte Calvario. El pintor ha puesto la escena en lo alto del Gólgota, i los espectadores reunidos a millares a causa de la fiestas de la próxima pascua, agrupados en diversos planos segun que los accidentes del terreno permiten ver la escena. El primero i segundo término ocúpanlo los curiosos vestidos con toda la gala oriental; pero en tercer plano hai un grupo que da a la composicion el interes dramático que inspira. María, la pobre madre del ajusticiado, ha venido acercándose al lugar fatal en el momento   —255→   en que sostenida por cordeles empieza la cruz a enderezarse. El grito de la mujer herida en la parte mas sensible de su existencia, herida en el amor maternal, parece resonar aun por entre las concavidades de las peñas, segun es de aflijente la espresion de la Vírjen i segun son los esfuerzos que por consolarla hacen San Juan i la mujeres que la acompañan. El rayo i el huracan que se desencadena al anuncio de la muerte del Redentor, iluminan i dan movimiento fantástico a todo aquel conjunto. De Paris, hermano del viscónsul de Méjico, en relacion con los artista de Roma, i mui entusiasta por la América, que ha conocido en Méjico i de donde hizo venir jóvenes a estudiar la bellas artes a Roma, puede ademas servir de intermediario entre los americanos aficionados i los artistas romanos, poniendo a los primeros a cubierto de errores de dinero o de mérito en las adquisiciones artísticas que deseen hacer.

Distínguense, ademas, como pintores Podesti, cuyo cuadro del Juicio de Salomon ha merecido aceptacion jeneral; Consoni, Chierici, Galofre, español, i otros muchos. Entre los escultores descuellan Tenerani i otros, de entre los cuales por convenir al objeto con que hago estas indicaciones, solo citaré algunos. Barba, encargado actualmente del sepulcro que a la madre del banquero Torlonia ha de erijirse dentro de San Juan de Latran, i que se compone de un bellísimo grupo de estatuas mas grandes que el natural; pero la obra mas importante de su cincel es un grupo de José i la mujer de Putifar, que los intelijentes colocan entre los primeros trabajos del momento presente. Benzoni, es otro escultor que goza de celebridad en los grupos de niños sobre todo, de los cuales son los principales una pequeña niña que arranca a un perro una espina de la pata; i la misma niña dormida, miéntras el perro la salva de una vívora que amenazaba morderla. Estos graciosísimos grupos han sido reproducidos varias veces, con variaciones mas o ménos sustanciales. Este escultor es ademas autor de un bello grupo del Amor i Siquea, en el que ha ostentado toda la gracia que el asunto requeria. Galli, digno discípulo de Thornwaldsen, i sin rival hoi en el diseño i ordenacion de bajorelieves, es un escultor de mérito igual en asuntos sagrados i profanos, por su estilo que imita la correccion i gracia de los antiguos. Trabaja actualmente estatuas colosales para San Pedro, i adornos para la Capilla Torlonia. Agneni, fresquista profundamente versado en la teoría i en la práctica de todos los ramos de su arte, es acaso el único jóven   —256→   de mérito, que con aptitudes iguales, se halle en circunstancia de ponerse en América a la cabeza de un establecimiento público de enseñanza de las bellas artes, en caso de ser solicitado. Ultimamente, si hubiese de designar un arquitecto para complemento de la anotacion, ninguno llenaria a mi juicio las comisiones que se le confiaran, mejor que el señor Cippolla, pensionado en Roma del gobierno de Nápoles, jóven de talentos estraordinarios, i que ha hecho estudios tan profundo sobre el arte antiguo, que examinando las bases da la série de monumentos que constituian el santuario de Prenesto, el San Pedro de los antiguos romanos, i estudiando los estucos fragmentos de cornizas, i capiteles encontrados entre sus ruinas, ha emprendido con éxito restaurar el plan jeneral del edificio, con todos sus detalles, i el carácter i jénero de arquitectura de cada pieza separada, segun la época a que pertenecieron, trabajo colosal, como se ve, i que revela una erudicion no comun, al mismo tiempo que de su buen gusto dan muestra irrecusable algunos planos de altares, palacios, i villas de que ha sido encargado.

Su Señoría Ilustrísima perdonará en obsequio del buen deseo, lo minucioso de estos detalles, al parecer fuera de propósito en esta carta. Pero como la barbarie hace por algunos puntos de América admirables progresos, de lo que la Capilla de Nuestra Señora de los Desamparados es una prueba en su diócesis, no considero por demas indicar los arquitectos i artistas que pueden, llegando el caso, decorar dignamente un templo u otro monumento público. Hablaréle ahora de lo que mui desde el principio debiera haberle hablado, de Su Santidad Pio IX, el jefe actual de la Iglesia, que tan profundo interes exita hoi en el mundo.

Pio IX, a mas de su alta posicion como jefe de la Iglesia, tiene para nosotros la circunstancia, sin antecedente hasta hoi, de haber recorrido la América del Sud, i dejado amigos i simpatías en Montevideo, Buenos Aires, Santiago de Chile i Valparaiso; por lo que millares de americanos pueden vanagloriarse de haber visto de cerca al que hoi se les anuncia revestido de los prestijios casi divinos del Sumo Pontificado. Tiene ademas para mí, el mas encumbrado de todos los títulos a la veneracion de los pueblos cristianos, cual es el que le viene de haber quitado a la arbitrariedad de los gobiernos la sancion de la relijion, como que la libertad no es mas que la realizacion mas pura de la caridad cristiana, dejando a cada uno el libre arbitrio en que todo el dogma se funda; haciendo   —257→   desaparecer de los actos públicos la violencia i la sangre, contra las cuales la mansedumbre cristiana ha protestado en vano cerca de veinte siglos.

Con tales antecedentes sobre el espíritu e ideas del nuevo Papa, puede imajinarse Su Señoría con cuánto placer recibiria el billete del camarero de palacio que fijaba la hora de mi recepcion en el Quirinal, i si debí cumplir de buena voluntad con el ceremonial que prescribe hacer tres jenuflexiones hasta besar el pié de Su Santidad, quien no bien hube terminado mis reverencias, «señor Sarmiento, me dijo, con bondad i en buen español, de qué punto de la América del Sud es Ud.? -De San Juan en la República Arjentina, Santo Padre. -Ya estoi; San Juan de Cuyo, al Norte de Mendoza, como... tres o cuatro dias de camino. -Dos cuando mas. -Si (sonriéndose) pero Uds. viven a caballo, i corren en lugar de caminar. Yo he andado por esos paises, i conozco a Mendoza, Buenos Aires, Chile... -Lo sabemos, Santo Padre, i los pueblos de América que tuvieron la felicidad de hospedarle, habrán recibido con entusiasmo la noticia de la exaltacion de Su Santidad al Sumo Pontificado. Es el primer Soberano Pontífice que haya visitado la América -Si, es verdad... Dígame Ud... ¡Rivadavia!... el Jeneral Pinto, ¿que es de ellos? Su voz tomó repentinamente un acento grave al hacerme estas preguntas, cuya solucion le interesaba tanto mas, cuanto que era yo el primer americano con quien hablaba despues de su exaltacion. -El primero ha muerto no ha mucho, le contesté, en Cádiz, desterrado i en la miseria; su administracion cayó en 1827 a causa de las resistencias que suscitaron sus reformas políticas i relijiosas, i sus partidarios han sido espulsados o esterminados. -¡Oh! esclamó con un acento profundo de disgusto, al parecer mezclado de compasion i horror. -El segundo, continué, por causas análogas dejó el gobierno en 1830, i mas feliz que Rivadavia, pudo retirarse a la vida privada donde permanece respetado i tranquilo. -Pero los gobiernos actuales, ¿cómo son? Está siempre a la cabeza de los negocios aquel partido...(el Papa buscaba una palabra)... ¿ultrarepublicano? -Yo veia venir esta pregunta, i presumí que por la conciencia de su propio pecadillo, no queria, apellidarlo liberal, aunque con el epíteto de ultra, que tanto desmejora la droga. Hícele, pues, una breve reseña de los cambios políticos obrados en aquella parte de América despues de 1830, por lo que respecta a Chile; pues por lo que hace a nuestro pais, era yo demasiado feliz en aquel momento para suscitar recuerdos   —258→   dolorosos, i que tanto humillan a nuestra pobre patria. Mostróse Su Santidad mui satisfecho de los sentimientos de moderacion que animaban al gobierno de Chile, no obstante su ultrarepublicanismo, puesto que traté de hacerle comprender cómo la idea de la monarquía repugnaba a nuestros hábitos, i cuánta sangre, crímenes i barbarie habia traido el gobierno absoluto de uno solo en algunos puntos de la América del Sud. Observóme que aquellos gobiernos no tenian consistencia, a cuya objecion satisfice lo mejor que pude, alegando en mi apoyo, los diez i seis años de paz de que Chile habia disfrutado sin cadalsos i sin despotismo.

En seguida me hizo mil preguntas sobre personas que habia conocido en América; un señor Donoso, otro Tagle, de Santiago; un Palazuelos de quien le dije que era muerto, cuya noticia le causó una vivísima impresion; observándome que a la fecha debia tener 43 años, inferí, rectificando el error, que hablaba de don Pedro, i haciendo yo un movimiento involuntario de hombros i de manos para caracterizar la espresiva mímica del individuo; ¡ese es! me respondió rebozando de alegría con la seguridad de que aun estaba vivo. Preguntóme por el señor Eyzaguirre; recordó la memoria de nuestro deudo el Obispo Oro, i me pidió noticias de Su Señoría. En fin, despues de otros varios detalles, quiso informarse del objeto de mi viaje i del tiempo que permaneceria en Roma diciéndome que me veria con gusto a mi regreso de Nápoles con lo que me retiré despues le haberle besado la mano que me tendia para evitar que me postrase segunda vez. Bien deseaba yo tener esta segunda entrevista, para premunirlo contra las intrigas que andaban anudándose en la Curia, contra mi digno amigo el señor Donoso, obispo electo de Ancud, i a quien desfavorecian informes siniestros de algunos enemigos suyos en Chile. No habiendo por la rapidez de mi viaje podido realizarla, me contenté con informar de ello a mis amigos en América i al señor Irarrázaval, que venia en camino para Roma.

No puedo abandonar este asunto, sin detenerme un poco sobre los antecedentes de este fausto advenimiento de Pio IX, que tan alto lugar ha de ocupar en la historia de los pueblos cristianos.

