Escena
I
|
|
GNATÓN,
TRASÓN,
PARMENÓN.
|
TRASÓN.- ¿Conque Tais me mandaba
muchas gracias?
|
GNATÓN.- Muy grandes.
|
TRASÓN.- ¿De veras está
alegre?
|
GNATÓN.- No tanto en verdad por el valor
del presente, cuanto por habérselo tú dado: De esto
está ella más ufana.
|
PARMENÓN.- (Saliendo de
casa de su amo.) A ver vengo cuándo
será tiempo de traerlos. Pero he aquí al soldado.
|
TRASÓN.- Cierto que es buen hado
mío, que todo cuanto yo hago se me agradece.
|
GNATÓN.- Así lo he echado de
ver.
|
TRASÓN.- Hasta el mismo rey, por la menor
cosa que yo hacía me daba siempre las gracias. No se portaba
así con los demás.
|
GNATÓN.- La gloria ajena a costa de
grandes trabajos adquirida, con una palabra hácela suya
muchas veces el que tiene la sal que tú.
|
TRASÓN.- En el caso estás.
|
GNATÓN.- El rey, pues, a ti sobre las
niñas de sus ojos...
|
TRASÓN.- Cabal.
|
GNATÓN.- ... Te llevaba.
|
TRASÓN.- Sí. Y confiaba de
confiaba de mí todo su campo, y todos sus secretos.
|
GNATÓN.- Admirable.
|
TRASÓN.- Y si alguna vez los hombres o
los negocios le cansaban o enfadaban, cuando él
quería descansar, como... ¿ya me entiendes?
|
GNATÓN.- Sí; como quien quiere
escupir del alma aquella fatiga.
|
TRASÓN.- Cabal. Entonces a mí solo
me llevaba por su convidado.
|
GNATÓN.- ¡Huy!, ¡qué
rey tan discreto me cuentas!
|
TRASÓN.- ¡Oh!, él es
así, un hombre que trata con muy pocos.
|
GNATÓN.- Mejor dirás con ninguno,
a mi parecer, si sólo contigo vive.
|
TRASÓN.- Todos me tenían envidia,
y me roían en secreto; pero yo no los estimaba a todos en un
pelo. Y ellos, a tenerme extraña envidia; pero sobre todos
uno, a quien el rey había hecho coronel de los elefantes de
la India. Como éste comenzó a serme más
pesado, díjele: Dime, Estratón, ¿haces tanto
del bravo porque tienes mando sobre las bestias?
|
GNATÓN.- Gracioso dicho en verdad, y
sabiamente dicho: ¡Oh!, ¡degollástele!;
¿y él que te respondió?
|
TRASÓN.- Quedó mudo.
|
GNATÓN.- ¿Cómo no?
|
PARMENÓN.- (Aparte y
aludiendo a TRASÓN.)
¡Soberanos dioses!, ¡qué cabeza tan miserable y
tan perdida! (Indicando a GNATÓN.) Y aquel
otro, ¡cuán gran bellaco!
|
TRASÓN.- Y bien: ¿nunca te he
contado, Gnatón, cómo te toqué a uno de Rodas
en un convite?
|
GNATÓN.- Nunca. Pero cuéntamelo,
por tu vida. (Aparte.) Más se
lo he oído de mil veces.
|
TRASÓN.- Estaba este mancebillo de Rodas
que te digo juntamente conmigo en el convite, y yo por casualidad
tenía allí una pendanga. Él comenzó a
burlar con ella y mofar de mí. Dígole yo:
¿Qué es eso, sin vergüenza? ¿Siendo
tú la misma liebre, buscas carne de la pulpa?
|
GNATÓN.- ¡Ja, ja, je!
|
TRASÓN.- ¿Qué tal?
|
GNATÓN.- Gracioso, gustoso, delicado
dicho: no hubo más que pedir. ¿Y tuyo era, por tu
vida? Yo por más antiguo lo tenía.
