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ArribaAbajo Erasmo, Sancho Panza y su amigo Don Quijote

Antonio Vilanova



Universidad de Barcelona

En el postrer capítulo de su obra monumental Erasmo y España (1937), en el que aborda en términos extremadamente cautelosos y escépticos el controvertido problema erasmismo cervantino, el maestro Marcel Bataillon, pese a considerar altamente improbable la lectura directa de Erasmo por parte del autor del Quijote, reconoce, sin embargo, «que las tendencias literarias de Cervantes son las de un ingenio formado por el humanismo erasmizante». 49 En apoyo y confirmación de su tesis, según la cual Cervantes, estimado por algunos como un genuino representante de la Contrarreforma, «puede ser considerado, con el mismo derecho, el último heredero del espíritu erasmiano en la literatura española, pese a la profunda diferencia de tono que separa su obra de la de Erasmo» (XIV, IV, 798), el insigne hispanista escribe lo siguiente:

Un testimonio tan precioso como inesperado viene a traernos la certeza de que semejante conclusión no tiene nada de arbitrario. Un humanista español del Siglo XVII, que poseía en su biblioteca la Cosmografía de Münster [Basilea, 1550], se detuvo un buen día a considerar en ella un retrato de Erasmo salvajemente desfigurado por la censura inquisitorial, y escribió a un lado del rostro: «y su amigo Don Quijote», y del otro: «Sancho Panza». Desde luego nos es imposible   —44→   reconstruir las reflexiones que guiaban su pluma cuando trazó estas enigmáticas palabras. ¿Sería un ortodoxo que entregaba mentalmente a las severidades de la censura los coloquios de Sancho Panza y de su amigo Don Quijote? ¿No sería más bien un espíritu libre que gozaba de sus sabrosas charlas como de un desquite por la prohibición de los Coloquios de Erasmo? Es imposible saberlo, y esto nos importa bien poco. La asociación de ideas que hizo surgir el recuerdo del Quijote en presencia de Erasmo mutilado basta, por sí sola, para probarnos que ese desconocido percibía entre Cervantes y Erasmo el secreto parentesco espiritual que aquí afirmamos.


(XIV, IV, 798-99)                


El legítimo deseo de desentrañar en qué consiste la estrecha relación de semejanza entrevista por el humanista anónimo, que apunta claramente y sin ambages la inequívoca filiación erasmista de los dos personajes cervantinos, ha sido el motivo determinante del estudio emprendido en las siguientes páginas, cuyos positivos resultados, basados en la evidencia irrefutable de los hechos, hoy me honro en someter a la consideración de todos ustedes. Iniciado hace muchos años, con el deliberado propósito de verificar con argumentos válidos y pruebas fehacientes una hipótesis de trabajo fundada y verosímil, aunque de muy difícil comprobación, y a juicio de muchos todavía no demostrada de modo irrefutable, es éste un trabajo destinado a dar una respuesta convincente a las reservas formuladas por Marcel Bataillon sobre el origen directo de este posible influjo erasmiano. Y satisfacer, al propio tiempo, los exigentes requerimientos del ilustre maestro, a juicio del cual, para admitir la hipótesis de que Cervantes conocía directamente los libros de Erasmo y había leído secretamente las viejas traducciones castellanas de su obra, prohibidas en 1559 por el Indice del Inquisidor Valdés, «serían necesarios muchos estudios comparativos que tomaran en cuenta no sólo las ideas, sino también la expresión, y que tuvieran por objeto ideas típicamente erasmianas» (XIV, IV, 799).

Un estudio comparativo de este tipo, basado en la aplicación estricta de los planteamientos que acabo de mencionar, es el que les ofrezco a continuación, y que bajo el título de «Erasmo, Sancho Panza y su amigo Don Quijote», claramente inspirado en las enigmáticas palabras del anotador anónimo, se propone un objetivo muy concreto: Subrayar, con todas las cautelas, salvedades y reservas que el caso requiere, las principales coincidencias de temas e ideas capaces de justificar el secreto parentesco espiritual que el desconocido humanista del Siglo XVII creyó percibir entre la obra de Erasmo y los dos protagonistas de la novela cervantina.

A tal efecto, y tomando como punto de partida las ideas expuestas   —45→   en mi opúsculo juvenil Erasmo y Cervantes, en el que me aventuré a señalar por vez primera las claras raíces erasmianas de la locura quijotesca, quisiera aducir hoy, como meras notas ilustrativas en apoyo de mi tesis, algunas de las razones suplementarias en que se basaba mi argumentación y que por razones de espacio no pude incluir en aquella conferencia cervantina. Razones que, junto a los ejemplos probatorios aducidos en aquel trabajo, me llevaron a afirmar con notoria temeridad, pero también con explicable entusiasmo, que Cervantes, no sólo había encontrado en la lectura del Moriae Encomium de Erasmo una de sus principales fuentes de inspiración, sino el estímulo decisivo que le había llevado a «encarnar en las figuras de Sancho Panza y Don Quijote, los dos extremos contrapuestos de la necedad y la locura».50

