Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

«Las oscuras golondrinas» en Helsinki: una partitura de Fredrik Pacius para la rima LIII

Marta Palenque



Para Adriano Duque, que me trajo a Pacius







El 8 de abril de 1942 Agustín de Foxá publica en ABC una crónica titulada «Las oscuras golondrinas en Helsinki» en torno a una anécdota relacionada con la figura del poeta Gustavo Adolfo Bécquer y una partitura compuesta por el músico Fredrik Pacius. La anécdota es extraordinaria, tan maravillosa que parece cuento fantástico, una ficción creada para emocionar a los amantes de la poesía y de las casualidades sublimes.

El conocido escritor y diplomático se encontraba destinado en la misma Helsinki cuando escribió esta crónica, en gran medida nacida de su admiración hacia el autor de las rimas. Agustín de Foxá y Torraba (1903-1959) había ingresado en el cuerpo diplomático en 1930 y, tras estar destinado en Bucarest y Roma, llega a las nieves de Helsinki en 1941, donde permanece hasta 1943. El paisaje le recuerda el triste destino del granadino Ángel Ganivet (cuya estancia en aquellas tierras, también como diplomático, sigue en «Huellas de Ganivet») y le lleva a evocar las nieblas de la poesía becqueriana, en su juicio, de ambiente e inspiración entre nórdico y alemán, en coincidencia con el nombre y apellido del poeta, ambos tan repetidos en aquellas latitudes. En la capital finlandesa Foxá tendría ocasión de hablar de sus compatriotas con sus nuevos amigos y les contaría acerca de este poeta sevillano de nombre germánico, dando pie a que le refiriesen la vida de otro Becker finlandés, que no fue poeta, pero llevó una vida de héroe romántico y legendario, y cuya labor de intermediario entre una reina, María Cristina de Austria, madre de Alfonso XIII, y un músico, Fredrik Pacius, favoreció el que hoy contemos con una singular partitura de la rima LIII.

Esta crónica de Foxá, incluida en el libro Un mundo sin melodía: notas de un viajero sentimental (1949) y, después, en el tomo II de sus Obras completas1, es testimonio de la calidad de su prosa periodística, que inundó de un tono lírico al adoptar siempre un punto de vista sentimental e intuitivo, lo que se plasma en imágenes y metáforas que caracterizan su estilo. En palabras del autor: «El artículo literario puede ser una joya. El articulista, al contrario del novelista, escribe constreñido por el reloj y por el calendario. Tiene que nacer y morir todos los días y hacer perenne lo efímero; convertir una noticia telegráfica en algo que quede en una maravillosa hazaña. Si algo he hecho yo literariamente, creo que ha consistido en llevar la poesía al periodismo...»2.

También en su obra poética dejaron huella los fríos y los hielos de Helsinki, así como la figura del citado Ganivet. En la sección «Varia poética» del tomo I de sus Obras completas se recogen textos elaborados en la capital finlandesa en 1941; entre ellos «Poema de Sur y Norte. Recuerdo de Ganivet», «Temblor primero», «Aino» o «Estatua finlandesa»3.

Cuando, hace ya muchos años, leí por primera vez la crónica de Foxá, que reproduzco al final de este artículo, desconfié de la verdad de la historia; luego, al conocer la partitura me planteé si no había inventado toda una ficción para explicar el porqué un músico germano-finlandés, que nunca viajó a España, la había compuesto. Tras seguir las huellas del propio Foxá en el país de las nieves y las nieblas hoy puedo documentar los nombres y las fechas que indica en la crónica y recordarme que la realidad es muchas veces más maravillosa que la propia literatura.




Los protagonistas: Gustavo Bécker y Fredrik Pacius


Gustavo Bécker

El Bécker finlandés de esta historia se llamó en realidad Evert Gustaf Waldemar Becker (Helsinki, 1840-Roma, 1907), aunque solía firmar con el tercero de sus nombres: Waldemar, y fue conocido con el apodo de «Becker-Bei». Su carrera como soldado y mercenario aventurero le llevaron a muy diversos destinos, como cuenta Foxá. Sirve en Polonia como subteniente de la Guardia Finlandesa y, buscando acción y gloria, acude a España hacia finales de la década de los cincuenta para luchar en la guerra de Marruecos, donde participa en los enfrentamientos de las tropas españolas contra los sublevados marroquíes, cuyo último episodio fue la batalla de Wad-Ras (febrero de 1860), que conduce a la firma de la paz. Por su valentía en el campo de batalla Becker obtiene la Cruz de San Fernando4. También en la década de los sesenta colabora en la guerra civil de México a favor del emperador Maximiliano, en la que logró salvarse de una sentencia a muerte dictada por las fuerzas revolucionarias, y, a continuación, en la campaña de Grecia contra los turcos. En Egipto lucha a favor de Ismael Pachá, quien le nombra Bey (de aquí el apodo «Becker-Bei»), y en Serbia se le encuentra de nuevo enfrentado a los turcos y alcanza el grado de coronel jefe del estado mayor de su armada. Además forma parte de la Guardia Suiza del Papa en Roma y, entre sus proyectos fallidos, estuvo el combatir junto a Garibaldi en Italia. Muchos más datos, y de manera más atractiva, ofrece Foxá, adobados por su rica prosa y, probablemente, por el halo de admiración de sus informantes (las hermanas Beaurain, descendientes de Pacius). Por otro lado, sus aventuras amorosas ayudan a construir el que parece inevitable perfil romántico de su figura: huida con la mujer del jefe de su regimiento (fue perseguido y sentenciado a muerte), matrimonio con una mejicana por la que se convirtió al catolicismo en 1868, compromiso con una aristócrata española en 1881, y, después, enlace con la rica Angela Komnenos, emparentada con los antiguos emperadores bizantinos, junto a la que residió en Nápoles hasta su muerte. Sus restos fueron trasladados a Finlandia tras lograr el país su independencia.

