Escena I
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CAROLINA, el
BARÓN DE GELER.
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CAROLINA.-
Pero, señor barón,
¿qué significa eso?, ¿qué hay de nuevo?
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GELER.-
Nada, señorita.
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CAROLINA.-
El conde Estruansé acaba de
encerrarse en el gabinete de mi padre: han enviado a buscar al conde de
Rantzau. ¿A qué asunto esa reunión extraordinaria? Esta
mañana ha habido ya consejo, y luego estos señores se
habían de reunir para comer.
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GELER.-
No sé; pero no ocurre nada
importante, nada serio... ¡Oh!, ¡me hubiesen avisado! Mi nuevo
destino de secretario del consejo me obliga a asistir a todas las
deliberaciones...
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CAROLINA.-
¡Ah! Por fin os nombraron.
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GELER.-
Esta mañana. Vuestro padre me
propuso, y el conde confirmó la elección. De la Corte vengo ahora
de ver a la condesa... por allí estaban un poco consternados por la
algazara de esa gente... se temía todavía que esos
acontecimientos trastornasen el baile de mañana; pero a Dios gracias, no
hay nada que temer; y aun me han ocurrido sobre el particular cuatro chanzas
bastante felices que lograron la aprobación de la condesa, y que las
rió con la mayor amabilidad.
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CAROLINA.-
¡Ah!, ¡las
rió!
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GELER.-
Mucho: al mismo tiempo me
felicitó por mi nombramiento y por mi boda... sobre esto último
me dijo... cosas...
(Sonriéndose con aire
fatuo.) que podrían lisonjear algún tanto mi vanidad...
si yo la tuviese. (¡Y quién sabe!)
(Alto.) Pero yo no hago alto en
eso. Ya estoy metido en los negocios de Estado, trabajos serios a que siempre
he tenido una afición loca... sí, señora; porque me
veáis generalmente frívolo y superficial, no creáis que no
puedo yo tan bien como otro cualquiera... ¡Oh!, el arte en esas cosas
consiste en hacerlas jugando, como quien no hace nada... llegue yo un
día al poder, ¡y ya verán!!!
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CAROLINA.-
¡Vos al poder!
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GELER.-
Seguramente; a vos puedo
decíroslo en confianza; acaso no tarde en verificarse. Es preciso que la
Dinamarca se rejuvenezca... esta es la opinión de Estruansé, de
la condesa, de vuestro padre... y si pudiéramos eliminar a ese conde de
Rantzau, que no sirve ya para nada, y que conservan aún ahí
porque su antigua reputación de hombre hábil impone
todavía respeto a las cortes extranjeras... en ese caso se me ha dado ya
la palabra formal de entrar en su plaza... ya conocéis, pues, que el
conde de Falklend y yo... el suegro y el yerno a la cabeza de los negocios, ya
haríamos andar esto de otro modo... Esta mañana, por ejemplo, yo
los veía a todos asustados; me daba risa; si me hubieran dejado a
mí, yo os respondo de que en un abrir y cerrar de ojos...
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CAROLINA.-
(Escuchando.)
¡Silencio!
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GELER.-
¿Qué es?
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CAROLINA.-
Me había parecido oír
gritos confusos a lo lejos.
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GELER.-
Os equivocáis.
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CAROLINA.-
Es posible.
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GELER.-
Alguna disputa... alguna riña
en la calle; ¿les queréis privar de ese placer? Eso sería
una tiranía; de cosas más importantes tenemos que hablar... de
nuestra boda, del baile de mañana y de las vistas, que probablemente no
estarán acabadas... porque es lo que yo veo de malo en esos motines y
conmociones populares, que los artesanos le hacen a uno esperar, y que nada
está pronto.
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CAROLINA.-
¡Ah! ¿No veis más
que eso de malo? Yo, sin embargo, que me he encontrado esta mañana en
medio del tumulto, vela algo más...
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GELER.-
¿Es posible?
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CAROLINA.-
Sí, señor; y a no haber
sido por el valor y la generosidad de Eduardo Burkenstaf, que me ha protegido y
escoltado hasta casa...
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GELER.-
Eduardo... ¿Y quién le
manda meterse?... ¿Desde cuándo se ha abrogado el derecho de
protegeros? Pretensión por cierto más ridícula que la de
su padre.
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JORGE.-
(Sale.) Una carta para el
señor barón.
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GELER.-
¿De parte de quién?
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JORGE.-
No sé, señor... la ha
traído un joven, que se dice militar, y que espera abajo la
respuesta.
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CAROLINA.-
Algún parte acerca de lo que
pasa.
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GELER.-
Probablemente.
(Leyendo.) «Tengo una
charretera; el señor barón por consiguiente no puede negarme ya
una satisfacción que necesito inmediatamente. Aunque soy el insultado,
le cedo la elección de las armas, y le espero a la puerta con pistolas y
espadas.
