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ArribaAbajoLa isla que se repite: Puerto Rico y su representación literaria

María Caballero Wangüemert



Universidad de Sevilla

El afortunado título del libro de Antonio Benítez Rojo La isla que se repite: el Caribe y la perspectiva posmoderna176 me ha parecido muy oportuno para enmarcar esta breve nota en torno a la insularidad y su percepción literaria en esa pequeña isla caribeña llamada Puerto Rico. Tanto el título como el subtítulo inciden en dos enfoques perceptibles en la literatura insular puertorriqueña del presente siglo. La otrora isla del encanto se ha transformado en isla del espanto -le dice al lector Luis Rafael Sánchez en su artículo Vivir aquí177-... La tierra prometida178 no es hoy sino punto de partida sin retorno de un ininterrumpido exilio hacia el mundo estadounidense... Bien lejos quedaron los requiebros poéticos del siglo diecinueve con su retórica que visualizamos como algo cursi y ajeno: la oda La ninfa de Puerto Rico (1862), de María Bibiana Benítez en la estela de Andrés Bello; los cantos patrióticos de José Gautier Benítez escritos al socaire de un edenismo que remite al Diario colombino y a tantos tópicos de las primeras crónicas de Indias... En ellos, concretamente en el titulado Puerto Rico, bajo el amparo de la profecía de Séneca, el océano rompe las cadenas del universo y genera un mundo virginal:


   ¡Borinquen! nombre al pensamiento grato
como el recuerdo de un amor profundo;
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bello jardín, de América el ornato,
siendo el jardín América del mundo.
    Perla que el mar de entre su concha arranca
al agitar sus ondas placenteras;
garza dormida entre la espuma blanca
del níveo cinturón de tus riberas [...]
    Un jardín encantado
sobre las aguas de la mar que domas»...179



Es cierto que esta visión utópica convivía desde tiempos de Ledrú con otra mucho más amarga, sociológicamente más ajustada a lo que el viajero imparcial percibía ante sus ojos... Será Pedreira, el ensayista del primer tercio del siglo veinte, quien retome la óptica del viajero francés -que había conocido gracias a la traducción que Julio Vizcarrondo hiciera a mitad del diecinueve-. Y quien reelabora -como es bien sabido- toda una línea de literatura que hasta entonces era marginal y que se enfrentará, superponiéndose, a la escapista visión del folclorismo insular. De él y de la lectura que hiciera de los problemas isleños en su breve y famoso ensayo Insularismo (1934), arrancan las aportaciones literarias más interesantes de nuestro siglo. Como botón de muestra probatorio pueden exhibirse dos argumentos de distinto nivel: el hecho de que Juan Gelpí haya podido analizar La guaracha del macho Camacho -la novela más emblemática de la generación del setenta y de Luis Rafael Sánchez, su autor- en clave de relectura del clásico Insularismo180; y, en segundo lugar, el que Rosario Ferré en La casa de la laguna, recientemente publicada (1995-1996), invoque de nuevo las tesis de Insularismo aunque sea para subvertirlas... Lo veremos más despacio.

Por lo pronto, esa convivencia tribal de focos y perspectivas, que no siempre se enfrentan sino que muchas veces se solapan, es propio de la posmodernidad invocada por Benítez Rojo para caracterizar el Caribe. Y él lo hace así al entender que -y cito-:

...la óptica posmoderna tiene la virtud de ser la única que se dirige al juego de las paradojas y de las acentricidades, de los flujos y los desplazamientos; es decir, provee posibilidades muy a tono con los rasgos que definen el Caribe [...]. El subtítulo también alude, en su inestabilidad inconclusiva, a la incertidumbre que todo caribeño suele experimentar cuando desea escribir sobre el Caribe, sobre todo cuando sospecha que cualquier signo que elija no le pertenece en verdad, sino que se inscribe y cobra sentido cabal en algún lenguaje ajeno, en algún código ordenador de allá...181



¿Qué hay en las páginas de Insularismo? Podría decirse que hay de todo, en la línea de definir lo que es el carácter y situación puertorriqueña en el presente, como producto de su devenir histórico... Ahora lo que interesan son dos cosas: la metáfora clásica, según la cual la isla es la barquilla que levando el ancla va buscando puerto; y la línea   —129→   argumentativa de tono pesimista que le sirve a Pedreira para identificar esa nave al garete. Todo ello dentro del capítulo III que, de los cinco en que se divide el ensayo, es el que se destina a el rumbo de la historia. Y la historia está doblemente determinada por la geografía: el mínimo tamaño y la situación geográfica intensifican la insularidad de Puerto Rico que es su gran problema. Con sus palabras, se trataría de lo siguiente:

En proporción a su tamaño se desarrolla su riqueza, y por lo tanto su cultura. Siendo geográficamente el centro de las dos Américas, su falta de volumen, su carencia de puertos y de comercio en grande la convierten en rincón. Como centro comprimido no servimos más que para la estrategia y para hacer escala [...]. El ser punto estratégico nos beneficia muy poco; como punto de turismo nuestra pequeñez vista en dos días no resarce los gastos de viaje [...]. Llevamos encima la tara de la dimensión territorial. No somos continentales, ni siquiera antillanos: somos simplemente insulares que es como decir insulados en casa estrecha...182