Gregorio XVI, el antecesor de Pio IX, acababa de fallecer, i el cónclave de cardenales se reunia para la eleccion de un nuevo papa, bajo la influencia de todo jénero de alarmas e incertidumbres. Del acierto de la eleccion dependian la tranquilidad   —259→   de Roma, las vidas de centenares, i acaso la existencia misma del papado, en cuanto gobierno político. La efervescencia de los espíritus habia llegado a su apojeo durante los últimos años del reinado de Gregorio XVI; la revolucion de la Romania acababa de ser sofocada; las prisiones de estado rebosaban con presos por causas políticas, i la sangre habia corrido en los cadalsos, i aun en matanzas desordenadas. La muerte del anciano Gregorio XVI ponia en nuevo conflicto al gobierno papal, i tal punto habian llegado las cosas, que, o debia armarse de todos los rigores de los gobiernos terroristas, llenar de patíbulos todo el estado pontificio, enlutar familias enteras i recordar a los romanos los tiempos de Neron o de Cómodo; o bien cambiar súbitamente de política, hacer concesiones a la opinion pública, i otorgar a sus súbditos los derechos que hoi dia pertenecen a todos los pueblos civilizados. Porque es preciso decirlo, el gobierno pontificio no habia esperimentado ninguna de aquellas saludables reformas que, a costa de tantos trastornos, han obtenido los pueblos modernos en estos últimos tiempos. Existe en Roma un patriciado rico e ilustrado, que goza de un gran prestijio entre el pueblo i la clase media, por el cultivo de las bellas artes que tanto eleva el espíritu, por las tradiciones históricas que tan poderosa influencia ejercen sobre las naciones; i posee aquel sentimiento de la propia dignidad, que hace al hombre sobrellevar con impaciencia la arbitrariedad de los gobiernos. A esta circunstancia se añadia en el pontificado la singularidad de ser sacerdotes los empleados públicos, los jueces, gobernadores de provincia, i algunas veces hasta los jenerales de los ejércitos, gravitando, ademas, sobre los laicos el peso de abusos inveterados, el monopolio del pan i de la carne, la venalidad de algunos empleos, la arbitrariedad de los tribunales de justicia, las comisiones permanentes para las causas políticas, i las persecuciones por opiniones, por parentesco, amistad i simpatías, mezclándose la relijion i la política, para castigar con actos reconocidamente malos, ideas, acciones i juicios reconocidamente buenos. «En esos tribunales, dice un escritor contemporáneo, verdaderos corta-cabezas, los mismos hombres son a la vez acusadores i jueces; no hai libertad en la defensa; ni aun en la eleccion del defensor, que el mismo tribunal impone, elijiéndolo de entre sus paniaguados: procesos oscuros, ocultos, redactados en el sentido de la acusacion, e indefinida i arbitraria la clasificacion de la culpa, por la   —260→   cual se castigan como delitos de lesa majestad, las opiniones, los pensamientos, i aun las afecciones del corazon».

Nada de exajerado pedian los revolucionarios de la Romania, sino la simple reforma de los abusos que mas gravitaban sobre el pueblo romano. «Pedimos que conceda el gobierno, decia Pietro Renzi en su manifiesto, plena i jeneral amnistía a todos los reos políticos desde el año 1821 hasta el presente (1845);

»Que dé códigos civiles i criminales, modelados sobre los de los demas pueblos civilizados, i que consagren la publicidad de los debates, la institucion del jurado, la abolicion de las confiscaciones i la pena de muerte por delitos políticos;

»Que el Tribunal de Santo Oficio (la inquisicion existe en Roma) no tenga jurisdiccion sobre los laicos;

»Que las causas políticas sean secruidas i sentenciadas por los tribunales i segun las leyes ordinarias;

»Que los empleos i dignidades civiles i militares sean desempeñados por los seglares;

»Que la educacion pública sea sustraida de la sujecion a los obispos;

»Que la censura previa de la prensa sea limitada a prevenir las injurias contra la Divinidad, la Relijion, el Soberano, i la vida privada de los ciudadanos;

»Que las tropas estranjeras (los suizos) sean licenciadas;

»Que se instituya una guardia nacional;

»Que, finalmente, éntre el gobierno en el camino de todas las mejoras sociales, que vienen apuntadas por el espíritu del siglo. &c., &c., &».

A todos estos clamores tan moderados, sin embargo, se habia mostrado sordo el gobierno pontificio, persistiendo i obstinándose en agravarlos con actos de persecucion del todo injustificables. Como en los tiempos antiguos, el pueblo romano se retiraba al monte sacro, para protestar contra las injusticias de los patricios; en Faenza los ciudadanos se habian visto forzados a reunirse armados en la plaza pública, para pedir satisfaccion i garantías contra los indignos ultrajes, que diariamente recibian en sus casas i personas, de una cuadrilla de campecinos estúpidos, que obraban o bajo la influencia del gobierno, o animados por su tolerancia; instrumentos brutales de una política aborrecida, de que no han faltado ejemplos en América.

En medio de todos estos desórdenes, las ideas del público eran, sin embargo, claras i fijas; la conciencia pública estaba   —261→   perfectamente formada, i la desaprobacion universal que la marcha del gobierno encontraba, habia dividido el Estado romano en dos sociedades distintas; una que gobernaba, apoyada en cinco mil soldados alemanes i suizos, que por lo jeneral ignoraban el idioma italiano, i otra de nobles, de artistas i de ciudadanos pacíficos; una, en fin, de verdugos, i otra de víctimas.

Como este estado violento era comun a toda la Italia de muchos años atras, los escritores italianos, Mazzini, Péllico, Renzi, Galletti, el Abate Gioberti, todos, en fin, cuantos se sentian dotados del don de la palabra, al mismo tiempo que atacaban las pequeñas i rastreras tiranías italianas, inculcaban en los ánimos la idea de la nacionalidad itálica, i la necesidad de reunirse bajo un gobierno central que, dejando a los príncipes italianos la plenitud de su independencia, bajo formas moderadas i regulares de gobierno, constituyese de toda la Italia, tan deprimida hoi en la balanza política de Europa, una nacion respetable, con una marina comun, representándose los diversos soberanos por ajentes en un congreso italiano. El Abate Gioberti, sobre todo, habia inculcado esta idea en una voluminosa obra que tiene por título: Del primato civile e morale degli Italiani, en la cual, exajerándose la importancia de su nacion en los destinos humanos, hasta dar el epíteto de bárbaros a los franceses, ingleses i alemanes de hoi, inculca la idea de aquella sentida comunidad italiana, hallando en el papado mismo, un centro natural, forzoso i conveniente para el establecimiento de una representacion italiana bajo la éjida de la tiara, que no puede alarmar las susceptibilidades de los príncipes cuya soberanía tiene hoi subdividida la nacion. Todo esto, bien entendido, en el supuesto de que la política del gobierno pontificio entrase en el espíritu e interes de los pueblos, i abandonase el sistema de opresion i de oscurantismo que la influencia austriaca le habia impreso. Cito esta obra, publicada en Paris en 1844, porque en ella se encuentran contenidas muchas, si no todas las ideas que actualmente ajitan a la Italia, bastando para juzgar de la aceptacion con que ha sido recibida, el saber que estuvo prohibida durante el anterior papado, i que en Venecia i Milan jemian aun en 1847 en los calabozos, aquellos a quienes la policía austriaca habia encontrado en posesion de algun ejemplar de ella.

En los momentos, pues, de la muerte de Gregorio XVI, millares de presos políticos reenchian las cárceles i los castillos;   —262→   las guardias se hacian con bala en boca; toda la Italia estaba llena de emigrados romanos, i el odio público excitado por los recientes sucesos de la insurreccion sofocada de la Romania, se habia cambiado en aquella inquieta espectacion que acompaña a las grandes. crísis. El cónclave de los cardenales se reunia bajo estos siniestros auspicios. ¿Iba a continuarse la política del papa difunto? ¿Qué se hacia con los presos políticos? ¿Qué concesiones se hacia a la opinion pública, o qué nuevos rigores se habian de ensayar para dominarla, i aterrarla? Hé aquí las únicas cuestiones que habia que ventilar para la eleccion de un sucesor de S. Pedro, del representante de Jesucristo en la tierra.

Para la completa intelijencia de estos acontecimientos, es preciso recordar que los gobiernos civiles de Europa ejercen una grande influencia en la eleccion de los papas. En los tiempos de la grandeza i preponderancia española, durante los reinados de Cárlos V i Felipe II, la España exaltaba al pontificado a sus protejidos i protectores; en seguida ejerció esta influencia la Francia, hasta que últimamente, despues de la revolucion francesa, i la decadencia española, quedó el Austria esclusiva influencia política directora de las maniobras del escrutinio. El Austria habia aconsejado, mandado, la eleccion de los papas precedentes. Su inspiracion guiaba todos los actos del gobierno romano, i esta vez era de temer que prevaleciendo en el cónclave la influencia austriaca, las cosas continuasen el mismo camino que los antecedentes les tenian trazados. Por fortuna la Providencia habia preparado las cosas de otro modo. M. Rossi, emigrado largo tiempo en Francia, actor en la revolucion de 1830, profesor en la Universidad de Paris, vuelto a Roma, habia sido nombrado embajador de Francia por Luis Felipe; i ya fuese sujestion de su gobierno comitente, para arrebatar al Austria la importante direccion de los negocios del papado, ya fuese inspiracion personal nacida de su propio convencimiento26, el enviado de la Francia, italiano i romano de oríjen, perfectamente conocedor del personal del cónclave cardenalicio, puso mano a la obra de sacar al papado del mal camino en que una política peor aconsejada lo habia echado, i salvar a sus compatriotas de los males que los amenazaban. M. Rossi conocia íntimamente al cardenal Mastai, poco influyente hasta entónces en los negocios públicos, i alejado naturalmente de un sistema que tanto debia repugnar a sus convicciones i a la nobleza de su corazon. Seria empresa temeraria buscar los antecedentes que han motivado   —263→   en Pio IX, aquel completo antagonismo de ideas que desde entónces lo separaban tan diametralmente de la mayoría de sus colegas. El jóven conde de Mastai habia mostrado, desde sus primeros pasos en la carrera eclesiástica, un espíritu conciliante, una intelijencia e instruccion aventajadas, i en prueba de ello, tan jóven como era en 1823 (treinta i tres años) i tan humilde en la jerarquía sacerdotal, simple canónigo, habia sido elejido consejero privado del primer nuncio apostólico que se enviaba a América. Este viaje mismo no ha debido contribuir en poco al libre desenvolvimiento de sus ideas. Nada perpetúa, el atraso de las naciones tanto como el aislamiento. Matan a la España i a la Italia su forma peninsular i los Pirineos i los Alpes. Las preocupaciones locales parecen arrastrarse en un punto dado, cuando las montañas estrechan el horizonte, o la falta de contacto con otros pueblos priva al espíritu del espectáculo de otras preocupaciones, que comparándose entre sí se destruyen recíprocamente. Mastai hala visitado a Buenos Aires i Santiago de Chile, en los momentos en que estos pueblos se entregaban a todas las ilusiones de un porvenir que juzgaban con envanecimiento, grandioso i fecundo en bienes. Acababan de derrocar un gobierno absoluto, i se preparaban a fundar uno nuevo, sobres las bases del derecho, la igualdad, i la justicia; i si bien el sacerdote, el enviado, tuvo en la persona de Mastai ocasion27 de no quedar satisfecho de la conducta de los gobiernos americanos; el individuo, el jóven entusiasta por lo que es esencialmente bueno, el pensador, ¡cuánto no debió gozarse a la vista de estos pueblos nuevos, preludiando en la carrera política, llenos de esperanzas i de fe en el porvenir! Vése en la narracion de su viaje, cómo simpatiza su intérprete, segun lo que él mismo ha debido sentir, con los chilenos que por su propio esfuerzo habian sacudido un yugo ominoso. ¿A su vuelta a Italia, entre sus sueños de ambicion, si alguna vez pasaron por su mente, no entraria la idea de conceder a los italianos sus compatriotas, esa misma libertad porque estaban allí tambien inútilmente luchando? ¿No era mejor i mas fácil obrar así, que ensangrentar la plazas con ejecuciones diarias, rodearse para gobernar de esbirros aborrecidos, i hacer de la mision apostólica del papado una sucursal de las torpezas de la Rusia? Así al ménos lo indica al contemplar con la mente la catástrofe de Santa Helena.

