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Poesías

Manuel José Quintana






ArribaAbajoLa diversión

Romance




    El amor se ha desprendido
De los brazos de su madre,
Y alegrando el universo
Se está suspenso en el aire.
   Él os contempla, zagalas,
Y mirándoos se complace
Al ver las gracias que os dieron
Las estrellas liberales.
   Él al placer os convida,
Al regocijo y al baile:
¿Y seréis sordas vosotras

A sus influjos suaves?
   Mirad, cuál todo se anima!
De flor se visten los valles,
De yerba se cubre el campo
Y el viento pueblan las aves.
   Animaos también vosotras:
Gozad la estación amable,
Que sobrada vida os queda
Para devorar pesares.
   Más rápido que una flecha
Que vuela hendiendo los aires,
El tiempo vuela y se muere,
Muere el tiempo y no renace.
   Tiempo vendrá en que os aflijan
Las memorias lamentables
De placeres que perdisteis,
De horas que desperdiciasteis.
   Ea pues: que nadase pierda,
Salid alegres al baile,
Los instrumentos resuenen
Y la risa os acompañe.
   Ven tú, la alegre zagala,
Atención de mil amantes,
Y cuyos ojos, si miran,
No hay corazón que no abrasen:
   Plácidamente severa,
Severamente agradable
Te acompañará tu hermana
Y alentaréis todo el valle;
   Mientras que a encantarnos venga,
Mientras que enlazada sale
Con la gallarda Belisa
La linda y modesta Dafne.
   Ven tú, en fin, ninfa divina,
Ven en fin y no te tardes,
Tú en cuya tez los claveles
Con la azucena combaten:
   Tú en cuyos labios de rosa
Fabrica amor sus panales,
Y en cuyo soberbio seno
El placer viene a posarse.

   ¡Dichoso aquel que tu beldad admira,
Que tus gracias contempla atentamente,
Que el blando influjo de tu genio siente,
Que de amor puede hablarte, y que suspira!

Mérida, 1792.




ArribaAbajoA un amigo

Que, bajo el emblema de una violeta, me escribía lisonjas y esperanzas.


Soneto



No con vana lisonja y blando acento
Me quieras engañar, huésped del prado;
Yo no soy lo que fui: rigor del hado
Me condena por siempre al escarmiento.
   Nunca lozana a su primer contento
La planta vuelve que truncó el arado,
Por más que al cielo le merezca agrado
Y que amoroso la acaricie el viento.
   Anda, pasa adelante; en otras flores
Más ricas de fragancia y más felices
Pon tu dulce cuidado y tus amores:
   Que es ya en mí por demás cuanto predices,
Pues el aire del sol con sus ardores
Quemó hasta la esperanza en mis raíces.