Pequeña extensión descolocada históricamente fuera de las rutas comerciales y de trasiego humano -hasta el punto de que el avistamiento de velas es toda una fiesta-, produce por paradoja en la literatura un fenómeno singular desde la colonia: el eterno deambular de sus hijos. Los infortunios de Alonso Ramírez -puertorriqueño él para más señas- se constituyen en precedente de lo que Luis Rafael Sánchez denominará La guagua aérea (1994) -con todas las salvedades que se estime oportuno y que serán muchas-. Y deambulan porque en esa eterna colonia que es la isla no existe sino el aislamiento y la soledad... El responsable: ese mar que asfixia... Cito algunos textos representativos que avalan lo que acabo de decir:

Aislamiento y pequeñez geográfica nos han condenado a vivir en sumisión perpetua [...]. Y esta soledad [...] constituye aún hoy, una de las señales más represivas de nuestra cultura y un factor explicativo de nuestra personalidad carbonizada [...]. Nacimos y crecimos en colonia...

El cinturón de mar que nos crea y nos oprime va cerrando cada vez más el espectáculo universal y opera en nosotros un angostamiento de la visión estimativa, en proporción al ensanche de nuestro interés municipal...183



Los textos son muy gráficos... y además muy conocidos, no necesitan comentario. Sólo añadir -antes de dejar a Pedreira- que bajo la égida de Rodó, el maestro no se resigna al pesimismo, sino que urge a la juventud puertorriqueña a la reacción, a romper las barreras aunque sea a partir de un titánico esfuerzo de «capacidad comprensiva, dilatación, ensanche, urbanización mental que nos obligue a abandonar la cripta de nuestra   —130→   postración político-económica»184. Y termina: «Romper las murallas de este aislamiento para mirar en torno, es el deber de la juventud puertorriqueña»185. No otro es el programa de Contemporáneos coetáneo en sus propuestas y en la incomprensión con que en tantas ocasiones fueron recibidas... Por todo ello, a nadie extrañará que el último capítulo de Insularismo lleve por título la luz de la esperanza...


Mar Caribe, alárgate en mi espíritu186

Un enfoque semejante es el de Luis Rafael Sánchez al hablar de la realidad caribeña, fronteriza, mezclada... Lo único puro en el Caribe es la impureza187 -continua diciendo-. Y recoge la argumentación de Pedreira en una metáfora que traspone el viejo texto casi literalmente:

Aunque de agua o de sal sean los barrotes un país con forma de isla es un país con forma de cárcel. Tarde o temprano, el Caribe le impone al caribeño la emigración, la errancia, el exilio. Si la emigración se legaliza el viaje tiene como su transporte legal la guagua aérea.188



El breve comentario a los textos últimos de Luis Rafael Sánchez puede comenzar por ahí... «La isla que se repite» -podría decirse-. Repetición con variaciones y cambios -fundamentalmente el tono que le confiere la posmodernidad-. Pero el fondo está latente, con toda su problemática, agigantada y sesgada hacia lo político por la urgencia rediviva de esos motivos que en nuestros días saltan a las páginas de los periódicos. Y tamizada por la reelaboración intertextual de los viejos versos de Palés: Nuevas canciones festivas para ser lloradas titulará Luis Rafael su pequeño ensayo acerca del problema actual que sintetiza en estos términos: «Puerto Rico es mi patria pero Estados Unidos de Norteamérica es mi nación»189. Porque hoy -sigue diciendo- «la proeza mayor que realiza un puertorriqueño consiste en ser puertorriqueño y quererse y afirmarse como tal»190. Y es proeza porque la nueva situación política -con la fascinación de la metrópoli- y la precaria situación económica -con el desempleo galopante- ha instaurado el reino de La guagua aérea. En este ensayo Sánchez da respuesta a ciertos interrogantes de Pedreira, desde la escritura humorística por supuesto, porque tal vez sea la única plausible en la posmodernidad... Escritura que entrevera con ternura también pequeños núcleos narrativos, porque son miles de vidas de puertorriqueños las que «a treinta y un mil pies sobre el   —131→   nivel del mar [...] replantean la adversidad y el sosiego del país que se quedó en pueblo grandote o del pueblo que se metió a chin de país»191.

Universos de promesas, de risas y llanto, que atraviesan la caverna celeste encarnados en esos miles de transeúntes vitales, que necesitan o se ven obligados a ensanchar el marco de la pequeña isla en la nueva metrópoli... Pero que no quieren desarraigarse... con lo que se convierten en seres de ninguna parte:

Puertorriqueños que suben a la guagua aérea si llevan en el fondo del bolsillo el pasaje abierto que asegura la vuelta inmediata porque la Vieja entró en agonía o el Viejo se murió de repente; el pasaje abierto que soluciona la hambruna de regresar a la isla que idolatran los fuegos de la memoria, la flor cautiva a la que canta la danza, la isla de la palmera y la guajana a la que recita el poema [...] Puertorriqueños que se asfixian en Puerto Rico y respiran en Nueva York. Puertorriqueños que en Puerto Rico no dan pie con bola y en Nueva York botan la bola y promedian el bateo a cuatrocientos. Puertorriqueños a quienes desasosiega el tongoneo insular y los sosiega la cosmopolitana lucha a brazo partido. Puertorriqueños a los que duele y preocupa vivir fuera de la patria...192



Esa «barquilla a la deriva» se convirtió al fin en «¡el espacio de una nación flotante entre dos puertos de contrabandear esperanzas!»193