Eduardo Burkenstaf, subteniente del 6.º de
infantería». (¡Qué insolencia!)
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CAROLINA.-
¿Y bien? ¿Qué
hay?
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GELER.-
¡Nada!
(Al criado.) Andad con Dios:
decidle que más tarde... que veré...
(Alto.) Le daremos una
lección.
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CAROLINA.-
Queréis ocultármele...
hay alguna novedad... algún peligro... ¡ah!, lo adivino por
vuestra turbación.
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GELER.-
¡Yo! ¿Turbado?
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CAROLINA.-
Pues enseñadme esa esquela y os
creeré.
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GELER.-
Señora, ¡es
imposible!
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CAROLINA.-
(Volviéndose y viendo a
KOLLER.) El coronel Koller. Éste no
será tan reservado, y de él sabré...
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Escena II
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CAROLINA,
GELER,
KOLLER.
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CAROLINA.-
Hablad, coronel, ¿qué
hay?
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KOLLER.-
Que la insurrección que
creíamos ya apaciguada vuelve a empezar con más fuerza que
nunca.
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CAROLINA.-
(A
GELER.) ¿Lo veis? ¿Pues
cómo?
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KOLLER.-
Acusan a la Corte, que había
prometido la libertad de Burkenstaf, de haberle hecho desaparecer para no verse
obligada a cumplir sus promesas.
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GELER.-
¡No sería mal golpe!
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CAROLINA.-
¿Qué decís?
(Corre a la ventana, que abre, y mira a
la calle, así como a
GELER.)
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KOLLER.-
(Solo.) (Entretanto, nos hemos
aprovechado de esta coyuntura para sublevar al pueblo. Herman y Gustavo, mis
dos emisarios, se han encargado de eso, y espero que la reina-madre
estará satisfecha. Ya estamos casi seguros del éxito, sin
necesidad de que haya tenido que hacer nada ese maldito conde de Rantzau.)
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CAROLINA.-
Mirad, mirad allá abajo: se
aumenta el tropel; ya rodean el palacio; ya han cerrado las puertas. ¡Ah,
me da miedo!
(Vuelve a cerrar la ventana.)
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GELER.-
¡Eso es inaudito! Y vos,
coronel, ¿os estáis ahí?
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KOLLER.-
Vengo a tomar las órdenes del
consejo, que me ha hecho llamar, y espero.
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GELER.-
Es que debería darse prisa. La
condesa se va a asustar... nadie se acuerda de nada... deberían tomarse
medidas...
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CAROLINA.-
¿Y cuáles?
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GELER.-
(Turbado.) Medidas... debe haber
medidas... es imposible que no haya medidas...
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CAROLINA.-
¿Pero qué medidas?
¿Qué haríais vos?
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GELER.-
(Fuera de sí.) ¡Yo!,
seguramente... pero me cogéis desprevenido. Yo no sé...
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CAROLINA.-
¿Pero no acabáis de
decir?
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GELER.-
¡Oh! Si... si yo fuera
ministro... pero no lo soy no lo soy todavía... no es cuenta mía,
y no se concibe cómo las gentes que están al frente de los
negocios... las gentes que deberían gobernar... porque al fin...
¡qué diablo!... Uno no puede tomar cartas... Éste es mi
parecer... y no hay otro... es el único... si yo fuese primer ministro,
yo les enseñaría...
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Escena III
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CAROLINA,
GELER,
RANTZAU, por el foro;
KOLLER.
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GELER.-
(Corriendo hacia él.)
¡Ah! Señor conde, venid a tranquilizar a esta señorita, que
está muerta de miedo; por más que le digo que esto no es nada,
está conmovida, turbada...
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RANTZAU.-
(Fríamente y
observándole.) Y por cierto que participáis en gran
manera de sus penas; ¡ya se ve!, como buen amante. ¡Ah!
¡Estáis aquí, coronel!
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KOLLER.-
Vengo a tomar las órdenes de
la regencia.
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GELER.-
(Con viveza.) ¿Qué
se ha decidido en el consejo en dos horas de deliberación?
¿Qué ha pasado?
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RANTZAU.-
(Con frialdad.) Han pasado dos
horas; se ha hablado mucho; se ha discutido: Estruansé quería
entrar en transacciones con el pueblo.
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GELER.-
(Con viveza y aprobando.)
¡Cierto! ¿Por qué no le han contentado?
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RANTZAU.-
El conde de Falklend, que se ha
decidido por la energía, quería echar mano de otros argumentos,
quería poner en juego la artillería...
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GELER.-
(Ídem.) En último
resultado ése es el modo de concluir de una vez: no hay otro.
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RANTZAU.-
Yo he adoptado una opinión que
en un principio todos desecharon, y que por fin ha sido aprobada.
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KOLLER, CAROLINA y GELER.-
¿Cuál?
