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Mariano Picón-Salas: el viaje como desplazamiento entre memoria y culturas

Susana Emelci Zanetti



«Se escribe sobre la patria en extrema tensión y apremio; acosado por los problemas y como una forma de deber cívico».


«Cumplo con mi deber -que a veces se torna difícil- de ser venezolano, y por encima de las discordias buscar una línea de entendimiento y de esperanza o de estímulo para seguir trabajando».


Mariano Picón-Salas                






He vuelto a leer a Mariano Picón Salas. Mucho. De corrido. Era el deber de esta conferencia. Probé caminos y no termino de deslindar mi lectura de nuestro hoy. Quizás por eso sin embargo esté tan viva su obra, escrita siempre en el vaivén de las crisis y la esperanza.

En 1936, cuando acaba de morir el economista Alberto Adriani, expresa el dolor frente a la pérdida del amigo entrañable recurriendo a los recuerdos de la intimidad adolescente y a los sueños que, al amparo del estudio y la acuciante mirada al mundo del presente, diseñaron proyectos para encaminar el futuro venezolano. La elegía convoca la lección y se atenúa con la ironía cuando evoca el intento de Juan Vicente Gómez en 1930 de ganar renombre internacional con el pago de la deuda venezolana poniendo en escena la admiración banal: «'¡Ah, el señor es del país que pagó la deuda!'»1. No conocen nuestra cultura ni nuestra tradición histórica; están sordos para nuestra tragedia, pero resalta aquel hecho que la ubicua United Press difundió por doquiera: «'¡Venezuela pagó su deuda!'». Casi de actualidad esta cita. Cuando recordamos el carácter pionero de sus estudios culturales o el uso del concepto de transculturación acuñado por Fernando Ortiz como instrumento para pensar las sociedades y las culturas latinoamericanas, comprobamos no solo su magisterio sino que lo sentimos como un contemporáneo, aunque en realidad estamos ante un intelectual en buena medida fundador, junto a Henríquez Hureña, Alfonso Reyes, Fernando Ortiz y algunos otros, de un nuevo modo de comprender a América Latina, a partir de la inmersión en el contradictorio legado recibido de conflictos y de valores2. En esta tesitura mi homenaje se desgrana en un reguero o en un rosario de citas, para dar espacio a su voz, ya apagada, a través de sus ensayos enfocados hacia la búsqueda de una visión nuestra coherente, valedera y valiosa.

La referencia personal -«¿Dónde estaremos, qué será de nosotros dentro de tres o cuatro años?»3, la confidencia sobre la tarea cumplida con libros prestados tanto como el paladeo de una palabra o una fruta tropical-, junto a la expresión inteligible y sencilla de su pensamiento encarnada en la vivencia y la experiencia, suele disolver en Picón Salas los riesgos del empaque que amenaza a la excesiva seriedad de los juicios. Cuando reflexiona sobre la significación de Simón Rodríguez, por ejemplo, afirmando que: «En el mundo hispano de comienzos del siglo XIX hubo dos hombres casi diabólicamente modernos en la invención estética y en la invención política: el español Francisco de Goya y el venezolano Simón Rodríguez», para enseguida resaltar la relevancia de la tarea intelectual de Bello o de Cecilio Acosta, diluye los peligros de la caída en lo magistral con la ironía que, además, le sirve para evocar cierta cursilería del entorno como excusa casi para invitarnos así a acodarnos en la ventana del pasado y asomarnos al sentir cotidiano: «Los malos poetas románticos lloraban por todo: porque la novia podía estar tísica o porque las necesidades económicas o administrativas los obligaban a trasladarse de Valencia a Caracas y ellos querían deplorarlo ante sus amigos en desgarrada elegía: Horóscopo sangriento me arrebata / de tu feraz y pintoresco suelo»4.

