Escena
III
|
|
PITIAS,
DORIAS, FEDRO.
|
PITIAS.- ¿Dónde hallaría
yo, cuitada, a aquel malvado y descomedido, o dónde le
iría yo a buscar? ¡Y que haya tenido semejante
atrevimiento!
|
FEDRO.- (Aparte.)
¡Pobre de mí! ¡Qué habrá sido
esto!
|
PITIAS.- (Aparte.)
Y el muy bribón, después de haber escarnecido a la
doncella, le rasgó a la infeliz toda la ropa y le deshizo
todo su peinado.
|
FEDRO.- (Aparte, con
indignación y asombro.) ¡Eh!
|
PITIAS.- ¡Oh, quién le tuviera
ahora aquí! ¡Cómo le arremetiera prestamente a
los ojos con mis uñas al hechicero!
|
FEDRO.- (Aparte.)
No sé qué revuelta ha habido en casa en mi ausencia.
Acercareme. ¿Qué es eso, Pitias? ¿A dó
corres? ¿A quién buscas?
|
PITIAS.- ¡Ah, Fedro! ¿Que a
quién busco....? ¡Véteme de aquí donde
mereces con tus presentes tan donosos!
|
FEDRO.- ¿Qué es ello?
|
PITIAS.- ¿Y lo preguntas? El eunuco que
nos diste, ¿qué escándalos piensas nos ha
hecho? Ha seducido a la doncella que el soldado había
regalado a mi señora.
|
FEDRO.- ¿Qué me dices?
|
PITIAS.- ¡Ay, cuitada de mí!
|
FEDRO.- Borracha estás.
|
PITIAS.- ¡Así se vean los que mal
me quieren!
|
DORIAS.- ¡Ay, Pitias mía! Dime por
tu vida: ¿qué monstruo era ése?
|
FEDRO.- Tú estás loca.
¿Cómo pudo un eunuco hacer cosa semejante?
|
PITIAS.- Yo no sé quién él
es; pero lo que él ha hecho, por la obra se ve. La pobre
doncella está llorando, y si le preguntan qué ha, no
lo osa decir. Y a todo esto, el hombre de bien no parece por
ninguna parte, y aun sospecho, cuitada, no se me haya llevado algo
de casa a la partida.
|
FEDRO.- No sé yo que se pueda haber ido
muy lejos el follón, si ya no se nos ha vuelto a nuestra
casa.
|
PITIAS.- ¡Mira, por mi amor, si
está!
|
FEDRO.- Yo haré presto que lo sepas.
|
DORIAS.- ¡Ay, cuitada de mí! Te
digo, hija, que en mi vida he oído tan gran
bellaquería.
|
PITIAS.- Yo bien había oído decir,
en buena fe, que los eunucos eran muy aficionados a las mujeres,
pero que no podían hacer nada. Pero yo no pensé en
ello, cuitada de mí; que le hubiera encerrado en alguna
parte, y nunca le hubiera encomendado la doncella.
|
Escena
IV
|
|
FEDRO,
DORO, PITIAS, DORIAS.
|
FEDRO.- (A la puerta de su
casa.) ¡Sal acá fuera, bribón!
¿Aún te detienes, fugitivo? ¡Ven acá,
eunuco de perdición!
|
DORO.- (En ademán
suplicante.) ¡Por lo más
sagrado!...
|
FEDRO.- ¡Oh, mira cómo tuerce la
boca el bellaco verdugo! ¿Qué vuelta es ésta
por acá? ¿Qué mudanza de traje es ésta?
¿Qué dices? Si un poco me descuido, Pitias, no le
atrapo en casa, según había aparejado ya su fuga.
|
PITIAS.- ¿Tienes el hombre por tu
vida?
|
FEDRO.- ¿Pues no le había de
tener?
|
PITIAS.- ¡Oh, qué bien lo has
hecho!
|
DORIAS.- ¡Vaya si estuvo bien!
|
PITIAS.- ¿Dónde está?
|
FEDRO.- ¿Eso preguntas? ¿No le ves
allí?
|
PITIAS.- ¿Que si le veo?