ArribaAbajoA Dafne, en sus días

Romance



A aquella airosa andaluza
Que en las riberas de Cádiz
Es, por lo negra y lo hermosa,
La esposa de los cantares;
   A la que en el mar nacida
La embebió el mar de sus sales,
Cada ademan una gracia,
Cada palabra un donaire;
   Ve volando, pensamiento,
Y al besar los pies de Dafne,
Dila que vas en mi nombre
A tributarle homenajes.
   Hoy son sus alegres días;
Mira cuál todo la aplaude;
Menos fuego el sol despide,
Más fresco respira el aire.
   Los jazmines en guirnaldas
Sobre su frente se esparcen;
Los claveles en su pecho
Dan esencias más suaves.
   Y ya que yo, sumergido
En el horror de esta cárcel,
Ni aun en pensamiento puedo
Alzar la vista a su imagen,
   Rompe tú aquestas prisiones,
Y vuela allá a recrearte
En el raudal halagüeño
De su sabroso lenguaje.
   Verás andar los amores
Como traviesos enjambres,
Ya trepando por sus brazos,
Ya escondiéndose en su talle,
   Ya subiendo a su garganta
Para de allí despeñarse
A los orbes deliciosos
De su seno palpitante.
   Mas cuando tanto atractivo
A tu placer contemplares,
Guárdate bien, no te ciegues
Y sin remedio te abrases.
   Acuérdate que en el mundo
Los bienes van con los males,
Las rosas tienen espinas
Y las auroras celajes.
   Vistiola, al nacer, el cielo
De aquella gracia inefable
Que embelesa los sentidos
Y avasalla libertades
   Los ojos que destinados
Al Dios de amor fueron antes,
Para que en vez de saetas
Los corazones flechase,
   A esa homicida se dieron
Negros, bello, centellantes,
A convertir en cenizas
Cuanto con ellos alcance.
   Y cuentan que amor entonces
Dijo picado a su madre:
Pues esos ojos me ciegan,
Yo quiero ciego quedarme.
   Venza ella al sol con sus rayos;
Pero también se adelante
En su mudanza a los vientos,
En su inconstancia a los mares.
   Y fue así. Las ondas leves
Que van de margen en margen,
Los céfiros que volando
De flor en flor se distraen,
   No más inciertos se miran
En sus dulces juegos, Dafne,
Que tú engañosa envenenas
Con tus halagos fugaces.
   Dime, ¿aún se pinta el agrado
En tu risueño semblante,
Y respiran tus miradas
Aquella piedad suave
   Para con ceño y capricho
Desvanecerla al instante,
Trocar la risa en desvío
Y el agasajo en desaires?
   Y dime, a los que asesinas
Con tan alevosas artes,
¿Los obligas aún, cruel,
A consumirse y que callen?
   Mas no importa: que padezcan
Los que en tu lumbre se abrasen;
Que tú, con sólo mirarlos,
Harto felices los haces.
   Yo también, a no decirme
La razón que ya era tarde,
Y a presumir en mis votos
El bello don de agradarte,
   Te idolatrara, tú fueras
La mayor de mis deidades;
¿Pero quién es el que amando
No anhela porque le amen?
   De amigo, pues, con el nombre
Fue forzoso contentarme;
Pero de aquellos amigos
Que en celo y fe son amantes...
   Basta, pensamiento; vuelve,
Vuelve ya de tu mensaje,
Y una sonrisa a lo menos
Para consolarme trae.

16 de Julio de 1815.






ArribaAbajoA Licoris


Consolándola de una ingratitud.


Endechas

   ¿Por qué de tus penas
Ir siempre seguida?
El duelo importuno
¿Por qué no mitigas?
   ¿No ves que cebadas
Así las desdichas,
Estragan, Licoris,
La flor d e la vida?
   Ya un año ha corrido,
Y el mal que te agita
Pintado con llanto
Se ve en tus mejillas.
   Tus ojos hermoso,
Están todavía
Mirando el camino
Que lleva a Castilla;
   Y al amado ausente,
Que cruel te olvida,
En alas del viento
Mil quejas envías.
   Gustando memorias,
Soñando delicias,
Que luego despierta
Se tornan acíbar,
   Engañas las noches,
Consumes los días,
Y el dardo en tu pecho
Más hondo se fija.
   ¡Ay que los ingratos
No valen, amiga,
Los crudos pesares
Que da su perfidia!
   Ya del año ríe
La estación florida
Y vuelve a los campos
La antigua alegría.
   Vuelve tú a la tuya,
Y las auras mismas
Que el lóbrego luto
De invierno disipan,
   También desvanezcan
Con ala benigna
Tus negros cuidados,
Tus penas esquivas.
   Torne a tu semblante
Tu apacible risa;
Las galas te adornen,
Los gustos te sigan.
   Que en honda tristeza
No quiere que giman
La Diosa de Gnido,
Las Gracias festivas.
   Tan amable aseo,
Discreción tan fina,
Y un pecho en que reinan
Verdad y justicia,
   Son prendas, zagala,
Que siempre cautivan,
Y es bien ciego el hombre
Que infiel las olvida.
   Tú de sus mudanzas
La venganza fía,
Que el cielo a los tales
Con ellas castiga.
   Llegará, no dudes,
Tiempo en que se rinda
A quien su cariño
Le pague en delicias.
   Y desesperado
Volverá la vista
Lanzando suspiros
A la Andalucía.
   Así abandonada
Del mar en la orilla
La suerte lloraba
De Minos la hija.
   ¿Qué fue del ingrato
Que así la afligía
Y ejemplo dio al orbe
De tanta perfidia?
   Abrazos helados
Y falsas caricias
Le daba tan sólo
Su cómplice indigna;
   Que adúltera luego,
Furiosa, perdida,
Llenó sus penates
De eterna ignominia.
   Ariadna entre tanto
Gozaba en su isla
Consuelos de Dioses
Regalos de Ninfas:
   Y esposa de un Numen,
Al cielo subida,
En trono de estrellas
Espléndida brilla.

