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El prólogo preterido de Dios deseado y deseante

En la edición de 1964 de Dios deseado y deseante realizada por Antonio Sánchez Barbudo, se contenía como apéndice «Camino de fe. Prólogo inédito de JRJ a Dios deseado y deseante»263.

Creo que esta edición de Sánchez Barbudo cae en la pedantería de imprimir los comentarios del crítico en letra mucha más voluminosa que los poemas. Los comentarios son además a veces paráfrasis reiterativas. Pero era la única manera, hasta hace poco, de leer este espléndido libro en el que creo el poeta proyecta su yo en un dios, tratando de hacer entrañable un dios panteísta. Son auténticas oraciones, aunque hable a la divinización de su yo, esteticista y místico. El lenguaje del libro es claro, aunque trata de expresar lo inefable. Lo difícil es la comprensión del mensaje, no el lenguaje. Y resulta curioso que la mujer y la amada estén ausentes de su visión de esta época, en la línea de lo que ya he venido apuntando antes, tal vez porque son poemas que constituyen un invento maravilloso para burlar la muerte.

Barbudo fecha este prólogo, entrando ya al tema que nos ocupa, a finales de 1952 o de 1953. Y añade: «Podría hablarse, pues, de un cierto acercamiento de Juan Ramón al cristianismo, cierto cristianismo, en los últimos años de su vida»264. Pero Barbudo señala a continuación que no hay tal proximidad al cristianismo, o si la hay se trata de una visión heterodoxa: «Más que asimilarse él a Cristo parece querer asimilar el Cristo a él»265. Y las referencias al Paraíso las interpreta como relativas a la belleza en la tierra, concluyendo266:

«Y, en resumen, es indudable que, a pesar de las variadas referencias a Jesús, el Padre, el Paraíso y demás, de lo que Juan Ramón habla en este prólogo, escrito después de los poemas, lo mismo que en los poemas de Dios deseado y deseante, es sólo de 'eternidad' y de 'dios' aquí, en este mundo, en esta vida tan solo».


Tal vez siguiendo con esta tradición crítica, Alfonso Alegre incluye un prólogo al comienzo del poemario, de índole panteísta267. Se trata del prólogo que insertó el poeta en su edición de Animal de fondo (1949) con el título de «Notas» al final del libro, luego reeditado en la Tercera antolojía y en la edición de Sánchez Barbudo de Dios deseado... (1964). Alegre encuentra en Río Piedras un texto manuscrito del poeta, que indica quería figurara como prólogo al libro. Allí se lee268:

«Para mí la poesía ha estado siempre íntimamente fundida con toda mi existencia y no ha sido poesía objetiva casi nunca. Y ¿cómo no había de estarlo en lo místico panteísta la forma suprema de lo bello para mí? No que yo haga poesía relijiosa usual; al revés, lo poético lo considero como profundamente relijioso, esa relijión inmanente sin credo absoluto que yo siempre he profesado [...] Es decir, que la evolución, la sucesión, el devenir de lo poético ha sido y es una sucesión de encuentro con la idea de dios. [...] Si en la primera época fue éxtasis de amor, y en la segunda avidez de eternidad, en esta tercera es necesidad de conciencia interior y ambiente en lo limitado de nuestra morada de hombre. Hoy concreto yo lo divino como una conciencia única, justa, universal de la belleza que está dentro de nosotros y fuera también y al mismo tiempo. Porque nos une, nos unifica a todos, la conciencia del hombre cultivado único sería una forma de deísmo bastante. Y esta conciencia tercera integra el amor contemplativo y el heroísmo eterno y los supera en totalidad».


Juan Ramón comenta que encontró tres veces a dios en su vida: al final de su primera época hacia los 28 años en mutua entrega sensitiva; al final de la segunda, con 40 años, como fenómeno intelectual de conquista mutua; y en lo penúltimo de la tercera época269:

«[...] se me ha atesorado dios como un hallazgo, como una realidad de lo verdadero suficiente y justo. Si en la primera época fue éxtasis de amor, y en la segunda avidez de eternidad, en esta tercera es necesidad de conciencia interior y ambiente en lo limitado de nuestra morada de hombre. Hoy concreto yo lo divino como una conciencia única, justa, universal de la belleza que está dentro de nosotros y fuera también y al mismo tiempo [...]».


Aprovecho para decir que siempre me ha parecido curiosa la estructuración de la poesía de Juan Ramón en tres etapas y de una manera tan nítidamente diferenciadas. En realidad es la lucidez y autoconciencia del poeta quien estructura así su obra, y luego ofrece a Ricardo Gullón y Juan Guerrero Ruiz sobre todo el resultado de esta autorreflexión sobre su propia obra. De este modo el mejor crítico de la poesía de Juan Ramón es él mismo. No solo ha conseguido un logro poético sino que además nos ha dicho a todos los críticos posteriores lo que teníamos que decir acerca de ese logro poético. Esto explica que la crítica juanramoniana repita hasta la saciedad los mismos tópicos interpretativos que, si se busca un poco, se descubren como fuente en el mismo poeta en su espléndida prosa. La prosa de Juan Ramón es densa, intensa, llena de sentidos y sugerencias, de lucidez interpretativa -autointerpretativa también- y a ella debemos remitir al lector, aunque aquí exceda de nuestra intención crítica su análisis.

Así pues, en este prólogo Juan Ramón nos habla del sentido vocativo de su obra en avance hacia dios («Y comprendí que el fin de mi vocación y de mi vida era esta aludida conciencia mejor bella, es decir jeneral, puesto que para mí todo es o puede ser belleza y poesía, expresión de la belleza»270). Y añade: «Mis tres normas vocativas de toda mi vida: la mujer, la obra, la muerte, se me resolvían en conciencia [...]»271.

En fin, nada queda al crítico por decir después de estas palabras. El poeta ha escrito su poema y luego lo que significa el poema, autointerpretándolo, como luego harían por ejemplo Jorge Guillén272 y Octavio Paz.

Juan Ramón aprovecha para criticar la poesía comunista y social de propaganda y se reafirma en que la búsqueda de la belleza es su vocación durante toda su vida.

Puede verse que toda la obra poética de Juan Ramón constituye un gigantesco constructo teórico que no es una filosofía sino una idea del mundo, una auténtica cosmovisión expresada en verso. Los críticos posteriores han tenido el trabajo fácil, y ha bastado con que glosaran lo propios escritos teóricos del poeta. ¿Es sin embargo un constructo falso, una especulación en el vacío todo este edificio intelectual filosófico-poético? Probablemente. Pero el mensaje de Juan Ramón nos ha llegado nítido, claro, independientemente de que no terminara la publicación de su obra completa. Me parece uno de los poetas más conscientes del propio logro intelectual de todo el siglo XX, aunque este logro sea eso: un edificio vacío, pero lleno de una enorme capacidad de sugerencia y fascinación que imantan al lector.

Y, siguiendo como decía la tradición de Sánchez Barbudo y los intérpretes del panteísmo del poeta, Alegre incluye el prólogo encontrado por Barbudo entre los apéndices, bajo el título de «'Camino de fe': un posible prólogo a Dios deseado y deseante»273. Este mismo prólogo no está recogido por Sánchez Romeralo ni en Leyenda (1978) ni en Poesías últimas escojidas (1982).

Señala Alfonso Alegre que es difícil saber de la voluntad última del poeta, ya que choca la idea de este prólogo preterido con el que recogió como «Notas» a Animal de fondo y al que me he referido antes274:

«[...] Al haberse publicado esas 'Notas' en vida del poeta me ha parecido más adecuado ponerlas como prólogo al principio del libro y dar en apéndice este proyecto de prólogo».


Así pues nos encontramos con un prólogo preterido por la crítica, cuatro páginas mecanografiadas con anotaciones, en una de las cuales se compara a Cristo con Buda, con referencia explícita a Rabindranaz Tagore.

Todo este prólogo posee un sentido cristiano que informaría el de todo el libro275, aunque del cristianismo pasa enseguida a la belleza como fin276. La belleza aparece como naturaleza, no como estética. Aunque afirma quiere ir a Cristo sin Papas ni muros, directamente277. Es coherente la evolución de Juan Ramón en su oración laicista de Dios deseado y deseante.

Lo curioso de este prólogo preterido es que Juan Ramón menciona a Jesús, a Cristo como Maestro de poesía, y con insistencia en el tema de la belleza como foco de su atención al que parece supeditar incluso estas referencias religiosas. Y espera llegar al paraíso con Jesús. Añadiendo278:

«Ésta es mi fe, Jesús de mi vejez, la fe de mi vejez en ti que me fuiste viejo, el amor a todo lo que veo, a todo lo que siente. Esa es mi fe porque la veo, ver la belleza en todo lo que miro o mejor mirar bello todo lo que veo. Y yo sé que por Jesús de Marta y de María, otra María que no era su madre, que el Padre es el amor orijinal, que eso quiere decir Dios, Manantial, y en ese amor por fe, Jesús y yo nos hallaremos en Dios un día con los nuestros [...] Yo puedo ir a la palabra que es Jesús para mí por mi camino propio, por mi palabra y por ella voy. Voy a la palabra sin adorno, sin vano comentario escolástico, sin santos padres, sin Papas, sin muros, voy a su palabra aislada de El Libro como a un campo de margaritas en primavera humana o como un espejo de luz en el humano invierno.

La muerte será sólo entonces el descanso eterno y grato del día eterno que así será sueño eterno de hermoso ensueño».


Aquí puede verse sin embargo que la religión en la que cree este último Juan Ramón constituye una relación directa, sin intermediarios eclesiásticos, con las figuras de Dios Padre, y de Cristo. Pero no cabe duda de que ha cambiado radicalmente de orientación en estos últimos años. El crítico debe ser imparcial. Tal vez nos interese y atraiga más el Juan Ramón panteísta, al que volveremos enseguida comentando los libros que sobre el tema de dios en nuestro poeta se han publicado. Pero no cabe duda de que en sus últimos años hubo un giro importante en su pensamiento, tal vez expreso en este prólogo, muy sintomático y creo que muy importante.

El crítico debe desaparecer ante el pensamiento del poeta. Y lo que tenemos es: un prólogo publicado en vida, y otro prólogo, de índole más cristiana, inédito, pero que ha sido injustamente preterido por la crítica a los apéndices de las ediciones, porque no encajaba con el panteísmo del poeta, que nos resulta más atractivo, más moderno. Pero este prólogo está ahí, y es importante. Un prólogo es lo que da sentido a un libro, y entonces, a la luz del mismo, podemos observar el paso imperceptible que se da de la oración panteísta de Dios deseado y deseante a un Dios cristiano, escrito con mayúscula, aunque se afirme el anticlericalismo republicano de Juan Ramón, que n necesita intermediarios eclesiásticos en su trato con un Dios, que sin embargo, claramente, es el Dios cristiano, el Dios de El Libro -como él llama aquí a la Biblia-.

Así pues este prólogo debe estudiarse, debe analizarse, no puede marginarse por la crítica, que ya había formado una concepción de nuestro poeta, y no quiere modificarla porque representa un pensamiento distinto al que nos había acostumbrado en toda su vida.

A mí me cabe la duda de si el ultimísimo Juan Ramón no coqueteó con el cristianismo -entendido a la manera teísta, sin Iglesia- tal vez por inconsistencia afectiva, o como veleidad de pensamiento al tener la muerte cerca. Pero se trata de un prólogo, lo que informa y orienta al libro. Y debemos respetarlo. Debemos incluirlo al principio de las ediciones de Dios deseado y deseante, no preterirlo a los apéndices. Hay que ser respetuosos con el pensamiento del poeta, que aquí queda claro.

Creo que tal vez Juan Ramón, al final de su vida, sintió miedo a la soledad y la muerte en esos momentos cumbre que marcan la vida de un hombre de modo definitivo, al tomar conciencia del próximo fin de Zenobia; y ello le hizo acercarse, de modo personal, independiente y heterodoxo, al pensamiento cristiano, aunque desde su óptica simultáneamente teísta y panteísta.

