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El panteísmo de Juan Ramón. Poesía y Belleza en la obra juanramoniana

Diego Martínez Torrón

Primeros libros de poesía1

Voy a intentar realizar una revisión de la obra poética juanramoniana, poniendo más tarde en contacto con ella su prosa crítica y ensayística, desde la óptica de su relación con el tema del panteísmo, y el decurso evolutivo del mismo en su obra2.

En primer lugar utilizaré las ediciones de editorial Aguilar de sus obras, aunque también he acudido, como luego se verá a las Ediciones del Centenario publicadas a principios de los años 80 por Editorial Taurus con prólogos de autores de reconocido prestigio. Las ediciones de Aguilar son más manejables, en espera de que finalmente se edite su obra completa en volúmenes de conjunto.

Primeros Libros de Poesía lleva un prólogo muy hermoso de Francisco Garfias, quien con sensibilidad de poeta se ha aproximado a la obra juanramoniana en textos de singular belleza crítica3. En esas páginas preliminares se contiene mucha correspondencia juanramoniana; se estudia, por ejemplo, la relación del poeta con Francisco Giner en 1903, a propósito de un tema que sigo pensando fundamental para comprender al poeta, saber qué leyó del krausismo por estas fechas, lo que no llega a aclarar totalmente Domínguez Sío en su interesante tesis.

En dicho prólogo se contiene esta referencia de Juan Ramón:

«El libro en que trabajaré, Dios mediante, después de terminar Ninfeas (nueva edición) y Recuerdos sentimentales, será uno en que pondré toda mi alma, titulado La Muerte, en prosa, algo así como una autobiografía, llena del horrible presentimiento mío, y de los paisajes tristes que han desfilado ante mis ojos en esta fuerte enfermedad, empezando por la muerte de mi padre»4.


Muchos años más tarde, en el ámbito de otras ediciones juanramonianas, me cabría el honor de editar finalmente este libro, con numerosos poemas inéditos. Debo remitir a estas tres ediciones que he realizado de la obra de Juan Ramón, en aras a completar el pensamiento crítico que voy a exponer en estas páginas5.

Repasemos pues los libros que se contiene en este volumen de Primeros Libros de Poesía6:

Ninfeas nos muestra la lucha titánica del poeta consigo mismo. Aquí aparece ya la peculiar introspección narcisista de Juan Ramón, que mantendrá en toda su obra. En esta lucha consigo mismo al poeta solo le consuela la belleza -la música y el color-. Y la muerte está siempre omnipresente en su obra.

Juan Ramón se nos presenta tempranamente atormentado por el Demonio de la Locura7, otro aspecto que habría que estudiar en su obra.

Todo este poemario, Ninfeas, hermosamente reproducido con el color de tinta original por Garfias, contiene los peculiares ensueños melancólicos de la primera etapa del poeta. Creo que las mayúsculas en los nombres, que el editor moderno no inserta, se deben a la influencia de la poesía romántica sobre el modernismo, que estimo una herencia tardía de la misma.

Todo este poemario está nimbado de un halo de tristeza y de misterio. Aparece tempranamente el tema de la muerte («Cementerio»)8. Otros temas que serán constantes en su poesía, por ejemplo, el «éxtasis de Oro» en el poema «Tarde gris»9: Juan Ramón parece desarrollar, con progresiva sencillez al principio, luego con profundidad metafísica, los temas percibidos en su juventud, por la experiencia directa sentida de la vida y la naturaleza.

Demuestra ya la hipersensibilidad de un yo que siente el entorno. Indudablemente hay aquí narcisismo, pero también constituye una profunda introspección, primero romántica y modernista, luego metafísica. Aunque estos Primeros Libros de Poesía carezcan de la profundidad de su poesía posterior.

Si se ha hablado del poeta encerrado en su torre de marfil, a lo que él mismo contestaría en su momento defendiéndose, puede comprobarse aquí una clara preocupación por lo humano, eso sí, estéticamente estilizada: la figura del mendigo en «Los amantes del miserable»10.

Son todos estos poemas incipientes, pero que reflejan el temprano genio de un alma sensible, que dota de singular tristeza y melancolía a todos estos primeros libros, en los que el tema del crepúsculo, como síntoma de la decadencia cultural, está constantemente presente.

En Almas de violeta se descubre, con mayor lirismo, la muerte y el amor, que son los dos grandes temas del romanticismo. El amor es importante en estos libros, un amor que se busca angustiosamente a veces, hasta que se logra en la figura de Zenobia, en su segunda etapa, de la cual desaparece sin embargo misteriosamente este tema, quizás porque al principio el poeta hizo gala de este sentimiento que era más bien literario, y luego se recata con pudor de su vida íntima, y hay que esperar al final, a De ríos que se van, para encontrar un canto a la amada que es más bien ya una elegía.

En Almas de violeta los versos de nostalgia son más intensos que en el libro anterior. Y reaparece otro de sus leitmotivs: el de la niña muerta, junto a la constante evocación juanramoniana de la infancia como tiempo de la felicidad, en el ámbito aquí del pueblo, de su Moguer siempre añorado.

La poesía de Rimas es más depurada y sencilla. Ahonda en el sentimiento de vaga tristeza y melancolía. Y también aparece el tema de la mujer, en un ambiente de esteticismo modernista.

Creo que en definitiva lo que aporta Juan Ramón al modernismo es el descubrimiento de la universalidad del sentimiento.

Pero junto a todo ello, la vivencia experiencial de la muerte11. También la niña muerta12.

Es una poesía que se inunda de pena, de vaguedad difusa, de un tenue dolorido sentir, en el ámbito escenario de jardines ensoñados, crepusculares, nocturnales palacios, amores idos, la soledad, la infancia, la muerte... Aunque muchos de estos temas parezcan artificiales ya se detecta el gran poeta en ciernes.

Como novedad: la serenidad de los campos en su belleza ensoñada. De todos modos no creo pueda hablarse todavía propiamente de panteísmo, pero sí de una fina percepción de la naturaleza muy estilizada. El poeta tiene ya una exquisita perceptibilidad y una voz poética propia, la de un soñador de hipersensibilidad estética.

Aquí aparece la infancia como símbolo de la pureza13. El pueblo y la pobreza de la infancia en ese lugar -el exilio de los padres14-. No hay solo esteticismo en Juan Ramón, sino también percepción de la realidad humana en torno, si bien tamizada por el filtro de la sensibilidad poética.

Con descarado narcicismo el poeta besa su propia imagen en el espejo15.

Creo que esa vaguedad nostálgica y brumosa es una clara herencia becqueriana, también en su decir sencillo y diáfano de sentimientos16, con la tristeza y la melancolía primando sobre todo17.

Estas Rimas tienen un curioso encanto melancólico en el que hay sitio para rememorar los amores del poeta, que se recrea en la tristeza y en un dolor nebuloso y dulce18.

En Arias tristes la naturaleza ya es aquí el escenario que acompaña a la melancolía del escritor, con su vaguedad crepuscular. Aún no es un dios panteísta el que reside en ella, pero se va descubriendo como personaje oculto aunque omnipresente, que encierra el secreto de la belleza19.

Otra presencia constante es la de la mujer, de modo muy parecido a Bécquer también, mujeres melancólicas y líricas, un tanto artificiales quizás.

Este joven Juan Ramón representa una evolución natural de la poesía de Bécquer, pero aplicada a un ámbito concreto de recuerdos y vivencias de elegancia sofisticada. Aunque haya la misma sencillez, también encontramos en nuestro autor más melancolía, más realidad ensoñada: es un Bécquer filtrado por el parnasianismo y el modernismo, traído a otro escenario. Por otro lado el mismo Juan Ramón menciona sus fuentes: Heine, Bécquer, Verlaine, Musset20.

Son los de este libro unos versos exquisitos, muy delicados, que muestran un impúdico intimismo en donde el poeta sueña con su infancia, y con su madre que le mece21.

Un tema que luego desarrollará ampliamente surge aquí: el de la propia muerte, que será leitmotiv que influirá en José Bergamín, según tuve ocasión de estudiar22.

Pero hay una delicuescencia hipersensible en estos primeros libros de poesía, que solo podían triunfar en el ámbito del decadentismo finisecular del arte por el arte y todas las teorías modernistas, corriente en la que destaca la personalidad de nuestro poeta con valor muy superior al de sus coetáneos. La Belleza era para todos estos autores una forma de protesta intelectual contra la corrupción política y la angustia del vivir. Se explica que Juan Ramón se arrepintiera más adelante de estos textos, en una etapa más intelectual, en la que poseía mayor profundidad de pensamiento, ajeno ya a los lamentos líricos de todos estos primeros libros. Creo que quizás lo que movió al poeta a abjurar de estos primeros libros, que tienen su interés precursor, fue su delicuescencia sentimental. Juan Ramón será siempre un hipersensible, pero su poesía posterior es más profunda, hay en ella más distancia intelectual ante el propio Sentimiento: Juan Ramón será siempre un esteta, pero desde su segunda época ese esteticismo está refrenado por la Idea que lo controla.

Unido a este escenario estético, siempre la presencia del pueblo y sus costumbres, como contraste cotidiano y concreto23.

Mucho se ha escrito acerca del narcisismo de Juan Ramón, y el hecho parece evidente, pero incluso en esta primera época hay la presencia de la mujer, si bien tal vez falseada por la propia percepción ensimismada e hiperperceptiva, a la que se canta de modo netamente romántico, a través siempre de un Yo sensitivo puro y trascendental.

De este modo en Jardines lejanos canta al loco amor por Francina24. Canta a la vida y al amor. Y en el apartado «Jardines místicos» hay ya una propensión al misticismo, asociado ahora a una visión más positiva de la vida. En el joven Juan Ramón hay melancolía, pero también vitalismo, unida a la exaltación de la naturaleza y la belleza. De acuerdo con los criterios literarios de transgresión social por parte del modernismo -patente en su simbología religiosa utilizada con fines paganos, como haría Antonio Machado en la primera edición de sus Soledades, de las que luego suprimiría estas alusiones en la segunda-, el amor a una mujer comprometida con la religión, Francina, nos recuerda al Valle-Inclán de la Sonata de primavera. Pero este amor es más bien, creo, un espejismo literario, una sublimación. Palau de Nemes ha estudiado este tema del amor de Juan Ramón por dos monjas en el sanatorio en que estuvo recluido en su juventud25.

Aquí hay ya mística, pero no aún la mística panteísta trascendental y profunda de Dios deseado y deseante, porque esta será un logro, un camino laico de perfección y consecuencia de una actitud personal que mostrará su respuesta, su propio satori, al final de la vida del poeta, en la tercera época. Ya llegaremos a ello.

Una reflexión acompaña al lector de estas páginas que conoce, como los capítulos de una novela, la vida toda de Juan Ramón: ¡qué largo camino recorrió hasta encontrar la voz poética suya que quería! ¡Cuántos poemas en estos primeros libros de poesía abandonados por el autor...! ¡Qué belleza mayor tienen, sin embargo, en la revisión férrea a que los sometió en las versiones últimas de Leyenda! Y sin embargo al lector le acompaña una sensación: la de que el poeta va luchando en estos primeros libros por encontrar esa voz literaria propia que va asociada a una actitud ante la vida sentida como forma de poesía. En ellos además se refleja un temperamento humano único, una personalidad apasionante e intrigante.

Por otro lado, aunque en Jardines lejanos el jardín sea parnasiano, el símbolo de la luna es netamente romántico. Y ha abandonado la obsesión por la muerte de los poemas moguereños anteriores, como si este pueblo fuera la muerte y Francia la vida. De este modo se centra aquí en las penas de amor, un amor prohibido y por ende más atractivo.