Las causas que defiende, los bandos que prefiere, le presentan como a un monárquico convencido, un militar ambicioso y entregado para el que la guerra tiene un nimbo especial, de aventura e idealismo5. Pero Waldemar Becker no fue sólo un hombre de acción sino también de pensamiento. A partir de 1880 vive en París; su vida continúa errante, pero parece iniciarse una nueva etapa marcada por la reflexión acerca de sus experiencias en tantos frentes. Además, no olvida su país y reclama su libertad, esta vez con la pluma: en el periódico Le Contemporain publica el artículo «La Finlande indépendante et neutre» (1880)6, importante y premonitor alegato a favor de la independencia finlandesa que le reportó críticas muy adversas entre los gobernantes de su país, y, más tarde, continúa su faceta de destacado analista político en La Russie, son passé, son présent (Nápoles, 1906).

Muy poco después de su estancia en París, Becker vuelve a España y nos situamos en los años de su «encuentro» con su tocayo, el poeta Gustavo Adolfo Bécquer7. El regreso tiene lugar en 1881, ya en los años finales del reinado de Alfonso XII, quien fallece en noviembre de 1885, iniciándose la regencia de su viuda, María Cristina, embarazada del futuro Rey (nacido en 1886). Foxá, tal vez dejándose llevar por un cierto efectismo romántico y guiado por la nostalgia que preside siempre su recuerdo de los tiempos antiguos, tergiversa los hechos y hace coincidir la infancia del nuevo rey, Alfonso XIII, con la visita de Waldemar Becker al Palacio Real, faltando a la verdadera historia. El Becker finlandés está en España durante el reinado de Alfonso XII cuando, por lo tanto, no ha nacido aún su hijo. Esa Reina de luto apasionada por las violetas que figura en la crónica coincide con la evocación del monárquico Foxá en su poema «Romance del Rey muerto», esta vez referido al fallecimiento de Alfonso XIII en Roma. Tomo los versos finales:


«Su madre, en El Escorial,
entre violetas le aguarda,
y al otro lado del mar
Madrid enluta sus casas»8.



Por estos años Waldemar dirige en Madrid el periódico La Europa, en el que su firma aparece, el 8 de junio de 1881, bajo la sección de noticias extranjeras comentando la legitimidad de la expansión del influjo español en Marruecos. Parece que fue el propio rey Alfonso XII el que, tras leer algunos de sus artículos publicados en la prensa francesa y admirando sus conocimientos de política europea, le ofreció este puesto9. En el número correspondiente al 28 de mayo de este rotativo se inserta la reseña de un viaje a Aranjuez organizado como agasajo a los representantes de la prensa españoles y extranjeros con motivo de las fiestas del centenario de la muerte de Calderón de la Barca y entre los asistentes figura el «coronel Waldemar Becker, por LA EUROPA». El estilo de su prosa dice mucho acerca del dominio de diversos idiomas de que habla Foxá en su crónica y, en general, de su cultura. El finlandés estuvo en España cinco años, en los que se aventuró a emprender otros negocios comerciando con madera y mármol10.

Becker demuestra conocer bien España y la política española en su breve folleto de treinta y dos páginas titulado De la reorganización militar de España (1882), dedicado al entonces presidente del Consejo de Ministros Práxedes Mateo Sagasta11, donde ofrece un plan estratégico para afianzar el influjo español en África y América que descansa en la redistribución de sus recursos militares. No voy a extenderme en sus argumentos que, desde hoy, y a la vista de los posteriores conflictos en Cuba y Filipinas y de la continuación de los problemas africanos, parecen cargados de razón y casi proféticos. Sí me interesa destacar que Becker no habla como profano, sino como profundo conocedor del ejército español, y alude a su propia experiencia cuando habla del carácter de sus soldados y sus reacciones en el campo de batalla, pues, apunta al final del opúsculo, bajo la bandera del ejército español había hecho sus primeras armas.