¿Quién es?
|
FEDRO.- Éste.
|
PITIAS.- ¿Quién es este
hombre?
|
FEDRO.- El que os llevaron hoy a vuestra
casa.
|
PITIAS.- A éste, Fedro, ninguna de
nosotras jamás le ha visto de sus ojos.
|
FEDRO.- ¿Que no le ha visto?
|
PITIAS.- ¿Este creíste tú
de veras que nos habían traído a nuestra casa?
|
FEDRO.- ¿Pues cuál...? Otro
ninguno yo no he tenido.
|
PITIAS.- ¡Bah!, ¡qué tiene
que ver éste con el otro! Aquél era de rostro hermoso
y ahidalgado.
|
FEDRO.- Pareciótelo entonces así,
porque estaba vestido de colores: y como ahora no los lleva, te
parece feo.
|
PITIAS.- ¡Calla, por tu vida! ¡Como
si fuese poca la diferencia! El que trajeron a nuestra casa es un
mancebillo que tú holgaras, Fedro, de verle. Éste
está marchito, viejo, dormidor, arrugado, de color de
comadreja.
|
FEDRO.- ¿Qué cuentos son
éstos? A punto me traes, que yo mismo no sepa lo que he
hecho. (A DORO.) Dime tú,
¿no te compré yo a ti?
|
DORO.- Me compraste.
|
PITIAS.- Mándale que me responda a
mí ahora.
|
FEDRO.- Pregúntale.
|
PITIAS.- ¿Has venido tú hoy a
nuestra casa? (DORO hace un signo
negativo.) Mira cómo dice que no. El que vino
sería de dieciséis años, y Parmenón le
trajo consigo.
|
FEDRO.- Ea, pues, declárame ya esta
maraña primeramente: ¿Esas ropas que tienes, de
dónde las has habido? ¿Y aún callas?
¡Monstruo de natura humana!, ¿no hablarás?
|
DORO.- Vino Querea...
|
FEDRO.- ¿Mi hermano?
|
DONO.- Sí.
|
FEDRO.- ¿Cuándo?
|
DORO.- Hoy.
|
FEDRO.- ¿Cuánto ha?
|
DORO.- Poco.
|
FEDRO.- ¿Con quién?
|
DORO.- Con Parmenón.
|
FEDRO.- ¿Conocíasle tú
antes de ahora?
|
DORO.- No. Ni quién fuese había
oído.
|
FEDRO.- ¿De dónde, pues,
sabías que él era mi hermano?
|
DORO.- Parmenón decía que lo era.
(Continuando su declaración.)
Me dio este vestido...
|
FEDRO.- Perdido soy.
|
DORO.-
(Terminando.) Y él se puso el
mío. Después se salieron juntos de casa.
|
PITIAS- Bien a la clara ves ya que yo no estoy
borracha, y que no te he mentido en nada; bien notoria está
la seducción de la doncella.
|
FEDRO.- ¡Calla, bestia!, ¿a
éste das tú crédito?
|
PITIAS.- ¿Qué necesidad tengo yo
de creer a ése? Ello mismo lo dice.
|
FEDRO.- (A DORO.) Hazte hacia
allá un poco: ¿entiendes? Otro poco más.
Basta. Dime ahora de nuevo: ¿Querea te quitó a ti tu
vestido?
|
DORO.- Sí.
|
FEDRO.- ¿Y él se lo puso?
|
DORO.- Sí.
|
FEDRO.- ¿Y en tu lugar fue traído
a esta casa? (Indicando la de TAIS.)
|
DORO.- Sí.
|
FEDRO.- (Con
ironía.) ¡Oh, soberano Júpiter,
y qué hombre tan bellaco y atrevido!
|
PITIAS.- ¡Ay, de mí!
¿Todavía no crees las fuertes burlas que nos han
hecho?
|
FEDRO.- Ya me maravillaba yo que tú no
creyeses lo que ése dice.
(Aparte.) No sé qué me
haga. (A DORO, en voz baja.)
¡Hola, tú! Niégalo ahora todo.
(Alto.) ¿No he de poder yo
sacar de ti hoy en limpio la verdad? ¿Has visto a mi hermano
Querea?
|
DORO.- No.
|
FEDRO.- No puede éste, según veo,
confesar sin tormento la verdad. Ora dice sí, ora no.
(Bajo, a DORO.) Pídeme
perdón.
|
DORO.- De veras te suplico, Fedro.
|
FEDRO.- ¡Acaba: entra ya!