|
TRASÓN.- ¿Habíaslo
oído?
|
GNATÓN.- Muchas veces, y es muy
preciado.
|
TRASÓN.- Pues mío es.
|
GNATÓN.- ¡Lástima que lo
empleases en un mancebillo indiscreto e hidalgo!
|
PARMENÓN.-
(Aparte.) Los dioses te destruyan.
|
GNATÓN.- ¿Y él, dime,
qué...?
|
TRASÓN.- Quedó corrido; y los que
estaban allí, muertos de risa. En fin, ya todos me
tenían miedo.
|
GNATÓN.- Con razón.
|
TRASÓN.- Pero oye, Gnatón,
¿parécete que yo me disculpe con Tais, pues sospecha
que esta esclava (Alude a PÁNFILA.) es mi
amiga?
|
GNATÓN.- En ninguna manera: Antes has de
acrecentarle más esa sospecha.
|
TRASÓN.- ¿Por qué?
|
GNATÓN.- ¿Y lo preguntas?
¿Sabes por qué? Si ella alguna vez hiciere
mención de Fedro o le alabare por darte tormento...
|
TRASÓN.- Entiendo.
|
GNATÓN.- ... para que esto no acaezca,
sólo hay un remedio. Cuando ella nombre a Fedro, tú a
Pánfila en la hora. Si ella dijere: «Traigamos a Fedro
a comer»; tú: «llamemos a Pánfila a
cantar». Si ella alabare el buen parecer de Fedro, tú,
por el contrario, el de Pánfila. Finalmente, ajo por ajo y
que la pique.
|
TRASÓN.- Buen remedio sería este,
Gnatón, si ella me amase.
|
GNATÓN.- Pues recibe y precia lo que
tú le envías, no es nuevo el tenerte ella amor, ni es
nuevo el poder tú hacer algo que le duela. Siempre
estará con miedo de que el provecho que ella ahora recibe,
le des a otra si te enojas.
|
TRASÓN.- Bien dices: no había yo
caído en la cuenta.
|
GNATÓN.- ¡Qué gracia!,
porque noté habías puesto a pensarlo; que si lo
pensaras, ¡cuánto mejor que yo lo trazaras tú,
Trasón!
|
Escena
II
|
|
TAIS, TRASÓN, PARMENÓN, GNATÓN.
|
TAIS.- La voz del capitán me parece que
he oído. Y hele aquí. ¡Bienvenido,
Trasón, amor mío!
|
TRASÓN.- ¡Oh, mi señora
Tais, dulce beso mío!, ¿qué se hace?
¿Quiéresete mucho por esta tañedora?
|
PARMENÓN.- (Oculto para los
demás personajes.) ¡Qué discreto
es!, ¡qué buena entrada ha tenido por llegar!
|
TAIS.- Muy mucho por tu merecimiento.
|
GNATÓN.- Vamos, pues, a cenar.
¿Por qué te detienes?
|
PARTENÓN.-
(Aparte.) Cata aquí al otro:
Diréis que ha nacido para servir a su vientre.
|
TAIS.- Cuando quisieres; no estéis por
mí.
|
PARMENÓN.-
(Aparte.) Iré y haré como
que salgo ahora. Tais, ¿has de ir a alguna parte?
|
TAIS.- ¡Ah, Parmenón! Bien has
hecho: sí, ir tengo...
|
PARMENÓN.- ¿Adónde?
|
TAIS.- (Bajo y aludiendo por
señas a TRASÓN.)
¿No ves aquí a éste?
|
PARMENÓN.- (Bajo a
TAIS.) Ya
le veo, me enfada. Cuando quieras, aquí están los
presentes de Fedro a tu servicio.
|
TRASÓN.- ¿Por qué nos
detenemos? ¡Ea!, vamos de aquí.
|
PARMENÓN.- (A TRASÓN.)
Suplícote que con tu licencia podamos darle a ésta lo
que queremos, verla y hablar con ella.
|
TRASÓN.-
(Irónico.) ¡Hermosos
presentes por cierto!, ¡no se parecen a los nuestros!
|
PARMENÓN.- Por la obra se verá.