Como le contaron a Foxá sus amigas finlandesas, las hermanas Beaurain, bisnietas de Pacius, Waldemar Becker acude a los cafés y los salones madrileños invitado por sus amigos de la aristocracia, y se codea con políticos y periodistas en su grado de coronel y de hombre culto, con vastas experiencias y conocimientos. Su prestigio le conduciría hasta el salón privado de la misma Reina de España y aquí comienza la parte de la historia relacionada con Gustavo Adolfo Bécquer. De nuevo sería el común apellido (tal vez no el nombre, porque nuestro personaje finlandés suele utilizar otro) el que establecería el vínculo y el recuerdo: la Reina, cuenta Foxá, le ha hablado del poeta sevillano, le recita algunos versos de uno de sus poemas más conocidos («Las oscuras golondrinas») y se lamenta del poco acierto de las melodías que, para cantarla al piano, se habían compuesto hasta entonces, pues ninguna ha logrado encerrar el sentido del poema. «Acaso un músico del Norte sabría comprender mejor su melancolía», dice la reina María Cristina y recoge el cronista. Waldemar, galante y cortés, hace suyo el deseo real y lo traslada a Pacius.

Sin duda, sólo los protagonistas podrían narrar con detalle y de forma veraz lo que ocurrió en aquel salón y las palabras que mediaron entre el soldado y la Reina, primero; el soldado y el músico, más tarde. Y la fortuna y el tesón han propiciado que uno de ellos pueda hacerlo: Eduard Pacius, bisnieto del compositor, conserva los manuscritos de las cinco cartas que Waldemar Becker envió a su antepasado entre el 7 de julio de 1881 y el 7 de abril de 1882, a las que hace mención el propio Foxá en su crónica. Su amabilidad al enviarme copia de los originales y su transcripción me proporcionó una satisfacción a la que difícilmente podría corresponder12. Estas cartas dan una noticia directa de cuáles fueron los deseos de la Reina y cómo transcurrió el proyecto hasta que la nueva partitura llegó a sus manos. Antes, sin embargo, creo necesario presentar a Fredrik Pacius.




Fredrik Pacius

La música finlandesa del siglo XIX en España está representada, sobre todo, por el nombre de Jean Sibelius, el compositor de mayor repercusión fuera de sus fronteras y del que hoy día pueden localizarse más grabaciones en el mercado. Suerte muy distinta es la de Fredrik Pacius (Hamburgo, 1809-Helsinki, 1891, nacionalizado finlandés), poco conocido prácticamente en toda Europa cuando en su país la situación es opuesta al ser el autor de la música del himno nacional y de la primera ópera finlandesa, basada en un motivo histórico: Kung Karls jakt (La cacería del Rey Carlos, 1852), con libreto de Zacharias Topelius.

Las excepcionales cualidades como cantante y como violinista del joven Pacius le llevaron, de la mano de su maestro Louis Spohr, a iniciar una brillante carrera concertística. En 1827 consiguió una oferta de trabajo en Suecia, donde permanecerá hasta 1834; a Finlandia se traslada en 1835 contratado como maestro de música en la Universidad de Helsinki. Su trabajo como profesor y al frente de la Academic Kapell fue fundamental en la organización de la vida musical de esta capital. Aún más: su estancia en Finlandia fue tan decisiva en la consolidación de la música finlandesa que puede afirmarse que él fue la encarnación de su vida musical en el siglo XIX. Influido por la música romántica alemana de Mendelssohn y Spohr, Pacius estudió y utilizó los recursos de la música popular y se ganó muy pronto el aprecio de la alta sociedad que, por aquellas fechas, buscaba referentes nacionalistas que alimentasen sus deseos de independencia de la órbita rusa, lo que culminaría con la adaptación del poema en sueco Vårt Land (Nuestro país), del romántico Johan Ludwig Runeberg, en 1843, que se convirtió en el himno nacional de Finlandia. Además, Pacius compuso la ópera Die Loreley (1887), la música del singspiel titulado Princessan af Cypern (1860), varias cantatas, un concierto para violín, y otras piezas orquestales y numerosas canciones para coro y voz solista. En el transcurrir de su larga vida, el compositor fue admirado como el padre de la música nacional finlandesa y recibió los apelativos de «El Genio» y «El Maestro»13.

La obra de Pacius se enmarca, pues, en el periodo del Romanticismo y enlaza con el ambiente de afirmación nacionalista que, como en el resto de Europa, recuperó la historia y la cultura antiguas, aquellas que representaban las raíces de su identidad. A partir de 1827 la Universidad de Helsinki se convirtió en el centro de la inquietud patriótica romántica que simbolizaría Elias Lönnrot, gran estudioso de la poesía popular, quien, inspirándose en esta tradición medieval, compuso el poema nacional de Finlandia, el Kalevala.

No es difícil suponer que Waldemar Becker, perteneciente a la alta sociedad de la capital, crecería conociendo el nombre y las actividades musicales de Pacius. Becker se educa en la época de efervescencia romántica y su trayectoria vital parece ser una afirmación de su credo. Foxá indica que eran amigos, pero las cartas lo desdicen. Lo que sí parece cierto es que Becker no parece haber dudado a la hora de elegir entre los compositores finlandeses. El músico tiene entonces setenta y dos años y, muy conocido y admirado en toda Finlandia, vive a medias retirado en su finca de Backas14.