(Le golpea.)
|
DORO.- ¡Ay, ay!
|
- FEDRO. (Aparte.)
De otra manera no sé cómo desenredarme honestamente
de este lío. (Alto, a DORO, que ya ha entrado en
casa.) He de acabar contigo, bribón, si
pretendes burlarte de mí.
|
Escena
VI
|
|
CREMES,
PITIAS.
|
CREMES.- (Sin ver a PITIAS.) ¡Ta!,
¡ta! Realmente que he sido engañado; hame volcado el
vino que bebí. Cuando estaba sentado, ¡cuán en
mi seso me parecía que estaba! Y después que me he
levantado, ni los pies ni la cabeza hacen bien su oficio.
|
PITIAS.-
(Llamándole.)
¡Cremes!
|
CREMES.- ¿Quién va? ¡Hola,
Pitias! ¡Bah!, ¡cuánto más hermosa me
pareces ahora, que antes!
|
PITIAS.- Y tú a mí harto
más regocijado, por cierto.
|
CREMES.- Realmente que es verdadero aquel dicho:
«Sin el bien comer y bien beber, son cosa muy fría los
amores». Pero, ¿ha mucho que ha venido Tais?
|
PITIAS.- ¡Cómo!,
¿salió ya de casa del soldado?
|
CREMES.- Rato ha: un siglo. Ha habido entre
ellos grandes riñas.
|
PITIAS.- ¿No te dijo que vinieses con
ella?
|
CREMES.- No; pero al salir me hizo
señas.
|
PITIAS.- Y qué, ¿no te
bastaba?
|
CREMES.- No entendía que me decía
eso, sino la reprendiera el soldado; lo cual mucho menos lo
entendí, porque me echó a la calle. Pero hela
aquí dó viene. Maravíllome dónde la he
podido yo pasar delante.
|
Escena
VII
|
|
TAIS, CREMES, PITIAS.
|
TAIS.- Bien creo yo que él vendrá
ahora a quitarme por fuerza la doncella. Pero déjale
tú; que si él ni aun con sólo un dedo me la
toca, yo le sacaré luego aquellos ojos. Yo hasta tanto
podré sufrir su necedad y palabras fanfarronas, mientras no
fueren más que palabras; pero si las pone por obra,
él llevará en la cabeza.
|
CREMES.- Tais, rato ha ya que yo estoy
aquí.
|
TAIS.- ¡Oh, mi Cremes!, a ti mismo
esperaba. ¿No sabes como por ti han sucedido todas estas
riñas? ¿Y cómo todo este negocio te interesa a
ti?
|
CREMES.- ¿A mí?, ¿por
qué?, ¡como si eso...!
|
TAIS.- ¿Por qué? Por procurar yo
devolverte y restituirte tu hermana, he pasado estas cosas, y otras
muchas tonto éstas.
|
CREMES.- ¿Dónde está
ella?
|
TAIS.- En mi casa.
|
CREMES.- (Con
temor.) ¡Oh!
|
TAIS.- ¿De qué te alteras? Criada
como a ti y a ella es debido.
|
CREMES.- ¡Ah!, ¿qué me
dices?
|
TAIS.- La realidad de la verdad. Yo te la doy
graciosamente: no te pido por ella ni una blanca.
|
CREMES.- Yo te lo agradezco, Tais, y te lo
pagaré como tú lo has merecido.
|
TAIS.- Pero mira, Cremes, no la pierdas antes de
recibirla de mi mano; porque ella es la que el soldado me viene a
quitar por fuerza. Corre tú, Pitias; saca de casa la
cestilla con los documentos.
|
CREMES.- (Viendo a lo lejos a
TRASÓN con
acompañamiento.) Tais, ¿no ves
tú aquél...?, ¿no ves el soldado, Tais?
|
PITIAS.- (Preguntando por la
cestilla.) ¿En qué parte
está?
|
TAIS.- En el baúl: ¡enemiga,
camina!
|
CREMES.- ¡Es el soldado! ¡Qué
de gente trae consigo! ¡Tate!
|
TAIS.- ¡Ay, amigo mío! ¿Y
tan cobarde eres, por tu vida?
