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ArribaAbajoWaslala: reescritura femenina de la utopía

María Luisa Gil Iriarte



Universidad de Huelva


Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni al colérico Posidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Posidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.


Constantino Cavafis, 1911                


Desde que en 1516 Tomás Moro engarzara su colección de ensueños sobre el gobierno y estado perfectos en el nombre de «utopía», el término ha adquirido tantas materializaciones como emprendedores idealistas ha habido en la historia. En los más de cuatrocientos años transcurridos, utopía ha sido el paraíso soñado, prometido y recobrado; la comunidad humana perfecta donde ensayar la validez práctica de un sinfín de teorías políticas; la trampa de una esperanza irrealizable; utopía ha sido la Ítaca a la que siempre se desea volver, tras haber sido tan sólo intuida en sueños. Porque lo que ese lugar inubicable encierra en las entrañas de sus letras es nada menos que la sociedad feliz, libre de la injusticia y de la desigualdad que parecen inherentes a cualquier colectivo humano,   —260→   en resumen la aniquilación de las miserias de la vida cotidiana, ya que como afirmara Lewis Munford «Sólo las utopías hacen el mundo tolerable».

Si bien fue Moro el artífice de tan beato vocablo el concepto es tan antiguo como la humanidad misma. En la mayoría de las culturas relucen mitos genésicos que tienen en común el escenario de un locus «utópico». Los fenicios y los sumerios nos han legado sus particulares paraísos, el génesis nos deleita con el Jardín del Edén y Hesíodo testimonia las cuatro edades del hombre, entre las que la de oro es la recreación de la dicha suma. A propósito de la Biblia y de las creencias griegas, es curioso comprobar que en ambas narraciones germinales el tiempo del paraíso llega a su fin a causa de la desobediencia femenina, ya sea la de Eva ya la de Pandora.

Dejando de lado las descripciones utópicas de carácter religioso, podemos considerar a Platón como el iniciador del «género». Efectivamente el griego, siempre preocupado por las circunstancias políticas, describe en La República (380 a. C.) el estado de gobierno ideal, así como la sociedad armónica y perfecta, donde los filósofos, entrenados desde niños por ínclitos maestros, asumen el poder. Ya en los siglos XVI y XVII son varios los autores que fantasean con una sociedad «utópica». Por citar sólo los casos más relevantes podemos recordar a Francesco Domi con Mondi de 1552, a Francesco Patrizi y su Ciudad feliz de 1553, a Tomaso de Campanella y La ciudad del sol de 1602 o a Francis Bacon que en 1627 imaginó La nueva Atlántida. El propio Cervantes recoge los ecos de la moda utópica renacentista en su Ínsula Barataria.

Todos estos relatos tienen puntos en común que merecen ser subrayados. En primer lugar las Utopías surgen siempre en circunstancias de crisis social, política y económica. Son una forma indirecta de crítica hacia el sistema vigente, por ello es lógico que el ingenio utópico se agudice cuando el descontento de los ciudadanos con su régimen político es general. Por otra parte la ubicación geográfica de los lugares utópicos suele ser la de una isla. De hecho, la utopía de Moro está situada en una «ínsula allende el ecuador» es decir en tierras americanas. El insularismo permite que estas sociedades perfectas no se infecten al tiempo que, por su condición de lugares recónditos, sólo son accesibles a unos pocos elegidos. Esta circunstancia explica que el relato utópico quede asociado a la isotopía del «viaje extraordinario». El viaje se utiliza para poner en contraste la sociedad de origen con aquella otra de destino. La perspectiva de la mirada del otro, formada sobre parámetros diferentes, arroja nueva luz sobre lo descubierto. Otra constante de las narraciones de carácter utópico es la fe absoluta en la razón, que se yergue como brújula de los navegantes. Las repúblicas utópicas se hallan siempre escondidas en recónditos lugares, que no tienen reflejo en los mapas, así para llegar hay que encomendar la ruta a los designios de la razón. Esta circunstancia protege a las utopías de las invasiones de seres poco deseables. De entre las características sociales de las utopías pueden destacarse la comunidad de bienes, la autarquía, la igualdad de todos, hombres y mujeres y la unanimidad como forma de organización.