Cada poema es una sensación -melancólica- que se siembra en el lector, como una impresión fugaz, mostrando una singular finura de sentimientos.

En nota el poeta indica escribe sollozando26. La pena que siente parece auténtica y no un artificio literario.

Jardines lejanos es un libro de belleza e intensidad lírica, aunque su sentimentalismo romántico le hiciera a su autor abjurar de él en una etapa más intelectualizada.

«Dar toda la vida al alma,

hacerse el gris..., y sentirlo

todo como una mujer

triste y frágil como un lirio»27.



Aquí reside creo toda la estética del libro, y del primer Juan Ramón. Una actitud de hipersensibilidad ante la vida, la armonía lírica con el entorno, poseer un sentimiento femenino del todo, lo que -añadimos- necesariamente le va a comportar el sufrimiento, también la neurastenia por inadaptación a lo real que acaba imponiéndose indefectiblemente en la vida.

Juan Ramón además, no soporta la soledad y pide angustiosamente un amor, una novia28.

En las flores que recoge con su amante, las flores que le piden entregue29, las flores que le da la amada... veo en el tema de la flor un simbolismo erótico refinado, sofisticado y elegante, también platonizado. Juan Ramón no es cursi, es hipersensible, y su poesía, aunque teñida de un melancólico lirismo, y de un místico idealismo, posee a veces una cierta carga erótica disfrazada y depurada. El símbolo del ruiseñor, también puede tener connotaciones eróticas30.

El jardín, símbolo del recogimiento místico, es también para el poeta un refugio a la pena del amor31. El jardín representa la soledad, el misticismo, el silencio contemplativo y estético.

Insistencia en la «pena romántica»32. Creo es la huella de Bécquer y del romanticismo francés -Hugo, Lamartine, Musset-. El modernismo enlaza con el romanticismo, constituye su prolongación más estética.

Me parece muy hermoso que en este libro incluya al principio de cada sección una partitura musical. Representa la musicalidad modernista, la música como complemento de la palabra, a que va unida. Y el piano, símbolo reiterado que refleja el lirismo, la poesía.

El siguiente libro, Pastorales33, contiene una nota de dedicatoria a Gregorio Martínez Sierra34 en la que ya aparece su interés por el tema de la naturaleza:

«El campo tiene una melancolía serena, como de mirada, como de reproche, en el verdor tierno y triste de sus valles y en los remansos dormidos de sus ríos. Hay en la Naturaleza un secreto de melodía, un suave secreto de llanto [...]».


Notemos, sin embargo, que más que a la Naturaleza, aunque ya comience a mencionarla, se refiere el poeta al paisaje, como escenario brumoso y evanescente, triste y melancólico, de sus sentimientos de amor a la belleza. El tema del panteísmo aparece por tanto someramente esbozado todavía, pero aquí el paisaje es tomado como fuente fundamental de belleza. Juan Ramón no es aún el poeta metafísico y panteísta que luego será, cuando lea a Krause, y su naturaleza es todavía más bien un fondo decorativo para su sentimiento melancólico. Es un primer paso en su amor a la Naturaleza: el poeta ya está en camino hacia su pensamiento posterior, aunque aún no se ha desembarazado del modernismo.

Reaparece el tema de la muerte, que se olvidó en Jardines lejanos. Su poesía deja un apunte lírico de sugerencia en el lector, al modo que luego desarrollará sobre todo en su segunda época35. Recuerda en ocasiones al primer Alberti, influido sin duda por su poesía36:

«¡Granados en cielo azul,

¡calle de los marineros!,

¡qué verdes están tus árboles!,

¡qué alegre tienes el cielo!

¡Viento ilusorio de mar!,

¡calle de los marineros!,

ojo azul, guedeja de oro,

rostro florido y ameno.

[...]».



En este hermoso libro hay más alegría que en los melancólicos poemarios anteriores. Se trata de un bello texto, al que se refiere de este modo Antonio Sánchez Barbudo37:

«[...] Pero en general, más ligeros y descriptivos, y a menudo con cierto aire de balada popular, son los poemas de Pastorales, libro escrito entre 1903 y 1905, aunque no apareció hasta 1911. La obra debió ser provocada por su estancia en la sierra de Guadarrama, como él indica, en el verano de 1903; pero también por los campos de Moguer, donde pasó el verano de 1904. Lo que destaca en todo caso en esta obra, es lo campestre y popular, aunque sea el suyo un popularismo muy refinado. [...]»38.


Sánchez Barbudo indica que tal vez este libro es de los pocos, sobre todo en esta primera época, «en que Juan Ramón no habla de sí, de sus sentimientos, sino de los sentimientos de los otros»39.

Inferior en calidad es Las hojas verdes (1906)40. Y en 1907 nos encontramos con Baladas de primavera, que canta al amor de Blanca, más blanca -nos dice- que Rocío, Estrella y Francina, con quienes corta las flores del campo, prosiguiendo en su pensamiento hacia el panteísmo, que se va forjando en esta su primera época.

Estos libros muestran un gran conocimiento de la poesía francesa y de la tradicional española, como el romance que sitúa al frente de uno de los poemas.

Aunque ambos tengan personalidad propia, la claridad de esta poesía me sigue recordando a la de Alberti.

En fin, todos los poemas de esta primera época, sin alcanzar la intensidad de la segunda y la tercera, dejan en el alma del lector una sensación de tenue delicadeza. Juan Ramón sigue ascendiendo, buscando su estilo, buscando la Poesía propia, la expresión que tanto tardó en lo lograr. Y el libro termina como empieza: «Dios está azul», en un presagio de su panteísmo posterior que se va configurando desde ahora.

Elejías (1908)41, contiene por el contrario pesados alejandrinos de los que está ausente la gracilidad y ligereza de esta primera época, quizás a causa del metro elegido, posiblemente en relación a su admirado Darío. Contiene una hermosa referencia a la pobreza del poeta frente a los hombres asentados42:

«Hombres en flor -corbatas variadas, primores

de domingo-: mi alma ¿qué es ante vuestro traje?

Jueces de paz, peritos agrícolas, doctores:

perdonad a este humilde ruiseñor del paisaje.

Yo no quisiera nunca molestaros, cantando...

Ved: este ramo blanco de rosas del ensueño

puede hacer una música melancólica, cuando

sonreís con los labios; pero yo no os desdeño.


[...]».



También en alejandrinos, La soledad sonora (1908), contiene un mágico canto a la soledad bajo los auspicios de un verso de San Juan de la Cruz. El Juan Ramón místico apunta ya aquí.

Yo no creo, como piensa Sánchez Barbudo en su libro antes citado, que la etapa de Moguer sea de amaneramiento y reiteración en nuestro poeta, sino que ha iniciado un proceso, un camino arduo y difícil de conquista hacia la Palabra.

Este es un hermoso libro también, en el que el poeta ha superado la melancolía, y canta a la vida en tono soñador. Alternará luego metros más cortos, después de haber alcanzado la perfección del alejandrino -que fallaba en las Elejías- y al que vuelve al final del libro.

Poemas mágicos y dolientes (1909) contiene poemas de una gran belleza que muestran el gran avance interior de Juan Ramón. Canta al otoño, a la luna, al jardín, estilizando la capacidad de sugerencia. Aquí hay mayor libertad métrica y una suprema delicadeza en los temas. Canta a las estaciones, la primavera y el invierno.

El poeta ha alcanzado aquí ya su estilo que va a seguir depurando. Aún le falta la dimensión de profundidad metafísica y panteísta que tendrá luego, cuando depure más los sentimientos melancólicos que inundan toda esta poesía. Ello ocurrirá cuando deje de pensar en sus sentimientos, abandone los lamentos autocompasivos y escuche la voz del silencio que le dictará sus versos.

Sigo pensando en que el alejandrino no encaja en el estilo juanramoniano, que brilla sobre todo en las rimas asonantes y libres. Pero es verdad que del alejandrino a la prosa de Leyenda hay tan solo un paso.

Vuelve aquí a Francina en el recuerdo: la mujer como personaje de su obra, en un poemario hermoso de cierto erotismo muy refinado, de colores impresionistas, con el descubrimiento de la mujer desnuda43.

Inferior en calidad poética, por el amaneramiento de estilo, es Laberinto (1910-1911)44, donde se reitera en versos sin alma, también con alejandrinos. Aunque es mejor la última parte del libro («La amistad», «Sentimientos musicales», «Nevermore»). Pronto el poeta se daría cuenta de que había llegado a un tope expresivo, y deja de coger flores con la amada entre lamentos, encarándose intelectualmente con el tema de la Naturaleza y la Belleza, enfrentándose al mundo con una auténtica cosmovisión, de raíces panteístas muy originales.

De todos modos el poeta cree ahora en la Amistad -de María y Gregorio Martínez Sierra45. Hay muy hermosas dedicatorias en cada epígrafe del libro46. El recuerdo de muchas mujeres románticas en su vida. Y aciertos poéticos expresivos aislados:

«Amor, si de la vida eres la esencia,

¿por qué vienes al mundo una vez sola?

¿Por qué no multiplicas tu existencia

como la brisa, amor, como la ola?»47.



Y al fin el poeta exclama: «¿Por qué no será eterna la belleza?»48. En este punto debe tenerse en cuenta lo que antes refería, que frente a la corrupción social, el universo literario decadentista se encierra en la belleza como forma de rebeldía ante una sociedad que repudia. Más tarde sin embargo la actitud de Juan Ramón superaría este estadio, y su poesía se transformaría, de una evasión superficialmente esteticista y artificiosa, en una auténtica indagación del sentido último de la Belleza y de la Vida, bajo el ámbito de la respuesta panteísta que estamos estudiando. Juan Ramón sería así uno de los pocos poetas panteístas de la literatura española, y uno de los más profundos en la literatura universal -recordemos sin embargo a Rilke coetáneo-.

Con Melancolía (1910-1911) llegaría el canto del cisne, la despedida de este sentimiento constante en sus primeros libros de poesía, que en Leyenda reconstruiría y redactaría de nuevo con una superior calidad estética49.

Libros de poesía

El siguiente volumen al que voy a referirme es Libros de poesía50, con el que se contenía la hasta ahora más extensa recopilación de la obra lírica de Juan Ramón, la inmediatamente anterior a la segunda época, sus libros ya de madurez creadora. Es de desear que pronto aparezcan sus obras completas con una perspectiva filológica más rigurosa, que hace mucha falta.

El primer poemario que allí se contiene es Sonetos espirituales (1914-1915)51.

Ya han desaparecido en este libro los versos prescindibles, aunque fueran reflejo de un temperamento siempre sensitivo en la primera época. El poeta ha dado un salto gigantesco en la lucha por la propia expresión. Su poesía es ahora densa, pletórica de intensidad y significados, llena de mil sugerencias que escapan en cada lectura hacia la mente del lector. Juan Ramón se ha convertido ya en un clásico, aquí con el empleo del soneto.

A destacar cómo el misticismo panteísta sigue avanzando y creciendo en aumento. Hay inefabilidad y anhelo de eternidad y de infinito («en esta hora / que llega ya, vacía e infinita»)52. Su obra genial se va gestando. Aún pervive el reflejo de su yo («torre de mi ilusión y mi locura»53), que será característico y constante en su poesía. La temática, sin embargo, es aún un poco vana. Y los versos que prefiero son los de otros poemas, en rima asonante más grácil, aunque aquí haya también algunos sonetos de interés54.

