Escena II
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La
REINA,
BERTON,
MARTA, con telas debajo del brazo, el
ujier, que permanece en el fondo.
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BERTON.-
Ya veis, mujer; no nos han hecho
hacer antesala un solo instante.
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REINA.-
Venid; os esperaba.
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BERTON.-
¡Vuestra Majestad es demasiado
amable! Me habéis hecho llamar a mí; pero yo me he tomado la
libertad de traer a mi mujer para que vea el palacio, y sobre todo el favor con
que me honra Vuestra Majestad.
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REINA.-
Poco importa si es de fiar.
(Al
ujier.) Dejadnos.
(Vase.)
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MARTA.-
Aquí tiene Vuestra
Majestad...
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REINA.-
No se trata de eso.
¿Sabéis lo que pasa?
|
BERTON.-
No, señora; no he salido de mi
casa. Por una casualidad que no hemos podido comprender estaba encerrado.
|
MARTA.-
Y lo estaría todavía, a
no ser por un aviso secreto que he recibido.
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REINA.-
(Con viveza.) No importa. Os he
llamado, Burkenstaf, porque necesito vuestros consejos y vuestro auxilio.
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BERTON.-
¡Es posible!
(A
MARTA.) Ya lo oyes.
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REINA.-
Esta es la ocasión de emplear
vuestro influjo, de presentaros por fin.
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BERTON.-
Vuestra Majestad cree...
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MARTA.-
Yo creo que es la ocasión de
estarse quieto. Perdone Vuestra Majestad, pero demasiado ha dado ya que
decir.
|
BERTON.-
¿Callarás?
(La
REINA le hace señas que se modere, y va a
mirar por el foro si los escuchan. Entretanto
BERTON prosigue a media voz, dirigiéndose a
su mujer.) ¡Eso es perjudicar mis ascensos, cortarme la
suerte!
|
MARTA.-
(A media voz a su marido.)
¡Linda suerte! ¡Rotos nuestros muebles, nuestros géneros
saqueados, seis horas de cárcel en un sótano!!
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BERTON.-
(Fuera de sí.)
¡Marta! Pido mil perdones a Vuestra Majestad. (Si yo hubiera sabido esto,
me hubiera guardado muy bien de traerla.)
(Alto.) ¿Qué
exigís de mí?
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REINA.-
Que unáis vuestros esfuerzos a
los míos para salvar nuestro país oprimido, y devolverle la
libertad.
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BERTON.-
Señora, todo el mundo me
conoce; no hay cosa que yo no haga por la patria y por la libertad.
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MARTA.-
Y por ser nombrado burgomaestre;
porque esto es lo que deseas ahora.
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BERTON.-
Lo que deseo es que calles, o
sino...
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REINA.-
Silencio.
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BERTON.-
(A media voz.) Hablad,
señora; hablad.
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REINA.-
Koller, uno de los nuestros, os
había instruido ya de nuestros proyectos de ayer.
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BERTON.-
No, señora.
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REINA.-
¿Es posible? Eso me
asombra...
|
BERTON.-
(Con impaciencia.) Y a
mí... porque al fin, si el señor Koller es uno de los nuestros,
me parece que yo era el primero con quien se debía contar.
|
REINA.-
Sobre todo después de la
prisión de vuestro hijo.
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MARTA.-
(Dando un grito.) ¿Preso,
decís? ¡Mi hijo preso!
|
BERTON.-
¡Se han atrevido a prender a mi
hijo!
|
REINA.-
¿Qué? ¿No lo
sabéis?... Está acusado de conspiración. Su vida
está en peligro; por eso os he llamado.
|
MARTA.-
(Corriendo hacia ella.)
¡Ah! Eso es distinto; si yo hubiera sabido... Perdonadme,
señora.... perdonadme...
(Llorando.) mi hijo...
¡hijo mío!
(A
BERTON con calor.) La reina dice bien, es
preciso salvarle.
|
BERTON.-
Sí; es preciso sublevar el
barrio; alborotar toda la ciudad.
|
MARTA.-
¿Y te estás ahí?
¿No estás ya en medio de nuestros amigos, de nuestros vecinos, de
nuestros dependientes para provocarlos como ayer a la rebelión?
|
REINA.-
Eso es todo lo que os pido.
|
BERTON.-
Entiendo, entiendo; pero es preciso
deliberar...
|
MARTA.-
Es preciso tomar las armas y correr a
palacio... que me vuelvan mi hijo
(Siguiendo a su marido, que retrocede
algunos pasos hacia la derecha.) No eres hombre si sufres este ultraje,
si tú y los habitantes de esta ciudad toleráis que arrebaten un
hijo a su madre, que le sepulten sin razón en un calabozo, que derriben
su cabeza; es interés de todos... es la causa del país y de su
libertad.
|
BERTON.-
¡Hola! ¡La libertad!...
