Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajo- IX -

El lenguaje


La filosofía moral, vida del alma, según las exigencias del alma que reclama la unidad en todas las cosas, la naturaleza, conocimiento de las individualidades en la naturaleza y de sus relaciones entre ellas, examen de la naturaleza según las exigencias del espíritu y en fin, el lenguaje, manifestación de la unidad, de todo enlace animado e interno de todas las cosas, esfuerzo según la exigencia de la razón, forman los tres una unidad inseparable, una unidad perfecta; es la imagen del género humano, en el cual, el aspecto de un solo lado, sin consideración a los otros, haría desaparecer, o por lo menos violar, la idea de su unidad.

La filosofía moral tiende a hacer conocer el origen y el destino del hombre y lo consigue. La naturaleza tiende y alcanza a dar a conocer el ser de la fuerza, el principio de su acción y su acción misma. El lenguaje tiende, y con éxito, al conocimiento y a la divulgación de la vida como un todo. La propia moral, la naturaleza (las matemáticas son la naturaleza según sus disposiciones, sus leyes y sus condiciones, la naturaleza tal como se presenta al espíritu del hombre con sus atributos; sin las matemáticas, manifestaciones externas de la naturaleza, ésta no podría ser conocida del hombre), decimos pues que la filosofía moral, la naturaleza y el lenguaje, tienen los tres, en sus condiciones respectivas, el mismo encargo, a saber: hacer conocer al hombre su interior y hacérselo publicar; transformar en exterior el interior de las cosas, y en interior su exterior, y mostrar el interior y el exterior en su unión o enlace natural, original y necesario.

Todo lo que decimos de uno de los tres puntos angulares de la vida del hombre, debe poder aplicarse a los dos otros, aunque de una manera particular; lo que queda dicho hasta ahora de la moral y de la naturaleza (matemáticas), debe decirse del lenguaje, pero necesariamente según la individualidad del lenguaje y sus propiedades particulares. Sentar que la moral, la naturaleza y el lenguaje puedan existir, cada cual en sí mismo, y por sí mismos, independiente de los otros dos, y que pueda elevarse así al mas alto grado de su formación y de su perfección, es decir, el lenguaje sin la filosofía y la naturaleza, la filosofía sin el lenguaje y la naturaleza, el conocimiento de la naturaleza sin el conocimiento del lenguaje y de la filosofía, admitir tal suposición, repetimos, es oponer al desarrollo y a la formación de la humanidad, ser colectivo, el más fuerte y el más deplorable de los obstáculos. El conocimiento y la certeza de una de estas cosas atrae el conocimiento y la certeza de las otras dos. El hombre está destinado a conocer, a considerar y a poseer perfectamente el espíritu de todas las cosas; conviene, pues, que su educación le proporcione un conocimiento serio, digno y perfecto de la moral, de la naturaleza y del lenguaje, según sus condiciones recíprocas, íntimas y eficaces. Sin el conocimiento de la unión íntima de esos tres puntos esenciales, la escuela no obtiene resultado alguno serio para nosotros, y nos perdemos en un abismo sin fondo.

Veamos ahora de qué manera el lenguaje se revela y demuestra su ser.

La exposición o la manifestación del interior al exterior, por lo que es exterior, llámase comúnmente lenguaje; tal es lo que significa la voz hablar, porque el lenguaje es una especie de ruptura del que habla, consigo mismo, una manera de formularse saliendo fuera de sí, como al romperse un objeto, se pone de manifiesto su interior. Y lo propio que al abrirse el botón de la flor, muéstrase el interior de ésta, así también el lenguaje mismo, manifestando el interior al exterior, es la verdadera representación, la manifestación del interior al exterior. Como el ser más interno del hombre es una cosa que se mueve y vive, como es la vida misma, conviene inevitablemente que las propiedades y las manifestaciones de la vida den a conocerse por el tono y las palabras del lenguaje. El perfecto lenguaje del hombre, manifestación siempre de su interior, revela necesariamente hasta las menores partes del ser del hombre. El lenguaje, como dando a conocer al hombre en su totalidad, reclama necesariamente también la mayor flexibilidad. El hombre, en su totalidad, y en tanto que manifestación de la naturaleza, lleva enteramente en sí el ser de la naturaleza, y, en consecuencia, dase a conocer a la vez por el lenguaje en tanto que ser humano y ser general de la naturaleza. El lenguaje es la imagen del enlace del mundo interior y del mundo exterior del hombre.