Estío (1915) presenta ya la poesía quintaesenciada del mejor Juan Ramón. El esencialismo de Guillén y el tema del sí, beben de esta época de nuestro autor55, así como la gracia de Alberti, el neorromanticismo del primer Cernuda -quien debió conocer el soneto de Shelley que encabeza este libro-, el tema del tú de la amada y luego el mar en la poesía de Salinas -tanto en la primera como en la última56-, también la profundidad del canto sencillo de José Bergamín -igualmente el tema de la sombra57, el sueño58, etc.- Todos ellos pasaron de amigos a enemigos literarios, especialmente Guillén y Bergamín, sobre los que nuestro poeta escribirá cosas muy duras. La diferencia creo estriba en que el 27 elimina el yo interior e intimista juanramoniano y objetiva más, disfraza la poesía. Pero incluso el panteísmo de Aleixandre -aunque su poesía sea tan distinta, surrealista- creo tiene por referente a la obra de Juan Ramón.

El poeta puede llegar a ser cruel con una amada a la que ya no quiere59.

Lo importante para nuestro objetivo es que en este libro ya se inicia el misticismo panteísta: una voz de afuera hace decir cosas a su corazón60.

Perduran temas de su obra anterior, como el jardín, pero ahora desde otra perspectiva más interiorista61. A veces con hallazgos expresivos como este62:

«Soledad, te soy fiel.

Espérame en el último

rincón de aquel jardín con la luna grande,

donde soñamos tanto, juntos.

[...]».



En realidad lo que Juan Ramón escribe desde ahora es su diario poético, con todas sus sensaciones íntimas más o menos enmascaradas. Pero el Yo -romántico, como él mismo confiesa- siempre está presente en su poesía. Como anoté en mi edición citada de Unidad, la fuente de este Yo, que informa toda su poesía hasta el final, es ahora el panenteísmo de Krause, aprendido en la Institución Libre de Enseñanza. Es este, como señalé en dicho libro, un tema virgen aún, pese al estudio de Domínguez Sío, porque haría falta relacionar el pensamiento de Juan Ramón con el de Krause, como haré al final de este mismo estudio. Algunas calas en este sentido las han establecido Domínguez Sío y Gilbert Azam, pero el tema requiere un planteamiento más extenso y concreto. De todos modos debo advertir que creo la influencia de estos textos en el pensamiento poético de Juan Ramón, estudiado por Blasco Pascual en el libro luego citado, pueden limitarse a referencias generales, la visión del mundo a través del Yo idealista, la fusión con el Dios o dios de la naturaleza, el progreso humano -que en Juan Ramón es el progreso de la propia Obra- hacia la perfección espiritual... Domínguez Sío ha tratado este tema desde un punto de vista externo, pero habría que bucear en la misma filosofía de Krause y la de Juan Ramón en su pensamiento poético.

En fin, en Estío el poeta ya tiene plena conciencia de sus recursos literarios, y atisba muchos temas que luego desarrollará como el presagio de Dios deseado y deseante en estos versos: «Solos mi frente y el cielo / ¡Los únicos universos! / ¡Mi frente, solo, y el cielo!»63

Parece en definitiva como si Juan Ramón haya encontrado una palabra pura y sencilla muy personal. Pero aún tiene que descubrir hacia qué dirigirla -el Todo, la Unidad, la Belleza...- No obstante el poeta ya sabe su camino: «yo más cerca de mí mismo [...] / yo hacia adentro, infinito»64.

Si acaso, lo que cabría reprenderle es el manierismo reiterativo en que va a caer, una vez ha encontrado ese camino.

Diario de un poeta recién casado (1916)65, contiene una bellísima cita de encabezado del sánscrito bajo el título de Saludo del alba («¡Cuida bien de este día! Este día es la vida, la esencia misma de la vida [...] El día de ayer no es sino un sueño y el de mañana es sólo una visión [...]»)66.

Todo ello abonaría la hipótesis de trabajo de Ceferino Santos-Escudero de la influencia del pensamiento y símbolos orientales en Juan Ramón, si bien él lo delimita en la de su poesía última, concretamente en Dios deseado y deseante, que considero su obra cumbre67.

Aquí hay ya una depuración esencial de la poesía. Confiesa el autor expresamente se trata de un diario poético, que es lo que creo ha venido practicando a lo largo de toda su vida, escribiéndola en verso día a día, como hará hasta el último momento.

Predmore sustenta su hipótesis de interpretación en la idea de que descubre el amor en este mismo momento. En este sentido añadiré por mi parte que hay hermosos poemas de amor en este libro, lo que me parece es destacable debido a la ausencia general de este tema, a partir de su boda hasta sus últimos poemas, salvando alguna referencia aislada o el libro de homenaje a Zenobia, De ríos que se van, cuando ya la sabía perdida por el cáncer. Quizás, como apuntaba antes, la excusa pudo ser el pudor a descubrir su auténtica intimidad, lo que resulta curioso en poeta tan intimista. Esto indicaría que precisamente la intimidad que nos muestra es la literaria, la de su pose o actitud externa. O quizás pensaba en concentrar el tema del amor a Zenobia en Monumento de amor, un hermoso proyecto de edición en el que aún trabaja María del Carmen Hernández-Pinzón Moreno, y que cuando se publique a buen seguro hará cambiar la opinión que sobre el poeta tienen muchos críticos.

Lo cierto es que este poemario rebosa de amor, de un amor sincero y profundo, mucho más que las estéticas y superficiales manifestaciones mantenidas en su obra anterior, de la que la más extensa es precisamente la de Libros de amor68.

¿Es Juan Ramón un narciso? Me parece evidente que se centra en su propio Yo, pero este es un Yo trascendental con fuente en el idealismo de la filosofía germánica, aprendida quizás, como he indicado antes, en sus lecturas de Krause. En todo caso es obvio su narcisismo, que quizás puede estar en la base de su neurastenia, alejándole de la realidad a la que solo le aproximaba el practicismo femenino y anglosajón de Zenobia, que llevaba las cuentas de la casa, engrosando sus bienes con los alquileres de pisos. Zenobia es una mujer sencilla, no una intelectual69, pero supuso el adecuado contraste para el poeta, el referente real, también el referente del amor. Por eso los Diarios de Zenobia tienen un interés tan relativo desde el punto de vista literario, porque nos reflejan el mundo sencillo, quizás superficial, de esta espléndida mujer que dio su vida entera por el poeta, y que en sus últimos momentos solo vivía para la edición de la Tercera antolojía y para conseguir que Juan Ramón volviera a morir a España.

En todo caso el lector puede comprobar que este libro se basa en el tema del amor, con muy bellos poemas al respecto70. Hay aquí un canto al amor71. Pero en algunos lugares une el tema del amor al tema del Yo72. La amada es Dios73.

Por otro lado nuestro autor demuestra en este libro una enorme maestría para dibujar en textos breves de prosa poética, muy sucintamente, todo un cuadro de pintura con vocablos muy intensos y muy bien escogidos. Es el dominio extremo del lenguaje poético que tiene74.

En cuanto a los temas del libro, puede observarse el contraste entre la ilusión del viaje de ida a Nueva York, en que el poeta es un impaciente enamorado, y el encuentro con la realidad de la América del Este, que considera deshumanizada. Aunque la verdad sea dicha en esta parte el estilo de Juan Ramón se hace más moderno, y se asemeja al de otros escritores anglosajones. También aparece la miseria de Nueva York75.

Insistiré en la modernidad de su estilo en estas prosas del contacto neoyorkino. Adapta su mente al entorno. Compone un cuadro vivísimo de la ciudad de los rascacielos, con la que por lo general otros escritores españoles de la época, como el Lorca un poco más tardío, sintieron una sensación de incomprensión distante y añoranza. Pero hay una gran actualidad en estos textos, que parecen de un autor de nuestros días. Nuestro autor escribe ahora liberado, con una libertad artística infinita, y muestra el choque de la cultura española -aún tradicional- con la americana, por ejemplo, en «Garcilaso en New York»76.

Es interesante el tratamiento del tema religioso77. Respeta a la religión, pero la cree infantil. Y más adelante escribe: «Dios / no entiende». Juan Ramón es ya claramente panteísta en «Prolongación del paisaje»78. Incluso hay rasgos de surrealismo en el poema siguiente79, antes por cierto del Manifeste de 1924.

Hay poemas cortos cubistas en «Día de primavera en New Jersey», en nueve cortes, con alusión explícita a Puvis de Chabannes, y también otros poemas de este estilo80.

En esta época el poeta tiene ya algo importante que decir, y que reiterará a lo largo de toda su vida con distintas modificaciones y formas estilísticas. Pero el pensamiento poético de Juan Ramón se cimenta en estos años de la segunda época, si bien en la tercera, dentro del mismo mensaje, conforma los poemas con otro estilo más hermético y difícil, totalmente filosófico. Juan Ramón es por ello no solamente uno de los únicos poetas panteístas de la literatura española, sino uno de los más profundos y filosóficos, un autor inagotable que, si bien sacia en un primer momento si se abusa de sus textos, gana en cada lectura, según nos vamos acomodando a sus innovaciones expresivas que en ocasiones chocan al oído.

En esta época de Nueva York, el poeta está menos triste, y salvo en contadas ocasiones, piensa poco en la muerte, su antigua obsesión. A señalar que el tema de la muerte en su obra no es un artificio literario: se trata de una muerte sentida, percibida por el olor y el tacto, por todos los sentidos, una muerte real, la cadaverina de descomposición del cadáver a que aludía en mi edición de La muerte antes citada.

En el viaje de vuelta el poeta está profundamente enamorado, y canta con alegría en sus versos81.

Son muy bellos los textos que se refieren al mar, otro de los símbolos preferidos de nuestro escritor82.

Algunos temas posteriores se anticipan aquí, como la referencia «al Genio 'mensajero de la luz' de Puvis de Chabanne»83, que luego desarrollará en La estación total y en Dios deseado y deseante. Esta alusión no me parece haya sido tenida en cuenta por la crítica pese a su importancia, cuando hable después de la mensajera de la nueva luz.

En este libro la expresividad poética es llevada hasta el límite, liberando la mente en una expresión libre y distinta, mezclando verso y prosa igualmente admirables.

El misticismo se inicia aquí en su poesía, con referencia valiente a su locura84:

«Verdad, sí, sí; ya habéis los dos sanado

mi locura.

El mundo me ha mostrado, abierta

y blanca, con vosotros,

la palma de su mano, que escondiera

tanto, antes, a mis ojos

abiertos, ¡tan abiertos

que estaban ciegos!

¡Tú, mar, y tú, amor, míos,

cual la tierra y el cielo fueron antes!

¡Todo es ya mío ¡todo! digo, nada

es ya mío, nada!».



En un determinado momento exclama: «¡Ya soy!»85. El poeta se está encontrando a sí mismo en la lucha de su proceso interior en que va a constituir el camino de su vida, y paralelamente el de su poesía. El poeta está pletórico de sentimientos y de amor, un amor que enlaza al símbolo del mar equiparándolo al tema de la naturaleza. Lo curioso es que, frente al romanticismo en donde el amor tiene por escenario la naturaleza, aquí ambos, amor y naturaleza (mar) se encuentran fundidos, iguales, al mismo nivel.

Hay también en este libro, no lo olvidemos, referencias a paisajes del alma -en sentido unamuniano- concretos, estampas hermosas de Cádiz y de Sevilla. Más tarde su poesía se tornará más abstracta, se referirá a la naturaleza y a la belleza pero de modo genérico, sin ubicación topográfica concreta, aunque por la leyenda de su obra sepamos se refiere indirectamente al Río de la Plata de Argentina, en su éxtasis místico sentido en 1948 que motivará su mejor libro, el más profundo, el más difícil: Dios deseado y deseante.