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RANTZAU.-
(Fríamente.) No hacer
nada: y eso es lo que hacen.
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GELER.-
Pues no van del todo descaminados,
porque bien mirado, al cabo, cuando el pueblo haya gritado a su sabor...
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RANTZAU.-
Se cansará.
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GELER.-
Eso iba yo a decir.
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KOLLER.-
Hará lo que hizo esta
mañana.
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RANTZAU.-
(Sentándose.) Sí
por cierto...
|
GELER.-
(Tranquilizándose.) Eso
es... romperán unos cuantos vidrios, y se acabó.
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KOLLER.-
Eso es lo que han hecho ya en todas
las casas de los ministros...
(A
GELER.) y en la vuestra,
barón.
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GELER.-
¡Oiga! ¡Está
bueno!
|
RANTZAU.-
En cuanto a la mía, no tengo
cuidado: los desafío a que hagan otro tanto.
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GELER.-
¿Por qué?
|
RANTZAU.-
Porque después del
último alboroto, no he compuesto un sólo vidrio de los que me
rompieron. Yo dije para mi sayo: Así queda, y servirá para la
primera...
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CAROLINA.-
(Escuchando.) Parece que se calma
el ruido.
|
GELER.-
¡Ya lo sabía yo! No hay
que asustarse por esos clamores... ¿Y qué dice mi tío el
ministro de Marina?
|
RANTZAU.-
(Fríamente.) No le hemos
visto.
(Irónicamente.) Su
indisposición, que era muy leve, ha tomado un carácter marcado de
gravedad desde que empezaron esos alborotos. Es una fatalidad muy singular: en
empezando el motín, ya está en cama. ¡Cómo
está tan delicado!...
|
GELER.-
(Con intención.) ¿Y
vos gozáis de buena salud?
|
RANTZAU.-
(Sonriéndose.) Eso es tal
vez lo que os incomoda. Hay gentes a quienes pone de mal humor mi salud, y que
quisieran verme en los últimos.
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GELER.-
¿Quién?
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RANTZAU.-
(Sentado y con aire
socarrón.) ¡Eh! Por ejemplo, los que piensan
heredarme.
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GELER.-
No falta quien os pudiera heredar en
vida.
|
RANTZAU.-
(Mirándole con calma.)
Señor barón, vos que, en calidad de consejero, conocéis
nuestras leyes, ¿habéis leído el artículo 302 del
código dinamarqués?
|
GELER.-
No, señor.
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RANTZAU.-
Me lo figuraba. Dice que no basta que
quede declarada una herencia: es menester además ser apto para
heredar.
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GELER.-
¿Y con quién habla ese
axioma?
|
RANTZAU.-
Con los que carecen de aptitud.
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GELER.-
Caballero, lo decís con un
tono tan remontado...
|
RANTZAU.-
(Levantándose y en el mismo
tono.) Perdonad... ¿Vais mañana al baile de la
condesa?
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GELER.-
(Irritado.) Señor
conde...
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RANTZAU.-
¿Bailaréis con ella?...
¿Dirigís las comparsas?
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GELER.-
¡Yo sabré lo que quiere
decir esa rechifla!
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RANTZAU.-
Me acusabais de remontarme
demasiado... me he bajado un poco... me he puesto a vuestro nivel.
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GELER.-
¡Esto ya es demasiado!
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CAROLINA.-
(Junto a la ventana.) Callad,
¡por Dios! Creo que vuelve a empezar el alboroto.
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GELER.-
(Espantado.) ¿Otra vez?
¿No se acabará esto nunca? ¡Esto es insoportable!
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CAROLINA.-
¡Dios mío! ¡Todo
está perdido! ¡Ah!, ¡mi padre!
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Escena IV
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KOLLER, en un extremo del teatro a
la izquierda;
GELER,
CAROLINA,
FALKLEND;
RANTZAU, en el otro extremo a la derecha.
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FALKLEND.-
¡Tranquilizaos! Esos gritos que
se oyen a lo lejos nada tienen ya de alarmantes.
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GELER.-
¡Ya lo dije yo!... ¡Eso
no podía durar!
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CAROLINA.-
¿Se ha concluido ya todo?
|
FALKLEND.-
No enteramente; pero va mejor.
|
RANTZAU y KOLLER.-
(Cada uno y con desagrado.)
(¡Malo!...)