Es posible que este prólogo traicione el pensamiento panteísta del libro a que da sentido, y tal vez el de toda su obra, pero es revelador de una actitud, y coherente con su oración en el velatorio de Zenobia279. Quizás Juan Ramón creía en un dios que se puede encontrar en todas las religiones, y por tanto también en la católica, aunque él lo hallara fundamentalmente en la belleza y en la naturaleza en torno.

Creo el misticismo de su obra se ubica en la linde con este pensamiento cristiano, que engloba su actitud general ante lo que Octavio Paz llamaría insistentemente la otredad, que tiene una múltiple manifestación en diversas religiones y diversos modos de enfrentarse ante el misterio del origen de la existencia. Quizás tampoco haya un cambio en su pensamiento poético, en este prólogo, sino una simple evolución. Pero creo sigue siendo independiente, teísta, panteísta. Y si el miedo, o quizás el recuerdo de su amor perdido, le hace recurrir al mito cristiano, ello no debe verse sino como una manifestación más de su modo de acceso de todas las formas en que se manifiesta la otredad.

El estremecedor testimonio de De ríos que se van

Recientemente la crítica ha recalado en la importancia de la relación amorosa de Juan Ramón y Zenobia, y ahí tenemos correspondencia publicada entre ambos, y los diversos artículos del número 7 de la revista Anthropos280.

Pero todos estos textos quedan cortos si nos enfrentamos a los poemas últimos de Juan Ramón, incluidos en De ríos que se van (1951-1954), dedicados íntegramente ahora a su mujer, al saber que iba a irse, que iba a morir. En ese momento el poeta rompe con su pudor. Hasta ahora la intimidad que había volcado en sus poemas era una intimidad literaria, de libro. Ahora nos habla con el corazón, quizás porque ha descubierto de modo e irrefutable y definitivo la importancia de la figura de Zenobia en su vida, ahora que se va a morir.

El poemario está dedicado: «A mi mujer, por la esencia de su alma ya vista». Esta hermosa dedicatoria nos habla de que el poeta comprende la esencia del alma de su mujer, más allá de las apariencias físicas.

El libro, curioso, me parece tiene un aire guilleniano, cuando el poeta de Valladolid ya había publicado en 1950 la edición definitiva de Cántico. Y me resulta más curioso sabiendo de la enemistad que se tenían ambos, y de la que yo mismo pude ser testigo en mis conversaciones con Guillén, quien recordaba no sin mala intención que Juan Ramón se apellidaba Jiménez Mantecón, lo que venía a ser una bofetada a su esteticismo. También el contenido, no solo la forma, me evoca a Guillén. Hay una interconexión entre la poesía del 27 y la de Juan Ramón, en influencias mutuas, como he ido señalando a lo largo de este estudio.

Y una vez más, el tema de Dios281:

¿Y DIOS?

«Pues yo soy yo, yo estoy

en brazos de mi amor

que es ella, sí, y que está

en mis brazos.

¿Y Dios?

Es y está en al abrazo

que nos damos los dos

en el todo

fundidos

y la nada del hoy».



Ahora el poeta parece haber recuperado la razón, sabe cuál es el eje de su vida: el amor concreto, también esencial y espiritual, a Zenobia. Tal vez fue demasiado tarde. Frente a ese amor el resto de su obra palidece y queda como un gigantesco constructo, como una gran logomaquia especulativa que no tiene sentido más allá de sí misma. En cambio el amor a Zenobia permanece como un ejemplo. El poeta recapacita y se da cuenta de la importancia de ese amor, que no había tenido reflejo en su obra, más allá de referencias literarias y enmascaradas. Parece como si ahora el poeta hubiera encontrado el eje de la realidad, que estaba oculto en su pensamiento metafísico. Como si precisamente este pensamiento metafísico, muy de época -la fenomenología- le hubiera alejado del centro. Y el centro era el amor, el amor concreto, real, no especulativo ni filosófico, a la figura en carne y hueso de la amada al lado, de Zenobia, ahora que iba a irse... Poco tiempo le sobreviviría el poeta a la dama... La foto más estremecedora que conozco es la de Juan Ramón envejecido, solo, rezando en la tumba de Zenobia, que publicó la revista Poesía282... Es la foto más trágica que he visto, porque en los ojos del poeta se ve la muerte, y no la muerte literaria, sino la real, la auténtica, el fin del único sustento, de la amada.

Así, el título del poema «Los dos en más realidad»283, nos da idea de esta percepción última de Juan Ramón, que como Don Quijote, se enfrenta a la verdadera realidad cuando iba a morirse. En ese poema se lee:

LOS DOS EN MÁS REALIDAD

«Yo vine del allí libre

y estoy preso en este aquí;

antes yo era lo infinito

que hoy no sé ya concebir;

soy sólo el que considera,

sin comprenderlo, aquel sí

que fue y que ahora es el no.

... Y lo que iba a decir:

morirme es volver a ser

lo infinito que ya fui,

ser lo que ya no comprendo.

(¡Y es estar contigo en ti,

mujer, cuando tú te mudes

para ese mismo sinfín!)

Es la fe del más gran mar,

fe innecesaria, que a allí,

como todo está en su sitio,

sólo es necesario ir, ir,

morir, ir, volver, ir,

llegar, morir, ir, ¡morir!

(¡Morir para siempre ya

contigo, mujer, tú en mí,

yo en ti, los dos en los dos,

en igual trasexistir!

Los dos en más realidad,

orijen en fin, al fin;

los dos en lo orijinal,

sin nunca inquirir ya si

esto es aquello o lo otro,

sin nadir o sin cenit;

un sentido de sentidos,

suma total del sentir.

Ser la nada de lo todo,

la sombra del cuerpo,

sin el cuerpo que es ya sombra.)

¡Pues venga todo el morir!».



Como puede verse es un estremecedor testimonio ante la proximidad de la muerte. Es un poema auténtico, como no lo era la mayor parte de su poesía anterior, enmascarada por el pensamiento metafísico, por la especulación filosófica y literaria. Aquí es la propia muerte real la que se está viendo, y la de la persona amada.

Además, cuando indica «aquel sí / que fue y que ahora es el no», tal vez se está refiriendo a su cambio de pensamiento, tal y como fue expresado en el prólogo preterido de Dios deseado... a que me referí. Como si el poeta hubiera cambiado y ya no tuviera tiempo para vanas especulaciones mentales, y se acerca directamente, de tú a tú, como hombre de carne y hueso, a la propia muerte y a la de la amada, que presiente unidas.

Hay otros muchos poemas más que podríamos comentar de este impresionante libro284, en el que aún hay sitio para el panteísmo, el panteísmo teísta propio de Juan Ramón, en un poema que es casi un haiku oriental285:

CON TU VOZ

«Cuando esté con las raíces

llámame tú con tu voz.

Me parecerá que entra

temblando la luz del sol».



Este libro impresionante nos muestra que Juan Ramón, tan preocupado por su trabajo gustoso y por su Obra, cuando va a perder a Zenobia lo deja todo: «¡No sé qué hacer con lo mío!», exclama286. Se explica que abandonara en el último momento de su vida todos los proyectos de creación y de revisión de su obra que tenía.

Es en fin este un libro profundamente emocionante, por la pérdida de la amada, que le hace olvidarse de todo el tema panteísta y filosófico de su obra anterior, ante el terrible drama humano de la muerte del ser más querido, que destruye de un golpe todas las abstracciones de su ilusorio pensamiento poético. Es un libro humanísimo y auténtico sobre la proximidad de la muerte y el fin, que no merece el olvido en que yacía.

De ríos que se van me parece es claramente el texto más auténtico y estremecedor de este singular poeta que hizo de su vida literatura, y de su literatura vida.

Influencias sobre y de la poesía de Juan Ramón

Juan Ramón Jiménez y el modernismo filosófico287

Creo que Juan Ramón planificó cuidadosa y meticulosamente el puesto que quería ocupar en la Literatura Española, y empistó a los críticos -en realidad más bien les impuso su criterio- hacia la determinación de las épocas y características de su poesía.

Un ejemplo de todo esto lo encontramos en los diversos textos de Ricardo Gullón sobre nuestro poeta, en los que Juan Ramón va diseñando todo un pensamiento crítico que el filólogo se limita a recoger y luego a aplicar en sus estudios.

Así por ejemplo en los libros de Gullón y Azam, las consideraciones que se contienen acerca de la relación de Juan Ramón con el modernismo filosófico, vienen en realidad dictadas por el poeta, y los críticos solamente las desarrollan. Incluso las cartas de Juan Ramón son muy medidas y pensadas, de hecho tenía la intención de publicarlas dentro de su obra completa, y se escriben pensando siempre en la posteridad, que era lo que en verdad le preocupaba288. Aprovecho para indicar que aún están por estudiar de modo completo, y por supuesto editarlo, este corpus de la correspondencia juanramoniana, que tiene singular valor para comprender la intimidad del poeta, aunque generalmente disfrace sus sentimientos, de modo medido y meditado, pensando en su posible publicación.

Si analizamos por ejemplo el libro de Ricardo Gullón, Conversaciones con JR289, encontramos las ideas de Juan Ramón acerca del modernismo como forma literaria que engloba hasta a la generación del 98, lo que luego daría lugar a los conocidos trabajos sobre el tema del profesor Gullón, en contraposición a las teorías de Guillermo Díaz-Plaja en Modernismo y 98 que seguiría por su parte Pedro Salinas. Nuestro poeta afirma que290:

«El modernismo no es un movimiento literario, ni una escuela, sino una época. Como el Renacimiento. Se pertenece al modernismo como se es del Renacimiento: quiérase o no se quiera. El modernismo empieza en Alemania, en lo religioso, y es una tentativa conjunta de teólogos católicos, protestantes y judíos para unir el dogma con los adelantos de la ciencia. El dogma que, naturalmente, no es la doctrina. Nada tienen que ver dogmas marianos, nacidos en la Edad Media, con la doctrina evangélica [...]».


Juan Ramón considera a Unamuno modernista291, y también a Martí, Silva y Rubén en Hispanoamérica. Luego comenta: «Yo entiendo que el modernismo significa sobre todo juventud y renovación»292.

En fin, puede verse cómo existe una preocupación teológica en nuestro poeta, con una teología moderna y heterodoxa, y que trata de vincular su interés por el tema religioso -asociado en su caso al panteísmo también, y a las figuras del mito cristiano, pero ausente de la sujeción a la Iglesia- a otros pensadores de raigambre cristiana -igualmente heterodoxa- como Unamuno. Quizás también puede rastrearse en este texto la influencia inmediata de lecturas recientes, aunque en verdad Juan Ramón iba a insistir en este tema en otros puntos de su producción ensayística.

Seguidamente enlaza en este libro con temas literarios, y considera las Rimas de Bécquer como «el mejor precedente del simbolismo»293. Y se refiere a influencias sentidas en su literatura: el krausismo294, la gran influencia de Darío de la que se sacudió porque «no cabía en lo andaluz»295, y diversas referencias a sobre todo a Verlaine -antes de que lo leyera Darío, dice-, Richepin, Catulle Mendès, Leconte de Lisle -¡qué pena, añado, que se haya olvidado a este genial poeta, del que ni siquiera en París he podido encontrar en las librerías textos recientes!296-.

Identifica el simbolismo con el modernismo, y adjudica a él a W. B. Yeats y Swinburne, y en Italia a Carducci y a D'Annunzio, mencionando además el libro de Bowra Le herencia del simbolismo297. Insiste mucho en la figura de Unamuno, a quien admira sinceramente298, aunque gusta de marcar las diferencias299:

«El verso libre mío -observa- es muy diferente del de Unamuno que es bíblico; el de éste es unas veces versículo y otras tiene apoyatura en los agudos. El Cristo de Velázquez está escrito en verso blanco regular, y poemas como Mi Salamanca en verso sáfico».