Tú también...
|
MARTA.-
(Fuera de sí.) Sí,
la libertad de mi hijo; poco me importa lo demás; yo no veo más
que esa, pero esa la lograremos.
|
REINA.-
En vuestras manos la tenéis;
yo os ayudaré con todo mi poder y todos los adictos a mi causa; pero
moveos, moveos por vuestra parte para derribar a Estruansé.
|
MARTA.-
Sí, señora, y para
salvar a mi hijo: contad con nuestra adhesión.
|
REINA.-
Tenedme al corriente de cuanto
hagáis, y de los progresos de la sedición.
(Señalando la puerta de la
izquierda.) Por una escalera secreta que da a los jardines
podéis estar en comunicación conmigo y recibir mis
órdenes... alguien viene; partid.
|
BERTON.-
Bien está; bien... pero si
además me dijeseis lo que es preciso...
|
MARTA.-
(Arrastrándole.) ¡Es
preciso seguirme... mi hijo nos espera... ven, ven pronto.
(A la
REINA.) Pierda cuidado Vuestra Majestad;
yo os respondo de él y de la rebelión.
(Sale llevándose a su marido por
la puerta de la izquierda, al mismo tiempo aparece en el foro el
UJIER.)
|
REINA.-
¿Qué hay?
¿Qué queréis?
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ujier.-
Dos ministros vienen en nombre del
consejo a hacer a Vuestra Majestad una comunicación importante.
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REINA.-
¡Cielos! ¿Qué
será?
(Alto.) Que entren.
(Se sienta.)
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Escena III
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El
CONDE DE RANTZAU,
FALKLEND, la
REINA.
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FALKLEND.-
Señora, de ayer acá la
tranquilidad de Copenhague se ha visto seriamente comprometida: varias veces se
han manifestado grupos y se han proferido gritos sediciosos en distintos
puntos; y ayer, por último, se ha tratado de llevar a cabo en mi misma
casa un complot, cuyos jefes se ignoran, pero acerca de los cuales tenemos
sospechas...
|
REINA.-
Creo, en efecto, señor conde,
que os sea más fácil tener sospechas que pruebas.
|
RANTZAU.-
(Con intención y mirando a la
REINA.) Verdad es que Eduardo Burkenstaf
se obstina en callar... pero...
|
FALKLEND.-
Obstinación o generosidad que
le costará la vida. Entretanto, para ahogar en su origen esas
sediciones, cuyos corifeos no quedarán impunes mucho tiempo, venimos en
nombre del gobierno a intimaros la orden de no salir de este palacio.
|
REINA.-
¿A mí? ¿Y con
qué derecho?
|
FALKLEND.-
Con un derecho que no teníamos
ayer, y que hoy nos abrogamos. Una conspiración descubierta da fuerza a
un gobierno. Estruansé, que vacilaba todavía, se ha decidido por
fin a adoptar las medidas enérgicas propuestas por mí: el que da
pronto, da dos veces. Y por consiguiente, no se juzgarán ya los delitos
de Estado por los tribunales ordinarios, sino por el consejo de regencia,
único tribunal competente: allí se está decidiendo ahora
la suerte de Eduardo Burkenstaf, entretanto que hacemos comparecer reos de
más alta categoría.
|
REINA.-
¡Señor conde!
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Escena IV
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RANTZAU;
GELER,
FALKLEND, la
REINA.
GELER entra por el fondo con varios papeles en la
mano, saluda a la
REINA, y se dirige a
FALKLEND sin ver a
RANTZAU, que está detrás de
él.
|
GELER.-
Aquí está el decreto
del consejo que acabo de expedir en calidad de secretario, y al cual
sólo faltan dos firmas.
|
FALKLEND.-
Bien.
|
GELER.-
(Con aturdimiento y enseñando
otros papeles.) Aquí está también, según me
habéis encargado, el proyecto de decreto para la exoneración
de...
|
FALKLEND.-
(En voz baja señalando a
RANTZAU.) ¡Silencio!
|
GELER.-
¡Es verdad; no le había
visto!
(Mirando a
RANTZAU, cuya fisonomía ha permanecido
impasible.) ¡No lo ha oído; ni se le pasa por la
imaginación!
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FALKLEND.-
(Recogiendo los papeles.) La
sentencia de Eduardo Burkenstaf.
(Leyendo.) ¡Condenado!
|
REINA.-
¡Condenado!
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FALKLEND.-
Sí, señora, e igual
suerte espera en lo sucesivo a cualquiera que se atreva a imitarle.