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FALKLEND.-
Por más que se le decía
a la muchedumbre que nadie había atentado a la libertad de Burkenstaf, y
que él mismo acaso, por prudencia o por modestia, habría querido
evadirse del triunfo que se le preparaba...
|
RANTZAU.-
¡Oh!, en momentos como
éstos no era verosímil.
|
FALKLEND.-
No digo que no; así que,
hubiera costado probablemente mucho trabajo convencer a sus parciales, si no
hubiera llegado casualmente un regimiento de infantería, con el cual no
contábamos, y que de paso para su nueva guarnición atravesaba
Copenhague tambor batiente y a banderas desplegadas. Su presencia inesperada ha
cambiado la disposición de los ánimos; hemos empezado a
entendernos, y, mediante las repetidas promesas que se han hecho de emplear
todos los esfuerzos posibles para descubrir el paradero de Berton Burkenstaf,
cada cual se ha retirado a su casa, excepto algunos individuos que
parecían más empeñados que los demás en excitar y
prolongar el desorden.
|
KOLLER.-
(¡Los nuestros!)
|
FALKLEND.-
Pero nos hemos apoderado de
ellos.
|
KOLLER.-
(¡Cielos!)
|
FALKLEND.-
Y como ahora estamos ya en el caso de
dar un corte decisivo...
|
GELER.-
Eso es lo que yo estoy diciendo toda
la mañana.
|
FALKLEND.-
Como no es cosa de que semejantes
escenas se reproduzcan a cada momento, estamos decididos a tomar medidas
serias.
|
RANTZAU.-
¿Y quiénes son los
arrestados?
|
FALKLEND.-
Gente oscura y desconocida.
|
KOLLER.-
¿Se saben sus nombres?
|
FALKLEND.-
Herman y Gustavo.
|
KOLLER.-
(¡Habrá torpes!)
|
FALKLEND.-
Fácil es conocer que esos
miserables no obraban por inspiración propia; habían recibido
instrucciones y dinero; y lo que nos importa saber ahora es la calidad de las
personas que los ponen en juego.
|
RANTZAU.-
(Mirando a
KOLLER.) ¿Pero los
nombrarán?
|
FALKLEND.-
¿Quién lo duda? Su
perdón si cantan; y fusilados si callan.
(A
RANTZAU.) Vengo precisamente a buscaros
para proceder a su interrogatorio, y que descubramos por este medio el
núcleo de un complot.
|
KOLLER.-
(Llegándose a
FALKLEND.) Del cual creo tener cogidos ya
algunos cabos.
|
FALKLEND.-
¿Vos, Koller?
|
KOLLER.-
Sí. (No hay otro medio de
salvarme.)
|
RANTZAU.-
¿Y por qué no nos
habéis comunicado antes vuestras luces en la materia?
|
KOLLER.-
Hasta hoy no tenía
ningún dato seguro; pero me he apresurado a venir. Esperaba a que se
concluyese el consejo para hablar al conde Estruansé, pero puesto que
vuestras excelencias están aquí...
|
FALKLEND.-
Bien, estamos dispuestos a
oíros.
|
CAROLINA.-
Me retiro, señor.
|
FALKLEND.-
Sí, por un instante.
|
CAROLINA.-
Señores...
(Saluda y sale por la izquierda.
GELER le da la mano y hace ademán de salir
por el foro.)
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Escena V
|
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KOLLER,
GELER,
FALKLEND,
RANTZAU.
|
FALKLEND.-
(A
GELER.) Quedaos, querido; como secretario
que sois del consejo, tenéis derecho de asistir a esta conferencia.
|
RANTZAU.-
(Con gravedad.) En la cual
vuestras luces y vuestra experiencia pueden sernos de grande utilidad.
(Mirando a
KOLLER.) (Nuestro hombre está
apurado; no le perdamos de vista, y procuremos que salga del paso, sin
comprometer a la reina madre, ni a otros amigos que acaso puedan ser
útiles todavía.)
(Mientras ha dicho esto,
GELER y
FALKLEND han tomado sillas y se han sentado a la
derecha de la escena.)
|
FALKLEND.-
Hablad, coronel; comunicadnos esos
datos que poseéis, y que después pondremos en conocimiento del
consejo.
|
KOLLER.-
(Buscando palabras.) Hacía
tiempo ya, señores, que yo sospechaba contra los miembros de la regencia
la existencia de un complot, que varios indicios me hacían presumir,
pero del cual no podía conseguir prueba ninguna positiva y determinante.
Para conseguirlo, he procurado granjearme la confianza de algunos de sus jefes;
me he quejado, he manifestado descontento, hasta he dejado traslucir que no
estaba muy ajeno de conspirar: más, les he propuesto medios, los he
animado...
|
GELER.-
Eso se llama sutileza.
|
RANTZAU.-
(Fríamente.) Sí, se
puede llamar así, si se quiere.
|
KOLLER.-
(A
FALKLEND.) Mi industria consiguió
objeto que deseaba, porque esta mañana misma han venido a proponerme que
entre en un complot que debe verificarse esta noche, en la comida que dais a
los ministros, vuestros colegas.
|
GELER.-
¡Hola!
|
KOLLER.-
Los conjurados deben introducirse en
el palacio con diversos disfraces, y, penetrando en el comedor, apoderarse de
cuanto encuentren.
|
FALKLEND.-
¿Es posible?
|
GELER.-
Hasta de los que no son ministros...