Sea de ello lo que fuere, la verdad es que M. Rossi, conociendo los sentimientos e ideas del cardenal Mastai, lo propuso   —264→   al cónclave como candidato al papado, en oposicion a Lambruschini, el indicado por el Austria, i que el cónclave, aterrado por la gravedad de la circunstancia, deseoso de lavarse las manos de les crímenes i persecuciones que la continuacion de la política pasada traia aparejados, el cónclave, digo, sin echar mano esta vez de las demoras, intrigas i supercherías de otras veces, el diez i seis de junio de 1846, nombró en pocas horas i por una mayoría competente, soberano Pontífice al cardenal Mastai, el cual al recibirse adoptó el significativo nombre de Pio, que encerraba en sí el programa entero de su administracion.

I en efecto, apénas el cañon de Sant Angelo anunció a la inquieta Roma su exaltacion, el jubilo estalló por todas partes, por aquella secreta revelacion que el pueblo tiene casi siempre de las cosas que le interesan. El primer acto de su pontificado fué al mismo tiempo el mayor acto de clemencia, la manifestacion mas noble de una alma comprimida por largo tiempo, i que se desahoga, acumulando bondad sobre bondad, alentando a los que dudan, haciéndose el escudo de los perseguidos. El acta del diez i seis de julio de 1846 con que se inició el pontificado de Pio IX, es no solo un monumento político, único en su jénero por la amplitud i liberalidad del perdon, sino tambien un monumento literario, por la ternura de los sentimientos espresados, i por la especie de dilatacion del corazon que se deja ver en casa uno de sus artículos, estendiendo las concesiones del primero por las disposiciones del segundo, amplificadas éstas en el tercero, i así sucesivamente hasta el fin.

A la publicacion de ese estraordinario i nunca esperado decreto, se siguió la apertura de las cárceles de Estado, i los castillos de Civita-vechia quedaron en una hora desiertos de los28 centenares de tristes huéspedes; que por largos años habian29 habitado sus oscuros calabosos. Roma es acaso la ciudad del30 mundo que mas calamidades ha sufrido. La historia recuerda el vértigo que a la muerte de Neron se apoderó de los ciudadanos31, los cuales salian a las calles con el gorro encarnado32 de los libertos, a abrazarse sin conocerse, a llorar del placer33 de encontrarse vivos, a olvidarse con la esperanza de mejores34 tiempos, de los horrores de que habian sido testigos. Otro tanto sucedia entre los primitivos cristianos, al proclamar Constantino al cristianismo relijion del Estado. Los mutilados que habian sobrevivido al martirio, salian de las oscuras Catacumbas, donde vivian ocultos, para gozar en las calles   —265→   de Roma del aire libre i de los rayos del sol, de que se habian visto privados; el pueblo se hincala de rodillas ante ellos para adorarlos, como a confesores de la fe hasta entónces perseguida a muerte; i los cristianos corrian a los templos, subian a las alturas o descendian a las capillas secretas de las Catacumbas, a desahogar en oraciones e himnos de gracias, el gozo de que se sentian abrumados. La amnistía del nuevo Papa renovaba para Roma el recuerdo de aquellas peripecias súbitas de su historia. La ciudad entera se lanzó a las calles, sin saber a qué, sintiendo estrecho para sus emociones el hogar doméstico. Millares de presos, desconocidos, envejecidos en la prision, medio desnudos, con el pelo desmelenado35 i la barba entera, corrian de un monumento a otro, estasiándose a la vista de aquellos enválidos de la antigua gloria de la patria, embriagándose con las emociones que en un corazon italiano produce el espectáculo de lo bello, de lo artístico; interrumpidos en fin, en sus correrías de locos, por una familia que queria reconocerlos, por una madre que pedia noticias de su hijo, preso muchos años, sin acertar a dar señas que conviniesen al cambio esperimentado por la edad. I luego, aquella muchedumbre romana que llenaba las plazas i el Corso, abrazándose, i riendo con las lágrimas en las mejillas, se la veia dirijirse hácia el Capitolio, i allí ante la estatua ecuestre de Antonino Pio, las de Castor i Polux, la Minerva, i el palacio fabricado por Miguel Anjel, el inmenso Pópulo romano como en los tiempos antiguos, entonaba himnos en coro universal en alabanza del nuevo para, del nuevo emperador, del Marco Aurelio moderno. La ciudad se iluminaba espontáneamente, i del Capitolio el pueblo descendia en procesion para subir al monte Cavallo, i hacer llegar en el Quirinal hasta los oidos de Pio IX, el clamor unísono de cien mil voces humanas que lo aclamaban, Pio, Grande, i Salvador de la Italia; pidiéndole que desde el balcon echase sobre ellos i sobre la tierra, la bendicion papal, tan grata para los romanos cuando les viene de un príncipe amado.

Un cura de campaña, testigo de estas manifestaciones de regocijo, describe al obispo de su diócesis las fiestas romanas, con aquel colorido de las sensaciones esperimentadas, que no puede imitarse; por lo que prefiero insertar la parte narrativa de su carta. Estas fiestas ademas tienen el sello artístico i popular que caracteriza todos los actos públicos del jenio italiano. «Escribo, dice, mas bien bajo la influencia de la conmocion que del entusiasmo; escribo, porque mi alma siente la necesidad   —266→   de comunicar a los otros, los efectos esperimentados al ser partícipe de cosas grandes. De mi parroquia, en cuyo ministerio me siento casi envejecido, me trasladé a Roma, i conmigo casi todos mis feligreses; no quedando en casa sino los ancianos i los niños, i aun de éstos no todos. Por todas partes resuena el grito de la bondad de Pio IX, de aquella virtud que es el patrimonio de la grandeza, por lo que yo no podia resistir al deseo de ver a este hombre raro. Tardaba para mí el momento de verle levantar la diestra i bendecirme. En el vapor, que se encuentra en el puente Felice, nos embarcamos cerca de cuatrocientos.

»No bien hube llegado a Roma i despues de haber pasado el ménos tiempo posible en la hospedería, estuve pronto para ver lo que de grande i de bello presentaba la ciudad de las siete colinas. Mi pobre pluma, acostumbrada a escribir homilías i catecismos para mis feligreses, no puede describir con propiedad lo que he visto en Roma en esta circunstancia. Hai ademas cosas que no pueden describirse; porque el entusiasmo, la admiracion, el gozo se sienten sin alcanzar a pintarlos. Su Señoría conoce el Corso de Roma. Dos filas de altas columnas fueron plantadas sobre la orilla de las veredas, i sobre cada una ondeaban dos banderas cruzadas, blanco i amarillo, con el escudo del Pontífice, i el mote que resuena en los labios de todos; ¡Viva Pio IX! Eran en todos mil ochocientas banderas36; sin contar con las innumerables hechas para llevar en la mano, de las cuales tenia una cada jóven de uno i otro sexo. En el fondo del Corso, tras de las dos iglesias de Santa María dei Miracoli, i la Madonna di Monte Santo, se eleva un majestuoso arco de triunfo de noventa palmos de alto i mas de ciento de ancho, imitando el de Constantino, por el arquitecto Felice Cicconetti. Adornábanlo ocho majestuosas columnas, con capiteles corintios, i ejecutadas con toda la perfeccion del arte. Sobre estas columnas se elevaban otras tantas pilastras, que sostenian los pedestales de los jenios de las provincias romanas ejecutados en plástica; seis bajo relieves adornaban esta majestuosa mole. Los dos que miraban hácia el Corso representaban: Jesucristo que da las llaves a San Pedro; Los apóstoles con la Vírjen en el cenáculo en el momento que desciende sobre ellos el Espíritu Santo; otros dos, el Pontífice dando la paz; dando audiencia pública. Descollaba sobre el arco un grupo colosal de tres estatuas. El Pontífice con la de la Paz a la izquierda teniendo un ramo de olivo i una corona,   —267→   i la Justicia con el leon reclinado a la diestra; bellísimo pensamiento que espresa el justitia et pax osculatoe sunt.

»El alba de la mañana del ocho apareció serena como los votos i los deseos del pueblo romano, que mil veces rogó a la Vírjen a fin de que ni lluvia ni mal tiempo turbase aquel dia para él tan solemne. Todo el Corso estaba adornado de gala; paños, rasos, damascos, guirnaldas, colgaban de las ventanas i balcones. El palacio Rúspoli, donde está aquel famoso café iluminado con gas, no presentaba en el primer piso sino una majestuosa galería por direccion i a espensas del Señor Rissi. Leíanse inscripciones en el hospital de San Giacomo, en el casino del palacio Costa, sobre el arco triunfal, i sobre las telas pintadas que adornaban el semi anfiteatro erijido al pié del Obelisco del Pópolo; inscripciones en muchas ventanas, almacenes i balcones, muchas de ellas bíblicas.

»Mas he aquí que el alegre resonar del bronce anuncia el arribo del Sumo Pontífice; la via del Corso se cubre de pueblo que en grata ajitacion anhela por ver a Pio IX. El noble cortejo procedia lentamente, i era precedido no de guerreros, sino de un escuadron de jóvenes, que con un ramo de olivo elevado en alto i una bandera en medio, venian cantando el hosanna. Sobre su pasaje se esparcian flores i ramos de olivo; flores derramadas por manos delicadas llovian desde los balcones sobre las carrozas. Por todas partes se ajitaban banderas i pañuelos al grito incesante de ¡viva! dando a estas escenas mayor movimiento el ahinco de cada uno para ver al paso al objeto de tanta felicidad, de donde resultaba el continuo ondear del pueblo. Mi primer deseo fué en este dia satisfecho: vílo i derramé lágrimas de placer, porque la dicha tiene tambien sus lágrimas que nada puede contener.

»El cortejo se detuvo cerca del Arco, por indicacion del Pontífice que quiso ver la obra de la gratitud i de la admiracion de sus compatriotas. ¡Cómo podré yó, oh Monseñor, describir el espectáculo que presentó en aquel momento la ¡Piazza del Pópolo! Cómo describir aquel agrupamiento de jente, ondeando como el mar; aquel contento que se manifestaba en todos los semblantes, aquel panorama que presentaban los palcos adornados con variedad, i sobre los cuales tremolaban banderas i ¡cien otros emblemas! Sobre la pendiente del monte Pincio, hombres i niños se trepaban sobre las estatuas de mármol que por aquel lado se levantan; i de todas partes al ajitar de los pañuelos, los vítores universales sofocaban el sonido de las bandas militares. Pio IX ¡vió aquel espectáculo,   —268→   vió aquel pueblo, i lo bendijo! ¡Cuán ajitado ha debido sentir su corazon en aquel sublime momento, i cuán inescrutables son los secretos de Dios! Hé aquí un hombre que, misionero i enviado apostólico a Chile, cinco o seis lustros há; despues sacerdote de celo i de caridad en Roma, recibe ahora los homenajes mas puros i cordiales, que pueda un pueblo tributar a un mortal.