Lo que me resulta curioso es el tema del exilio en los escritores españoles de la época, aunque aún no pueda hablarse estrictamente de tal en Juan Ramón. Muchos poetas se crecieron en el exilio, como Cernuda, y otros quedaron destrozados, como Altolaguirre. La idea se la he oído a José esteban en una conferencia sobre Pedro Garfias hace poco y me parece muy interesante. En el caso de Juan Ramón creo puede hablarse de una buena adaptación al modo de vida norteamericana, que abominaría por ejemplo el autor de Poeta en Nueva York. El modo tradicional de vida español era bien distinto de americano. Por ello casi todos los escritores exilados, será el caso de Juan Ramón también, buscan lugares de habla española. Pero debe decirse que, quizás por su conocimiento del idioma inglés, nuestro poeta tardará en buscar el arropo del idioma español en Puerto Rico. De momento puede decirse que el puente entre España y Estados Unidos lo encuentra, tanto en su saber del inglés como en la persona de Zenobia, vinculada por su familia a este universo que era bien distinto del de nuestra tierra. No deja de ser curioso sin embargo que justamente las nuevas generaciones de poetas españoles actualmente americanicen sus referencias literarias, incluso con desconocimiento y olvido en ocasiones de la rica tradición cultural española. Hemos llegado en este sentido a un caso opuesto. Todo ello nos habla del prestigio de los mass media, especialmente los medios cinematográficos y la música, que han conformado la mente de las nuevas generaciones haciéndolas ambicionar otra tierra distinta de la suya.

En este punto Juan Ramón escribe «Recuerdos de América del Este escritos en España», en el epígrafe 6 final del libro. Como toda la excelente prosa de nuestro autor, estos textos tienen vivacidad y gracia. Y también hay incursiones experimentales con collages86, y anuncios de una iglesia.

El lector me permitirá una exclamación final: ¡Qué riqueza de sensaciones la de este libro!

De 1916-1917 es otro gran poemario, titulado Eternidades87.

El poeta sabe que aún no está hecha su palabra, pero está en camino88. Busca el nombre exacto de las cosas, según verso archirreferido por la crítica, de singular impacto y clara expresión de la lucha interior constante por encontrar el propio modo poético89:

«¡Intelijencia, dame

el nombre esacto de las cosas!

Que mi palabra sea

la cosa misma,

creada por mi alma nuevamente.

[...]».



Aquí puede hallarse quizás una huella del creacionismo, en el sentido que estudiara Octavio Paz en sus ensayos. Crear la cosa misma por medio de la palabra, lo que viene a suponer el poder total y absoluto -añado por mi parte- del lenguaje poético, capaz de crear Realidad. Pero en verdad lo que Juan Ramón quiere decir es algo diferente: que la Palabra Poética -con mayúsculas de palabra metafísica- sea la misma cosa, que se anule la distancia entre Lenguaje y Realidad, y que el Lenguaje Poético sea tan compacto como las cosas, y tan objetivo como ellas.

Este mismo aspecto me parece interesante a destacar, porque si bien la poesía de nuestro autor es de un subjetivismo total, casi enfermizo y a veces cansino por reiterado, hay también, en dicho subjetivismo, el intento de obtener el objetivismo total, la fusión con la realidad y la cosa. No solo es la equiparación del poema a la cosa, sino que el poema nos ofrece las cosas mismas, nos hace obtener la verdadera dimensión nouménica -por emplear un término idealista y kantiano- de las cosas, su verdadera esencia. De aquí la profundidad inmensa de la poesía de Juan Ramón, capaz de aunar subjetivismo de expresión y objetivismo en cuanto a logro, teniendo en cuenta sin embargo que este objetualismo esencialista que se persigue nos ofrece un objeto que es percibido por un Yo trascendente.

En todo vaso Eternidades es un libro bellísimo, junto a Estío y Piedra y cielo. Juan Ramón es perfectamente consciente de haber alcanzado aquí la sencillez más pura, siendo a estas alturas ya un místico de la Palabra y de la Belleza.

Cosa rara en la poesía juanramoniana, hay algunos poemas de amor en Eternidades, que intenta romper el narcisismo de su consideración de toda realidad a través del prisma constante del Yo que he señalado90. Y además ha dedicado el libro a su mujer. Hay por ello aquí un claro que acompaña al poeta en su preocupación por forjar la palabra91. Se trata de una poesía que busca la comunicación, que intenta abandonar el ser abstraído del poeta. Hay que estudiar en este sentido todavía la poesía de amor del segundo y tercer Juan Ramón.

Recupera nuestro autor la obsesión por el tema del niño o la niña muertos92. La muerte, en general, persiste como tema93, pero ya sin obsesión enfermiza, porque encuentra una cierta esperanza de perduración.

Panteísmo claro ya en este poemario: «[...] lo seré todo, / pues que mi alma es infinita; / y nunca moriré, pues que soy todo»94. Puede decirse así que en Eternidades -marcado por el hilo anterior del Diario...-, el poeta ya ha encontrado su pensamiento, su sitio en el universo, su sentido de vivir. Lo que venga más tarde tratará solo una profundización y ampliación de estos sentimientos hacia un lugar más hondo de expresión, pero la base -panteísta- está aquí, precisamente por las mismas fechas en que aparece otro gran texto panteísta, sin bien menos vivido, menos sentido desde adentro, más externo, me refiero a La lámpara maravillosa (1916) de Valle-Inclán, que Juan Ramón conocía y criticará en su prosa como obra poco auténtica.

El misticismo, quizás de estirpe oriental, como ha señalado la crítica y veremos luego, le hace referirse a las prisas, fruto de su aprendizaje vital95, algo que deberíamos tener muy en cuenta:

[...]

«Si vas de prisa,

el tiempo volará ante ti, como una

mariposilla esquiva.

Si vas despacio,

el tiempo irá detrás de ti,

como un buey manso».

[...]



Por cierto que este poema que acabo de recoger tiene una versión muy parecida en prosa, en Diario de un poeta recién casado96, lo que muestra su temprana afición a revisar y reeditar textos con modificaciones, como si la idea le obsesionara y bullera en su mente para expresarse con pequeñas variaciones.

Notemos, como decía antes, que el poeta ha descubierto la «¡Palabra mía eterna!» y es plenamente consciente de la importancia que su obra va a tener para la posteridad, que le consuela del fin a que como seres contingentes estamos abocados97.

Una nueva dimensión en la abstracción simbólica la encontramos en Piedra y cielo (1917-1918), que ya nos ocupó en su día98. Aquí el poeta se nos presenta como más intelectual en su forma de expresión, pero con poemas muy bellos99.

El panteísmo es claro: hay que estar en el todo con cada cosa100. Canta a la belleza de la naturaleza, que es su tema constante101. Este libro nos muestra la alegría en la plenitud de la existencia y de la contemplación de la Naturaleza102.

El mismo título del libro refleja este sentimiento panteísta (tierra) y a la vez el idealismo espiritualista (cielo), con una gran alegría vital que creo influirá en el hermoso Cántico de Guillén, cuya primera edición como es sabido, con muy pocos poemas, es de 1928, y se iría ampliando sucesivamente en extensión.

Todo el libro está nimbado de panteísta idealismo filosófico: las ideas son como mujeres en la mañana («¡Ideas propias, bellas, únicas, / con sabor, como primeras mujeres siempre, / a besos frescos!»103). Idealismo krausista, hecho poesía, transfigurado en lirismo, no racional: «¡A todo llega el alma! / ¡Ya no hay que partir, pues está en todo!»104. Y también: «Y en todo mando yo, / mientras sin comprenderme, / todo en mí piensa»105.

Si bien trata aquí de la unidad panteísta -tímidamente todavía-, el fundamento de su Palabra poética radica en el Yo del poeta que sueña y siente impúdicamente en el poema.

Y asociada también a la naturaleza, la muerte: «verdadera vida / de aquí»106. Inmanencia panteísta por tanto: Unidad y La muerte se interrelacionan. No hay trascendencia más allá de la del Yo hacia el No Yo entorno, la naturaleza visible: «hacia todo, / ... o, es lo mismo, hacia nada!»107. La obra, también, que es lo que permanece tras la muerte108: «¿Qué canción tuya quedará / como una flor eterna, corazón, / cuando tú ya no tengas / ni fosa ni memoria [...]?».

De este modo toda la obra de Juan Ramón, escrita desde el punto de vista del Yo idealista y romántico -el alma, el espíritu-, se basa en superar a la muerte, a través de la fusión panteísta con el todo -en contemplación de belleza y sueño- y a través de la perduración de la Obra eterna, la Palabra Poética que pervive, producto de la mente y el Yo idealista del poeta, pero siempre con independencia y autonomía propia: «[...] mi alma / me dice, libre, que soy todo!»109.

En fin, podemos observar cómo tras el Diario... la obra juanramoniana es netamente panteísta, siendo este el fundamento más importante de su pensamiento poético. Quizás antes lo era también, pero sin conciencia de serlo. El poeta se va descubriendo ahora en su relación con el entorno, el No Yo de la naturaleza, y el tú de la persona amada -que sin embargo, curioso, está escasamente presente en su obra, tal vez por causa del narcisismo-.

El poeta sabe domina el mundo a través de su Obra110. El triunfo del poeta111. El poeta que sueña la vida: un tema, el del ensueño, que tanta raigambre romántica tiene, que había dado lugar a un conglomerado de sentimientos líricos en el modernismo, y que aquí posee otro rango superior: más que ensueño melancólico y nostálgico, a la manera de Lamartine, es el soñar activamente la vida, conquistarla; toda una lección existencial.

También el amor, en la sensualidad del agua112:

«Tu amor -¡qué alegre!-

saca, cantando, con sus brazos frescos,

agua del pozo de mi corazón.

[...]

      ...Tu amor -¡qué alegre!-

riega sus rosas con mi corazón».



Creo es curioso que los pocos poemas amorosos de Juan Ramón se escriben en esta época inmediatamente posterior al Diario..., y hay que esperar luego a la trágica elegía de De ríos que se van a la que haremos alusión en su momento.

El tema de la mujer, en fin, presente en el libro, unido al de la naturaleza siempre -amor y naturaleza fundidos, como ocurrirá en el primer Octavio Paz, que creo acusa su influencia también en cuanto al sentimiento panteísta-. Véanse estos versos:

«Amo, mujer desnuda, el cielo

-sol, luna estrellas- tanto,

porque él solo verá -perenne-

mi futuro»113.



También hay el recurso a un tema omnipresente, como es la infancia114.

El verso se ha estilizado al máximo en estos poemas115. Está compuesto este libro de canciones cortas que encubren un trabajo arduo («Canción corta, cortas, muchas; / horas, horas, horas / [...] / horas de las vidas, / de las muertes de mi vida...»116).

Es una poesía sencilla pero de difícil gestación, viene a insinuarnos.

Con el título de Poesía y Belleza117, Juan Ramón publicó dos importantes antologías que recogen lo escrito en una época que se había pensado improductiva en su obra, lo que viene desmentido por los inéditos luego editados Unidad (1918-20), La muerte (1919-20) o La realidad invisible (1917-1919), y por numerosos textos que Sánchez Romeralo publicó en Poesías últimas escojidas, un libro importante que merecería una reedición en formato más digno118.

Poesía (1917-1923) viene a mostrarnos que toda la obra de Juan Ramón es en sí un gigantesco diario poético, Diario de Poeta, en el que se versifica la prosa diaria de su vida. De aquí el intimismo y la subjetividad que posee. Pero también es el diario que expresa la lucha de un Yo -filosofía idealista- que busca encontrar su sitio en el Mundo -en el No-yo-: el dios deseado y el dios deseante que veremos al final de su obra. Juan Ramón refleja así en su escritura todo un proceso de búsqueda interior que aboca al misticismo panteísta, más profundo, denso y hermético en su última época.

El tema panteísta aparece así claramente dibujado en el poema «Primavera total»: «¡Madre mía, tierra; / sé tú siempre joven, / y que yo me muera!»119.