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GELER.-
He encontrado también una
diputación de magistrados y consejeros del tribunal supremo: quejosos de
que el consejo de regencia entienda en la causa de Eduardo Burkenstaf, en
perjuicio, según dicen, de sus atribuciones, venían a representar
al rey, y cuentan para este paso con Vuestra Majestad.
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FALKLEND.-
Ya lo veis, señora; todos los
descontentos hacen causa común con vos.
|
REINA.-
Y, gracias a vuestro cuidado, mi
corte se aumenta diariamente.
|
FALKLEND.-
(A la
REINA.) No quiero negar a Vuestra Majestad
el placer de esta entrevista.
(A
GELER.) Decid que entren; les daremos
audiencia en vuestra presencia.
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Escena V
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RANTZAU, el
PRESIDENTE, cuatro consejeros;
GELER,
FALKLEND, cerca de la
REINA.
|
FALKLEND.-
Señores, sé el motivo
que os trae, pero nos hemos visto precisados a alterar el curso natural de la
justicia, bien a nuestro pesar, para evitar, por medio de un castigo
rápido, escenas semejantes a las pasadas.
|
PRESIDENTE.-
(Con voz firme.) Perdonad,
señor; cuando el Estado está en peligro, cuando el orden
público está amenazado, debe pedir a la justicia y a las leyes un
apoyo contra la rebelión y no apoyarse en la rebelión para
derribar la justicia.
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FALKLEND.-
(Con altanería.)
Cualquiera que sea vuestra opinión en el particular, debo recordaros,
señores, que estamos en un país donde nadie puede usar semejante
lenguaje con el gobierno; os aconsejo que empleéis vuestro ascendiente
sobre el pueblo en exhortarle a la sumisión; de otra suerte, que no
culpe a nadie de las desgracias que pudieren sobrevenir. Esta noche han entrado
tropas en la capital; la guardia del palacio está confiada al coronel
Koller, quien tiene orden de repeler la fuerza con la fuerza; y, para probar a
todos que nada puede intimidarnos, Eduardo Burkenstaf, hijo de ese comerciante
rebelde a quien habíamos perdonado, Eduardo Burkenstaf convencido por su
propia confesión de conspirador contra el consejo de regencia, acaba de
ser condenado a muerte, y su sentencia es lo que firmo.
(A
RANTZAU.) Conde de Rantzau, sólo
falta vuestra firma.
|
RANTZAU.-
(Fríamente.) No la
daré.
|
TODOS.-
¿Cómo?
|
FALKLEND.-
¿Por qué?
|
RANTZAU.-
Porque la sentencia me parece
injusta, así como la determinación de quitarle al tribunal
supremo las atribuciones que de derecho le corresponden.
|
FALKLEND.-
¡Señor conde!
|
RANTZAU.-
Esa es al menos mi opinión;
desapruebo todas esas medidas; están en contradicción con mi
conciencia; no firmaré.
|
FALKLEND.-
Pero eso debierais haberlo dicho en
el consejo.
|
RANTZAU.-
En todas partes se debe protestar
contra la injusticia.
|
GELER.-
En esos casos, señor conde, da
uno su dimisión.
|
RANTZAU.-
Ayer me era imposible; estabais en
peligro; hoy sois poderosos, nada se os opone, puedo retirarme sin bajeza; y en
cuanto a esa dimisión que el caballero Geler parece desear con tanta
impaciencia...
|
FALKLEND.-
Daré cuenta a la regencia, que
la admitirá.
|
GELER.-
La aceptaremos.
|
FALKLEND.-
Señores, me parece que
habréis entendido... podéis retiraros.
|
PRESIDENTE.-
(A
RANTZAU.) No esperábamos menos de
vos, señor conde; os damos las gracias en nombre de la patria.
(Vase con los consejeros.)
|
FALKLEND.-
Voy a dar cuenta a Estruansé
de una conducta tan inesperada.
|
RANTZAU.-
Pero tan de vuestro gusto.
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FALKLEND.-
(Saliendo.) ¿Venís
conmigo, Geler?
|
GELER.-
Ahora mismo.
(Acercándose a
RANTZAU con aire bufón.) Quisiera
antes...
|
RANTZAU.-
¿Darme las gracias?... No hay
de qué... ¡Ya sois ministro!
|
GELER.-
De todos modos lo hubiera sido.
(Enseñándole los papeles
que conserva en la mano.) Había tomado mis medidas.
(Estregándose las manos.)
¿No os dije que os derribaría?
|
RANTZAU.-
(Sonriéndose.) Cierto.
Señor barón, no quiero entreteneros; ¡daos prisa, ministro
de un día!
|
GELER.-
(Sonriéndose.)
¿Ministro de un día?
|
RANTZAU.-
¿Quién sabe?... Puede
ser que dure menos todavía. Por lo mismo sentiría mucho robaros
un solo instante de poder. Los minutos son preciosos.
|
GELER.-
¡Sea! (¡Magnífico!