»Concluida la ceremonia, cuando el Pontífice regresaba a su palacio del Quirinal, crecia la multitud, i con ella el entusiasmo, acompañándolo el pueblo hasta Monte Cavallo en medio del mismo movimiento, i bajo la lluvia de flores, arrojadas desde los balcones del tránsito, tan ricamente adornados como los del Corso. Apénas Pio IX subió las escalas de su palacio, se dirijió al gran balcon para bendecir de nuevo al pueblo, que verlo aparecer prorrumpió en clamorosos vivas. Mas cuando con una señal de su mano reclamó el silencio, cesó de improviso el rumor, no oyéndose sino el ruido que al caer hace el agua de la vecina fuente. Cada uno escuchaba en el mas profundo recojimiento la oracion que precede a la bendicon solemne; no cesando aquel reverente silencio, sino cuando el Supremo Jerarca hubo dado la bendicion, repitiendo el pueblo, amen.

»Ni terminaron con este acto solemne las fiestas del ocho de setiembre. Al caer la noche el Corso estaba enteramente iluminado, unas casas con hachones de cera, otras con candelabros de colores, produciendo esta variedad un espectáculo encantador. Una tea brillaba sobre cada una de las columnas, i el pueblo en densa masa recorria la via del Corso, gritando ¡viva Pio IX! Era imposible dar ingreso a los coches, i aunque hubiese habido posibilidad para entrar, ninguno se presentó; i no obstante la apretura de las jentes, jamas vióse concordia mas grande; ningun desórden, ningun inconveniente entre estos millares de personas venidas de todas las ciudades i provincias vecinas, sin que la presencia de tropas fuese necesaria para producir efecto tan raro, hijo del contento universal.

»Una inmensa multitud de pueblo se habia reunido en la plaza del Pópolo, donde se cantaba un himno en honor del Papa, ejecutado por centenares de jóvenes; himno puesto en música por el maestro Moncada, con breves palabras del jóven escritor; haciéndole eco el coro de Moroni, hecho sobre las palabras del poeta María Geva. ¡Qué espectáculo tan sorprendente! La armonía repetia las alabanzas de Pio IX, i creia yo al oirlas que el viento las llevaria en sus alas a las cuatro   —269→   partes del mundo. Mas tarde en el silencio de la noche, oíanse por toda la ciudad estos coros repetidos por cuadrillas de jóvenes que los habian retenido de memoria.

»He ahí un paso en la civilizacion: la música debe hacerse popular. Llevo conmigo estos dos coros a mi pobre parroquia, i con ellos una coleccion de poesías bellísimas que haré leer a mis feligreses, que son mis hijos en el Señor. Pero, ¡buen Dios! me contrista la idea de que pocos saben leer: fáltame una escuela; pero ahora que conozco cuán útil es tener un pueblo instruido, quiero abrir una escuela, a fin de que todos participen de sus ventajas; yo mismo seré el maestro; porque es mui necesario que aun el pueblo de la campaña sea instruido. Pio IX me ha inspirado; la circular de su secretario de Estado recomienda la instruccion civil i relijiosa de la clase baja; i no teniendo maestro municipal, quiero suplir personalmente esta falta. Pio IX ha fijado con su reino una época nueva, llena de dificultades; pero nosotros los sacerdotes debemos ayudarlo. Si todos recordamos el santo ministerio que Dios i la sociedad nos han impuesto, no faltaremos a nuestro deber. el porvenir será glorioso, i nosotros, ministros del santuario, recojeremos las bendiciones en esta i en la otra vida. Todos los sacerdotes debemos tener presente que la civilizacion está en nuestras manos! ¡Ai de aquellos que en vez de propagarla, la sofoquen!».

Rossini ha compuesto, despues, un himno para el pueblo romano, el cual fué ensayado en las termas de Tito que están sobre la Casa Aurea de Neron, el dia de la fundacion de la ciudad por Rómulus, que aun continúan celebrando los romanos; i con la sorprendente e innata aptitud artística de los italianos, vióse a la muchedumbre reproducir con inaudita espresion, al segundo versículo, la música del primer maestro de la época. ¡Oh! si la aprobacion de un pueblo intelijente i eminentemente artista, es la única recompensa que los hombres de conciencia i de corazon pueden apetecer, Pio IX ha gozado momentos de felicidad que a pocos hombres ha concedido Dios tan puros en la tierra; i las sencillas i cordiales ovaciones i triunfos que sus compatriotas le han prodigado, han debido darle fuerzas suficientes, para despreciar soberanamente en lo profundo de su corazon, el temido poder del Austria, i la política tortuosa de la Francia.

El advenimiento de Pio IX fué la señal de alarma para los gobiernos despóticos, como lo fué de júbilo i de esperanza para los pueblos i los hombres intelijentes, que se interesan   —270→   en el progreso de la especie humana. Al mismo tiempo que la prensa de todas las naciones civilizadas i libres se estasiaba contemplando el raro vuelco que hacia el presente i el porvenir de la Italia, i del mundo cristiano, el sombrío gobierno austriaco amenazaba al Papa bondadoso que habia probado en dos horas que los presos políticos, los cadalsos, i el descontento público que se quiere ahogar en sangre i en violencia, son la obra esclusiva de los malos gobiernos. Las reformas que ya se traslucian provocaban otras tantas protestas fulminantes, como si el nombre de libertad, pronunciado fulminantes, como si el nombre de libertad, pronunciado libremente en Roma, fuese la condenacion i el anuncio de la caida de los despotismos italianos, i de la férrea dominacion austriaca en la Lombardía. El gobierno frances por su parte andaba parco en la manifestacion de sus simpatías; el rei de las dos Sicilias se llenaba de espanto; i toda la Italia, en fin, en medio de las aclamaciones populares, que la policía no era parte a estorbar, esperaba con ansia el resultado de estos preparativos de oposicion de los gobiernos, al simple deseo que el Papa habia mostrado de manifestarse justo.

Estas complicaciones esteriores tienen eco i forma en el interior tambien. El colejio de cardenales está compuesto por los mismos individuos que habian participado, aconsejado i dirijido la política del papado anterior. Las oficinas, la Curia, la Propaganda, están de antemano organizadas, i los escribientes i secretarios del papa eran sus espías, i aun sus delatores ante el Austria, que por este medio se ponia al corriente del pensamiento mismo del soberano Pontífice, aun ántes de haber sido formulado en actos públicos. Hacian aun mas difícil la situacion de Pio IX, las esperanzas o prematuras o irreflexivas de los mismos a quienes queria favorecer. Es el papado, como el imperio romano, un gobierno electivo en su esencia; pero una vez elejido el príncipe, la dictadura o el motu-propio es completo, absoluto, i no se cambia de un solo golpe una organizacion tan profundamente arraigada. A mas de que el papado ejerce, por otra parte, la soberanía de las conciencias, i por tanto no puede abandonar al pueblo, sin desmentirse, la libre discusion de las ideas. Oponíanle, pues, resistencias de inercia la mayor parte de los funcionarios, la traicion oculta i disimulada muchos de los que lo rodeaban, al mismo tiempo que el pueblo se impacientaba, exijiendo reformas que no era dado al gobierno conceder, sin amenguar su autoridad. Situacion espinosa que habria arredrado a cualquiera otro hombre que no fuese Pio IX,   —271→   plenamente convencido de sus ideas, resuelto a ponerlas en ejecucion, en despecho de las resistencias, i solo hasta donde se lo permitiesen los deberes augustos de Sumo Pontífice. «Animo Pio IX», le gritaba el pueblo reunido delante del balcon del Quirinal; «¡Animo Pio IX, i guardaos del veneno!» «Estais solo», le decian otras veces, al recorrer la via papal, pero nos teneis a nosotros. «Mandad i sereis obedecido», i un inmenso clamoreo de «sí, sí, aquí estamos para morir en vuestra defensa», le iba siguiendo, a medida que avanzaba el cortejo. Estas manifestaciones populares son mas frecuentes e inevitables en Roma que en parte alguna, i vienen apoyadas en las tradiciones antiguas i en las prácticas mismas el papado; así es que las relaciones entre el Papa i el pueblo, son íntimas, i el gobierno puede contar diariamente las pulsaciones populares, i leer en los semblantes el espíritu que anima a las masas. Cuando el pueblo se siente animado de alguna pasion, acude instintivamente al Monte Cavallo i se agrupa en frente de las puertas del Quirinal, para pedir la vista del Papa, que tiene por costumbre37 presentarse al balcon, que para este efecto tiene el edificio, i desde donde da al pueblo la bendicion particular, a diferencia de la solemne Urbi et orbi que solo se administra desde el balcon de la Basílica de San Pedro. Cuando el Soberano Pontífice se dispone a visitar de ceremonia una basílica, o una iglesia particular, las calles por donde ha de atravesar el cortejo, se cubren de una capa de arena amarilla, a fin de hacer mas blando el movimiento de los carruajes. Este tránsito de antemano conocido, se llama la via papal, i el pueblo se agrupa en hileras, a lo largo de ella, para ver de paso al Pontífice, que recibe en cambio de su bendicion, las aclamaciones de gratitud i afecto cuando es querido, o el silencio indiferente, si no goza del aura popular. De este modo la opinion pública está patente a los ojos pontificios, i el pueblo puede ejercer su parte de influencia en el ánimo de los que gobiernan, a no ser que estos cierren sus ojos i endurezcan su corazon, para no ver ni sentir las necesidades ni los deseos de las masas. Pio IX mismo no ha estado libre de presenciar la desaprobacion romana, manifestada del modo mas noble i digno que puede hacerlo un pueblo. La prensa en Roma está sujeta a censura; i esta censura desempeñada por un solo individuo, era arbitraria, absoluta, sin responsabilidad, i sin limitarse a materias relijiosas o políticas. Una idea que sobre bellas artes no agradase al censor, por ser contraria a las suyas propias,   —272→   no podia ver la luz pública, porque el censor la rechazaba. Así continúa gobernándose el Austria, la Rusia y todos los paises despotizados. Pio XI queria reformar este abuso embrutecedor, pero en los límites que la mision relijiosa i la organizacion del papado lo permiten; i al efecto nombró una comision de censores, limitando a materias especiales la censura, i escojiendo para ejercerla personas competentes. Hai sin embargo una conciencia pública de derecho que es comun hoi a todos los pueblos cristianos, la misma en Inglaterra que en Roma, en Francia que en Rusia, entre los que han cultivado su intelijencia; i la reserva papal, tan fundada en necesidades de su ministerio, chocaba con esta conviccion comun a todos los pueblos cristianos, de que la manifestacion del pensamiento escrito debe ser tan libre como la palabra, no pudiendo castigarse con justicia el delito de palabra o por escrito cometido, sino despues de emitido i publicado. El motu-propio papal, como todos los decretos, llevaba las armas de la familia de Mastai, distintivo de su reinado, i cuando el edicto que creaba la nueva censura fué fijado en los parajes públicos, el descontento no tardó en manifestarse, pero de una manera tan artística, que valia la pena de perdonarlo. Al dia siguiente aparecieron todos los carteles con las armas de Gregorio XVI, que los descontentos habian pegado sobre las de Mastai, para indicarle que en aquella medida al ménos, continuaba el espíritu de la administracion anterior; epígrama mudo pero elocuente como el cadáver de Cesar presentado al pueblo romano por Marco Antonio, i que entristeció profundamente a Pio XI. Mas tarde, con motivo de otra medida impopular, el pueblo se reunia a lo largo de la via papal, i un silencio sepulcral acojia, en lugar de los acostumbrados vítores i aplausos, al silencioso i triste cortejo, que parecia mas bien llevar al Papa a un duelo que a las ordinarias funciones de su ministerio.