Estas razones suplementarias, que un respeto tal vez excesivo a la opinión entonces adversa del maestro Marcel Bataillon me impidió publicar en su día, aunque años más tarde, con gran sorpresa por mi parte, no vaciló en asumir y hacer suya la tesis sustentada por mí,51 proceden de un minucioso cotejo de textos entre la novela cervantina y la sátira erasmiana. Cotejo que fundamentalmente pretende poner de relieve los principales aspectos coincidentes de una y otra obra, cuyos fecundos resultados, llenos de sorprendentes hallazgos que hasta ahora han permanecido totalmente inéditos, sólo en una mínima parte han llegado a ver la luz en letra impresa. Concretamente en un breve artículo sobre «La Moria de Erasmo y el prólogo del Quijote», aparecido en una miscelánea de homenaje al inolvidable maestro don Américo Castro, publicada en Oxford en 1965, en ocasión de su ochenta aniversario.52

Salvo esta confrontación de textos, basada en la homología funcional y en la coincidencia temática de un breve repertorio de ideas, agrupadas significativamente en torno al tema típicamente erasmiano de la sátira antipedantesca contra los vanos alardes de cultura y de indigesta   —46→   erudición -tan genialmente recreado por Cervantes en el prólogo del Quijote-, la mayor parte de las semejanzas y correspondencias entre la historia del hidalgo manchego y la Stultitiae Laus de Erasmo, vienen a confirmar la existencia de una estrecha relación de parentesco entre ambas obras. En rigor estricto, cabe afirmar que la práctica totalidad de los ecos y reminiscencias de la Moria erasmiana que aparecen en el Quijote de Cervantes, tienden a poner de relieve las curiosas analogías y las sorprendentes coincidencias existentes entre la caracterización psicológica y moral de los dos personajes cervantinos, Don Quijote y Sancho Panza, y los principales rasgos distintivos asignados por Erasmo a los más típicos secuaces de la Estulticia, es decir, al loco y al necio.

Este cúmulo de coincidencias entre la novela de Cervantes y la Moria erasmiana, que no se da, que yo sepa, en ningún otro texto clásico o moderno anterior al Quijote, resulta cuantitativamente demasiado elevado para que pueda considerarse puramente casual y fortuito. Y, al propio tiempo, se trata de un tipo de coincidencias demasiado exactas y demasiado precisas, para que las patentes analogías y correspondencias entre ambas obras puedan atribuirse al influjo indirecto de un repertorio de temas e ideas comúnmente admitido en los círculos literarios e intelectuales de la época. Justamente porque las coincidencias a que me refiero revelan de manera inequívoca la clara filiación erasmiana de algunos de los temas centrales del Quijote cervantino, relación que inexplicablemente se pretende ignorar, pese a ser perfectamente compatible con otras posibles fuentes de inspiración, es cada vez más conveniente y necesario precisar, con imperiosa urgencia, los pasajes concretos en que se pone de manifiesto la evidencia de este influjo.53 Es éste un aspecto clave en la génesis de la obra maestra de Cervantes, que hasta ahora nadie se ha tomado la molestia de estudiar, pese a constituir la demostración más fehaciente de las originarias raíces erasmianas de la discreta locura de Don Quijote y de la sensata necedad de Sancho Panza.

Para ello, más que insistir nuevamente en las peculiares características de la locura quijotesca que, como ya señalé en su día, tiene sus fuentes directas de inspiración en los planteamientos de la Moria erasmiana,54 quisiera mostrar hoy aquí el papel de sistemático contrapunto a   —47→   la discreta locura de Don Quijote que desempeña, a lo largo de toda la obra, la sensata necedad de Sancho Panza. Pues, dentro del juego dialéctico entre la locura y la cordura a que da origen el protagonismo dual de Don Quijote y Sancho, destinado a poner la sabiduría en boca del loco y a decir la verdad por boca del necio, es evidente que al escudero cervantino le corresponde un papel primordial, por ser el personaje más claramente inspirado en la indisoluble mezcla de necedad y sensatez que caracteriza la ambigua figura del estulto erasmiano.




- II -

Si se admite, en efecto, que la concepción inicial del Quijote de Cervantes se basa en la contraposición dialéctica del disparatado ilusionismo de un loco sabio, prudente y discreto, y la juiciosa sensatez de un necio ignorante, pero malicioso y agudo, personificados respectivamente por Don Quijote y Sancho, es evidente que la imaginación creadora del gran escritor ha querido encarnar en las figuras opuestas y antitéticas de esos dos personajes la antinomia erasmiana entre la necedad y la locura como rasgos permanentes de la condición humana.