Las cartas de Becker a Pacius

Waldemar escribe a Pacius en sueco, la lengua de la élite social e intelectual finlandesa en el siglo XIX, que, sin contradicción, teniendo en cuenta la historia del país y su pertenencia a Suecia hasta principios de esta misma centuria, fue la usada por muchos poetas románticos en sus reivindicaciones nacionalistas (por ejemplo, los mencionados Topelius y Runeberg). Esto explica que el poema de este último, base del himno nacional finlandés (Vårt Land) estuviese escrito en sueco, aunque fue trasladado al finés en 1848 (Maamme). En el encabezamiento de las cuatro primeras epístolas figura la fecha y el presumible domicilio de Becker: Cuesta de Santo Domingo n.° 18 duplicado; la última está remitida desde París, con el membrete del Hotel du Palais, 28 Cours-la-Reine, 28, en los Campos Elíseos.

Becker ruega a Pacius la partitura para la rima LIII («Las golondrinas») en julio de 1881. Para él la petición de la Reina se convierte en un medio para demostrar, tan lejos de su patria, la sensibilidad finlandesa, capaz de transmitir, en una nueva estructura musical, el sentimiento de la rima. Como se sabe, la relación que la Reina, austríaca de nacimiento, establece entre las rimas becquerianas y las brumas nórdicas ha sido un argumento tópicamente repetido en su lectura durante muchos años. Transcribo la carta, previamente vertida al castellano15:

Madrid, 6 julio 1881

Mi muy estimado Señor Maestro,

Hace unos días la reina María Cristina dijo con mucha insistencia que quería cantar «Las Golondrinas», del tan popular poeta Bécquer, pero que el compositor español que le ha puesto música no había entendido por completo la poesía que el poema encierra, lo que además, añadió, exige un compositor nórdico.

Mi pensamiento se fue hacia Finlandia con un ardiente deseo de utilizar la oportunidad de demostrar al sur, sin necesidad de caer en competencias, que el norte es capaz también de estas labores líricas.

Espero que me disculpe esta introducción siendo yo un desconocido para usted, y que me tome la libertad de preguntar al Señor Maestro si me querría hacer el favor de componer una música para «Las Golondrinas», cuyo texto adjunto en una mala pero fiel traducción al sueco. Si el Maestro está de acuerdo con el sentido de estas líneas, le pido que dedique la canción a Su Majestad la reina María Cristina de España, y que me envíe un ejemplar para ella, que yo tendré el honor de entregarle en nombre del Señor Maestro y que estoy seguro que Su Majestad corresponderá con la distinción merecida. De todas formas le pido disculpas por el tiempo que le he robado.

Con profundo reconocimiento, el humilde servidor del Señor Maestro,

Waldemar Becker, Jefe del Estado Mayor.



La carta va acompañada de una copia manuscrita de la rima LIII en castellano (en holandesa con membrete de La Europa y de diferente mano); entre los documentos a que he accedido no figura la versión en sueco.

Pacius se apresuró a realizar el encargo que le hacía la reina de España y, en el mes de septiembre, la partitura ya había llegado a manos de Becker, quien la pasó a otro músico para que le diese su opinión y la volviese a copiar para la Reina, por aquel entonces ausente de Madrid. Su ejecución en el Palacio Real, hacia principios de octubre, mereció calurosos elogios de los miembros de la corte y de la misma reina María Cristina, que expresó su deseo al finlandés de agradecer de forma personal al músico su agradecimiento por tan bello regalo, lo que hace expreso al nombrarle Comendador de la Orden de Isabel la Católica. Tras su triunfo en Palacio, la música de Pacius para «Las golondrinas» se hizo muy popular entre las damas, quienes, cuenta Becker, le pidieron con insistencia copias de la partitura para poder cantarlas al piano. La última carta, remitida desde París el año siguiente, acompaña al diploma del nombramiento de Comendador Ordinario de la Orden de Isabel la Católica, de fecha 29 de marzo de 188216. Antes Becker le había hecho llegar una carta tipo en la que el Marqués de la Vega de Armijo, Ministro de Estado y presidente del Congreso, le comunicaba a Pacius la concesión (13 de marzo del mismo año)17. Copio el texto íntegro de las cartas:

Madrid 11 septiembre 1881

Muy estimado Señor Maestro,

Quiero agradecerle sinceramente su partitura para «Las Golondrinas», que recibí ayer con su honorable escrito. Le he enseñado a un gran músico vuestra composición y la encontró extremadamente cálida, efectista y realmente artística, y, además de por mis sentimientos patrióticos, a mí me ha convencido antes de haberla oído. He tomado medidas inmediatamente para que su canción sea bien copiada. Su Majestad la Reina está todavía en Badén, pero vuelve a Madrid el día 20 del corriente.

Cuando tenga el honor de entregarle «Las Golondrinas» le contaré cuánto le agradó a Su Majestad. Mientras tanto puedo decirle que tiene buen oído para la música y que sabrá apreciar el valor de vuestra obra.

En espera de la entrega de la partitura a Su Majestad agradezco vuestra nobleza y os envío una vez más mi agradecimiento junto con mis saludos.

El humilde servidor del Señor Maestro,

Waldemar Becker.