Notemos esta referencia interesante, por cuanto nos habla que el sentimiento panteísta está presente en todo su pensamiento a partir del Diario... Y en este punto se queja300:

«Yo no sé por qué el Diario ha sido tan mal leído. Es un libro metafísico: en él se tratan los problemas de la creación poética, los problemas del encuentro con las grandes fuerzas naturales: el mar, el cielo, el sol, el agua... Ahora, en estos años, he vuelto a plantearlos en Animal del fondo».


Para autoanalizar todo su proceso poético:

Yo -contesta- no soy realmente un poeta modernista, en ese sentido301 sino simbolista. Empecé siendo sencillo, luego fui complicado, y más tarde volví a la sencillez; pero, naturalmente, a otro tipo de sencillez. Eso es todo».


Y considera que: «Yo- contesta- empiezo a escribir poesía hallándome plenamente dentro de la tradición romántica»302.

En este libro se contienen interesantes testimonios del modo en que realizaba sus correcciones, tan frecuentes, tan inacabables303. Y añade: «He sido vencido: creé más de lo que podía recrear de manera consciente. Esa es mi tragedia»304.

A destacar la singular labor de Gilbert Azam, quien en su extenso estudio sobre la poesía juanramoniana desarrolla todo el tema de su relación con el modernismo teológico305. También se contienen allí referencias a la influencia del krausismo sobre Juan Ramón306, aspecto al que dedica luego dos extensos apartados: «Análisis del krausismo» y «El krausismo: ¿tradición o renovación?», donde se relaciona de modo importante a Dios deseado y deseante con Krause307. Azam plantea temas muy sugerentes, a veces desde una perspectiva excesivamente teológica, y estudia de pasada las obras de Sanz del Río sobre Krause308. Puede achacársele que no analiza directamente al parecer las obras de Krause, sinos los textos que existen sobre él, y además establece una mezcla difusa entre krausismo y modernismo teológico, quizás excesivamente influido por los propios planteamientos de Juan Ramón que se encuentran en el libro antes citado de Gullón. Hay una cierta dosis de clericalismo en los planteamientos de Azam que nos ofrecen una visión poco laicista de nuestro poeta, en lo que puede alejarse de la realidad. Pero también hay ideas interesantes: sobre el modernismo de Unamuno y su visión afectiva de la fe309, el narcisismo de Juan Ramón, etc.310:

«Por consiguiente, la fe supone una atención hacia el yo, ya que sólo es 'la conciencia de la vida en nuestro espíritu'311. Así pues, semejante perspectiva queda inserta en la prolongación del pensamiento krausista. Ilumina el narcisismo de Juan Ramón que no significa aislamiento e incomunicación sino profundización permanente, búsqueda de una Trascendencia, la cual, no obstante, tan sólo atañe a la vida inmanente».


Y concluye, comentando un poema de Dios deseado...312:

«Es obvio que Juan Ramón se sitúa aquí al margen de la ortodoxia católica, rechazando el dogma de la Trascendencia del Padre, el de la naturaleza desigual entre el Creador y la criatura y finalmente el de la redención. Su dios se identifica claramente con su conciencia y tan sólo puede alcanzarse tras una dilatada lucha, cuyo significado descubrimos al estudiar a Unamuno».


Pero yo tampoco encuentro la influencia de Unamuno como determinante en el pensamiento de Juan Ramón, aunque haya concomitancias, en lo que difiero del análisis de Azam y de sus conclusiones313. Hay alusiones interesantes de todos modos en este libro al anticlericalismo juanramoniano314.

Vamos a seguir rastreando en los textos del propio Juan Ramón acerca de su pretendida adscripción al concepto de modernismo teológico y literario, lo que nos lleva a plantearnos si realmente existe un punto de inflexión entre ambos aspectos del modernismo.

Un libro importante de nuestro autor para comprender al respecto su pensamiento es El modernismo. Notas de un curso (1953), que editaron diez años más tarde de haberse dado estas conferencias Ricardo Gullón y Eugenio Fernández Méndez.

En relación a lo que antes anticipábamos, y confirmando nuestra teoría, Ricardo Gullón, en el prólogo mimetiza el pensamiento juanramoniano indicando que para este autor el modernismo es una época, como lo fuera el romanticismo, el renacimiento o el barroco315. Se comenta cómo la oposición contra la mediocridad viene del romanticismo, con el predominio de la pasión sobre la razón316. Y se afirma: «El mal del siglo romántico fue el tedio; el de la época modernista, la angustia»317.

Estas conferencias de 1953, una época en la que Juan Ramón se encuentra en la última madurez, tienen para mí el añadido interés de que el poeta explica sus influencias en las páginas iniciales del libro318. Establece su relación con el modernismo, insistiendo en este aspecto, considerándose modernistas en esta época a Darío, Benavente, Baroja, Azorín y Unamuno319:

«Es muy importante también señalar que el Modernismo tiene un origen teológico y que la llamada poesía modernista, es decir, la parnasiana y la simbolista, pretendían y Rubén Darío lo dice, unir la tradición española en este caso (léase el dogma) a las innovaciones formales (léase, descubrimientos científicos)».


Cuando Juan Ramón se refiere a la ciencia piensa sin duda en la figura de un científico tan humanista y culto como fue Eisntein. Todo un modelo creo para los jóvenes investigadores científicos actuales, que debieran completar su formación, realmente especializada, con una visión cultural de la existencia.

Hay también otro rasgo que creo importante en estos textos antes recogidos. Juan Ramón realiza una difícil pirueta conceptual mediante la que asimila el modernismo literario al religioso. El tema es de difícil aceptación por cuanto creo son dos elementos culturales diferentes. Es verdad que en el modernismo literario hubo elementos religiosos, que llevarían por ejemplo a Antonio Machado a abandonar todos los símbolos de índole cristiana que aparecían en su edición primera de las Soledades (1902), a partir de la segunda de 1907, según estudió con acierto Donald Shaw en su trabajo La generación del 1898. Pero en realidad me parece se trata de dos facetas culturales bien distintas, y creo el sensualismo y la ornamentación del modernismo literario, con su exuberancia formal y su concepción de la poesía ligada a otras artes como la música y la pintura, el concepto también de sinestesia aprendido en Baudelaire, lo alejan enormemente de una concepción teológica, por muy progresista y moderna que fuera, al intentar ligar religión y ciencia más allá del dogma.

Y si esto es así, admitida la mayor, ¿qué podemos quizás por nuestra parte deducir de estas afirmaciones tan insistentes de Juan Ramón? Sencillamente que la última etapa del poeta está profundamente imbuida de una preocupación religiosa, en unas coordenadas de pensamiento heterodoxas, a medio camino entre el panteísmo estético de origen oriental, y el trascendentalismo de origen idealista, todo ello aprendido quizás en un momento inicial en la Institución Libre de Enseñanza a través de las doctrinas krausistas, pero que le llevaría al poeta a un desarrollo conceptual profundamente personal que no se limita al ámbito de esta influencia. Me referiré enseguida a la influencia krausista, y más tarde entraremos en la determinación y caracterización del concepto de dios en Juan Ramón, con lo que aclararemos todos estos aspectos que estamos viendo.

Así pues, cuando Juan Ramón habla y escribe sobre el modernismo teológico, lo único que está haciendo es mostrar al exterior su profunda preocupación por los temas religiosos, pero en un sentido heterodoxo y laicista, con una base profundamente panteísta que no le impide valorar muchos aspectos del mito cristiano en su manifestación más estética y humana. Todo ello quedará de manifiesto en ese impresionante legado y testamento poético que es Dios deseado y deseante, uno de los libros más profundos y originales que se han escrito en el idioma español.

Conste que nuestro esfuerzo no se basa en aproximar el pensamiento de Juan Ramón, muy profundo pero muy clara y sencillamente expuesto de modo muy reiterado en versos, ensayos y aforismos a nuestra propia concepción de la existencia que para nada interesa. He venido a expresar en las páginas metodológicas iniciales de mi estudio sobre Alberto Lista320 cómo lo que me interesa es la relación entre contenidos ideológicos y literarios, entendiendo ideología como cosmovisión. Pero allí también he dejado clara mi intención de empatizar con el pensamiento del autor que estudio, haciendo desaparecer mis propias concepciones, y practicando una auténtica crítica de identificación, tal y como la llamara George Poulet en su Les chemins actuelles de la critique. Por todo ello debo advertir que no trato de llevar el agua de Juan Ramón a ningún molino personal, sino elucidar y desentrañar sus peculiaridades ideológicas y conceptuales, también afectivas -no olvidemos que estamos escribiendo sobre un poeta, no sobre un filósofo-. Hacer un retrato de su intimidad más profunda, y entender todo su cosmos afectivo, cultural e intelectual. Ese es el ambicioso proyecto de este libro, porque lo importante es que el autor viva por sí mismo en las páginas del crítico.

Así pues, cuando Juan Ramón se refiere tan reiteradamente al tema del modernismo religioso, nos interesa mucho menos lo que diga acerca de este movimiento teológico, hoy trasnochado, y nos preocupa mucho más como síntoma de toda una actitud metafísica y trascendental de la existencia. Todo ello quedará creo aclarado en estas páginas si el lector tiene la paciencia de seguirnos en el camino iniciado.

En todo caso, El modernismo. Notas de un curso es un libro muy útil para ubicar a nuestro poeta en un ámbito de influencias, en el que destaca con originalidad propia. Debe decirse además que muchos de estos apuntes influyeron bastante en la generación de tópicos filológicos posteriores.

Hay también referencias muy curiosas a autores coetáneos: la visión negativa de Azorín321, frente a sus alabanzas constantes a Unamuno a quien admira322, y por supuesto a Antonio Machado, asociando y caracterizando a estos dos últimos escritores. De Azorín le aparta su actitud política, que nunca comprendió. En cambio culmina y termina la antología de poemas españoles con textos de Machado.

Precisamente esta antología de textos literarios es muy significativa del buen gusto en la materia que tenía nuestro autor. Pero las clases que impartía, sin embargo, no eran de un interés excesivo, salvo por constituir fuente para estudiar su propio pensamiento, a juzgar por las grabaciones que se contienen aquí. Se nota que Juan Ramón trabaja con precariedad de fuentes bibliográficas, y lo que nos atrae de estas conferencias es más bien su propia sensibilidad literaria que es indudable.

Ya he mencionado antes la importancia de su correspondencia, y espero que algún investigador avispado se decida algún día a publicarla completa, porque lo que tenemos son solamente antologías selectas. Admirable el trabajo pionero de Francisco Garfias en este sentido, como en todas sus ediciones juanramonianas, prologadas con estilo lírico e inteligencia. Así, en relación al tema que nos ocupa, en Selección de cartas (1973) se insiste una vez más en el tema del simbolismo y modernismo323:

«A mí me han llamado modernista y simbolista y yo acepto los dos nombres porque el simbolismo que está dentro del modernismo, conviene bien con mi modo de pensar, sentir y expresar la poesía. Yo creo que San Juan de la Cruz y Bécquer son dos simbolistas. Para mí la poesía, lo he dicho constantemente, es misterio, encanto, o intensidad espresiva (más intensidad que profundidad filosófica, etc.) La profundidad es hacia arriba o hacia abajo o hacia dentro, en el mejor caso, pero la intensidad es hacia sí misma, no está situada y por eso su ámbito es el universo. Yo repetiré siempre la norma platónica que me satisface plenamente. El poeta es el hombre que tiene dentro un dios inmanente y como el medium de esa inmanencia: algo sagrado, alado y gracioso del gran misterio y el gran encanto que nos aprisiona. Por eso la poesía es inefable aun324 cuando digan los críticos huecos que si lo inefable no se puede decir no es nada. Pero yo creo que en poesía nunca podrá decirse todo como en ciencia. La poesía es sólo sujeridora. Si un poeta encontrara a la poesía como un ente real en una calle, poesía, poeta y mundo habrían acabado para siempre.