Marzo 18 de 1825.




ArribaAbajoOda

En la muerte de la excelentísima Señora doña Piedad Roca de Togores, duquesa de Frías.




¿O ya en tu oído,
Negado al sentimiento,
Tardo penetra el congojoso acento
Del lúgubre alarido?

   Abre al menos los ojos, y cercado
Verás tu lecho triste
De los hijos de Apolo que ya viste
Con tan celeste agrado:

   Que hora afligidos su doliente canto
Hasta el Olimpo envían,
Y arrancarte a los ámbitos porfían
Del reino del espanto.

   Ni oye ni ve... Cual sierpe espantadora
En contemplar se agrada
La miserable cierva emponzoñada
Que atroz al fin devora,

   Tal la muerte cruel a la agonía
De nuestra amiga atiende,
Y en el aire que infecta se suspende
Con bárbara alegría;

   Y con su mano descarnada oprime
El anhelante pecho,
Que al fiero impulso del dolor deshecho
Y enronquecido gime.

   Ya de la tumba la mansión postrera
Abre su centro oscuro,
Do con cien brazos de diamante duro
La eternidad la espera.

   Y allí... ¿No hay compasión? ¿No habrá en el cielo
Un numen que propicio
Use con ella su piadoso oficio
Y acalle nuestro duelo?

   ¿Tú, Amor, lo sufrirás? ¿Tú que en la cuna
Su albor primero viste,
Y el don precioso de agradar la diste
Mayor que su fortuna?

   ¡Oh Dios! Esa beldad, flor de Castilla,
Que al Támesis, que al Sena
Con gracia noble y majestad serena
Fue encanto y maravilla;

   Esa boca apacible, afectuosa,
Que en grata melodía
Sales sin fin y discreción vertía
De su flamante rosa;

   Esos ojos purísimos, que sólo
Su patria dar pudiera,
En cuya luz alegre reverbera
El gran fanal de Apolo,

   ¡Todo, todo ceniza y horror ciego
Va a ser en un instante!
Detén ¡oh muerte! el brazo fulminante;
Detenle a nuestro ruego.

   Déjala contemplar su hermoso día;
¿Quién vio a la flor lozana
Morir antes que cumpla una mañana
Ni el sol a medio día?

   «¡Temeraria ilusión! ¡Loca esperanza!
¿Atajar a la muerte en su camino?
¿A mí que sorda soy cual la venganza,
Y aun más inexorable que el destino?

   Granos todos de incienso al fuego que arde
Delante de mi altar sois consagrados:
Que uno caiga más pronto, otro más tarde,
¿Por eso habréis de importunar los hados?

Piedad nació para morir ahora;
A esta ley de rigor debió la vida.
El que por verla agonizando llora,
Su oriente acusa y su existencia olvida.

   Bella fue, bella aún es, la amasteis bella:
¿Queréis que venga la vejez odiosa
Y en ella estampe su ominosa huella?
Muera más bien que envejecer la hermosa.

   Muera más bien que su candor nativo
Empañe el tiempo y su esplendor deshaga;
El tiempo que tan impío como esquivo
A la misma virtud vence y estraga.

   Viva anheláis la que tan noble ha sido,
La que tan dulce fue: mas, ¿por ventura
Este lauro en su frente, hoy merecido,
De ostentarlo hasta el fin está segura?

   ¿No puede en vicios convertir mañana,
Las que adoráis virtudes? ¡Oh insensatos!
Dejad esa querella injusta y vana,
Y no os mostréis al beneficio ingratos.

    Yo en mi sueño letárgico y profundo
La doy estable paz, descanso cierto:
Yo contra el recio temporal del mundo
Aseguro su gloria, y soy su puerto.

   ¿Qué valen, pues, tan frívolos clamores?
No es a ellos dado enternecer mi oído:
Y ya que no es posible a mis rigores
Salvadla en vuestro canto del olvido.»

   Dijo así la feroz, y en risa amarga
Bañado el rostro horrendo,
Las espantables alas extendiendo
El golpe atroz descarga

   Sobre la triste víctima, que herida
Cierra los bellos ojos,
Dando en un ¡ay! al monstruo los despojos
De su infelice vida.