(A un siervo.) ¡Hola! Haz que
salgan acá esos que mandé traer: ¡Presto! Pasa
tú acá. (Preséntase una
negra.) Ésta ha venido desde
Etiopía.
|
TRASÓN.- Ésta valdrá tres
minas.
|
GNATÓN.- Apenas.
|
PARMENÓN.- ¿Dó estás
tú, Doro? Llégate acá. (A
TAIS.) Cata
aquí el eunuco. ¡Mira qué cara de hidalgo y
qué años tan tiernos!
|
TAIS.- Así los dioses me amen, como
él es hermoso.
|
PARMENÓN.- ¿Qué dices
tú, Gnatón? ¿Tienes algo aquí que
despreciar? ¿Y tú, Trasón, qué dices?
Harto le alaban, pues que callan. Pues examínale en cosa de
letras, en la lucha, en la música; que yo te le doy por
hábil en todo lo que le está bien saber a un hidalgo
mozo.
|
TRASÓN.- (Aparte a
GNATÓN.) Yo a
ese eunuco... si menester fuese, sin beber mucho...
|
PARMENÓN.- (A TAIS.) Y el que esto te
envía, no te pide que estés por solo él, ni
que por él eches de tu casa a los demás. Ni te cuenta
sus batallas; ni muestra sus señales de heridas; ni te va a
la mano, como algún otro lo hace; sino que, cuando te diere
gusto, cuando tú quisieres, cuando tuvieres lugar, entonces
se dará por contento, si le recibieres.
|
TRASÓN.- (A GNATÓN.) Este
siervo parece ser de algún amo pobre y miserable.
|
GNATÓN.- Bien creo yo que el que tuviera
con qué comprar otro, no sufriría a éste.
|
PARMENÓN.- Calla tú, que eres el
más abatido de los abatidos; porque un hombre que se pone a
lisonjear a éste (Señalando a
TRASÓN.) , creo
que se pondrá también a sacar la comida del fuego con
la boca.
|
TRASÓN.- (A TAIS.)
¿Vámonos ya?
|
TAIS.- Haré entrar primero a estos
esclavos, y juntamente mandaré lo que quiero que se haga, y
luego saldré. (Éntrase en
casa.)
|
TRASÓN.- (A GNATÓN.) Yo me
voy: aguarda tú a Tais.
|
PARMENÓN.- (En tono
zumbón.) ¡No es bien que un General
vaya por la calle con su amiga!
|
TRASÓN.- ¿Qué quieres que
te diga? Te pareces a tu amo.
|
GNATÓN.- ¡Ja!, ¡ja!,
¡je!
|
TRASÓN.- ¿De qué te
ríes?
|
GNATÓN.- De eso que ahora dijiste, y
también cuando me acuerdo de aquel dicho del de Rodas. Pero
Tais sale.
|
TRASÓN.- Ve delante, corre, para que todo
esté a punto en casa.
|
GNATÓN.- Sea.
|
TAIS.- (Saliendo de su casa y
hablando con PITIAS, que
está dentro.) Mira, Pitias, que procures con
diligencia, si Cremes por casualidad viniere aquí, rogarle
sobre todo que me espere; y si esto no le acomoda, que vuelva, y si
no pudiere, llévamele allá.
|
PITIAS.- Así lo haré.
|
TAIS.- ¿Qué?... ¿Qué
otra cosa tenía que decirte? ¡Ah!, mucho cuidado con
esa doncella; y mira, que me estéis en casa.
|
TRASÓN.- Vamos.
|
TAIS.- (A sus
doncellas.) Seguidme vosotras.
|
Escena
IV
|
|
PITIAS,
CREMES.
|
PITIAS.- (Dentro.)
¿Quién está allí?
|
CREMES.- Yo soy. Cremes.
|
PITIAS.-
(Saliendo.) ¡Oh, mancebo
gallardísimo!
|
CREMES.- (Aparte.)