¡qué horror!
(A
RANTZAU.) ¿Y no os
estremecéis?
|
RANTZAU.-
(Fríamente.)
Todavía no.
(A
KOLLER.) ¿Estáis seguro,
coronel, de lo que contáis?
|
KOLLER.-
Estoy seguro... es decir, estoy
seguro de que me lo han propuesto, y me apresuraba a preveniros.
|
RANTZAU.-
(Ayudándole.) Bien, pero
no conocéis a los que os han hecho esas proposiciones.
|
KOLLER.-
Sí por cierto; Herman y
Gustavo, los mismos que acaban de prender... y no dejarán de
disculparse, y de acusarme; pero... felizmente... tengo pruebas aquí;
esta lista, escrita y dictada por ellos.
|
FALKLEND.-
(Arrebatándosela.) La
lista de los conjurados...
(La recorre.)
|
RANTZAU.-
(Con compasión.) (He
ahí; honrados conspiradores sin duda, ¡pobres gentes! Fiaos luego
de canalla como éste, que al primer riesgo os venden para salvarse.)
|
FALKLEND.-
(Entregándole la lista.)
Mirad... ¿qué decís?
|
RANTZAU.-
Digo que en todo eso no veo
todavía nada de positivo. Cualquiera puede hacer una lista de
conjurados; eso no prueba que haya una conspiración. Es preciso
además un objeto, un jefe.
|
FALKLEND.-
¿Pero no veis que ese jefe es
la reina madre, es María Julia?
|
RANTZAU.-
No hay nada que lo demuestre, a no
ser que el coronel...
(Con intención.) tenga
pruebas... positivas... personales...
|
KOLLER.-
No, señor.
|
RANTZAU.-
(No es poca fortuna; esta es la
primera vez que este imbécil me ha entendido.)
|
GELER.-
¡Oh!, entonces el trance es muy
delicado.
|
RANTZAU.-
¡Sin duda!
(Enseñando la lista.)
Aquí hay personas distinguidas, gente de alta categoría... Se les
ha de condenar ciegamente, sólo porque se les ha antojado a los
señores Herman y Gustavo hacer una confianza al coronel Koller.
Confianza por otra parte muy bien colocada. En fin, el señor
barón, que está versado en las leyes, os dirá como yo que
(Marcadamente.) donde no hay
principio de ejecución, no hay reo.
|
GELER.-
¡Cierto!
|
FALKLEND.-
(Se levanta y
RANTZAU también.) Bueno, pero
dejémosle ejecutar su complot... que no se trasluzca nada, coronel, de
la comunicación, que acabáis de hacernos, no se altere nada en el
orden de la comida; que se verifique por el contrario; ténganse soldados
ocultos en el palacio, cuyas puertas permanecerán abiertas.
|
RANTZAU.-
(¡Gracias a Dios!
¡Qué trabajo cuesta inspirarles ideas!)
|
FALKLEND.-
Y en cuanto se presente un conjurado,
que se le deje entrar, y es nuestro. Su presencia sola en mi casa a semejantes
horas y las armas que traiga serán pruebas irrecusables.
|
RANTZAU.-
Enhorabuena.
|
GELER.-
Comprendo... pero, ¿y si no
viniesen?
|
RANTZAU.-
Sería señal de que
habían engañado al coronel; no habría tal
conjuración ni tales conjurados.
|
FALKLEND.-
Eso lo veremos.
(Se dirige a la mesa de la izquierda y
escribe, mientras
KOLLER se separa y se mantiene en medio en el
fondo.)
|
RANTZAU.-
(Y no la habrá; prevengamos a
la reina madre para que se estén todos en su casa. ¡Otra
conspiración abortada!)
(Mirando a
KOLLER.) (¡Él los vende y yo
los salvo.)
(Alto.) Señores, os
saludo, me vuelvo a ver a Estruansé.
|
FALKLEND.-
(A
GELER.) Esa orden para el gobernador.
(A
RANTZAU.) Volvéis, supongo.
|
RANTZAU.-
Por supuesto; en el caso presente no
puedo comer ya sino en vuestra casa; es lance de honor; voy únicamente a
dar cuenta a su excelencia de la bella conducta del coronel Koller, porque al
cabo si no cogemos a esas gentes, no será culpa suya... él ha
hecho cuanto estaba de su parte, y se le debe un premio.
|
FALKLEND.-
Y lo obtendrá.
|
RANTZAU.-
(Con intención.) O no hay
justicia en la tierra... yo me encargo de eso.
|
|
KOLLER.-
(Inclinándose.)
Señor conde... estoy agradecidísimo...
|
RANTZAU.-
(Con desprecio.) Sí, tal
vez debierais estármelo, pero os dispenso...
(Vase.)
|
KOLLER.-
(¡Maldito! Nunca sabe uno si
este hombre es amigo o enemigo...)