ArribaAbajoLa fuente de la mora encantada

Romance



   Oye, Silvio, ya del campo
Se va a despedir la tarde,
Y no es bien que aquí la noche
Con sus sombras nos alcance.
   Ya el redil busca el ganado,
Ya se retiran las aves,
Y en pavoroso silencio
Se ven envueltos los valles.
   Y tú en tanto embebecido,
Sin atender ni escucharme,
Las voces con que te llamo
Dejas que vayan en balde.
   ¿Qué haces, Silvio, en esa fuente?
¿Tan presto acaso olvidaste
Que los padres nos la vedan,
Que la maldicen las madres?
   Mira que llega la hora;
Huye veloz y no aguardes
A que el encanto se forme,
Y que esas ondas te traguen.
   ¡Vente!... Mas ya no era tiempo:
La fascinadora imagen
Reverberaba en las aguas
Con sus encantos mortales.
   Como ilusión entre sueños,
Como vislumbre en los aires
Incierta al principio y vaga
Se confunde y se deshace;
   Hasta que al fin más distinta
En su apacible semblante
De sus galas la hermosura
Hace el más vistoso alarde.
   La media luna que ardía
Cual exhalación radiante
Entre las crespas madejas
De sus cabellos suaves,
   Mostraba su antiguo origen
Y el africano carácter
De los que a España trajeron
El alcorán y el alfanje.
   Mora bella en sus facciones,
Mora bizarra en su traje,
Y de labor también mora
La rica alfombra en que yace,
   Toda ella encanta y admira,
Toda suspende y atrae
Embargando los sentidos
Y obligando a vasallaje.
   Mirábala el pastorcillo,
Entre animoso y cobarde,
Queriendo a veces huilla
Y a veces queriendo hablalle;
   Mas ni los pies le obedecen
Cuando pretende alejarse,
Ni acierta a formar palabras
La lengua helada en las fauces.
   Sólo la vista le queda,
Para mirar, para hartarse
En el hermoso prodigio
Que allí contempla delante.
   Ella al parecer dormía;
Mas de cuando en cuando al aire
Unos suspiros exhala
De su seno palpitante,
   Que en deliciosa ternura
Convierten luego y deshacen
El asombro que su vista
Causó en el primer instante.
   Y abriendo los bellos ojos
Tan bellos como falaces,
A él se vuelve, y querellosa
Le dice con voz suave:
   -«¿Viniste al fin? ¡Qué de siglos
De esperanzas y de afanes.
Me cuestas! ¿Dónde estuviste
Que tanto tiempo tardaste?
   Mírame aquí encadenada
Por la maldición de un padre
A quien dieron las estrellas
Su poder para encantarme.»
   «Vive ahí, me dijo irritado,
Ten esa fuente por cárcel,
Sé rica, pero sin gustos,
Sé hermosa, pero sea en balde.
   Enciéndante los deseos,
Consúmante los pesares,
De noche sólo te muestres
Y el que te viere se espante.
   Y pena así hasta que encuentres,
Si es posible que le halles,
Quien ahí osado se arroje
Y entre esas ondas te abrace.»
   Ya otros antes han venido,
Que, pasmados al mirarme,
El bien con que les brindaba
Se perdieron por cobardes.
   No lo seas tú: aquí te esperan
Mil delicias celestiales,
Que en ese mundo en que vives
Jamás se dan ni se saben.
   Ven, serás aquí conmigo
Mi esposo, mi bien, mi amante;
Ven...» y los brazos tendía
Como queriendo abrazarle.
   A este ademán, no pudiendo
Ya el infeliz refrenarse,
En sed de amor abrasado
Se arroja al pérfido estanque.
   En remolinos las ondas
Se alzan, la víctima cae,
Y el ¡ay! que exhaló allá dentro
Le oyó con horror el valle.