En 1996 la escritora nicaragüense Gioconda Belli publica su versión «otra» de la utopía. Waslala, su última novela recrea varios mitos fundadores de la civilización occidental a través de los ojos de su protagonista, Melisandra, que se sitúa en la periferia desde dos posiciones. De un lado nos desvela sus experiencias desde una posición feminizada asumida, por otro lado la mirada de Melisandra está «virgen» porque no conoce nada más allá del espacio donde se ha criado, por tanto es la única viajera de esta aventura libre de prejuicios.

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Motivos como la búsqueda del origen o de la identidad, no sólo de la protagonista sino también de todo un pueblo, se engarzan en el principal asunto narrativo: la expedición a Waslala, ciudad utópica donde conviven los hombres pacíficamente en un estado social óptimo, fundada por algunos poetas entre los cuales están los padres de Melisandra:

-Mi hermano es un Quijote. Ha leído demasiados libros de caballerías. A menudo se engaña creyendo que la realidad es maleable y que puede parecerse a sus sueños. Es un mal nacional. Demasiados poetas en este país. ¿A quiénes sino a los poetas se les ocurrió Waslala? Y la idea prendió. Cómo no va a querer la gente creer en un lugar encantado, sin conflictos, sin contradicciones. En un país maldito como éste, es una noción irresistible. Sólo que es mentira.447



A través de toda la novela Waslala funciona como una posibilidad de cambio para todo el país, Faguas trasunto de Nicaragua. Es más que una utopía, es la fórmula pacificadora de un país atenazado por las luchas intestinas así como por el desprecio de la comunidad internacional, que lo utiliza como vertedero. Si para Faguas el hallazgo de Waslala es reencontrarse con una suerte de paraíso perdido, una vuelta al origen purificador, la constatación de la posibilidad de mejoramiento, para Melisandra es una vuelta a la semilla y una indagación profunda sobre su identidad, puesto que allí están sus padres a los que apenas conoció, es su memoria. De esta manera la novela al ubicar mitos ancestrales de diversas culturas en suelo americano y al colocar como heroína a una mujer, practica una reescritura de motivos literarios universales, desde la óptica de la marginalidad.

La novela muestra una continuidad con el resto de la obra de Gioconda Belli. Melisandra guarda profundas semejanzas con la protagonista de La mujer habitada (1988). Especialmente en dos aspectos, de un lado porque ambas «roban» las tradiciones orales de su pueblo legándoles la perpetuidad de la escritura. Melisandra encuentra, finalmente, Waslala porque escucha las voces populares que sobre ese lugar han edificado sus leyendas; la protagonista de la primera novela de Belli, por una suerte de comunión con el pasado a través del naranjo de su casa, se convierte en mujer guerrera como las primeras pobladoras nicaragüenses, sin saberlo su destino cambia merced a las tradiciones orales de sus antepasados. Además ambas protagonistas tienen otra característica similar, son portadoras de la articulación entre el discurso feminista y el nacionalista. Luchan contra el imperialismo a la par que proponen la construcción de sus respectivas identidades y la de su pueblo. Demuestran así, que la nueva identidad nacional requiere de la participación de las mujeres como entes activos. También Sofía, la protagonista de la segunda novela de Belli Sofía de los presagios de 1990 comulga con estas características. Los tres personajes sufren una orfandad real o práctica de manera que viven preocupadas por la forja de sus identidades, al tiempo que cuestionan el modelo de familia, lo cual equivale a cuestionar el modelo de estado.

Pero no sólo es Waslala continuadora de la tradición novelística de Belli, también supone una prolongación de las principales claves poéticas de la autora. Incluso es posible   —262→   encontrar un trasunto poético de la novela en el poema «Los portadores de sueños», cuyas primeras estrofas dicen:


En todas las profecías
está escrita la destrucción del mundo.
Todas las profecías cuentan
que el hombre creará su propia destrucción.
Pero los siglos y la vida
que siempre se renueva
engendraron también una generación
de amadores y soñadores,
hombres y mujeres que no soñaron
con la destrucción del mundo,
sino con la construcción del mundo
de las mariposas y los ruiseñores.



