De la imitación a la fructificación: variaciones sobre el motivo de la reproducción en «La Florida del Inca»
Daniel Mesa Gancedo
Universidad de Zaragoza
Tal vez uno de los elementos que contribuyen a la modernidad de La Florida sea un cierto desasosiego, efecto de lectura derivado de una especie de «pulsión de reproducción» que atraviesa casi todos los niveles del texto. Con esa fórmula podríamos atribuir coherencia a un amplísimo abanico de temas o procedimientos técnicos que aparecen en la obra y que están marcados, en todo caso, por alguno de los sentidos del término reproducción. Cabrían ahí desde la copia o transcripción de textos, relaciones orales o discursos referidos, hasta la repetición de acciones, gestos o conductas, sin olvidar la espinosa cuestión del fingimiento y la falsedad. Son éstos tres regímenes posibles de la reproducción: la imitatio (y la cuestión de la auctoritas), en el nivel poético-compositivo; la aemulatio, en el nivel pragmático-ético; y la simulatio en el nivel epistemológico y moral. Una cuarta variación del concepto de reproducción -el sentido biológico- afecta en La Florida al nivel que podríamos llamar alegórico, a través de la importancia conferida por el autor al linaje y a la metáfora de la fructificación.
El desasosiego que
deriva de una lectura semejante estriba en la sospecha de que una
corriente de sentido atraviesa todos esos niveles, esto es -para
formularlo de un modo extremo y de una sola vez- que la insidiosa
«desaparición» de las relaciones de Coles y
Carmona (que sólo existen -hasta donde se sabe- en la
reproducción que de ellas hace el Inca) tiene que
ver con la no menos insidiosa desaparición -en el texto- del
nombre de «su autor» (que hace que Gonzalo Silvestre
aparezca desdoblado -esto es, re-producido- en informante
y protagonista); y que esas desapariciones-reproducciones
también están relacionadas con la inverosímil
transcripción de discursos indígenas o con
la propuesta de que Garcilaso puede ser un modelo de «indio
discreto», cuyo ejemplo debe ser reproducido por
otros, así como con la idea uniformista (expresada
por Hernando de Soto) de que «todo el
mundo es uno»
, y con el hecho -por fin- de que la
cría de cerdos en América puede ser la base
para la fructificación del cristianismo
allí. De un modo más sintético, podría
decirse que en La Florida los problemas de
género (qué significa escribir historia y
cómo hay que escribirla) están estrechamente ligados
a los problemas de generación (de dónde
procede el que escribe y el que protagoniza la historia, pero
también cómo la escritura debe procurar la
multiplicación -de la verdad y de la riqueza).
Semejante sospecha
puede parecer muestra de un síndrome
paranoico-crítico, que, sin embargo, no parece disonar del
«síndrome
analógico»
que Pupo Walker (1982: 40)
detectó en la escritura de La Florida. La ansiedad
de lectura que genera esa sospecha sólo podría ser
reducida con un análisis de todos y cada uno de estos
aspectos, lo cual exigiría un espacio del que ahora no
dispongo. Por ello, en esta ocasión me centraré
exclusivamente en los aspectos más literarios y quizá
menos controvertidos: los relacionados con la imitatio y -apenas como un
corolario- con el uso metafórico de la fructificatio, dejando para
otro momento los relacionados con la aemulatio y la simulatio.
Casi todas las implicaciones de la que he llamado «pulsión de reproducción» presentes en La Florida se reflejan en el «Proemio al lector» y, en algún caso, se revelan como propósito fundamental de su escritura. Desde el punto de vista alegórico, por ejemplo, allí se afirma que la obra aspira a promover la conquista de un territorio verdaderamente fértil para garantizar el «aumento» de la fe católica en los territorios americanos, y, desde el punto de vista pragmático-ético, Garcilaso pretende incitar a seguir ejemplos como el suyo, indio «discreto» que debiera ser favorecido para animar a otros.