Ahora bien el poeta aparte de la inmanencia divina tiene una conciencia humana y esa conciencia vijilará su espresión».


Aquí volvemos al tema que nos ocupaba. La carta en concreto no tiene desperdicio -no lo tienen en general las cartas de Juan Ramón-, y va dirigida a Ricardo Gullón, como sugiriéndole lo que tiene que escribir acerca de su poesía. Nuestro autor controla la crítica y se autoanaliza en todos estos textos.

También en otras cartas -Cartas. Antología (1992)- se referirá a su concepto de poesía, densa y sin verborrea325, en un hermoso texto, muy poético -se adapta al destinatario- dirigido a Ramón Gómez de la Serna.

Y, si queremos otro ejemplo, una carta en Cartas literarias (1977) dirija a Luis Cernuda326:

«El poema es semilla más que fruto, alma secreta de una vida cualquiera. El amor, que es la poesía y la ciencia suprema de la vida humana, no sé si usted sabe, es fatalmente breve; también la rosa y la oración son sólo apoyos para la totalidad. Y la poesía inmanente es ella y todo. Lo inmanente sin tamaño. ¿Qué es tamaño?

En cuanto a la construcción, la 'estructuración', yo no hago el frasco, ni la esencia en el frasco; yo hago la esencia. El que pueda, que la coja. Soy, fui y seré platónico. La espresión alada, graciosa, divina, y nada más, nada menos. Que otros sean los albañiles o los panaderos plásticos del idioma español. Si, como creo, el verbo ha de ser, en el fin tanto como en el principio, es porque es inefable. [...]».


En fin, puede comprobar el lector cómo el tema de la correspondencia de Juan Ramón nos llevaría a otro libro. Yo solo trato de ubicar aquí, con apuntes, destellos líricos y críticos, y referencias, la poesía de nuestro autor, la cima que constituye Dios deseado y deseante, y aquí tenemos los jalones: el tema religioso -vía modernismo teológico, con las salvedades indicadas-, la influencia platónica -que ya estudié en mi edición de La realidad invisible (1999)-, el concepto de poesía densa, esencial y sugerente... Juan Ramón reflexiona una y otra vez sobre el hecho literario, y sobre la propia obra. El mejor crítico de sus textos será siempre él mismo.

Sobre este pretendido modernismo teológico juanramoniano, haciéndose también -como Gullón- eco del poeta, están los textos de Eugenio Florit, que editara la hermosa Tercera antolojía. Para Florit nuestro autor crea «todo un sistema filosófico y religioso» en su última época, con referencias a un dios de la belleza de índole panteísta327.

Es verdad que Rubén Darío vio en él la estética modernista en un artículo de 1904 que recoge Albornoz328. Pero yo creo que nuestro autor superó los aspectos superficiales del modernismo meramente esteticista y ornamental -aunque de bella ornamentación- y nos ofreció una poesía metafísica y profunda, esencial, auténtico pensamiento poético en cosmovisión, aunque con cierta reiteración en los conceptos, en esta admirable última época que estamos estudiando.

En la misma antología crítica de Aurora de Albornoz se contiene un artículo de Richard A. Cardwell que ubica el modernismo -que, añado, tan bien conocía por sus ediciones de Manuel Reina329- en los epígonos del romanticismo, como forma de rebeldía a través de la estética, ante la pérdida de la fe en Dios y las ideas religiosas, y la búsqueda de un nuevo ideal330. Y se refiere al criticismo postromántico y el recurso deliberado al Arte como opio y autoengaño, el flujo espiritual de la nada, la esencia de la eternidad en Juan Ramón331. De este modo el modernismo busca la adoración de la Belleza y la libertad absoluta del arte332, p. 98.

En este sentido, Cintio Vitier, en la misma antología crítica, considera con acierto que Juan Ramón es un poeta mitificado a la manera romántica, el último en este sentido333.

Juan Ramón y la Institución Libre de Enseñanza

A destacar, en el ámbito intelectual de estas influencias de pensamiento, cómo el modernismo teológico que al parecer define a nuestro poeta, viene imbricado en su caso a las influencias de pensamiento recibidas en el ámbito de la Institución Libre de Enseñanza.

La interesante tesis de María Jesús Domínguez Sío sobre La Institución Libre de Enseñanza y JRJ334, no agota el tema de la relación entre Juan Ramón y Karuse.

Domínguez Sío señala en las páginas iniciales de su tesis, ubicando el pensamiento de Krause, cómo Schelling considera que el sistema idealista de la razón335,

«[...] sólo puede realizarse en la religión, interpretada como un sentimiento de dependencia con lo universal. Idealismo religioso que seguirá Fichte, al considerar la mística contemplación del ser divino como el destino del hombre y, sobre todo, Krause, discípulo de Schelling, quien tratará de conciliar el panteísmo idealista con la personalidad divina, en una concepción original: el panenteísmo o doctrina de 'todo en Dios'».


A la muerte de Krause sus discípulos abrazan la filosofía como quien entra en religión, indica Sío336. Y cita a Margarita Gómez Molleda, quien en Los reformadores de la España contemporánea337 ha señalado el carácter religioso de esta filosofía, que es sobre todo una moral. Serían como los últimos erasmistas, dominados por un ideal de piedad338. Para Rodolfo Llopis es «una filosofía mística» que trata de encontrar a Dios en el propio yo.

Precisamente debo añadir por mi parte, que este último aspecto lo encontraremos en el último Juan Ramón claramente. Pero estamos viendo que los análisis de Domínguez Sío, muy valiosos, obvian la esfera de la influencia de las teorías filosóficas mismas de Krause, en las traducciones institucionistas que he señalado antes. Aunque es verdad que hay breves alusiones que intentan resumir lo más esencial de un pensamiento filosófico339, que produjo uno de los movimientos más complejos de la cultura contemporánea española, la Institución Libre de Enseñanza, a la que han dedicado estudios clarificadores López Morillas, Cacho Viú y sobre todo Jiménez-Landi.

Sío recoge cómo en Sanz del Río se destaca la importancia del arte. Aunque creo que lo que toma Juan Ramón de Krause es más bien un talante general que una articulación concreta porque, como vimos en los textos antes recogidos, es muy consciente de que lo que escribe no es filosofía sino poesía con pensamiento poético. Así, para Krause la belleza está subordinada a la divino, y la poesía es el arte más completo, equiparándose el artista a Dios340.

En la filosofía de Krause es difícil distinguir entre metafísica, ética y estética, y todo ello considera Domínguez Sío influye directamente en Juan Ramón341.

A mí me parece que la Institución Libre de Enseñanza, fue un movimiento semejante al que siglos atrás representara el erasmismo, que busca un concepto más abierto y laicista de la religión, pero lejos de la coerción de las instituciones religiosas.

Por otra parte hay otro factor, que señala Domínguez Sío y que creo importante a tener en cuenta: la pertenencia de Krause a la francmasonería y su sentimiento de fraternidad universal342. Además, según la citada estudiosa, Francisco Giner defiende a los francmasones por su indagación libre en la verdad eterna, aunque estima debieran exponerse a la luz del día y abandonar sus prácticas anacrónicas y sectarias, realizando además una crítica constructiva e la Iglesia española343.

Creo que las referencias a los Estudios literarios (1862) de Francisco Giner, confirman lo que intuyo de una mayor proximidad de Juan Ramón a las fuentes de las teorías citadas, representadas por Krause, que a la de sus discípulos, que teóricamente deberían influirle más, y que creo en realidad lo que hicieron fue empistarle para encontrar las raíces de su propio pensamiento en las traducciones españolas de Krause, aunque luego realizara una articulación profundamente personal de su propio pensamiento poético.

Domínguez Sío toca otros temas a los que ya me he referido antes desde otra perspectiva, como la relación de Juan Ramón con el modernismo teológico de Loisy, frente al inmovilismo de la Iglesia344. Y contra la oposición entre modernismo y 98 mantenida por Díaz-Plaja -que como ya he señalado luego mimetizaría Ricardo Gullón en sus propios estudios personales-.

Estudia igualmente cómo su relación con Unamuno le introduce en el modernismo, aspecto que ya viera Azam, y analiza la influencia de Unamuno. Juan Ramón cree que el poeta es Narciso, y en Unamuno el interlocutor del hombre es Dios, que es su propio yo345. «El dios-conciencia juanramoniano, tan heterodoxo, debe mucho a la búsqueda de Unamuno»346.

Domínguez Sío tiene en su estudio páginas sugerentes acerca del ideal de mujer en Juan Ramón347, e incluso del erotismo en su poesía348. Menciona su onanismo inicial, que recogiera Valente349, y referencias a su novia Blanca Hernández Pinzón350, y a Francina (Marie Françoise Larrègle, según Ignacio Prat)351, siendo Zenobia su mujer definitiva352.

Encuentra raíces al tema de dios y la muerte en Juan Ramón por influencia de la Institución Libre de Enseñanza353. Para nuestro autor la fe poética es aspiración al conocimiento y a Dios, como los krausistas354, también un gradual progreso interior355. La interiorización de este sentimiento deriva del Kempis, los krausistas, Bécquer y Rosalía356. El krausismo de su pensamiento se puede percibir en su identificación del ideal poético con el religioso357.

Estudia Sío temas en su obra como la belleza natural, el árbol, los símbolos de eternidad y lo inefable358, el presente eterno -el Tiempo359-, la palabra como esencia y misterio expresado360, la palabra como arma contra la muerte361. Y todo dentro de una concepción de inmanencia, residiendo Dios en la conciencia, consistiendo toda su obra poética en un caminar hacia sí mismo362. Se dirige a Dios como conciencia universal e íntima desde un principio363.

Domínguez Sío hace notar, en este sentido, cómo para Krause el artista es el hombre bello que comprende la belleza y la difunde, tomándola de su propio interior364.

En Juan Ramón el poeta vence a la muerte integrándola en una vida superior de belleza365. Y tiene relación su pensamiento con el de Krause, que considera el hombre debe vivir en su conciencia366. De este modo la muerte, en Juan Ramón, está vista desde lo exterior a lo interior, la misma evolución que se da en los temas de la mujer y la obra367. Para Sío la fuente de este pensamiento no está en Heidegger ni en Nietzsche, sino en Krause. También habría influencias del modernismo de Loisy: la muerte como condición de nuestra resurrección368. La muerte es inherente a la vida, y existe un armonioso diálogo entre ambas, siendo inmortal nuestro espíritu369.

Domínguez Sío se refiere finalmente al complejo concepto de panenteísmo en la obra de Krause370:

«Krause elabora el panenteísmo, síntesis de panteísmo y deísmo, que elimina de ellos lo que menoscaba el valor y la libertad del hombre. El mundo no está fuera de Dios, ni tampoco es Dios, sino que es en Dios; en lo temporal, pues, alienta y se revela lo eterno. El hombre, síntesis perfecta del espíritu y naturaleza conoce a Dios, al mundo y a sí mismo por un proceso de interiorización. En lo más íntimo del yo encontramos las intuiciones que racionalizadas nos llevan de lo múltiple y parcial a lo simple y total: Dios, Bien supremo que nos dicta la norma moral: reproducir en nuestra vida la suya. Esta operación analítica supone la identificación del sujeto y el objeto fundidos, del conocimiento con el Ser, con Dios, pues 'lo absoluto contiene en sí la razón de conocer'».


Es una lástima que Domínguez Sío deje este interesante análisis filosófico para las páginas finales del libro, tratadas de modo somero, porque creo en las teorías metafísicas de Krause está la fuente de gran parte de la cosmovisión de Juan Ramón, aunque luego la elabora de modo personal y diferente, estableciendo un pensamiento poético en sus versos, que no son propiamente filosofía sino la reiteración de una concepción madurada personalmente, pero a partir de las intuiciones halladas en Krause.