Madrid, 22 Octubre 1881

Muy estimado Señor Maestro,

Su Majestad la reina María Cristina me ha hecho el honor de encargarme que le haga llegar su efusivo agradecimiento por su amabilidad y cortesía al haberle puesto nueva música a uno de los poemas preferidos de Su Majestad: «Las Golondrinas».

Su Majestad también ha expresado su admiración por su bella composición musical, su riqueza y su melodía sonora y se ha preguntado si conocía la lengua española, pues ha logrado crear una armonía total entre las palabras y la música.

Aunque mi agradecimiento personal no sea tan valioso como el de Su Majestad me permito dárselo. Desde ayer se le está rindiendo homenaje a usted en el Palacio Real de Madrid y, con usted, a toda Finlandia. Además, Su Majestad expresó su deseo de hacerle llegar su agradecimiento personalmente, así que espero que, en un corto plazo de tiempo, tendrá la ocasión de felicitarle, aunque en España no todo va tan rápido.

Mi agradecimiento, Señor Profesor, le hago llegar mi más rendida admiración,

Becker.



Madrid, 22 Marzo 1882

Muy estimado Señor Maestro,

Es para mí un honor especial poder enviarle el comunicado adjunto del Ministro de Asuntos Exteriores, Marqués de la Vega de Armijo, donde se le informa de que el Rey se ha dignado nombrarle Comendador de la Orden de Isabel la Católica en recompensa por la bella canción que usted ha dedicado a la Reina María Cristina.

Permítame, Señor Maestro, ser el primero en felicitarle por esta distinción tan merecida y, a la vez, reiterarle mi agradecimiento por la amabilidad que usted me ha demostrado personalmente.

En cuanto el diploma esté preparado voy a tener el honor de enviárselo yo mismo, y aunque aún no esté listo, quiero ya decirle que, como ya usted sabe, cuenta usted con el reconocimiento de este país.

Mi agradecimiento más sincero,

Waldemar Becker.



París, 27 abril 1882

Muy estimado Señor Maestro Es para mí un placer poder adjuntarle el diploma de la Cruz de Isabel la Católica que el Ministro Presidente me envió ayer.

Al mismo tiempo quiero agradecerle su amable carta del 5 del corriente, pero en verdad y decididamente me permito protestar por el modesto juicio que el señor Maestro hace de una composición tan valiosa y que usted, cortésmente, le ha agradecido a Su Majestad la Reina.

Si el Señor Maestro, como espero, ha hecho copias de la composición o tiene una copia le estaría muy agradecido de que me enviara un ejemplar, pues Su Majestad tiene el original y la copia que usted había remitido y no me parece adecuado pedírsela, y hay muchas damas conocidas mías que me han pedido una copia.

Si el Señor Maestro puede satisfacer mi deseo le ruego que la envíe a Madrid adonde pronto voy a regresar.

Mi reconocimiento más sincero, reciba mi agradecimiento Señor Profesor,

Waldemar Becker.



Ni en el Archivo General de Palacio ni en la Real Biblioteca se conserva testimonio de la carta de Pacius ni tampoco de la partitura de la rima LIII. Foxá cuenta que las hermanas Beaurain le regalaron la original.






Las rimas de Gustavo Adolfo Bécquer y la melodía «de salón»

En coincidencia con la realidad de una «poesía de salón» para consumo burgués, en el último tercio del siglo XIX hay un género musical «de salón», cuyo repertorio, como ha explicado Celsa Alonso González18, era bastante mediocre. Esta música «de salón» destinada al entretenimiento pero, además, «ornamento indispensable para una reunión social», seguía los dictados de la moda y se servía de distintos géneros entre los que destacan las obras vocales en francés, italiano y castellano, normalmente con acompañamiento de piano, inevitable adorno de los salones de la burguesía y la aristocracia decimonónicas. Las revistas musicales testimonian la demanda de nuevas partituras con este fin. Junto a las canciones andaluzas y populistas y las melodías sobre textos de poetas franceses e italianos, las canciones sobre poemas de corte becqueriano son muy numerosas: Ventura Ruiz Aguilera, Antonio Arnao, José Selgas, Eusebio Blasco, José Antonio de Viedma y Gustavo Adolfo Bécquer, entre otros, vieron como sus composiciones pasaban a engrosar los álbumes y colecciones musicales editados por estos años. Según recuerda Celsa Alonso, el interés de estos poetas por la música está en la base del éxito de sus textos entre los compositores; poetas y músicos trabajaban por la creación de una nueva canción lírica inspirada en el lied alemán19.

Las rimas de Bécquer pasaron al pentagrama en numerosas ocasiones, hasta el punto de convertirse en uno de los autores preferidos por los músicos y por el público. Isidoro Hernández, Isaac Albéniz, José Casares, Tomás Bretón, Gabriel Rodríguez, Antonio Reparaz, José María Benaigues y el mismo Ruperto Chapí realizaron adaptaciones musicales de las rimas.

