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Biografía de Juan Valera

Enrique Rubio Cremades





La novela en la segunda mitad del siglo XIX, digna sucesora de la novela cervantina, reúne a una serie de escritores de indiscutible calidad literaria que hacen de este período uno de los más fecundos de nuestra historia literaria. La obra de Valera se nos presenta como un rico conglomerado de ideas y sugerencias, de crítica y creación; incluso, de vivencias personales que ayudan no sólo a comprender el espectro político y social contemporáneo sino a analizarlo con las sutiles matizaciones de su peculiar perspectiva. Sin la publicación de gran parte de su epistolario, difícil sería comprender la auténtica dimensión de Valera, pues es allí donde el lector puede conocer no sólo las ideas literarias e ideológicas del autor, sino también páginas íntimas de su vida que configuran y moldean el peculiar carácter de Valera.

Juan Valera y Alcalá-Galiano nació en Cabra (Córdoba), el 18 de octubre de 18241. Su madre, doña Dolores Alcalá Galiano y Pareja representa el ambiente aristocrático de la época; su padre, don José Valera y Viaña, hombre impregnado de ideas liberales que le condujeron a la pérdida de su carrera militar. Juan Valera cursó filosofía en el Seminario de Málaga (1837-1840), años de especial efervescencia para el romanticismo español y que inciden fuertemente en el autor. En sus lecturas desordenadas confiesa haber leído a Voltaire, Shakespeare, Zorrilla, Hoffmann, Scott, Byron, Víctor Hugo2, Espronceda3... Valera no puede evitar en sus primeros años la fuerte pujanza del romanticismo, huella que irá gradualmente desapareciendo hasta convertirle en un espíritu crítico, en un ideal forjado en el más puro escepticismo e ilustrado que le acercarán a su añorado siglo XVIII.

Publica sus primeros versos en El Guadalhorce, periódico malagueño. Traduce en verso fragmentos del Manfredo y compone sonetos a imitación de Lamartine. Marcha más tarde a Granada, donde conoce la estrechez de un pupilaje. Sus lecturas románticas ya no influyen tanto en el ánimo de Valera y sí, por el contrario, los clásicos quienes gozan de su especial favor. Lee a Propercio, Catulo y Horacio. Tiene sus primeros triunfos poéticos locales en la revista La Alhambra. El elogio y la vanidad de su progenitora harán que Valera marche a Madrid a continuar los estudios de Derecho. En 1844 se gradúa bachiller en Jurisprudencia y en 1846, de licenciatura. Con anterioridad, Valera ha sufrido los primeros desdenes amorosos, se enamora de Gertrudis Gómez de Avellaneda, poetisa que triunfa en el Liceo madrileño y que inspiraría en el autor encendidos y sentimentales versos4.

Valera, convertido en abogado sin empleo en Madrid, frecuenta los teatros y las tertulias, ávido de ver y ser visto, en espera de que la suerte le favorezca y le depare, al mismo tiempo, un buen empleo. Tenía, como indica C. Bravo-Villasante, talante de hombre de mundo, agradable conversación y cultura, rasgos poco conjugables en la sociedad de buen tono de la época5, aunque también un poco del protagonista de Las ilusiones del doctor Faustino, como señala Cyrus C. DeCoster6, que se sentía con talento pero no podía decidir qué carrera escoger. Su epistolario es una rica muestra de los galanteos amorosos del joven Valera, que es bien acogido en los ambientes mundanos. Su padre realiza gestiones con su entrañable amigo el Duque de Rivas. Istúriz, el 14 de enero de 1847, le nombra agregado sin sueldo en la Legación de Nápoles. El 21 de enero de 1847 Valera escribe a su padre comentándole los preparativos del viaje, agradeciéndole el sacrificio económico. Con no poco gracejo alude al Duque de Rivas como «Grande-pobre» y a las exhaustas arcas de los representantes de la Legación, incluido el propio Valera, que agudiza el ingenio para gastar la mínima parte de su asignación7. En una carta que escribe a su amigo Juan Navarro Sierra, Valera caricaturiza humorísticamente su estancia en Madrid y su entrada en la diplomacia:

Me vine a Madrid con el intento de buscarme alguna ocupación lucrativa y honrosa, con cuyo objeto venía decidido a pasar un año con un abogado y después abrir bufete; pero como mi fuerte no es el trabajo, y menos de esta clase, ahorqué la toga, quemé la golilla y, aprovechándome de una buena coyuntura, me metí de patitas en la diplomacia, donde con bailar bien la polca y comer pastel de foiegras, está todo hecho8.



