Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente




ArribaAbajo Los hermanos del almirante. Rebelión de Roldán

Don Bartolomé Colón era entre los tres hermanos el de mayor conocimiento de los hombres; activo, prudente, enérgico e instruido;   -79-   siempre pronto en el sitio de mayor peligro, manejaba con singular tino la espada y el arte de persuadir. Sus relevantes dotes de mando se dejaron ver en el acierto con que gobernó la Española en ausencia del almirante. Recorrió toda la isla, hizo convenios amistosos con varios caciques obligándolos diestramente a pagar el tributo, guerreó con fortuna contra los indios que no querían someterse a sus órdenes, adelantó el laboreo de las minas últimamente descubiertas, y fundó en sus inmediaciones la ciudad de Santo Domingo, a la que dio este nombre en memoria de su padre, como justo homenaje de su amor filial. Dio otro gran paso para facilitar la administración de la isla, y fue, mandar construir dos carabelas que recorrieran las costas y trasportaran con más comodidad y prontitud víveres, materiales y gente. Fiel a las instrucciones de su hermano de sacar a todo trance riquezas de la isla31, ejerció su poder con indios y españoles, con mayor severidad que lo permitían lo enconado de los ánimos   -80-   y las circunstancias de la colonia. El obedecer a extranjeros siempre será dificultoso; la natural aversión a este yugo sólo podrá tolerarse cuando la necesidad sea imperiosa. A don Bartolomé Colón, no ligaban más lazos con los españoles que ser hermano del almirante y lo mismo a su tercer hermano don Diego; lazos débiles a la verdad y que debieran haberse tenido en cuenta antes de haber resignado en ellos el mando de la isla. El gran ascendiente que las armas españolas tenían en Italia, y la preponderancia que a ojos vistas España adquiría en toda Europa y sobre todo en los Estados Italianos, debía necesariamente influir en todos los españoles; los de las colonias, que en tan frecuente comunicación se hallaban con los de la metrópoli, no podían menos que participar de ese espíritu de superioridad que en tales casos se apodera hasta de los más débiles. Los Colones eran extranjeros e italianos; es decir, estaban en condiciones bien desventajosas para mandar a unos hombres imbuidos de un españolismo no mal justificado e inevitable, y que tenían, además, por consejeros, las enfermedades, los desengaños y el hambre. Sólo las dotes   -81-   extraordinarias de don Bartolomé Colón, eran capaces de reprimir la fermentación de los ánimos. No bien salió de la Isabela para visitar la isla, se originó un disgusto entre don Francisco Roldán, alcalde mayor de la isla, y don Diego Colón. El resultado fue el dividirse en dos partidos; unos seguían la autoridad legítima de los Colones, otros la del rebelde. La conducta del alcalde mayor y sus partidarios, es digna de censura32. Un hecho singular hay en esta rebelión y que habla en favor del alzado Roldán; pudo disputar el mando con las armas, y evitó el derramar sangre. Se retiró con sus partidarios lejos de la Isabela, y sin darse cuenta de ello, alivió considerablemente la triste situación de la colonia, reducida casi a unos centenares de enfermos hambrientos. Los buques despachados por Colón desde Cabo Verde, dieron las últimas noticias del almirante; éste no podía tardar, y así deseando don Bartolomé que su hermano hallase tranquilizada la isla, despachó un emisario a Roldán para ver de arreglarse con él amistosa y pacíficamente. Negose Roldán a tratar con el adelantado don Bartolomé, y éste, dejándose llevar del enojo, nombró un tribunal en la Isabela para juzgar a los desobedientes. Esta medida impolítica   -82-   puso a los jueces en la necesidad moral de condenar a muerte en rebeldía al alcalde mayor y sus secuaces. En poder del adelantado todos los jueces, cualquiera que no votara la muerte de Roldán, debía ser calificado de partidario suyo. Es verdad que Roldán era contumaz, y que la sentencia de muerte que sobre él recayó nada tenía de injusta; pero no es menos cierto que esta sentencia podía exasperar a un hombre que tenía partido en la colonia, y que si no confió el primer puesto a la suerte de las armas, fue por la sensatez y buen juicio que le distinguían (H). Cansado y achacoso llegó el almirante a la Isabela; un terrible desengaño le estaba aparejado. Los rebeldes como los sumisos habían cometido crueldades o injusticias; las órdenes de don Bartolomé, y los desórdenes de todos daban este fruto. Esta época creemos fue la de mayor angustia para los infelices naturales; todo se hallaba en un estado anormal: escisión, miserias, tropelías; las obras públicas abandonadas, los campos yermos, las provisiones, como siempre, escasas, los sepulcros llenos. Conociendo el almirante que la separación de Roldán y los suyos era la raíz principal de tantas calamidades, se dedicó con singular empeño y prudencia a hacerlos entrar por buen camino. Comprendió el almirante que no podía, como quiso, reducir con las armas a Roldán; hizo, pues, de la necesidad virtud, y condescendió con las peticiones del alzado jefe de justicia33.   -83-   Terminado este enojoso incidente, se dedicó el almirante a dar vida a la agricultura y a buscar nuevos criaderos de oro. Obligó para ello a los indios a un trabajo demasiado violento; y a la verdad, hombres que habían pasado la mayor parte de su vida meciéndose en sus hamacas de algodón, y cuya ingénita propensión a no hacer nada es tan conocida, debían sentir una repugnancia extrema a cualquier organizado trabajo; por poco que éste fuese. Escollo en que dieron cuantos gobernantes tuvo la isla, incluso los religiosos jerónimos que con tanto tino y mesura procuraron para los indios el trabajo moderado, y el buen trato de parte de los españoles.

Los ardientes deseos del virrey no eran otros sino los de seguir las conquistas tan venturosamente empezadas en el viaje anterior. Exaltose hasta tal punto la imaginación del descubridor del Nuevo Mundo, que conjeturaba haber hallado la región donde estuvo el Paraíso; fijo en su idea y suponiendo que desde el momento en que se permitió a los particulares hacer por cuenta propia viajes de exploración, nada o poco podía esperar para este fin de la corona, de creer es que procurase con ahínco sacar recursos de la isla para seguir descubriendo, y   -84-   que gravara para ello con fuertes trabajos a los débiles y apáticos indígenas.




ArribaAbajoCuadros. Peticiones de Colón a los reyes. Bobadilla. Sus desaciertos

Como entre las acertadas disposiciones del almirante figuraba la de remitir a España todos los enfermos y descontentos, era grande el número que en cada regreso de buques abandonaba la isla. Los afortunados y rápidos viajes que en todas estaciones hacían los pilotos españoles, quitaban el miedo de atravesar el mar, y espoleaban al natural deseo de recobrar la salud y salir de laceria en el nativo suelo. Don Fernando Colón, hijo e historiador del almirante, nos ha dejado escrito el lamentable cuadro que presentaban estos desgraciados y sus familias. Agrupábanse en torno de los reyes las viudas y huérfanos de los colonos muertos en la Española, y a coro con ellas gritaban desaforadamente los que habían logrado regresar de la isla: «pagas, pagas». Prorrumpían éstos en amargas quejas contra los Colones, porque como gobernadores de la isla no les habían satisfecho sus haberes34. El mismo don Fernando, como paje de los reyes, era testigo ocular de estas escenas. A ellas se agregaban los informes de la rebelión de Roldán y las desastrosas   -85-   consecuencias que de ella vinieron sobre la isla. Tan repetidas quejas y tan continuados trastornos, no podían menos de llamar muy seriamente la atención de los reyes, que irritados también con el almirante por otra remesa de indios que había mandado para que fuesen vendidos (contraviniendo así lo anteriormente dispuesto), empezaron a sospechar de la poca aptitud del virrey para el gobierno de la colonia. Había pedido Colón un magistrado recto y enérgico que administrara justicia en la isla, y también un juez pesquisidor para que entendiese en los asuntos de los rebeldes, a condición de que ninguno de ellos limitase sus facultades de virrey. Aprovechándose de esta petición los reyes, determinaron mandar un sujeto de probidad y cordura que definitivamente cortara de raíz tantos sinsabores y disgustos. Francisco de Bobadilla, comendador de la Orden de Calatrava y oficial de la real casa, fue investido de plenas facultades, recibiendo en su persona las de los dos sujetos solicitados por Colón; disposición acertada en sí, pero que desgraciadamente recayó en quien estaba muy lejos de corresponder a la buena opinión que de él se tenía en la corte. A mediados de julio de 1500 salió Bobadilla con dos carabelas y una escolta de veinticinco hombres. Si bien es cierto que llevaba omnímodas facultades, esto también que se le marcaban en las instrucciones los trámites que había de seguir para llegar a una solución   -86-   pacífica y satisfactoria. Lo de pagar cuanto antes los atrasos devengados, era muy del gusto de la colonia, y con esto empezó Bobadilla a gozar del aura popular, que se le acrecentó con rebajar al undécimo los derechos de los metales que se extrajeran. Sorprendido quedó el benemérito almirante al oír la noticia de la llegada de Bobadilla con tal amplitud de poderes. Escribiole haciéndole discretas observaciones acerca de algunas medidas que había tomado; todo, dice el almirante, para ganar tiempo, pues creía que Bobadilla era algún aventurero.

Con toda claridad consta en las cartas dirigidas al cardenal Cisneros por los primeros franciscanos que fueron a la Española, que Colón trató de defenderse con las armas; no, dudamos de que el almirante, atónito con el proceder de Bobadilla, y no pudiendo dar asenso a lo que se decía de la autoridad que le habían conferido los reyes, no dudamos, repito, de que juntara alguna gente para oponerse a Bobadilla, al que en un principio juzgó por atrevido aventurero. La situación de la isla era muy crítica por este tiempo como sabemos, y muy ad hoc para el caso. Este no imprudente proceder de los Colones, ha dado pie a más de algún historiador para tildar de rebeldes a Colón y sus hermanos; ligero en demasía nos parece el juicio, por más que quiera robustecerse con esta frase de Oviedo acerca de los acontecimientos   -87-   que prepararon la deposición del almirante: «las más verdaderas causas quedábanse ocultas, porque el rey e la reyna quisieron más verle enmendado que maltratado», frase, por lo ambigua, elástica35. Mas, ¿para qué hemos de buscar razones que echen por tierra tan absurda rebelión, si el mismo almirante las da poderosísimas? «¿Quién creerá, dice, que un pobre extranjero se hubiese de alzar en tal lugar contra V. A. sin causa, ni sin brazo de otro príncipe, y estando solo entre sus vasallos y naturales, y teniendo todos mis fijos en su real corte?». (Carta de Colón a los reyes). Pero sigamos.

El nuevo pesquisidor llenó algunos pliegos en blanco de los varios que tenía firmados por los soberanos; esto irritó al almirante, quien de palabra y por escrito anuló los nombramientos, fundado en las concesiones de las facultades perpetuas que él había recibido de los reyes, y que no podían serle abrogadas.

Quizás estos actos de Colón, muy en consonancia con lo pactado entre él y los monarcas, fue lo que precipitó al inconsiderado Bobadilla. Comunicó éste a Colón la real cédula en la que los reyes ordenaban al almirante   -88-   dar fe y obediencia en todo a Bobadilla, y juntamente le ordenaban presentarse en la capital. Las instrucciones del nuevo gobernante fueron comunicadas al virrey. Hubo altercados entre Colón y Bobadilla; con todo, Colón se dirigió casi solo a Santo Domingo; su mayor guardia era el buen testimonio de la propia conciencia. No bien supo Bobadilla la llegada de Colón, mandó que se le encerrara en la fortaleza y que (como a todo reo de Estado) se le pusieran grillos. Tanta severidad con un anciano de los méritos del almirante, horrorizó aun a los que más quejas tenían de él; no se encontró quien le pusiera los hierros; sólo un galopín de cocina se atrevió a ello. Sus otros dos hermanos sufrieron la misma suerte. Por el contexto de las facultades otorgadas a Bobadilla, no se ve que la facultad de éste se extendiera hasta el grado que la llevó; mas sea de esto lo que fuere, este mal juez aherrojó a los tres Colones, sin haber oído sus descargos; acción indigna de quien debe administrar justicia, si no es que lo exija la seguridad del reo.

Preparadas las dos embarcaciones que debían llevar a España a los ilustres presos, se hicieron a la vela a principios de octubre. Alonso Vallejo, encargado de la conducción del almirante, y Andrés Martín, dueño de la carabela en que iba Colón, le prodigaron toda clase de atenciones. No bien salieron del puerto, cuando Vallejo, sombrero en mano, se arrodilló ante   -89-   Colón para quitarle por sí mismo los grillos; agradeció el almirante esta conducta del capitán del buque, pero no consintió en ello. En pocos días de feliz navegación llegaron a Cádiz, donde no muchos años atrás había recibido Colón grandes ovaciones. Si extraordinario fue el asombro que produjo en toda España la llegada de Colón cuando descubrió la América, no menos fue el que se experimentó al saber que había llegado a Cádiz con grillos en los pies. Un sentimiento general de indignación se levantó doquiera, y Colón leyó en él la reprobación que el pueblo todo hacía de la conducta de Bobadilla. Cuando los reyes tuvieron por ella conocimiento de la conducta observada con Colón, le escribieron con todo afecto, doliéndose del proceder que con él se había usado, y le remitieron fondos para que se presentara en la corte cual convenía a su posición de almirante. No necesitó Colón de descargos de su conducta: la extensa memoria que de su gobierno había redactado durante el viaje, no le fue admitida por los reyes, dándose por satisfechos de ella para no lastimar a aquel anciano cuyos últimos años tenía que pasar en no interrumpidas amarguras. Le aseguraron que se le devolverían sus bienes y privilegios; que no se haría caso de las informaciones de Bobadilla, y que se le quitaría inmediatamente a éste el mando de que tan indignamente había abusado. Si Bobadilla hubiera ajustado su conducta a   -90-   las instrucciones recibidas, seguramente hubieran resultado fundadas acusaciones contra la administración de Colón y sus hermanos36; la extemporánea energía de aquél, promovió en los reyes y el pueblo la debida generosa reacción que absolvió de toda culpa al benemérito almirante de las Indias de occidente37.