(Saludando.)
Señores...
|
GELER.-
Os sigo, coronel...
(A
FALKLEND.) Conque esta orden al
gobernador... y corro a contar a la condesa lo que hemos decidido y lo que
hemos hecho.
(Vase con
KOLLER por el foro.)
|
Escena VII
|
|
CAROLINA, saliendo por la
izquierda;
FALKLEND.
|
CAROLINA.-
¿Bajáis al
salón, padre mío?
|
FALKLEND.-
Sí, al momento.
|
CAROLINA.-
Bien; porque no tardarán en
venir los convidados, y me cuesta tanto trabajo hacer los honores de la casa
cuando me dejáis sola... hoy sobre todo, que no me siento buena.
|
FALKLEND.-
¿Pues qué?
|
CAROLINA.-
La agitación del día
sin duda...
|
FALKLEND.-
Si no es otra cosa,
tranquilízate: te dispenso de bajar al salón, y aun de asistir a
la comida.
|
CAROLINA.-
¿De veras?
|
FALKLEND.-
Sí; vale más, porque
pudiera ocurrir algo... y las mujeres siempre se asustan y se desmayan...
|
CAROLINA.-
¿Qué queréis
decir?
|
FALKLEND.-
Nada; no hay necesidad de que
sepas...
|
CAROLINA.-
No; hablad, hablad sin temor...
¡Ah!, ya entiendo... esa comida tenía por objeto la
celebración de los esponsales, que se diferirán... que acaso no
se verifiquen ya... si es eso lo que teméis decirme...
|
FALKLEND.-
(Con frialdad.) No por cierto; la
boda se realizará...
|
CAROLINA.-
¡Dios mío!
|
FALKLEND.-
(Con calma y mirándola.)
No hay variación ninguna; y a propósito, hija mía, dos
palabras...
|
CAROLINA.-
(Bajando los ojos.) Ya
escucho.
|
FALKLEND.-
Los asuntos del Estado no absorben de
tal manera mis ideas que no pueda observar lo que pasa en mi casa; hace
algún tiempo que he creído notar que un joven oscuro, un nadie, a
quien mi bondad había dado entrada en mi casa, se atreve a poner los
ojos...
(Movimiento a
CAROLINA.) ¿Lo sabíais,
Carolina?
|
CAROLINA.-
Sí, señor.
|
FALKLEND.-
Le he despedido; y sean las que
fueren sus habilidades y su mérito personal, que os he oído
ponderar demasiado... os declaro aquí formalmente, y ya sabéis si
mis determinaciones son enérgicas, que, aunque pendiese de ello mi vida,
no consentiría jamás...
|
CAROLINA.-
Tranquilizaos, padre mío;
sé muy bien que la idea sola de una boda desigual os haría
desgraciado, y... os lo prometo... ¡no seréis vos el
desgraciado!!!
|
FALKLEND.-
(Coge la mano de su hija, y
después de una pausa.) Ese valor es el que yo necesito... te
dejo... te disculparé en la mesa; diré que estás mala, y
aun me temo que no mentiré; quédate en tu cuarto, y suceda esta
noche lo que suceda, oigas lo que oigas, guárdate de salir de él.
Adiós.
(Vase.)
|
Escena IX
|
|
CAROLINA;
EDUARDO envuelto en una capa, entrando por la derecha
precipitadamente.
|
EDUARDO.-
Han perdido mi huella.
|
CAROLINA.-
¡Cielos!
|
EDUARDO.-
(Volviéndose.) ¡Ah!
¡Carolina!
|
CAROLINA.-
¿Qué os trae?
¿De qué procede esta osadía? ¿Con qué
derecho, caballero, os atrevéis a penetrar hasta aquí?
|
EDUARDO.-
¡Perdón! ¡Mil
veces perdón!... Ahora mismo, en el momento en que cubierto con esta
capa me introducía en el palacio, varios hombres que no parecen de la
casa se han arrojado sobre mí; me he podido soltar de sus manos, y
conociendo mejor que ellos las entradas, he llegado, a esta escalera, donde he
dejado de oír sus pasos.
|
CAROLINA.-
¿Pero con qué objeto os
introducís de esta manera en la casa de mi padre? ¿A qué
ese misterio... esas armas? Hablad; explicaos... lo exijo, lo mando.
|
EDUARDO.-
Mañana me marcho; el
regimiento a que he sido destinado sale de Dinamarca... He dirigido al
barón de Geler una esquela que exigía una contestación
pronta, y como tardaba, he venido a buscarla en persona.
|
CAROLINA.-
¡Dios mío!... ¡Un
desafío!:.. Estoy segura..., deliráis, Eduardo! ¡Os vais a
perder!
|
EDUARDO.-
¿Qué importa, si
consigo impedir vuestra boda? No tengo otro medio.
|
CAROLINA.-
¡Eduardo si tengo sobre vos
alguna influencia, no desoiréis mis ruegos; renunciaréis a ese
proyecto; no insultaréis al barón, ni provocaréis un
escándalo, terrible para vos ¡y para mí, caballero!