A raíz de este nombramiento nuestro autor marcha a Italia, el 16 de marzo de 1847, primera experiencia en su carrera diplomática, de la que guardará un recuerdo imborrable9. En Italia surgen nuevas escaramuzas sentimentales y amorosas. Primero, con una dama conocida con el nombre de la «Saladita» y más tarde con Lucía Palladi, marquesa de Bedmar y princesa de Cantacuceno, la «dama griega» o la «Muerta», por la palidez de su rostro. De sus sentimientos hacia ella nacieron inspirados y amorosos versos, sentimientos que la diferencia de edad obstaculizó y no tuvieron la correspondencia deseada10. Conoce en Italia, finales de 1849, a don Serafín Estébanez Calderón, hombre culto, refinado, docto en lengua arábiga y en numismática, bibliófilo empedernido y escritor castizo que influye decisivamente en Valera. Con razón llegará a decir más tarde: «Quién me preparó sólida y macizamente para ser escritor castellano, en prosa y en verso, fue el famoso don Serafín Estébanez Calderón, cuyo ingenio, cuyo saber y cuya manera de sentir y expresar lo que siente son dechado, mapa y cifra de españolismo»11.

A finales de 1849 Valera abandona su destino de Nápoles12 y regresa a Madrid en donde pronto se sentirá hastiado y desengañado. El proyecto de ser nombrado diputado por el distrito de Córdoba se desvanece pronto acuciado Valera por la necesidad perentoria de conseguir dinero. Surgen momentos difíciles y desalentadores. De todos estos vaivenes políticos y sociales dará cuenta más tarde Valera -1863-, confesando con donosa y certera ligereza que «Me vine a Madrid con licencia, y me vine tan atolondrado, que no hice aquí sino disparates y tonterías en un año que estuve. Iba al Café del Príncipe, al Prado, a tertulias de trueno, y apenas si leía ni escribía, ni me ocupaba de nada serio. Mi familia, al ver que era muy costoso y que para nada servía, ni para abogado, ni para periodista, ni para literato, determinó que no servía sino para diplomático, y que si no había de arruinarla, era menester que ya me diesen sueldo»13.

Agregado de número de la Legación de Lisboa14 con sueldo de 12.000 reales anuales, Valera toma posesión de su destino el 26 de agosto. Desde allí se trasladó a Río de Janeiro15 como secretario de Legación presidida por Delavat. Vivencias que luego pasarán a su novela Genio y figura, obra que según el propio Valera era una historia más verdadera que divertida. El episodio en la Tejuca acompañados de Merengue de Fresa y de la Venus de bronce, de Genio y figura, tiene todos los visos de ser una experiencia vivida.

En septiembre de 1853 regresa a Madrid16 y colabora en la prensa madrileña con artículos literarios y políticos. En la Revista Española de Ambos Mundos publica un ensayo que se titula «Del Romanticismo en España y de Espronceda», páginas en las que rinde un fervoroso tributo a Espronceda. Artículos también contra la política del Gobierno de Sartorius. Establecido el Gobierno de la Unión Liberal, Valera aceptará ir más tarde a Dresde, con la misma categoría y sueldo. El itinerario diplomático continúa, viaja a Rusia -1857-17 bajo las órdenes del Duque de Osuna. Las cartas que Valera escribió desde Rusia a su amigo Leopoldo Augusto Cueto son un fiel reflejo de la fatuidad y ostentación de que hace gala el Duque de Osuna en su misión diplomática, personaje que a tenor de las cartas de Valera no tenía el sentido del ridículo y dilapidaba fuertes sumas de dinero para impresionar al cuerpo diplomático ruso, como, por ejemplo, tirar una valiosa vajilla de oro después de comer o traer naranjos de España para una fiesta invernal.