La continua súplica de Colón era que se le permitiera volver a la Española a ejercer en ella su gobierno. Los reyes no podían consentir en esto, y procuraban dulcificarle tan justa negativa, haciéndole presente los trastornos a   -91-   que él y la isla se verían de nuevo expuestos con su regreso; prometiéronle enviar a ella, y por el término de dos años, persona capaz de poner en claro todos los asuntos pasados. Diez años casi hacía que los Colones gobernaban la Española con resultado tan poco satisfactorio, que, si bien en parte carecían de culpa, deber era de los reyes enderezar los asuntos de la colonia y cortar el origen de aquel continuo malestar.

El comendador de Lares, de la Orden de Alcántara, don Nicolás de Ovando, fue el nombrado sucesor de Bobadilla; de él dice Las Casas que era hombre de grande prudencia y capaz de gobernar mucha gente. Su jurisdicción abrazaba todo lo sometido hasta entonces en el Nuevo Mundo. Los cargos especiales que llevaba eran: que investigase con toda diligencia los agravios inferidos a Colón, y que averiguara a cuánto ascendían los atrasos de éste, a fin de que se abonaran con toda prontitud. Para que Ovando se presentara con el aparato que requería su cargo, y para que los colonos entendieran que se inauguraba una nueva era, se le equipó una escuadra de treinta bajeles, y en ella se repartieron más de dos mil quinientas personas, entre ellas muchas familias principales. Iban artistas de todas clases, medicinas, ganados, aves, etc. Diéronse a la vela el 13 de febrero de 1502.



  -92-  

ArribaAbajo Cuarto viaje de Colón. Castigos visibles

Las sorprendentes riquezas que los portugueses sacaban de sus recientes conquistas en el Asia, hacían muy marcado contraste con la pobreza de los países anexionados por Colón a la corona de Castilla. La emulación era el natural efecto que debía experimentar el ánimo del almirante: y así, propuso a los reyes un nuevo viaje cuyo objeto era descubrir el estrecho que, a juicio de Colón, debía existir en latitud algo más baja que la de las islas Caribes. Quedó desde luego autorizado para armar una expedición: en ella debían ir don Bartolomé su hermano, su hijo don Fernando y dos o tres personas prácticas en la lengua arábiga. Colón escogió naves pequeñas, y con cuatro de ellas salió de Cádiz en 9 de mayo de 1502.

En quince de junio llegó a una de las Caribes, habiendo tocado antes en Arcilla y las Canarias. Como el principal de los buques de Colón había descubierto en el viaje malas condiciones marineras y hacía mucha agua, determinó Colón dirigirse a la Española para cambiarlo allí por otro de los que había llevado Ovando, creyendo que en esto no contrariaba la orden de los reyes, de que a la ida no tocara en la Española. Ovando llegó a la isla el quince de abril, y con las formalidades de costumbre tomó posesión del gobierno. Su conducta fue   -93-   opuesta a la de Bobadilla; trató a éste con deferencia, y empezó un sumario contra Roldán y sus cómplices, de los que puso presos a algunos para remitirlos a la metrópoli. La escuadra que condujo a Ovando estaba lista para volver a España, cuando se presentó Colón. Pidió a Ovando le permitiera cambiar uno de sus buques por otro de mejores condiciones y abrigarse en el puerto, pues según su juicio, no podía tardar en presentarse una violenta borrasca. Negole Ovando el anclaje, dando por razón que su presencia en la capital de la isla, podía causar algunos trastornos. Argumento muy repetido en nuestros días con muchos personajes políticos y con menos causa; y para dar una prueba de la poca fe que le merecían los anuncios de Colón, hizo salir al mar la escuadra con rumbo a España. A los dos días de navegación, fue envuelta por un huracán que sumergió en el océano la mayor parte de los buques. Tal muerte encontraron Roldán y sus cómplices, y otros de aquellos soldados y colonos que en la Española habían hollado sin pudor ni freno, las leyes de Dios y de los hombres38.

Los ocho buques que lograron contrarrestar el furor de los vientos y el embate de las olas,   -94-   arribaron a la isla todos destrozados. Solo la Aguja, la menor de todas las naves, llegó a España, conduciendo la parte que a Colón le correspondía de lo sacado en la Española. El agente del almirante, Sánchez Carvajal, recibía lo que a aquel le tocaba de los productos de la colonia, según lo pactado con los reyes. El almirante se guareció junto a tierra, y ninguna de sus naves sufrió averías de consideración. Robertson dice que: «Los españoles de Santo Domingo sólo vieron en Colón un mágico que con sus conjuros y encantos concitó esa terrible tempestad, para vengarse de sus enemigos»39. Al abandonar el almirante a la Española, se dirigió al suroeste; pero las corrientes y las calmas lo llevaron a las costas de Cuba. De aquí procuró bajar al sur, y en esta travesía halló una canoa con toldo; toda ella era de una sola pieza, y medía de ancho ocho pies, y de largo como una carabela; tanto los hombres como las mujeres que iban en ella, presentaban mayor civilización y robustez que los de las Antillas. Lo que llamó en gran manera la atención de los españoles, fue el encontrar en la canoa un hacha de cobre. A lo que pudo entenderse de aquellos indios, existía al interior   -95-   de la costa vecina un gran imperio40. Continuaron su viaje hacia el sur, y entraron en el golfo de Honduras; los indios de Veragua se mostraron guerreros, y en más de una ocasión pusieron en graves apuros a los españoles. Desesperanzado el almirante de hallar el citado estrecho, resolvió volverse a la Española. El célebre Rodrigo de Bastidas y el almirante concluyeron sus descubrimientos en el mismo punto; aquel viniendo del Darién, y el almirante yendo. En el río que Colón llamó de Belén, se perdió una de las carabelas, y poco después hubo que abandonar otra a causa de la broma que había carcomido sus fondos y hacía, por lo tanto, mucha agua. Con las otras dos consiguieron ganar la Jamaica, mas en tal estado se hallaban, que viendo Colón la imposibilidad de continuar a la Española, mandó asegurar fuertemente la una carabela a la otra, y las varó cerca de la costa.

Colón conoció cuánto importaba, en lo crítico de su situación, proporcionarse amigos en el país, y éste fue su primer cuidado. Por medio del valiente y fidelísimo Diego Méndez, escribano mayor de la escuadra, entró en negociaciones con los indios, que se comprometieron a traer víveres a los náufragos. Esta situación comprometida y violenta no podía durar; la aparición de algún buque español por aquellas   -96-   playas, no era ni probable. Colón temió acabar sus días en semejante cautiverio, ¡y precisamente cuando estaba persuadido de haber hallado definitivamente el Áureo Quersoneso! Entre la Española y la Jamaica hay un freo de cuarenta leguas harto alborotado por los brisotes que con frecuencia soplan. El arriesgarse a pasarlo en las frágiles canoas de los indios de Jamaica, era empresa que exigía hombres a toda prueba. Colón llamó a Diego Méndez, y reservadamente tuvo con él un diálogo, que por su exquisita ternura y sencilla sublimidad, se ha copiado íntegro en la nota (I). Méndez y otro español se presentaron para hacer solos el temible viaje; y efectivamente, se embarcaron en una débil canoa. Pero antes de llegar al extremo oriental de la Jamaica, se vieron acometidos por muchos indios que en sus canoas les salían al encuentro, y los apresaron.

Mientras los indígenas se disputaban entre sí la posesión de los prisioneros, Méndez, con uno de aquellos rasgos que le eran característicos, se desprendió de ellos, ganó la orilla y la canoa, y se presentó solo al almirante y sus compatriotas a los quince días de su partida. Fue necesario organizar de nuevo la temible travesía; el bravo Méndez no se desanimó: él y un valiente genovés llamado Domingo Fieschy, capitán de una de las carabelas perdidas, con indios y algunos españoles, tomaron dos canoas y se determinaron a ir a la Española, si el adelantado   -97-   con gente armada los seguía por la costa hasta la parte oriental de la isla. Hízose así, y los atrevidos viajeros después de grandes privaciones y de haber muerto en la travesía un indio extenuado de sed y de cansancio, llegaron a la Española al cuarto día de haber abandonado la Jamaica. Méndez desembarcó en Cabo Tiburón, donde dejó a sus compañeros que no estaban para nada. Fieschy, que después de descansar debía regresar a Jamaica para participar al almirante el buen éxito del viaje, no se encontró con fuerzas para ello: de haberlo hecho, acaso no hubieran tenido lugar las tristes escenas que relataremos en breve, y eso que el viaje de vuelta era incomparablemente más fácil. ¡Diego Méndez, con su canoa de indios, se lanzó a hacer ciento y treinta leguas más de camino que lo separaban de Santo Domingo! Después de navegar ochenta leguas siempre contra corriente y expuesto a las salidas de las canoas indias, supo que el gobernador se hallaba en Jaragua, a cincuenta leguas, y dejando su canoa se dirigió solo y a pie atravesando bosques, valles y montañas, hasta llegar a la residencia del gobernador, dando así cima a una de las más arriesgadas y gloriosas expediciones que jamás hombre alguno ha emprendido. (Washington Irving). Siete meses permaneció en Jaragua, sin recabar del gobernador Ovando el permiso para pasar a Santo Domingo, y fletar por cuenta del almirante una   -98-   embarcación que lo sacara de su apurado y angustioso cautiverio. Al fin, vencido Ovando de la constancia de Méndez, o convencido de que no traía comisión alguna que tendiera a trastornar la isla, otorgole el deseado permiso, y Méndez, el infatigable enviado de Colón, hizo a pie sesenta leguas por entre multitud de indios poco avenidos a las determinaciones del severo Ovando.




ArribaAbajoMotín de Porras. Suspicacia de Ovando. Generosidad de Colón

Los náufragos de Jamaica habían puesto toda su confianza en Méndez y Fieschy; ya sabemos cómo desempeñaron respectivamente su comisión. Viendo que el último no volvía, dedujeron con gran fundamento que habían perecido en la travesía. Esperaron sin embargo; una idea fija estaba apoderada de todos; recóndita al principio, no pudo menos de traslucirse y manifestarse en las palabras, y poco a poco, desenvolverse en las obras. ¿Hasta cuándo se esperaría el incierto socorro? ¿Había llegado el tiempo de salir de aquella inacción y tentar un supremo esfuerzo para no perecer en ella, o convenía prolongarla por algún tiempo más? Méndez y Fieschy habían salido a los siete de julio; llegó y pasó diciembre sin noticias de ellos. La efervescencia de los ánimos crecía. El 12 de enero de 1504, Francisco de Porras   -99-   entró resueltamente a decir a Colón que él y otros compañeros no querían permanecer por más tiempo en situación tan desesperada. Hubo un ligero amago de serio alboroto, pues viendo los amotinados que no se ponía obstáculo a su marcha, se apoderaron tumultuosamente de diez canoas; cuarenta y ocho personas se separaron del almirante. La conducta de Colón en este caso es reprensible. Debió alentar a los descontentos a que se dirigieran a la Española, y debió auxiliarlos con todo lo que pudiera, pues esto pretendían; así se deshacía de ellos con provecho, y con probabilidades mayores de obtener socorro. ¿En qué fundaba el almirante su empeño de permanecer varado en la costa de Jamaica? ¿Qué le podía mover a retener unos hombres cuyos sentimientos de abandonarle le eran tan manifiestos? La medida única que la situación requería no se tomó. La construcción de una pequeña nave, siquiera al mes de la partida de Méndez, creemos lo hubiese remediado todo41. Pero no divaguemos: la demasiada susceptibilidad del almirante causó todos estos daños; díganlo sus mismas palabras: «En Jamaica ya dije que no hay veintiocho leguas a la Española. No fuera yo, bien que los navíos estuvieran para ello. Ya dije que me fue   -100-   mandada de parte de vuestras Altezas que no llegase allá». (Carta a doña Juana de la Torre).