El tema místico del instante mágico en contemplación, que luego veremos en autores tan dispares como Jorge Guillén o sobre todo Octavio Paz: «¡Espera, ratito de oro, / que quiero gozarte allí; / espera, ratito de oro, / que quiero gozarte aquí!»120. Y: «¡Instantes en que el mañana / no vale nada; en que es hoy / el fin; / [...] / ... ¡Y qué poquísima falta / nos hace el hombre ni el dios!»121.

El tema del trabajo bien hecho, ese día en que «haya yo / trabajado en mí tanto, tanto, tanto!»122. Hay por ello una expresa labor de introspección hacia los fundamentos de la relación de su Yo metafísico -al mismo tiempo individual y concreta intimidad- con el universo en torno.

Está muy bellamente tratado el tema de la muerte («¡Si fueras, muerte, / como un negro verano subterráneo; / si no importara, en ti, que el sol cayera, / porque la noche fuese bella y clara!»123). Y exclama: «Morir es sólo / mirar adentro»124. En el interior del alma del hombre, parece querer decirnos por tanto, se encuentra la muerte. Hay hermosas referencias a la relación entre el sueño y la muerte («¡Sueño, muerte, / hermanos míos invisibles, / hermanos en lo más profundo, / hermanos en la nada!»125), que creo influyen en el pensamiento poético de José Bergamín que he estudiado en mi edición y mi ensayo citados. Muy hermoso sobre la muerte el poema 91 («[...] / Muerte, di, ¿y qué eres tú sino silencio, / calma y sombra?»126). Y en otro poema: «Voy a correr por la sombra, / dormido, dormido, ¡a ver / si puedo alcanzarte a ti, / que has muerto sin yo saberlo!»127.

Temas como el sueño del agua128, que nos hablan del ensueño a la manera romántica, pero con una expresión diáfana, desprovista de toda retórica, limpia y tersa.

Hereda de Bécquer creo el tema de la mujer129: «La mujer, con la música, / parece de cristal -pompa de amor- / [...]», con un cierto erotismo refinado a la manera verlainiana en «¡Son lunas; / lunas del cuerpo y del cielo, / mujer desnuda!»130.

El poeta tiene «difíciles / los pensamientos»131. El poeta posee por tanto ya -se ve también en su prosa- una mágica capacidad para dibujar un mundo con cuatro vocablos nuevos, inusuales, intensos, sugerentes. Porque es la sugerencia lo que caracteriza a esta poesía, que busca despertar en el alma del lector una impresión profunda, dibujada apenas como un trazo japonés al pastel.

Belleza (1917-1923) nos muestra la grandeza y serenidad plenas de esta interesante etapa poética de Juan Ramón. Es un libro de verso limpio, de plenitud absoluta semejante a la de Poesía. Hay aquí a veces una mayor complicación conceptual que preludia la de Dios deseado...132, también con una expresión mística que utiliza por ejemplo el símbolo de la rosa133. Muestra la variedad infinita e inagotable de su poesía, que rozando los límites de la belleza, no llega del todo a la cursilería delicuescente -salvo poemas de la repudiada primera época- y busca la libertad suprema de expresión de un sentimiento y un pensamiento previamente vividos y experienciados personalmente en lucha mística.

El tema de la mujer de nuevo134, que tiene -¡qué bello!- «alma de agua»135.

El instante de contemplación y plenitud, que vimos luego en Guillén y Octavio Paz136, porque la influencia de Juan Ramón en los poetas posteriores es intensísima. Piénsese por ejemplo también en los símbolos de teléfonos, telégrafos, etc., que aparecen aquí137, con gran modernidad, y que luego encontraremos en Salinas.

Su poesía entera, en este poema:

NATURALEZA

«Todo infinito a que yo aspiro

-belleza, Obra, amor, ventura-,

es, en el acto, yo.

Y sigue igual el infinito»138.



La estación total con las canciones de la nueva luz (1923-1936), se publicó solo por primera vez hace poco (1994) como libro separado, tal y como lo concibió el poeta en 1946.

Cito primero por la edición de Libros de poesía y luego abordaremos esta edición de 1994.

El poeta afirma enseguida: «Lo infinito / está dentro. Yo soy / el horizonte recogido»139. Pero para compensar esta introspección narcisista, que más bien vuelve a ser una afirmación de la rica interioridad microcósmica del alma humana, se dice: «Ella, Poesía, Amor, el centro / indudable»140.

Posiblemente la clave de la poesía del Nobel Vicente Aleixandre, se encuentre en este libro, y su impresionante panteísmo de expresión surrealista141. También en el poema «Paraíso» -recuérdese este tema en Aleixandre142-. Juan Ramón fue muy leído incluso por sus enemigos, sobre los que posee una gran influencia, según estamos viendo.

Hay un panteísmo muy maduro en este libro: «Estoy completo de naturaleza», exclama143. Y «la sombra huele a dios»144.

Juan Ramón camina ya hacia una expresión más conceptual, más intelectual y abstracta, que culminará en su obra más importante, Dios deseado y deseante. Es la modernidad suprema que posee su última época. Los símbolos van ahora asociados a entes abstractos145. El poeta quiere expresar un pensamiento146.

Ve a dios que rige la armonía del mundo147. Como veremos más adelante, este creo va a ser su objetivo final: escribir ese dios (ver el poema «Hado español de la belleza»), por encima de las otras preocupaciones temáticas que tenía antes. Es el tema que latía en un poemario que yo edité bajo el título de Unidad, de aquí la importancia precursora de este libro.

Aparece aquí el tema constante de la mujer, transfigurado en equilibrio sincrético de abstracciones148. Tal vez la preocupación de Octavio Paz por la Mujer, que estudié en mi libro, está aquí como fuente149.

Se ocupa del sentido de la vida en «Su sitio fiel»: «El fin está en el centro. Y se ha sentado / aquí, su sitio fiel, la eternidad»150. Y siempre la palabra del poeta panteísta que es un «dios absorto en el principio / completo»151.

Confirma que toda su poesía es un diario poético: «Estoy viviendo. Mi sangre / está quemando belleza»152. El poeta ha penetrado en el secreto de la vida, con todo su misticismo153.

El pensamiento que luego aparecerá expreso más claramente en Dios deseado... está aquí: «Enseña a dios a ser tú»154. La última poesía de Juan Ramón es, en el más alto sentido humano, religiosa, de una religiosidad laicista y panteísta: la obra de un místico que reza, en la contemplación de la Naturaleza, a un dios que al mismo tiempo está en su interior de hombre: «Yo dios / de mi pecho. / [...] / Yo uno / en mi centro»155. El poeta busca la eternidad en la fusión con la Naturaleza156.

Y siempre, el «ansia / de la belleza completa»157.

Lo que resulta curioso, por lo extraño y raro del tema amoroso en su poesía, es que la luz de las Canciones de la nueva luz es la Amada158, y el poeta su sombra (el hermoso poema «Luz tú»). Y: «la mujer con la estrella y la rosa, / las tres formas más bellas del mundo!»159. Tremendo cuando contrasta la alegría vital de la amada -Zenobia- frente al ser fúnebre del poeta, «torcido en chispas impensables»160. Y en otro punto se define: «Yo en mi nada, meteoro ensimismado / de desconsolación»161.

A veces su pensamiento se convierte en aforismo y paradoja, a la manera oriental: «Lo no es lo sí / y el hombre es el menos»162. Es, quizás, la fusión de opuestos que tanto perseguía Octavio Paz, por ejemplo, en «Órdenes»163, y en «Incendio»164. Y también el tema de la otredad, tal y como encontraremos en Paz: «De lo otro que es un dios»165. Vemos que Juan Ramón es un semillero originalísimo de sugerencias, tanto para sus coetáneos como para los posteriores.

Juan Ramón lucha en estos poemas con la palabra y aporta un lenguaje original y a la vez pletórico de pensamiento, con neologismos metafísicos y rupturas gramaticales que muestran la intención imposible de expresar lo inefable. El tema de «la gracia»166, específico de su panteísmo en el poema «Mensajera de la estación total»167.

En fin, en este rico poemario, el poeta ha ganado en intelectualismo de un modo muy notable. Su verso constituye ahora un auténtico pensamiento poético que camina rumbo a su diálogo amoroso y esencial con el Dios deseado y deseante.

Debe decirse por todo ello que La estación total es un libro importante y de una gran belleza, clave para comprender el panteísmo y el pensamiento poético de Juan Ramón. Su poesía es una consecuencia de una actitud vital, mística, trascendental en su idealismo, y panteísta. Lo que el poeta descubre en su vida lo pasa luego al verso, que es un verdadero diario, como hemos reiterado.

Notemos por ejemplo este poema168:

«[...]

La eternidad es sólo

lo que sigue, lo igual; y comunica

por armonía y luz con lo terreno.

Entramos y salimos sonriendo,

llenos los ojos de totalidad,

de la tarde a la eternidad, alegres

de lo uno y de lo otro. Y de seguir,

de entrar y de seguir.

Y de salir...

(Y en la frontera de dos verdades,

exaltando su última verdad,

el chopo de oro contra el pino verde,

síntesis del destino fiel, nos dice

qué bello al ir a ser es haber sido)».



Se trata en definitiva de un momento de plenitud vital y por tanto poética, según la línea de sucesión que he señalado antes, que va de su vida a su obra. Todo ello se ampliará en Dios deseado...

El tema del , que retomó Salinas en La voz a ti debida (1933), aparece en el poema «Otro desvelo. II)169:

«'Sí, sí eras tú', me dice.

Y al istante,

se olvida el tú en lo oscuro,

el tú que era, que iba a ser, que había sido,

el tú de ello, mío, nuestro;

el sí que, allá en el fondo

del gran jardín de nuestro olvido,

vive en el májico palacio,

con secreto fatal, de la memoria.

[...]».



Me pregunto sin embargo: ¿por qué esta ausencia de la amada de su poesía? ¿Es pudor? ¿O cree que el amor de la amada es secundario frente a la fusión con el todo que da sentido a su existencia? Yo creo que Juan Ramón se equivoca en su narcisismo. Debido a ese trascendentalismo idealista aprendido en Krause y la Institución Libre de Enseñanza, pierde lo cotidiano, lo real pequeño en torno que cantaría su odiado Jorge Guillén, poeta de lo cotidiano al mismo tiempo esencial, y que quizás lo canta por repulsa, con lo que tendríamos influencia juanramoniana hasta en la negativa. Pero la ausencia del tú en Juan Ramón, salvo algún poema aislado, representa creo un gran vacío en su obra, incomprensible desde la perspectiva de su historia de amor con Zenobia. Para mí es realmente un misterio, o quizás se explique por tratarse de un poeta místico y filosófico. Aunque lamento esta carencia de lo más humano, que era lo que tenía más cerca de su intimidad. Espero por ello la publicación de Monumento de amor.

Aquí sin embargo, en este poemario, hay todavía alguna presencia de la amiga, del tú, del amor, como en el poema 11, dedicado a «La voluntaria M». (¿Es Marga, cuya historia de amor conocemos recientemente gracias a lo aparecido en la prensa?170 Me refiero a la joven escultora suicidada por amor a Juan Ramón). Notemos que en Conversaciones con Juan Ramón de Juan Guerrero Ruiz, la última edición recientemente aparecida, se menciona el tema como una preocupación que tenían Zenobia y Juan Ramón, aunque no se desvela -pudor de Guerrero Ruiz y discreción- el motivo del suicidio de la escultora enamorada de modo imposible del poeta.

Por otro lado, se puede tener la impresión a veces de que el sea más bien el yo enfático y total de su obra.

El amor, tal y como lo entiende Juan Ramón, no es el amor a la amada171 -en esto se separa profundamente del romanticismo- sino la relación armónica de fusión con el universo, en donde la amada es solo una fase de esta fusión con la unidad172:

RENACERÉ YO

«Renaceré yo piedra,

y aún te amaré mujer a ti.