En estos años Valera es ya conocido y respetado en los cenáculos literarios. Funda, junto con Caldeira y Sinibaldo de Mas, la Revista Peninsular, en donde publica varias poesías y un ensayo sobre Las Escenas Andaluzas del Solitario. Colabora en la revista ecléctica El Semanario Pintoresco Español, La Discusión, El Museo Universal, La América... publicaciones de gran importancia en la prensa madrileña del momento.

En 1858 es elegido diputado a Cortes por Archidona. Un intenso y amplio repertorio de conferencias y artículos protagonizan la vida de Valera. Conocida es la polémica que mantuvo con Castelar en el Ateneo, así como sus deseos de fundar un nuevo periódico satírico literario -La Malva-18 con la colaboración de Miguel de los Santos Álvarez y Alarcón. En 1860 colabora con gran asiduidad en la revista satírica titulada El Cócora19 a instancias de su fundador Andrés María Segovia. Valera nos dice al respecto: «él y yo encocoramos a todos los literatos ramplones, o a los que tales creíamos. Nunca había estado tan lejos de la política, a pesar de ser diputado y de la oposición». En estas páginas publicará artículos anónimos, impregnados de mordacidad e ironía, como el titulado «De los buenos tiempos antiguos» y la «Carta pesada a El Cócora en defensa de la crítica pesada», parodia sobre las personas que desmenuzan la poesía palabra por palabra y aplican un huero e insustancial comentario. En diciembre de 1860, José Luis Albareda pide a Valera que acepte el puesto de redactor principal en el periódico El Contemporáneo20, de tendencia moderada, patrocinado por el Marqués de Salamanca. La respuesta nos la ofrece el mismo Valera:

Yo le dije que sí, pero no sabía si acertaría yo a escribir de prisa y de política militante; que en mi vida las había visto más gordas; que yo había escrito muy reposadamente de literatura, pero, en suma, entré de redactor, y desde entonces me metí de veras en la vida política. La historia de El Contemporáneo es, desde entonces, mi historia. En él he escrito artículos de fondo, sueltos, gacetillas, crónicas parlamentarias, variedades literarias, y hasta alguna que otra copla, a pesar de la fecundidad de Correa21.



En El Contemporáneo publicó no sólo artículos de crítica literaria y políticos, sino también obras de ficción. El 10 de febrero de 1860 publica en la sección de folletones su novela Mariquita y Antonio en sustitución de novelas de corte folletinesco, como las de E. Sué o Jules Sandeau. Un año más tarde es elegido miembro de la Real Academia de la Lengua en la que ingresa con su discurso sobre La libertad en el Arte, al que contesta Cánovas. Paralelamente transcurre un episodio de gran importancia en la vida de Valera: su matrimonio con Dolores Delavat en París, en la iglesia de San Pedro, de Chaillot22.

La revolución de 1868 tiene en Valera un cronista de excepción. Sus puntuales cartas dirigidas a su familia constituyen un fiel testimonio de lo que ocurrió en España durante este período23. Una vez más, Valera observa que el principal problema lo constituye las desavenencias de tipo ideológico, ramificadas en encontrada polémica con problemas de tipo religioso y moral. Su epistolario revela un carácter realista y objetivo, capaz de analizar los entresijos de la política, al igual que ocurriera más tarde con el desastre del 98 en el que Valera parece anticipar el enfrentamiento con los Estados Unidos.