Los amotinados emprendieron por dos veces el pasar el freo en canoas, y ambas fueron rechazados por los vientos y las corrientes. Perdida la esperanza de lograr, sus deseos, resolvieron buscarse la vida por las poblaciones de la isla, donde con frecuencia tendrían que proporcionarse el sustento por la fuerza de las armas. La conducción de víveres a las carabelas disminuía, ya por los considerables consumos que en los pequeños acopios de los indios causaran los sublevados, bien por la natural inconstancia de los indígenas, bien por lo que el respeto al almirante habría decaído entre los naturales al ver a aquel abandonado de tanta gente. Colón, en este trance, sacó partido de un fenómeno natural. Hizo reunir a cuantos caciques pudo, y les anunció que en el término por él señalado, verían muestras inequívocas del gran castigo que vendría sobre ellos si no cumplían fielmente la promesa que anteriormente habían hecho de suministrarle abundantes víveres. Un eclipse total de luna debía tener lugar en las primeras horas de la noche. Las tinieblas que este fenómeno produce, sobrecogieron a los indios, y teniendo por inevitable todo lo que Colón les había dicho, se apresuraron a llevarle cuanto necesitaba42. La paciencia   -101-   de los cautivos estaba a punto de agotarse; un nuevo motín iba a estallar entre los pocos que quedaban en las hundidas carabelas, cuando una vela se presentó en el lejano horizonte. Revivió la amortiguada esperanza de los míseros náufragos. Diego de Escobar (uno de los más comprometidos en la sedición de Roldán) entregó una carta al almirante. Decíale el gobernador Ovando que se dolía del estado en que estaba, y que la falta de buque capaz de trasportarlos a todos, era lo único que le había impedido darles el debido auxilio. Anunciábale que los negocios de la isla marchaban bien; que Méndez y Fieschy habían llegado a su debido tiempo, y que no bien arribaran los buques que de España esperaba por momentos, enviaría por ellos. Escobar partió aquella misma noche dejando sumidos a todos en las más tristes conjeturas. Aprovechose el almirante de la venida de Escobar para atraer a los rebeldes. Frustró Porras esta reconciliación, y ensoberbecido con la pacífica misiva del almirante, se presentó en actitud hostil. Envió Colón a su hermano don Bartolomé con cincuenta hombres de confianza y bien armados; requirioles de paz el adelantado, sin más resultado que envalentonarse los rebeldes; vinieron a las manos y ésta fue la primera sangre que entre españoles se derramó en América. Al día siguiente, todos los alzados imploraban la clemencia del almirante. Concedioles éste un amplio perdón, y a los veintiocho   -102-   de junio, parte en un navío que Méndez había fletado y proveído, parte en una carabela que llevó Diego Salcedo, otro factor del almirante en la Española, abandonaron la Jamaica con rumbo a Santo Domingo, a donde llegaron el trece de agosto. Salió Ovando con toda la ciudad a recibir a don Cristóbal Colón, haciéndole mucha reverencia y fiesta; alojole en su casa, y procuró darle hasta su embarque para España, cuantas muestras pudo de atención y deferencia. Esto no obstante, la conducta de Ovando con el almirante no queda del todo justificada. Es verdad que corría en la Española un cierto rumor de que Colón amargado con los reyes por la suspensión de su título de virrey, quería transferir los países por él descubiertos, a su país natal la República de Génova; semejantes absurdos no es probable que hallaran eco en un hombre como Ovando. Lo más probable es que éste recelara que si el almirante permanecía en la Española tiempo considerable, fuera causa de nuevos disturbios y alteraciones en la colonia43. Ovando no tenía bajel a propósito para remitirlo a España, y se vería en la necesidad de tenerlo en la isla.   -103-   Los informes de Méndez acerca de la seguridad personal del almirante, del estado de defensa en que estaban las carabelas, aunque varadas, los víveres que les facilitaban los indígenas, etc., pudieron inclinar el ánimo de Ovando a dejarlo en la Jamaica hasta que pudiera emprender su viaje para España44. Colón llegó a Santo Domingo muy vencido el plazo de los dos años que los reyes le habían designado para que de nuevo gobernara la colonia, y no leemos que acerca de su reposición promoviera cuestión alguna. Recibió el almirante, parte al menos, de lo que le correspondía de las rentas de la isla: generoso y noble de corazón, separó de lo recibido para repartirlo con sus compañeros de infortunio, sin exceptuar a los rebeldes de la Jamaica.




ArribaAbajo Regreso de Colón a España. Nuevas expediciones. Muere en Valladolid

El buque en que el almirante había vuelto de Jamaica, quedó al mando del adelantado, el cual, en unión de una carabela, debía conducir   -104-   a España el almirante con su hijo don Fernando, y otras personas de su servidumbre. El doce de setiembre se hicieron a la vela. Colón fue también desgraciado en este viaje, pues al poco tiempo de navegación quedó desarbolada la carabela que montaba; pasose con su familia al navío del adelantado, y tras un largo y penoso viaje, llegó muy enfermo a Sanlúcar de Barrameda el siete de noviembre. Supo a su llegada la gravedad de la reina, y éste fue el mayor golpe que pudo llevar aquel quebrantado anciano. Restablecido algún tanto de sus dolencias, pasó a Segovia donde estaba, a la sazón, la corte. Ya había fallecido Isabel (26 de noviembre de 1504); Fernando le recibió con bondad; oyó la relación de su viaje, su naufragio en Jamaica, la insurrección de Porras, etc.

Colón ensalzó la riqueza de la tierra de Veragua, pero Fernando y su Consejo estaban desengañados. En catorce años de descubrimientos y halagüeñas promesas, España había hecho por las Indias grandes sacrificios, sin haber percibido aún nada del decantado Ophir, y del tantas veces hallado Áureo Quersoneso. Con todo, se reunió dos veces la junta encargada de hacer cumplir las disposiciones testamentarias de Isabel; mas la corona de Castilla no podía llevar a cabo, por entonces, los proyectos de Colón. Entiéndase que no se trataba de aprestar alguna mediana expedición; se trataba de proporcionar al almirante veinte o   -105-   treinta buques, se trataba de una colonización en forma, se trataba de no abandonar la colonia que se formara en Veragua; y el escarmiento de Santo Domingo, hizo cautos al rey y al consejo.

Para suavizar en lo posible la negativa dada a Colón, y sobre todo, para disuadirle de sus nuevas empresas, se propuso que trocara los títulos de almirante, etc., por títulos de Castilla y el Señorío de la villa de Carrión de los Condes, con sus correspondientes posesiones, para sí y sus herederos. Colón rechazó la propuesta: nada tenía en tanto como el virreinato y almirantazgo de las Indias. El prudente Fernando conocía la justicia que asistía a Colón en querer conservar tan merecido título, y por otra parte, no quería tomar sobre sí la responsabilidad que envolvía el gocé de él45.

Su situación respecto de la regencia de Castilla era muy crítica, y su conducta fue en todo muy previsora. Los jóvenes consortes don Felipe y doña Juana, hija de los reyes católicos, estaban próximos a llegar a España para tomar posesión de su trono de Castilla. El rey y la corte toda marchó a su encuentro. Colón quiso ponerse también en camino, pero lo agudo de sus dolencias no se lo permitieron. Comisionó para ello a su hermano don Bartolomé, a quien   -106-   entregó una carta para los nuevos soberanos cumplimentándolos por su llegada, y pidiéndoles le reinstalaran en sus títulos y privilegios. La postración a que poco después quedó reducido le convenció que se acercaba el fin de sus días sobre la tierra. Hizo algunas reformas en su testamento; dio a su hijo don Diego saludables consejos, y recibidos los Santos Sacramentos, murió con resignación cristiana en Valladolid, a los 20 de mayo de 1506, día de la Ascensión del Señor.

Colón presenta un conjunto majestuoso y noble; magnánimo en la adversidad, leal y desinteresado con sus amigos y servidores, amante de la justicia, fiel a sus soberanos, constante en sus grandes empresas, bondadoso y enérgico, modesto hasta no dar su nombre a ninguno de sus grandes descubrimientos, y en general, no falto de prudencia. Dominado ordinariamente de ideas que producían en su ánimo una exaltación febril, se entregaba con demasiado ardor a quiméricos proyectos, y a suposiciones absurdas y extravagantes.

Teníase por objeto de profecías, y aun llegó a persuadirse que era un personaje bíblico. En las cosas de la Religión Cristiana, dice Herrera, fue muy católico. Ayunaba los ayunos de la Iglesia observantísimamente, confesaba muchas veces y comulgaba; sincero, enemigo de dobleces, sus cartas respiran candor y buena fe. Como hijo de Adán tuvo también sus defectos;   -107-   fue algo terco, antojadizo, y quejumbroso; llevó más allá de lo justo su resentimiento con Martín Alonso Pinzón, en las quejas que de él dio a los reyes, a pesar de deberle el haber armado su primera expedición. Gravó a los indígenas de la Española con demasiados trabajos, afrentó a los españoles en los castigos, y en general, siempre hubo descontento con él, ya por su cualidad de extranjero, ya por lo mucho que se valió de sus allegados para los cargos de más viso, cosa odiosa en todas partes. Sus conocimientos científicos, los que permitía el tiempo en que vivió, como marino práctico, es, sin disputa, el mayor de su siglo; muy observador y compulsado, de los fenómenos naturales, vigilantísimo, y con todo, en todo desgraciado, bien por los buques que perdió, bien por lo largo y penoso de sus viajes. De cuerpo fue alto y recio; de constitución vigorosa, de rostro carilargo, nariz aguileña, ojos garzos, bermejo, aunque tostado del sol, y algo pecoso.

Colón es acreedor a la admiración de todas las generaciones, no sólo por sus relevantes cualidades morales que le adornaban como hombre público, sino muy especialmente por haber sido el instrumento de que se valió la Divina Providencia para dar a la Iglesia dilatados países, donde en toda su pureza brillara, la fe del Crucificado, en vez de los podridos girones que en Europa le arrancó la soberbia y liviandad del sacrílego Lutero. El mundo todo   -108-   le es acreedor, por haber él realizado la empresa más fecunda en resultados grandiosos que han visto los tiempos; y la España lo es en particular, porque él le abrió el inmenso campo de gloria que intrépida corrió por más de tres siglos, aunque a costa de su industria y de su sangre. ¡¡Colón murió sin saber que había descubierto un Nuevo Mundo!! No conoció la grandeza de su descubrimiento, ni sospechó la justa gloria que le daría la posteridad.




ArribaAbajo Gratitudes e ingratitudes

Es una opinión muy vulgarizada que Colón sólo recibió de los españoles desaires y afrentas; los más benignos en este asunto los califican de ingratos. Para analizar este juicio, preciso será repetir algo de lo dicho anteriormente. Y así expondremos: lo que obtuvo de los reyes durante su período de apogeo, y cuál fue la conducta de aquellos y del pueblo para con él en tiempo de su descrédito, terminando con algunas comparaciones ad hoc. Si después de exponer estos puntos, los españoles merecen o no tales dicterios, el lector imparcial lo juzgará por sí mismo.

Una vez recibida la fausta noticia del descubrimiento, diéronle prisa los reyes para que pasara a Barcelona: salió la corte a recibirle, y fue acompañado a la presencia de los reyes por multitud de caballeros; el recibimiento fue   -109-   público y solemne; los reyes se levantaron a su llegada; mandaron traerle una silla, y en ella dio noticia sosegada de su viaje. Le confirmaron todo lo pactado antes del descubrimiento, y a más le dieron las armas reales de Castilla y de León para que las trajese con las de su linaje. Cuando el rey salía llevaba a su lado al almirante, y le hacía otros honores notables; y por esto lo honraban todos los grandes y otros señores. El Cardenal de España fue el primero de los magnates que le convidó a comer y le hizo sentar en el lugar más preeminente de su mesa, haciéndole servir la vianda cubierta. Es necesario no olvidar lo que significaba todo esto en aquellos tiempos, si se quieren apreciar debidamente estas distinciones. Recibió además mil doblas de oro como donativo del tesoro real, y el premio de diez mil maravedís anuales ofrecido al primero que descubriese la tierra, cantidad que la carnicería de Córdoba satisfizo por toda la vida del almirante. Para dar a Colón una nueva prueba de la real benevolencia, el rey don Fernando y su hijo el príncipe don Juan, fueron padrinos de dos indios que se bautizaron en Barcelona; uno de ellos quedó en la servidumbre del príncipe. Como en otra parte se expondrá el vivo interés que se desplegó en mejorar bajo todos respectos las tierras descubiertas, lo que era muy del agrado del almirante, terminaremos diciendo que al salir Colón de Barcelona para activar los   -110-   preparativos de su segundo viaje, le acompañaron hasta las puertas de la ciudad los nobles y caballeros de la corte; diose orden para que todos los pueblos del tránsito proporcionaran al almirante y su comitiva alojamientos libres de todo gasto; se le permitió caminar en mula; lo cual estaba severísima y recientemente prohibido, y se le auxilió cuanto se pudo en los preparativos para el segundo viaje. Los reyes, por respeto a Colón, distinguieron a su hermano don Bartolomé, y le dieron el mando de la flotilla que en abril llegó a la Española. En la que poco después salió al mando de Antonio de Torres, enviaron Sus Majestades orden para que todos, incluso los que descubrieran, obedecieran al almirante, so pena de diez mil maravedís de multa por cada ofensa, y de incurrir en la desaprobación real.

Con el inesperado accidente del regreso de fray Boyl, Margarite y demás descontentos, una justa alarma se apoderó del ánimo de los reyes. Como el almirante estaba ocupado en el descubrimiento de Cuba, se ignoraba en España cuánto tiempo duraría su ausencia, y cuál sería el resultado de la expedición. Así, para proveer oportunamente a lo que las circunstancias exigían, se comisionó al Comendador don Diego Carrillo, para que pasara a la Española y tuviera cargo del Gobierno de la colonia si duraba la ausencia de Colón; mas se le prevenía, que si éste hubiere regresado, se limitara   -111-   solo a examinar la raíz de los abusos denunciados.