Sí; yo pongo en vuestras manos mi reputación; tengo confianza en
vuestro pundonor... Me equivocaré al creer...
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EDUARDO.-
¡Ah! ¿Qué me
pedís? Exigís que os lo sacrifique todo... hasta mi venganza... y
habéis de ser de otro, del mismo a quien queréis que
perdone...
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CAROLINA.-
No; ¡os lo juro!
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EDUARDO.-
¿Qué decís?
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CAROLINA.-
Que si cedéis a mis
súplicas, rehusaré esa boda; permaneceré libre; quiero
serlo... sí, os lo juro aquí... no seré vuestra ni de
Geler.
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EDUARDO.-
¡Carolina!
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CAROLINA.-
Ahora conocéis cuanto pasa en
mi corazón; ya no nos volveremos a ver; viviremos para siempre
separados; pero al menos sabréis que no sois vos el único que
padece, y que ya que no puedo ser vuestra, no seré de nadie.
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EDUARDO.-
(Con alegría.) ¡Ah!
Apenas puedo creerlo todavía..
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CAROLINA.-
Ahora partid... demasiado tiempo
habéis estado ya aquí: no expongáis los únicos
bienes que me quedan, mi honor, mi reputación; no tengo otros; y si
hubiese de perderlos o de verlos comprometidos... antes quisiera morir.
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EDUARDO.-
Y yo primero perder cien vidas que
exponeros a la más leve sospecha; nada temáis, me alejo.
(Abre la puerta por donde ha
entrado.) ¡Cielos! Hay soldados al pie de la escalera.
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CAROLINA.-
¡Soldados!
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EDUARDO.-
(Señalando la puerta del
foro.) Por aquí a lo menos.
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CAROLINA.-
(Deteniéndole.) No...
¿no oís ruido?
(Escuchando.) Suben... es la voz
de mi padre... varias personas le acompañan... vienen todos...
¡Ah!, si os encuentran aquí solo conmigo, ¡soy perdida!
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EDUARDO.-
¡Perdida! ¡Oh!,
¡no! Yo os respondo con mi vida.
(Señalando a la puerta de la
izquierda.) Allí.
(Se precipita dentro.)
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CAROLINA.-
¡Cielos! ¡Mi cuarto!
(La puerta se cierra,
CAROLINA oye subir por la puerta del foro, se
abalanza a la mesa de la izquierda, coge un libro y se sienta.)
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Escena X
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CAROLINA,
GELER,
FALKLEND,
KOLLER, algo en el fondo, con algunos soldados;
RANTZAU, varios señores y damas, soldados que
permanecen en el fondo por la parte de afuera.
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FALKLEND.-
Esta es la única parte de la
casa que no se ha registrado.
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CAROLINA.-
¡Dios mío!
¿Qué hay?
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GELER.-
Un complot fraguado contra
nosotros.
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FALKLEND.-
Y que yo hubiera querido ocultarte;
un hombre se ha introducido en la casa.
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GELER.-
Las guardias emboscadas en el primer
patio dicen haber visto deslizarse tres.
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RANTZAU.-
¡Otros dicen siete!... De
suerte que pudiera muy bien no haber ninguno.
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FALKLEND.-
Por lo menos había uno, y
estaba armado; dígalo la pistola que ha dejado caer en el segundo patio
al huir; por otra parte, si ha buscado asilo en este lado de la casa, como yo
creo, no ha podido penetrar en él sino por esa escalera, y es raro que
no lo hayas visto.
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CAROLINA.-
(Con agitación.) No,
ciertamente: nada.
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FALKLEND.-
O a lo menos que no hayas
oído...
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CAROLINA.-
(Con la mayor turbación.)
Hace un momento efectivamente, estaba yo leyendo y... se me figuró que
había oído a alguien cruzar por esta pieza; como quien va hacia
el salón, y allí será sin duda donde...
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GELER.-
Imposible; nosotros venimos de
allí, y, si no hubiese soldados al pie de esa escalera, creería
yo que está todavía...
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FALKLEND.-
A ver, Koller.
(Haciendo seña a dos soldados, que
abren la puerta de la derecha y desaparecen con
KOLLER.)
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RANTZAU.-
(Algún torpe, alguno que no
habrá recibido la contraorden, y que habrá acudido solo a la
cita.)
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KOLLER.-
(Entrando.) ¡Nadie!
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RANTZAU.-
(¡Tanto mejor!)
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KOLLER.-
No entiendo por qué rara
casualidad han cambiado de plan.
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RANTZAU.-
(Sonriéndose.) (¡La
casualidad! ¡Todos los necios creen en ella!)