Los motivos de la fructificatio y de la aemulatio están, pues, en el proemio, pero el aspecto más desarrollado del motivo de la reproducción en las primeras páginas del texto tiene que ver con el método de escritura. Las entrevistas entre Garcilaso y el «caballero, grande amigo» que le sirve de informante se reproducen «muchas veces» porque la inquietante presencia de la muerte no deja de reproducirse como amenaza y acicate para el proyecto1. Por otro lado, el texto defiende su legitimidad como reproducción de fuentes fiables (la relación oral de ese «caballero amigo» o los fragmentos de los textos escritos por dos testigos «contestes», Alonso de Carmona y Juan Coles) o por el hecho de que otros textos (que él no ha visto) reproducen también los hechos que su texto refiere (la relación con la que fue cotejado por un «cronista de la Majestad Católica», verosímilmente Ambrosio de Morales, según Durand).
La existencia de algunas de esas fuentes tiene una incidencia especial en el trabajo de reproducción, en la medida en que obligan a Garcilaso a un proceso de reescritura complejo2. La Florida se escribe -al menos- dos veces para poder reproducir aquellos testimonios confluyentes. La repetición-reproducción del gesto de escritura se establece, entonces, como garantía de rigor histórico:
(66; la cursiva es mía). |
No obstante, y
desde el punto de vista que me interesa, los textos de Carmona y
Coles aún presentan una derivación muy interesante.
Hasta el momento -en tanto en cuanto no se conocen los originales-,
su condición es la del «simulacro». Las citas
que Garcilaso transcribe son reproducción de algo que, sin
embargo, no existe fuera del marco de la
reproducción3.
La única garantía de su existencia
«exterior» es la patente diferencia de estilo en los
pasajes transcritos. Así, paradójicamente, la
existencia de esas tres relaciones que «son una misma»
(66) se sustenta
solamente en la capacidad de marcar su diferencia y, por tanto,
puede tratarse de un «efecto» buscado por el que
ostenta el control del discurso.
Otra
cuestión suscitada en el proemio, que afecta a la
reproducción como método de escritura, se relaciona
con el papel de la memoria. Sólo la reiteración del
relato garantiza su veracidad y elimina la tópica
aporía del discurso histórico, tal como se
concebía en la época: el testigo de vista tiene
limitada la legitimidad de su testimonio por una eventual flaqueza
moral: su cobardía, ya que si vio, no
actuó. La solución de esta aporía la
da la memoria: el testigo pudo hacer y ver, aunque el ver no fuese
intencional. Sólo el relato ulterior (y repetido) confiere a
lo visto la intencionalidad histórica4.
En ese mismo punto (conferir intencionalidad
histórica a la visión «neutra» del
testigo) se apoya la legitimidad de Garcilaso como historiador: su
labor consiste en hacer reproducir lo visto y lo vivido a
su «autor». El método es «preguntar y repreguntar»
(el vocablo
es preciso y precioso, desde el punto de vista que me interesa). Si
el fin último de la escritura de La Florida -tal
como se expresa en el proemio- es incitar a la
acción (a la conquista), su origen primero consiste
también en incitar a la memoria y al discurso, una
tarea de re-producción apoyada en la re-petición:
(65) |
Otros dos aspectos del proemio me interesa destacar en relación con el tópico de la reproducción como método compositivo. Acudiendo al tópico de la excusatio propter infirmitatem, Garcilaso sostiene (falsa y, por tanto, irónicamente) que su obra no puede considerarse producto de la aplicación de una preceptiva historiográfica, que, por su condición de indio, ignora. La Florida no tiene modelo que reproducir; la escritura se presenta como impromptu, sin patrón. La crítica ha repetido que en esta obra surge un nuevo modo de escribir historia5. La obra no tiene, en efecto, parangón; Garcilaso lo sabe, pero lo propone en otro sentido:
(69) |
Por fin, la propia distribución de la materia en seis libros (y su justificación explícita) (68) revela que sí existe ese parangón y que éste tiene un carácter extratextual: los seis libros de La Florida se corresponden con los seis años que duró la expedición de Hernando de Soto. En semejante distribución alienta un principio neoplatónico de correspondencia entre materia (la Historia) y forma (la historia)6. La segunda debe reproducir la estructura de la primera7. Y, sin embargo, parece haber cierta ironía en la adopción de ese principio organizador, en la medida en que -como advierte el mismo proemio-, el sometimiento es puramente nominal, ya que dos de los seis libros aparecen a su vez divididos en dos partes. Aunque Garcilaso justifica explícitamente la alteración8, ésta no deja de parecer una liberación explícita respecto de un principio hilemórfico y la afirmación de que el verdadero control de la veracidad histórica está en quien maneja el discurso.