No pudiendo Carrillo embarcarse en el corto plazo que quedaba para la salida de las carabelas, escribieron los reyes a Fonseca para que, como superintendente de Indias, enviase a la Española un sujeto de reconocida probidad que examinase el estado de la colonia, y sobretodo, la verdadera causa de las repetidas quejas hasta entonces recibidas. Debía obrar con acuerdo de las autoridades de isla en varias cosas, caso de estar ausente el almirante, y sujetarlo todo a la intervención de éste, si había vuelto. Una vez enterado de la causa del descontento, regresaría a España para ponerlo en conocimiento de los reyes. Estando las cosas en esto llegó Torres de la Española; por él comunicó Colón el resultado de los descubrimientos al sur de Cuba, y que había llegado a los confines de los más ricos países del Oriente. Los reyes, seguros ya de la presencia de Colón en la isla, revocaron el poder dado a Fonseca, y por sí mismos nombraron para las investigaciones a Juan de Aguado, sujeto recomendado a la corte por el mismo Colón no hacía mucho tiempo. Escribieron al almirante para que limitase a quinientos el número de españoles que entonces debían residir en la isla, por ser este número suficiente para el servicio que actualmente se requería; ordenaron también que los víveres se repartieran cada quince días, y que no se impusiese   -112-   castigo tocante a la ración. Hasta aquí no se ve sino la consumada prudencia de Fernando o Isabel. ¿Qué recurso quedaba? Verdaderas o falsas, las quejas existían, y deber era de los reyes informarse de ellas sin herir en lo posible la susceptibilidad del almirante. Del hecho de retirar a Fonseca el poder dado, se ha deducido una consecuencia errónea, a saber: que el crédito del almirante andaba en proporción del oro que enviaba o prometía enviar. Si el pueblo lo hubiere hecho así, razón tuviera para ello, fiado en las pomposas descripciones de Colón. Los reyes mandaron devolver el oro secuestrado a un hermano de Colón, ordenando a Fonseca que sobre este caso escribiera al almirante dándole completa satisfacción de su conducta. Si Aguado ya en la Española se extralimitó de sus atribuciones, no por eso ha de culparse a los reyes. «Venid a vernos cuando podáis sin que os cause incomodidad, porque habéis ya sufrido demasiadas molestias»; tan cariñosamente recibieron los soberanos al almirante cuando vino a España con Aguado.

Si Colón no obtuvo inmediatamente los ocho buques que pidió, fue por lo divididas que estaban entonces las fuerzas españolas en Nápoles, Francia, Alemania y contra la escuadra turca, que amenazaba el sur y occidente de Europa. Entrado el otoño se le adelantaron seis millones de maravedís para que procediera al equipo de la escuadra; mas en vísperas de recibir   -113-   esta suma se supo el arribo a Cádiz de Pero Alonso Niño, que con tres carabelas volvía de la Española, anunciando que traía a bordo gran cantidad de oro. Colón no dudó que era el de minas de Ophir que ya estaban en explotación.

Los franceses acababan de hacer estragos considerables en el Rosellón, y Fernando ordenó que los seis millones destinados a la escuadrilla de Colón, se invirtieran en reparar las fortalezas arruinadas en el teatro de la guerra, pero advirtiendo que se reintegrase la cantidad distraída con parte del oro que de la Española había conducido el citado piloto. Pero éste era andaluz, y siguiendo la costumbre tan general en este pueblo de usar significativas hipérboles, resultó que el oro traído de la colonia eran seis centenares de indios que don Bartolomé Colón mandaba para que fuesen vendidos como esclavos. El desengaño fue grande para el almirante; su grandeza de alma y resignación cristiana lo mantuvieron en esta prueba. Los reyes, por su parte, le confirmaron cuanto antes de emprender su viaje le habían ofrecido en Santa Fe; se le otorgó una heredad en la Española de cincuenta leguas de largo, por veinticinco de ancho (mil doscientas cincuenta leguas cuadradas) con el título de marqués o duque. No aceptó el almirante este obsequio, diciendo, y con razón, que sería incentivo de nuevas quejas, pues le acusarían los colonos de atender más a   -114-   su provecho particular que a los generales de la colonia.

Como los gastos hechos en favor de la Española superaban en mucho a las ganancias, Colón estaba adeudado, según contrato, en una fuerte cantidad de dinero; se le eximió de ella excepto de lo que correspondió al primer viaje, estipulándose, por último, que los tres años siguientes recibiría la octava parte de los productos totales de cada viaje, y encima la décima de los netos. Y como Colón quería justísimamente perpetuar en su familia un timbre hereditario que recordara la grandeza de su descubrimiento, se le concedió el derecho de establecer un mayorazgo, cuyo posesor debía usar siempre las armas del almirante, sellar con sus armas, y no usar más antefirma que «El almirante», cualquiera que fuesen los títulos y mercedes que en adelante pudieran recibir de los soberanos.

La inesperada muerte del príncipe don Juan sumió a los reyes en una profunda tristeza; este imprevisto acontecimiento traía; inevitablemente a la España un cambio de dinastía, y con ella una serie de consecuencias altamente trascendentales en lo porvenir de la nación. Nada es, pues, de extrañar que los asuntos relativos a la colonia no se activasen. Con todo, haciendo un supremo esfuerzo, se echó mano de parte del dote destinado a la infanta doña Isabel, hija de los Reyes Católicos y prometida   -115-   del rey de Portugal, hecho poco conocido. Pasemos ahora al capítulo de mayor acusación contra los soberanos, y es que la facultad concedida a particulares de descubrir por propia cuenta, era hollar los privilegios otorgados al almirante. Vicente Yáñez Pinzón, el capitán de la famosa Niña en el primer viaje, solicitó y obtuvo antes que ninguno el permiso de descubrir con buques armados a costa de particulares. Esta concesión se hizo extensiva poco después (abril de 1495) a todos los súbditos de la reina de Castilla. Washington Irving califica esta concesión de que «menoscababa los privilegios del almirante» y de «poder ser perjudicial a la sucesión de progresivos y bien organizados descubrimientos»; al parecer de tan conocido escritor se allegan otros. Que Colón se quejó de ello cuando regresó con Aguado, es indudable; falta averiguar si con razón. Trasladando íntegra la nota que William Prescott pone acerca del pretendido menoscabo, se esclarece totalmente este asunto; dice, pues, así: «En las primeras capitulaciones de Colón con el Gobierno, no hay nada que se refiera a este asunto, puesto que en la real cédula que se expidió a su favor antes de emprender su segundo viaje, quedó reservado expresamente el derecho de conceder licencias a la corona y al superintendente Fonseca, de la misma manera que al almirante. La única pretensión legal que podía tener sobre todas estas expediciones, que no iban bajo su   -116-   autoridad, era que se le reservase una octava parte de la cabida de los buques, y esto ya se le mandaba guardar en la licencia general que se concedió. Los reyes, sin embargo, a consecuencia de sus representaciones, publicaron una orden a 2 de junio de 1497, en la cual, después de manifestar su constante respeto a todos los derechos y privilegios del almirante, declaraban que se tenía por nulo y de ningún valor todo lo que acaso se encontrara contra ellos en las licencias hasta entonces concedidas la forma hipotética en que esto último se halla concebido, manifiesta que los reyes deseosos de cumplir fielmente sus compromisos con Colón, no comprendían con claridad en qué le habían sido violados», y por nuestra parte añadiremos: ¿Qué fundamento habían tenido las quejas del almirante si las hubiera dado a Enrique VII de Inglaterra, porque en 1597 salieron dos buques ingleses y corrieron la costa de la América del Norte desde Newfroudland hasta bien adentro de la Florida? Ninguno ciertamente. ¿Era Colón dueño del océano, o lo eran los reyes de España para hacerle donación de él y de las tierras que en él hubiera? Más cuerdos los monarcas españoles, dieron una racional interpretación a la famosa bula de Alejandro VI, y así no hicieron caso ni de los viajes de los buques ingleses, ni del que fortuitamente hicieron los portugueses con Álvarez Cabral, que, es valió la posesión del Brasil; y cuenta que toda esta   -117-   costa estaba clara y explícitamente comprendida en la famosa línea de demarcación de que habla la Bula Pontificia. Lo que mira a que «podía ser perjudicial a la sucesión de progresivos...» está tan fuera de camino como lo anterior, y prueba que los Reyes Católicos se adelantaron más de trescientos años a su siglo46.

Es particular que en pleno siglo XIX que por antonomasia debía llamarse «siglo de las contratas», se vitupere el que la nación contrate con particulares el fomento de la marina mercante y del comercio, bajo condiciones ventajosas para ambas partes contratantes. ¿Qué diré de los beneficios que trae una prudente descentralización? Aun cuando se hubiera estipulado con Colón lo que él pretendía, centralizarlo todo en su mano, la razón del bien común era causa suficiente para rescindir el contrato, e ignoramos por qué esta centralización «no sería perjudicial a la progresión de sucesivos y bien organizados descubrimientos» y las demás sí. Por cierto que cuando los marinos ingleses buscaban con tanto empeño y de cuenta propia el paso del noroeste, sólo pedían a su Gobierno que no se los impidiera. Los españoles, doscientos años antes; alentaban a sus marinos a expediciones remotas y gloriosas, aunque raras veces productivas.

  -118-  

Ya expusimos las dificultades con que luchó Colón al llegar a la Española, término de su tercero y fecundo viaje. La disensión entre los hermanos de Colón y Francisco Roldán, causó, como dijimos, notables atrasos en la recta administración de la colonia. No ocultándose al almirante la necesidad de un arreglo pronto y sólido, escribió a los reyes pidiéndoles dos sujetos capaces de administrar la justicia con la inflexibilidad que las críticas circunstancias requerían, y al mismo tiempo un juez imparcial que esclareciese todo lo acaecido entre los Colones y Roldán con sus secuaces.

Ballester y Barrantes, que en las alteraciones pasadas habían dado a Colón pruebas harto significativas de adhesión, fueron sus procuradores ante los reyes. El ánimo de éstos no se hallaba en esta coyuntura propenso al almirante. Los venidos de la Española acudían a los reyes, pidiendo las pagas no satisfechas. Un día los dos hijos de Colón, entonces pajes de la reina, atravesaban un patio del palacio de Granada; aquella hambrienta muchedumbre los insultó soezmente. Fernando e Isabel, después de veinticinco años de un reinado próspero y feliz, pasaron por la amargura de ver reducidos a la miseria a los que volvían de las tierras descubiertas por Colón. El nuevo envío de esclavos mortificó a Isabel, pues contravenía Colón abiertamente a lo dispuesto por los reyes. Con todo, Fernando dudó mucho en enviar a la Española   -119-   quien averiguase la causa del general descontento: quería guardar a Colón todas las consideraciones posibles; sacole de su perplejidad la petición del almirante relativa al envío de los sujetos, y los reyes se aprovecharon de ella.

Por la parsimonia conque se fueron dando a Bobadilla sus facultades; puede verse el tacto con que se procedía. La primera se le expidió en 21 de marzo de 1499, relativa a averiguar las personas que se levantaron contra el almirante y las causas de ello, autorizándole para secuestrarles sus bienes y arrestarlos si eran culpables; para esto debía, si necesario fuera, pedir auxilio al virrey. En veintiuno de mayo firmaron los reyes otra carta por la cual investían a Bobadilla de plena jurisdicción civil y criminal. Con la misma fecha se ordenaba a Colón y sus hermanos hacer la entrega de fortalezas, bagajes, armamentos, etc. Por último, en 26 del mismo mes se firmó otra mandando a Colón dar fe y obediencia a lo que Bobadilla dijese. Un año y más se tuvieron paralizadas estas órdenes, pues Bobadilla no salió hasta mediados de julio de 1500. Acaso los reyes esperaban más lisonjeras noticias de la isla, o querían informarse más detenidamente de las quejas, antes de hacer partir a Bobadilla. Que éste abusó de la autoridad real, que su proceder con el almirante fue indigno de un caballero, lo manifestó toda la nación al saber que el descubridor Colón venía aherrojado. Andrés   -120-   Martín, capitán de la carabela que condujo a Colón de la Isabela a España, le permitió enviar por expreso a una dama íntima de la reina, la larga carta que Colón había redactado durante la travesía, favor que por concederse rarísimas veces a los presos políticos, debe estimarse en lo que vale. Quejábase en ella del proceder de Bobadilla.

Cuando los reyes supieron lo ocurrido, escribieron a Colón manifestándole el pesar que habían recibido por la conducta con él observada; convidáronle a pasar a la corte, y le remitieron dos mil ducados para el viaje47. Colón se presentó a los reyes como un hombre profundamente agraviado. Recibió de los monarcas las más explícitas manifestaciones contra el proceder de Bobadilla, desaprobaron cuanto éste había hecho, y prometieron destituirle del mando sin dilación alguna. No se hizo caso de las informaciones ni de las cartas de aquel; al contrario: Colón era atendido y obsequiado por los soberanos, quienes de nuevo le aseguraron la reinstalación en el goce y ejercicio de todos sus privilegios. Esto no se cumplió; más adelante daremos la razón de ello. Cerca de un año llevaba Colón en la corte de Granada, siendo siempre objeto de las atenciones de los reyes. El temperamento sanguíneo de Colón no le permitía estar mucho tiempo inactivo.   -121-   «Su imaginación visionaria era como una luz interior que en los momentos de mayor oscuridad disipaba las tinieblas exteriores y llenaba su ánimo de espléndidas imágenes y gloriosos espectáculos», (Washington Irving). En este tiempo tenía la idea de poner en pie un ejército de cincuenta mil infantes y cinco mil caballos, para rescatar el Santo Sepulcro, tropas que debían sustentar con los productos que rindieran los países descubiertos. Colón enlazaba entre sí con orden sucesivo el descubrimiento de la parte oriental del Asia (que era lo que él creía haber descubierto), la conversión de los gentiles a la fe, y el rescate del Santo Sepulcro; para hacer comprender esto revolvía las Escrituras y Santos Padres, y acomodaba a su idea cuanto creía le cuadraba. En una carta que acerca de esto escribió a los reyes, confesaba que él tenía por cierto que desde la infancia lo había Dios escogido para la ejecución de aquellos dos grandes designios.