Ya están todos aterrados y confundidos.)
(Saluda a la
REINA y vase.)
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Escena VI
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La
REINA, asombrada;
RANTZAU.
|
RANTZAU.-
(¡Ah! ¡Ah! Mis amados
colegas estaban decididos a destituirme; los he ganado por la mano, y ahora
veremos.)
|
REINA.-
No vuelvo en mí de mi asombro.
¡Vos, Rantzau, dar vuestra dimisión!
|
RANTZAU.-
¿Por qué no? Hay
momentos en que un hombre de honor debe dar la cara.
|
REINA.-
Pero os perdéis.
|
RANTZAU.-
No, señora; es gran cosa una
dimisión oportuna. (Es un anzuelo.)
(Alto.) Por otra parte, si he de
confesaros mi debilidad, yo, hombre de Estado, que me creía al abrigo de
toda sensación, me siento inclinado a ese pobre Eduardo; me ha indignado
la conducta que con él han observado... y, sobre todo, sus procederes
para con Vuestra Majestad han acabado de decidirme.
|
REINA.-
¡Atreverse a arrestarme en
palacio!
|
RANTZAU.-
Si no fuese más que eso...
|
REINA.-
¿Cómo? ¿Tienen
otros proyectos? ¿Los sabéis?
|
RANTZAU.-
Sí, señora; y, ahora
que ya no soy miembro del consejo, mi amistad puede revelároslos.
Eduardo no es el único preso. Otros dos agentes subalternos... Herman y
Gustavo...
|
REINA.-
¡Dios mío!... Han
descubierto... ¡Ese pobre Koller estará comprometido!
|
RANTZAU.-
No, señora; ese pobre Koller
es el primero que os ha abandonado, que os ha vendido.
|
REINA.-
¡No es posible!
|
RANTZAU.-
La prueba... es que tiene ahora
más favor que nunca... que le han confiado la guardia de palacio; y
cuando yo os decía ayer: «No os fiéis de él, que os
venderá...»
|
REINA.-
¿De quién podrá
uno fiarse, Dios mío?
|
RANTZAU.-
¡De nadie!... Algún
día adquiriréis esa triste experiencia. Con pretexto de la causa
que ahora fingirán formaros para cubrir las apariencias, están
resueltos a encerraros en un castillo para toda vuestra vida. Esta noche misma
deben llevaros, y el encargado de ejecutar esa orden... ¿Qué
digo? El que lo ha solicitado... es Koller.
|
REINA.-
¡Qué horror!
|
RANTZAU.-
Debe venir aquí al
anochecer.
|
REINA.-
¡Koller!... Semejante
ingratitud... ¿Y sabéis que tengo medios de perderle, que tengo
cartas suyas?
|
RANTZAU.-
(Sonriéndose.)
¿Sí, eh? Ahora comprendo por qué tenía tanto
interés en encargarse de vuestro arresto; quería sorprender
vuestros papeles, y no remitir al consejo sino los que le pareciesen
convenientes.
|
REINA.-
(Que ha abierto un mueble y cogido unas
cartas que presenta a
RANTZAU.) Tomad... tomad... si sucumbo,
tenga al menos el consuelo de derribar su cabeza.
|
RANTZAU.-
(Cogiendo con viveza las cartas y
metiéndolas en la faltriquera.) ¿Y qué
haríais, señora, con la cabeza de Koller? Aquí no se trata
de vengarse, sino de triunfar.
|
REINA.-
¿Triunfar? y
¿Cómo? Todos mis amigos me abandonan, excepto uno solo, una mano
desconocida, tal vez la vuestra, que me ha aconsejado que me entienda con
Berton Burkenstaf.
|
RANTZAU.-
¡Yo, señora!
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REINA.-
(Con viveza.) En fin,
¿creéis que logre sublevar al pueblo?
|
RANTZAU.-
Él solo, no,
señora.
|
REINA.-
Pues ayer bien lo
consiguió.
|
RANTZAU.-
Por eso mismo no lo podrá
hacer hoy; la autoridad está prevenida; está en guardia; ha
tomado sus medidas; por otra parte, ese Berton es incapaz de obrar por
sí solo; es un instrumento, una máquina, una palanca; dirigida
por un brazo hábil y poderoso puede haceros grandes servicios, pero
siempre que él mismo ignore para quién y cómo... si
raciocina, si se mete a comprender, ya no sirve para nada.
|
REINA.-
¿Qué puedo hacer
entonces?... Rodeada de enemigos y de lazos, sin auxilios, sin apoyo, amenazada
mi libertad y acaso mi vida, es fuerza resignarme con mi suerte y saber morir.