Al igual que en los salones de la burguesía y la aristocracia, pero con mayor boato y calidad, en el Palacio Real se realizan tertulias literario-musicales adonde acuden músicos y poetas junto a políticos y militares. En ellas se canta y se recita con acompañamiento de piano, costumbre que dio lugar al género llamado «sinfomela» o «suerte de meditaciones poéticas llevadas al piano, con figuraciones virtuosas del pianismo romántico, sobre las que se recita un poema»20. La Condesa de Llorente compuso un Álbum de melodías con letra (para recitar al piano), dedicado a la reina Isabel II, formado por siete recitados al piano sobre poemas de distintos autores entre los que figura «Las golondrinas», de Bécquer21. Hasta el salón privado de su sucesora, la reina María Cristina, llegarían las canciones que versionaban otras tantas rimas, y entre las que se contaba «Las golondrinas». Hasta aquí viajó también la partitura de Pacius.




Partituras para la rima LIII

En el CD-Rom editado por la Biblioteca Nacional del Libro de los gorriones se incluye noticia de las partituras que, en esta Biblioteca, se conservan de las rimas becquerianas. De la conocida como «Las golondrinas» se indican cuatro, debidas a José María Casares: «Así no te querrán» (Madrid, 1872), José Rebollar: «Las golondrinas» (Madrid, 1881), Arturo Cuyás: «Como yo te he querido» (Nueva York, 1883), y Tomás Bretón: «Las golondrinas» (Bilbao, 1890)22. Además, habría que añadir las de Fermín María Álvarez, de 1873, apuntada por Rafael Montesinos y Celsa Alonso23, y Francisco García Villamala24. Y, por último, la no señalada hasta ahora, según mis datos, obra de Fredrik Pacius.




La versión de Pacius

El lied alemán formaba parte del repertorio habitual de los ambientes musicales finlandeses, lo que se refleja también en sus salones. En un camino paralelo a lo que ocurre en España, los músicos autóctonos intentaron crear una canción lírica propia siguiendo su modelo y realizaron arreglos de composiciones en lengua sueca y finesa que respondieran a las expectativas nacionalistas y románticas ya referidas con anterioridad. Fredrik Pacius puso música a poemas de autores alemanes e ingleses, pero, también, de poetas finlandeses como Runeberg o Topelius.

En cuanto al texto de la rima, Waldemar Becker envió una copia de la rima completa tomada de alguna de las ediciones de las Obras de Gustavo Adolfo Bécquer publicada hasta entonces25, que Pacius arregla para su canción: por un lado, rompe la unidad del verso y repite alguna de sus secciones para adaptarla al fraseado musical; por otro, prescinde de su parte central (versos 9 a 16). El resultado es efectista y dramático: Pacius subraya el verso «¡así... no te querrán!». La letra y la partitura se reproducen en el apéndice.

Como se sabe, el lied romántico, género derivado de la canción vernácula alemana, se transforma en una forma artística en la que las ideas musicales sugeridas por un texto se articulan en su adaptación para voz y piano, tanto para proporcionar unidad formal, como para resaltar detalles textuales. De esta forma la música, que se deriva de las palabras, sirve como recurso retórico para dibujar metafórica o literalmente la escritura poética. En el caso de «Las golondrinas» estos mecanismos de descripción son evidentes. La canción está dividida en tres partes que se corresponden de manera desigual con las estrofas del poema. La omisión de las estrofas tercera y cuarta, donde Bécquer escribe sobre las madreselvas, se debe sin duda al deseo del compositor de describir en música tan sólo los versos referentes a las golondrinas, tema que, además de dar título a la pieza, sirve de unidad temática de su diseño musical.

La primera parte, hasta el compás treinta y cuatro, se inicia con una introducción pianística que marca el ritmo, la atmósfera y la tonalidad fundamental de toda la obra, la bemol mayor. La repetición de grupos de corcheas evocan el ágil y tranquilo vuelo de las golondrinas. En el compás treinta y cinco se inicia la segunda parte, que rompe con una tonalidad más triste, fa menor, aunque el ritmo dictado por el piano es idéntico al de la estrofa anterior. Esta sección es rica en tonalidades menores, lo que produce un efecto de melancolía, especialmente en los compases que expresan la frase «No volverán», repetida cuatro veces por la voz. Parece obvio que Pacius quiere enfatizar esta idea de pérdida, de lejanía, de soledad, de desamor; de ahí que incluso introduzca dos compases donde la voz solista se queda, literalmente, sola (cc. 49-50), como el hablante del poema. En la última sección se describe la quinta estrofa y, para ello, se retoma exactamente la melodía que abre la canción, pero ahora Pacius transforma la melodía dinámica en una oración lenta, casi estática, de tintes religiosos, enfatizando los términos «Dios» (c. 73), «altar» (c. 75), o el verbo «adora» (cc. 71-72 y 76). Esta oración está escrita con un movimiento melódico que asciende hacia las palabras «adora» y «altar», y que va descendiendo levemente entre ellas. La canción parece establecer una relación entre la adoración a Dios de la primera parte de la estrofa y la adoración que el poeta siente por la amada, de ahí la reiteración de «como yo te he querido, nadie te querrá»26.