Fernando, político consumado y que con tan grande acierto seguía las pulsaciones todas de la agitada Europa, no podía menos de ver en Colón cierto personaje de sublime locura. Isabel, más impresionable que su esposo, oyó con mayor atención los planes del almirante, aunque nunca perdió su buen sentido práctico para dejarse ilusionar por sus proyectos48.   -122-   Estas aberraciones políticas de Colón, necesario es confesarlo, le hicieron muy poco favor para sus ulteriores proyectos, y acaso fuera la causa de que Fernando se fiara poco en todo lo que concernía al almirante. Lo cierto es que hasta 1501, «el nuevo mundo con todos sus tesoros había ocasionado más gastos que ganancias» (Irving), y no se ve fundamento ninguno para que los reyes pusieran a disposición del almirante los recursos que él pedía quizás para alimentar los extravíos de su volcánico cerebro. Aunque fuese muy controvertible para Fernando el don de gobierno que poseyera el almirante, no tuvo dificultad en equiparle buques para que descubriera el estrecho que a juicio de Colón debía de existir a la misma latitud que los caribes. Como éste sería un descubrimiento de gran trascendencia, y Fernando no dudaba del mucho peso que en asuntos náuticos tenía   -123-   el parecer del almirante, se le autorizó para que armara la escuadrilla con que salió el 9 de mayo de 1502 para su cuarto y último viaje de descubrimientos.

Que se le hubiera negado el permiso que solicitó para tocar en la Española, a nadie debe llamar la atención. Aun estaba en ella Bobadilla, aunque ya destituido, y otros enemigos del almirante, y, su presencia en la isla podía recrudecer las anteriores desavenencias, máxime que la razón alegada por el almirante era sólo para proveerse de víveres, los cuales podía llevar de España y conservarlos embarcados, quizás en mejor estado que los que podía tomar en la Española. La conducta de Ovando, potro para el historiador, no fue digna ni de emplearse con Colón, ni de la elevada posición que tenía en la colonia49. Hay quejas del almirante acerca de la detención de lo que le correspondía en la Española; «todos me aseguran que tengo allí mil ciento o mil doscientos castellanos, y yo no he recibido ni un cuarto». Así escribía desde Sevilla a su hijo don Diego cuando regresó por última vez de la Española. Difícil es combinar este trozo con los hechos. Estando en Jamaica el almirante esperando el resultado del viaje de Méndez, dice Irving (Libro X, capítulo V): «obtuvo Méndez de Ovando el permiso para ir   -124-   a Santo Domingo, y aguardar el arribo de ciertos bajeles que se estaban esperando, de los que había determinado comprar uno por cuenta del almirante». Y en el capítulo VI dice el mismo historiador: «dos bajeles se hallaban en el puerto; uno alquilado y bien provisto a expensas del almirante, por el fiel e infatigable Diego Méndez; el otro habíalo armado Ovando y puéstolo a las órdenes de Diego de Salcedo, el agente de Colón». Y en el libro XVIII, capítulo I, se lee que «todo lo que pudo juntar tuvo que aplicarlo a el armamento de los buques que debían llevarlo a él y a su gente a España», y más abajo: «Los más de los marineros de su equipaje se quedaron en Santo Domingo, y como se viesen en mucha pobreza, los socorrió con sus propios fondos y adelantó los necesarios para el viaje de los que quisieran volver a España».

Los autores que sienten haber, salido Colón perjudicado en el cobro de sus derechos cuando estuvo la última vez en la Española, sientan por consiguiente, que al menos cobró parte, lo cual no casa con las palabras del almirante «yo no he recibido ni un cuarto»50. Sabido es además que Colón no tenía más bienes que los que le correspondían en la Española; luego con ellos tuvo que hacer por sí o por sus factores lo que dejamos dicho. Los diez mil maravedíes   -125-   que cobraba en Córdoba, ni bastarían para semejantes gastos, ni se los mandaría a la Española doña Beatriz Enríquez que los cobraba. En 27 de noviembre de 1503, escribió Isabel a Ovando mandándole observar estrictamente las capitulaciones concedidas a Colón; que respete a los comisionados de éste, y les facilite el cobro de los haberes; esta carta fue motivada por la queja de Alonso Sánchez Carvajal, uno de los factores que Colón tenía en la Española. Las palabras marcadas arriba, están más en armonía con las órdenes de Isabel (que Ovando no desobedecería), que con las citadas del almirante. La fecha de las cartas hace suponer que las quejas de Carvajal serían elevadas hacia marzo o abril de 1503. Es decir, un año próximamente después de la llegada de Ovando a Santo Domingo (15 de abril de 1502). Las expediciones militares de Ovando a Jaragua, pudieran asignarse por causa de alguna tardanza en los cobros que pertenecían al almirante; los cuales no debían ser pagados por Ovando aunque sí averiguados por él.

Para terminar este asunto, transcribiré de Washington Irving las instrucciones dadas por los reyes al gobernador Ovando, relativas a las temporalidades del almirante. «Se mandó a Ovando que examinase todas las cuentas (de Colón) sin pagarlas por él mismo. Debía averiguar las pérdidas que había sufrido por su confiscación de bienes e interrupción de funciones. Toda la   -126-   propiedad confiscada por Bobadilla debía devolvérsele; y si estaba vendida, recompensársele. Si se había empleado en el servicio real, debía Colón quedar indemnizado por el tesoro; si Bobadilla se la había apropiado, debía responder de ella con sus bienes particulares. Las mismas providencias se tomaron para indemnizar a los hermanos del almirante de las pérdidas que injustamente hubieran sufrido por su prisión. Colón debía también recibir los atrasos de sus sueldos y ser en lo sucesivo pagado puntualmente. Se le permitió tener un factor en la Isla que presenciase la fundición y sello del oro, recogiese su parte, y atendiese a todos sus negocios, el cual debía ser tratado con el mayor respeto». (Libro XIV, capítulo 3.º).

Creemos, en vista de estos datos, que Colón usó en la carta dicha de alguna figura retórica. La conducta de Fernando para con Colón desde que éste llegó a Segovia, se justificó anteriormente. Réstanos añadir, que el almirante disfrutaba en la corte de las consideraciones que tan justamente se le debían. El cardenal Cisneros y otras muchas personas principales, le colmaban de agasajos y aun le animaban en la prosecución de su demanda. Como el difunto almirante por nada había pugnado tanto como porque le devolviesen su título de virrey y almirante de las Indias, su hijo y legítimo heredero don Diego continuó en lo mismo; mas desesperanzado de mejor resultado que su padre, apeló   -127-   contra el rey a los Tribunales de Justicia. Entablose un pleito entre Fernando y su antiguo paje. Sentenciose contra el rey. El niño que veinte y tres años atrás pidió pan y agua a unos religiosos franciscanos, era declarado por los jueces españoles virrey y almirante de las Indias, «acto muy honroso para aquel Tribunal, y que manifiesta que la independencia de la administración de justicia, baluarte de la libertad civil, estaba bien establecida bajo el reinado de don Fernando». (Prescott, Historia del reinado de los Reyes Católicos, parte II, capítulo XVIII, nota).

Los versados en la historia de aquellos tiempos serán los únicos que sepan apreciar el hecho51. La gloria del almirante pasó a sus hijos; y las consideraciones de que aquél fue objeto en la corte después del descubrimiento, no se le escasearon a sus descendientes. Solicitó Don Diego y obtuvo la mano de doña María de Toledo, hija del Gran Maestre de León y sobrina del Duque de Alba, ambos primos del rey y de lo más poderoso de la grandeza española. Fernando, no obstante el fallo del Consejo de Indias, no dio a don Diego el virreinato de la India, tal cual a su difunto padre se lo había prometido muchas veces. El vuelo que cada día tomaban los descubrimientos, hacía imposible poner en manos de un particular tan vastos y remotos países. Adoptó don Fernando una medida   -128-   conciliatoria. Cedió a don Diego la dignidad y poder de Ovando, y la renta sobre los productos, omitiendo cautamente el nombre de virrey. Partió don Diego Colón para la Española en 9 de junio de 1509 con su esposa; acompañábanlos don Fernando Colón, el adelantado don Bartolomé y su hijo don Diego.

Bajo el gobierno de don Diego Colón, dividió el rey Fernando en dos jurisdicciones distintas la Tierra Firme del Darién. Al célebre Alonso de Ojeda dio el Gobierno de la una, y el de la otra, que empezó a llamarse Castilla de Oro, fue cedida a Diego de Nicuesa para que la gobernase. Disgustó mucho esta medida al gobernador de la Española, y después de varias desazones tanto en la Isla como en España, a donde pasó para reanudar su pleito con la corona, murió sin verlo terminado. Su hijo don Luis, con mejor acuerdo, zanjó este asunto por medio de un arbitraje primero, y después hizo total renuncia de los derechos que pudiera tener al virreinato, recibiendo en vez de él los títulos de Duque de Veraguas y Marqués de Jamaica. Por los productos que del décimo debía recibir, se contentó con una renta vitalicia para sí y sus sucesores de mil doblones de oro. Perdidas las Américas en el primer cuarto de este siglo, se asignó a los Duques de Veraguas una pensión anual, pagadera por las cajas de Ultramar.

Los españoles hicieron con Colón y sus descendientes, lo que toda nación hubiera hecho.   -129-   Es una utopía creer que se pueda autorizar a un particular para tener un poder material capaz de hacer frente al gobierno. De haber observado los pactos hechos con Colón, diez años más tarde se hubieran desmoronado por su propio peso, y corrido torrentes de sangre. La rebelión de Gonzalo Pizarro, puede proporcionar un luminoso ejemplo. El legítimo derecho de un particular, puede y debe ceder al bien común. A los hermanos del primer almirante, es decir, al adelantado y don Diego, se le asignaron tierras en la Española.

España fue también ingrata con los que acompañaron a Colón en su primer viaje. Los Pinzones, los pilotos y marineros, que voluntariamente se embarcaron, murieron pobres y olvidados. Es verdad que más tarde se dio a los Pinzones el mote con que adornan su escudo y que dice «a Castilla y a León Nuevo Mundo dio Pinzón», pero los pilotos se contentarían con narrar en sus viajes las peripecias del célebre de las tres carabelas, y los marineros, cuando ya de viejos no pudieran sino remendar las redes, tendrían pendientes de sus labios a los jóvenes pescadores que atentos y asombrados no dejarían escapar ni una sola palabra del relato. Con esto y con el respeto de los del pueblo, se tuvieron por pagados.

Permítasenos acabar este punto con una parte del testamento del fidelísimo Diego Méndez, que en Veragua, en la Jamaica y Española,   -130-   tan grandes proezas había hecho en favor del almirante y de los que con él fueron. «Venido su Señoría (el almirante) a la Corte, y estando en Salamanca en la cama enfermo de gota, andando yo solo entendiendo en sus negocios y en la restitución de su estado y de la gobernación para su hijo don Diego, yo le dije ansí: "Señor: ya vuestra Señoría sabe lo mucho que os he servido y los más que trabajo de noche y de día en vuestros negocios; suplico a vuestra Señoría me señale algún galardón para en pago dello"; y él me respondió alegremente que yo lo señalase y él lo cumpliría, porque era mucha razón. Y yo entonces le señalé y supliqué a su Señoría me hiciese merced del oficio del Alguacilasgo mayor de la isla Española para en toda mi vida; y su Señoría dijo que de muy buena voluntad, y que era poco para lo mucho que yo había servido; y mandome que lo dijese ansí al Sr. don Diego, su hijo, el cual fue muy alegre de la merced a mí hecha de dicho oficio, y dijo que si su padre me lo daba con una mano, él con dos. Y esto es ansí la verdad para el siglo que a ellos tiene y a mí espera.

Habiendo yo acabado, no sin grandes trabajos míos, de negociar la restitución de la gobernación de las Indias al almirante don Diego, mi Señor, siendo su padre fallecido, le pedí la provisión del dicho oficio. Su Señoría me respondió que lo tenía dado al Adelantado su tío; pero que él me daría otra cosa equivalente a   -131-   aquella. Yo dije que aquella diese él a su tío, y a mí me diese lo que su padre y él me habían prometido, lo cual no se hizo; y yo quedé cargado de servicios sin ningún galardón, y el señor Adelantado, sin haberlo servido, quedó con mi oficio y con el galardón de todos mis afanes.

Llegado su Señoría a la cibdad de Santo Domingo por Gobernador, tomó las varas y dio este oficio a Francisco de Garay, criado del señor Adelantado, que lo sirviese por él. Esto fue en diez días del mes de julio de mil quinientos diez años. Valía entonces el oficio a lo menos un cuento de renta, del cual la Vireina mi Señora, como tutriz y curadora del Virey mi Señor, y él me son en cargo realmente, y me lo deben de justicia y de foro conscientiæ, por que me fue hecha la merced de él, y no se cumplió conmigo dende el día que se dio al Adelantado hasta el postrero de mis días, porque si se me diera, yo fuera el más rico hombre de la isla y más honrado; y por no se me dar, soy el más pobre della, tanto que no tengo una casa en que more sin alquiler».

Réstanos ahora comparar la suerte que otros grandes hombres han corrido, con la que corrió el célebre descubridor del Nuevo Mundo. Qué pagos recibieron aquellos de los beneficios prestados, ya que hemos visto los sinsabores que nuestro héroe recibió del petulante Aguado, del atolondrado Bobadilla, del suspicaz Ovando, y del cauto Fernando de Aragón y de Castilla.

  -132-  

El imperio colonial de los portugueses se debe a Vasco de Gama, y al gran Alburquerque como guerrero y legislador. Venecia y el Egipto sentían demasiado la enérgica mano de Alburquerque que les cerraba el monopolio del Asia; la flota egipcia, reforzada secretamente con buques venecianos, fue vencida por el virrey portugués. En medio de sus triunfos supo Alburquerque que sus enemigos habían triunfado de él en Lisboa, y que debía ser reemplazado en el virreinato por los mismos que él había arrojado de allí por delincuentes. A tan injusto proceder, se contentó con decir «a la tumba, a la tumba, anciano fatigado». El rey don Manuel le escribió en 11 de marzo de 1516 que sólo le llamaba para proporcionarle el descanso, pero que le conservaría todos sus honores, etc. Alburquerque no recibió ya esta carta.