La situación mundial -las consecuencias de la primera guerra, el fascismo y el nacionalsocialismo, la guerra de España, la inminencia de la segunda guerra mundial y su concreción-, lo que denomina la «crisis espiritual de Occidente» en sus «meditaciones» europeas, ya en el desarraigo del exilio (enjugado en parte por la inserción en la vida chilena con su enorme cuota de experiencia política e intelectual, de amistades y afectos5), constituyen la encrucijada que decide el rumbo de sus pasos hacia el ensayo como género eficaz para aquilatar el destino de Venezuela y América Latina mediante la revisión de sus intereses y actitudes ante la situación internacional: si «nosotros, en trance de formamos, requeríamos consultar a cada Cultura -como Edipo a la Esfinge- algo del secreto de nuestro propio destino ¿cómo no íbamos a leer desde América un presagio de la crisis de Occidente?»6.

El viaje por Europa atenúa en parte los sentimientos de Picón-Salas ante la estandarización, el «pragmatismo bajo» que otorga valor primordial al poder y al dinero, vividos como las características dominantes de la época y dando pie a la celebración idealizada de ciertas culturas -la francesa por ejemplo. Sus reflexiones se van complejizando sin embargo con esta experiencia europea, que será uno de los pivotes para afirmar su condición de intelectual crítico y para repensar sus concepciones cuando multiplique y enriquezca el conocimiento sobre lo americano. Su artículo de El Nacional de Caracas de 6 de mayo de 1952 muestra claramente como considerará nuestra interrelación con el resto del planeta: «[...] cuando confiamos en el próspero desarrollo de nuestro país por el simple influjo expansivo de la llamada 'Civilización mundial' (hoy diríamos globalización), olvidamos que la oportunidad de todas las naciones no es la misma ante los beneficios civilizadores. En reciente artículo, Uslar Pietri juzga esa fuerza modeladora de la civilización como si ella se expandiese de modo unánime a lo ancho del planeta; como si hubiere una clara justicia distributiva en el orden internacional. Por desgracia, el drama de la Historia es que hay pueblos ultrapoderosos y pueblos misérrimos. Que en el mal equilibrio conjunto de las naciones, unas son las que producen e imponen sus productos y otras son las que deben comprárselo»7.

Para Picón-Salas «Intuición de Chile», «Pequeña nota sobre la nación chilena», son la puerta de ingreso al ensayo desplazando la atracción por la narrativa, recuperada más tarde con las autobiografías8. En estos textos primeros el caos mundial y el nuestro lo empujan a auscultar el pasado latinoamericano ante la eficacia del orden aristocrático que alejó a Chile de las guerras civiles, sin que por ello se diluyan los interrogantes sobre los modos realmente idóneos de alcanzar un ordenamiento coherente de la sociedad y del Estado respetuoso de la libertad y la justicia, pues sabe que en tal aspiración se cuelan el orden «que se impone sobre el silencio de los esclavos, el que sufrimos nosotros los venezolanos en algunas noches sin esperanza y de densa desolación de nuestra vida histórica, orden que a la postre es solo violencia física edificada sobre la más sangrante injusticia...»9. Como un capítulo más de la batalla por la libertad que caracterizó las luchas de la independencia hispanoamericana verá más tarde, cuando consolide su perspectiva culturalista y transculturadora, a las guerras civiles venezolanas, al postular que ellas tuvieron por función fusionar regiones y grupos sociales, dando a la nación una marcada movilidad social, palpable también en la «intención» igualitaria del uso del tuteo.

Nunca abandona Picón-Salas el requerimiento de una democracia sólida10 y de una genuina afirmación de los valores culturales latinoamericanos. Ambos movilizan sus estudios y sus reflexiones a partir de postular la necesaria interrelación con las otras experiencias culturales del mundo para que tales objetivos sean realmente posibles. La misión del escritor solo es completa si obedece a la actitud de «abrir [...] las ventanas y los caminos que se proyectan sobre el mundo»11. Desde el inicio coloca el vértice en América Latina y en Venezuela, para una indagación comprometida con brindar respuestas programáticas sentidas como urgencia la mayoría de las veces, evidente, entre otros ejemplos, en su prólogo a Preguntas a Europa (1937): «El viaje a Europa fue un viaje al fondo de mi yo suramericano que anhela tener conciencia de lo que le falta, y lo busca a través de los hombres, los paisajes y las culturas distintas...». Tal indagación irá pautando sus modos de definir los lazos entre lo individual y lo colectivo, entre estética y ética, entre la historia y el presente, en tanto soportes de su comprensión de las culturas populares como fundamento del sujeto nacional, aunque desechando el populismo, y de la nación misma, aunque ajeno siempre al provincianismo estéril y al nacionalismo estrecho.