Renaceré yo viento,

y aún te amaré mujer a ti.

Renaceré yo ola,

y aún te amaré mujer a ti.

Renaceré yo fuego,

y aún te amaré mujer a ti.

Renaceré yo hombre,

y aún te amaré mujer a ti».



Este hermoso poema muestra el círculo de las reencarnaciones a la manera oriental o la metempsícosis platónica. Y en ese ciclo, el amor del poeta perdura en cada fase y será eterno. Es un hermoso poema de amor, uno de los raros poemas que Juan Ramón dedica a este tema.

Hay algunos poemas de amor en este libro, nada frecuentes en su obra; pero la amada la ve reflejada en el mundo, y no al revés. Tiene más importancia para el poeta la naturaleza y la unidad de fusión con el todo que la conjugación del amor, la fusión con la amada173.

En todo caso en este libro hay un sensualismo característico que completa el esencialismo abstracto que predominará en todos sus libros posteriores. Aquí hay olor, color... junto a pensamiento poético fruto de una profunda reflexión acerca del universo, una auténtica cosmovisión.

Y desde luego, el tema del dios que está buscando, y que va asociado al descubrimiento de la palabra174:

«[...]

Puede olvidar, callar, gritar entonces dentro

la palabra que llega del redondo todo,

redondo todo solo;

que el centro escucha en círculo

resuelto desde siempre y para siempre;

que permanece leve y firme sobre todo;

la vibrante palabra muda,

la inmanente,

única flor que no se dobla,

única luz que no se extingue,

única ola sin fracaso.

[...]

Y él es el dios absorto en el principio,

completo y sin haber hablado nada;

el embriagado dios del suceder,

inagotable en su nombrar preciso;

el dios unánime en el fin,

feliz de repetirlo cada día todo».



En este descubrimiento de la divinidad, el poeta descubre que él también es dios, y que dios habita en su interior al mismo tiempo que en el exterior («Enseña a dios a ser tú [...]»175). Y siempre el narcisismo, o si se quiere el idealismo romántico con base en el Yo. Narcisismo que es más bien casi un solipsismo autista, si no fuera porque se busca extender el yo al exterior con el que se quiere fundir, en unión panteísta176:

EL SER UNO

«Que nada me invada de fuera,

que sólo me escuche yo dentro.

Yo dios

de mi pecho.

(Yo todo: poniente y aurora;

amor, amistad, vida y sueño.

Yo solo

universo.)

Pasad, no penséis en mi vida,

dejadme sumido y esbelto.

Yo uno en mi centro».



En fin, el estilo que luego desarrollará en Dios deseado y deseante lo podemos observar en «Mensajera de la estación total»177. En este libro, La estación total, el poeta llega a una primera cumbre, supera el estilo y el pensamiento de su segunda época y apunta ya hacia lo que va a ser su vuelo definitivo en la siguiente y última oportunidad poética que la vida le ofreció.

Lírica de una Atlántida

Recientemente ha sido publicada la obra última de Juan Ramón, que contiene En el otro costado, Una colina meridiana, Dios deseado y deseante y De ríos que se van bajo el título de Lírica de una Atlántida (1999)178.

El primer libro que se contiene en este volumen, como acabo de indicar, es En el otro costado (1936-1942), que es la primera obra que escribe en el exilio. Como señala Alfonso Alegre en su prólogo, la familia Jiménez se desplazó de Cuba a Coral Gables, en La Florida, USA, donde vivirían desde enero de 1939 a noviembre de 1942. Este libro contiene a su vez Romances de Coral Gables -que publicaría en México, Stylo, en 1948- y Espacio -que se escribió en 1941 y la versión definitiva se publicaría en Poesía española (1954)-. Aurora de Albornoz editó En el otro costado en Madrid, Júcar, 1974. La Tercera antolojía recoge 48 poemas del libro y Leyenda, en la edición de Sánchez Romeralo, 7 poemas más de los que aparecieron en la edición de Albornoz.

Hagamos un recorrido por este libro.

«La unidad honda de la tierra» me recuerda a versos panteístas de Rilke.

El centro de la obra del poeta sigue siendo el yo: la luz pensará en mí. Como si el mundo estuviera hecho para el poeta. Es el idealismo filosófico y romántico de estirpe germánica a que he venido aludiendo en todo este estudio. Sin embargo su expresión es desnuda, directa, moderna, a veces hermética en esta obra porque su poesía es pensamiento filosófico, expresión de una profunda cosmovisión179.

La visión metafísica de Juan Ramón le lleva a una realidad esencial y nouménica, representada en símbolos poéticos clave de gran profundidad de sugerencia, más allá de la realidad epifenoménica cotidiana.

El poeta se enfrenta al silencio de la Naturaleza, con su pensamiento panteísta, un silencio que creo más desasosegante que el de Dios. Y busca refugio en la naturaleza en el poema «Con lo altivo intacto» de carácter hermético ya, que muestra el último estilo del poeta180.

Fuerza el lenguaje, a veces de modo discordante y chocante, cantando a la belleza con cierta fealdad de expresión en ocasiones, por el lenguaje contorsionado y hermético que busca apurar sus límites de expresión, con un resultado siempre sugerente181:

«[...]

Mar, ¿no eres más que lado,

como el cielo no es más que guarda

de una tierra, una madre?

¿No prendes tú raíz, no te la llevas,

no abres alas tan sólo para ti?

[...]».



Aparece el símbolo del camino, de estirpe machadiana. Sabida es la admiración y afecto que tenía por este poeta182. Y también aparece la añoranza de exilado que tiene de su Moguer183. El poeta está ubicado entre el mar y el cielo, dos símbolos clave de su obra, de gran profundidad de sugerencia184.

El renacer panteísta en cada estación, que engaña a la muerte185. Porque el poeta sueña con volver tras la muerte186. También el recuerdo del paraíso original, que encuentra en el canto del pájaro y la flor187.

Como ya he indicado antes, el tema del amor apenas aparece, aunque está presente en algún momento aislado188. La amada -¿la gracia?- parece venir del alba, de modo muy hermoso189:

DEL ALBA

«El sol te empuja hacia mí

por la espalda.

Ven

tú que vienes del alba.

Lo que tú reluces, gloria,

lo que chorreas tú, gracia,

lo que tú pintas

y cantas,

bien lo sabes

tú, la que vienes del alba.

[...]».



Pero parece como si el tema de la naturaleza y la muerte le interesara más desde el punto de vista intelectual. Es egoísta, egocéntrico y narcisista, también profundo y metafísico, intentando con su poesía horadar lo más abisal del Ser. Porque hay en su obra toda un exceso de yo: «Se baten conmigo a mí»190.

De este modo todos los poemas están recargados con símbolos de hondo significado: pájaro, cielo, mar... Todos ellos tienen un significado esencial que remite a un pensamiento poético de fondo, que se reitera. Y los símbolos suelen aparecer en posición de opuestos: sol/roca191, pájaro/flor, cielo/mar, etc. Como diría luego Octavio Paz, los opuestos se funden para lograr la unidad suprema de fusión con el todo.

La belleza, otro de sus temas, es huidiza, aunque él la le deja que corra192:

«[...]

Pero la belleza vuelve

a desnudarme otra forma.

Corre contra mi correr,

me coge la vida toda

y ¿se va?

¡Se va, se va

toda llena de mi boca!

¿Qué se lleva ella de mí?

(No soy yo quien la traiciona.)

Ella me deja su huir,

yo la dejo que ella corra.

[...]».



Debe decirse que Juan Ramón es un tipo de poeta que solo podía darse en el Romanticismo y en el Modernismo. Es un Poeta con mayúscula, alejado de todo lo que no sea una indagación en la metafísica, que casi conduce a la locura, al aislamiento y la soledad, buscadas conscientemente por él («solo y otro»)193.

En fin, se trata de un poemario magnífico, que muestra de modo muy original la lucha del poeta con la Palabra y con el Ser. Aunque haya pensamiento poético en él, también hay un lirismo sencillo y delicado194.

Dentro de En el otro costado se incluye el poema Espacio, con un prólogo importante del poeta sobre su intención al respecto195:

«Siempre he creído que un poema no es largo ni corto, que el escribir de un poeta, como su vivir, es un poema. Todo es cuestión de abrir o cerrar. [...]

Creo que un poeta no debe carpintear para 'componer' más estenso un poema, sino salvar, librar las mejores estrofas y quemar el resto, o dejar éste como literatura adjunta. Pero toda mi vida he acariciado la idea de un poema seguido (¿cuántos milímetros, metros, kilómetros?) sin asunto concreto, sostenido sólo por la sorpresa, el ritmo, el hallazgo, la luz, la ilusión sucesivas, es decir, por sus elementos intrínsecos, por su esencia [...] Que fuera la sucesiva espresión escrita que despertara en nosotros la contemplación de la permanente mirada indecible de la creación: la vida, el sueño o el amor. [...]».


Este poema me parece una interrogación acerca del sentido de la vida del hombre, que es lo que define la obra de Juan Ramón. En su primera época buscaba la belleza superficial; en la segunda la belleza esencial y el tema de la muerte; en la tercera el sentido de la vida del hombre acorde con la unidad armónica del universo, la lucha del Poeta con la Palabra, y el tema de la Unidad y dios.

El hombre es un dios para Juan Ramón: «los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo». Es la teoría platónica del hombre microcosmos: el hombre es infinito, y un dios que sostiene el universo196:

«[...] ¡Qué regalo de mundo, que universo májico, y todo para todos, para mí, yo! ¡Yo, universo inmenso, dentro, fuera de ti, segura inmensidad! Imájenes de amor en la presencia concreta; suma gracia y gloria de la imajen, ¿vamos a hacer eternidad, vamos a hacer la eternidad, vamos a ser eternidad, vamos a ser la eternidad? ¡Vosotras, yo, podemos crear la eternidad una y mil veces, cuando queramos! ¡Todo es nuestro y no se nos acaba nunca! ¡Amor, contigo y con la luz todo se hace, y lo que haces, amor, no acaba nunca! [...]».


Puede observarse en este texto la presencia esporádica del tema del amor, pero siempre supeditado a la fusión con el todo, y a la superación del tiempo en la eternidad por medio de la poesía.

Enlaza en otros momentos con el tema de la muerte y el más allá con el de la mujer197, luego con la naturaleza (el árbol), y el ideal del amor198. Es un espléndido poema Espacio, de una factura muy moderna por la que el tiempo no ha dejado huella. Hay una intensa sensación de grandeza que recorre todo este texto.

Parece como si el poeta estuviera buscando la curación de su atormentado espíritu por medio de la creación en el poema. El fragmento tercero cuenta ya su drama personal199, y su fe en Él -que es el Destino200-:

«[...] Sí, mi Destino es inmortal y yo, que aquí lo escribo, seré inmortal, igual que mi Destino, Deering. Mi Destino soy yo y nada más y nadie más que yo; por eso creo en Él y no me opongo a nada suyo, a nada mío, que Él es más que los dioses de siempre, el dios otro, rejidos, como yo por el Destino, repartidor de la sustancia con la esencia [...]».


Y en este punto, una referencia a aspectos biográficos, como cuando en la guerra civil estuvo a punto de morir a manos de los anarquistas por una delación201.

En fin, el poeta en este texto es un ojo testigo que recoge todo en torno, ofreciendo una visión coral de la armonía del mundo, en la que está inserto el hombre como ser privilegiado, como dios. Y junto a ello tremenda alusión al cáncer, hueco y silencio202. Quizás la alusión hermética a la conciencia y al amor, sean referidas a Zenobia, que es la conciencia de su doble yo, pero el tema de su amada queda siempre pudorosamente oculto en sus versos203.