Estas pequeñas contrariedades no han estorbado que Roma, como la Italia, como el mundo cristiano, haga plena justicia a la pureza de sus intenciones, i a la decision conque ha emprendido la reforma de los envejecidos abusos del papado. Visitaba a principios de 1847 el convento de Santa Croce in Jerusalem; i los monjes que lo habitaban le enseñaban en la carta, la Italia, con su forma conocida de una bota; i Su Santidad con tono indicativo replicaba: «¡Bella! pero le falta a la bota una espuela». Cuatro dias despues en la célebre biblioteca Casanatense que está en Santa María Supra Minervam   —273→   alguno pedia la vida de Julio II. «Fué un gran Papa», observó Pio XI; «pero tenia en su favor el colejio de cardenales, i todo le era lícito emprender». -«Tambien tuvo enemigos, le hizo presente el cardenal que de oficio estaba en su compañia. -Pero los pulvorizó», contestó Pio XI con voz breve i acentuada que impuso silencio a su interlocutor.

Estos dichos del Papa i sus acciones, aun las que él deseara tener secretas, entretienen con largos comentarios la ávida curiosidad de los romanos. Una señora que lo habia conocido en otro tiempo, hallándose en la miseria, imploró su beneficencia por un memorial. El cardenal que recibe estos escritos no prestó atencion a la súplica38, o no la creyó fundada. Un segundo memorial indujo a Pio XI a desear conocer por sí mismo el asunto, para cuyo fin, vestido de clérigo particular, acompañado de un solo familiar, se presentó en casa del cura vecino a la residencia del suplicante para hacerse conducir. Introducido a la familia, el Papa pudo juzgar a vista de ojo, de la angustiada situacion de aquellos que en otro tiempo habia visto en la opulencia, i hubiera terminado su vista sin ser reconocido, si un niño de siete años no se hubiese acercado a la madre, diciéndole despavorido i señalándolo: ¡Mamá! ¡el Papa!» Echarse a sus piés la familia i recibir seguridades de proteccion i amparo por siempre, fué el desenlace de esta escena, que valió al cardenal una reprimenda i a la señora una pension.

Uno de sus camaradas de colejio volvia del destierro i pidió una entrevista al Papa, quien sabiendo su estado de penuria, abriendo un escritorio i dándole dos escudos que en él halló: «Hé aquí, le dijo, todo el caudal de que puede disponer Pio XI en este momento; pero el tiempo nos pertenece a ambos, i él vendrá en nuestro socorro». Pietro Renzi, el célebre abogado, caudillo del levantamiento de la Ramañola, admitido a la presencia del Soberano Pontífice, prorrumpió en sollozos al verlo; el Papa conmovido lo estrechó entre sus brazos llorando, i nada pudieron decirse de las escusas que el uno debia hacer, o de la reiteracion del perdon públicamente acordado por el otro. Sajani era uno de los escritores emigrados de muchos años establecido en Malta, autor de la Speranza, periódico revolucionario, i que volvia a Roma aprovechando de la amnistía. Obtuvo sin dificultad una audiencia de Su Santidad, de cuyos pormenores dió cuenta la prensa contemporánea. Citaré algunas palabras de Su Santidad, que tienen relacion con los primeros actos de su gobierno.   —274→   «En nuestros paises meridionales, decia el Papa, los hombres son un poco perezosos; no es como en los paises frios, donde casi por fuerza reina una grande actividad, aunque no fuese por otra cosa que por librarse del frio. Pero yo espero que se promoverán las buenas industrias.... ¡Se hará, se hará todo lo que se pueda! ¡pero hai tanto que hacer....! ¡i cuánto! Esto requiere tiempo, no son cosas del momento». Continuó hablando, dice Sajani, sobre la industria, con las doctrinas de un verdadero economista; habló de caminos de hierro, de códigos, de la guardia cívica de Bolonia, i finalmente la preguntó de qué se ocupaba en Malta. Entrando en asuntos de imprentas, pidióle permiso de hablarle con toda libertad, esponiéndole, cuando lo hubo obtenido ilimitado, algunos de los pensamientos publicados en la Speranza con respecto a la situacion de Italia. Pidióle Su Santidad en seguida detalles sobre un periódico protestante, L'Indicatore, que se imprimia en Malta, inquiriendo quiénes eran los redactores. Sejani satisfaciéndole, añadió que todos los diarios protestantes se habian mostrado entusiasmados con su exaltacion, a lo que Su Santidad respondió que habia leido muchos artículos, sobre todo los del Times, i despues de vario discurrir concluyó diciendo «yo debo hacer tambien mi parte de obispo: Acordaos de los asuntos relijiosos, hijo; si los habes descuidado, volved a ocuparos de ellos» con lo que lo dió la bendicion para sí, su mujer i su hija, a quien conocia i estimaba mucho.

Otro emigrado habia vuelto de Inglaterra donde se habia casado con una dama protestante. La Curia se ensayó en persecuciones contra los esposos, i el emigrado a punto de abandonar de nuevo su patria, quiso a fin esplicar su embarazosa situacion al Papa. «Esposo, le dijo este, poniéndole una mano sobre la cabeza i alzando la otra al cielo, estais unido ante Dios a tu esposa; ciudadano romano, vuestro deber es permanecer donde la patria necesita de sus hijos. Yo arreglaré este asunto». La inglesa, que oia estas palabras, se precipitó a los piés de Su Santidad, esclamando: ¡católica! ¡católica! ¡quiero ser católica! Pero el Papa levantándola del suelo, la dijo «-¡No! No se convence el espíritu por los movimientos del corazon, i no han de abandonarse las creencias en que se nos ha educado, en un momento de emocion. Vaya V. señora, i si un dia, serena i tranquila, se siente llamada a entrar en el seno de la Iglesia, yo le abriré de par en par las puertas, yo le administraré el bautismo». Un devoto iluso habia dejado   —275→   una gran fortuna al sacerdote que le dijese la primera misa despues de muerto; medio de salvar el obstáculo opuesto en Roma a los legados en favor de órdenes relijiosas. Apénas lo supo el Pasa, dijo una misa a la intencion del finado, se declaró heredero universal, segun el tenor del testamento, i convocando a los deudos, perjudicados por aquella disposicion, les recomendó proceder a las particiones, segun los trámites ordinarios.

El Agro Romano es un yermo desierto, cenagoso, estéril i enfermizo, a causa del abandono en que la agricultura yace a los alrededores de Roma. La esperanza de mejores tiempos imprime en Roma a los espíritus una actividad hasta ahora desconocida, i gran número de patricios, propietarios de grandes eriales, se constituyeron en Sociedad Agrícola, con el objeto de vender terrenos, i emprender trabajos de desecacion, a fin de mejorar la agricultura i dar ocupacional pueblo. Pio IX se presentó en la sala de las sesiones, se inscribió miembro de la sociedad, decretó en su favor una suma considerable, declarándose protector del instituto. Los mendigos que infestan a Roma llamaron desde luego su atencion, espulsando del estado romano los de otros estados, i prohibiendo en muchas categorías de empleados subalternos, prácticas envejecidas, que saben de léjos a mendicidad. El proyecto de establecer39 caminos de hierro mereció a Su Santidad decretos que los favorecian. La educacion popular, tan vergonzosamente atrasada en el estado romano, llamó desde luego su atencion; siendo digna de citarse la declaracion con que principia el decreto siguiente. Dice así:

«Roma, Agosto de 1846. -Los delitos, i entre ellos las riñas i los hurtos, que con demasiada frecuencia ocurren de algun tiempo en algunas provincias del Estado Pontificio, han inducido al gobierno40 a proveer, como lo hace, no solo con los medios correspondientes a la necesidad urgente del momento, sino con sabias medidas para prevenirlos, que destruyan la causa, o disminuyan por lo ménos su perniciosa influencia.

»La primera de ellas, no puede ménos de reconocerlo, es el ocio, al cual se abandona una parte de la junventud artesana o campesina, i de allí viene la necesidad de procurarle útil ocupacion, i sobre todo vijilar la buena educacion de los niños, que abandonados a sí mismos, harian temer por un porvenir aun peor.

»Penetrada la Santidad de nuestro Señor, de la grande importancia de esta verdad, ha ordenado llamar la atencion de   —276→   los jefes de provincia, a fin de que, de concierto con los majistrados locales, retraigan del ocio a la juventud, aplicándola a trabajos de utilidad pública; i aprovechando del socorro de los colosos ministros del santuario, de los nobles i de los ciudadanos probos, como ya ocurre en todas partes, pongan mano a la obra de estender en cada localidad la educacion civil i relijiosa de la ínfima clase del pueblo».

En estas como en las subsiguientes medidas, podia quedar completamente satisfecho el deseo espresado por los que en las luchas de la Romañola, pedian «que el gobierno pontificio41 entrase en el camino de todas las mejoras sociales que vienen apuntadas por el espíritu del siglo».

Siento que me he estendido demasiado sobre este interesante punto, por lo que, i para no fatigar la atencion de Su Señoría, entraré en algunos pormenores de viaje que distraigan el espíritu de preocupaciones tan graves. El espacio de tiempo que media entre el carnaval i la Semana Santa, es demasiado largo a haberlo de pasar en Roma, i yo estaba devorado por el deseo de visitar las ruinas de Pompeya42 i el Vesubio, para retardar por mas tiempo mi escursion hácia aquellos sitios tan celebrados en todas las épocas. I ahora que nombro Pompeya, quiero encargar a Su Señoría de hacer en San Juan una ejemplar justicia; cojiendo de una oreja a nuestro primo *** i haciéndole leer en esta mi carta, Ruinas de Pompeya. Es esta condigna reparacion de una antigua ofensa, que debo referir para justificar mi demanda. Era mi cabeza desde pequeñuelo, allá en nuestra remota i poco erudita provincia, un cajon de sastre lleno de retazos de historia, viajes, vidas de santos, cuentos de brujas i aparecidos, i otras mil zarandajas que por brevedad no inventarío. Fué Su Señoría Ilustrísima quien siendo cura del lugar me puso la cartilla en la mano, como dicen, i no habrá olvidado, porque no lo he olvidado yo, que a la edad de cuatro años me habia labrado la reputacion del lector mas petulante i griton que se habia hasta entónces visto. Las truncas nociones que sin proponérmelo, adquiria con la frecuencia de leer, vagaban largo tiempo en mi espíritu, como las nubes en el espacio, cuando no encuentran punto de apoyo para aglomerarse, hasta que un librote que el acaso ponia en mis manos llenaba un vacío; otro mas tarde venia a esplicar un pasaje no bien comprendido. Así adquirí muchas nociones históricas en la edad, en que el comun de los niños solo piensa en sus pasatiempos, i ahora que he visitado a Roma, he podido reconocer a   —277→   primera vista los monumentos por la imájen que de ellos conservaba grabada en la memoria desde la primera infancia en que pasaba horas enteras, recorriendo una Guia romana impresa dos siglos há, i que fué mi primera adquisicion en libros.