La
imitación de autores y la transcripción de relaciones
consideradas veraces es, en definitiva, el principio que legitima
la actividad del historiador. Garcilaso trabaja de modo consciente,
no sobre la materia bruta de los acontecimientos, sino sobre
discursos ajenos que serán re-hechos en el discurso
propio9.
Así lo demuestra la importancia concedida a las autoridades
y el respeto con que trata sus fuentes en el caso de La
Florida10.
En ese tratamiento se esconde, sin embargo, una ficción
constructiva: Garcilaso finge reproducir fielmente11,
pero en realidad (y en los Comentarios reales esto
será flagrante) lo que hace es «reescribir [...] el discurso letrado que
producían cronistas y contadores oficiales»
(Pupo
Walker, 1985: 105). Es esa tarea de simulación la
que confiere modernidad al discurso histórico de Garcilaso,
pero, al mismo tiempo, genera un margen de incertidumbre e
inquietud, solidario con el tratamiento «enigmático»
(Durand) de su
fuente principal, Gonzalo Silvestre.
Más que en
el ajuste o desajuste del texto con los sucesos12,
es en esa manipulación del principio de reproducción
donde reside el principal reto que Garcilaso lanza contra la
historiografía tradicional en el momento de escribir La
Florida. Esa poética de la imitatio que vira hacia una
poética de la simulación permite, desde
luego, la tradicional inclusión de analogías con la
historia española y clásica13,
como «amplificaciones
imaginativas»
que redundan -ciertamente- en el
afianzamiento del principio ideológico del
uniformismo14.
Pero Garcilaso es consciente de las posibles debilidades de ese
procedimiento y se protege contra ellas, pues reproducir más
de lo debido-sabido, puede arriesgar un desmentido
ulterior15.
La misma poética de simulación, no obstante,
propicia en Garcilaso la permeabilidad de las fronteras entre
historia y poesía, de modo que la primera puede
imitar a la segunda al reproducir el discurso de los
protagonistas de los acontecimientos:
(II/1, 14: 154-155; la cursiva es mía). |
El mismo principio legitima el uso de la écfrasis extendida (recurso poético) en la descripción del templo y la cámara fúnebre de los nobles de Cofachiqui (III, caps. 14 ss.; pp. 317 ss.) o el pormenorizado relato de la batalla de Mauvila. Tanto aquel templo como esta batalla son parangones, términos de referencia que pueden absorber toda otra representación análoga pero no tan excelsa16. La historia, según Garcilaso, no se ocupa de casos generales (como la poesía), pero tampoco de todos y cada uno de los casos particulares, sino de casos excepcionales que -a todos los efectos- sirven de ejemplo. En la comprensión profunda del principio de imitación como reproducción de un modelo excelso radica, justamente, el mayor distanciamiento de Garcilaso respecto de sus fuentes concretas.