En los Romances de Coral Gables muestra que todo lo de fuera está dentro del alma. Hay una interiorización del cosmos en el microcosmos interior del hombre: «pero lo que estaba fuera, / ahora está solo en el alma»204.

Su poesía constituye una lucha filosófica, metafísica, de quien indaga en el Ser del todo y trata de encontrar una respuesta que, aunque tiene raíz en sistemas previos -Platón, Krause, Sanz del Río- es original y propia. Se siente pensar a Juan Ramón en los sentimientos que expresa en el poema. El hombre mira al abismo («el hombre se puso en pie, / miró sin sueño al abismo»205). Indaga en lo más allá206.

Y el árbol como ser vivo («Y ya muy tarde, ayer tarde, oí hablarme a los árboles»207), sentido por el poeta, uno de los pocos poetas panteístas de la literatura española de todas las épocas.

Es como si el poeta cantara lo mismo de siempre desde la segunda etapa (Unidad y La muerte, por ejemplo), con un estilo más complicado y hermético en esta tercera fase de su obra, en la que carga al lenguaje de un hondo sentido simbólico para expresar un pensamiento.

El universo juanramoniano, tan profundo en esta época, nos produce una sensación de desasosiego, testimonio de una subjetividad hipostasiada y enfermiza pero de enorme grandeza como derivación del romanticismo subjetivista en pleno siglo XX.

Una colina meridiana (1942-1950), iniciado en Washington en 1942 es, como señala Alfonso Alegre, un libro enteramente inédito, escrito junto al hermoso parque de Meridion Hill. Desde 1944 Zenobia era profesora de español en la Universidad de Maryland, y cuando acaba la Segunda Guerra Mundial compran una casa en Riverdale, cerca de la universidad, rodeada de olmos. Frente a los 19 poemas de este libro que se recogen en la Tercera antolojía, 38 en Leyenda y 40 en Poesía última escojida, Alegre señala recoge en su edición 52 poemas.

En este libro la mirada del poeta da vida al no-yo. Pero hay hasta tremendas alusiones a la muerte de Zenobia: «[...] / y que va a vivir menos, / mucho menos que tú, mujer, si no lo miro»208. Mira al espino y le da vida con su mirada: «[...] y su sustancia, / y su esencia (que es su vida y su conciencia)»209. Esto viene a constituir una clara lección de idealismo filosófico a la manera kantiana. Sus poemas al espacio y al tiempo también tienen esta fundamentación kantiana como temas, aprendida en las derivaciones krausistas posteriores.

Me resulta curioso que aunque parece perseguir expresamente la belleza, en estos últimos poemas ya no hay esteticismo, sino reflejo de un pensamiento, de una actitud estética ante la vida de la que surgen versos herméticos y difíciles. El poeta parece mostrar su logomaquia, lucha mental y afectiva con la palabra y la idea. Los poemas que escribe por este hecho poseen una gran intensidad: cada palabra del poema es un símbolo cargado de pensamiento.

Cuando toca el tema del amor, tan raro en su obra como estamos viendo, se refiere más bien a la mujer que a la Amada ni el amor («Un solo / amor, para el que solo /la soledad no exista. // ¡Que la colme, la pase y la traspase! / amor que siendo solo y uno / es todo el mundo»210). En este poema «Remordimiento humano», se dirige al amor como tema genérico dentro del universo de pensamiento que busca la fusión con el todo, y de la que ese amor parece tan solo una fase, un momento. El amor no es el eje central de la poesía de Juan Ramón, aunque bien pudiera serlo el de su vida privada en esta época. Incluso si se refiere a «ella» -lo hará en muchos de sus poemas, como vimos en otra época también en mi edición de La realidad invisible-, resulta que no es la amada, sino su madre (!)211.

Cuando parece que el poeta mira alrededor de su propio ombligo212, en realidad quiere expresar un pensamiento profundo de la relación sujeto/objeto («Dioses constantes de lo más frecuente, / sostenes del objeto y el sujeto, / de su relación, lenta y melodiosa, / en la noche, en el día»213). Son por tanto los opuestos que se funden, como en toda visión mística.

El poeta se siente un hombre «Distinto»214. Y afirma una y otra vez su panteísmo215. El hombre es un dios por su consciencia («[...] Tú, sol, no eres un dios, / eres tú menos dios que yo soy dios y hombre, / porque no sabes tú qué eres, qué es dios, ni qué yo soy, / y yo sé qué y quién tú eres y no eres»216).

Juan Ramón parece vivir encerrado en su propia mente -lo que confiere en último extremo un aire enrarecido a su poesía-. Una mente que trata de expresarse en el poema para liberarse de sí misma. Y expresar también la esencialidad de todo el no-yo en torno.

La parte cuarta del libro, titulada «Del bajo Takoma», debe aludir a su internamiento en ese sanatorio, que refleja una tremenda sensación de soledad y muerte217. Hay en este momento un gran miedo al pasar de la vida humana, y enfrentarse con la muerte218.

Ejemplo de momentos en que fuerza el lenguaje -con resultados disonantes y poco estéticos, aunque teóricamente persiga la belleza, tensando la palabra con innovaciones en su construcción-, por ejemplo, cuando se refiere a la «belleza eternadora»219, que intenta mostrar un pensamiento original y diferente, aunque constantemente reiterado.

La literatura aparece como un proceso místico que ocupa todo el decurso de su vida, y encuentra ahora el sentido a la existencia («Porque yo no fui nada hasta que, con mi otoño, / completé mi sentido en saturación honda»220).

Todos los poemas de Lírica de una Atlántida se interconectan y explican unos a otros con un mismo pensamiento, que ya estaba en ciernes en su obra anterior, especialmente en La estación total. Aquí aparece la tierra que guía al poeta y el dios de nuestra vivida, en mensaje panteísta: «[...] Tierra viva / que eres, tan rica de todo, / la mano vuelta hacia arriba, / que nos reparte la luz, / día y noche, y que nos guía. / [...] / la conciencia; y donde está / el dios de nuestra vivida, / de cuya hermosura mana / toda la luz nunca vista»221.

Panteísmo también en las referencias a los árboles -lo que más parece impresionarle de Estados Unidos- que son carne y mármoles. El poeta se une a la Naturaleza a través de sus ciclos222. La Naturaleza le llena de armónica felicidad223.

Hay una rara referencia al amor224:

«Porque el amor nunca quita

al amor, cuando es amor

y nunca se acaba en él y en el amor está todo,

todo lo que nunca acaba».



El hombre es una luciérnaga («Si el gusano y yo nos vamos / también se va dios»225). Se entiende que la conciencia del hombre da sentido a dios y a la naturaleza, y constituye el mismo dios.

El poeta busca entrarse en la armonía perpetua226:

«¡Cómo me gusta tu entrarme

en la armonía perpetua,

elemento que no apaga

la pesantez de la piedra;

[...]».



En el último poema se refiere a «ella» -¿la amada, la belleza, la naturaleza...?227-: «Ella sabe bien que soy / quien no la busco y la encuentro». Es, en definitiva la pudorosa imprecisión ambivalente del tema de la amada en Juan Ramón Jiménez.

La cumbre de Lírica de una Atlántida: Dios deseado y deseante y Animal de fondo

Y llegamos así a lo que considero su obra más genial, Dios deseado y deseante (1948-1952)228. Publicado entero por primera vez en 1964229, con comentarios de Sánchez Barbudo y edición de este crítico, quien imprime sus comentarios en letra mayor que los poemas de Juan Ramón (!) ignoro si por hacer cuerpo.

Se trata de un libro emocionante, en donde el poeta dialoga con el dios de la Belleza y la Unidad, al que ahora ha encontrado tanto en el interior de su conciencia como en el exterior de la naturaleza. Constituye una auténtica oración en verso con un dios panteísta, poemario de una espiritualidad absoluta de índole mística. De ese universo abstracto del poeta solo se salva la amada -Zenobia- y la naturaleza -luna, tierra, mar- como únicos elementos concretos junto al Yo del poeta en su unión con dios. Se trata por tanto de una religión inmanente en donde la belleza caracteriza al dios que forma parte del interior del hombre, que tiende teleológicamente hacia la belleza externa en donde igualmente puede hallarse. Poemario increíblemente bello y profundo, poesía cincelada, escrita en piedra.

La edición de Alegre incluye dos prólogos en el libro, de lo que hablaremos luego.

De entre todos los poemas del libro, pasando a una breve hermenéutica del mismo, el más hermoso desde mi punto de vista es el primero, «La transparencia, dios, la transparencia»230. Notemos la referencia de Paz más tarde al tema de la transparencia. Un dios, el de Juan Ramón, que no es su redentor, ni su ejemplo, ni su padre, ni su hijo ni su hermano, sino pura transparencia que siente entre sus manos. Constituye este hermosísimo poema un amoroso diálogo del poeta con el dios de la belleza a que se ha referido. Busca la esencia y la conciencia. En el hombre reside la esencia de dios y dios es a la vez la conciencia de los hombres. Inútil encontrar este profundo pensamiento poético en lugar alguno, aunque creo pueda detectarse una huella krausista. El poeta expresa así su pensamiento poético en versos de una singular tersura, profundidad y originalidad que nos llena de emoción, porque transmite una vivencia interna muy intensa Recojamos este espléndido poema completo:

LA TRANSPARENCIA, DIOS, LA TRANSPARENCIA

«Dios del venir, te siento entre mis manos,

aquí estás enredado conmigo, en lucha hermosa

de amor, lo mismo

que un fuego con su aire.

No eres mi redentor, ni eres mi ejemplo,

ni mi padre, ni mi hijo, ni mi hermano;

eres igual y uno, eres distinto y todo;

eres dios de lo hermoso conseguido,

conciencia mía de lo hermoso.

Yo nada tengo que purgar.

Toda mi impedimenta

no es sino fundación para este hoy

en que, al fin, te deseo;

porque estás ya a mi lado,

en mi eléctrica zona,

como está en el amor el amor lleno.

Tú, esencia, eres conciencia; mi conciencia

y la de otro, la de todos,

con forma suma de conciencia;

que la esencia es lo sumo,

es la forma suprema conseguible,

y tu esencia está en mí, como mi forma.

Todos mis moldes llenos

estuvieron de ti; pero tú, ahora,

no tienes molde, estás sin molde; eres la gracia

que no admite sostén,

que no admite corona,

que corona y sostiene siendo ingrave.

Eres la gracia libre,

la gloria del gustar, la eterna simpatía,

el gozo del temblor, la luminaria

del clariver, el fondo del amor,

el horizonte que no quita nada;

la transparencia, dios, la transparencia,

el uno al fin, dios ahora sólito en lo uno mío,

en el mundo que yo por ti y para ti he creado»231.



En otro poema puede comprobarse cómo Dios está en el centro del hombre, que es la fruta de su flor232:

«Esta conciencia que me rodeó

en toda mi vivida,

como halo, aura, atmósfera de mi ser mío,

se me ha metido ahora dentro.

[...]

Dios, ya soy la envoltura de mi centro,

de ti dentro».



Todo el libro gira por tanto en torno a la conciencia de dios. Y dios es el mar, es «fondo de esa conciencia toda». En idealismo subjetivista que tantas veces he señalado en Juan Ramón, dios surge de la propia conciencia.