No sé cómo ni cuándo hube de leer una relacion del descubrimiento de Pompeya, i héme aquí que no pudiendo contener el asombro i la novedad dentro de mí mismo, salgo al atajo a los pasantes para narrarles la portentosa historia, con lo del aceite i pan encontrados; cuéntaosela a M.*** i en lugar de quedarse boquiabierto como yo me lo habia prometido, se me rie en los hocicos de buenas a primeras; i cada vez que hai jente reunida me hace contar en cuento de Pompeya, para diversion jeneral.

He visto, pues, aquella Pompeya que me traia preocupado en mi infancia, i me hace ahora recordar la incredulidad de M.*** Dos dias despues de mi llegada a Nápoles, iba alargando el cuello por sobre los montones de cenizas volcánicas, para descubrir cuanto ántes sus calles solitarias; i como si fuese posible olvidar que se entra en una ciudad de muertos, el cicerone introduce al viajero por la Via de los Sepulcros, de los que ya lloraba como tales aquel pueblo sofocado en una hora, i cuyos nombres lee de paso como en nuestros actuales cementerios. Al penetrar en la ciudad por la puerta misma que daba entrada i salida a los habitantes, el cúmulo de ruinas se presenta de golpe a la vista, i es lástima que no pueda aplicarse a las ciudades muertas por sofocacion, como a los seres animados, el galvanismo, para hacer la tentativa de volver a la vida este cadáver guardado diez i siete siglos. El empedrado de las calles conserva las huellas de los carruajes, las fuentes están intactas, i un canal antiguo lleva hoi como ántes el mismo caudal de agua. En las bodegas continúan puestas en hilera las ánforas que contenian el vino; i en un estremo del mostrador de los cafées, o ventas de bebidas calientes, se conserva la hornilla que servia para prepararlas. La casa-quinta de Diómedes, un rico comerciante, adornada con esquisito gusto, encierra mas comodidades que nuestras casas modernas, recordando por su distribucion interior, las de Sevilla en España o las de Montevideo en América. Los árabes, como se sabe, han conservado la arquitectura doméstica de los romanos, i nosotros los españoles la hemos heredado de ellos. Un zaguan conduce al primer patio, rodeado de habitaciones i con un aljibe en medio, i un segundo patio   —278→   con corredores precede a un pequeño jardin. Si el viajero quiere saber qué fue de Diómedes i demas moradores, el ciccerone lo conducirá a la bodega, para mostrarle en uno de sus estremos, la estampa de un grupo de seres humanos clara i preceptible sobre la muralla. Allí se hallaron entre los huesos de los esqueletos reunidos, brazaletes de oro, anillos i pendientes de las jóvenes de la familia; i en el Museo de Nápoles se guardan algunos fragmentos de ceniza endurecida que conservan formas de seno de mujer. Los infelices habian ganado la bodega como en el último asilo donde aun podia respirarse aire sin mezcla de cenizas abrasadas.

Hánse descubierto varias calles, nueve templos, dos plazas o foros que debieron estar rodeados de pórticos i estatuas, una basílica, dos teatros, termas públicas, un anfiteatro i el cuartel de los veteranos. Setenta i tres esqueletos reunidos en sus cuadras han dejado comprender que la severidad de la disciplina romana habia retenido la guardia en su puesto hasta morir sofocada. Pasan de treinta mil los objetos de bronce de uso doméstico encontrados en las ciudades sepultadas, i los brazaletes, anillos, collares, camafeos, i piedras preciosas reunidos, bastarian a fundar la riqueza de un banquero. Guárdase igualmente en el Museo de Nápoles, harina, pan carbonizado, miel i aceite endurecidos, guisantes i menestras petrificadas; ropa amontonada en la arteza, i entre pomadas i peines el consabido colorete que nunca hizo falta donde viven hijas de Eva.

Lo que mas sorprende, recorriendo la silenciosa ciudad, es la vulgarizacion del buen gusto, a todas las clases de la sociedad. Todas las habitaciones, galerías i aun las cocinas están adornadas de pinturas al fresco, i arabescos de un gusto esquisito, i los pavimentos cubiertos de mosaicos, muchos de ellos como el de la batalla de Alejandro i Darío, obras maestras, de inestimable valor. Un jardinillo, o macetas de flores por los ménos, han decorado el interior de cada casa; i por todas partes vénse fuentes decoradas con una profusion i gusto que llena de admiracion.

En estas ciudades risueñas aun despues de muertas, la miseria de nuestras clases pobres parece no haber tenido representantes, pudiendo suceder que la distribucion de esclavos hecha por el gobierno a los ciudadanos romanos, impidiese la aparicion de la indijencia; puede ser tambien que las filas del ejército, las colonias lejanas, recojiesen en su seno los individuos i las familias que no podian vivir con comodidad   —279→   necesaria. Obsérvase ademas que no hai casa, por reducida que sea, que no tenga su pequeño oratorio, de entre cuyas ruinas se han entresacado los lares de la devocion particular de cada familia: una calle se llama de Mercurio, a causa de un templo que hai en ella consagrado a este dios; otra de las Vestales, como de las Capuchinas entre nosotros.

Herculano es ménos curioso, aunque no ménos rico en la pequeña parte descubierta, por no permitir la dureza de la lava, i la seguridad de la ciudad de Resina que está sobre él, la continuacion de las escavaciones. Del magnífico teatro descubierto, se han sacado las estatuas de la familia entera de los Balbos, padre, madre, hijo i dos niñas, suficientemente feas las de éstas dos últimas para no creerlas copias favorecidas de los orijinales. El hallazgo de estas ruinas ha servido mas a la intelijencia de la historia que todos los libros i los monumentos romanos; pues la distribucion de los habitantes, los utensilios encontrados, los anuncios i carteles escritos en las murallas anunciando funciones i es espectáculos, en fin la multitud de bronces, frescos i adornos, han hecho adivinar los gustos, ocupaciones, ideas i manera de ser de los hombres que habitaban aquellas ciudades.

Bastan estos detalles, hoi de todos conocidos, para dar a Su Señoría una idea abreviada de aquellas ruinas, sobre cuyos tesoros se han escrito libros profundísimos. Escusaré asimismo, porque no lo hice en tiempo i lugar, por llegar mas pronto a Pompeya, el trazar un bosquejo del panorama de Nápoles, i los sitios encantadores que la rodean como guirnaldas de flores, ni las riquezas artísticas que encierran sus museos en nada inferiores a los de Roma. Cuando ya habia visto espirante, en la Grotta del Cane, el perro que introducen en el gas carbónico, i aspirando yo mismo el gas amoníaco en otra vecina; visitado la solfatara, costeado el lago Averno, entrada sombría del infierno de Virjilio, i échome introducir en hombros a la oscura gruta, en que pronunciaba sus oráculos la inflexible Sibila de Cumas, tomé con una caravana de viajeros el difícil camino del Vesubio, peregrinacion que sin mengua no puede escusarse de hacer quien visita a Nápoles, tanto mas cuanto que la vista de aquel terrible laboratorio, en cuyas entrañas se fraguan los mas terribles fenómenos de la naturaleza, recompensa con usura de las fatigas del penoso ascenso.

El Vesubio se compone hoi de tres partes distintas. Forma su base el gran cráter que al tiempo de su primera erupcion,   —280→   en 79, sepultó bajo lavas o cenizas a Herculano, Pompeya i Stabia, el cual se alza hácia un lado como las ruinas de un anfiteatro colosal. De su centro, i formando el costado opuesto, arranca el cono del volcan moderno, elevándose a una considerable altura i surcado por todos lados por las corrientes de lavas que han descendido en las grandes erupciones de 1822 34 i 39. Ultimamente despues de haber ascendido a su cima con fatiga indecible, se presenta, entre los escombros de lava humeante aun, otro pequeño cono, de cuya base brotan torrentes de materia derretida, que circulando en torno de él como una culebra de fuego que se enroscara sobre sí misma, van a enfriarse a la distancia i engrosar la cúspide del gran cono. Cuando este último respiradero se ha elevado mucho por el sucesivo acrecentamiento de materias, el volcan sintiéndose oprimido, hincha su enorme espalda i arroja léjos de sí el cono demasiado estrecho ya, para abrirse una nueva boca, sin cuidarse mucho de sepultar dos o tres ciudades vecinas, o cubrir de lava negra i estéril la fértil campiña que produce el célebre lácrima-cristi.

La columna de humo que desde abajo se divisa este año, elevándose permanentemente en el aire, cubre, mirada desde lo alto del segundo cono, toda la parte superior del cielo, i el cono superior regado de intervalo en intervalo por los fragmentos de lava que arroja el volcan, presenta por momentos el aspecto de un inmenso incensario sembrado de espirales de humo. De momento en momento el volcan hace un pequeño bufido, el humo se ilumina, como al dispararse el tiro e un cañon, i la erupcion de materias enrojecidas sube en línea recta, hasta que disminuyendo la fuerza de impulsion, cada fragmento describe un arco de círculo, viniendo a caer a mas o ménos distancia del cono. ¡No hai placer como el de tener mucho miedo, cuando esto no degrada, i es solicitado espontáneamente, ni sensaciones que ajiten mas profundamente el corazon que las del terror! ¡Oh! Yo me he hartado en el Vesubio con estos raros goces, i despues que de regreso en Nápoles dormia con aquel sueño letárjico que repara las fuerzas estenuadas por las fatigas del dia, veia en sueños venir hácia mí en derechura los fragmentos de lava, sin que me fuese posible moverme una línea, retenido por una fuerza incontrastable. Es el caso que sin haber hecho nada para merecer tanta distincion, hube de ser aplastado i asado con mas prontitud que un beefteak a la parrilla por la presion de un enorme pedazo de lava. Habíamos diez o doce curiosos acercándonos,   —281→   cual mas cual ménos, sin accidente alguno hasta los lugares en que de ordinario cae la lava, despues de lo cual un guia i yo nos desviamos hácia un torrente próximo para incrustar monedas en la materia derretida, segun es práctica de los viajeros. De repente, i cuando mas engolfado estaba en mi novedosa ocupacion, el volcan hace un bufido i una lluvia de piedras enormes oscurece el cielo. El guia se endereza súbitamente repitiendo ¡le pietre!...¡le pietre! ajitando con intencion una mano hácia mí, i mirando fijamente al cielo. Hice otro tanto yo, pudiendo ver desde luego doce por lo ménos que venian con rumbo hácia nosotros; pero falto de pericia para calcular la direccion precisa de cada fragmento, faltóme la presencia de ánimo, i hé aquí el raro espediente que para salvar, no pudiendo correr, me sujirió el miedo: bajé la cabeza, encorvé las espaldas, saqué los codos hácia atras i haciendo con la boca aquel jesto i contraccion que hacemos cuando vamos a recibir un golpe inevitable, aguardé que las piedras cayesen. Una masa como de seis quintales de lava vino a engastarse a distancia de una vara de mí, i no mas de dos piés del guia que la habia visto venir sin pestañear ni moverse, cayendo cuatro o cinco fragmentos a pequeñas distancias en tolos sentidos. Nos miramos uno a otro, yo con la boca i los ojos mas abiertos que de costumbre; él, taimado con la risa de la indiferencia en los labios, continuando su ocupacion en el torrente, i yo por encontrar un poco insulso el gusto de incrustar monedas, yendo a incorporarme a los demas, que se hallaban a mas prudente distancia.