La condesa triunfa... y mi causa es una causa perdida.
|
RANTZAU.-
(Fríamente.) Os
equivocáis; nunca ha estado más ganada.
|
REINA.-
¿Qué decís?
|
RANTZAU.-
Ayer nada se podrá hacer,
porque no teníais de vuestra parte más que un puñado de
intrigantes, y conspirabais sin objeto y a la buenaventura. Hoy tenéis
en vuestro favor la opinión pública, los magistrados, todo el
país, a quien se insulta, se ultraja y se pretende tiranizar,
quitándole sus derechos. Vos le defendéis, y él defiende
los vuestros. Nuestro rey Cristiano se ve despojado de su autoridad; vos y
Eduardo Burkenstaf estáis condenados contra toda ley; el pueblo se
pronuncia siempre por los oprimidos: vos lo sois en este momento... a Dios
gracias; es una ventaja de que es preciso aprovecharse.
|
REINA.-
¿Pero de qué manera? El
pueblo no puede ayudarme.
|
RANTZAU.-
No hagáis cuentas con
él; pero vivid segura en todo evento de tenerle por aliado.
|
REINA.-
Y si mañana Estruansé
me ha de prender, ¿cómo impedírselo?
|
RANTZAU.-
(Sonriéndose.)
Prendiéndole a él esta noche.
|
REINA.-
(Asombrada.) ¡Os
atrevierais!
|
RANTZAU.-
(Fríamente.) No se trata
aquí de mí, sino de Vuestra Majestad.
|
REINA.-
¿Qué queréis
decir?
|
RANTZAU.-
En primer lugar,
¿estáis bien persuadida, como lo estoy yo, de que en las
circunstancias presentes no os queda más esperanza, ni otra alternativa,
que la regencia o una prisión perpetua?
|
REINA.-
Lo creo firmemente.
|
RANTZAU.-
Con semejante certeza todo se puede
intentar; lo que en otro caso sería temeridad viene a ser en éste
prudencia.
(Con calma y señalando la puerta
de la izquierda.) ¿Esta puerta no da al cuarto del rey?
|
REINA.-
Sí; acabo de verle:
está solo, abandonado de todos: en el estado casi de la infancia.
|
RANTZAU.-
Entonces, y puesto que podéis
todavía entenderos con él, fácil os sería
obtener...
|
REINA.-
¿Quién lo duda?...
¿Pero para qué? ¿De qué servirá la orden de
un rey sin poder?
|
RANTZAU.-
(A media voz, pero con
energía.) Consigámosla, y después se
verá.
|
REINA.-
¿Y vos después os
moveréis?
|
RANTZAU.-
Yo no.
|
REINA.-
¿Quién, pues?
|
RANTZAU.-
(Deteniéndose.)
Llaman.
|
REINA.-
(A media voz.)
¿Quién?
|
BERTON.-
(De fuera.) Yo, Berton de
Burkenstaf.
|
RANTZAU.-
(A media voz.) Perfectamente:
ése es el hombre que necesitáis para ejecutar vuestras
órdenes, él y Koller.
|
REINA.-
¿Koller?
|
RANTZAU.-
No es necesario que me vea; hacedle
esperar aquí un momento, y venid a buscarme.
|
REINA.-
¿Adónde?
|
RANTZAU.-
(A media voz.)
¡Allí!
|
REINA.-
¡A la antecámara del
rey!
(RANTZAU sale.)
|
Escena IX
|
|
JUAN,
BERTON,
MARTA.
|
BERTON.-
(A
JUAN y
MARTA que entran por la puerta de la izquierda.)
¿Qué hay?
|
JUAN.-
(Tristemente.) Esto va mal,
¡todo está tranquilo!
|
MARTA.-
Las calles están desiertas,
las tiendas cerradas: por más que los artesanos que hemos puesto en
movimiento han gritado
¡viva Burkenstaf! ¡nadie ha
respondido!
|
BERTON.-
¡Nadie! ¡Esto es
inconcebible! ¡Vea usted! ¡Unas gentes que me adoraban ayer... que
me llevaban en triunfo, y hoy permanecen en sus casas!
|
JUAN.-
¿Y cómo diablos han de
salir? Hay soldados y patrullas en todas las calles.
|
BERTON.-
¿De veras?
|
JUAN.-
Las puertas de nuestros talleres
están custodiadas por piquetes de caballería.
|
BERTON.-
¡Dios mío!
|
MARTA.-
Y los primeros artesanos que han
tratado de levantar la cabeza han sido presos al momento.
|
BERTON.-
(Espantado.) Eso es otra cosa...