Para Sío, el rechazo de los dogmas, por ejemplo el de la infalibilidad papal, que se encuentra en el modernismo teológico de Loisy, siendo Cristo solo un hombre, son también fuentes del pensamiento juanramoniano, al igual que la búsqueda de Dios por los krausistas en el interior de su conciencia371. Por todo ello la citada crítico concluye que Juan Ramón crea una mística laica, con base en el krausismo y en el modernismo filosófico372, siendo su subjetivismo consecuencia del panenteísmo krausista373.

De este modo termina el sugerente estudio de Domínguez Sío, que creo sin embargo no agota un tema que hay que seguir desarrollando, prestando más atención a los conceptos filosóficos y a las teorías metafísicas, en relación a la poesía última de Juan Ramón. Esto lo desarrollaré por mi cuenta en el epígrafe final de este mismo estudio que tiene el lector en las manos.

Influencias literarias sobre Juan Ramón

Otro aspecto a estudiar sería el de las influencias literarias sobre Juan Ramón, ya que hemos abordado el de las que conciernen a su pensamiento poético y religioso, que van unidos.

En este punto debe señalarse una vez más la profunda originalidad de nuestro poeta, que en una lucha constante con la palabra llega a expresar una voz profundamente propia, ya desde los libros del último momento de la primera etapa, inmediatamente anteriores al Diario de un poeta recién casado, y por supuesto en la segunda y tercera épocas de su obra.

Pero Juan Ramón nos deja claras sus preferencias y gustos poéticos en numerosos puntos de su producción ensayística, sin que ello quiera significar, insisto, una dependencia literaria.

De este modo, en La corriente infinita (1961)374, en donde se contienen trabajos en prosa desperdigados en revistas y periódicos por nuestro autor, hay un hermosísimo texto titulado «Recuerdo al primer Villaespesa»375, que nos demuestra que el Juan Ramón más íntimo y humano está en su prosa, con la evocación de una juventud en la que los poetas se creían dioses376:

«En esta primavera, este viernes santo, la muerte me revuelve con muertes aquella vida, antigua primavera despreocupada, loca, riquísima, en que veíamos por vez primera los colores del mundo y despertábamos, entre las hojas verdes, a la idea de inmortalidad. Todo era nuestro, y despreciábamos todo lo que no fuera la gloria, es decir, nuestra gloria, puesto que nos creíamos y éramos, por tanto, dioses. Muchos años, muchas cosas, muchas primaveras por medio. Pero el recuerdo de aquellos días de entusiasmo, fervor, dinamismo, esperanza, libertad, fe, vuelve a mí, no sé si como mi abril mejor, pero sí el más lustroso y profuso. Vendrá luego el dominio, la serenidad, la unidad; aquel verdor, aquel fulgor del mundo ya no vuelven más. A veces he ido a mis primeros versos y a los paisajes donde los viví, con la idea de encontrar aquel resplandor oriental de la poesía, aquel color de 1899; pero no eran los que yo recordaba; sin duda el color estaba en mis ojos de entonces y en la memoria de mis ojos de entonces. Aquella blancura del amor, aquel emanar del agua corriente, aquel sabor de la naranja, aquel olor del nardo, aquel verdor del pavo real, aquel morado, aquel hondo morado de la tarde, aquel amarillo de la estrella, aquel primer libro de Rubén Darío, que Francisco Villaespesa y yo leíamos embriagados en aquel ejemplar único de Salvador Rueda, no volverán».


En este interesante libro se contienen referencias a la poesía de Bécquer, que hay que señalar fue Juan Ramón abanderado en su descubrimiento, luego seguido por los poetas del 27 sobre los que nuestro autor tanto influiría, en su poesía y en su crítica377.

Considera a Azorín más crítico que poeta378. Ensalza en cambio sus primeros libros levantinos, que considera muy bellos, aunque luego le reconviene por su postura ideológica y política379.

Habla de la influencia de Espronceda en Valle380, tema sobre el que yo mismo he escrito en mi La sombra de Espronceda381. Y reconoce que sobre su propia poesía ha habido la influencia de Augusto Ferrán, al igual que Bécquer y Rosalía382. Juan Ramón se muestra en este punto, con cierto egotismo, orgulloso a su vez de su influencia sobre las generaciones siguientes383.

El fiel amigo de Juan Ramón, Juan Guerrero Ruiz, de quien acaba de publicarse una edición completa, mucho más amplia que la primera, y no censurada, de Juan Ramón de viva voz (1998), es un testigo impagable de la intimidad de nuestro autor, que se abre ante el amigo384.

En el primer volumen del libro se encuentran referencias a Zenobia, con la que quiere entablar matrimonio385. Y al mismo tiempo, unido a ello, referencias a su concepción poética que queda clara en sus palabras. En un testimonio de 1922, año en donde ya se encuentra en plena madurez creadora de su segunda etapa, manifiesta que cree en la inspiración386:

«[...] El poeta crea en un rapto, y al lector, a veces, no le es fácil comprender, cosa bien explicable. Para la poesía hace falta un estado receptor, y no todos pueden alcanzar el sentido de lo que el poeta creó en un momento de inspiración».


El poeta confiesa también que necesita de los árboles para vivir387.

Juan Ramón nos muestra en este libro, creo, que vivía para su obra. Este es un testimonio importantísimo de su verdadero modo de ser, un texto de apasionante lectura, recogido con todo amor por Guerrero Ruiz, quien fuera su primer amanuense y admirador, en una época en que aún se creía en la figura romántica del poeta genio a quien admirar y seguir.

El volumen segundo de este libro, que abarca los años 1932 a 1936, contiene referencias a la neurastenia juanramoniana, a sus hipocondrías. Y ataques a miembros del 27, por ejemplo cuando cree que Sobre los ángeles es un libro sin importancia388, lo que creo nos demuestra la ceguera de nuestro poeta para el surrealismo, que él mismo solo practicó y de modo peculiar y limitado, en el poema Espacio.

Juan Ramón se nos muestra como un egocéntrico, que cree influye en Pedro Salinas a quien indica él lanzó389. Indica que no le gusta Lorca390, critica mucho a la gente del 27 y se pelea por nimiedades narcisistas con Guillén391.

Hay detalles interesantes, como cuando indica firmó como Jaime Luis Piquet tres poemas en El Sol en 1933, lo que creo la crítica no ha recogido. Y también conversaciones sobre su negativa a ser académico, al igual que Valle, que tampoco quería392.

Un libro en donde específicamente se contienen muchas referencias a las influencias juanramonianas es el de Bernardo Gicovate, de 1973393.

Allí recoge un interesante testimonio de Juan Ramón, aparecido en Renacimiento en 1907394:

«No creo más que en la belleza... no creo en lo sobrenatural... odio el café y los toros, la religión y el militarismo, el acordeón y la pena de muerte».


Todo esto lo analizaremos más detenidamente cuando tratemos de su concepto de dios.

De todos modos debo decir que creo el problema es que los poetas que sustentan su obra solamente en la belleza, acaban cayendo por insustanciales y falsos, que es lo que pasa con la primera época de su poesía -a excepción de los últimos libros de esta primera etapa-. El segundo Juan Ramón se salva por su esencialismo sencillo y tenue, lleno de sugerencia, y el tercero por la fuerza y hondura de su pensamiento poético. La obra de Juan Ramón, en todo caso, es algo más que belleza: es además el mejor y casi único poeta profundamente panteísta de nuestra literatura, con Vicente Aleixandre.

Pero el libro de Gicovate, volviendo al tema, es bastante difuso y vacuo, aunque tenga referencias muy traídas por los pelos de las pretendidas influencias sobre Juan Ramón. No percibe que nada tiene que ver con sus modelos, y que, se quiera o no, su voz es una de las más originales y propias del firmamento poético español.

Así Gicovate estudia la influencia del simbolismo francés, la importancia de la lectura de Verlaine395. Se refiere a Samain, Moréas, Baudelaire y la revalorización de la creación poética396.

Y el capítulo III397 se dedica al ámbito de sus lecturas inglesas y norteamericanas, comentando la de Emily Dickinson, mal traducida por el poeta, muchas lecturas de Shakespeare, a Yeats y Tagore, a Shelley y Wordsworth. Pero todo esto solo me parece muestra la cultura de Juan Ramón, que leía en inglés y francés. No encuentro en ninguna parte la pretendida influencia de Yeats398. Sí creo puede rastrease una cierta influencia, muy puntual, del T. S. Eliot de Wasted Land en el poema Espacio, cuyo surrealismo me parece más próximo al modelo inglés de Eliot que al francés que influiría sobre el 27.

Para Animal de fondo Gicovate encuentra influencias de San Juan y el Kempis, lo que me parece un verdadero error, porque nada tiene que ver con estos modelos399.

Gicovate no comprende en realidad la obra cumbre de nuestro poeta, Dios deseado y deseante, a quien trivialmente considera exponente de prosaísmo y decadencia400.

En fin, este libro intenta ahogar la profunda originalidad de Juan Ramón en un mar de influencias que le son ajenas, y que constituyen simplemente ecos de lecturas que en verdad no llegan a incidir sobre su obra, sino sobre su formación como intelectual de cultura. La incomprensión que manifiesta hacia su poesía última es un error de importancia, por cuanto es indudablemente lo más valioso de su producción401.

El concepto de poesía en Juan Ramón

Poesía en Juan Ramón

Juan Ramón estuvo toda su vida reflexionando acerca del hecho poético402, porque además de un poeta era un pensador que escribía versos. Su pensamiento gira siempre alrededor de sí mismo; lo que le interesa es su propia subjetividad como medio de comprensión de todo el universo en torno, dentro de sus coordenadas panteístas, y por ende también la propia autodefinición e interpretación de sí mismo. El Yo y el No-Yo, el hombre (poeta) y la Naturaleza, son sus dos grandes preocupaciones intelectuales, que se manifiestan en una serie de textos, tanto en prosa como en verso -auténtica metaliteratura, por emplear un término posterior-.

Por otro lado, sabemos de sus intenciones acerca de un replanteamiento definitivo de su propia obra completa, que recoge Enrique Díez-Canedo en 1944403. Pero estos proyectos de 1943 serían modificados más adelante, como es bien sabido. Todavía en las «Notas» finales de Libros de poesía (1967, 3.ª ed.404), considera que Dios deseado... es una anticipación de libro, posterior a Lírica de una Atlántida -título que emplearía Alfonso Alegre para su reciente edición de la poesía última del autor en Círculo de Lectores, Hacia otra desnudez y Los olmos de Riverdale. Indica en esa nota que quiere dividir su obra en seis volúmenes con el título de Destino, proyecto que luego modificaría, como ha estudiado Antonio Sánchez Romeralo, para denominar Metamorfosis a su obra completa, de la que este crítico publicó la antología poética casi toda prosificada en Leyenda y los riquísimos aforismos de Ideolojía.

Tendremos que volver a estos conceptos, que apunto aquí brevemente, cuando abordemos el tema de dios en Juan Ramón405.

Pues bien, su poesía, después de sus veleidades propiamente modernistas -me refiero al modernismo sensual y ornamental, y no al modernismo filosófico como actitud literaria que defendería en sus prosas, como hemos visto- busca la sencillez y lo espontáneo, según explicara en la carta de 1919 que incluyó al principio de la Segunda antolojía poética y que Eugenio Florit inserta también al principio de la Tercera antolojía poética que él editó con el cuidado amoroso de Zenobia por detrás. Allí, en este libro dedicado «A Zenobia de mi alma», se lee406:

«[...] Puesto a escojerlas (las poesías), lo que yo tengo por más sencillo y espontáneo de mi obra, coincidía siempre, como yo creo natural [...] con lo más depurado y sintético, dentro del 'tipo' de cada una de mis 'épocas'.