Poco a poco, Garcilaso, va revelando el absoluto control de su materia y del tratamiento que debe darle. De ese modo, elabora conscientemente un concepto de sí mismo como auctor-auctoritas, modelo o parangón digno de ser imitado. Ese proceso comienza por la emmendatio explícita de algunas de sus fuentes principales. Ello ocurre, por ejemplo, con respecto a la información que da Cabeza de Vaca sobre la fertilidad de la tierra17. El conocido pasaje es muy significativo pues pone en marcha múltiples estrategias para desmentir a su fuente, fingiendo que no lo hace, y que se resumen en que Cabeza de Vaca -que estuvo allí, a diferencia de Garcilaso- no vio la verdad (el Apalache que él nombra no es el verdadero Apalache), ni tampoco llegó a escucharla de unos indios, en este caso, poco fiables.
Por otro lado, el
plagio que Antonio de Herrera realizó sobre La
Florida es quizá la prueba de esta conversión de
Garcilaso en auctor18.
Pero quizás más importante sea apuntar que en el
largo proceso de gestación de La Florida Garcilaso
se transforma en autoridad de sí mismo, esto es,
dueño de su materia y de su forma, que puede utilizar
cuándo y dónde lo juzgue oportuno19.
Esta circunstancia provoca la proyección-reproducción
de la obra en los Comentarios reales. Los ejemplos de esos
cambios o desgajamientos del texto original20
son varios y por lo general dejan huella. El caso más citado
es la reflexión sobre el «nombre del
Perú» (VI, 16: 562), que los retrasos en la
impresión de La Florida propiciaron se trasladara a
su lugar «propio»21;
también es importante el pasaje en el que, sin venir
demasiado a cuento, Garcilaso explica el modo que tenían los
incas para cruzar los ríos y anuncia explícitamente
que lo dirá de nuevo «en su propio
lugar, si Dios se sirve de darnos vida»
(VI, 2: 529-530).
Aunque quizá el pasaje más significativo sea aquel
del capítulo final de La Florida en el que se
anticipa el proyecto completo de los Comentarios, que,
así -en la lectura- se convierten en reescritura
amplificativa de este proyecto22.
Pupo Walker (1982: 40) ha señalado cómo este proceso
se basa en un «síndrome analógico» que
hace que Garcilaso lea la Florida desde el Perú, y
ambos territorios y culturas desde el modelo
clásico23.
Así las
cosas, podría decirse que la construcción de La
Florida está marcada por el principio de
reproducción desde el mismo momento de la inventio: Florida es como
Perú en la medida en que es una pieza-modelo de
América. Por otro lado, la expedición a la Florida
que narra Garcilaso puede situarse en la pre-historia de la
conquista del Perú, pues muchos de los que participaron en
aquella se trasladan finalmente (para enjugar su fracaso) al
Perú y allí Garcilaso-niño comienza,
verosímilmente, a tener las primeras noticias sobre la
aventura de Hernando de Soto. De esa analogía, elaborada por
un discurso regido por la imitatio-simulatio y que se fija sobre todo en las
semejanzas, América surgirá, no obstante,
según ha señalado también Pupo Walker (1985:
110), «como entidad desfigurada por el
propio discurso que pretende identificarla»
. La
reproducción verbal del territorio y la experiencia
americana no podrá ser sino copia infiel.
La
construcción de una figura de auctor en la obra de Garcilaso se relaciona,
necesariamente, con el prestigio creciente que él mismo va
atribuyendo a la tarea historiográfica24.
Para ello, la escritura misma va reflejando los mecanismos en que
se basa la composición del texto25,
en un gesto que, como ha observado Rodríguez-Vecchini, es
solidario del trabajo de elaboración artística que
supone la mejor estrategia de acreditación
textual26.
Se inicia así un proceso de reproducción
interiorizada (mise
en abîme) que deja una huella profunda en La
Florida. Garcilaso simula ser un mero escribiente
(reproductor) pero en realidad se afirma como «generador primario del discurso»
(Pupo
Walker, 1985: 98). El texto, que había nacido -quizá
ilegítimo- de la colaboración de dos
«padres» (escribiente / relator) se nutrirá y
reproducirá a sí mismo27,
eludiendo la muerte que podría provenir de la estricta
confrontación con los hechos, al tiempo que se proyecta (se
reproduce) en una escritura-por-venir (los Comentarios).