Oídme, yo no sabía nada de eso. Yo le diré a la reina
madre: «Señora, lo siento mucho, pero nadie está obligado a
hacer imposibles, y me parece que lo mejor que podemos hacer es volvernos a
nuestras casas.»
|
MARTA.-
Ni aun eso podemos ya; nuestra casa
está allanada; varios piquetes se han acuartelado en ella: todo lo han
saqueado, y, si en este momento te presentases, hay orden de prenderte, y
acaso...
|
BERTON.-
Pero eso es espantoso, es una
arbitrariedad... una... ¿Y dónde nos esconderemos ahora?
|
MARTA.-
¿Escondernos?
¿Cuándo mi hijo está en peligro, cuándo dicen que
acaban de condenarle?
|
BERTON.-
¿Es posible?
|
MARTA.-
Tú lo has querido; tú
nos has metido en esto; a ti te toca ver cómo nos sacas; es preciso
moverse, hacer algo.
|
BERTON.-
Eso quisiera yo..., ¿pero
cómo?
|
JUAN.-
Los trabajadores del puerto, los
marineros noruegos están libres; ésos no temen a nadie; y en
dándoles oro...
|
MARTA.-
Dices bien, oro, oro, todo el que
tenemos; tenemos oro todavía; lo hemos podido salvar. Cuanto
tenemos.
|
BERTON.-
Pero advierte...
|
MARTA.-
¿Dudas todavía?
|
BERTON.-
No; no dudo precisamente; no digo que
no... pero no digo tampoco que sí.
|
JUAN.-
¿Pues entonces qué
decís, nuestro amo?
|
BERTON.-
Digo que es preciso esperar.
|
MARTA.-
¡Esperar! ¿Y
quién os impide tomar un partido?
|
JUAN.-
Sois el jefe del pueblo.
|
BERTON.-
(Encolerizado.) ¡Pues ya se
ve! ¡Voto va! ¿Soy el jefe del pueblo? Y nadie me dice una
palabra; no se me comunica una orden... ¡Esto es inconcebible!
|
Escena X
|
|
Dichos, el
UJIER.
|
UJIER.-
(Dando un pliego a
BURKENSTAF.) Al señor Berton
Burkenstaf, de parte de la reina.
|
BERTON.-
¡De la reina! ¡Ah,
qué fortuna!
(Al
UJIER, que se va.) Gracias, amigo, he
aquí lo que esperaba para poner esto en movimiento.
|
MARTA y JUAN.-
¿Qué es?
|
BERTON.-
¡Silencio! No os lo
decía; pero estaba así concertado con la reina; teníamos
acá nuestro plan.
|
MARTA.-
Eso es otra cosa.
|
BERTON.-
Veamos: en primer lugar...
(Leyendo aparte.) («Mi
querido Berton». ¡Bravo! «Os confío, como a jefe del
pueblo, esta orden del rey...». ¡Del rey! ¿Es posible?
«Vos mismo os encargaréis de que quede entregada».
¡Por supuesto! ¡Vaya! «Hecho lo cual, y sin entrar en
ningún detalle ni declaración, os retiraréis,
saldréis del palacio, y os mantendréis oculto». Se
hará todo exactamente. «Y mañana al amanecer, si veis
ondear el pabellón real sobre las torres de Cristiamborg, recorred la
ciudad acompañado de los amigos de que podáis disponer, gritando:
¡Viva el rey!». Ya está todo dicho. «Romped en el acto
este billete».
(Rompiéndole.) (Ya
está hecho.).
|
MARTA y JUAN.-
¿Y bien? ¿Qué
hay?
|
BERTON.-
¡Silencio, mujer, silencio! Los
secretos de Estado no os importan; básteos saber por ahora que sé
lo que tengo que hacer. A ver... veamos...
(Cogiendo el pliego cerrado.)
«A Berton Burkenstaf, para entregar al general Koller.»
|
MARTA.-
¡Koller!
|
BERTON.-
¿Quién diablos es
éste? ¡Ay!, ya sé... uno de los nuestros, de quien nos
hablaba la reina esta mañana... ¿No te acuerdas?
|
MARTA.-
Es verdad.
|
BERTON.-
Pronto lo recibirá. Por lo que
a nosotros toca, debemos salir de aquí con el mayor secreto, y
mantenernos escondidos toda la noche.
|
MARTA.-
¿Qué dices?
|
BERTON.-
Silencio he dicho; es nuestro plan.
(A
JUAN.) Tú, esta noche,
reunirás a los marineros noruegos de que nos hablabas; les darás
oro, mucho oro; luego me lo pagarán en honores y dignidades... al
amanecer vendréis todos a reuniros conmigo, y entonces...
|
MARTA.-
¿Se salvará de esa
manera a nuestro hijo?
|
BERTON.-
¡Brava pregunta!... Sí,
mujer, sí; de esa manera se salvará, y yo seré consejero,
tendré un gran destino... gordo, gordo... y Juan también... otro
más pequeño.
|
JUAN.-
¿Cuál? ¿A
ver?
|
BERTON.-
Por el pronto yo te prometo algo...