ArribaAbajoA Somoza

Romance



   En vano el ingenio animas
Que ya olvidado reposa
Y de mi lira pretendes
Que a tus acentos responda.
   ¡Versos yo! Si los cantara
Entre estas ásperas rocas
Y en estos campos ingratos
Aborrecidos de Flora,
   ¿Cómo pudiera vestirlos
De la elegancia y la pompa
Con que los hijos de Apolo
Dan vida eterna a sus obras?
   Quizá lo fui yo algún día
Y la délfica corona
Refrescó tal vez mis sienes
Con el verdor de sus hojas:
   Cuando del Padre Océano
Canté el poder y la gloria
Escuchándome las Ninfas
Y aplaudiéndome las ondas;
   O cuando rayos lanzaba
Al opresor de la Europa
En ecos antes no usados
De las Musas españolas.
   Huyó aquel tiempo: los años,
Las desventuras me agobian,
Y lo que antes fue osadía
En desaliento se torna.
   Huyó aquel tiempo, y no es fácil
Que yo con fuerzas tan pocas,
Para que el mundo me escuche,
Mi largo silencio rompa.
   Canten los que son dichosos;
Pero el infeliz que llora,
Guarde para sí el gemido
Y sus lástimas esconda:
   Que las orejas del mundo
Son esquivamente sordas
Al lamentador poeta
Que en vez de cantar solloza.
   Cuando de la vida mía,
Ahora ya tan borrascosa,
Pero entonces tan serena,
Comenzó a rayar la aurora,
   Mil grandiosas esperanzas
Eran mi existencia toda
Que el ánimo me exaltaban
Entre ilusiones hermosas,
   La libertad y la patria
Con la luz que las corona,
La beldad con sus encantos,
Con sus laureles la gloria,
   Númenes fueron celestes
Que mi alma nueva y fogosa,
Postrada ante sus altares,
Adoraba a todas horas.
   ¡Qué de incienso entre mis manos!
¡Cuántos himnos de mi boca
Salieron, poblando el aire
De alabanzas y de aromas,
   Que después cambió la suerte,
Tan temeraria y tan loca,
En ponzoña que me abrasa
Y en dogales que me ahogan!
   ¿Dónde os fuisteis desde entonces
Imágenes deliciosas,
Pensamientos grandes, dónde,
Dónde aquel numen?... Perdona,
   Dulce amigo, si tan lejos,
Donde la suerte me es torva,
El bálsamo saludable
De tu voz consoladora,
   Mi corazón hostigado
De tan acerbas memorias
A la hiel del desaliento
Tristemente se abandona.
   ¿Quieres que cante? Pues alza
De sus ruinas lastimosas
Ese templo cuya afrenta
A ira y lástima provoca
   Saca a la infeliz España
De la profunda mazmorra
En que aherrojada la tiene
La iniquidad de la Europa
   Despierta en sus hijos viles
Aquel sentimiento de honra
Que un tiempo los alentaba
Al laurel y a la victoria;
   Y entonces quizá se anime
Mi voz trabajada y ronca,
Y a lucir vuelva en mi frente
Del Genio la sacra antorcha.
   Entonces también mi lira...
Mas ¿qué esperanza traidora
A tal delirio me lleva
Con sus falaces lisonjas?
   Nunca ya en las manos mías,
Compañera de mis glorias,
Te verás, hinchendo el aire
Con tu voz majestuosa,
    Lira de oro: nunca. Un día
Como prenda o como joya
Brillante en las nobles aras
De mi patria victoriosa
   Cayó, y del ciprés infausto,
Que a su sepulcro da sombra,
Para padrón o escarmiento
Te miras pendiente ahora.
   Allí la lluvia te ofende,
Allí los vientos te azotan,
Y algún esclavo que pasa
Con vil furor te baldona.
   Yo sé que tú te estremeces,
Y en tus cuerdas, aunque rotas,
Algún eco sordo se oye
De indignación y congoja.
   Sufre ¡oh lira!: igual destino
A tu triste dueño acosa
Juguete de la fortuna
Que en sus afrentas se goza.
   Él calla, imita su ejemplo;
Y desamparada y sola
Déjate mecer del aire,
Guarda silencio y reposa.

Abril de 1826.




ArribaAbajoCristina

Canción epitalámica


Al feliz enlace de S.M.C. Don Fernando VII con la serenísima Señora doña María Cristina de Borbón.