En conjunto, y a modo de cierre, puede afirmarse que Pacius supo crear una estructura musical que subraya los elementos fundamentales de la rima y que llegó a acomodarse al propio ritmo del verso, lo que es loable teniendo en cuenta que, aunque contaba con la copia de la rima en castellano, construía su música a partir de una traducción.

Para terminar, sólo conozco una grabación de esta partitura realizada en 1980 por el sello Finlandia Records, reeditada en 1991 (Fazer Music Inc.). Bajo el título «Fredrik Pacius: Songs» se incluyen catorce canciones para una voz y piano con letras de Topelius, F. Berendtson, Runeberg y E. von Quanten. Toda una rareza en el conjunto, «Las golondrinas», de G. A. D. [sic] Bécquer figura en el corte número seis cantada por Margareta Haverinem.

En cuanto a la partitura, y careciendo del original, reproduzco una copia fechada en 1943 que me proporciona también Eduard Pacius27.

A partir de la información que proporcionan las cartas de Waldemar Becker a Pacius pueden continuarse reflexiones acerca de la popularidad de las rimas en los salones, del intenso y variado ambiente musical del Palacio Real madrileño28 o del enlace que los lectores encuentran entre el espíritu de las rimas y el de la poesía y música de procedencia germánica. Mi objetivo era, sobre todo, contar una historia y presentar a sus protagonistas, recalando en las circunstancias y motivaciones de un acontecimiento particular. Foxá llegó hasta Bécquer a través de las heladas tierras del Norte; ahora, en estas páginas, se reconstruye el mismo viaje pero desde su soleada ciudad natal.








Documentos


«LAS OSCURAS GOLONDRINAS EN HELSINKI», DE AGUSTÍN DE FOXÁ29

Gustavo Adolfo Bécquer, aun siendo españolísimo (andaluz y soriano como Antonio Machado), tiene algo de nórdico o de alemán en su poesía. Parece que le canta al oído Enrique Heine, y sus rimas, perdidas en nieblas dulcísimas, se despegan algo de nuestra fuerte y realista poesía castellana. Su apellido parece germánico y lleva el nombre, luterano y nórdico, de Gustavo Adolfo.

Hubo otro Gustavo Bécker contemporáneo del nuestro, nacido en 1840 en los alrededores de Helsinki; pero éste no era poeta, sino guerrero.

Me han contado aquí su historia personas que le conocieron. ¡Qué historia! El Bécker finlandés llevó una de esas vidas apasionadas y brillantes en que tan fecundo fue el siglo XIX. Alumno de la Escuela Militar, fue bien pronto abanderado de la Guardia Finlandesa. Pero él amaba la guerra y el Norte estaba, entonces, demasiado tranquilo. Bécker fue deslumbrado por la tentación del Sur, del calor, el sol y los colores, y se fue a España, figurando en esa guerra de litografía heroica, de cuadro histórico, de nuestra campaña de Marruecos. Vio, pomposa, valleinclanesca, con sus faldas azules con cintas, sus verdes rasos y su opulento escote, a Isabel II colocando un escapulario en el pecho combado, cargado de medallas, de O'Donnell, quien secretamente suspiraba por la reina.

Los periódicos, enlazando aquella guerra con la reconquista, hablaban del Cid, de San Fernando y los infieles.

En aquellos primeros trenes con su alta chimenea (como una chistera de la época) nuestro rubio finlandés partió para Marruecos. Combatió en Wad-Ras, vio a Prim en los Castillejos y fue condecorado, por su valor, nada menos que con la Laureada de San Fernando.

Vuelto a Finlandia, Bécker ingresa en el ejército ruso y en 1871 es nombrado oficial en la Guardia Imperial de Grodno. Pronto se aburre. Ahora es Méjico quien le deslumbra. La emperatriz Carlota toca el piano entre las palmeras y Maximiliano bebe refrescos, desmayado, en Cuernavaca. Bécker lucha por él contra Juárez, el indio zapoteca que quiere vengar la conquista de Cortés en este rubio descendiente de Carlos V; y Bécker, herido bajo el sol, entre las pitas y los lagartos, cae prisionero de aquel aceitunado Robespierre tropical. Milagrosamente escapa del fusilamiento, y en el año 78, este hijo de un país protestante, se va a Roma a servir en el ejército del Papa. Entre los suizos, vestidos con cintas de colores, con sus cascos de puntas levantadas, dibujados por Miguel Ángel, se fortifica en el castillo de Sant'Angelo. Y cuando por la Puerta Pía se desagua el Estado pontificio, Gustavo Bécker navega hacia Egipto a ofrecer (como los antiguos escandinavos a Bizancio) su espada al Kedive, quien le otorga el título de bey.

En 1876, Bécker está en Belgrado combatiendo como oficial servio contra los turcos; y poco después pasea, entre las viñas con polvo, los mármoles de la Acrópolis y los olivos de Platón, estudiando la defensa de Atenas y del Pireo.

Bécker es un hombre alto, rubio, que habla once idiomas. Mundano y seductor, por todas partes, no solamente deja enemigos sobre el campo, sino dolorosos corazones femeninos. El año 80 escribe en París sobre la Finlandia independiente; luego retorna a España cuando el rey Alfonso XII agoniza, mirando turbiamente las encinas de El Pardo y los azules fríos del Guadarrama.