En ese sentido, como señala Rodríguez-Vecchini,
«La Florida es, a su vez, la
historia de cómo hacer una historia de América que
parezca verdadera»
(588) y ahí reside su
máximo grado de auto-reflexividad.
Los mecanismos de
composición que consiguen tal densidad auto-reflexiva son
múltiples28.
Cabría dedicar especial atención a las observaciones
de Garcilaso sobre la importancia de lo escrito como
reproducción que garantiza la verdad de los
hechos29
(y, paralelamente, la importancia del silencio como
no-reproducción30)
o al problema de la transcripción de discursos ajenos, ya
sean citas de fuentes31
o, sobre todo, transcripción de parlamentos de personaje,
momento en el que Garcilaso sabe que arriesga la verosimilitud de
toda su historia y que, en el caso de los discursos
indígenas, como bien ha visto Pupo Walker (1985: 102),
suponen la creación de un corpus textual «propio de una organización cultural
avanzada»
, regida, de nuevo, por el principio del
simulacro.
Pero me
fijaré sólo en la plasmación explícita
de esa mise en
abîme que hace que el texto de La Florida
incluya en su interior el relato resumido de la misma jornada que,
al final, acabamos leyendo in extenso. Las rememoraciones explícitas
de sucesos previamente narrados son los indicios más leves
de semejante procedimiento de abismación mediante el cual el
relato vuelve sobre sí mismo («Ya
dijimos que...»
sería la fórmula más
habitual, por ejemplo en III, 20: 335). En ocasiones, esta
auto-referencia obedece a que los protagonistas de los sucesos
vuelven, literalmente, sobre sus propios pasos32.
En otras ocasiones, el texto alude a la repetición de
historias dentro de la historia, repetición que no se
reproduce (aunque se haya dado en la realidad), pero que se
imagina: «Por oírle estas
rusticidades y groserías, le hacían contar muchas
veces el cuento, y Galván, perseverando en su lenguaje
pulido, diciéndolo siempre de una propia manera, daba
contento y qué reír a sus
compañeros»
(II/2, 17: 252)33.
La alusión a un suceso de la historia que se convierte en relato dentro de la misma historia es el primer eslabón en una cadena que conducirá a la puesta en perspectiva de toda la jornada de la Florida. Entre medias se sitúan otros momentos no menos significativos. El relato de la aventura de Juan Ortiz, por ejemplo, una de las más notables de toda la expedición, es recibido dos veces por Hernando de Soto34. Si en este caso la repetición puede tener una función probatoria, más significativo -a efectos de construcción de la obra- resulta el pasaje en el que Gonzalo Silvestre (aquí personaje-relator identificado) refiere sucintamente todo el proceso de conquista de la Florida ante el cacique Anilco:
(V/2, 13: 516) |
En cierto modo, esta escena reproduce la escena real en la que el anónimo «autor» verificará un relato semejante ante Garcilaso y por eso es capital, desde el punto de vista de la reproducción como mecanismo compositivo. Anilco anticipa el papel de oyente que desempeñará el propio Garcilaso y así se convierte en una especie de «doble» intratextual suyo, con la diferencia de que el «segundo» indio que reciba el relato de Silvestre tendrá la capacidad y la misión de escribirlo.
Pero el momento culminante de este proceso de auto-reproducción aparece al final: se trata del relato que los expedicionarios hacen de su jornada ante sus anfitriones mexicanos, una vez que han abandonado la Florida (VI, 19: 572 ss.)35. Ese relato, sin embargo, ha sido preparado desde unos capítulos antes. La melancolía y la frustración están en la base de un proceso rememorativo que los expedicionarios inician antes de ser interrogados en México. La infertilidad de las nuevas tierras que encuentran al dejar Florida les hace acordarse, por contraste, de la riqueza que han dejado atrás, lo que genera una rabia que sólo puede tener salida violenta. Garcilaso, en ese momento, reproduce un discurso tópico que atribuye al sujeto colectivo e insiste en su mensaje inicial: la Florida es rica, debe ser conquistada y evangelizada36. El «crujir de dientes» apocalíptico de los expedicionarios los acompaña del Pánuco a México, donde -de nuevo- rememoran otro discurso admonitorio de Hernando de Soto, que Garcilaso reproduce37.