|
CREMES.- ¡Eso no! ¿Yo cobarde? No
hay hombre que lo sea menos.
|
TAIS.- Pues eso habemos menester.
|
CREMES.- ¡Ah, temo que aún no sabes
bien qué, hombre soy yo!
|
TAIS- Sobre todo, considera que el sujeto con
quien has de habértelas es forastero, menos poderoso que
tú, menos conocido y tiene aquí menos amigos.
|
CREMES.- Ya lo veo eso. Pero cuando se puede
evitar el peligro, necedad es ponerse en él. Mas quiero yo
que lo proveamos con tiempo, que no tomar venganza del agravio
después de recibido. Ve tú y cierra tu puerta, por
dentro, mientras yo corro a la plaza. Quiero que en esta brega
tengamos algunos valedores.
|
TAIS.- Espera.
|
CREMES.- Es lo mejor.
|
TAIS.- Espera.
|
CREMES.- Déjame, que ya vuelvo.
|
TAIS.- Que no hay necesidad de esos valedores,
Cremes. Di solamente que ella es tu hermana, que te la hurtaron
siendo niña pequeña y que ahora la has conocido, y
muéstrales las pruebas.
|
PITIAS.
- (Entrando con la
cestilla.) Helas aquí.
|
TAIS.- (A CREMES.)
Tómalas. Si te hiciere el hombre fuerza, llévale
delante de la justicia. ¿Hasme entendido?
|
CREMES.- Muy bien.
|
TAIS.- Procura decirle todo esto con
ánimo esforzado.
|
CREMES.- Así lo haré.
|
TAIS.- Álzate esa capa.
(Aparte.) ¡Pobre de mí!
¡Él se ha menester padrino y tómole yo por mi
amparo!
|
Escena
VIII
|
|
TRASÓN,
GNATÓN,
SANGA, con sus camaradas;
CREMES, TAIS.
|
TRASÓN.- ¡Que haya yo de sufrir una
tan grande afrenta, Gnatón! ¡Más vale morir!
Simalión, Donace, Sirisco, seguidme. Lo primero de todo he
de combatir la casa.
|
GNATÓN.- Muy bien.
|
TRASÓN.- Y quitarle por fuerza la
doncella.
|
GNATÓN.- Bien dices.
|
TRASÓN.- A ella darle una buena mano.
|
GNATÓN.- Al caso.
|
TRASÓN.- Donace, al centro del
escuadrón con la barra: tú, Simalión, en el
ala izquierda, y tú, Sirisco, a la derecha. Vengan los
otros. ¿Qué es del centurión Sanga y toda
aquella manada de ladrones?
|
SANGA.- ¡Presente!
|
TRASÓN.- ¡Don... cobarde!
¿Haces cuenta de pelear con la esponja, pues la traes
acá?
|
SANGA.- ¿Yo? Como conozco el valor del
General y el empuje de las tropas, entendí que esto no se
podía hacer sin derramar sangre. ¿Con qué,
pues, había de limpiar las heridas?
|
TRASÓN.- ¿Qué es de los
otros?
|
SANGA.- ¿Cuáles otros, mala
peste?... Sólo Sannión guarda la casa.
|
TRASÓN.- (A GNATÓN.)
Tú ponlos a éstos en orden de batalla: yo aquí
detrás de los primeros; desde allí haré a
todos la señal.
|
GNATÓN.- (A los
espectadores.) Aquello es ser cuerdo mirad
cómo los ha ordenado y tomado el lugar más seguro
para sí.
|
TRASÓN.- Esto mismo, ya antes de ahora,
lo hizo Pirro muchas veces.
|
CREMES.- (En casa de TAIS.) ¿No ves
tú, Tais, lo que ése hace? Realmente que fue bueno
aquel consejo de cerrar las puertas.
|
TAIS.- Sábete que ése, que te
parece ser algún hombre de valor, es una fanfarria: no le
tengas miedo.
|
TRASÓN.- (A los
suyos.) ¿Qué os parece?
|
GNATÓN.- Una honda quisiera yo ahora que
tuvieras, para que les sacudieras desde aquí, de lejos,
encubierto: luego huyeran.
|
TRASÓN.- (En actitud
bélica.) Pero allá veo a la misma
Tais.