En ese sentido, el exaltado idealismo de Don Quijote parece claramente inspirado en la figura, tan cruelmente satirizada por Erasmo, del cristiano piadoso y devoto como arquetipo del loco espiritual e imaginativo, entregado por completo a la contemplación de lo invisible. Locura provocada, al decir de la Moria, por la exaltación del fervor religioso, que conduce al desprecio de lo material y al culto exclusivo de las cosas espirituales, causa originaria de las visiones sobrenaturales que acompañan el éxtasis místico, sustancialmente idénticas a los delirios y alucinaciones de la fantasía engendradas por la monomanía caballeresca de Don Quijote. Partiendo de la irreverente afirmación de que la religión cristiana parece tener un evidente parentesco con un cierto tipo de estulticia, que se aviene muy poco con la sabiduría, la Moria erasmiana, haciendo gala de su proverbial habilidad dialéctica, pasa a demostrar acto seguido que la estricta observancia de los preceptos evangélicos y de las virtudes cristianas, está totalmente reñida con el sentido común y es un síntoma manifiesto de locura:

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En fin, parece que no hay loco que cometa mayores disparates que aquellos a quienes el ardor de la piedad cristiana ha embargado de pronto por completo: de tal modo dilapidan sus bienes, perdonan las injurias, toleran los engaños, no distinguen entre amigos y enemigos, aborrecen los placeres, nunca se ven hartos de ayunos, vigilias, lágrimas, trabajos y ofensas, sienten el hastío de la vida, no desean más que la muerte; en suma, parecen haber perdido por completo el sentido común, como si su espíritu viviera en otra parte y no dentro de su cuerpo. Y todo esto, ¿qué otra cosa es sino estar loco?55


La trascendencia decisiva de esta audaz ridiculización de la sublime espiritualidad del mensaje evangélico, cuya total inutilidad para la vida práctica pone de relieve la corrosiva ironía de la Moria erasmiana, estriba en la estrecha relación de las virtudes que escarnece con los ideales ascéticos del perfecto caballero cristiano formulados por Erasmo en las páginas del Enquiridion. Ideales que coinciden casi exactamente con el anacrónico proyecto de vida caballeresca que quiere poner en práctica el buen hidalgo manchego. En contraste con la locura que supone la pretensión quijotesca de instaurar la bondad y la justicia en este mundo, tomando al pie de la letra los preceptos de caridad y amor al prójimo que propugna la fe cristiana, el prosaico realismo de Sancho Panza, hecho de egoísmo, malicia y sensatez, le convierte en la personificación cómica del hombre carnal, exclusivamente interesado en las cosas materiales, frente al ascético menosprecio del mundo del hombre espiritual, representado por el idealismo caballeresco de Don Quijote.

En ese sentido, y por decirlo en términos rigurosamente erasmianos, Sancho es la personificación de los intereses exclusivamente terrenales del hombre mundano, frente a las preocupaciones puramente espirituales del hombre cristiano, cuyo absoluto desasimiento de las pasiones humanas, de las apetencias sensuales más legítimas, y hasta de las más imperiosas necesidades físicas, Erasmo ha identificado en los últimos capítulos de la Moria como una especie de locura propia de los espíritus genuinamente religiosos. Según todos los indicios, esta distinción erasmiana entre el hombre espiritual y el hombre carnal, que el gran humanista holandés ha desarrollado ampliamente en las páginas   —49→   del Enquiridion y ha replanteado nuevamente en los postreros capítulos de la Stultitiae Laus, ha sido el germen inspirador de los caracteres contrapuestos de Don Quijote y Sancho, cuyos rasgos más destacados Erasmo ha esbozado anticipadamente en el siguiente pasaje de su obra:

De igual modo, el vulgo de los hombres sienten la mayor admiración por las cosas puramente corporales, y casi piensan que son lo único que existe. Por el contrario, los hombres piadosos lo que más desprecian es lo que está más relacionado con el cuerpo y se entregan por entero a la contemplación de las cosas invisibles. Así pues, los unos conceden el primer papel a las riquezas, después a las comodidades corporales, y relegan el alma al último lugar, que la mayoría ni siquiera creen que exista, porque no llega a verse con los ojos.56


Este tipo de hombres espirituales, al que pertenecen los verdaderos cristianos, cuyo celo religioso, en opinión de la Moria erasmiana, tiene un evidente parentesco con cierta clase de estulticia, hasta el punto que, en determinados casos, se convierte en una verdadera demencia, al propio tiempo, en una serie de puntos esenciales, ofrece sorprendentes semejanzas y coincidencias con la locura quijotesca. En efecto, al igual que la insania propiamente dicha, esta locura espiritual, no sólo procede de un grave extravío de la razón, que ofusca y perturba el juicio de quien la padece, sino de una atrofia progresiva de las facultades físicas y sensoriales, que provoca un continuo error de la mente, determinado por el engaño de los sentidos, completamente embotados para percibir la realidad de las cosas materiales:

En primer lugar, aunque todas las facultades humanas tienen relación con el cuerpo, hay algunas, sin embargo, que son más materiales y groseras, como el tacto, el oído, la vista, el olfato, el gusto. Otras están más desligadas del cuerpo, como la memoria, la inteligencia, la voluntad. Así pues, allí donde el espíritu concentra sus esfuerzos con mayor intensidad, allí es donde prevalece. Teniendo en cuenta que toda la fuerza del espíritu de un individuo piadoso se concentra en aquello que más alejado está de las facultades materiales,   —50→   éstas se debilitan e insensibilizan. En cambio, el vulgo tiene en éstas su mayor vigor y el mínimo en aquellas otras, las espirituales.57