¡Pero estamos perdiendo un tiempo precioso, y tengo tantas cosas en la
cabeza! Cuando uno tiene que hacerlo todo... no sabe uno por dónde
empezar. ¡Ah! Lo primero es esta carta para el señor Koller. Venid
conmigo; seguidme.
|
Escena XI
|
|
JUAN,
MARTA,
BERTON,
KOLLER.
|
KOLLER.-
(Viendo a
BERTON.) ¿Qué veo?
¿Qué hacéis aquí? ¿Quién sois?
|
BERTON.-
¿Qué os importa? Estoy
en la cámara de la reina, y estoy en ella de orden suya. ¿Y vos
quién sois para interrogarme?
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KOLLER.-
El coronel Koller.
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BERTON.-
¡Koller!... ¡Qué
fortuna! Y yo soy Berton Burkenstaf, jefe del pueblo.
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KOLLER.-
¿Y os atrevéis a poner
los pies en este palacio después de dada la orden de vuestra
prisión?
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MARTA.-
¡Cielos!
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BERTON.-
Mujer, no tengas cuidado.
(A
KOLLER a media voz.) Sé que con vos
estoy seguro; somos de la misma camada... nos entendemos... sois de los
nuestros.
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KOLLER.-
(Con desprecio.) ¡Yo!
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BERTON.-
(A media voz.) He aquí la
prueba: un pliego que tengo encargo de entregaros de parte del rey.
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KOLLER.-
¡Del rey! ¿Es
posible?... ¿Qué significa esto?
(Recorre la carta.)
¡Cielos! ¡Esta orden!
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BERTON.-
(A su mujer.) ¿Qué
tal? ¿Le ha hecho efecto?
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KOLLER.-
¡Cristiano! Es de su
puño... indudablemente... su firma... ¿Podréis explicarme,
caballero, por qué casualidad...?
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BERTON.-
(Gravemente.) No entraré
en ningún detalle ni aclaración: es la orden del rey; ya
sabéis lo que tenéis que hacer, y yo también; me voy.
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MARTA.-
(Deteniéndole.) Berton,
pero... ¿Qué dice ese papel?
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BERTON.-
No te importa: no puedes saberlo.
(A su mujer y a
JUAN.) Vamos.
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JUAN.-
¡Tendré un destino..!
¡Oh!, ¡y bueno! De lo contrario... os sigo, nuestro amo.
(Vanse por la izquierda, escalera
secreta.)
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Escena XII
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RANTZAU, que entra por la
izquierda;
KOLLER, en pie, pensativo, con la carta en la
mano.
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KOLLER.-
¡Dios mío! ¡El
conde Rantzau!
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RANTZAU.-
Parece que el señor coronel
está muy meditabundo.
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KOLLER.-
(Llegando a él.) Vuestra
presencia, señor conde, me colma ahora más que nunca de placer, y
podéis asegurar al consejo de regencia...
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RANTZAU.-
No soy del consejo ya; he dado mi
dimisión.
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KOLLER.-
(Asombrado.) (¡Su
dimisión!... ¡Es decir, que el otro partido va de capa
caída!)
(Alto.) Tanto me sorprende eso
como la orden que acabo de recibir.
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RANTZAU.-
¿Una orden? ¿Y de
quién?
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KOLLER.-
(A media voz.) Del rey.
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RANTZAU.-
No es posible.
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KOLLER.-
Precisamente en el momento en que,
cumpliendo con la orden del consejo, venía a prender a la reina madre,
el rey, que tanto tiempo ha no se metía en asuntos del gobierno ni en
negocios de Estado, el rey, que había depositado al parecer toda su
autoridad en el primer ministro, me manda, a mí, Koller, su fiel
vasallo, que prenda esta noche misma a Estruansé y a su mujer..
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RANTZAU.-
(Fríamente examinando el
papel.) Es la firma de nuestro único y legítimo soberano
Cristiano VII, rey de Dinamarca.
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KOLLER.-
¿Y qué os parece?
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RANTZAU.-
Eso iba yo a preguntaros: porque, al
fin, la orden no se dirige a mí, sino a vos.
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KOLLER.-
(Inquieto.) Cierto; pero en la
alternativa de haber de obedecer al rey o al consejo de regencia,
¿qué haríais vos en mi lugar?
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RANTZAU.-
¿Qué haría
yo?... En primer lugar no pediría consejos a nadie.
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KOLLER.-
Obraríais; pero, ¿en
qué sentido?
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RANTZAU.-
(Fríamente.) Eso es cuenta
vuestra... Como vuestro interés es el que os guía constantemente,
meditadlo, calculadlo todo, y ved cuál de los dos partidos os ofrece
más ventajas.