Pacheco, aunque en menor escala que Alburquerque, es también un ejemplar de la ingratitud de los portugueses para con algunos de sus grandes hombres. Pacheco, cuyas hazañas inspiraran la lira de Camoens, llegó a Portugal con sus buques cargados de ricas mercancías; la envidia le tomó por blanco de sus tiros; fue destituido, y murió pobre en el hospicio de Valencia de Alcántara.

Para decir algo de Inglaterra, sólo recordaremos el nombre de su célebre canciller Tomás Moro. Fidelísimo a su monarca, inteligente y honrado, acabó sus días en el suplicio por mandato   -133-   del rey, como un criminal cualquiera. La Francia, dos siglos y medio después se mostró harto ingrata con Dupleix, que la había puesto en posesión de casi treinta millones de habitantes en la India. El gobierno francés lo separó del mando en 1754. Cuéntase que salió llorando de un país en el que había conquistado doscientas leguas de costa para la Francia; murió Dupleix en su patria en la mayor miseria. Si con sus hijos observó esta conducta, no fue más agradecida con los extraños. El irlandés Conde de Lally, puesto al servicio de la Francia, defendió a Pondichery (colonia francesa en el Asia) con setecientos hombres, contra veintidós mil ingleses: la defensa fue heroica. Hecha la capitulación, regresó a Francia; acusósele de traidor, y fue condenado a muerte. Lally quiso justificarse, pero una mordaza se lo impidió: con ella puesta montó en la infame carreta, y sufrió el último suplicio en la plaza de Gréve (1766). Y si de los prohombres de la Independencia de América quisiera hablar y decir el pago que han recibido de sus libertados, podría contar maravillas. Mas no prolonguemos este catálogo de iniquidades e ingratitudes. El desapasionado lector coteje y juzgue.



  -134-  

ArribaAbajoConclusión

La conquista y colonización de los países descubiertos por don Cristóbal Colón, fue por espacio de catorce años el sepulcro de los tesoros de España y de sus hijos. Los reyes católicos, que nunca desconocieron sus intereses, sostuvieron con admirable constancia el fomento de aquellos remotos países, guiados, sin duda, por el presentimiento de que las consecuencias morales de tan estupendo hallazgo superarían a los intereses materiales por grandes que ellos fueran. El importantísimo papel que en los graves acaecimientos de la Europa jugó la España, realzan en sumo grado la elevación de miras que su gobierno tuvo siempre con respecto a las nacientes colonias de Ultramar. Si la nación no pudo de cuenta propia hacer frente a tan multiplicadas atenciones, excitó con premios la intrepidez de sus marinos y el lucro en sus negociantes, para que ellos realizaran el gran pensamiento que tanto les preocupaba, sin herir, como queda probado, ni en lo más mínimo los derechos de don Cristóbal Colón. Los resultados ya morales, ya materiales, correspondieron abundantísimamente a tan grandes y bien fundadas esperanzas. Cuanto a los morales,   -135-   notaremos los siguientes: se sacó a todo un Mundo de la idolatría, trayéndole al conocimiento del verdadero Dios y de su Iglesia. La tiranía y el despotismo en sus leyes y caciques, fue sustituida por leyes que garantizaban la dignidad personal, y se extinguió, casi totalmente, la antropofagia. Con la conquista del continente, las demás naciones de Europa aprendieron a conocer la virilidad de que es capaz lo que se llama pueblo, cuando criado en los sanos principios de la moral cristiana, se le saca del círculo de hierro en que fuera de España e Italia lo tenía encerrado el bárbaro abuso del sistema feudal. Las ciencias vieron delante de sí un inmenso campo que explorar, y se desarrollaron en el medio siglo siguiente al descubrimiento con una rapidez increíble, sobre todo en la parte astronómica y geográfica. Con el descubrimiento de la América, llegó el hombre a tener noticia bastante aproximada de la forma y tamaño del planeta que habita, de las razas que lo pueblan, de los recursos que en él se hallan, y en general, no hay ciencia que no haya ensanchado su esfera desde que este grande y rico continente, cortando el paso a las naves de Colón, se alzó como de improviso entre la Europa y las tierras orientales del Asia, que eran las buscadas por el ilustre genovés y los ínclitos pilotos que le acompañaban. Respecto a los bienes materiales, enumeraremos el incremento extraordinario que tomó   -136-   el comercio, proporcionando a gran número de habitantes del globo comodidades y bienestar de que antes carecían; la escasez de su población y lo dilatado de sus costas y llanuras, ofrecía abrigo a cuantos europeos quisieran emigrar para buscar en ellas las libertades y exenciones que no hallaban en su patria. Las yerbas medicinales, las maderas de construcción, el caucho, la quina y otra multitud de especies tan preciosas como estimadas, hicieron que esta parte del mundo adquiriera en breve no poco de la preponderancia a que está destinada por sus riquezas propias o importadas, por la variedad de sus climas, por lo caudaloso de sus ríos, y por la proverbial hospitalidad y bondad de la raza latina que en su mayor parte lo puebla.




 
 
AD MAIOREM DEI GLORIAM
 
 


  -1-  

ArribaAbajoNotas y apéndices


ArribaAbajoNotas


A

Cuanto a las causas que determinaron a Colón, convendrá examinarlas detenidamente. El documento de mayor antigüedad es el de la Sagrada Escritura, que en más de un lugar habla de la tierra de Ophir a la que navegaron las flotas de Salomón o Hiram. Las circunstancias de emplear tres años en el viaje, y la de haber tocado en Tharsis (costa sur de la España en el Atlántico), y la de traer a su regreso producciones minerales y animales, propias (aunque no exclusivas) del continente americano, han dado lugar a que algunos afirmen ser este continente el aludido en el 2.º Libro de los Paralipómenos, capítulo 8.º y 9.º y otros lugares. El mismo Colón escribía desde la Española a Isabel la Católica, que las tierras descubiertas en su tercer viaje, eran la de Ophir. En su cuarto y último, cuando con más detención exploraba las costas de Veragua, creyó que las minas de este país eran las del Áureo Chersoneso, que en sentir del historiador Josefo, era de donde Salomón había llevado gran cantidad de oro para la construcción del templo (Washington Irving). El Áureo Chersoneso en opinión de Josefo, no es otro que la región de Ophir (V. Calmet, Dict. Script.).

  -2-  

Séneca (filósofo español), en la prefación al libro primero de sus «quæstiones naturales», que en gran parte tomó de los Meteorológicos de Aristóteles52, exponiendo la innata tendencia del hombre a la sabiduría, después de decir «curiosus spectator excutit singula, et quærit» pregunta en consonancia con lo dicho «quantum enim est, quod ab ultimis littoribus Hispaniæ usque ad Indos jacet». La respuesta es más notable, si cabe: «Paucissimorum dierum spatium si navem suus ventus implevit». Y en su Medea (una de las nueve tragedias que se le atribuyen), pone la existencia clara y terminante de un nuevo mundo que descubrirán los siglos futuros.


Venient annis sæcula seris,
Quibus Occeanus vincula rerum
Laxet, Novosque Typhis detegat Orbes
Atque ingens pateat tellus
Nec sit terris ultima Thule53.



El famoso viaje que los cartagineses hicieron en torno de África, consta en el periplo de Hannón. (Puede verse íntegro en los apéndices a la Historia de España por don Víctor Ghebardt). Dícese que una de las sesenta naves que componían la flota, separada de las demás, llegó a avistar en dirección del oeste una tierra desconocida; lo cual puesto en conocimiento del Senado de Cartago, se ordenó por éste un absoluto silencio acerca del caso.

Una tradición antigua muy propagada en España, (habla Juan de Müller en el 2.º tomo de su Germanía) era la de que en la invasión de los árabes, un arzobispo portugués y siete obispos habían huido a una isla llamada Antilia o Septemtirada, situada allende el gran océano. Según otra tradición, los normandos habían descubierto   -3-   en otro tiempo, también allende los mares, un país llamado Winlanda54.

El español Benjamín Tudela (judío de Navarra) y el veneciano Marco Polo habían hecho por tierra largos viajes y anotado cuánto se separaban del punto de partida. Su cálculo fue erróneo. Benjamín Tudela aseguraba haber gana do 270º y lo mismo Marco Polo. Martín Behaim de Nuremberg, en el globo que construyó hacia 1492, pone cerca de los 330º de longitud oriental dos islas; al pie de la una se leía: «En 743, cuando España fue sojuzgada por los africanos, la Antilla fue poblada por un arzobispo de Oporto, otros seis obispos y muchos cristianos fugitivos de España con sus rebaños y bienes». La otra, mucho mayor y más próxima a las Azores que la primera, tenía por nombre San Brandano, y decía: «El año 663 después de J. C., San Brandano arribó en una nave a esta isla, en la que halló maravillas, y al cabo de siete años de permanencia la abandonó». Martín Behaim navegó con los portugueses; nació hacia 1430 y murió en Lisboa en 1606. Colón, minucioso observador y muy dado al estudio, conocía todas estas tradiciones y viajes como su contemporáneo y acaso amigo Behaim, que los conocía sin duda mucho antes de la construcción de su globo.

Los descubrimientos de los portugueses debían producir una crisis en la Geografía, y los nuevos datos adquiridos comunicarse entre los sabios. Colón se puso, pues, en comunicación con Toscanelli, célebre astrónomo, el cual en una de las dos cartas que dirigió al almirante en 1474, le dice: «Veo tu noble y gran deseo de pasar allí   -4-   donde nacen las especies... Te remito una carta de navegar... que satisfará tus preguntas». Y en otro lugar: «voi a petición expresa del Sermo. rey de Portugal, a dar una indicación precisa acerca del camino que hay que seguir... De frente he marcado, derecho al Occidente, el principio de las Indias, con las islas y los lugares a donde se puede abordar... habréis visto por mi carta que el viaje que deseáis emprender no es tan difícil como se piensa: antes bien, la derrota (el camino) es segura por los parajes que he señalado». Añadía que el gran Khan ocupaba estos reinos, etc. A éstas u otras análogas noticias pudiera referirse el libro generalmente atribuido a don Fernando, al decir en el párrafo citado «autoridades de escritores».

Aun en tiempo de Colón hubo varios que creyeron haberse debido el descubrimiento del nuevo mundo al piloto español Alfonso Sánchez de Huelva, el cual, arrojado por vientos contrarios a la costa de un país desconocido, tuvo gran dificultad en la vuelta. Hospedose en casa de Colón, y habiéndole comunicado el descubrimiento que casualmente había hecho, le dejó, al morir, sus papeles, los cuales examinados por Colón, le sirvieron de guía en el viaje que después emprendió. Esto no parece que se halla bien averiguado. Con todo, Francisco López de Gómara (cuya historia de las Indias se ha traducido en todas las lenguas), refiere el hecho, y después de exponer la variedad de opiniones en orden al origen del mencionado piloto, esto es, si había sido portugués o andaluz o vizcaíno, dice que todos convienen en que el referido piloto murió en casa de Colón, y que quedaron en poder de éste todos los papeles, etc. (López de Gómara, libro 1.º, 13). El Inca Garcilaso de la Vega en el capítulo 3.º de su Historia de los Incas; el padre José de Acosta en su Historia Natural, capítulo 19, y otros varios escritores son del mismo sentir, lo cual niegan a su vez otros escritores nacionales y extranjeros.

  -5-  

Antes de pasar adelante en esta materia, por necesario juzgo aquí el vindicar a Gómara y a algún otro historiador, de los que no pocos americanos han dicho que al dar cabida en sus libros a lo del piloto Sánchez, más que de rumor de verdad, procedió de odio y parcialidad contra Colón. Poco conforme he de hallarme con esto, cuando el gran paniaguado de Colón, Las Casas, dice mucho más; oigámosle siquiera en el título de un capítulo que es el XIV: «El cual contiene una opinión que a los principios en esta isla teníamos, que Cristóbal Colón fue avisado de un piloto, que con gran tormenta vino a parar forzado a esta isla; para prueba de lo cual se ponen dos argumentos que hacen la dicha opinión aparente, aunque se concluye como cosa dudosa» y en el cuerpo del capítulo dice: «entre otras cosas antiguas de que tuvimos relación los que fuimos al primer descubrimiento de la tierra y población de la isla de Cuba, fue una ésta, que los indios de ella tuvieron o tenían de haber llegado a esta isla Española otros hombres blancos y barbados como nosotros, antes que nosotros no muchos años, etc.». Esto no es hostilidad de Gómara55.

Don Fernando Colón, refiriéndose al pasaje de Gonzalo de Oviedo en su Historia de las Indias, donde dice que el almirante tuvo una carta en la que halló descritas las Indias por un individuo que las había descubierto antes, dice en resumen, que un portugués llamado   -6-   Vicente Díaz, que navegaba de Guinea a la Terceira, habiendo inclinado mucho el rumbo al oeste le pareció ver una isla que no dudó fuese verdaderamente tierra. Llegado que hubo a Terceira, persuadió a un rico armador que le facilitara un buque para conquistar el país descubierto; en él se alejó por dos o tres veces de ciento veinte a ciento treinta leguas de la Terceira sin hallar tierra. Sin embargo, ni Díaz ni su compañero desistieron de su empeño hasta la muerte, conservando siempre la esperanza de encontrar la isla.