Por otra parte, en la novela observamos el funcionamiento de uno de los mitemas más productivos de su poesía, esto es el viaje a través de las aguas en pos del conocimiento. En la obra de la nicaragüense el agua tiene una importancia generatriz, en palabras de Selena Millares:

El agua es el espejo de los sueños, el espacio de lo mágico, de la ensoñación, y por todo ello también de la palabra y la imaginación creadora. Las aguas de Belli son femeninas, maternales, cuna que mece los sueños, refugio de la violencia o el dolor, y en esa línea se inscribirá uno de los mitemas fundamentales de su poética, el del viaje de conocimiento, entendido como travesía en la nave de Eros, y que se sumará a los del eterno retorno y la metamorfosis panteísta, negadores de una imposible muerte.448



Al igual que en su poesía en esta novela el agua, el río, permite no sólo el viaje iniciático hacia la propia identidad, sino que se convertirá en escenario mágico de su experiencia amorosa y sobre todo actúa como cordón umbilical de unión con los padres perdidos, porque la existencia de esas aguas alimenta cotidianamente las esperanzas del reencuentro. Así, la primera página de la novela dedica estos líricos fragmentos al río:

Era una lástima que cuando se fuera no pudiese llevarse el río anudado a la garganta como una estola de agua. Le era difícil imaginar la vida sin aquel caudal cuya tumultuosidad o mansedumbre marcaba las estaciones, el decurso del tiempo.

El río era su memoria. Le bastaba fijar los ojos en la corriente oscura que, atrapando el reflejo del sol, se lo llevaba y convertía en un líquido mercurial, para evocar la historia de cuanto la circundaba.

[...]

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El río era reconfortante, un gran manso animal doméstico, pero también era su criatura mítica: la serpiente con alas verdes sobre cuyo lomo cabalgaría muy pronto cuando al fin saliera a descifrar los acertijos que la rodeaban desde la infancia (pág. 17).



Con estas palabras se inicia la novela que finaliza con el descubrimiento por parte de Melisandra de Waslala, o lo que es más importante con el descubrimiento de su madre. Este es el primer motivo literario que Belli re-escribe.

Las grandes epopeyas nos tienen acostumbrados a la isotopía del origen desconocido asociada a la búsqueda del padre. Desde la mitología clásica sabemos de héroes que marchan en busca de su progenitor quien, por lo general, suele ser un dios que presiente el destino de grandeza que aguarda a su hijo como fundador de un Estado nuevo. El azaroso viaje de Ulises tiene como misión la búsqueda de su padre. Edipo es otro de los héroes griegos que busca a su padre. También en la tradición hispana tenemos ejemplos del motivo, así en la Leyenda de los infantes de Lara o en El hijo sin padre de Lope de Vega. En todas ellas hijo y padre son varones. En todas el proceso de anagnórisis resulta dramático llegando, incluso, a suponer la muerte de uno de ellos. Llevan implícitas un deseo de venganza y la violencia de las pruebas, que el héroe debe superar, apuntalan el carácter hierático del mismo. Por otra parte, varias leyendas de esta índole introducen el concepto de la culpa al ser el hijo un ilegítimo y la madre la ocultadora de su identidad. En la novela de Belli es la hija mujer la que emprende la búsqueda y el reencuentro lo es con la madre, no con el padre que ya está muerto. El hallazgo, lejos de ser una anagnórisis dramática supone no sólo la reconciliación entre ambas, sino la posibilidad de una vida mejor para los habitantes de Faguas-Nicaragua-América Latina. Por último no hay deseo de venganza en Melisandra, muy por el contrario la guía un espíritu conciliador, tal vez por ello es la única protagonista de la novela que llega a Waslala. Sin embargo la utopía aparece ante los ojos de la protagonista como un espacio caótico, abandonado:

Esperaba ver a sus padres al entrar en Waslala. Esperaba que el lugar contara entre sus atributos las premoniciones que les hicieran presentir el olor de la hija aproximándose. No vio a nadie. Caminó aturdida entre veredas que serpenteaban en medio de setos fragantes, macizos de flores, arbustos, naranjos, limoneros, troncos sobre los que crecían descomunales plantas de pitahaya cargadas de frutos color púrpura intenso (pág. 308).