Al Rey nuestro Señor


    Nunca osara, Señor, la Musa mía
Al eco unir del general aplauso
Los ecos de un aliento que se apaga
Por la desgracia y por la edad cansado.
   Ved cómo yace envuelta en largo olvido
Mi inútil lira: trémula la mano
Va sus cuerdas a herir, y a hallar no acierta
Su antigua resonancia y su entusiasmo.
   Otra fuerza, otra voz, otra armonía
Pide al cantarse el venturoso lazo
En que Vos afirmáis vuestra ventura,
Y también su esperanza el orbe Hispano:
   Y a ensalzar dignamente de Cristina
La florida hermosura, el dulce encanto
Y la índole celeste, aun no bastara
A Píndaro su voz, la suya a Horacio.
   Mi timidez iguala a mi respeto:
Pero Vos lo queréis; y a quien los hados
Quisieron siempre defender propicios
Y en la alta cuna del poder sentaron,
   ¿Cómo un flaco mortal, que sin su escudo
Juguete fuera del rencor contrario
Este esfuerzo, aunque débil, negaría
Sin riesgo al fin de parecer ingrato?
   ¡Ah! no: suene mi voz, los aires rompa
Y aunque ronca y cansada, el holocausto
Haga de su temor ante las aras
Del refulgente Sol que ya adoramos.
   Quizá aquel fuego que a mi Musa un día
Pudo animar en sus mejores años,
De sus yertas cenizas sacudido
Vuelva a encenderse a tan hermosos rayos.
   Otros la cantarán con más fortuna,
Con talento mayor; y hasta los astros
Alzar conseguirán su ínclito nombre
En las alas del Genio arrebatados.
   En mí supla al talento el buen deseo,
Y estos rudos acentos de mi labio
Que van de vuestra Esposa al regio oído,
Hallen, Señor, si no alabanza, agrado.

Señor
A L. R. P. de V. M.
Manuel José Quintana.




ArribaAbajoCanción


   «Accipe fortunam generis, diadema resume,
   Quod tribuas, natis, et in haec penetralia rursus,
   Unde parens progressa, redi.»


CLAUDIANO                




   ¡Oh belleza! alto don, rico tesoro,
Precioso bien a la mujer guardado,
Con más vehemencia ansiado
Que el diamante oriental, y más que el oro;
¿Quién te dio ese poder? ¿De quién hubiste
La magia celestial? En donde quiera
Que muestres esa lumbre
Por siempre vencedora,
Reinar y avasallar como señora,
Rendir y embelesar es tu costumbre.
Vedla en los campos de Vertuno y Flora
Cuando los huella con gallardo brío,
Y allí en puros aromas y en colores
Humillará las flores
Hijas del sol y alumnas del rocío.
O si ya de la selva en el sombrío
Recinto, al eco ronco
Del resonante caracol, las fieras
Volando en su caballo alza y fatiga;
Ellas con planta alada huyen ligeras
De la Ninfa veloz, y huyen en vano
Su vista penetrante las persigue,
Y el rayo abrasador arde en su mano.
Arde y estalla; el plomo silba, caen,
Y el eco suena en torno. El bosque adora
Su bella cazadora,
Ansiando ufano que a batirle vuelva
La que con su atractivo sobrehumano
Es Flora en el Jardín, Cintia en la selva.

   Y si en el rico estrado reclinada,
Cual dama delicada,
Habla discreta y apacible ríe,
¡Oh! cual tras sí los corazones lleva,
Sea que el pie fugitivo en danzas guíe,
Sea que al sonoro acento
De su arpa, herida en delicioso tono,
Rinda las almas y embellezca el viento!

   Subidla luego al resplandor del trono;
Y a su aire augusto, a su ademan divino,
Veréis la tierra enmudecer, postradas
Ante ella las naciones,
Y en aplausos sin fin y adoraciones
Sus destinos cifrar en su destino.
¿Qué la beldad no alcanza
Cuando se une al poder? El mismo cielo
Obedece a su anhelo,
Si al cielo acaso conmover le agrada:
A una sola voz suya, a una mirada,
Apaga Jove el iracundo rayo,
Depone Marte la sangrienta espada.

   ¿No es tal, sacra Parténope, la excelsa
Joven real, cuya dorada cuna
Tú ya meciste en su primer oriente?
Ella en su faz purpúrea y noble frente
Lleva escrita su gloria y su fortuna.
Y espléndida y riente
Se lleva por los campos de la vida,
Cual la estrella de amor cuando en el cielo
Por los espacios lóbregos se lanza
A abrir la puerta al venidero día;
Y brilla con la luz de la alegría,
Y es bella como es bella la esperanza.