Los datos que Colón obtuvo de su suegro Bartolomé Perestrelo, que descubrió la Madera, no dejarían de influir en su ánimo y radicarle en su idea. Por último, en la citada obra de las Antiquitates Americanæ, se dice que Colón no se resolvió a emprender su viaje sino después de haber visitado la Islandia en 1477 y haber oído hablar allí de los descubrimientos de navegantes escandinavos. Martín Vicente aseguró a Colón haber encontrado a cuatrocientas cincuenta leguas al oeste del Cabo de San Vicente, un pedazo de madera labrada artificialmente y no con hierro, en ocasión de soplar vientos fuertes del oeste; y Pedro Corola, concuñado del almirante, le certificó así mismo, que en la isla de Puerto Santo había visto otro igual y en iguales circunstancias. Esto cuanto a los indicios de navegantes.

Por lo que mira a los fundamentos naturales, veremos en el discurso de la obra que eran muy inciertos, atendiendo   -7-   al atraso en que la ciencia astronómica y geográfica se hallaba en los tiempos del almirante.

Expuestos ya los fundamentos en que Colón hacía estribar su proyectado viaje, pasaremos ahora a dar a conocer al lector en los que nos apoyamos para lo que acerca de sus vicisitudes en España escribimos en el texto.


Documentos

I. CARTA DEL DUQUE DE MEDINACELI

«Al Reverendísimo señor el Sr. Cardenal de España, Arzobispo de Toledo, etc.

»Reverendísimo Señor: No sé si sabe vuestra Señoría como yo tuve en mi casa mucho tiempo a Cristóbal Colomo, que se venía de Portogal, y se quería ir al Rey de Francia, para que emprendiere de ir a buscar las Indias con su favor y ayuda, e yo lo quisiera probar y enviar desde el Puerto, que tenía buen aparejo, con tres o cuatro carabelas, que no demandaba más; pero como vi que era esta empresa para la Reina nuestra Señora, escribilo a Su Alteza desde Rota, y respondiome que ge lo enviase: yo ge lo envié entonces, y supliqué a Su Alteza, pues yo no lo quise tentar y lo aderezaba para su servicio, que me mandase hacer merced y parte en ella, y que el cargo y descargo de este negocio fuese en el Puerto. Su Alteza lo recibió y le dio encargo a Alonso de Quintanilla, el cual me escribió de su parte, que no tenía este negocio por muy cierto; pero si se acertase, que Su Alteza me haría merced y daría parte en ello; y después de haberle bien examinado, acordó de enviarle a buscar las Indias. Puede haber ocho meses que partió, y agora él es venido de vuelta a Lisbona, y ha hallado todo lo que buscaba y muy cumplidamente, lo cual luego yo supe, y por facer saber tan buena nueva a Su Alteza ge lo escribo con Xuárez; y le envío a suplicar me haga merced que yo   -8-   pueda enviar en cada año algunas carabelas mías. Suplico a vuestra Señoría me quiera ayudar en ello, e ge lo suplique de mi parte, pues a mi cabsa y por yo detenerle en mi casa dos años y haberle enderezado a su servicio, se ha hallado tan grande cosa como ésta. Y porque de todo informará más largo Xuárez a vuestra Señoría, suplícole le crea. Guardo, Nuestro Señor vuestra Reverendísima persona como vuestra Señoría desea. De la villa de Cogolludo a diez y nueve de Marzo. Las manos de vuestra Señoría besamos. El Duque».

II. CARTA DEL REY DE PORTUGAL.

«Nos Dom Joham, per graza de Deos, Rey de Portugall, é dos Algarbes; da aquem é da allem mar em Africa, Senhor de Guinee; vos enviamos muito saudar. Vimos a carta que Nos escribestes: é á boa vontade é afeizaon que por ella mostraaes teerdes á nosso servizo, vos agardecemos muito. E cuanto á vossa vinda ca, certo, assi pollo que apontaaes como por outros respeitos para que vossa industra, é boo engenho Nos será necessareo, Nos á desejamos, é prazernos ha muito de visedes, porque era o que á vos toca se dará tal forma de que vos devaaes ser contente. E porque por ventura teerees algum rezeo de nossas justizas por razaon dalgumas cousas á que sejaaes obligado, Nos por esta nossa carta vos seguramos polla vinda, stada, é tornada que nom sejaaes presso, retendo, acusado, citado nem demandado por nenhuna cousa, ora seja civil, ora criminal, de cualquier cualidade. E por ella mesma mandamos á todas nossas justizas que ó cumpran así. E por tanto vos rogamos é encomendamos que vossa vinda seja loguo, é para isso non tenhaaes pejo algum: é agardecernoslo hemos é teeremos muito en servizo.

»Scripta en Avis á veinte de Marzo de mil cuatrocientos ochenta y ocho. El Rey. A Cristovam Colon».

III. DECLARACIÓN DEL MÉDICO GARCI-HERNÁNDEZ

«...Sabe que el dicho almirante D. Cristóbal Colón viniendo a la arribada con su fijo D. Diego, que es ahora   -9-   almirante (1515), a pie, se vino a Rábida, que es monasterio de frailes en esta villa, el cual demandó a la portería que le diesen para aquel niñito, que era niño, pan y agua que bebiese; y que estando allí ende este testigo un fraile que se llamaba Fr. Juan Pérez, que es ya difunto, quiso hablar con el dicho D. Cristóbal Colón, e viéndolo disposición de otra tierra o reino ajeno en su lengua, le preguntó que, quién era, e dónde venía; e que el dicho Cristóbal Colón, le dijo: que él venía de la corte de S. A., e le quiso dar parte de su embajada, a qué fue a la corte o cómo venía; o qué dijo el dicho Cristóbal Colón al dicho Fr. Juan Pérez, como había puesto en plática a descubrir ante S. A., e que se obligaba a dar la tierra firme queriéndole ayudar S. A. con navíos e las cosas pertenecientes para el dicho viaje e que conviniesen; e que muchos de los caballeros y otras personas que allí se fallaron al dicho razonamiento, le volaron su palabra e que no fue acogida, mas que antes facían burla de su razón, diciendo que tantos tiempos acá se habían probado e puesto navíos en la buscar, e que todo era un poco de aire, e que no había razón dello; que el dicho Cristóbal Colón, viendo ser su razón disuelta en tan poco conocimiento de lo que prometía de facer o de cumplir, él se vino de la corte, e se iba derecho de esta villa a la villa de Huelva para fallar y verse con un su cuñado, casado con hermana de su mujer, e que a la sazón estaba, o que había nombre Muliar; o que viendo el dicho fraile su razón, envió a llamar a este testigo con el cual tenía mucha conversación de amor, o porque alguna cosa sabía del arte astronómica, para que hablase con el dicho Cristóbal Colón, e viese razón sobre este caso del descubrir; y que este dicho testigo vino luego e fablaron todos tres sobre el caso, e que de aquí eligieron luego un hombre para que llevase una carta a la Reina doña Isabel (q. h. s. h.) del dicho Fr. Juan Pérez, que era su confesor; el cual portador de la dicha carta, etc.».

  -10-  

Este documento es importantísimo, y acerca de él hay que hacer observaciones del mayor interés:

1.ª Que aunque sea declaración dada en un pleito donde la parcialidad por los Pinzones es evidente, ninguna se echa de ver en ella, lo cual reviste a esta declaración del sello indeleble de la verdad. La circunstancia única que parece humillante para Colón es la de presentarlo como pobre; ¿pero era esto de extrañar en un fugitivo? ¿se podía ignorar en 1515 lo que consta más adelante de los números 5, 13 y 16?

2.ª Que a nuestro juicio, esta declaración del médico es compleja; es decir, que siendo una, comprende dos tiempos distintos: uno, cuando Colón llegó a la Rábida por primera vez saliendo de Portugal; otro cuando abandonó en Santa Fe la corte de los reyes. Dos expresiones del médico, me parece lo indican con bastante probabilidad. Oigamos al deponente: «se vino a Rábida que es monasterio de frailes en esta villa, el cual demandó a la portería que le diesen para aquel niñico, que era niño, pan y agua que bebiese, y que estando allí ende este testigo»; el médico se da por testigo de vista en el convento cuando Colón llegó a él con el niñico, pues el allí no hace sentido con lo que sigue, sino refiriéndolo al convento. Pero, ¿de donde venía Colón? Creemos que de la corte de Su Alteza el rey de Portugal; y lo creemos así, porque a Portugal más que a España deben referirse las expresiones que siguen: como le volaron su palabra (alusión quizás a Calzadilla); e que no fue acogida (lo que no podía decir con verdad de España desde 1486, después de las juntas de Salamanca); diciendo que tantos tiempos se habían probado e puesto navíos en la buscar, lo cual más atañía a Portugal que a España.

Nótese ahora el contraste que el médico Garci-Hernández hace en la segunda visita de Colón a la Rábida, que la juzgamos cuando en 1491 dejó la corte y se dirigió a Huelva para pedir recursos a Muliarte con el objeto de   -11-   ausentarse de España. Llega Colón al convento, y ya no está en él Garci-Hernández, sino lo envía a llamar fray Juan Pérez... y este dicho testigo vino luego; circunstancia impertinente en la declaración la llamada y la venida si estaba en el convento, como tiene que resultar haciendo indivisible la declaración de Garci-Hernández. De esta declaración se puede colegir que Colón estuvo en dos ocasiones en la Rábida, como lo dice su hijo don Fernando.

3.ª Si don Diego Colón nació el 76 o el 78 (Oviedo dice que era de su edad y él nació el 78), el calificativo de niñico más le cuadraba a los ocho o diez años (1484), que a los trece o quince (1491).

He analizado el documento y me remito de nuevo a la nota que puse en el texto al empezar esta materia. Pero he procurado concordarlo con un testimonio de tanto peso en esta parte como es el de don Hernando Colón, que dice claramente que, su hermano D. Diego se quedó en la Rábida cuando su padre entró a España desde Portugal.

0. Que Colón estaba en Portugal en 1484. «Dice aquí el almirante que se acuerda que estando en Portugal el año de 1484, vino uno de la isla de la Madera al rey a le pedir una carabela para ir a esta tierra que vía». (Extracto del Diario de Colón, hecho por Las Casas. Jueves 9 de agosto de 1492).

1. Que Colón salió precipitadamente de Portugal.

a) Documento número 2. «E porque por ventura teeres algun rezeo de nossas justizas por razon dalgumas cousas a que sejaez obligados... Nos por esta nossa carta vos seguramos polla vinda, stada e tornada que non sejaez presso...».

b) Admitido por todos los historiadores el testimonio de don Hernando Colón en su Historia del almirante.

2. Que el ánimo de Colón fue pasar desde Portugal a Francia.

Documento número 1. «Que se venía de Portogal y se quería   -12-   ir al rey de Francia». La conjunción y, ligando ambas oraciones, hace legítimo el sentido de nuestro aserto.

La carta del Duque parece indicar esto mismo donde dice: y por yo detenerle en mi casa dos años.

3. Que en Sevilla o Huelva vivía doña Violante Muñiz, tía materna de don Diego, la cual estaba casada con Miguel de Muliarte.

a) A suplicación del almirante se envió al Consejo de la Inquisición cédula fechada a 30 de mayo de 1493, ordenando que los bienes muebles y raíces que fueron de Bartolomé de Sevilla, vecino de Huelva, se pusieran en secuestración de Miguel de Muliarte, vecino de la ciudad de Sevilla, y de Violante Muñiz su mujer, para que los tuviese hasta que la causa fuese determinada.

b) Cédulas autorizando la ida y vuelta a la isla Española de Miguel de Muliarte, concuñado de Colón. (Colección Vargas Ponce, tomo 54).

c) Documento número 3. «E se iba derecho de esta villa a la villa de Huelva para fallar y verse con su cuñado, casado con hermana de su mujer e que a la sazón estaba, o que había nombre Muliar».

Don Cristóbal Colón dejó encargado a su hijo don Diego en el testamento que hizo antes de partir en 1502 para la Española, que dé a Violante Muñiz diez mil maravedís cada año, por tercios. Le avisa además que los papeles de interés quedan en poder de fray don Gaspar. Éste era fray Gaspar Gorricio, religioso del monasterio de Santa María de las Cuevas de la Cartuja de Sevilla, grande amigo del almirante y su consultor acerca de lo que escribió en el libro de las Profecías. Este religioso tuvo en su poder depositado el testamento aludido, «la cual escritura dejé en el monasterio de las Cuevas en Sevilla a fray D. Gaspar, con otras mis escrituras, e mis previllejos, e cartas que tengo del rey e de la reina, nuestros Señores».

4. Que cuando Colón estuvo en la Rábida, su hijo don Diego era niño de corta edad.

  -13-  

Documento número 3. «El cual (Colón) demandó a la portería que le diesen para aquel niñico, que era niño, pan y agua que bebiese».

5. Que Colón vivió dos años en casa del duque de Medinaceli, que escuchó bien su proyecto.

Documento número 1. «Y por yo detenerle en mi casa dos años... e yo lo quisiera enviar (a buscar las Indias) desde el Puerto (de Santa María) que tenía buen aparejo, con tres o cuatro carabelas, que no demandaba más».

6. Que Colón visitó en Sevilla al duque de Medina Sidonia, el cual no acogió su proyecto.

«Antes de ser acogido y hospedado por el duque de Medinaceli en su casa del Puerto de Santa María, Colón visitó en Sevilla al duque de Medina-Sidonia». (Las Casas).

7. Que en la primavera de 1485, el duque de Medinaceli, don Luis de la Cerda, acompañó al rey don Fernando a la campaña de Ronda.