El lenguaje, como las matemáticas, tiene una doble naturaleza: corresponde al propio tiempo al mundo exterior y al mundo interior. El lenguaje, en tanto que testimonio del hombre, emana inevitablemente del espíritu del hombre; es la manifestación, la expresión del espíritu humano, como la naturaleza es la manifestación, la expresión del espíritu de Dios. La conformidad existente entre el lenguaje, en tanto que testimonio propio del espíritu humano, y el lenguaje, en tanto que imitación de la naturaleza, conformidad que hace que uno se pregunte si es el lenguaje el testimonio perfecto del espíritu o una imitación de la naturaleza, tiene, como cualquier otra cuestión o cualquier otra opinión, su fundamento en el hecho de que por do quiera en que habite el mismo espíritu único y divino, en todas las cosas en que influyan esas mismas leyes intelectuales y divinas, el espíritu de la naturaleza y el espíritu del hombre, solo espíritu en sí, la naturaleza y el hombre tienen por solo principio, por única fuente de su ser, Dios. Y de consiguiente, dado que sea el lenguaje la manifestación del hombre y de la naturaleza, como también la del espíritu, el conocimiento de la naturaleza, el del hombre y la publicación de Dios emanan del lenguaje mismo. Del lado de la naturaleza, el lenguaje es la manifestación de la fuerza hecha vida; del lado del hombre, es la manifestación del espíritu humano hecho consciente. El lenguaje está, por esta razón, necesariamente afecto al ser del hombre, espíritu destinado a conocerse por la conciencia de sí mismo, y forma con aquel una unidad indivisible. Esta doble naturaleza del ser de la palabra, hecha medio y enlace, exige asimismo propiedades físicas y matemáticas, propiedades de vida y de movimiento. He aquí porque el lenguaje expresa necesariamente por los principios, el tono, el acento y las inducciones de la palabra, no tan sólo los atributos y las propiedades fundamentales de la naturaleza, mas también la acción y las manifestaciones del ser intelectual.

Por imperfectos e incompletos que sean los elementos que nos suministra la naturaleza, no deja de deducirse de ellos que la vida interior, encerrada hasta en las menores fibras del lenguaje, convierte éste en un todo, a pesar de su misma imperfección. En ciertas lenguas, el tono, el acento, las inducciones revelan leyes claras, fijas, determinadas y necesariamente físicas y fisiológicas a la vez; y la prueba de que la manifestación de un objeto determinado, o la noción de la palabra considerada bajo cierto aspecto, exige a veces tales caracteres o tales letras escritas, está en que la palabra simple es necesariamente un testimonio determinado de un principio de palabra cierto y simple, como todo testimonio de sustancia propia, todo producto químico no es traído sino por una sustancia simple, o lo que es equivalente, por fuerzas simples y determinadas. En otros términos, los principios de la palabra, en sus enlaces diversos, son la imagen de los objetos de la naturaleza y de las formas del espíritu y de sus relaciones, según su ser más íntimo, según la inteligencia personal o el idioma.

La observación de la conformidad existente entre las leyes que rigen la naturaleza y las leyes intelectuales físicas y fisiológicas nos hace hallar esta misma conformidad en las leyes de ciertas lenguas, notablemente en la lengua alemana: las leyes que han presidido a la formación de las palabras de esta última, nos revelan de una manera nada equívoca, la intervención de la vida interior de la unidad.

La ley del movimiento del lenguaje (ritmo), que se ostenta en las voces aisladas, como en la reunión de las mismas, llama desde luego la atención sobre la esencia del lenguaje. El movimiento rimado está tan íntimamente unido al lenguaje, como la vida a los objetos representados por el lenguaje, y como no debieron estarlo las primeras manifestaciones del lenguaje, en tanto que manifestaciones de la vida interior y exterior. El ritmo viene a ser una condición originaria del lenguaje, proviene de la esencia misma de la cosa expresada por la palabra, considerada ésta como participante de la vida interior de las cosas que expresa. Restablézcase y conservese cuanto sea posible el ritmo en el lenguaje que se usa para con los niños; así se despertará en ellos la aspiración poética cuya fórmula es el lenguaje rítmico. No nos cansaremos, a este propósito, de recomendar el ejercicio de la declamación, pero sólo cuando el niño comprenda el sentimiento de las cosas y de las voces que le son presentadas en este ejercicio25.