Es sólo
después de esa doble aproximación cuando llega el
relato completo de la jornada ante el virrey, su hijo y «toda la ciudad de México en
común»
(VI, 19: 573). Este relato funciona como
«sumario» de la historia y -pragmáticamente-
prepara la recepción del texto garcilasiano38.
Pero conviene saber que el relato no aminora la frustración
y la rabia y que estos sentimientos prolongan la aventura de la
Florida: muchos («los más») de los
expedicionarios van al Perú por ese motivo, hilvanando -en
los sucesos- los textos garcilasianos («En el Perú conocí muchos de estos
caballeros y soldados [...]»
, VI, 20: 576).
La historia, así, se trasciende a sí misma después de haberse auto-reflejado; se proyecta sobre el texto que Garcilaso ya estaba escribiendo, los Comentarios reales. Del mismo modo que los sucesos de la jornada de Hernando de Soto se proyectan hacia otras expediciones, el texto de La Florida se reproduce también fuera de sus límites39. Esta posibilidad, además, se inscribe de manera explícita. Podría decirse que el texto de Garcilaso tiene conciencia de supervivencia: debe convertirse en testimonio que poder cotejar en el futuro con una realidad aún no conocida y, por tanto, en buena medida utópica, en la que se verificará el propósito ideológico de la escritura:
(III, 23: 347) |
Semejante proyección transtextual y utópica presenta a veces rasgos cuasi real-maravillosos. No de otro modo se me ocurre considerar la «coincidencia» (cuasi carpenteriana) entre la fecha de un suceso (probablemente el más importante) y la fecha en la que éste se redacta:
(III, 29: 367) |
Una vez más, la composición de la historia reproduce en alguno de sus elementos el devenir de la Historia. Como el silenciamiento del nombre del «autor», esa coincidencia cronológica (no más «maravillosa» por otra parte, que algunos de los sucesos relatados) no deja de ser inquietante, pues traspone la posibilidad de maravilla del marco del enunciado al marco de la enunciación y revela, una vez más, lo que La Florida tiene de construcción-reproducción interesada.
Para concluir mi lectura sólo me resta presentar un corolario al sentido maravilloso-utópico de La Florida. Entiendo que la primera obra historiográfica de Garcilaso puede interpretarse no como «novela utópica», pero sí como reescritura utópica de la historia. Y esto se basa en el uso cardinal de una metáfora para señalar el propósito y el sentido de la obra. Esa metáfora es la de la fructificación y, obviamente, tiene que ver con el campo semántico de la reproducción.
Desde que los
señalara Julio Ortega, es fácil ver en La
Florida una manifestación singular del «discurso de la abundancia»
. La imagen
de la fertilidad, que el crítico peruano utilizó para
interpretar la relación del Nuevo y el Viejo Mundo,
encuentra en el texto garcilasiano una de sus primeras y más
sofisticadas elaboraciones. Allí donde todo se reproduce con
tal feracidad, la cultura occidental (i. e., la
religión cristiana, en términos de la época)
no puede sino encontrar un terreno abonado40.