Bécker frecuenta los salones de Madrid cuando la reina Cristina, entristecida, gobierna con Sagasta. La Regente viste de luto y se apasiona por las violetas. Los sábados va en coche descubierto a la Salve de la Virgen de Atocha, acompañada del Rey-niño, rubio, exangüe como los infantes de Velázquez.

Una tarde, entre sus íntimos, en su salón de sedas amarillas y musicales relojes, la reina, sin duda por la semejanza del nombre y apellido se dirige al Bécker finlandés hablándole del malogrado sevillano; su majestad tiene, incluso, la amabilidad de recitarle la primera estrofa de «Las oscuras golondrinas».

«Es una lástima -dice- que ninguna de las melodías que se han compuesto para cantar al piano esta rima interprete el sentido de nuestro poeta -y añade: Acaso un músico del Norte sabría comprender mejor su melancolía».



El oficial finlandés se acuerda entonces de su amigo Pacius, quien vive allá, lejano, en su finca de Backas, en los alrededores de Helsinki. Y promete escribirle, indicándole los deseos de la reina.

Federico Pacius es por esta época un viejo risueño. Es un músico conocido y apreciado en su país, autor del himno Maamme laulu y del Suomen laulu, o canto de Finlandia. Vive en su finca, con sus vacas (encerradas todo el invierno y alimentadas con la hierba conservada con sal), sus caballos, sus ocas y sus viejos muebles. Pasa las grandes veladas del invierno dedicado a sus nietos y a su piano. Cuando se aburre, se pone sus botas altas y, andando sobre la nieve varios kilómetros, a pesar de sus setenta y ocho años, se va a Helsinki, a beberse en el Societetshuset unos snaps con sus viejos amigos.

La carta de Bécker, desde Madrid, le ilusiona.

«La reina de España -dice en su tertulia- quiere que componga una melodía».



Pacius ha recibido de su amigo la famosa rima, con su traducción en sueco. Y con ardor juvenil se dispone a componer. Desde su nieve de Backas bajo los llecos de hielo que cuelgan de su tejano, Pacius, sobre el piano iluminado por unas velas, dedica su romanza a la reina de España, a la reina del Sur y de los pájaros.

La composición, terminada, llega a España durante el verano. Y Bécker le escribe que no ha podido entregarla todavía a su majestad porque se encuentra en los baños. Cuando la reina torna de San Sebastián, Las oscuras golondrinas, con música de Pacius, son cantadas en el Palacio Real de Madrid. La audición constituye un gran éxito. Y la reina asegura que, al fin, ha encontrado una música que interpreta la rima. Agradecida, concede a Pacius la Cruz de Isabel la Católica, y unos días después, nuestro ministro de Estado, el marqués de la Vega de Armijo (interferencia de la lírica en la burocracia), envía a Helsinki el diploma y las insignias.

Ayer he visto esta vieja cruz, con su seda cansada, en la casa de la calle Norra Rajen, donde viven las señoritas Beaurain, bisnietas de Pacius.

Junto a la cruz, las cartas descoloridas del Bécker finlandés fechadas en Madrid, en la Cuesta de Santo Domingo, con la rima cuidadosamente copiada por él y su traducción en lengua sueca.

Al atardecer, cuando el sol se ponía rojo sobre el hielo del mar, estas bellas señoritas finlandesas, Ana e Isabel, me han cantado al piano, en español, emocionándome, la triste rima de Gustavo Adolfo. He salido. Hacía frío en la calle y me ha nevado sobre la partitura, que me llevaba a casa como un recuerdo. En el puerto, los automóviles se estacionaban frente a la Legación de Suecia donde esta noche hay una gran comida.

Los barcos, quietos, sin un balanceo, parecían casas o murallas sobre el mar macizo. Sonaba triste la sirena de un barco. Los montones de nieve blanqueaban las calles de Helsinki, oscuras por el bombardeo.

Y yo, mirando mi partitura espolvoreada por la nieve, he pensado en la civilizada Europa de nuestros padres, todavía no brutalizada por el marxismo y en la que (en una enumeración al modo de Rostand) era posible esta bella historia en la que una reina (apasionada por un poeta) y un héroe, dialogan con un músico finlandés sobre el leve verso a unas golondrinas.

ABC, de Madrid, 8 de abril de 194230.




LETRA Y PARTITURA DE «LAS GOLONDRINAS», DE FREDRIK PACIUS


LETRA:



Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
(Bis)

Pero aquellas que el vuelo
que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha
tu hermosura a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres
ésas no volverán
ésas no volverán
¡no volverán!
¡no volverán!

Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar,
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará
tal vez despertará.

Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar
se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido, desengáñate,
¡así no te querrán!,
como yo te he querido
¡no te querrán!,
¡no te querrán!




Partitura

Partitura (01)

Partitura (02)

Partitura (03)

Partitura (04)

Partitura (05)

Partitura (06)







 
Indice