Merced a la filosofía, a la naturaleza y al lenguaje, el hombre se encuentra en el centro de toda su vida, porque está en estado de conservar en su memoria una multitud de hechos y de clasificarlos sin confusión, según el tiempo y el lugar en que acontecieron. Desarróllase en su interior una vida mucho más holgada y mucho más rica; vida que inunda su alma de una profusión de bienes tal, que no tan sólo se convierte para él en una segunda vida, de la cual él mismo tiene conciencia, mas también le inspira la necesidad imperiosa de salvar del olvido los capullos y las flores de su vida interior tan floreciente, y la idea de definir las formas de esta vida, según el tiempo, el lugar y otras condiciones, para su propio provecho y para el de sus sucesores. Así el arte de escribir se desarrolla en el individuo, como se desarrolló en la historia de la marcha del espíritu humano; pues el hombre individual desarróllase con sujeción a las leyes particulares que siempre presidieron el desarrollo del género humano. Para responder a las necesidades de una vida exterior, preponderante y rica, fueron inventados los jeroglíficos, así como una vida interior y rica produjo necesariamente la invención de los caracteres escritos que representan las ideas y las nociones. Los jeroglíficos y la escritura revelan esa vida interior y exterior, poderosamente rica, que aun hoy inspira al niño, a todo hombre individual, la necesidad de escribir. He aquí porque los cuidados de los padres y de los maestros deben encaminarse a enriquecer, cuanto sea posible, la vida interior de sus hijos y de sus alumnos, menos de una cantidad de objetos que de su significación interior y de su vitalidad, pues si tal no sucediera, y si la escritura, el arte de escribir no se apareciese a ellos como una necesidad íntima y evidente, la lengua materna, cesando de ser una cosa superior, como lo es a los ojos de tantos hombres, no sería sino una cosa muerta, exterior, completamente extraña. Pero si recorremos de nuevo y con nuestros hijos la vida que la humanidad sigue, entonces la vida, en toda su plenitud y en toda su frescura, vuelve a nosotros por medio de nuestros hijos; las condiciones del espíritu y de la fuerza, las facultades de penetración y de presentimiento, débiles en un principio, se desarrollan y se afirman. ¿Y por qué no seguir este camino en compañía del niño, que se esfuerza por hacérnosla recorrer? Hélo aquí representando, por la pintura, ora un manzano en el que descubrió un nido de pájaros, ora una cometa que se eleva en los aires. Otro chiquillo, apenas de seis años de edad, se encuentra delante de nosotros: dibuja, en un libro que ha destinado espontáneamente a recibir sus impresiones, los animales que ha visto en una casa de fieras. ¿Quién de nosotros, rodeado de niños, no se ha oído decir: «Dame papel, quiero escribir una carta a mi padre o a mi hermano.» El niño siéntese vivamente obligado por la necesidad de ejercer su vida interior: no es que le impulse el espíritu de imitación; nadie escribe en torno de él; pero él inquiere el modo como poder satisfacer ese deseo; sabe que los caracteres escritos corresponden a las palabras que se quieren expresar: de ahí la necesidad de saber escribir, como también el origen de los jeroglíficos. Muchos jóvenes e inteligentes muchachos, penetrados de su vida interna, hallarían, si necesario fuese, por sí mismos, los caracteres y los signos necesarios para la escritura; sabido es que muchos consiguen hasta inventar una escritura propia a sus aspiraciones particulares. Siempre así acontecerá, cuando en toda enseñanza se una cualquier necesidad evidente con el medio de satisfacerla, y esa necesidad debe indispensablemente manifestarse en el muchacho, para que éste se instruya con consecuencia y con fruto. La causa de la imperfección de nuestras escuelas y de nuestra enseñanza depende de que instruimos a nuestros hijos sin que la necesidad se haya todavía dejado sentir en ellos, o bien después que habemos extinguido en los mismos esa necesidad original.