Síntoma inequívoco del influjo decisivo que estas ideas erasmianas han ejercido en la caracterización de la locura quijotesca, es la sospechosa coincidencia del ejemplo aducido en este punto por la Moria, para demostrar hasta qué punto se embotan y atrofian las facultades sensoriales de los hombres espirituales, con un episodio análogo del Quijote cervantino. Me refiero a la distracción, atribuida a San Bernardo, de beber sin darse cuenta aceite en vez de vino, que Erasmo aduce, a continuación del pasaje antes citado, como muestra de la completa atrofia de los sentidos corporales en que viven los seres que poseen el don de la santidad y que sólo se interesan por el mundo del espíritu: «De ahí que se haya oído decir -escribe Erasmo-, lo que les sucedió a algunos santos varones, que llegaron a beber aceite en vez de vino».58

Se trata de una anécdota que Cervantes ha rebajado a un nivel puramente humano desde las sublimes esferas de la santidad, para adaptarlo a las fantasías caballerescas de Don Quijote, en el episodio del bálsamo de Fierabrás, compuesto de «un poco de aceite, vino, sal y romero» (I, XVII, 154), nauseabundo brebaje que le es imposible retener en el estómago y que se ve obligado a vomitar, a pesar de lo cual lo considera un remedio infalible y salutífero por el alivio que le ha proporcionado una vez eliminado de su cuerpo. Hasta tal punto cree ciegamente Don Quijote que el brebaje que ha ingerido es el auténtico bálsamo de Fierabrás, que no duda en atribuirle las virtudes milagrosas de aquella poción mágica, resto, según la gesta francesa del mismo nombre, de los perfumes y ungüentos con que fue embalsamado el cuerpo de Cristo, que tiene la propiedad de curar las heridas de quien la bebe. Buena prueba de ello es la aventura de los rebaños de ovejas, en la cual Don Quijote, al sentirse herido por una pedrada de los pastores, que por poco le rompe un par de costillas, recurre nuevamente a las virtudes curativas del bálsamo de Fierabrás, que todavía lleva consigo, elaborado según su propia receta, y que, como en la anterior ocasión,   —51→   vuelve a provocarle el vómito fulminante al que antes debió su restablecimiento.

En este caso, es evidente que la confusión de Don Quijote, que le lleva a beber sin el menor reparo una mezcla de sal, vino y aceite, como si fuera el auténtico bálsamo de Fierabrás, al igual que aquellos santos varones que bebieron sin darse cuenta aceite en vez de vino, se debe a un error de su mente extraviada por la lectura de libros de caballerías, más que a un engaño de los sentidos, que reaccionan adecuadamente y provocan el rechazo inmediato de la extraña pócima que ha ingerido. Existe, sin embargo, en el Quijote cervantino, un considerable número de ejemplos destinados a ilustrar el absoluto desprecio del hombre espiritual por los deseos y apetencias corporales, su completa indiferencia por las riquezas e intereses materiales, su total despreocupación por satisfacer las necesidades físicas más elementales, ejemplos todos ellos de clara procedencia e inspiración erasmianas. En efecto, según el Moriae Encomium de Erasmo, esos hombres espirituales:

lo que más desprecian es lo que está más relacionado con el cuerpo y se entregan por entero a la contemplación de las cosas invisibles. [...]; desatienden los cuidados del cuerpo, desprecian por completo el dinero y se apartan de él como si fuera una inmundicia. O bien, si se ven obligados a tratar de algún negocio, lo hacen con pesar y con fastidio: tienen como si no tuviesen; poseen como si no poseyesen.59


De este catálogo de virtudes ascéticas, propias de una vida de espiritualidad y menosprecio del mundo, el desdén por el dinero es uno de los rasgos típicos del buen hidalgo manchego, el cual, en su primera salida, sale en busca de aventuras sin una sola moneda en el bolsillo, según se ve obligado a confesar a instancias del ventero, quien le recomienda socarronamente que en adelante lleve siempre la bolsa bien provista, sin olvidar todo lo necesario para el cuidado de su persona:

Preguntólo si traía dineros; respondió don Quijote que no traía blanca, porque él nunca había leído en las historias de los caballeros andantes que ninguno los hubiese traído. A esto dijo el ventero que   —52→   se engañaba: que, puesto caso que en las historias no se escribía, por haberles parecido a los autores dellas que no era menester escrebir una cosa tan clara y tan necesaria de traerse como eran dineros y camisas limpias, no por eso se había de creer que no los trujeron [...]; y por esto le daba por consejo, que no caminase de allí adelante sin dineros y sin las prevenciones referidas, y que vería cuán bien se hallaba con ellas, cuando menos se pensase.


(I, III, 50)                


En cuanto a su falta de sentido práctico en los negocios, Cervantes la da a entender muy claramente al relatar los preparativos de la segunda salida y las desventajosas condiciones económicas bajo las cuales procura allegar el dinero necesario para emprender nuevas aventuras:

Dio luego don Quijote orden en buscar dineros, y, vendiendo una cosa, y empeñando otra, y malbaratándolas todas, llegó una razonable cantidad.