¿Qué es entonces sencillez y qué espontaneidad? Sencillo, entiendo que es lo conseguido con los menos elementos; espontáneo, lo creado sin 'esfuerzo'. Pero es que lo bello conseguido con los menos elementos, sólo puede ser fruto de plenitud y lo espontáneo de un espíritu cultivado no puede ser más que lo perfecto. [...] De otro modo, volviendo a la idea: la perfección, en arte, es la espontaneidad, la sencillez del espíritu cultivado. [...]».


Y se refiere en ese mismo libro a «mis tres presencias: el desnudo, la obra, la muerte»407, como sus tres grandes leitmotivs temáticos.

Por otro lado Juan Ramón es consciente de que reitera una y otra vez las mismas ideas en distintos versos. Así en Primeros libros de poesía, como nota dentro de Poemas mágicos y dolientes, lee408:

«¿Repetición de las mismas cosas? Sí. Una obsesión de felicidad. También el amor repite los besos hasta lo indecible, y cada uno tiene un encanto nuevo».


Hay también referencias en la obra de Ricardo Gullón Conversaciones con JR a la inefabilidad de la poesía409:

«Poesía inefable existe. La poesía es una tentativa de aproximarse a lo absoluto, por medio de símbolos. Lo universal es lo propio; lo de cada uno elevado a lo absoluto. ¿Qué es Dios sino un temblor que tenemos dentro, una inmanencia de lo inefable? Los místicos lo hacen, o al menos intentan hacerlo, y lo mismo procura a su manera cada cual, interpretándolo a su modo.

Platón en el Fedro dice que el poeta es el poseído; el poseído por un dios, malo o bueno: por dios o por el demonio. La poesía, en su concepto, debe ser sacra, alada y graciosa, y el reino propio de la poesía es el misterio y el encanto. Algunos críticos, que no entienden nada, podrían aprender en Platón».


En este mismo libro comenta a Gullón su último proyecto de edición de obras completas. Le indica que Aguilar tiene problemas para vender las de Azorín -me resulta enormemente curioso, por lo buscadas que son hoy día, como raras, en las librerías de viejo-, y que las tienen detenidas sin saber si las van a publicar enteras, y le proponen una antología de sus siete libros410. Indica que cada uno de los siete libros contiene cerca de mil páginas, y no encuentra editor que se haga cargo de esta extensión:

«Los siete libros ya sabe que son: Leyenda -verso-, Historia -prosa lírica, Política -prosa crítica-, Ideolojía -aforismos-, Traducción -¡tantas versiones, miles de versiones, como llevo hechas!-, Carta particular -sobre temas literarios, prólogos, entrevistas, etc.- y Complemento -los alrededores de mi obra-. [...]».


Garfias y Juan Ramón

Hay un texto en el que me gustaría recalar especialmente. Creo que la crítica de poeta es quizás la más valiosa de todas las críticas, siempre que no constituya un ejercicio retórico de flores vacuas y aporte por el contrario un contenido inteligente. Ahí está por ejemplo la crítica temática de Pedro Salinas, que yo mismo he estudiado en otro sitio411.

Pues bien Francisco Garfias, poeta, ha estado durante muchos años dedicado a la obra juanramoniana de la que ha hecho numerosas ediciones, muy útiles en tanto no tengamos una fijación definitiva filológicamente hablando de nuestro poeta. Y lo peculiar de su modo de aproximación a nuestro autor es su talante estético, su prosa lírica, unida a conceptos críticos que tienen interés, más aún teniendo en cuenta la situación de los estudios juanramonianos en la época en que le tocó desbrozar el camino. Así por ejemplo puede mencionarse su estudio preliminar, muy hermoso, a la edición en Aguilar de los Primeros libros de poesía y los Libros de prosa y otras ediciones antes citadas. Y, en lo que ahora nos atañe, un hermoso libro de 1958, titulado Juan Ramón Jiménez, que me parece emocionante, muy bien escrito, como ensayo de poeta, según he dicho antes412. Hay otros textos más recientes (1995) de este autor, que le siguen en interés413.

Pues bien, en este libro de una prosa crítica tersa y sugerente, llena de intensidad, se define a Juan Ramón, que no era un bohemio sino un señorito andaluz414.

Recrea muy bellamente este estudio el ambiente en que surge la poesía juanramoniana y recoge sus mejores versos, con una crítica de gran lirismo que surge de la pasión y devoción por un poeta al que quiere y admira como mayor otro poeta.

Hay muchas noticias que podrían glosarse de este libro, por ejemplo la idea de Ramón Gómez de la Serna, que le convence para que vuelva a Madrid desde Moguer415. Encuentra atisbos de la última poesía en la primera416. Considera que Estío es de 1915, pero podría ser de 1930417. Se refiere al amor encontrado, Zenobia. Los versos de amor que le dedica, entre ellos Eternidades418.

El plan de su obra futura419, cuando la iba a llamar Unidad e iba a estar compuesta de: Verso: 1, Romance; 3, Canción -el único que como es sabido se editaría en 1935 y reeditado luego más tarde en Aguilar-; 5, Estancia; 7, Arte menor; 9, Silva; 11, Miscelánea, y 13, Verso desnudo. Prosa: 2, Verso en prosa; 4, Leyenda; 6, Viaje y sueño; 8, Trasunto; 10, Caricatura; 12, Miscelánea y 14, Crítica. Complemento: A, Resto; B, Traducción; C, El padre matinal; D, Artes en mí; E, Críticos de mi ser; F, Cartas, y G, Complemento general (poesía no escrita).

Indica que cada poeta tiene un paisaje tras de sí420. Desea una vida sencilla («la luz con el tiempo dentro»421).

Hay en todo este libro una profunda y empática comprensión del universo lírico de Juan Ramón como solo puede hacerlo otro poeta.

Pienso que la crítica cientifista, aunque haya sido necesaria en el momento del estructuralismo y la semiología para cortar con excesos retóricos vacuos del momento anterior -recuérdese la polémica Barthes-Picard-, a veces llega a hacernos odiar a los escritores que analiza, al diseccionarlos con un logicismo cientifista que es ajeno a los estudios humanísticos, sin que ello quiera decir que dicho humanismo crítico no deba ser sólido y riguroso, por otro lado, como una exigencia que debemos, es cierto, a la modernidad. En todo caso me parece que libros como el que comento, nos hacen por el contrario amar al poeta que estudian. Es un libro lírico y tiene contenidos.

Caracteriza la poesía de Juan Ramón por su egocentrismo, aunque no lo cree narcisismo422. Considera su verso como poesía viva que huye de la facilidad y lleva al misticismo423. Estudia La estación total -que hemos visto muy recientemente reeditada por fin-, que se escribió entre 1923 y 1936, para publicarse en 1946. Y estudia el tema de dios o Dios, como quiera escribirse424. Como voy a analizar este concepto más adelante, no entro en él.

Por mi parte destacaría, como ya ha hecho la crítica más joven de nuestra generación, la importancia de Espacio425, poema que considero influido por el surrealismo de estirpe anglosajónica aprendido, como dije antes, de Wasted Land de T. S. Eliot, y que creo debe considerarse como un intento de nuestro autor por adaptarse a los tiempos. En él se encuentran referencias muy jugosas acerca del hecho poético. Se estima que hay que «ser uno poesía y no poeta», por ejemplo426. La edición de Aurora de Albornoz es muy precisa y cuidada, y muestra la tardía atención de la crítica hacia este libro, hasta que llega la tesis en francés -luego traducida, como hemos visto, también por Editora Nacional- de Gilbert Azam en 1980.

Espacio es una isla en la obra juanramoniana, creo. Me parece como una especie de autoanálisis al salir de una crisis espiritual y neurasténica. Un intento de autoexpresión y autodefinición, que lleva por título una de las categorías trascendentales de Kant -¿la herencia de Krause de nuevo?- al igual que llamaría a otro libro suyo, Tiempo -la otra categoría kantiana-. Ambos habían sido editados, unidos de modo acertado, por Arturo del Villar en 1986427. Pero me parece interesante señalar que tras estas dos islas en su poesía, nuestro autor volverá a su línea personal, al decurso perfectamente marcado de su evolución, tan meditada, tan reflexionada, tan conscientemente perseguida, hacia la oración laicista y enternecedora de sus últimos poemas al dios deseado y deseante, y los poemas de amor profundo a su querida Zenobia, a punto de perderla irremisiblemente428.

La poesía como sentido de la vida

Si acudimos a los propios textos de conferencias de Juan Ramón, como El trabajo gustoso. (Conferencias) (1961)429, encontramos muchas referencias al concepto de poesía que él tenía.

Así por ejemplo respecto a la poesía inefable430:

«Poesía escrita me parece, me sigue pareciendo siempre, que es espresión (como la musical, etc.) de lo inefable, de lo que no se puede decir -perdón por la redundancia-, de un imposible. Literatura, la espresión de lo fable, de lo que se puede espresar, algo posible. Y siendo el espíritu, creo yo, la inefabilidad inmanente, la inmanencia de lo inefable, es claro para mí que la poesía escrita ha de ser fatalmente espiritual y que la literatura no es necesario que lo sea ni aun que intente serlo, pues otro es su destino.

Los estados de la contemplación de lo inefable son panteísmo, misticismo (no me refiero precisamente a lo relijioso), amor, es decir, comunicación, hallazgo, entrada en la naturaleza y el espíritu, en la realidad visible y la invisible, en el doble todo, cuya sombra absoluta es la doble nada. Las disposiciones del hombre para estos estados son sentimiento, pensamiento y acento. El resultado, mudo a escrito, emoción universal (dejemos la palabrita 'cósmica', ahora tan en uso por la moda).

Será, pues la poesía una íntima, profunda (honda y alta) fusión, en nosotros, y gracias a nuestra contemplación y creación, de lo real que creemos conocer y lo trascendental que creemos desconocer. Será, al mismo tiempo, una pérdida y una ganancia nuestras imponderables. Y como este fenómeno entrañable, que pone en movimiento nuestro ser, es fatalmente rítmico, como todo el entusiasmo, la poesía espresada para nosotros mismos y para los demás será fatalmente rítmica, musical más que pictórica, puesto que en la música y la danza, éstasis dinámico, los ojos no ven lo esterior sino que se ensimisman. [...]».


Esta larga cita, cuya longitud espero se disculpe, contiene los elementos clave de la concepción de la poesía en nuestro autor, que forma parte de su conferencia Poesía y literatura, contenida en el libro antes mencionado.

Más adelante indica que la poesía no puede ser conceptual, siempre se escapa431:

«Y la poesía no se 'realiza' nunca, por fortuna para todos; escapa siempre, y el verdadero poeta, que suele ser un ente honrado porque tiene el hábito de vivir con la verdad sabe dejarla escapar, ya que el estado de gracia poético, el éstasis dinámico, el embeleso rítmico embriagador, el indecible milagro palpitante de donde sale el acento esencial, la queja amorosa feliz o melancólica es forma de la huida, forma apasionada de la libertad».


Juan Ramón sigue comentando, en este importante texto, que no existe poesía redonda y acabada, para concluir432:

«La auténtica poesía se conoce por su profundidad emotiva, por su plena marea honda, por su intuitiva metafísica. Cuando se dice que tal literato conceptual es más profundo que tal poeta subjetivo, el que lo dice olvida que hay muchas clases de profundidad: la de concepto, la de imajen, la de pensamiento, la de sentimiento, etc. Es como decir que una sandía es más profunda que una rosa. Lo incomparable no se puede comparar. Puede ser muy rica la literatura por su profundidad de estilo, de metáfora, de concepto, por su física cerebral; pero hay una profundidad más profunda, la profundidad insondable, el sentimiento verdadero de lo que no tiene fondo».