¡Lo dicho: aquí quieren cazarme!
|
PITIAS.- Tais te pide por merced que vuelvas
mañana.
|
CREMES.- A mi alquería me voy.
|
PITIAS.- Hazlo por mi amor.
|
CREMES.- Digo que no puedo.
|
PITIAS.- Estate a lo menos aquí con
nosotras hasta que ella vuelva.
|
CREMES.- Ni eso tampoco.
|
PITIAS.- ¿Por qué no, Cremes de mi
alma?
|
CREMES.- Quítateme allá en mal
hora.
|
PITIAS.- Si así lo determinas, ve a lo
menos, por mi amor, donde ella está.
|
CREMES.- Sea.
|
PITIAS.- Ve, Dorias; lleva de presto a
éste a casa del soldado.
|
Escena
VI
|
|
QUEREA,
ANTIFÓN.
|
QUEREA.- ¿Hay alguno aquí? No hay
nadie. ¿Sígueme alguno de la casa?
(Mirando a la de TAIS.) Nadie.
¿Puedo ya hacer que reviente este mi contento? ¡Oh,
Júpiter! Ésta es realmente la hora en que te
podría tomar con paciencia que me matasen, porque el resto
de mi vida no me agüe con alguna pesadumbre este mi gozo.
Pero, ¿no me toparía yo ahora con un amigo curioso
que me siguiera por doquiera que fuese y me moliese y me matase a
poder de preguntarme qué regocijo es éste, o
qué alegría, a dónde voy, o de dó me
escapo, de dónde he habido este vestido, qué pretendo
con él, si estoy en mi seso o si estoy loco?
|
ANTIFÓN.-
(Aparte.) Voy a darle ese contento que
desea. (Alto.) ¿Qué es
esto, Querea?, ¿de qué estás así
regocijado?, ¿qué vestido es éste?, ¿de
qué vienes tan alegre?, ¿qué pretendes?,
¿estás en tu seso?, ¿qué me miras?,
¿por qué no me respondes?
|
QUEREA.- ¡Oh, encuentro apacible al
presente para mí! Amigo, bienvenido seas. Con ninguno me
pudiera yo ahora tomar que más placer me diese, que
contigo.
|
ANTIFÓN.- Cuéntame, por tu vida,
lo que te pasa.
|
QUEREA.- Antes yo, en verdad, te suplico que me
oigas. ¿Conoces a ésta que es amiga de mi
hermano?
|
ANTIFÓN.- Sí, creo que es
Tais.
|
QUEREA.- Ésa misma.
|
ANTIFÓN.- Así lo tenía
entendido.
|
QUEREA.- Hanle hoy regalado una doncella, cuyo
gracioso rostro no hay para qué yo te lo diga,
Antifón, ni te lo alabe, pues ya tú sabes cuán
buen juez de rostros soy. Heme aficionado a ella.
|
ANTIFÓN.- ¿De veras?
|
QUEREA.- Yo sé que si tú la ves,
dirás que es la primera. ¿Que es menester rodeos?
Comencé a amarla. Había casualmente en nuestra casa
un eunuco que mi hermano había mercado para Tais, y aun no
se le habían llevado. Aconsejome entonces mi criado
Parmenón una traza que yo al punto hice mía.
|
ANTIFÓN.- ¿Cuál?
|
QUEREA.- Callando lo entenderás
más presto: que yo trocase con él las ropas, y me
hiciese presentar en lugar de él.
|
ANTIFÓN.- ¿En lugar del
eunuco?
|
QUEREA.- Sí.
|
ANTIFÓN.- ¿Y qué provecho
habías de sacar de eso?
|
QUEREA.- ¡Vaya una pregunta...! Verla,
oírla, estar en compañía de aquella que
deseaba, Antifón. ¿No te parece bastante causa y
razón para hacerlo? Entréganme, en fin, a la mujer.