El motivo de que Waslala aparezca como simple testimonio de lo que fue es precisamente el carácter de interregno temporal que la caracteriza. Hay un juego con el eje de la temporalidad en toda la novela. El aislamiento del lugar proporciona a los habitantes de Waslala un sentimiento de actualidad permanente, de continuidad en el cambio, el tiempo queda contraído porque su transcurso sólo determina el ciclo de la vegetación y no se destaca ni el pasado ni el futuro. Por el contrario el exterior aparece ante los ojos de los habitantes aislados como algo perecedero y fugaz. La madre se lo explica a Melisandra:

Como te explicaría el abuelo, Waslala existe en un interregno, una ranura en el tiempo, un espacio indeterminado (pág. 316).



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Para Zulma Nelly Martínez, el juego que destruye las temporalidades sucesivas es propio de los textos escritos por mujeres, a este respecto afirma:

...si la realidad se reconstituye eternamente desde el eterno presente, es porque el eterno presente se constituye y reconstituye eternamente. Desafiando la experiencia lineal que ubica el saber en una serie de sucesivos, el mundo contemporáneo deconstruye el presente al interrelacionarlo con el pasado y también con el futuro... El pasado incide en el presente, aunque no linealmente, como incontrovertida verdad pretérita que éste reitera y representa, sino más bien como verdad des-sustancializada que el presente reconstituye y transforma al reconstituirse él mismo... Depositaria de la creatividad del mundo, la hembra es el presente.449



Si tomamos las palabras de Zulma Nelly Martínez como guía de lectura podemos aventurar que la utopía de Belli es una vuelta al útero materno, a lo primigenio, al orden presimbólico lacaniano, donde como en la mejor de las repúblicas imaginadas las relaciones verticales, basadas en el poder, quedan abolidas, en pro de los pactos homosociales. Por ello Waslala está anclada en el no tiempo, por ello se reencuentra con la madre y no con el padre, y ésta la devuelve al mundo iluminada y cambiada cual si hubiera vuelto a nacer.

Pero no sólo las mujeres en su escritura juguetean con el tiempo. La regresión como fórmula estructural ha sido practicada con éxito por muchos escritores, tal es el paradigmático caso de Alejo Carpentier en «Viaje a la semilla» integrado en Guerra del tiempo, donde por cierto hay también un cuento dedicado a las utopías, «Semejante a la noche».

Sea como fuere, dentro de las plurisignificaciones que como texto rodean a la novela, lo cierto es que la utopía de Belli se convierte en un fantasma, recobrando el significado primero de la palabra, es decir, el «no lugar». De alguna manera, la nicaragüense se mantiene fiel al juego de antítesis que se condensa en la ínsula de Moro. La intención del inglés, que no era otra que la crítica de una sociedad que no funcionaba, lo llevó a imaginar el mundo al revés. Para criticar la Inglaterra de su época construye su modelo opuesto, así el río de Utopía es el Anhidro río sin agua y el presidente de la asamblea es el ademos, o sea, la negación del pueblo. La paradoja se extiende cuando nos interrogamos sobre la existencia real de un lugar llamado Waslala. Efectivamente, Waslala existe, se trata de un cuartel fortificado de la guardia nacional en tiempos del dictador Somoza. Era el espacio mítico al que la guerrilla pretendía llegar, puesto que significaba el triunfo de la revolución. De alguna manera Waslala se transformaba así en la posibilidad de un futuro para Nicaragua.