La hora actual imponía el abandono de los ensueños del arte frente a la exigencia de una ética de servicio: «No siempre las formas más altas de la cultura o los organismos que las administran, se ponen a tono con las necesidades colectivas ni tratan de expresar y adoptar la nueva circunstancia, la nueva urgencia... Cuando las masas piden pan resulta inoportuno, por lo menos, ofrecerles una ración de puro espíritu. Y nada se logra escribiendo... sobre el hombre masa, sobre la vulgaridad de las multitudes si no contribuimos a solucionar el conflicto tan contemporáneo entre cultura y colectividad»12. De allí su rechazo al desdén por las masas de Ortega y Gasset y su demanda de hacerse cargo activamente de la democratización del saber -valiéndose justamente de esos nuevos medios masivos, la radio, por ejemplo- en el marco de una preocupación por la educación pensada desde lo que denominó una política de la cultura.




«El auténtico baquiano de la patria»

«El Destino impuso a Picón Salas los viajes y la escritura. En él uno se trasfunde en la otra», dice con razón José Balsa en su prólogo a Viajes y estudios latinoamericanos13.

Del exilio al regreso, de Europa y los Estados Unidos al andar continuo por su tierra y las distintas naciones latinoamericanas. Con el viaje como trasfondo se diagrama la actividad de Picón-Salas, o más bien con la figura del derrotero, pues da al desplazamiento geográfico un rumbo, una dirección que imprime a los movimientos azarosos u obligados una finalidad, un sentido y, en nuestro caso, la travesía se fusiona con los tiempos de la historia y de las culturas. También él, como señala para el investigador chileno José Toribio Medina, vuelve de cada viaje «con un botín de pretérito» indispensable para ensamblar coherentemente su resultado, la sociedad americana. Lo repetirá muchas veces, pero valga como aclaración las reflexiones sobre Guatemala, las líneas de su mano de Luis Cardoza y Aragón: «La conciencia de un país es en gran parte la fértil memoria de su pasado para afirmar su situación en el mundo y alumbrar su rumbo venidero [...] Siguiendo la metáfora maya, el autor del libro ha viajado 'a la ceiba de las leyendas', a la 'selva de la memoria'; ha interpretado [...] 'los silencios apretujados y sumergidos' de su pueblo»14.

«Retrato de un país» titula este comentario, expresión de un modo de comprender las redes entre lo individual y la constitución de sujetos colectivos en íntimo lazo con los ámbitos naturales. El contacto con el paisaje andino, profundamente ligado a las culturas precolombinas para Picón-Salas, lo impulsan, por ejemplo, a idealizarlo como un modo de nutrir su utopía con la utópica interpretación del Incario: «América vertical. Los Andes la vertebran y van creando su cultura [...] En los Andes nació la economía vital que se suele llamar cultura: concentrar fuerzas, aprovecharlas, más que dispersarlas [...] Acaso idealicemos a los Incas, su protección andina porque estamos de nuevo añorando otra economía vital, otra organización del trabajo, de la tierra y del agua, que son para el servicio de todos»15.

Allí donde la conjunción del hombre y la naturaleza convertida por él en paisaje, pero sin forzarla ni estremecer sus fundamentos hasta arrinconarla como ocurre en las ciudades; allí entonces, estarán los territorios preferidos por Picón-Salas. Ellos son no solo el espacio donde aprehende la miscigenación de los distintos sujetos sociales y culturales que van construyendo el sujeto nacional, colectivo y heterogéneo, sino también donde recoge las expresiones que convalidan zonas de síntesis, producto de transculturaciones que constituirán la clave de nuestra identidad. Ellos son también el terruño al que se vuelve, revivido en la escritura aun cuando pareciera prevalecer el ceniciento derrumbe que suele imponer el tiempo.