Vemos que nuestro autor es plenamente consciente de lo que persigue su arte. Sabe que su poesía es emotiva y metafísica, lejana de la poesía que llama conceptual, y está próxima en cambio a lo subjetivo.

Más adelante dice de modo muy hermoso que ha habido grandes poetas en España que no han visto su obra impresa, por lo que anda perdida en el anónimo popular. Y añade que los poetas panteístas tienen un origen humilde, de relación con el campo, ajenos a la vida de ciudad433.

Respecto a la historia de la poesía, cree que el XVII la descompuso «y la volvió a armar en fábricas de retórica formidable; el XVIII la falseó melindrosamente; el XIX la vulgarizó». La entrevió Espronceda en su romance Está la noche serena, de luceros coronada... «Pero es Bécquer el que la vive y la muere rápidamente y de un modo ya distinto, un poco burgués a pesar de todo, y, dicen algunos, un poco cursi», aunque estima que cursi la hacen sus imitadores, y no existe cursilería en la obra del poeta sevillano434.

Y como conclusión a este interesante ensayo435:

«La verdadera poesía [...] es la que estando sustentada, arraigada en la realidad visible, anhela, ascendiendo, la realidad invisible; enlace de raíz y a la que, a veces, se truecan; la que aspira al mundo total, fundiendo, como en el mundo total, evidencia e imajinación. Por eso es indecible: deja la mitad, lo menos, en el absoluto, eterno presente májico, en ese 'por decir' que tentará siempre, como en el amor, al hombre fatal y más cierto; por esto nos deja la emoción, temblor de realidad y misterio, que nos coje en los instantes supremos (amor, fe, arte) de nuestra vida completa. Se dice que Leonardo, hombre completo, temblaba de emoción cuando empezaba a pintar. Vida completa, vida poética, profundamente poética. Todos debemos desear, procurar y contajiar esta vida. El contajio es propio de la poesía como lo es del baile y de la música, sagrados por ella; de todo lo que nos conmueve y nos mueve. Y nadie debe ser inmune para estos ritmos de gracia y gloria».


En este importante libro, fundamental para comprender la estética juanramoniana -al igual que sus aforismos, a los que luego me referiré-, hay otro ensayo en el que se puede leer, a propósito de la característica de lo poético436:

«En poesía hay dos procesos: el de lo fable, más sustancial, y el de lo inefable, más esencial. Uno más cuerpo; otro más espíritu. Pero eso no quiere decirme a mí que el cuerpo tenga más forma que el espíritu, sino que son dos clases distintas de forma; y cada una representa una espiritualidad que tiene la misma apariencia corporal del llamado cuerpo y cuyo dechado es para mí, hombre, la mujer desnuda [...]».


El poeta, añade más adelante, si no existe una realidad la inventa, por eso es una Narciso, del mismo modo que dios es narcisista, por ejemplo en la Trinidad en donde el «Padre se contempla en el Hijo, la creación, como en un espejo, y el Espíritu Santo es el amor entre los dos [...] Y ¿ qué más da que lo divino sea un mito, si es belleza que tiene un nombre? Nombrar las cosas ¿no es crearlas? En realidad, el poeta es un nombrador a la manera de Dios: 'Hágase, y hágase porque yo lo digo'»437

Luego pasa a la diferencia entre poesía abierta y cerrada438:

«[...] lo que yo entiendo por poesía abierta y por poesía cerrada. Unos pueden corresponder a los conceptos 'realista, sensitivo, humanista, barroco, grecolatino'; y otros, a los conceptos 'mágico, misterioso, medievalista, idealista, góticoriental, intenso'».


El simbolismo sería poesía abierta, y el parnasianismo -que es el modernismo hispanoamericano-, cerrada439.

Juan Ramón confiesa su gusto por Garcilaso, Góngora, Gil Vicente, Espronceda, Bécquer, Lope y Lorca. Menos por Quevedo y Calderón. Y acerca de Cervantes440.

Y en un ensayo bellamente titulado «Quemarnos del todo» escribe441:

«Nuestra felicidad me parece a mí que está en el buen uso que hagamos del tiempo y el espacio en que nos ha confinado nuestro destino; que si es cierto que nosotros nos hemos encontrado con ellos aquí, sin consentimiento nuestro, también lo es que nos han traído dotados de un instinto que podemos convertir, con nuestro cultivo y nuestra cultura, en superior clarividencia; y no digo en intelijencia superior, porque para mí la intelijencia no es superior en nada al instinto, que es todo ojos; y no sirve una ciega hacia fuera para guiarlo por lo circundante, sino para comprenderlo. [...]».


Admirable Juan Ramón, que es un auténtico filósofo, que piensa acerca de las cuestiones fundamentales de la vida y el arte. Lo hace de un modo casi balbuciente, volcando sus intuiciones en una prosa llena de sabiduría de vivir, y que recoge todo su pensamiento y filosofía acerca de la vida. No hay en su ensayo -no era su misión, ni su intención- un sistema filosófico, un engranaje lógico de sistema, sino intuiciones que impactan como destellos de modo profundo en el lector, porque surgen de un espíritu elevado que se ha planteado los grandes interrogantes de la existencia. En su poesía en cambio, pienso en Dios deseado..., por ejemplo, sí alcanza una expresión más depurada y menos balbuciente. En todo caso no cabe duda de que Juan Ramón reflexiona constantemente y con toda autenticidad personal y original, acerca de la misión del hombre en la tierra, acerca de la función de la poesía y el arte, acerca del sentido de la existencia, que para él reside en la búsqueda de la belleza y en conseguir ser el hombre aristo, mejor, a la manera de los institucionistas442:

«Ser el hombre mejor, el total aristo, es el fin de cada hombre. Si el hombre no se sitúa en el mundo para su fin vive en él de una manera provisional, y vivir provisionalmente no es el destino de la vida, no es lo que es vivir. En este mundo nuestro tenemos que quemarnos del todo, resolvernos del todo cada uno en las llamas y en la resolución que le correspondan. Que ningún dios creador o creado aceptaría a los que no hubieran cumplido plenamente con su vida, con la vida entera, no ya con la limitada vida que supone Calderón en su farsa El gran teatro del mundo, tan disparatera. [...]».


Y hay una simpática alusión a las religiones443:

«Casi todas las relijiones se han inventado en este mundo para consuelo lejano de pobres, enfermos o desheredados morales y físicos. 'Cuando yo estoy enfermo -decía Yeats, el verdadero poeta irlandés maestro permanente de belleza-, pienso en Dios; cuando estoy fuerte, me voy a la playa a jugar a la pelota con las Hadas. [...]».


Remito al texto, del que espigo estos breves párrafos444:

«El ideal no hemos de considerarlo nunca lejano ni inexistente, porque el ideal está en nosotros mismos [...] El poeta sabe que no alcanza su ideal, es decir, que no lo mata [...] la poesía es precisamente un arte a lo divino, y divino significa orijinal, principal; es divinizar lo que tenemos en las manos, los seres y las cosas que tenemos la dicha de tener poseídas, no como ideales conseguidos, sino como sustancias que contienen las esencias. [...] Yo creo que el ideal pudiera consistir en hacer ideal la vida, exaltándonos, nivelándonos; niveladas ideales las vidas todas, exaltándolas; que el hombre posee la facultad de crear y contemplar, mezclar el trabajo y el ocio, el ocio profundo y el profundo trabajo. [...]».


También hay, más adelante, en el ensayo «Crónica americana», una lúcida e interesante reflexión sobre la relación entre españoles e hispanoamericanos445:

«España, grande en los siglos de Aventura, vivió la aventura plenamente; y a España le tocó dominar en el mundo durante esos siglos más aventureros. Subrayo la palabra aventura, porque España fue siempre tierra de aventureros, quiero decir de románticos, señalando así el carácter peculiar que para mí tiene el romanticismo, una aventura espiritual o material. [...]».


Juan Ramón, en este último ensayo, se refiere a diversos temas sociales como la mezcla de razas446, y a la aceptación del equilibrio entre Estados Unidos y Rusia. Y afirma páginas más adelante toda una fe de vida, una confesión de su propia independencia ideológica447:

«No he pertenecido nunca a ninguna secta política ni relijiosa: un uniforme es lo que más detesto en la vida; nunca he cobrado un céntimo de ningún partido político, monarquía, república o anarquía. Mi libertad consiste en tomar de la vida y de la crítica de la vida lo que me parece mejor para mí, para todos, con la idea fija de aumentar cada día la calidad jeneral humana, sobre todo en la sensibilidad».


En fin, creo que El trabajo gustoso es quizás su ensayo más lúcido y profundo, a nivel de intuiciones dispersas, pero que dejan honda huella en el lector sensitivo.

Ideas sociales como las que aparecen en la parte final del este libro, se encuentran igualmente en un texto más recientemente editado por Ángel Crespo, intelectual de profunda huella y grata memoria, me refiero al libro inédito Guerra en España, publicado en 1985.

Allí cuenta por ejemplo, a propósito de la «torre de marfil» en que le han acusado vivir, que esta torre448:

«La aprendí desde niño, en mi Moguer, del hombre del campo, del carpintero, del albañil, del talabartero, del encalador, del herrero, que trabajaban solos casi siempre en lo suyo, con el cuerpo en el alma, y los domingos muchas veces como yo, los desiertos domingos interiores, por la verdad, la fe, la alegría de su lento y gustoso trabajo diario».


Hay numerosos aforismos en este libro, teniendo en cuenta que el arte del aforismo es plenamente, peculiarmente juanramoniano, un aforismo muy personal, muy original y muy lúcido, que influiría poderosamente en el de José Bergamín, a quien sabemos le leía los suyos en 1916, cuando eran amigos. Véase por ejemplo la obra de Bergamín Las palabras liebres o los diversos libros de aforismo editados en Turner y cotéjense las influencias.

Insiste en su independencia ideológica como poeta, incluso en una época difícil449:

«EL DESTINO DEL POETA.

Sí, mundo, sí, España; poesía, diga lo que diga el político, es sólo impregnación espresiva de belleza, hablar májico. Y el destino feliz o desgraciado del poeta, lo he dicho antes, es descifrar el mundo cantándolo.

El poeta quiere saber, ser útil y hasta ser lójico, pero no puede dejar de cantar su canto libre, porque, cuando lo canta de veras, se libra de todo lo malo aunque no quiera librarse. [...]

En vez de pedirle el político al poeta que se deje de cantar o que cante un canto dictado, ¿no sería mejor que el político se embriagara de canto libre? Un canto libre hermoso es, a fin de cuentas, el camino mejor, el más derecho y el más compañero del que se va al destierro, a la guerra, a cualquier vida difícil o a cualquier fácil muerte».


Se refiere en este sentido a su propio «comunismo poético»450, según el cual «Cada país debe constituirse y administrarse 'poéticamente' con arreglo a su propio, profundo y bello carácter popular». La herencia debe abolirse. «Nadie podrá vivir sin trabajar. Y cada uno deberá trabajar en lo que más le guste, con arreglo a su vocación, capacidad, disposición, etc., 'y con libertad moral' absoluta». La retribución del estado, en relación a la calidad y esfuerzo. «Lo demás (amor, relijión, familia, etc.) se resolverá ello solo sobre el firme fundamento anterior».

Su profunda sabiduría de la vida puede detectarse por ejemplo en este bello e impresionante aforismo451:

«EL RITMO MÁS ARMONIOSO

[...]

De todos los ritmos del mundo, el más armonioso es, puede ser, el de nuestra propia vida.

Quien lo encuentra, es feliz de cuerpo y alma y da felicidad de alma y cuerpo a los demás».