Si en los siglos XVI, XVII y XVIII se buscó la realización de las utopías en tierras americanas, Belli advierte en su novela que América ha dejado de ser el crisol de los sueños europeos para convertirse en el basurero del mundo. Por ello la utopía no existe. Para apuntalar su crítica la nicaragüense coloca como episodio central de su novela la recreación de un terrible accidente nuclear que tuvo lugar en una ciudad brasileña en 1987, la propia autora escribe una nota al respecto al final de la novela:

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El episodio de la contaminación por radioactividad en el basurero de Engracia está basado en un suceso real que tuvo lugar en la ciudad brasileña de Goiania, en septiembre de 1987, cuando dos rebuscadores de basura encontraron un tubo de metal; «lo vendieron a un negociante de chatarra, que lo abrió a martillazos con la esperanza de vender el envase de plomo. En su interior encontró un fabuloso polvo azul que brillaba en la oscuridad. Fascinado por la novedad, regaló vasitos llenos de polvo a sus amigos y parientes. En el cumpleaños de una de ellas, una niña de seis años, pusieron el polvo sobre la mesa del comedor y apagaron las luces.

El polvo azul era cesio 137, un material radioactivo. Se contaminaron 129 personas; 20 fueron hospitalizadas con quemaduras, vómitos y otros efectos de la radiación. Siete murieron. Entre ellos, la niña del cumpleaños, Leide, quien poco antes de morir producía tanta radiación que los médicos tenían miedo de manipular su sangre u orina.

Fue el peor accidente nuclear de las Américas. Sucedió un año después de Chernóbil, pero como dice Eduardo Galeano: «Chernóbil resuena cada día en los oídos del mundo. De Goiania nunca más se supo. América Latina es noticia condenada al olvido» (págs. 329-330).



De modo que Waslala se convierte no sólo en una reescritura de los mitemas fundamentales asociados a la literatura utópica, es también la negación de la utopía misma, a no ser que se entienda ésta como esperanza venidera en un futuro mejor. Esto porque el ideal utópico es irrealizable en un lugar y tiempo concretos. No sólo porque el mundo ya no cuenta con parcelas ignotas donde volcar la mirada del otro y los sueños de los idealistas, sino porque el proyecto utópico niega la especificidad del individuo. Para que la utopía sea realizable es necesario que la unanimidad se convierta en la forma de organización social deseable, donde todo llegue a ser uno, en cada uno se encierre la verdad del todo y en el todo yazca la unánime verdad de cada uno. En la misma novela queda expresada esta idea:

En Waslala se profesaba la noción de haber sido elegidos para una misión que trascendía lo individual, para experimentar un modo de vida que, de ser adoptado por los demás, no sólo cambiaría la faz de Faguas, sino la faz de la tierra. Sin embargo, la puesta en práctica de aquellos conceptos abstractos que se sustentaban en una firme creencia en la bondad humana, demostró estar llena de obstáculos. Los poetas sostenían que así tenía que ser al inicio, que no nos desanimáramos. Afirmaban que lo ideal, al tornarse concreto, inevitablemente sería imperfecto, porque quienes lo ponían en práctica eran seres humanos criados con valores discordantes (pág. 315).



El ímpetu utópico actual no puede construir la sociedad perfecta sin tachas, sin resquebrajamientos, porque tal proyecto se vuelve contra sí mismo. Más bien puede verse el brillo de la utopía, entendida como deseo del bien común, luchando parcela a parcela contra lo que bloquea, en el orden vigente, la apertura hacia lo posible. Por este motivo la novela de Gioconda Belli lleva como subtítulo «Memorial del futuro», porque utopía no es paraíso perdido sino posibilidad de mejoramiento y en este sentido es un mirar hacia adelante. En esta línea de pensamiento están las palabras que la madre le regala a Melisandra como testamento:

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Es en la búsqueda de los sueños donde la humanidad se ha construido. En la tensión perenne entre lo que puede ser y lo que es estriba el crecimiento. La razón por la que yo sigo aquí es porque pienso que Waslala, como mito, como aspiración, justifica su existencia. Es más considero que es imperativo que exista, que vuelva a ser, que continúe generando leyendas. Lo más grande de Waslala es que fuimos capaces de imaginarla, que fue la fantasía lo que, a la postre, la hizo funcionar (pág. 319).