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KOLLER.-
¡Señor conde!
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RANTZAU.-
Creo que eso es lo que me
preguntáis, y yo empezaría por aconsejaros que leyeseis con
detención el sobre de esa carta; dice, si no me engaño: «Al
general Koller.»
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KOLLER.-
(¡Al general! Ese título
que tantas veces me ha negado.)
(Alto.) ¡Yo general!
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RANTZAU.-
(Con dignidad.) Nada más
justo; un rey premia a los que le sirven, así como castiga a los que le
desobedecen.
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KOLLER.-
(Lentamente y mirándole.)
Para premiar y castigar es preciso tener poder: ¿lo tiene?
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RANTZAU.-
(En el mismo tono.)
¿Quién os ha entregado esa orden?
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KOLLER.-
Berton Burkenstaf, que se llama jefe
del pueblo.
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RANTZAU.-
Eso podría probar que existe
en el pueblo un partido dispuesto a pronunciarse, y con el cual podríais
contar.
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KOLLER.-
(Vivamente.) ¿Vuecencia
puede asegurármelo?
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RANTZAU.-
(Fríamente.) Nada tengo
que deciros; vos no sois amigo mío. Yo no lo soy vuestro; no tengo
necesidad de trabajar para vuestro engrandecimiento.
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KOLLER.-
Entiendo...
(Después de una pausa y
acercándose a
RANTZAU.) Como fiel vasallo, quisiera
obedecer las órdenes del rey; en primer lugar es mi deber; pero,
¿y los medios de ejecución?...
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RANTZAU.-
(Lentamente.) Facilísimos:
la guardia del palacio os está confiada; disponéis vos solo de
los soldados...
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KOLLER.-
(Vacilando.) Sí; pero,
¿y si sale mal?
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RANTZAU.-
¿Y bien? ¿Qué
puede suceder?
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KOLLER.-
Nada; que mañana
Estruansé me haga ahorcar o fusilar.
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RANTZAU.-
(Volviéndose con firmeza.)
¿Eso es lo que os detiene?
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KOLLER.-
(Ídem.) Eso.
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RANTZAU.-
(Ídem.) ¿No
tenéis ningún otro reparo?
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KOLLER.-
Ninguno.
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RANTZAU.-
En ese caso, tranquilizaos, de todos
modos eso no puede dejar de sucederos.
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KOLLER.-
¿Qué queréis
decir?
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RANTZAU.-
Que si mañana Estruansé
es poderoso todavía, os hará prender y condenar en veinticuatro
horas.
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KOLLER.-
¿Con qué pretexto?
¿Por qué delito?
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RANTZAU.-
(Enseñándole cartas, que
vuelve a guardar inmediatamente.) ¿No bastan estas cartas
escritas por vos a la reina madre, estas cartas que encierran la primera idea
del complot que debe estallar hoy, y en las cuales verá Estruansé
que ayer mismo en el acto de servirle le vendíais?
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KOLLER.-
Señor conde,
¿queréis perderme?
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RANTZAU.-
No por cierto; de vos pende que estas
pruebas de vuestra traición se conviertan en pruebas de fidelidad.
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KOLLER.-
¿De qué manera?
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RANTZAU.-
Obedeciendo a vuestro soberano.
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KOLLER.-
(Furioso.) Pero en fin,
¿estáis por el rey? ¿Obráis en su nombre?
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RANTZAU.-
(Con altanería.) No tengo
que daros cuenta de mis acciones; no me hallo en vuestro poder, y vos
estáis en el mío; cuando os oí ayer denunciar al consejo a
unos desgraciados de quienes erais cómplice, nada dije, no os
arranqué la máscara: os protegí, al contrario, con mi
silencio; me convenía así entonces; en el día ya no me
conviene; y puesto que me habéis pedido consejos os quiero dar uno.
(Con tono importante y a media
voz.) Ejecutad las órdenes de vuestro rey: prended esta misma
noche, en medio del baile que se dispone, a Estruansé y a la condesa, o
sino...
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KOLLER.-
(En la mayor agitación.)
Enhorabuena: decidme únicamente que esta causa es la vuestra en lo
sucesivo; que sois uno de los jefes, y acepto.
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RANTZAU.-
Eso es cuenta vuestra. Esta noche el
castigo de Estruansé, o el vuestro mañana. Mañana
seréis general, o fusilado; escoged.
(Da un paso para salir.)
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KOLLER.-
(Deteniéndole.)
¡Señor conde!...
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RANTZAU.-
¿Qué resolvéis,
coronel?
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KOLLER.-
Obedeceré.
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RANTZAU.-
¡Bien!
(Con intención.)
¡Adiós, general!
(Vase por la izquierda y
KOLLER por el foro.)
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