Este incidente me daba a los ojos de los otros, cierta posicion respetable, por lo que un jóven inglés, bello como un Adonis i atolondrado i alegre como un frances, se dirije a mí de preferencia para proponerme subir al cono superior i asomar las narices al cráter mismo del volcan. ¡Convenido! Un guia pide tantos carlines por conducirme, i cuanto mas i cuanto ménos, el trato queda definitivamente cerrado, porque no es posible ir mas de dos personas juntas por temor de ¡le pietre! Desde luego hacemos un rodeo penoso por sobre las púas de las escorias para alejarnos del costado en que las lavas caen con mas frecuencia, hasta llegar a la orilla de un terreno caliente, sulfúrico, i cubierto de una densa niebla de humo. Otro guia nos grita de léjos que nos detengamos, i el mio sin consultarme me toma de un brazo i desaparece conmigo en medio de la humareda. Era un valle humeante que   —282→   no vieron sin duda ni Virjilio ni el Dante, que a haberlo visto hubieran hecho de él la digna antecámara del infierno. El vapor del azufre me entraba hasta los pulmones, i la tos convulsiva estaba a punto de sofocarme, cuando el guia arrancándome un pañuelo me atacó con él la boca, como si tratara de tapar un agujero, asegurándome, miéntras yo iba cayendo i levantando, que ya estábamos ascendiendo el cono. Las voces del otro guia en el entretanto se oian cada vez mas distintas, cosa que estimulaba la prisa del mio, léjos de detenerlo; el humo era ménos denso, i ya estábamos a dos varas del borde, cuando el que nos seguia a marchas forzadas nos dió alcance, nos pasó i se puso a la parte de arriba. La fatiga i la cólera lo traian enteramente demudado, principiando mui luego un furioso altercado en el dialecto napolitano, del cual no me fué posible comprender nada, hasta que el advenedizo desnudó el puñal i con mano temblorosa lo afirmó en el pecho del otro, amenazando hundírselo por momentos. En mi vida he tenido susto igual; i no obstante hallarme medio sepultado en la arena i cenizas, respirando con dificultad i los ojos arrasados de lágrimas a causa del vapor del azufre, dí en la cara con mi baston al del puñal, a fin de hacerlo volver en sí, al momento mismo que el volcan hacia a nuestra espalda una erupcion. Ambos guias por un movimiento instintivo, levantaron los ojos hácia el cielo, el puñal del uno fuese lentamente alejando del otro hasta quedar el brazo que lo sustentaba estendido en el aire; miéntras que mi guia con una mano avanzada hácia adelante en actitud de rechazar un objeto próximo, me tenia fuertemente asido con la otra, preparándose segun los sacudimientos que me imprimia, a tras portar mi mole de un lugar a otro para salvarme del contacto de las piedras, formando entre todos el tableau vivant mas espresivo i artístico que pueda imajinarse. Cuando la crísis hubo pasado, i con ella serenádose los espíritus, pude saber la causa de tanto enojo; el guia que me habia subido pertenecia a otra compañía distinta de aquella que desde Resina se habia contratado con nosotros, i por tanto el dinero que yo le pagaba era un robo hecho al lejítimo propietario de mi bolsa i persona que era el que nos venia siguiendo; i el napolitano apela en todo caso litijioso a la soberana desicion del puñal con mas frecuencia que un manolo andaluz o un gaucho arjentino, siendo la vendetta italiana, aquí tan terrible por su rapidez irreflexiva, como lo es en Córcega por su duracion que la hace un legado de familia.

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Dos pasos mas, i ya estábamos en el borde del cráter del volcan, desde donde pude ver.... ¡Oh horror!... ¡lo que vió Tito en el Sanctum Sanctorum.... nada! Hai otro cráter subterráneo, i a causa de la configuracion interna del esterior i las lavas incandescentes que lo rodean, no es posible allegarse demasiado a él. Esto no obstante las rodillas flanquean, i tiemblan las carnes al ver pasar a diez pasos delante de sí la gruesa columna de fuego, piedras i lavas encendidas, al mismo tiempo que a cada pequeña, erupcion el cono se mueve, causando en los piés aquella sensacion que esperimentamos cuando un cuerpo vivo se ajita debajo de la almohada u otro objeto blando. El guia, satisfecha la curiosidad por este lado, me señaló el opuesto para que contemplase el panorama que punto tan elevado domina, i cierto, que la montaña desde donde el Espíritu de las tinieblas mostraba a su Señor los reinos de la tierra para tentarlo, no debia estar mas ventajosamente colocada. El cielo de lapislázuli de la Italia estaba en aquel momento iluminado por los rayos dorados del sol poniente; al frente dilatábase una tasa de mar tranquilo i terso, si bien decorado aquí i allí de blancas barquillas de pescadores como los adornos de un espejo veneciano; abajo, las faldas del Vesubio cubiertas de viñedos i jardines, sobre cuyo fondo resaltan como cosas blancas derramadas sobre una alfombra, mil casillas de campaña; i siguiendo la costa de la bahía mas pintoresca del mundo, divisábase Resina, la cual se liga por un hilo de edificios a Nápoles, estendida sobre la playa i subiendo a las colinas, hasta besar las plantas del Santelmo que hace centinela en las alturas. Puzzoles mas allá como un palomar; i detras de Puzzoles, Baies i los Campos Eliseos, paraiso terrenal que los romanos habian erizado de palacios, i Lúculo, Mario, Sila, Adriano, Julio César i otros mil habitaron. Todavía detras del Cabo Miseno desde donde partió Plinio para morir abrasado por el Vesubio, vénse escondiéndose una tras otra con coquetería, Ischia, i Prócida, cuyas mujeres llevan aun el vestido de las estatuas griegas. Hácia el centro de la bahía parece bañarse en las aguas como las náyades de su célebre gruta de azul, la solitaria Capri, i hácia el lado opuesto, siguiendo el arco de círculo de que el volcan forma el eje, déjase ver Sorrento con su piano, cubierto de naranjales, mirtos i granados; Castelmare, Nocera Nola, i Pompeya, sacudiendo ésta de sus vestidos de frescos i mosaicos las cenizas que los habian ensuciado. Los nevados Abruzos, en fin, hácia el interior dibujan una orla blanca al manto del cielo   —284→   azul, i allí cerca a dos varas de distancia del espectador, óyese mujiendo el volcan, i debajo de las plantas temblando el cráter como el caldero de una máquina de vapor. ¡Dios mio! ¡cómo pueden vivir juntas cosas tan opuesta! Monumentos del poder humano, vejetacion esplendorosa, volcanes en actividad, populosas ciudades, ruinas antiguas i estragos recientes, todo está amontonado aquí en unas cuantas leguas; i el hombre, alegre o indiferente, luchando con la naturaleza para arrancarle hoi un pedazo de terreno que mañana ha de reclamar, sepultando terreno, ciudades i hombres a un tiempo. -No hace cuatro siglos que una villa estaba al lado del lago Lucrino, en la noche se alzó el Monte Nuevo donde estaba la villa, la villa rodó sobre el lago; i las aguas de éste fueron a serenarse sobre campiñas cultivadas a cierta distancia.

Todo esto que tan pesadamente describo, fué, sin embargo, la impresion de un minuto, por no ser el cráter de un volcan el local mas a propósito para detenerse a apreciar los mas menudos detalles del paisaje. Algunos momentos despues hallábame de nuevo entre los de la comitiva que me confundian a preguntas por saber las cosas estupendas que debia haber visto. He visto, decíales yo, todo lo que hai que ver i lo que Udes. no han visto; empezando repuesta tan evasiva i misteriosa a fundir en los ánimos poco a poco la sospecha que yo no habia visto nada absolutamente. I vea, Su Señoría, ¡lo que es la malicia humana! Alguien sujirió la idea, i luego en todos los círculos fué opinion jeneral, hecho averiguado, cosa consentida i no apelada, que el inglés ni yo habíamos subido al cráter. Estábamos, pues, convecidos de jactancia i superchería. En situacion tan espinosa, el espíritu de exámen de los ingleses i el hábito del jurado, nos ayudaron a recobrar empero la eclipsada gloria. «Interroguen separadamente al señor, dijo el inglés con mucha seriedad, i confronten su deposicion con la que yo daré despues». Un círculo de jueces mal intencionados, como comision militar, oyó mi declaracion, i en seguida volviendo la espalda al círculo, fuéme permitido escuchar la de mi cómplice en el delito mayor que puede cometerse ante el vulgo, que es ser mejor que él, o hacer algo que él no es capaz de hacer. Lo peor del caso era que nuestras deposiciones discrepaban de cabo a rabo; bien que encontrase en ellas el desapasionado, cierto fondo idéntico, que abonaba su verdad. Nos careamos en seguida, las discrepancias de detalles se esplicaron, i la amotinada turba volviónos mal de su grado nuestros títulos a la atencion universal.

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En comer huevos asados en la lava i devorar naranjas, vendidas a peso de oro en aquellas alturas, hubimos de pasar la tarde para ver el Vesubio entrada ya la noche. El espectáculo cambia entónces de imponente i grandioso, en sublime i aterrador. La lava tibia i opaca que durante el dia nos habia servido de pavimento, deja ver por entre las grietas el fuego que esconde en sus entrañas, los torrentes se iluminan i despiden llamas como el metal que corre en los hornos de fundicion, i el cráter negro con la oscuridad de la noche, se corona de tiempo en tiempo de un ramillete de fuego, esmaltado de globos rojos, amarillos, punzó, segun la calidad e incandescencia de las materias que arroja, bañándose despues, de brasas que semejan rubíes colosales. Cuando este inmenso fanal se enciende, los círculos de las lavas enfriadas se presentan a la vista con sus crestonos erizados de púas como lomos de caimanes, i enseñando unos a otros los grupos de espectadores, iluminados los semblantes como a la luz de fuegos de Bengala. La oscuridad sobreviene súbitamente, las estrellas reaparecen blancas como hostias, derramadas sobre un cielo azul terciopelo, hasta que una nueva erupcion las eclipsa, sostituyéndoles las formas estravagantes, con patas a veces como zapos, de la lava derretida que describe arcos de círculo en el espacio.

El descenso de la montaña no es ménos fecundo en impresiones vivísimas. A poco andar el volcan desaparece, i la oscuridad mas profunda forma un piélago sin fondo en el que parece fuera uno a resbalar al menor descuido. A lo lejos se divisa una franja pálida i fosforescente que diseña el golfo de Nápoles con la iluminacion de la ciudad i sus alrededores hasta Resina. Las diversas comitivas descienden alumbradas por enormes antorchas de cáñamo, cuya luz se pierde en el espacio a falta de objetos que la reflejen. Delante de los ojos vése la masa de tiniebla oscura, i bajo los piés se siente desmoronarse la arena negra i apénas visible, ocasionando caidas, gritos i terrores pánicos en los unos, miéntras que los demas, tomando las cosas por su costado ridículo, rien, cantan, dan voces que van a perderse sin ecos, entre las rendijas de las lavas. Llegados a la base del cono con aquella prontitud admirable con que se desciende de un ministerio, allí es Troya para apoderarse del rocin o rocinante apestado, que ha de trasportar a cada uno hasta Resina.