   ¿No es ésta ya la que a la regia silla
Destina alegre el hado,
Con el pueblo español menos airado?
¿La misma que en la orilla
Del sebeto feliz creció primero
A ser delicias del Monarca ibero,
Y astro de paz benéfico a Castilla?
¡Oh cuánto tarda ya! ¿Cómo no llega,
En alas de los céfiros traída,
A contentar al público deseo?

    Tú que el soberbio tálamo preparas,
Mira arder el incienso ante las aras
Y ven a nuestra voz, santo Himeneo.
La sien ceñida de amaranto y rosas,
Con apacible vuelo
Del Olimpo a la tierra tú desciendes:
Por do quiera que tiendes
Las alas vagarosas
Huyen las nubes, se serena el cielo
Y de la antorcha al sacudir la llama
Que la adorable Esposa a Iberia guía,
Del Ebro a Guadarrama
Que todo se penetre en tu ambrosía.

   Todo te aplauda: en resonantes himnos
Todo se inunde: el monte
Los diga al valle, y los repita el río,
Y los aprenda el mar. ¡Ella aparece!
No veis cuál resplandece
Del arrebol del alba enrojecida,
Por las gracias ornada,
Y de alta gloria y majestad cercada?
¿No veis cómo a los rayos de su frente
Todo con grata admiración se inclina?
Ella es; la augusta Reina de Occidente
Ella es la amable y celestial Cristina.

    ¡Nombre adorado, y en España ahora
Primera vez oído, ¡oh! siempre seas
Con tanto amor y gratitud cantado,
Como hoy estás de aclamación seguido!
Estrechamente al de Fernando unido
Escrito en letras de oro centelleas:
Y en medio a los magníficos festones
A las bellas guirnaldas con que el arte
Tu cifra con la suya enlazar pudo,
Es más estrecho el nudo
Con que la voz del regocijo alzando
Su alborozado aplauso al raudo viento,
Suben Juntos a herir el firmamento
Los nombres de Cristina y de Fernando.

   Ven, pues; y de tu estirpe ¡oh nueva Esposa!
La fortuna recibe: orne tu frente
La diadema esplendente
Que pases luego a tu progenie hermosa.
Aquí nació tu Madre virtuosa:
De aquí el destino a la dichosa Italia
Nos la robó; y al saludar contigo
Este albergue real, un tiempo suyo,
Ufana de la luz que la acompaña
Decir parece a su querida España
«Aun más que te debí te restituyo.»

    ¿Qué te suspende, oh Musa? Ya a Himeneo
Con su doble guirnalda
Ceñir la sien de los Esposos veo
Ya el áureo velo tiende... ¡Ob! No te atrevas
Más adelante a penetrar... Un día
La antigua poesía
En el canto nupcial plácido y leve
De amor el triunfo celebrar solía;
Cuando más halagüeña que sublime
La zozobra pintaba, el gozo, el llanto,
El inefable encanto
Del tímido pudor, que cede y gime,
Y tanto halago, y tanto
De que entonces te vistes, ¡oh hermosura!
Para más abrasar: la ufana rosa,
Cuando a besarla llega
El céfiro, amorosa
La pompa así de su beldad desplega.

    No, empero, igual licencia ¡oh Musa mía!
Te es permitida a ti; mayor reserva
Se debe a la deidad alta y triunfante,
Venus sin duda en su gentil semblante,
Pero en decoro y majestad Minerva.
Deja ese tono, pues, de mil ya usado
Y cantado ya a mil: diverso acento
En este gran momento
Deberá ser el tuyo, otras las sendas
Son que el délfico Dios abre a tu gusto;
Y cuando al son del plectro el aire hiendas,
Cristina y la virtud te oigan sin susto.

   Desde ese trono excelso en que sentada
Los ámbitos de Iberia señoreas,
Tiende la vista y mira en todas partes
Arcos sublimes, títulos, trofeos,
Y fiestas en tu honor: dulce tributo
Que vuelto en gala el doloroso luto
Rinde a tus plantas la Nación hispana.
Recibe tú su amor y sus deseos
Recíbelos ¡oh Ninfa soberana!
Con dulce afecto a sus plegarias pío
Y la suprema voluntad doblando
Del amante Monarca a tu albedrío,
Haz de tus ojos al clemente fuego
Benigno el mando y poderoso el ruego.