Y afirma al final del libro, en la ordenación de Crespo, este testimonio de su insobornable independencia ideológica452:

«Lo que cada uno es se ve bien en la vida corriente y en el comportamiento. Yo estoy en el destierro por mi voluntad. Salí de España porque quise, porque siempre he sido fiel a mis ideales y nunca he 'militado' en partido político alguno. No me he acomodado nunca a las circunstancias, nunca he cobrado un céntimo de ningún gobierno monárquico ni republicano, nunca he adulado a nadie, siempre he criticado directamente sin buscar secretarios que lo hicieran por mí [...] He dado la cara, he respondido por mí, si yo hubiera querido hoy podría estar en España como usted, pero no he querido, he preferido decir la verdad».


Hay muchos apuntes importantes en este libro al que remito. Por ejemplo, la suscripción que hacen Zenobia y él por los intelectuales emigrantes453. Y, desde el punto de vista literario, para comprender por ejemplo la ideología y gestación que hay detrás de Dios deseado y deseante durante su viaje a Argentina, por poner solo un ejemplo454.

En fin, estos son algunos de los conceptos de Juan Ramón acerca de la poesía, y también acerca de la vida, y también de la sociedad, que podrían espigarse más extensamente casi hasta el infinito, dada la variedad, profundidad e interés de su obra ensayística y aforística.

En cuanto a su obra poética, debo añadir que creo lo que la caracteriza frente a la posterior generación del 27, sobre la que tanto influyó, es que no se basa en imágenes visionarias, que tan acertadamente estudiara Carlos Bousoño, o en metáforas y en rica imaginería. Su obra poética se fundamenta en el uso de símbolos y en la transmisión de un mensaje profundo y lírico a la vez que surge de la propia experiencia, de la propia meditación y pensamiento acerca del entorno que rodea al poeta. Frente al simbolismo de Antonio Machado, por ejemplo, estudiado por Bernard Sesé, el de Juan Ramón es sin embargo menos enteco y castellano, es más tenue, más lírico, también más reiterado, lo que no empece para el singular valor que también tiene la obra de Machado, que constituye, con la de nuestro poeta, los dos pilares fundamentales sobre los que se basará la riquísima producción poética del siglo XX español, basamentos por tanto de todo lo que el profesor José Carlos Mainer ha estudiado con tanto acierto como Edad de Plata de nuestra literatura.

Juan Ramón tiene también como es sabido, una valiosa prosa poética de la que el exponente más significativo es Platero y yo455.

Este libro muestra una prosa espléndida, sugerente, exacta, tensa. Es un lenguaje tenso y puro, que veo en relación con Valle y Azorín: un intento de dotar al lenguaje -modernista- de un lirismo peculiar, en una expresión diferente y sorpresiva, llena de poesía. Para Octavio Paz, recordémoslo, la poesía era lenguaje en tensión, y aquí existe.

Hay en esta obra una finísima percepción -y descripción- de la naturaleza, que presagia su indagación esencialista en su poesía última. En esta obra se toca el tema del amor y la soledad, por ejemplo456. Allí el poeta se hace niño con el animal457. Se dibuja la relación del hombre con el animal, y también con los otros hombres del pueblo. Hay una inmensa humanidad en este libro458. Juan Ramón es capaz de comprender el entorno humano, así las referencias a los marineros459. Retrata la vida en un pueblo español, hace un magnífico fresco de época con una prosa lírica densísima y perfecta.

Ya señalé en mi edición de La realidad invisible que el concepto de invisible en Juan Ramón alude a la realidad del espíritu, todo lo que hay más allá de la materia -Octavio Paz lo llamaría otredad-. Pues bien, aquí hay una referencia al dios invisible que nos demuestra para él lo invisible es lo espiritual.

La prosa de nuestro autor muestra su lado más humano, y su obra poética el aspecto más intelectual y esencialista, que se autodefine luego en sus libros de ensayo, como hemos ido viendo. Humanísimo por tanto el poeta en este texto, que muestra las entrañables costumbres del pueblo español, por ejemplo la de los Reyes Magos460. También, siempre, el tema de la infancia añorada por el poeta.

En esta recopilación de Aguilar, realizada por Francisco Garfias, de los Libros de prosa de Juan Ramón, se contienen también interesantes aforismos, en el apartado Notas (1907-1917), que sigue a Platero y yo.

Allí se lee, por ejemplo: «Estar con el amor vale casi tanto como estar solo»461. Lo que sin embargo puede querer decir que el poeta o tiene un pobre concepto del amor, o un muy alto sentido de la soledad. Pero también se lee: «El arte y el amor. Es todo, y es bastante»462.

Hay muchas referencias a su concepto de poesía, que es el tema fundamental del que me ocupo en este epígrafe. Así: «No se debe escribir en el idioma de las palabras, sino en el de los sentimientos»463. Y: «Soñad siempre hacia el espíritu, nunca hacia la realidad, que ya esta saldrá del corazón»464.

Puede observarse por tanto el concepto idealista y profundamente sentimental y afectivo que posee del hecho poético. Todo ello vendría unido a su idea de que la poesía debe sugerir a los sentimientos, como vemos en otro libro465:

«Yo he desdeñado siempre, y más cada día, el 'asunto' y la 'composición'. Lo que siempre me tienta es la sensación que un fenómeno produce, la inquietud pensativa y sensitiva que queda después del asunto y antes de la composición; y lo que me interesa es libertar sensación e inquietud. [...]».


Es lo que, con ese peculiar idealismo lírico, mantiene en las notas posteriores a Platero y yo que se contienen en los Libros de prosa: «Hay que prolongar el ensueño hasta más allá del ocaso»466. Defiende la vida del ensueño mejor que la realidad467. Y: «La poesía..., esta eyaculación -¡qué deleite!- del espíritu»468. Y469:

«Lo objetivo -que varía en cada país- no puede ser universal. Sólo es universal el alma del hombre. Así, la poesía subjetiva es la única que llena el universo».


También: «Soñemos, soñemos hasta salvar nuestra vida miserable a fuerza de sueños»470.

Y esta autodefinición de su decurso poético471:

«El sentimentalismo se ejercita primero en temas usuales: los niños, las flores, los pájaros; después, en colores, en músicas, en fragancia; más tarde, cuando llegue a la perfección, en sentimientos abstractos».


Junto a todo esto, en el peculiar cajón de sastre, enormemente valioso, que son sus aforismos, un curioso consejo al bibliófilo472: «Para leer muchos libros, comprar pocos».

Autoafirmación de independencia, contenida en La colina de los chopos473:

«[...] Yo no soy un 'literato', soy solo un poeta. Lo que en el mundo me interesa es el amor, la naturaleza libre y yo mismo, que me estoy haciendo a mi gusto. Si intereso o no a otros, me trae sin cuidado. ¡Me divierto yo tanto haciendo mis libros! [...]».


Y diversos aforismos, contenidos en este libro, que nos dan una idea de su concepto de la poesía y de la vida -que en él van indisolublemente unidas-: «Sin duda, tengo una glándula que segrega 'infinito'»474. «No necesito para nada a los hombres. Yo y la mujer»475. «Hay que imponerle la eternidad a la vida»476. «¿Mi mejor poesía? Mi obra en conjunto»477. «Para la vida, siempre hoy; para el arte, siempre pasado mañana»478. «¿Ha habido alguien que haya luchado, como yo, con lo esterno para conseguir en plenitud lo interno?»479. «Cada vez que se levante en España una minoría, volverán la cabeza a mí como al sol»480.

En fin, para concluir, puede decirse que el mejor estudio que cabe escribir sobre la obra juanramoniana es el legado que él mismo nos ha dejado en sus inteligentes, sensitivos aforismos y textos en prosa, que nos muestran al autor plenamente consciente de lo que busca y por lo que lucha denodadamente a partir de la creación poética, que para él fue mucho más que la mera composición de un poema, y constituyó todo un proceso interior de autoafirmación y autoencuentro.

El pensamiento poético de Juan Ramón en la crítica. Algunos apuntes al respecto

Para desentrañar el pensamiento poético de Juan Ramón puede verse Poética de Juan Ramón de Francisco Javier Blasco Pascual, editado en 1981 y reeditado en 1997 en Salamanca481.

Se plantea el contexto ideológico en que se mueve la obra de nuestro autor, prestando especial atención a las fuentes krausistas482. Juan Ramón buscaría a través de la poesía los valores espirituales últimos483. Destaca su individualismo y su oposición a la sociedad pragmática484.

Estudia las coordenada ideológicas y filosóficas en que se desenvuelve el pensamiento juanramoniano, a propósito de la pretendida vinculación a Ortega485. Pero cuando Blasco afirma que en Juan Ramón las cosas son para una conciencia486, esto pienso es más bien fenomenología que herencia orteguiana. El poema juanramoniano pienso trata de aproximar el instrumento de conocimiento (la palabra) a la cosa misma en su esencia.

Creo es fenomenología lo que practica en su obra, más que una vinculación al pensamiento de Ortega. Un paso más y tratará de unir el sujeto que posee la palabra -y esta ya no importa, sino el contenido que transmite: la palabra como vehículo de pensamiento en la tercera época- con el objeto -que no son las «cosas» objetuales sino, en un paso más, la objetualidad misma, la esencia del objeto.- Así se funden sujeto y objeto, como señalé en el estudio preliminar a mi edición de Unidad487. Este proceso de pensamiento venía precedido por el lirismo subjetivista de la primera época y por la fenomenología -orteguiana o no- de la segunda; creo que en la tercera época lee más profundamente a Krause y lo enlaza con el panteísmo oriental.

Pienso que las influencias filosóficas en Juan Ramón son: en la primera época el subjetivismo modernista, platonismo; en la segunda la fenomenología, el panteísmo y quizás la incidencia de Ortega, junto al simbolismo; y en la tercera el panteísmo y el krausismo, el idealismo subjetivista y místico.

Blasco considera la obra de nuestro poeta como una prolongación del romanticismo, imbuida de simbolismo, modernismo y krausismo488, estudia su inmanentismo489 y la identidad entre ética y estética490, junto a la necesidad de crear el propio reino interior491 -que es en lo que creo constituye el tema de La realidad invisible-.

Blasco afirma que para Juan Ramón el mundo externo carece de realidad porque es creación del poeta, pero esto me parece hace adscribir a nuestro autor directamente al idealismo vía Krause, a lo que tantas veces me he referido. Como dice Blasco en frase acertada: «[...] no se trata de crear enigmas, sino de revelar secretos»492

Pienso que hay que entender el pensamiento de Juan Ramón a través de su referente metafísico y no cabe hacer un análisis semiológico de su obra. El carácter metafísico de su poesía, precisamente, es lo que creo le hace apartarse de la línea del intelectualismo logicista de Valéry y Guillén. Juan Ramón, a través de la metafísica inmanente y panteísta, considero está buscando la esencia de la realidad externa y de su realidad interna, que se comunican en el acto poético. No es un hacedor de versos exactos, ni siquiera de versos hermosos, sino que nos ofrece un auténtico pensamiento poético complejo, una verdadera cosmovisión, de aquí su dimensión de eternidad.

Me parece que el espiritualismo juanramoniano es una reacción contra el materialismo naturalista precedente, que considera empobrecedor, y contra el que reaccionó toda la generación del 98 y el modernismo enteros.

Creo Juan Ramón fue un solitario en decurso independiente hacia la comprensión de sí mismo como hombre y su relación con la naturaleza.

Blasco considera su ética como amoral, ya que solo cree en la belleza, las leyes internas solo del acto de creación, no cuidarse de la verdad ni de dios493. La creación artística como necesidad anímica del individuo solo regida por las leyes de utilidad subjetiva494. Relativismo al no existir principios estéticos absolutos. Búsqueda de sí mismo. El propio poeta dice en Conversaciones con JR495 que Dios deseado... «tiene una metafísica que participa de una estética», herencia de Unamuno. Andrés González Blanco calificó su obra de «enfermedad del infinito»496.

Este libro del profesor Blasco, constituye así una aproximación ideológica a las coordenadas de pensamiento de la obra de nuestro poeta497.