Por eso, la escritura de Garcilaso está interesada en
subrayar (y propiciar) todo lo que de incremento o
aumento puede aportar la conquista al imperio. Este
propósito se manifiesta ya en la segunda dedicatoria al rey
de los Diálogos de amor:
(2.ª dedicatoria al Rey; Las Posadas, 7-11-1589; De la Vega, 1996: 23) |
Los énfasis del párrafo anterior son, obviamente, míos, y apuntan una conexión: la conquista de Florida contribuye al engrandecimiento simbólico del imperio español, sobre la base de una abundancia material y tiene por consecuencia el incremento de la honra de los protagonistas. No hay que olvidar que augmentum está relacionado en latín con augeo, verbo del que procede el sustantivo auctor. En el proceso de autorización que Garcilaso emprende en La Florida (y que señalé antes), es fundamental ese propósito de propiciar la fructificación de la fe y del imperio: ganar autoridad como historiador implica contribuir al incremento del marco de referencia desde y sobre el que se escribe.
La estrategia
retórica que emprende Garcilaso para ello consiste en
desmentir las informaciones contrarias a su propósito (por
ejemplo, las de Cabeza de Vaca, como ya se dijo) y en comparar (con
ventaja) lo desconocido con lo conocido: Florida es -a ojos de los
que pretenden conquistarla- «tan rica o
más que las dos pasadas
[conquistas] de México y del Perú»
(I, 5:
83).
Sin embargo, ya sabemos que la expectativa de que en la Florida se reproduzca el proceso y las consecuencias de las otras dos conquistas se verá frustrada41: la dinámica del incremento (siempre más) es también la de la codicia y Garcilaso señalará sus consecuencias negativas: implicarán la suspensión de la conquista y la discordia entre los españoles. Garcilaso, en su reescritura utópica, inscribirá la verdadera riqueza de la tierra, que es en la que debería haberse fundado el poblamiento, base para la posterior evangelización. Esa riqueza es su fertilidad, inmediatamente visible y sin embargo inadvertida para quienes están obnuvilados por una expectativa de riqueza errónea: el oro y la plata, símbolo de codicia y pecado, y desde luego no de vida y virtud42. El oro y la plata no son imprescindibles para la vida. La fertilidad y la evangelización, por su parte, se implican, porque, en el fondo, son lo mismo y están vinculadas a la verdadera riqueza de una tierra: la de sus gentes43.
Así las cosas, la pulsión reproductora que Garcilaso desarrolla a lo largo de La Florida (y que aquí sólo he analizado parcialmente) confluye en la intencionalidad ideológica de la escritura, declarada desde el proemio, como se vio: ésta sólo procura el aumento y la fructificación de la fe católica (64). El desarrollo del discurso se enmarca por la reiteración de semejante propósito44 y la escritura se ofrece como una estrategia más de la conquista: la incitación al cumplimiento de la labor mesiánica del imperio español.
Pero en realidad,
esta escritura concreta refleja -irónicamente- que la
jornada de Hernando de Soto no satisfizo semejante
propósito. Garcilaso se encarga de señalar, en cada
ocasión, si los españoles ejercieron o no la labor
evangelizadora que se esperaba de ellos. Al margen de la
representación ritual de algunas procesiones, lo normal es
cierta negligencia al respecto. La principal falta de los
conquistadores fue no haber logrado el poblamiento, lo que
frustrará, desde la base, la posibilidad de
evangelización. Ciertamente, la intención está
al principio en Hernando de Soto, que siempre quiere ir más
adentro y fundar pueblos «para desde
allí principiar y dar orden en reducir los indios a la fe de
la Santa Iglesia Romana y al servicio y aumento de la corona de
España»
(III, 32: 377). Pero, enseguida, la
experiencia del fracaso y la frustración irá haciendo
olvidar esa tarea. En circunstancias tan extremas, sólo la
difusión de la fe entre los indios, el fin principal de la
conquista, hubiera justificado cualquier conducta45.