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FALKLEND.-
(A él y a algunos soldados,
señalando el cuarto de la izquierda.) No queda más que
este cuarto.
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CAROLINA.-
¿El mío,
señor?
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FALKLEND.-
No importa, no importa: entrad.
(GELER,
KOLLER y algunos soldados se presentan en la
puerta del cuarto, que se abre de repente, y aparece
EDUARDO.)
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Escena XI
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CAROLINA,
EDUARDO,
GELER,
KOLLER,
FALKLEND,
RANTZAU.
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TODOS.-
(Viendo a
EDUARDO.) ¡Cielos!
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CAROLINA.-
¡Yo muero!
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EDUARDO.-
Aquí estoy; yo soy el que
buscáis.
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FALKLEND.-
(Irritado.) ¡Eduardo
Burkenstaf en el cuarto de mi hija!
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GELER.-
También conjurado.
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EDUARDO.-
(Mirando a
CAROLINA, que está próxima a
desmayarse.) ¡Sí, también conjurado!
(Con energía, avanzando hacia el
medio de la escena.) Sí, ¡conspiraba!
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TODOS.-
¡Es posible!
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KOLLER.-
Y yo no lo sabía...
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RANTZAU.-
También él...
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KOLLER.-
(Debe saberlo todo; si habla me
compromete.)
(Entretanto
FALKLEND ha hecho seña a
GELER que se siente a la mesa de la izquierda y
escribe. Se vuelve hacia
EDUARDO.)
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FALKLEND.-
¿Dónde están
vuestros cómplices? ¿Quiénes son?
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EDUARDO.-
No los tengo.
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KOLLER.-
(Bajo a
EDUARDO.) ¡Bravo!
(Se aleja rápidamente;
EDUARDO le mira con asombro y se acerca a
RANTZAU.)
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RANTZAU.-
(Haciendo un gesto de aprobación a
EDUARDO.) (No es un vil éste.)
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FALKLEND.-
(A
GELER.) ¿Habéis escrito?
(Volviéndose a
EDUARDO.) Sin cómplices
¿eh?... Es imposible; los alborotos de que vuestro padre ha sido hoy
causa o pretexto, las armas que traéis, prueban un proyecto de que ya
teníamos conocimiento; queríais atentar a la libertad de los
ministros, a su vida tal vez, y semejante proyecto vos solo no podíais
llevarle a cabo.
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EDUARDO.-
Nada tengo que responder, ¡y de
mí no sabréis nunca otra cosa sino que conspiraba contra vos!
Quería quebrantar el yugo vergonzoso que oprime al rey y a Dinamarca;
sí, existen entre vosotros gentes indignas del poder, y cobardes, a
quienes he desafiado en balde...
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GELER.-
Sobre eso daré explicaciones
al consejo.
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FALKLEND.-
¡Silencio, Geler. Puesto que el
señor Burkenstaf confiesa que estaba metida en una
conspiración...
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EDUARDO.-
(Con energía.)
¡Sí!
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CAROLINA.-
(A
FALKLEND.) Os engaña; es falso.
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EDUARDO.-
Señorita, perdonad; debo de
decir lo que digo; tengo a mucha honra el poderlo confesar en alta voz
(Con intención y
mirándola.) y dar así al partido a quien sirvo esta
última prueba de adhesión.
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KOLLER.-
(Bajo a
RANTZAU.) Es hombre perdido, y su partido
también.
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RANTZAU.-
(Solo a la derecha del
espectador.) (Todavía no; esta es ocasión de soltar a
Burkenstaf; ahora que se trata de su hijo, fuerza será que se presente
de nuevo; y esta vez veremos.)
(Se vuelve hacia
FALKLEND y
GELER, que se han acercado a
él.)
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FALKLEND.-
(Dando a
RANTZAU el papel que le ha entregado
GELER, y dirigiéndose a
EDUARDO.) ¿Es ésta vuestra
última declaración?
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EDUARDO.-
Sí, he conspirado; sí,
estoy pronto a firmarlo con mi sangre: no sabréis una palabra
más.
(GELER,
FALKLEND y
RANTZAU parecen deliberar. Entretanto
CAROLINA dice a
EDUARDO en voz baja.)
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CAROLINA.-
¡Os perdéis! Os cuesta
la vida.
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EDUARDO.-
(Ídem.) ¿Qué
importa? No quedaréis comprometida; os lo había jurado.
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FALKLEND.-
(Dejando de hablar con sus colegas, y
dirigiéndose a
KOLLER y a los soldados que están
detrás de él, les dice señalando a
EDUARDO.) Prendedle.
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EDUARDO.-
Vamos.
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RANTZAU.-
(¡Pobre mozo!)
(Tomando un polvo.) (¡Esto
va bien!)
(Los soldados se llevan a
EDUARDO por el foro. Cae el
telón.)
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