(I, VII, 79)                


Finalmente, según la Moria erasmiana, los hombres espirituales se distinguen, además, por su extremada frugalidad en lo que respecta a los placeres de la mesa, que les lleva a comer sólo lo indispensable para subsistir: «Así, en el caso del ayuno, no dan gran importancia al hecho de abstenerse de carnes y de cena, que es lo que el vulgo considera ayuno absoluto».60 Sobriedad ascética que pretende emular el bueno de Don Quijote en su primera salida, en la que cree posible vivir sin comer, aunque luego, acuciado por el hambre, acepte de buen grado un mendrugo de pan y un poco de queso que le ofrece su escudero para sustentarse: «Díjole Sancho que mirase que era hora de comer. Respondióle su amo que por entonces no le hacía menester; que comiese él cuando se le antojase». «No quiso desayunarse don Quijote, porque, como está dicho, dio en sustentarse de sabrosas memorias» (I, VII, 84-85).




- III -

A la luz de todo lo que antecede, es fácil darse cuenta que la distinción erasmiana entre el hombre espiritual y el hombre carnal, aparece esbozada por vez primera en los pasajes mencionados hasta ahora del Encomium Moriae de Erasmo, que atribuye al primero el dominio de las   —53→   pasiones propio de la impasibilidad estoica, y al segundo la satisfacción grosera de los instintos naturales y de los apetitos corporales:

Por otra parte -escribe Erasmo-, entre las pasiones hay algunas que tienen más relación con la materialidad del cuerpo, como la sensualidad, la apetencia de comer y dormir, la iracundia, la soberbia, la envidia; con ellas sostienen una guerra irreconciliable los hombres piadosos, al contrario del vulgo, convencido de que sin ellas no hay vida que merezca este nombre. Existen luego algunos sentimientos comunes y casi naturales, como el amor a la patria, el afecto a los hijos, a los padres, a los amigos, a los cuales el vulgo atribuye no poca importancia. Pero los hombres piadosos también procuran arrancar de su ánimo tales sentimientos, a no ser que les sirvan para elevarse a las más altas regiones del espíritu.61


Ahora bien, aunque Cervantes ha tomado esta dicotomía erasmiana como punto de partida de la caracterización de los dos personajes contrapuestos de Don Quijote y Sancho, su poderosa originalidad creadora no se ha limitado a atribuir a cada uno de ellos los correspondientes rasgos distintivos del hombre espiritual y del hombre carnal, que, aplicando con un criterio simplista el ambiguo esquema de la Moria de Erasmo, sólo podría engendrar caracteres de una pieza. Por el contrario, frente a los deseos y apetencias materiales, propios de la gente vulgar y corriente, que Sancho Panza, arquetipo cervantino del hombre carnal, comparte con el común de los mortales, el idealismo caballeresco de Don Quijote, prototipo del hombre espiritual totalmente ajeno a los intereses mundanos, participa al propio tiempo de los sentimientos naturales, consustanciales a la condición humana, que el hidalgo manchego considera justo profesar y defender:

Los varones prudentes, las repúblicas bien concertadas, por cuatro cosas han de tomar las armas y desenvainar las espadas, y poner a riesgo sus personas, vidas y haciendas: la primera, por defender la fe católica; la segunda, por defender su vida, que es de ley natural y divina; la tercera, en defensa de su honra, de su familia y hacienda; la   —54→   cuarta, en servicio de su rey, en la guerra justa; y si le quisiéramos añadir la quinta, que se puede contar por segunda, es en defensa de su patria.


(II, XXVII, 772-73)                


Con ello, la entrañable comprensión cervantina de la locura quijotesca, en la que se mezcla la piedad y el humor, ha eliminado de la noble figura de su héroe, impulsado por los más altos ideales, los rasgos caricaturescos con que la corrosiva ironía erasmiana había distorsionado hasta la inhumanidad, el perfil impasible y extático del hombre espiritual, absorto en sus arrobos y deliquios místicos. Ejemplo perfecto del total desasimiento de los lazos terrenos a que nos puede llevar un excesivo fervor religioso y devoto, que el gran humanista holandés achaca con ambigua ironía a quienes pretenden despojarse de toda clase de sentimientos y afectos humanos, que no les sirvan para elevarse a las más puras regiones del espíritu.

Así pues, excluidos del carácter espiritual, pero también mundanal y humano de la locura quijotesca, los deliquios sobrenaturales del éxtasis místico, Cervantes ha adoptado como su principal rasgo distintivo su especial predilección por la contemplación de las cosas invisibles y fantásticas frente a la realidad de las cosas tangibles y concretas, a las que siempre antepone las visiones soñadas, imaginadas o fingidas. La idea, como ya hemos visto, procede claramente de la Moria de Erasmo, quien no sólo afirma que los hombres espirituales desdeñan todo lo que está relacionado con el cuerpo y se entregan a la contemplación de lo invisible, sino que otorgan un valor mucho más alto a las cosas que no pueden ver y están fuera de la percepción de los sentidos:

Por este mismo rasero miden las demás funciones de la vida, de modo que en cualquier trance, aunque no lleguen a despreciar del todo lo visible, le dan un valor mucho menor que aquello que no pueden ver.62


Argumentación que coincide casi exactamente con la tesis de Don Quijote en la aventura de los mercaderes, cuando pretende que todos ellos reconozcan, sin haberla visto, que no hay en el mundo una doncella más hermosa que Dulcinea del Toboso:

-Si os la mostrara -replicó don Quijote-, ¿qué hiciérades vosotros en confesar una verdad tan notoria? La importancia está en que   —55→   sin verla lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender.