|
GNATÓN.- ¿Por qué no
arremetemos ya?
|
TRASÓN.- Detente; que el hombre cuerdo
primero ha de procurarlo todo, que venir a las manos:
¿qué sabes tú si ella hará sin
violencia lo que yo le mande?
|
GNATÓN.- ¡Oh, soberanos dioses,
qué cosa tan grande es el saber! Jamás me allego a
ti, que no me despida más sabio.
|
TRASÓN.- Tais, cuanto a lo primero,
respóndeme a esto: cuando yo te di esa doncella, ¿no
me prometiste que estarías por mí solo todos estos
días?
|
TAIS.- Bien, ¿y qué?...
|
TRASÓN.- ¿Eso me preguntas,
habiéndome traído a tu amigo delante de mis
ojos...?
|
TAIS.- ¿Qué tienes tú que
ver con él?
|
TRASÓN.- ¿Y venídote con
él escondidamente?
|
TAIS.- ¡Me dio la gana!
|
TRASÓN.- Vuélveme, pues, a
Pánfila. aquí, si no quieres más que te la
quite por fuerza.
|
CREMES.- ¿Ella que te la vuelva, o
tú que la toques? ¡El muy...!
|
GNATÓN.- (A CREMES,
intimidándole.) ¡Ah!,
¿qué haces? ¡Calla!
|
TRASÓN.- ¿Qué buscas
tú aquí? ¿Por qué no he de tocar yo la
que es mía?
|
CREMES.- ¿Tuya, ladrón?
|
GNATÓN.- Mira, por tu vida, que no sabes
a cuán principal varón afrentas.
|
CREMES.- (A GNATÓN.)
Quítateme de aquí. (A TRASÓN.) ¿Sabes
cómo te va en el negocio? Si tú aquí movieses
ningún alboroto, yo haré que para siempre te acuerdes
de este lugar y día, y aun de mí.
|
GNATÓN.- (Burlándose
de CREMES y de
TRASÓN.)
Duelo tengo de ti, que con un hombre tan principal tomas
enemistad.
|
CREMES.- Hacerte he pedazos la cabeza, si de
aquí no te me quitas.
|
GNATÓN.- ¿Díceslo de veras,
perro? ¿Así nos tratas?
|
TRASÓN.- ¿Quién eres
tú?, ¿qué pretendes aquí?,
¿qué tienes tú que ver con ella?
|
CREMES.- Vas a saberlo. Cuanto a lo primero,
digo que ella es libre.
|
TRASÓN.- ¡Je, je!
|
CREMES.- Ciudadana de Atenas.
|
TRASÓN.- ¡Huy!
|
CREMES.- Hermana mía.
|
TRASÓN.- ¡Habrá cara
dura!
|
CREMES.- Y desde ahora, soldado, te requiero que
no le hagas ninguna fuerza. Tais, yo me voy a casa de Sofrona, su
nodriza: yo la traeré aquí y le mostraré estos
documentos.
|
TRASÓN.- ¿Tú has de
prohibirme que yo toque la que es mía?
|
CREMES.- Digo que te lo prohibiré.
|
GNATÓN.- (A TRASÓN.)
¿Le entiendes? Éste en pleito de hurto se enreda, y
para ti esto te basta.
|
TRASÓN.- Tais, ¿dices tú lo
mismo?
|
TAIS.- Busca quien te responda.
|
TRASÓN.-
(Pausa.) Y ahora, ¿qué
hacemos?
|
GNATÓN.- Volvámonos; que ella
vendrá luego a rogar de su propia voluntad.
|
TRASÓN.- ¿Así lo crees?
|
GNATÓN.- ¡Como si lo viera! Yo
conozco la condición de las mujeres; cuando las quieren, no
quieren, y cuando no las quieren, ellas ruegan.
|
GNATÓN.- Bien dices.
|
GNATÓN.- ¿Despido ya el
ejército?
|
TRASÓN.- Cuando quieras.
|
GNATÓN.- Sanga amigo: acuérdate
también de la casa y de la cocina, como cumple a los
soldados valerosos.
|
SANGA.- Rato ha que en los platos tengo puesto
el pensamiento.
|
GNATÓN.- Hombre eres de provecho.
|
TRASÓN.- Seguidme vosotros por
aquí.
|