Aquí tiene Su Señoría Ilustrísima, lo mas prominente i novedoso de mi escursion en Nápoles, pues seria empeño vano   —286→   querer dar una idea de cuanto hai de bello en esta escojida porcion de la tierra; que en cuanto a costumbres, gobierno i tantas otras cosas dignas de observacion que presentan estos pueblos, lo dejo todo en aquel mi cajon de retazos, para irlos sacando poco a poco, segun que la oportunidad en América vaya enseñando su conveniente uso. Habia de regresar a Roma atravesando por Capua, vecina de aquella Capua de Anibal, la tercera ciudad el mundo entónces, i hoi una hermosa campaña cubierta de viñedos, cuya cultura singular dejaria asombrados a nuestros sanjuaninos. En chopos, álamos, u otros árboles elevados, colocados en líneas bastante separadas, trepan parras de uva que cubren con su follaje el árbol amigo que les presta su apoyo. De unos a otros árboles, el podador napolitano anuda los sarmientos, de manera que formen guirnaldas i festones, los cuales balancean al aire sus flecos de racimos. El suelo está miéntras tanto cubierto de trigo; i no habiendo cercas, ningun accidente del terreno impide penetrar con la vista en aquellos bosques de enredaderas, que forman de toda la campiña una sola propiedad, alzando, de distancia, algunos pinos seculares sus copas verdinegras para contrastar con el verde amarillo de las parras o la esmeralda continua de los sembradíos. La poda es una novena en que pululan las mujeres, vestidas a la manera rara i pintoresca del pais, i la vendimia una fiesta, una bacanal, tradicion no interrumpida de los tiempos de la grande Grecia.

Despues de la campiña de Nápoles vienen los lagos pontinos, en que emperadores i papas han luchado sucesivamente con la naturaleza, para curar de la peste esta tierra enferma e infecta. En fin, la dilijencia rueda sobre la via Appia, decorada de trecho en trecho por los restos de sepulcros de los ciudadanos romanos, que no se resignaban a morir del todo, gustando de ir a habitar a la orilla de los grandes caminos en el silencio de la tumba i del desierto, cuando habian muerto ya para la vida ajitada del foro. La tradicion concede ¡un sepulcro a Ascanio, otro a los Horacios, otro a Ciceron! Dos nombres históricos hai sin embargo, que desde Nápoles a Roma, repite sin cesar el pueblo, enseñando monumentos que han debido pertenecer a los que llevaron aquellos nombres que han sobrevivido a todas las vicisitudes, acaso por las profundas impresiones que ambos hubieron de dejar en el espíritu popular. I, en efecto, que ambos a dos son dignos de la imperecedera fama de que gozan. Este representa uno de los mas bellos tipos, que ha producido la raza humana;   —287→   divino por el poder de la palabra, porque la palabra es Dios, segun la misteriosa espresion de San Juan; aquel otro es la perversidad humana que va mas allá todavía del límite donde la imajinacion se detiene espantada, por lo que el sentimiento moral de los que no han visto estos excesos, los niega aun contra la evidencia de los testimonios. Neron, ¡es este! Ciceron el primero. Muéstrase la casa dorada de Neron, los baños de Neron, las prisiones de Neron, el lecho de piedra en que se reposaba Neron en la gruta de la Sibila de Cumas, Neron está en todas partes, si bien, no mata ya, no incendia para divertirse. El conjuro de Santa Maria del Pópolo aplacó, en efecto, sus manes. Ciceron empero no es ménos rico que su negro rival en monumentos. La tumba se la elevaron sus esclavos agradecidos; tiene su casa de campo cerca de Gaeta, donde el cicerone muestra el camino de atravieso que habia tomado para embarcarse, i donde fué asesinado por el populacho de Roma, que habia aprendido en su degradacion a gritar ¡viva Cesar! ¡viva Octavio! en lugar de loar la república. En Pompeya hai una casa de Ciceron, i por todas partes este blando nombre se muestra, como para protestar todavía contra las violencias i espoliaciones de los Verres, para denunciar los Catilinas, primera e impura espuma que precede al herbor de los pueblos próximos a descomponerse. ¿I este cicerone italiano, el pobre diablo que muestra las ruinas i repite la tradicion, que les da un significado histórico, no se reviste, pues, del nombre de Ciceron, es decir el que sabe, el que esplica, el que enseña lo que las cosas significan?

¡Mas vale que así sea! que haberse conservado el nombre de Neron solo, seria lícito dudar de la justicia de Dios en la tierra, aquella justicia lenta como la marcha de las lavas volcánicas, pero que nada desvia de su rumbo, cuando el fallo ha caido; ¡la justicia de la posteridad! ¿No es un espectáculo instructivo, por otra parte, aquella lucha de dos nombres que representan los medios de gobierno i de influencia que dominan a los pueblos: la palabra que persuade, que dirije la razon i las conciencias; la fuerza, que arrastra, huella o menosprecia toda voluntad? ¿El hombre que dice la verdad, muere asesinado por ello, como Sócrates, como Ciceron, como Jesus mismo, i el déspota que abre su camino por entre las entrañas de los hombres, i no pudiendo influir sobre los corazones con la conviccion, los despedaza con el puñal, como Neron, i tantos otros? ¿por qué es larga cuanto odiosa la lista de estos?... Pero ¡Dios mio! he caido largo a largo en el terreno   —288→   de la declamacion con motivo de aquellos nombres que a cada paso se oyen repetir en estos lugares. Pido de ello mil perdones a Su Señoría, proponiéndome pasar en silencio por todo lo que pudiera ser ocasion inmediata de caer en nuevo desliz, hasta llegar a las solemnidades de la Semana Santa, única cosa que me hacia volver de nuevo a Roma. Pero con mucho sentimiento debo decirle a Su Señoría que aquellas ceremonias, que a lo léjos nos representamos como imponentes i augustas, pierden vistas de cerca toda importancia relijiosa. Gusto mas del recuerdo de nuestra Semana Santa de provincia, cantada por una docena escasa de presbíteros, i acompañadas las lamentaciones de Jeremías en las tinieblas, por el órgano, cuyas flautas no son suficientemente poderosas para evitar que el Jerusalem convertete ad dominum Deum tuum llegue hasta el corazon como una punzada para deshacer su endurecimiento. El Viérnes Santo es tan relijioso en los pueblos de América, que cuando niño estaba yo firmemente persuadido que el sol de la tarde se mostraba mas apagado que de ordinario en aquel dia. Las estaciones del Juéves Santo entre nosotros son el único momento en que un pueblo entero esté, sin distraccion de cosas mundanas, entregado a un pensamiento relijioso; i la muchedumbre que de las campañas acude entónces a las ciudades, da a esta fiesta las proporciones del jubileo de los hebreos, en que la nacion reunida parecia pasar revista ante su Dios. La luna llena, tradicional compañera de la Semana Santa i de la contemplacion, baña con su luz triste la masa popular que ora en las calles i plazas, enviando a los léjos rumores prolongados que excitan el ahullar lúgubre de los perros. Los niños no rien durante estas horas de oracion pública, i el jóven indiferente por las cosas relijiosas, baja el tono de la voz en sus conversaciones profanas, a fin de no lastimar los oidos ajenos. Pero en Roma es otra cosa. Desde luego la Basílica de San Pedro, que parecia construida para reunir bajo sus bóvedas todos los fieles de la ciudad santa, parece en estos dias desierta, sirviendo tan solo de atrio a las diversas capillas donde tienen lugar las ceremonias, por lo que diez mil protestantes, principales espectadores de este drama, andan agrupándose aquí i allí en la vasta estension de la Basílica, cuya nave del centro no bastaron a llenar veinte i cuatro mil austriacos, formados en una masa para recibir la bendicion papal. Aquel movimiento continuo, aquella mayoría de curiosos que vienen en busca de pasatiempos, aquellos palcos elevados en el templo para comodidad   —289→   de los espectadores, bastan i sobran para alejar todo pensamiento relijioso. Por mejor intencionado que uno sea, la idea del teatro se viene a despecho suyo a la imajinacion, i si algo falta para confundir cosas tan opuestas, el Miserere de la Capilla Sistina, ejecutado por cuarenta voces, dulces como flautas de órgano, trae invenciblemente aquella disposicion de espíritu que se lleva a todos los espectáculos. La Semana Santa en Roma es grandiosa, digna de verse, pero no relijiosa, no solemne. Es verdad que Su Santidad lava los piés a los Apóstoles, i sirve la mesa de los pobres; pero en los momentos de la adoracion del Sacramento, las mujeres protestantes conservan su silla, i leen el guia para saber lo que aquello significa, i los lores i turistas estrechan el agolpamiento de curiosos. Desde el Juéves Santo permanecen abiertos todos los museos del Vaticano, de manera que el público pase el día distraido, principiando por las ceremonias, pasando a examinar las bellezas artísticas del culto jentílico en los salones de los museos, hasta hacer tiempo que se cante el Miserere. El domingo de Pascua hai grande iluminacion de San Pedro, i el lúnes fuegos de artificio en el castillo de Sant-Anjelo, todo lo cual es mui divertido, curioso i completo; pero yo estoi mas por nuestra simplicidad de provincia, por ser mas relijiosa.

Hai sin embargo entre estas pompas demasiado grandes para la limitacion humana, una en la que el inmenso concurso, léjos de dañar, solo sirve para realzar el esplendor solemne que la caracteriza. Concluida la misa pontifical de Pascua, el Soberano Pontífice sube en silla jestatoria al balcon central de la fachada del templo. Toda la poblacion de Roma llena en densa masa el atrio, grande como una plaza i la plaza contigua de San Pedro. Es una nacion entera la que allí se agrupa, para recibir la bendicion papal. Despues de cantar el Sumo Pontífice algunas oraciones, se pone de pié i elevando las manos i los ojos al cielo para implorar la asistencia divina, derrama sobre el pueblo i el mundo, urbi et orbe, las gracias de la bendicion papal. Las músicas militares, las campanas de San Pedro i el cañon del castillo de Sant-Anjelo, prestan sus ecos a las aclamaciones con que el pueblo vietorea al papa Pio IX, objeto hoi dia de su adoracion i entusiasmo. La mole estupenda de la Basílica, las estatuas colosales de San Pedro i San Pablo recientemente inauguradas, el jentío inmenso reunido, i la presencia del Sumo Pontífice en solio tan elevado, llenan en efecto el espíritu de ideas relijiosas,   —290→   como si se aguardara algun signo estraordinario que marcase el camino que recorre la bendicion espiritual, desde el cielo a las manos del Santo Padre, para que él la derrame en seguida sobre el pueblo.

Otros detalles sobre Roma prolongarian demasiado esta carta que sin eso ha traspasado todos los límites posibles. Un dia vendrá en que cerca de Su Señoría Ilustrísima, tenga todavía ocasion de abandonarme al placer de narrar, que domina a los que han viajado i visto muchas cosas.

Hasta entónces téngame en su afeccion paternal.