Por estas fechas -1867-1871- aparecieron sucesivamente los tres tomos traducidos por Valera de la Poesía y arte de los árabes en España y Sicilia del alemán Schack. El 24 de febrero de 1872 es nombrado Valera director general de Instrucción Pública, cargo político que perderá a tenor de los sucesos acaecidos por estas fechas, que le suponen el ostracismo político. Es, sin lugar a dudas, el período más fecundo del autor, interrumpido nuevamente por su carrera diplomática, a partir de 1881. Olvidado todo tipo de recelo político y desengañado de la Corte, Valera se sumerge en un mundo idílico, carente de ambiciones y capaz de ofrecer desde esa áurea mediocritas páginas de innegable belleza. Su estado anímico queda perfectamente definido en el prólogo de la edición americana de Pepita Jiménez, cuando afirma que se encontraba «en la más robusta plenitud de mi vida, cuando más sana y alegre estaba mi alma, con optimismo envidiable y con un panfilismo simpático a todo, que nunca más se mostrará ya en lo íntimo de mi ser, por desgracia»24. En mayo empieza a publicarse Pepita Jiménez en la Revista España,25 novela psicológica -según el propio autor- en la que se narra el proceso de enamoramiento de la joven viuda, Pepita Jiménez, y el seminarista Luis de Vargas. Valera va a utilizar un peculiar recurso en sus narraciones que servirá para explicar su propia teoría sobre la novela. Nos referimos a las cartas-prólogo antepuestas a sus obras novelescas y que son de gran importancia para conocer su ideario estético, como tendremos ocasión de comprobar en páginas posteriores.

La Revista de España publica meses más tarde Las ilusiones del doctor Faustino26, novela que la crítica ha considerado trasunto del propioValera. El protagonista, Faustino, es ambicioso e indeciso en su etapa juvenil. Su padre, don Francisco, es un liberal perseguido por «Narizotas» (Fernando VII). El autoritarismo de la madre de Valera guarda la misma similitud con la fémina de esa ficción. Incluso todo ese carácter dubitativo que distingue o aqueja a Valera en sus primeros años es idéntico al experimentado por el doctor Faustino. No menos elocuente es la identificación del mundo geográfico-novelesco con el real, fusión que da un sentido único y unitario a la vez: sublimación y transposición de un paisaje andaluz como si de una Arcadia se tratara. El doctor Faustino es también, como diría el mismo Valera, el hombre que representa a toda su generación, una generación compuesta por ambiciones, escepticismos, ensueños, descreimientos, concupiscencias... en el que el máximo exponente es el propio Valera27.

En el mismo año conoce al entonces joven Marcelino Menéndez Pelayo, recién llegado a Madrid con una carta de presentación para Valera de su amigo Laverde. De esta amistad nace una copiosa correspondencia de singular valor para la crítica28. También por estas fechas publica El comendador Mendoza29, novela en la que el autor se proyecta en don Fadrique Lope de Mendoza. El retorno de este personaje a su pueblo es semejante al de Valera a Cabra y a Doña Mencía, lo mismo que el matrimonio final del comendador -que tiene cincuenta años- con Sofía -de dieciocho- es fiel reflejo de lo que ocurrirá más tarde en Juanita la Larga. El don Braulio de su siguiente novela, Pasarse de listo30, la más endeble de sus novelas -según confesión de Valera a Menéndez y Pelayo-, ofrece también concomitancias con la biografía del autor, como aquella referencia del protagonista a la teoría de los grados de genio o talento, que más allá de cierto grado ordinario inutilizan a la persona.

En una carta fechada el 30 de julio de 1878, dirigida a Menéndez Pelayo, le comunica que ha «empezado una nueva novela -Doña Luz-» de la que ha escrito cuatro largos capítulos. El 11 de agosto le dice que lleva escritos ocho capítulos, y en cartas posteriores le confiesa que ha retardado, a causa de otros compromisos la finalización de la novela. El 18 de abril de 1878 en breve carta le comunica: «Mi querido amigo don Marcelino: ahí va un ejemplar de Doña Luz para usted. No quiero y quiero -vorrei e non vorrei- que diga usted algo con su firma en los periódicos santos»31. La alusión a los periódicos «santos» está relacionada, como es lógico, con la venta del libro, y, por ende, alude a la precaria situación económica de Valera. En Doña Luz todo se supedita al ideal religioso y a la necesidad de reconciliar la naturaleza y el espíritu. Con anterioridad publica en la Revista Contemporánea su obra Asclepigenia, diálogo filosófico amoroso en un acto que nunca verá en escena Valera y que parece haber sido escrito para un teatro de cámara minoritario. Período prolífico en el que publica una obra por año, múltiples ensayos críticos, discursos académicos, reseñas, traducciones y cuentos, que hacen que este período sea el más fecundo del autor.