Por eso, Garcilaso señalará siempre que pueda los acicates para realizar ese objetivo: la riqueza de la tierra46 o la predisposición de los indios, tal como testimoniara el propio Cabeza de Vaca, que en este caso sí se convierte también en ejemplo imitable47. Finalmente, más allá de los límites cronológicos de la jornada de Hernando de Soto, la labor evangelizadora es un requerimiento perentorio, porque Garcilaso siente que -en el momento de la escritura- las potencias «herejes», esto es, protestantes, se ciernen sobre el territorio floridiano. La metáfora agrícola de origen bíblico cobra en este contexto un significado profundo: los españoles tuvieron la «semilla» de la fe verdadera en la mano, pero hasta el mismo momento de la escritura no han sabido hacerla fructificar:
(VI, 9: 546) |
La experiencia de
Hernando de Soto se ve, retrospectivamente, como un ejemplo
más de una negligencia ya secular. Por eso, Garcilaso
lamentará constantemente las oportunidades
perdidas48,
y aunque considera que la precipitación pudo justificar que
no se sembrara «tal grano
[que]
echara muchas espigas y hubiera mucha
mies»
(II/2, 16: 249), no deja de señalar una
advertencia que tiene un tono bastante siniestro: «cierto se perdieron ocasiones muy dispuestas
para ser predicado y recibido el evangelio, y no se espanten
que se pierdan los que las pierden»
(II/2, 16: 249;
la cursiva es mía).
La escritura, entonces, se arroga ese poder admonitorio: no puede olvidarse el propósito evangelizador; si esto sucede, el fin de la conquista no puede ser bueno. En el lugar recién citado, al principio de la obra, Garcilaso sutilmente está ya anunciando el fin desastrado de la expedición: los españoles se perdieron, literalmente, en las ciénagas de la Florida y, al llegar a México, se perdieron también moralmente en el lamento por las oportunidades perdidas, sin reparar en qué era lo que realmente habían perdido.
La Florida termina con una descripción de tintes apocalípticos (la discordia asesina entre españoles en México) y con un desfile de difuntos (las víctimas españolas en la Florida). Lo que podría haber sido la realización de una utopía cristiana, se convierte en -literalmente- una distopía en la que nada satisface a los expedicionarios49 y en la que la rica «sangre» derramada continúa estéril.
La escritura de La Florida quiere suplir, entonces, el propósito no alcanzado por la conquista: por eso, la Historia se convierte en una reescritura utópica. Hacia el final de la obra, Garcilaso hace explícito ese propósito utópico, y reproduce, como súplica al rey, una imagen de la América que aún no existe, pero que puede construirse sobre los elementos que su texto apenas ha alcanzado a reflejar pálidamente:
(VI, 21: 580-581) |
La cita es extensa, como las frases que la integran: Garcilaso toma aliento al final de su escritura para reclamar el cumplimiento del propósito evangelizador en América, que redundará en el incremento de la gloria española. Ese aumento está ligado a la fructificación metafórica de la fe y, sin solución de continuidad en el párrafo, con el problema básico de la posibilidad de creer en una determinada imagen de América a partir de una determinada estrategia de reproducción discursiva de los hechos.
Al final de La Florida Garcilaso hace todavía un gesto optimista, considera que la historia puede corregir los fallos de la Historia, hacer que ésta no se reproduzca a sí misma en el futuro. Aunque el «síndrome analógico», la búsqueda constante de «armonía» y «uniformidad» en el nuevo mundo, hayan sido llevados al extremo en La Florida, al final se ha revelado -podría decirse- la cara oscura e inarmónica. Pero en 1605 Garcilaso todavía parece considerar que la situación puede reconducirse. La escritura de la primera parte de los Comentarios supondrá un esfuerzo todavía mayor en la argumentación optimista, «imitadora» e «incrementadora». La segunda parte, sin embargo, la Historia general del Perú, supone la comprobación desencantada del fracaso: contra lo que Garcilaso suplicaba en el final de La Florida, también en el sur se reprodujeron los mismos errores que en el norte, y la fructificación de la semilla evangélica en América todavía resultaba una utopía.
- ANADÓN, José (1998): «History as Autobiography in Garcilaso Inca», en José Anadón (ed.): Garcilaso Inca de la Vega. An American Humanist, Notre Dame, Indiana, University of Notre Dame, pp. 149-163.
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