Mérida, la tierra natal, alienta la autobiografía, primero con Viaje al amanecer, en 1943, diez años más tarde con Pequeña confesión a la sordina (prólogo sus Obras selectas) y por último, en 1959, con Regreso de tres mundos. Mérida y la casona familiar son los refugios donde las vidas particulares se traman sin conflictos al amparo de la pequeña ciudad provinciana, valle cerrado a la tumultuosa vida moderna que ha traído la explotación petrolera: la escritura se convierte en reservorio de una simple y feliz convivencia, desproblematizada y pasatista. Las fechas de edición dicen a las claras la persistencia de este poderoso núcleo, el rincón de la patria chica y de la pertenencia social que, si en lo entrañable de la subjetividad todavía protege, trasciende con dificultad a las conceptualizaciones del intelectual y al historiador de la cultura. Allí radicarían los esfuerzos por fundar la comprensión en una práctica que impida la dispersión, en entramar los conflictos de sujetos que definitivamente están más allá de la cortesanía de la comunidad idealizada de la infancia16. Las genealogías y la memoria se expanden en espacios donde pareciera que no se llega a ser sujeto de la historia y de la cultura; por esos desfiladeros se interna sin terminar de desandar el camino trazado por Sarmiento, el escritor que sin dudas es su modelo. Debe desplazarse en sentido inverso, de Recuerdos de provincia al Facundo, y si logra cumplir este derrotero, la literatura, tan excelente auxiliar para su trabajo historiográfico -y en esto también es Picón-Salas un maestro-, le brinda el atajo de la tabulación idealizadora.

Esta suerte de vaivén impregna también la tensión entre la función rectora de las dirigencias políticas y de los intelectuales, y el rol de esos otros actores sociales y culturales, cuya complejidad para Picón-Salas ha anclado en las denominaciones insuficientes de pueblo o de clases. Sin abandonar los perfiles y las breves biografías o estudios de las figuras modélicas -Bolívar, Simón Rodríguez, Sarmiento, Martí, Hostos, etc.- se irá interesando, sumergiendo a conciencia en las vidas colectivas de las distintas regiones hasta abarcar la impronta de las culturas indígenas y afrovenezolanas y afroamericanas, así como las del inmigrante, asumidas más lentamente, a medida que despeja el pesimismo y afronta la nostalgia, ese «canto casi melancólico» reconocido en los prólogos a «Alegato de Europa» (1946) y Las nieves de antaño (1957)17, ante modos de vida y modelos celebrados en sus textos autobiográficos a que hice referencia, que parecían haberse desbarrancado en la mediocridad de su presente.

La contemplación y los vínculos concretos ganados en los viajes generan confianza y remozadas expectativas, sean nuevos modos de afrontar el pasado -la vitalidad de los mitos y el diseño de formas culturales-, sea la valoración de intelectuales y artistas de la América Latina de entonces, con los que comparte inquietudes y proyectos o comprueba su significación estética, como sucede con el poeta José María Eguren y José Carlos Mariátegui en Lima o con Diego Rivera y el joven Luis Villoro en México, entre otros nombres de posible mención.

Solo con la transformación de la amplitud de la mirada podrá ensayar la «summa» que solicita, auxiliada por el trabajo interdisciplinario. En las suyas más notables, la Suma de Venezuela y De la Conquista a la Independencia, los encuentros y los diálogos con especialistas como él preocupados por este enfoque, se fecundan con la densidad de la experiencia («Hay escritores que son testimonio no solo de una Venezuela leída sino también caminada o sentida como vivencia, conjuro y añoranza. Es acaso la Venezuela que sufrí y gocé con mis nervios y con mis huesos»)18.

Pide «que la historia nos sirva más» y sabe que: «La historia no solo se recibe, sino (que) se planifica y se hace»19 y él mismo responde a esta demanda, por una parte cumpliendo con convicción de que se deben revaluar las fuentes primeras de la vida social y cultural latinoamericana, de allí sus trabajos sobre distintos aspectos de la conquista y de la colonia, que irán conformando De la Conquista a la Independencia. Tres siglos de historia cultural hispanoamericana. En buena medida es el resultado de la docencia cumplida en distintos centros de los Estados Unidos, como las universidades de Columbia y John Hopkins o en el Smith College.

Dirige sus investigaciones impregnando los movimientos culturales en la dinámica de la historia social y en el concepto de transculturación que, en esta obra, se encuadra en la idea de que «[...] la 'transculturación' no consiste tan solo en el trasplante de la cultura europea a América sino también el producto nuevo o en el obligado retroceso que, a causa de las condiciones del ambiente, sufre con frecuencia la forma cultural europea»20.