(I, IV, 59)                


Ahora bien, para ilustrar las radicales diferencias que separan a esos hombres espirituales, de los que es supremo exponente Don Quijote, del común de los mortales que, al igual que Sancho Panza, se interesan ante todo por las cosas materiales, Erasmo se vale de dos ejemplos que han dejado una huella patente en la gran novela cervantina y, según todos los indicios, a través de su versión erasmiana. El primero de estos ejemplos, está destinado a poner de relieve el permanente engaño en que viven, para el común de los mortales, los hombres espirituales que pretenden desligar el alma del cuerpo en que habita y apartar la mente de las cosas visibles y corpóreas para contemplar, sólo en su imaginación, las invisibles y fantásticas, haciendo caso omiso de los datos de la realidad que les brindan los órganos de los sentidos.

En efecto, en opinión de Erasmo, la felicidad de los cristianos, que con tanto esfuerzo procuran alcanzar, no es otra cosa que un cierto tipo de necedad o locura, nihil aliud esse, quam insaniae stultitiaque genus quoddam, pues se basa en un total desasimiento del espíritu de sus lazos corporales:

Lo primero en que los cristianos coinciden con los platónicos, es en que el alma está inmersa en el cuerpo y sujeta por sus vínculos, y que embarazada por la materia tiene menos posibilidades de contemplar la verdad y gozar de ella [...] Así que, mientras el espíritu hace un uso adecuado de los órganos del cuerpo, se dice que está sano; pero cuando, rotos los vínculos que a él le unen, intenta conseguir la libertad y casi planea la fuga de su cárcel, entonces a eso se le llama locura. Si esto sucede a causa de una enfermedad o de un defecto orgánico, hay consenso general: es locura [...] Si la cosa sucede por celo religioso, quizá el tipo de locura no sea el mismo, pero es tan semejante a él, que la mayor parte de los hombres piensa que es pura locura, sobre todo porque se trata de un pequeño grupo de hombres insignificantes que disienten del uso común de los mortales en todas las cosas de la vida.63


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A diferencia del común de los mortales, que piensan que sólo existen las cosas materiales que ven con sus propios ojos, esos hombres espirituales, a quienes sólo interesan las cosas invisibles y fantásticas, y que el mundo considera completamente locos, se encuentran en una situación análoga a la de los hombres que vivían encadenados en el fondo de la caverna de Platón, para los cuales, incapaces de ver más allá, no existía otra realidad que la sombra de las cosas:

Así es que, de ordinario -escribe Erasmo, resumiendo el correspondiente pasaje del Libro VII de La República-, les suele ocurrir a ellos lo mismo que en la fábula de Platón les sucede a los que, encadenados en el interior de la caverna, contemplan admirados las sombras de las cosas. Y lo que a alguno de ellos que, habiendo conseguido escapar, al regresar a la caverna les asegura haber visto las cosas en su verdadera realidad y que están muy equivocados si creen que fuera de las sombras vanas no existe absolutamente nada. En realidad, el sabio que logró escapar, se compadece de los demás y deplora que su locura les tenga sumidos en un error tan grande; pero ellos, a su vez, se ríen de él como si estuviese delirando y lo expulsan de su presencia.64


En rigor, éste es el problema que se plantea en el episodio de la cueva de Montesinos, claramente inspirado en la interpretación erasmiana del mito de la caverna platónica, que el gran humanista holandés había utilizado ya previamente en otro capítulo de la Moria, para demostrar que la felicidad humana no reside en las cosas mismas, sino en la opinión que de ellas nos formamos. Se trata de un tema clave en la concepción del Quijote cervantino, que determina la peculiar visión de la realidad en que se basa la locura quijotesca, y que explica, al propio tiempo, el verdadero sentido que Cervantes quiso atribuir al episodio de la cueva de Montesinos.