   Que bien esta región merecedora
Es de tu afán y maternal cuidado
Mira con cuánto agrado
La favorece el sol, qué rico el suelo,
Qué apacible es el aire; en donde quiera
Verás la primavera
Florecer y reír; y el siglo de oro
Renovando a tu voz, la dura encina
Y envejecido roble
De su áspero cabello
Miel para ti destilarán, ¡Cristina!
¿Buscas un bello clima? ¡Este es tan bello!
¿Buscas un pueblo noble? ¡Este es tan noble!
¿Acaso palmas del honor preguntas?
El mundo te responda que asombrado,
Por la española intrepidez doblado,
Apenas pudo contenerlas juntas.

   Su número fue escándalo; y la suerte,
El cáliz de favor con que algún día
Nos embriagó falaz, trocó a rigores
Dos siglos de dolores
Vanse a cumplir, y aún viva
Parece arder su saña vengativa.
¡Oh discordia! ¡Oh rencor! Tristes pasiones,
Ministras viles de venganza extraña,
Y ajenas tanto al corazón de España,
¿No es tiempo ya de que ceséis? ¿No es tiempo
De que sus hijos alcen
La frente al cielo con vigor? ¡Pudieran
Los castellanos pechos,
A tal fortuna y contratiempos hechos,
Ser tan grandes aún, si ellos quisieran!

   Y habrán de serlo al fin: que decretado
Sin duda fue por el querer del cielo
Este enlace magnífico y sagrado
Para bien de un gran pueblo. ¡Oh digna Esposa
Del Monarca español, fiel compañera
De su incesante afán y alto desvelo!
Tú en obra tan sublime
Asístele eficaz; triunfo debido
Es ese a tu candor, a tu hermosura,
A tu espíritu excelso... ¡Quién me diera
Romper el velo que la edad futura
Entre sombras esconde, y ver mi España
Acorde dentro, respetada fuera,
Vuelta a la gloria y rica de ventura
Acelerad ¡oh cielos! tales días,
Y salgan ciertas las promesas mías.

   ¡Oh, cómo el Genio imitador entonces
El inmenso caudal que en sí atesora
Desplegará, y en mármoles y en bronces
La efigie hermosa y los ilustres hechos
Dará de la inmortal restauradora!
¿Podrá a tanto bastar la fantasía?
¡Ah! mientras que a porfía
Las artes ostentando sus primores
Contiendan en su honor, en medio alzada
Con dulce exaltación y ardiente brío
Dirá la gratitud: «vuestros loores
No pueden ser eternos sin el mío.
Este es el perdurable, el verdadero,
El que conviene a su bondad divina
yo la grabé en el pecho al pueblo Ibero
Cuando en letras de amor puse: ¡Cristina!

1829.




ArribaAbajoPara el álbum

De la Señorita doña María Encarnación Fernández de Córdoba, hija de los marqueses de Malpica, a ruego de su tía la marquesa de Cerralbo.



   Tarde este libro a tus manos
Se vuelve, niña gentil,
Con el tributo de versos
Que me piden para ti
   Bien quisiera yo que fueran
Dignos de tu verde Abril,
Tan frescos como la rosa,
Tan puros como el jazmín;
   Y que volando atrevido
A modo de aura sutil,
Las alas de los amores
Te pareciera sentir.
   A haber gozado un momento
De tu amable trato, al fin,
Fueran más bellos, sin duda,
Como inspirados por ti.
   Una vez sola al pasar
Cual relámpago te vi,
Y no es más dulce la aurora
Cuando comienza a reír.
   Y al ver la gracia y la gala
Con que brillabas allí,
Entre las danzas festivas
De las bellas de Madrid,
   ¡Bien dichoso es quien la adora!
Sin poder más, prorrumpí,
¡Y el que la deba un suspiro
Mil y mil veces feliz!
   Ni pienses tú que desdice
Este acento juvenil
De los años que severos
Ya se agolpan sobre mí,
    Pues aunque Do deba amar,
¿Por qué no podré aplaudir
En el tributo de versos
Que me piden para ti?

10 de Junio de 1835.



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