Ella me recibe muy alegre, me lleva a su casa, encomiéndame
la doncella.
|
ANTIFÓN.- ¿A quién?,
¿a ti?
|
QUEREA.- A mí.
|
ANTIFÓN.- A buen seguro, cierto.
|
QUEREA.- Manda que varón ninguno se
llegue a ella, y a mí encárgame que no me aparte de
ella, sino que en lo más secreto de la casa me esté
con ella sola. Acéptolo, puestos mis ojos en el suelo de
vergüenza.
|
ANTIFÓN.- ¡Cuitado!
|
QUEREA.- «Yo, dice, me voy convidada a
cenar». Y llévase consigo sus criadas. Quedan unas
pocas para estar con ella; criadas bisoñas.
Aparéjanle luego el baño; dígoles que se den
prisa. Mientras lo aparejaban, la doncella estaba sentada en su
cámara, mirando una pintura en la cual estaba dibujado como
dicen que un tiempo Júpiter había descargado en el
regazo de Danae una lluvia de oro. Comencé yo también
a mirarla. Y como él antaño había hecho otra
burla semejante, tanto más yo en mi alma me alegraba viendo
que un dios se había transformado en hombre y venido a casa
ajena escondidamente por el tejado a engañar a una mujer.
¿Y qué dios, sino aquel que con sus truenos hace
temblar a los más altos alcázares del cielo?
¿Y yo, hombrecillo, no lo había de hacer?
¡Pardiez, que lo hice; y aun de buena gana! Mientras yo
estaba en estos pensamientos, llaman a la doncella, para que vaya
al baño. Va, báñase, y vuelve. Después
ellas échanla en la cama. Yo me estaba de pie, aguardando si
me mandarían algo. Viene una y díceme:
«¡Hola, Doro!, toma este abanico y hazle a ésta
viento así (Imitando la acción de
abanicar.) , mientras nosotras nos bañamos.
Cuando nosotras nos hayamos bañado, te bañarás
tú, si quieres». Tonto el abanico con aire de
tristeza.
|
ANTIFÓN.- ¡Oh, quién viera
allí esa tu cara desvergonzada! ¡Qué facha
tendría un tan grande asno como tú con el abanico en
la mano!
|
QUEREA.- Apenas la criada me hubo dicho esto,
cuando botan todas afuera, vanse a bañar, triscan como lo
suelen hacer cuando están fuera los señores. En esto
quédase dormida la doncella. Yo cautamente miro de tras ojo,
así (Airando.) , por el abanico,
y reconozco juntamente si todo lo demás estaba seguro. Veo
que lo estaba; echo el cerrojo a la puerta.
|
ANTIFÓN.- ¿Qué
más?
|
QUEREA.- ¿Cómo qué
más, simple?
|
ANTIFÓN.- Tienes razón.
|
QUEREA.- ¿Y había yo de dejar
pasar una ocasión tan grande, tan breve, tan deseada y que
tan sin pensar se me ofrecía? Entonces fuera yo de veras el
que me fingía ser.
|
ANTIFÓN.- Dices muy gran verdad. Pero,
¿qué hay de la comida?
|
QUEREA.- Todo está a punto.
|
ANTIFÓN.- Hombre de recado eres.
¿En dónde?, ¿en tu casa?
|
QUEREA- No; en la del liberto Disco.
|
ANTIFÓN.- ¡Qué lejos...!
Pero tanto mayor prisa nos demos. Muda de ropas.
|
QUEREA.- ¿Dónde me mudaré,
pobre de mí? Porque a casa no puedo ir ahora. Temo que
esté allí mi hermano, y también que haya
vuelto ya mi padre de la granja.
|
ANTIFÓN.- Vamos a mi casa; que esto es lo
más cerca donde te mudes.
|
QUEREA.- Bien dices. Vamos. Y de paso quiero
consultar contigo acerca de esta moza cómo la podré
gozar en adelante.
|
ANTIFÓN.- Sea.
|