La tesis erasmiana, basada en la postura relativista y escéptica, según la cual la felicidad humana sólo es posible gracias a la ilusión y el engaño que producen en nosotros las falsas apariencias de las cosas,   —57→   aparece claramente planteada en un significativo pasaje del Moriae Encomium de Erasmo. Pasaje en el que se contiene la base teórica y filosófica de la doctrina de la creencia errónea, que Cervantes puso en práctica en la primera parte del Quijote, y donde se encuentra el estímulo inspirador de buena parte de los ejemplos que la ilustran, cuyo paralelismo con los correspondientes símiles erasmianos tuve ocasión de señalar por vez primera en mi opúsculo Erasmo y Cervantes (6, 43-44):

Pero engañarse -se dirá- es deplorable. Yo digo, al contrario, que lo más deplorable es no engañarse nunca. Andan muy descaminados los que piensan que la felicidad humana reside en las cosas mismas. En realidad depende de la opinión que de ellas se tenga. Porque es tanta la oscuridad y variedad de las cosas humanas, que nada se puede saber de un modo diáfano, como acertadamente dijeron los académicos, que son los menos pretenciosos de todos los filósofos. O, si algo puede saberse, no es raro que redunde en perjuicio de la alegría de vivir. En definitiva, el espíritu humano está formado de tal modo, que es mucho más aficionado a la ficción que a la verdad.65


Ahora bien, es mucho más fácil la consecución de esta felicidad ilusoria, basada en el error y el engaño, que el conocimiento de la verdad de las cosas, pues a las cosas mismas, para conocerlas, hay que dedicarles un gran esfuerzo, mientras que una opinión personal es muy fácil de adoptar. Y sin embargo -añade Erasmo-, esta opinión, por falsa que sea, conduce por igual a la felicidad, o más fácilmente si cabe, de lo que pueda hacerlo el conocimiento verdadero. Pues, si lo que nos importa en esta vida no es la realidad de las cosas como son, sino como a nosotros nos parecen, es evidente que para alcanzar la felicidad basta con creer que se tiene (LXV, 216-20).

Tal es el caso de los que, completamente ajenos a la realidad del mundo y de la verdadera vida, habitan en el interior de la caverna de Platón, convencidos de que no existe otra realidad que las sombras de las cosas que pueden percibir desde el fondo de la cueva. Unica imagen del mundo que les es dado conocer y cuya contemplación constituye   —58→   para ellos la mayor felicidad que son capaces de imaginar, por lo que no sienten el menor deseo de salir al exterior de la cueva para ver las cosas como realmente son, pues no pueden creer que más allá del antro donde viven exista absolutamente nada. Lo cual no impide, como puede verse en el siguiente pasaje de la Moria erasmiana, que en su mundo ilusorio e irreal puedan ser perfectamente felices:

¿Qué diferencia pensáis que puede haber entre los que, desde el interior de aquella cueva de Platón, se admiran de las diferentes sombras e imágenes de las cosas, pero que no desean nada más, ni se sienten por ello menos satisfechos, y por otra parte aquel sabio que, salido de la cueva, contempla las cosas verdaderas? Pues, si al Micilo de Luciano le hubiera sido posible soñar perpetuamente aquel sueño dorado de riquezas, no hubiera tenido motivo alguno para desear otra clase de felicidad.66


La interpretación que la Stultitiae Laus de Erasmo nos ofrece del mito de la caverna de Platón, presenta, como puede verse, un sorprendente paralelismo con el episodio quijotesco de la cueva de Montesinos, en el cual, aunque Cervantes ha invertido la situación inicial de los protagonistas de la alegoría platónica, cuyos respectivos papeles ha atribuido a Don Quijote y Sancho Panza, ha mantenido inalterable su profundo simbolismo, de acuerdo con la interpretación erasmiana. En efecto, a diferencia de lo que sucede en la caverna de Platón, donde uno de los que están encerrados dentro de ella consigue salir fuera para ver las cosas como son, Cervantes ha hecho que sea Don Quijote, el loco espiritual que desdeña la realidad que le rodea, quien penetre en el interior de la cueva. Y eso, para ver en sueños las fabulosas patrañas caballerescas que ha leído en los libros y cuya contemplación constituye para él la suprema felicidad. Se trata de una evasión de la realidad, que atribuye a la incapacidad de ver las cosas como son, propia de la locura quijotesca, el desprecio por los goces y los bienes materiales y la tendencia a la contemplación de lo invisible, propios de la exaltada espiritualidad de los creyentes fervorosos, para los cuales el conocimiento de las verdades sobrenaturales equivale a la contemplación de las sombras de las cosas que no han visto jamás.

  —59→  

Frente al ilusionismo de este personaje, Cervantes ha situado la sensata y socarrona figura de Sancho Panza, personificación material y grosera del hombre carnal, para el que sólo existen las cosas reales y concretas que perciben los órganos de los sentidos. En el episodio cervantino, es justamente Sancho, quien permanece todo el rato en el exterior de la caverna, el que, firmemente convencido de conocer la realidad de las cosas como son, se niega a admitir que lo que su amo pretende haber visto y oído en el fondo de la cueva de Montesinos sean otra cosa que patrañas y mentiras, aunque puedan haber brotado de su fantasía por obra de su locura caballeresca o por arte de encantamiento. Y como no puede menos de darse cuenta que buena parte de las historias que relata Don Quijote se basan en falsedades y engaños inventados por él, aún reconociendo que su señor es incapaz de mentir, ello le lleva a concebir serias dudas acerca de la veracidad de los sucesos ocurridos en la cueva de Montesinos, que su buen sentido se resiste a admitir:

-Pero perdóneme vuestra merced, señor mío, si le digo que de todo cuanto aquí ha dicho lléveme Dios, que iba a decir el diablo, si le creo cosa alguna.