Bernáldez, capitulo LXXV. Pulgar, 3.ª parte, capítulo XLI bis, y XLII.

8. Que Colón fue a la corte mandado por el duque de Medinaceli, y a petición de la reina.

Documento número 1. «Pero como vi que era esta empresa para la reina Nostra Señora, escribilo a Su Alteza desde Rota, y respondiome que ge lo enviase, y ge lo envié».

9. Que en 1485 se proveyó de la Iglesia de Ávila a don Fernando de Talavera, prior de Santa María de Prado, fraile jerónimo y confesor de la reina, y que es probable que por marzo del 86, ya estuviera en Ávila.

Pulgar, parte 3.ª, capítulo XXXVII. El arzobispo don Diego Hurtado de Mendoza fue propuesto para el arzobispado de Sevilla, juntamente con Talavera para el de Ávila; aquél tomó posesión por procurador a 8 de marzo de 1436, fecha en que ya había recibido las Bulas. Es de creer que por este mismo tiempo marchara a Ávila fray Hernando, que había dicho a los reyes: «Señores, ya que me echasteis la carga dejádmela llevar, y dadme licencia para que vaya a conocer a mis ovejas, y para que ellas reconozcan mi voz». Diéronsela los reyes...

  -14-  

10. Que a 20 y 23 de enero de 1486 estaban los reyes en Madrid.

«A veinte de Enero de este año escribieron desde Madrid al deán y cabildo de Sevilla dando las gracias por lo mucho que en esta calamidad habían socorrido al pueblo». (Zúñiga, Anales de Sevilla, 1486).

«A veintitrés de Enero escribieron otra vez (desde Madrid) a ambos cabildos, mandando publicar y predicar la cruzada». (Zúñiga, loc. cit.).

11. Que la reina encargó a fray Hernando de Talavera examinase con otras personas entendidas el proyecto de Colón.

a) «Cometiéronlo (los reyes) principalmente al dicho prior de Prado, y que él llamase las personas que le pareciesen más entender de aquella materia de Cosmografía». (Las Casas, libro I, capítulo XXIX).

b) «El rey cometió al prior de Prado... para que con los más hábiles cosmógrafos conferenciase con Colón...». (Historia del almirante, capítulo XI).

12. Que se tuvieron las juntas presididas por Talavera, a las que asistió también Rodrigo Maldonado, consejero de los reyes, y que Colón se explicó poco en ellas, por lo cual fue rechazada su proposición.

a) «Ellos juntos muchas veces, propuesta Colón su empresa, dando razones... aunque callando las más urgentes, porque no le acaeciese lo que con el rey de Portugal... los reyes mandaron dar por respuesta a Colón despidiéndole, aunque no del todo quitándole la esperanza devolver a la materia, cuando más desocupados Sus Altezas se vieran». (Las Casas 1, XXIX).

b) «Obedeció el prior de Prado; pero como los que había juntado eran ignorantes, no pudieron comprender nada de los discursos del almirante, que tampoco quería explicarse mucho, temiendo no le sucediese lo que en Portugal». (Hernando Colón, Vida del almirante, XI).

c) «Porfió (Colón) contra el parecer de los más de los sabios, letrados y marineros, que había reunido para escucharle el prior de Prado». (Rodrigo Maldonado).

  -15-  

d) «Este testigo (Maldonado) con el prior de Prado o con otros sabios e letrados e marineros, platicaron con el dicho almirante sobre su ida a las dichas islas, e todos ellos acordaron que era imposible ser verdad lo que el almirante decía». (Declaración de Maldonado).

13. Que Colón se ayudaba a vivir haciendo cartas de marear y vendiendo y comprando libros.

a) Bernáldez le llama, capítulo CXVIII, «mercader de libros de estampa con que comerciaba en Andalucía».

b) «En los primeros años que Colón estuvo en la corte, llegó a tanto su escasez, que para sustentarse trazaba cartas de marear, y las vendía a los navegantes, hasta que lo recogió en su casa el duque de Medinaceli».

Testimonio del que no se puede tomar más que el hecho de hacer y vender cartas, por lo que diremos en el número 16. La única explicación, sin embargo, que cabe es, que el segundo año que estuvo Colón en casa del duque fuera el de 1490, en el que por segunda vez lo recogiera, pues la primera no parece pueda ser sino todo el de 1435. Hay mucha dificultad en asignar el segundo año de estancia de Colón en la casa del duque de Medinaceli. Quizás se forme sumando temporadas, quizás también si vivió en Sevilla en alguna casa de dicho título.

14. Que en las juntas de Salamanca fue Colón escuchado, y aprobado su proyecto.

Consta de muchos documentos dados a luz con motivo de este punto histórico. Citaremos en primer lugar la Memoria sobre la Escuela de San Esteban, por fray Pascual Sánchez, 1854; La universidad de Salamanca ante el tribunal de la Historia por don Domingo Doncel y Ordaz; Dávila, Madrazo, y Ruiz en Reseña histórica de la Universidad de Salamanca; Chacón, Historia de la Universidad de Salamanca; Rodríguez Pinillas en su Colón en España, trata magistralmente este asunto, compilando lo dicho por los autores citados y por el antiguo cronista de Salamanca don Bernardo Dorado, y añadiendo, como en toda la obra, muy   -16-   oportunas reflexiones, fruto de sus observaciones y asiduas tareas.

15. Que Colón tuvo buenos amigos y valedores cerca de los reyes. El gran cardenal Mendoza; fray Diego de Deza, dominico; fray Juan Pérez, franciscano; fray Gaspar Gorricio, cartujo; fray Antonio Marchena, franciscano; Alonso de Quintanilla, contador mayor de Castilla; Luis de Santángel, secretario de raciones de Aragón; Rafael Sánchez, tesorero de la reina; Juan Gricio, secretario de la reina; Juan Cabrero, camarero del rey; Andrés Cabrera y su mujer doña Beatriz de Bobadilla, marquesa de Moya e íntima de Isabel; doña Juana de la Torre, ama que fue o aya del príncipe don Juan, y otros varios.

Es inútil aducir testimonios históricos para probarlo, debiendo sí advertir que en donde menos se encuentran es en la Historia del almirante, generalmente tenida como obra de su hijo don Hernando. También es harto lacónico Las Casas acerca de esto.

Don Cristóbal Colón, aunque tuvo mucho más presente a los que le hollaron que a los que le favorecieron, con mucha frecuencia habla en sus escritos de fray Diego de Deza, al que «atribuye el que SS. AA. tuvieran SS. AA. tuvieran las Indias». Deza y el camarero del rey se atribuían muchas veces en público el hallazgo del nuevo mundo. De fray Antonio de Marchena parece hacer mención el almirante cuando al principio de la relación del tercer viaje: «todos a una tenían esto (del viaje) a burla, salvo dos frailes que siempre fueron constantes». Que el uno fuera el dominico Deza, parece seguro; que el otro fuera fray Antonio de Marchena es más cierto si se quiere, pues de él dice el almirante: «Ya saben VV. AA. que anduve siete años en su corte importunándoles por esto; nunca en todo este tiempo se halló piloto ni marinero, ni filósofo ni de otra ciencia56, que todos no dijesen que mi empresa era falsa,   -17-   salvo de fray Antonio de Marchena». Y un poco más adelante: «no se halló persona que no lo tuviese a burla, salvo aquel Padre fray Antonio de Marchena». Y la reina proponiéndole después un astrólogo que lo acompañara, le dice en carta de 5 de setiembre de 1493: «nos parece que sería bien que llevásedes con vos un buen astrólogo, y nos parecía que sería bueno para esto fray Antonio de Marchena, porque es buen astrólogo, y siempre nos pareció que se conformaba con vuestro parecer... una carta vos enviamos nuestra para él, en blanco la persona». Prudentemente puede admitirse que la carta que a continuación copiamos, y que carece de dirección, era la dirigida al padre Marchena. La circunstancia de escribir al Custodio, aclara la duda acerca del orden religioso a que fray Antonio pertenecía; siendo los franciscanos los únicos que tienen esa denominación de Custodios en sus cargos, a la orden franciscana perteneció el modesto fray Antonio de Marchena. «El rey e la reina. Deboto rreligioso. Porque confiamos de vuestra ciencia, aprovechará mucho para las cosas que ocurrieren en este viaxe donde va D. Cristóbal Colón, nuestro almirante de las yslas o Tierra-firme por Nuestro mandado descobiertas e por descobrir en el mar Océano, como el vos dirá o escrebirá, querríamos que por servicio de Dios e Nuestro fuésedes con él este viaje, para estar allí algunos días... e Nos escrebimos al Provincial, y al Custodio desa Provincia qual de ellos se hallare ende, que vos den licencia para ello... De Barcelona a 5 de Septiembre de 93 años». (Documentos inéditos de Indias, tomo 30). Las dos cartas llevan la misma fecha.

16. Que Colón recibió varias mercedes de los reyes en metálico y también privilegios antes de empezar a tratar seriamente del descubrimiento.

a) Mayo 5 de 1487. Por cédula de Alonso de Quintanilla, con mandamiento del Obispo (lo era de Palencia fray Diego de Deza), se dieron a Colón 3000 maravedises.   -18-   En julio tres, agosto veintisiete y octubre quince del mismo año, se le dieron tres mandamientos de pago, valor total 11000 maravedises, y otro de 3000 a 16 de junio de 1488. (Navarrete, doc. dipl. número II).

b) Cédula de 12 de mayo de 1489, firmada en Córdoba: «Cristóbal Colomo ha de venir a esta nuestra corte e a otras partes e logares destos nuestros Reinos... por ende Nos vos mandamos que cuando por esas dichas cibdades, e villas e logares se acaesciere, le aposentedes e dedes buenas posadas en que pose él e los suyos sin dineros, que non sean mesones; e los mantenimientos a los precios que entre vosotros valieren por sus dineros. E non revolvades (no inquietéis) ni con él, ni con los que llevase consigo, ni con algunos dellos roídos (¿pobres?)». (Navarrete, doc. dipl. número IV).

17. Que a fines de 1487 estaba Colón en Córdoba. Porque su hijo don Hernando nació en dicha ciudad a 15 de agosto de 1438, y su madre doña Beatriz Enríquez de Arana vivió siempre en ella.

18. Que Colón, estando en España, escribió al rey de Portugal ofreciéndose a su servicio.

Documento número 2. «Vimos a carta que Nos escribestes; é á boa vontade e afeizaon que por ella mostraaes teerdes á nosso servizzo... E cuanto á vossa vinda ca...». (Avis 20 de Marzo 1488).

19. Que Colón recibió cartas de tres reyes invitándolo a emprender el viaje a las Indias.

a) «Dios Nuestro Señor milagrosamente me envió acá... porque hobe cartas de ruego de tres príncipes, que la Reina (q. D. h.) vido, y se las leyó el doctor Villalón». (Navarrete III, documento número LVIII).

b) «...Y en fin se dio mi aviso como cosa de burla. Yo con amor proseguí en ello, y respondí a Francia y a Inglaterra y a Portogal, que paró el rey y la reina mis Señores eran esas tierras e Señoríos». (Navarrete, doc. dipl. número CLXXVII).

  -19-  

20. Que de algunas fechas que Colón asigna en sus escritos, no se puede deducir nada en definitiva para fijar hechos importantes de su vida desde que vino a España, hasta su salida en agosto de 1492. Que lo mismo pasa con la Historia de Indias de fray Bartolomé de las Casas.

a) La Santa Trinidad movió a vuestras Altezas a esta empresa de las Indias, y por su infinita bondad hizo a mi mensajero dello; las personas que entendieron en ello lo tuvieron por imposible... fuese en esto seis o siete años de grave pena... (1486-1492?)

b) Ya son diez y siete años que yo vine a servir estos príncipes con la impresa de las Indias, y los ocho fue traído en disputas.

Estando este documento escrito a fines de 1500, los diez y siete años parecen ser 1484-1500; los ocho en que disputó, 1484-1492.

c) Poco me han aprovechado veinte años de servicios que yo he servido con tantos trabajos y peligros. Lleva esta carta la fecha de 7 de julio de 1503.

d) «...Y han sido la causa de que la Corona Real de vuestras Altezas no tengan cien cuentos de renta más de la que tiene después que yo vine a les servir que son siete años agora a 20 días de enero de este mismo mes».

Escribiendo esto Colón a 14 de enero de 1483, se saca que vino a servir a los reyes a 20 de enero de 1486.

e) Siete años pasé aquí en su real corte disputando el caso con tantas personas, y en fin concluyeron que todo era vano. (1586-1492?)

f) Siete años se pasaron en la plática, y nueve ejecutando cosas muy señaladas e dignas de memoria.

Los siete parecen de 1486-1492. Quizás los nueve de 1492-1500 en que gobernó y descubrió mucho. La carta es de fines de 1500.

g) Ya saben VV. AA. que anduve siete años en su corte importunándoles por esto; nunca en todo este tiempo, etc.

  -20-  

Los siete parecen ser de 1486-1492.

h) «Residió Cristóbal Colón de aquella primera vez en la corte de los reyes de Castilla, dando estas cuentas, haciendo estas informaciones, padeciendo necesidades... más de cinco años, sin sacar fruto alguno». (Las Casas, libro I, capítulo XXIX).

i) «Según podemos colegir, considerando el tiempo que Colón estuvo en la corte de Castilla, que fueron siete años...» (Las Casas).

21. Que don Bartolomé Colón estaba en Londres a 13 de febrero de 1488.

La carta-mapa que dedicó al rey de Inglaterra Enrique VII decía, Bartolomeus Columbus de Terrarubra, opus edidit istud Londini, dio 13 febrero 1488.





Anterior Indice Siguiente