La propia Gioconda Belli aclara su idea de utopía en una entrevista publicada en el Semanario Brecha de Montevideo:

Pienso que la formulación de una utopía es posible «a pesar de». Waslala está basada en un estudio de varios años sobre las tendencias fundamentales del desarrollo, sobre el papel del Sur, sobre la necesidad para las potencias del Norte de mantener el ambiente en estas regiones para poder usarnos de pulmón. Lo que yo planteo y que se ve como un escenario tan apocalíptico, difícil y duro, no me salió solamente de la cabeza. Por supuesto que hay cosas que exagero.

En ciertas regiones lo que queda es el recurso de refugiarse en el tribalismo como única salvación de la identidad. Eso también tiene que ver con esos reagrupamientos beligerantes que se dan en Ruanda, en la antigua Yugoslavia. Son una reacción contra la mundialización, contra la amenaza que se percibe en la raíz de la identidad propia. Ni el capitalismo ni ese tribalismo, ni la vuelta a valores conservadores como propone la derecha, ninguna de esas cosas conduce a la democracia y a la felicidad. Eso es lo que quiero plantear en Waslala. ¿De dónde va a venir la esperanza? Debe venir de la imaginación. Mientras no se pierda la fe en la capacidad de imaginar mundos diferentes, va a poder existir el mundo de la utopía450.



Entonces, si la utopía no es, si la novela juega a deshacer todos los mitos aprendidos sobre héroes y lugares de perfección, ¿qué sentido tiene el viaje de Melisandra? Este bien pudiera ser un viaje hacia la propia subjetividad. De esta manera la novela entroncaría con otros textos escritos por mujeres que son ellos mismos una fórmula de autoconocimiento, a través de tres intuiciones principales:

-Reconocimiento de la permeabilidad del yo femenino.

-Reposesión del eros.

-Adquisición del poder de inscribirse a sí misma.

Efectivamente, podemos observar que la trayectoria de Melisandra, tan distinta al viaje arquetípico del héroe, sirve para el reconocimiento de la permeabilidad de su yo con el sufrimiento y los designios de otros colectivos. Sus aspiraciones de encontrar a sus padres están unidas a los deseos de todo el pueblo del hallazgo de Waslala:

Waslala era considerada el último reducto del orden, lo único que podría devolverle a Faguas la perspectiva de una manera alternativa de vivir. O, quizá, como pensara Joaquín era tan sólo el recurso colectivo final, agotadas todas las otras ilusiones. Era   —267→   un juego de espejismos del que nadie en Faguas escapaba. Y ella era parte de ese juego. Siempre lo había sido. Lo hubiera sido aun sin proponérselo (pág. 182).



Así mismo supone una reposesión del Eros, como parte fundamental de la identidad, un Eros salvador capaz de conciliar los contrarios:

Ella, primitiva y poderosa, sintió de golpe que el principio femenino de su cuerpo saltaba a la superficie con su carga de alimento y refugio, haciendo desaparecer de golpe las maldiciones de la civilización y sumiéndolos en las bienaventuranzas del instinto y lo primitivo. Le dio de beber y comer; se miró en sus ojos y, a través de ellos vio también a su madre y el amor de su padre por esa mujer lejana y desconocida (pág. 193).



En cuanto a la adquisición del poder de inscribirse a sí misma, Melisandra conquista con su viaje el conocimiento de sus ancestros y la capacidad de elección, por ello su madre no la ata a su propio destino sino que la deja libre. Lejos de crearle una obligación, el conocimiento de su madre la capacita para tomar su propia decisión, liberada ya del fantasma de su recuerdo, así en la escena de la despedida:

Era ella, Melisandra, la que viéndola ahora no requería mucha imaginación para calibrar el desgarramiento, el dolor, el precio que debía haber pagado por sus opciones. La madre la dejaba libre para el perdón o la condena; la respetaba no como hija, sino como una mujer que le reconoce a otra la futilidad del consuelo, la inevitable soledad de la especie. Porque sería ella sola, a fin de cuentas, Melisandra, quien juzgaría aquello (pág. 327).



De este modo no es Waslala el trayecto final de la protagonista, no tiene ni siquiera la importancia de ser el fin, sino el medio que posibilita el conocimiento, en palabras de Constantino Cavafis:


Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.451