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Aplicación de los textos sobre moral


Es una verdad que los sentimientos, las impresiones y los pensamientos morales germinan y brotan del espíritu del hombre, como germinan y brotan también de la unión intelectual que existe entre el hijo que se reconoce a sí mismo, y los padres cerca de los cuales se desarrolla en su vida. Esos sentimientos, esas impresiones y esos pensamientos no se presentan desde luego al niño sino como una percepción sin nombre y sin forma; es no obstante necesario y ventajoso el hallar, para esos sentimientos y esas impresiones, palabras o fórmulas que les impidan extinguirse en el alma del niño.

No se tema que palabras no comprendidas por el niño le inculquen sentimientos extraños a él mismo; la moralidad tiene el privilegio del aire puro, de la luz serena del sol y del agua límpida; todos los seres la aspiran; y en cada uno de ellos, reviste la misma una figura, un color diferente, una distinta expresión de vida. Tomad un simple texto sobre moral, dejad que diez o doce jóvenes se lo apropien y le veréis apuntar otros tantos diferentes retoños para el árbol de la vida. Verdad es que las palabras no deben sustituir a la vida en el niño: éste no debe tratar de dar, en un principio, a las palabras, la vida, la forma y la significación; pero las palabras deben prestarle el lenguaje y la fórmula para la vida que su alma encierra y dar a esta vida una significación propia.

He ahí como cierta tarde, un niño, apenas de seis años de edad, reclamaba de sus padres que le enseñasen una pequeña oración. No bien la hubo recitado, durmióse tranquilamente. Un día ese mismo niño, como hubiese cometido una acción que turbara su sueño, hizo la plegaria común como de ordinario: la comenzó en voz alta o inteligible; pero en el momento en que la oración presentó alguna alusión a su falta, pudo notarse que su voz bajaba hasta no dejarse oír mas, y ciertamente, la de su alma debía de hablar más alto. «Ayer, nos dice, en el momento en que lo metíamos en cama, hizo la pequeña plegaria oraba conmigo.» Presintiendo lo que su alma reclamaba, obramos en consecuencia, y el niño se durmió en paz.

Poco tiempo después, este mismo muchacho se nos acercó, trayendo una lámina o imagen que había hallado; estaba contento, porque la figura le parecía muy hermosa. En el mismo instante vino otro niño de alguna más edad y que no parecía saber observar la vida interna: «¡Oh, qué cruel es esto!» exclamó después de haber mirado la imagen. Ésta representaba con efecto las crueldades de los turcos para con los griegos, sobre todo para con las mujeres y los niños. Hicimos observar a entrambos niños cuanto motivos tenían para dar gracias a Dios de haberles concedido una vida, no ya sana y floreciente, mas sí repleta de dicha, de quietud y de gozo. «No es cierto, dijo el más aturdido de ambos muchachos, que le damos las gracias mañana y noche por medio de la oración?» Ni una palabra se le había dicho de antemano, que pudiese conducirlo a semejante reflexión.

Agreguemos empero aquí, que no conviene iniciar con mucha frecuencia a los muchachos, en textos que así formulan la vida interior y moral. Los catecismos de moral que hoy están adoptados en casi todos los países son sin duda alguna los mejores textos de los cuales se pueden hacer aplicaciones morales muy útiles en verdad.