El poema «En mi tercero mar» es también de una gran importancia233 («El amor más completo, amor, tú eres, / con la sustancia toda / (y con toda la esencia)»). El amor no es tanto quizás, interpreto, tanto el de un amante por su amada, como la fuerza de cohesión del mundo, siendo dios el amor más completo, y dios es «espejo de mí mismo». Aquí se repite la fusión entre esencia y conciencia, y entre sujeto y objeto, como estudié en mi edición de Unidad. Allí indicaba cómo el Yo juanramoniano es herencia de la filosofía idealista de Schelling, Fichte y Hegel, y la armonización del cristianismo más afectivo y abierto con el panteísmo idealista inmanente la encontraba como fuente en Krause y la Institución Libre de Enseñanza. Y mencionaba como ejemplo, respecto a la unidad, a la cópula de unión y que identifica al dios deseado con el dios deseante, el tratado filosófico de J. Hessen, Erkenntnistheorie (1926), editado en español en 1932 como Teoría del conocimiento, muy divulgada en la colección Austral desde 1940 en traducción de José Gaos. Allí Hessen se refiere a la solución monista o panteísta inmanente al mundo, en donde el sujeto y el objeto -trascendentes antes en su relación de uno al otro por medio del conocimiento- se consideran dos aspectos de la misma realidad, llegando el conocimiento metafísico así a la esencia, y la unidad. Objeto y sujeto son idénticos para Spinoza -que podremos ver lee con interés Juan Ramón- y Schelling, que influye en Krause y en nuestro poeta a través de la Institución Libre de Enseñanza. Se funden así dos polos: el objeto -dios deseado- y el sujeto -dios deseante- en un misticismo enamorado de la materia.

Pero quiero añadir aquí que aunque encontremos fuentes de pensamiento del tema juanramoniano que nos ocupa, su originalidad es total, ya que surge como consecuencia de un logro de la propia reflexión y visión mística del poeta acerca de la realidad.

En fin, a Juan Ramón no le interesa ahora hacer poesía hermosa y estética sino que nos ofrece una poesía filosófica, llena de pensamiento, resultado y logro de su vivencia previa, muy profunda. Lo que le interesa es transmitir un contenido, la idea lograda en la lucha interior de su espíritu. Y lo hace violentando el lenguaje, que a veces es filosófico, en lucha de la palabra con lo inefable. Es el único y gran ejemplo de panteísmo místico en nuestra literatura, porque el de Vicente Aleixandre no nos ofrece un cosmos de pensamiento tan rico. Tiene por ello un valor enorme esta poesía, la más profunda, metafísica y moderna de la literatura española, aunque en el fondo su mensaje sea simple, sencillo y repetido, pues lo complejo es la experiencia vital, la vivencia de donde surge.

De este modo el «deseante dios» es «conciencia plena» que se le aparece en el mar234. La fusión entre sujeto y objeto la podemos ver claramente expuesta en235:

«Esa congregación, ojos de plata

fundida en pensamiento miriante

tuyo, dios deseado y deseante,

es el oasis definido

de mi limpio ideal unánime.

Que es él, y tu reflejo

de ti en conciencia, de ti exacto:

paz, claridad, delicia iguales a sus nombres,

conciencia diosa una,

disfrutadora y disfrutada mía,

disfrute de lo májico esencial nombrado».



Y en otro punto, respecto a la conciencia, y a la fusión del yo y el tú236:

«[...]

a ser el yo que anhelo

y a ser el tú que anhelas en mi anhelo,

conciencia hoy de vasto azul,

conciencia deseante y deseada,

dios hoy azul, azul, azul y más azul,

igual que el dios de mi Moguer azul,

un día».



Dios es también la naturaleza y los astros, sucesivamente luna y sol («conciencia en pleamar y pleacielo, / en pleadiós, en éxtasis obrante universal»237).

Vemos cómo el poema se queda corto, y la expresión se torna a veces forzada, en lucha con lo inefable. Importa más la impresión de eternidad y de unidad que transmite el libro entre líneas, que el texto en sí mismo.

Notemos que si en los dos libros anteriores de Lírica de una Atlántida había símbolos cargados de pensamiento, aquí queda expuesto el pensamiento mismo sin apenas símbolos si quiera, porque el mensaje -en su hermetismo difícil a veces- se quiere sencillo y directo: difícil de lograr por el poeta, difícil de sentir por el lector habituado a los cauces ordinarios de la poesía.

Aquí reúne todo su pensamiento, su alusión por ejemplo al «trabajo gustoso»238 que luego daría título a un libro póstumo de prosas a que nos referiremos.

Es así este un libro que transmite un mundo abstracto, metafísico, filosófico, sin siquiera casi símbolos a qué atenerse, sino nombres desnudos que indican directamente un pensamiento poético sencillo y difícil a la vez, muy profundo.

Se explica que en Juan Ramón apenas haya poesía amorosa, porque su objetivo es transmitir la fusión poética con la unidad, y el amor forma parte de esa fusión universal, no es transmisión de sentimientos en una persona amada. Pero hay en Juan Ramón, por este idealismo filosófico un cierto solipsismo, un exceso egocéntrico del yo, que descubre el mundo en torno y la naturaleza, pero no al hombre, ni siquiera a la amada. Es un yo descarnado, especulativo, abstracto, trascendente, desvinculado de lo humano. Cuando pierda a Zenobia, por ello, todo ese universo poético construido con tanto esfuerzo, se desmoronará, y el poeta perderá cualquier atisbo de interés por seguir escribiendo su obra, tal vez porque entonces -¡ay, demasiado tarde!- descubrió que trascender el yo hacia el tú amado es posiblemente la mejor y más intensa forma de satisfacción del espíritu del hombre, muy por encima de la pretendida fusión con la unidad y la afirmación de la identificación con la conciencia universal de un dios que pudo haber ubicado, más que en su interior, en el corazón sensible, perceptible y concreto de la persona amada.

El poeta, en este libro, es ahora tan solo una conciencia pensante y sintiente, donde solo hay lugar para lo esencial, no para lo cotidiano. Juan Ramón parece en este sentido muy poco humano, en su búsqueda de lo más esencialmente humano. La filosofía de la época tendrá un problema semejante, como ha sido estudiado por muchos críticos, y es lo que la hará derivar al existencialismo y luego a la filosofía del lenguaje, alejándose progresivamente de la metafísica.

Nuevamente encontramos el tema del «animal de fondo»: dios está en el hombre, identidad de dios y el hombre239:

«[...]

Pero tú, dios, también estás en este fondo

y a esta luz ves, venida de otro astro;

tú estás y eres

lo grande y lo pequeño que yo soy,

en una proporción que es ésta mía,

infinita hacia un fondo

que es el pozo sagrado de mí mismo.

[...]

Y tú eras en el pozo májico del destino

de todos los destinos de la sensualidad hermosa

[...]

Lo eras para hacerme pensar que tú eras tú,

para hacerme sentir que yo era tú,

para hacerme gozar que tú eras yo

[...]».



En realidad creo que las dos primeras partes de Dios deseado... son las mejores.

Notemos también otra referencia a un título de libro suyo en prosa, «la corriente infinita»240, como antes al «trabajo gustoso»: como si viniera a decir que los libros de prosa explican a los de poesía, con un pensamiento poético sistemático y coherente, una pequeña filosofía que se reitera en mil diversas formas.

Cuando expone «plácida conciencia / de amor con más arena»241, vemos que el amor no es para él el carnal, ni el de la amada, sino la fuerza cósmica de cohesión del universo. Así cuando escribe: «porque tú amas, deseante dios, como yo amo»242. Y más adelante, en otro poema:

«[...]

[...]

y mi gozo constante de llenarme tú de ti,

es tu vida de dios;

y tu gozo constante de llenarme yo de ti

es mi vida de dios, ¡mi vida, vida!

¡Qué bien se comunican nuestras venas;

por ti circula el sol entre los dos;

[...]

Dios, circula el amor gustador y oloroso,

y cantando circula, tocante y mirador,

porque eres mi flor y mi fruto en mi forma,

porque eres mi espejo en mi idea

(idea, forma, espejo, fruto y flor, y todo único)

porque eres mi música, dios, de todo el mundo,

toda la música de todo el mundo con la nada.

[...]».



Cuando se refiere de modo muy hermoso al beso, por ejemplo243, en lugar de derivar hacia aspectos concretos del amor, une este tema al del amor al universo. ¿Pudor, narcisismo, o filosofía metafísica abstracta?: «Mi amor de cada noche, / mi sol de cada día, / mi venir, mi venir, venir, venir mi dios, [...]»244.

El tema del amor parece en este libro tener más que ver con el de un poeta enamorado de su propio ser, de modo narcisista («[...] Quiero, nombrado dios, que tú te hagas por mi amor esto que soy, un ente, un ser, un hombre [...]»245). Y notemos el título de un poema: «Como tú, mi amor, me miras», referido a dios246.

Como ya indiqué antes, el individuo, lo humano, no existe en Juan Ramón sino como Yo pensante frente al No-Yo del mundo en un mundo abstracto de esencias. Y sin embargo su poesía no es descarnada, porque nos transmite la vivencia afectiva personal de un hombre luchando contra el infinito.

Creo que este lenguaje original, que hace fuerza sobre el uso común del mismo, tiene su fuente en Unamuno y su intento de encontrar las raíces filológicas más profundas del lenguaje para transmitir un pensamiento, como después haría la filosofía de Heidegger en otro estado de cosas. Unamuno transmite el pensamiento en el verso utilizando neologismos formados por derivación. Así cuando Juan Ramón se refiere a «el cuerpialma»247, a «perspectivas ciudadales»248, «el conseguido / miraje del camino más derecho / de mi alma destinada»249, «haberme matinado»250, «rosadios»251, «conciencia rosabella» y «blancabella» y «rojabella»252, etc., etc.

Por otro lado el tema del eterno presente, típico de la poesía orientalista de Paz está aquí, cuando indica que la conciencia de dios es presente fijo.

Vemos que si en la segunda época de Juan Ramón se ocupa más de la muerte y de la unidad, ahora lo hace de dios, el dios que transparenta en la naturaleza. Y esto quizás como consuelo al tema de la muerte, que ya ha desaparecido como obsesión, o se enmascara a través de su reflexión.

En fin, todo este libro es una emocionante, intensa oración del poeta con el dios de la naturaleza infinita253. Y personifica a este dios, que encuentra simultáneamente en la Naturaleza y en el interior de su propia alma -dios es la verdad en mí, dirá254-.

Si para Heidegger el hombre es el pastor del ser, en Juan Ramón: «entre los cuales va nuestra conciencia, / dios, como el más pastor»255.

Encuentro huellas de la segunda época de Juan Ramón hasta en el Emilio Prados de El misterio del agua -hermosísimo poemario de 1926-27256-. Y en lo que se refiere a Dios deseado... hay una clara relación con los poemas de Cántico de Guillén cuando afirma: «estar despierto yo. ¡Qué maravilla!»257. Pero en Guillén se oculta el yo, mientras que en Juan Ramón este yo es total, es todo, tratando de asirse en su gigantesca dimensión y expansión a un dios que también, para colmo, encuentra en el propio yo; aunque haya una cierta relación, no enteramente solipsista, con la naturaleza y el No-Yo, pero siempre desde la óptica del Yo que informa toda su poesía.

Dios es belleza, nos dice258. Y el hombre aparece como hermano de dios («los dos humanos»259), pero esto nos lleva a preguntarnos si este dios no es un mero espejo del yo: ¿acaso no hay un desesperante solipsismo narcisista en este último Juan Ramón? Sin embargo, pese a la falsedad que se pueda percibir en el fundamento base de su pensamiento, si se quiere, no podemos menos que admirar esta poesía por grandiosa logomaquia260.

Aparece aquí el juego paradójico de opuestos261, que ya había intentado en los dos libros anteriores, ahora con el juego entre todo/nada. Pero la intensidad suprema de Dios deseado... no es comparable a nada de lo que antes había escrito.

Este libro es así un soberbio testamento poético de una mente grandiosa, que se expresa en verso, y que intenta retornar a la infancia en el último momento de la vida262.

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