El libro articula las redes mediante las cuales reorganiza la tradición con el propósito de revisar desde nuevas perspectivas esos choques culturales que fueron diseñando respuestas plurales tanto en los primeros planos como en los cruces escurridizos -los detalles de la vida doméstica, la vivienda, las comidas- hasta el despliegue más visible del arte y del pensamiento.

Su interés por entender las mentalidades coloniales pareciera en consonancia con las nuevas corrientes de la historiografía francesa de Bloch y Lucien Fevbre, junto con la dirección culturalista de especialistas latinoamericanos, el ya mencionado Fernando Ortiz, Angel Rosenblat, Gilberto Freyre, entre otros. «La cultura de un país -piensa en Venezuela- es la suma no solo de las creaciones originales sino de los préstamos cambiantes que cada pueblo -aun el más modesto- debió realizar para configurar su historia»21. Lo guía la posibilidad de descubrir en tan largo período una etapa importante en la plasmación de nuestras «formas culturales», que ya en 1934 las pensaba para escribir «un libro de nueva crítica literaria hispano-americana», según le comunica en carta a Alfonso Reyes, así como lo mueve el propósito de contribuir a la constitución de la conciencia de nuestra cultura como un imperativo para encauzar los proyectos del futuro.

El panorama que nos presentaba delineaba anfractuosidades, relieves y planos poco entrevistos hasta entonces. De él surgía no solo una nueva historia cultural latinoamericana, también echaba a andar perspectivas actuales, me refiero a los hoy denominados estudios culturales, con los que los textos de Picón-Salas dialogan para enseñarles mucho -a pesar de la reticencia en el reconocimiento, reconocimiento en el que justamente él es espléndido, generoso.

Sus enfoques para comprender la historia y la cultura nacieron también al calor de las lecciones recibidas del pasado. Le viene bien el consejo de Simón Rodríguez de «la terapéutica del viaje a pie»; Bernal Díaz del Castillo y Humboldt le enseñan a compenetrarse con los modos de sentir de la gente, y es difícil apartar la idea de cuánto ha pesado en esto último tanto como en la dirección de su mirada y de su escritura la lección de Sarmiento cuando leemos el siguiente párrafo: «[...] se exaspera y regaña en esos libros, los más vitales y jugosos, los más coloreadamente varoniles que haya escrito ninguna pluma de América; el Facundo, oloroso a desierto, a polvo, a montonera, a transpiración de caballos; y los Recuerdos de provincia, nuestra Odisea, en el caserón familiar, en parla de viejos y confituras de abuela...»22.

Siguiendo estas sendas las culturas palpitan en sus textos con sabores y sonoridades, porque los palpa en las comidas, como esa ejemplar «Pequeña historia de la arepa» que le permite recorrer y trenzar en sus diferentes versiones regionales una síntesis del pan americano, así como el comentario de la palabra 'pelambre' chilena o el 'jeito' brasileño dan pie a interpretaciones de mentalidades nacionales con una agudeza que me lleva a pensar en la presencia de su legado, entre otros ejemplos, en el inteligente estudio de Arcadio Díaz Quiñones sobre los usos del «bregar».

A menudo se cuela la anécdota para transmitir sus modos de conocer, como si la incluyera en las obligaciones de aclarar su metodología. Y entonces pareciera a veces que se mete en las cocinas, saborea, se limpia las salsas de las comisuras y casi nos estampa la receta, como sucede en este ejemplo: «Hojeo, y acaso me tentará publicarlo como un testimonio del vivir venezolano en el siglo XIX, un inédito volumen de recetas de cocina en que la viejecilla nonagenaria que me lo entrega perfeccionaba, escribiéndolo, los perfiles y orlas de su letra inglesa y las labores domésticas que le enseñaron en el colegio de las monjas»23. Quizás esté en sus archivos. Dejo aquí, a la curiosidad de ustedes, husmear en ellos; pero sobre todo desearía haber cumplido, aunque sea precariamente, en promover nuestro agradecimiento a este intelectual ejemplar.





 
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