Si una necesidad irresistible nos impulsa a manifestar al exterior, el interior que se desborda de nuestro seno, si la escritura es el medio de satisfacer aquella necesidad, no es menos cierto que los caracteres de la escritura no son indiferentes para las voces en uno, puesto que éstas se encuentran en cierta armonía con la idea que representan. Por poco numerosas que sean las formas primitivas de la escritura, por vagas que sean las leyes de donde estas provienen, algunas formas fundamentales de la escritura parecen aun haber conservado, de una manera no dudosa, su enlace interno con la significación de la palabra.

Aunque no exista ya casi ocasión de indicar esa relación entre el carácter escrito y el de la noción, importa conservar de la misma el menor indicio, para el resultado de la enseñanza y de la instrucción, porque nada debe presentarse al hombre como un hecho maquinal, desprovisto de principio racional. Por no haberse comprendido la necesidad de explicar racionalmente tantas cosas, el arte de la escritura ha quedado siendo hasta el presente, una cosa casi mecánica, por completo desnuda de vida.

Aquí se revela naturalmente en el hombre, en el alumno, el deseo de saber leer: la lectura emana de la misma necesidad de iniciarse, en interés propio y ajeno, en lo que anteriormente se escribió, a fin de conocerlo, recordarlo y reproducirlo.

Por la escritura y la lectura, merced a las cuales el conocimiento del lenguaje recibe necesariamente cierta extensión, elévase el hombre por encima de toda otra criatura y aproxímase a la cúspide de su destino. El hombre, por el ejercicio de estos dos conocimientos, adquiere verdaderamente su personalidad. El deseo de aprender a escribir y a leer convierte el niño en alumno, y hace posible la escuela. La posesión de la escritura da al hombre la posibilidad y el medio de instruirse; guíale sobre todo al verdadero conocimiento de sí mismo, porque permite al hombre la tranquila observación del ser que se ostenta a sus propios ojos; une el presente del hombre al pasado y al porvenir; une el mismo hombre a lo que le rodea, como a cuanto se encuentra lejos de él. La escritura es el primer acto, el acto capital del espontáneo conocimiento de sí mismo. El hombre, el joven, debe ser llevado a comprender toda la importancia de la escritura; mas para obtener este fin, precisa que le dé la posibilidad de reconocerse a sí mismo, y de que la idea de escribir y de leer se revele en él como una necesidad, un deseo, antes de que se le enseñe la escritura y la lectura.

El niño que de esta suerte aprende a escribir y a leer, debe ser necesariamente algo, antes de querer darse cuenta de sí propio; de otra manera, todo conocimiento sería para él cosa hueca, muerta, heterogénea, mecánica; que ninguna vitalidad, ninguna vida verdadera, objeto sublime de todo esfuerzo, puede brotar y desarrollarse de ahí donde el principio es inerte y maquinal. ¿Cómo sería posible que el hombre, bajo semejantes condiciones, llegase a su verdadero destino, en la vida?

De lo que hemos consignado hasta ahora sobre el origen y el fin de todo esfuerzo humano, sobre lo que anima la vida del hombre, en tanto que niño, y sobre lo que forma los puntos angulares de su vida, dedúcese clara e indudablemente que todo esfuerzo humano es trinitario, es decir, que vemos en este un esfuerzo hacia el reposo, la vida interior, un esfuerzo hacia el conocimiento y la apropiación del exterior, y en fin, un esfuerzo hacia la inevitable manifestación del interior. El primero de estos esfuerzos es la tendencia moral; el segundo es la tendencia a la observación de la naturaleza, y el tercero, la tendencia a manifestarse a sí mismo, es la manifestación del desarrollo propio y la observación de todo el ser. Resulta aun de todo lo que precede, que las matemáticas se aplican más a la manifestación del exterior al interior, a la manifestación de la conformidad con la ley general, en el interior del hombre, y que se aplican también a la manifestación de la naturaleza: por esta razón preséntanse como intermediarias entre el hombre y la naturaleza. Las matemáticas se dirigen pues principalmente a la inteligencia que las mismas reclaman; el lenguaje, que es sobre todo la manifestación del interior consciente, apóyase sobre la razón. Pero una cosa falta necesariamente aún al hombre: es la manifestación de la vida interna en sí misma, la manifestación del sentimiento del alma; esta tercera manifestación, la de la vida interna del hombre, opérase por el arte.