El regreso a la diplomacia abrirá un nuevo paréntesis en su vida, y lo alejará de su ficción literaria, de su mundo novelesco. Las fechas comprendidas entre los años 1881 y 1893 suponen el retorno a la vida diplomática: primero, Ministro de España en Lisboa32, más tarde en Washington y, por último, en Bruselas y Viena33. Su abundante epistolario dirigido tanto a compañeros de Academia como a su círculo literario y familiares, va revelando preocupaciones hondas sobre la política y la literatura, así como su precariedad económica34 y el acercamiento de sus hijos.

Valera, si bien ha abandonado el arte de novelar, no por ello deja de publicar artículos de crítica literaria35 o versos que reciben el más fervoroso aplauso de la crítica36. La aparición de un libro de versos de Valera con carta prólogo dedicada a su joven amigo Menéndez Pelayo, que ha puesto notas críticas a todas sus poesías, es elogiado y ponderado profusamente por el temido Clarín que sin pudor alguno confiesa en su artículo publicado en La Opinión que Valera es «nuestro primer literato», elogia tanto sus novelas como la calidad de sus versos, que según él rezuman un aire cosmopolita y nos recuerdan las figuras del Renacimiento, a lo Garcilaso, Quevedo o Hurtado de Mendoza. Valera ha publicado por estas fechas las dos primeras series de Cartas Americanas, publicadas en la revista La España Moderna y en El Imparcial. Sus Cartas son una fuente inagotable para conocer las publicaciones de la América hispana e, incluso, de los acontecimientos literarios de la España del momento. El éxito fue tan rotundo que sus escritos se reprodujeron en la inmensa mayoría de los periódicos de América.

El año 1895 supone el comienzo de una nueva etapa de creación novelesca. Sus tres novelas, Juanita la Larga, Genio y figura y Morsamor se publican, respectivamente, en 1895, 1897 y 1899. Valera ha abandonado definitivamente la vida diplomática y su mundo se reduce casi exclusivamente a la conocida tertulia de la Cuesta de Santo Domingo37. En su casa se reúne con un grupo de amigos y literatos en animada y sustanciosa conversación. En la famosa tertulia aparecen el conde de las Navas, Luis Vidart, Blanca de los Ríos, los hermanos Quintero, E. Pardo Bazán, Narciso Campillo, los Vázquez de Parga, Menéndez Pelayo... Valera, ya en el umbral de la muerte, no puede redactar sus escritos a causa de su ceguera38. Un egabrense, don Pedro de la Gala, será quien haga de secretario y acompañante al mismo tiempo. Valera, mermado en sus cualidades físicas, pero no en las intelectuales, añora las lecturas clásicas y publicaciones extranjeras que, debido a su ceguera, no puede leer, no encontrando tampoco al interlocutor y traductor válido para sus deseos. Su epistolario revela el estado anímico del escritor. La carta que el 13 de marzo de 1905 escribiera a su buen amigo el doctor Thebussem es harto significativa para conocer su decaimiento físico: «Muy leves son ya las esperanzas que me restan de componerme y de valer para algo. Lo probable es que los tres o cuatro libros que tengo empezados, a saber: Elisa la Malagueña, la Metafísica a la ligera y Meditaciones utópicas sobre la educación humana, se queden sin terminar y me lleve yo al otro mundo lo mucho que me falta aún por escribir, para que dichas obras queden completas»39. Un mes más tarde -el 18 de abril- Valera deja de existir.





 
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