(II, XXIII, 737)                


Frente a la escéptica sensatez del realismo sanchopancesco, la delirante mitomanía de Don Quijote, firmemente convencido de la verdad de las propias patrañas y mentiras, en buena parte inspiradas en las burlas y engaños de que le ha hecho objeto la bellaquería de Sancho Panza, señala el punto culminante de esta originalísima recreación del viejo mito de la caverna platónica. En ella, el relativismo cervantino ridiculiza con despiadada ironía la pretensión quijotesca de imponer como ciertos sus propios sueños, ilusiones y engaños, sin darse cuenta de que las presuntas evidencias en que basa su criterio de verdad, no son más que cosas soñadas y fingidas. Por su parte, Sancho Panza, de acuerdo con el papel de sabio que le corresponde, por haber estado fuera de la cueva y ver siempre las cosas como son, deplora que la locura de su amo le haya hecho caer en un error tan grande, y convencido de que las fabulosas patrañas que relata son fruto de su delirante fantasía, no puede menos que reírse de su imaginación disparatada, dominado por la firme sospecha de que Don Quijote se ha inventado todo lo ocurrido:

-En mala coyuntura y en peor sazón y en aciago día bajó vuestra merced, caro patrón mío, al otro mundo, y en mal punto se encontró con el señor Montesinos, que tal nos le ha vuelto. Bien se estaba vuestra merced acá arriba con su entero juicio, tal cual Dios se lo había dado, hablando sentencias y dando consejos a cada paso, y no   —60→   agora, contando los mayores disparates que pueden imaginarse.


(II, XXIII, 738-39)                





- IV -

La justificación de las fabulosas maravillas y prodigios que Don Quijote asegura haber visto en el fondo de la cueva de Montesinos, donde, por otra parte, sólo ha permanecido una hora, aunque él cree haber estado tres días, se encuentra en la naturaleza misma de su locura imaginativa, provocada por la profunda impresión que han dejado en su mente sus desvariadas lecturas caballerescas. Dejando aparte la ya mencionada historia horaciana del argivo loco, uno de los más significativos antecedentes de este tipo de locura maníaca, fabuladora e ilusionista, que proyecta sobre la realidad prosaica y vulgar de cada día los delirios y alucinaciones de una fantasía exaltada y calenturienta, se encuentra asimismo en un curioso pasaje de la Moria erasmiana contra el abuso de la milagrería y la explotación de la credulidad y la ignorancia en materias de religión. Se trata de una sátira corrosiva e hiriente contra la superstición encubierta bajo apariencias piadosas, y, más concretamente, contra el afán milagrero y fantaseador de aquel tipo de locos espirituales y religiosos, a quienes les encanta urdir patrañas y mentiras devotas y contar u oír historias fabulosas de milagros y prodigios, que tratan de apariciones sobrenaturales y de fenómenos maravillosos e inverosímiles. Mitomanía religiosa y devota, hecha de fabulación e ilusionismo espiritual, que Cervantes ha hecho extensiva a la locura imaginativa de Don Quijote, cuya verdadera realidad es el mundo mágico de sus lecturas caballerescas, poblado de hechicerías y encantamientos:

Por lo demás, hay otro tipo de hombres que, sin ningún género de duda, pertenecen por entero a nuestra cofradía: son los que disfrutan contando o escuchando historias de falsos milagros y prodigios, y que nunca se ven hartos de tales fábulas cuando se trata de rememorar no sé qué portentos referentes a espectros, aparecidos, fantasmas, almas en pena y otros mil prodigios por el estilo, los cuales, cuanto más se apartan de lo verdadero, más a gusto son creídos y con más grato deleite regalan sus oídos.67


  —61→  

A diferencia de los sacerdotes y predicadores que, en opinión de la Moria erasmiana, inventan estos hechos milagrosos para recaudar limosnas en su propio beneficio, las maravillas y prodigios que Don Quijote asegura haber visto en el fondo de la cueva de Montesinos, y que no son más que patrañas y mentiras urdidas por él mismo, no tienen otro objeto que revivir en el mundo actual las viejas fantasías y leyendas del mundo caballeresco. En efecto, confirmando las fundadas sospechas de Sancho Panza, firmemente convencido de que los increíbles sucesos que Don Quijote pretende haber vivido en el fondo de la cueva, «todo fue embeleco y mentira, o, por lo menos, cosas soñadas» (II, XXV, 756), es el propio Cide Hamete Benengeli, primer autor de la novela, quien, a propósito de este episodio, reconoce la falsedad de las patrañas quijotescas: «puesto que se tiene por cierto que al tiempo de su fin y muerte dicen que se retrató della, y dijo que él la había inventado, por parecerle que convenía y cuadraba bien con las aventuras que había leído en sus historias» (II, XXIV, 742).

Ello no impide, sin embargo, que cuando Don Quijote es izado a la superficie, después de permanecer una hora en el fondo de la cueva, el buen hidalgo manchego, que está como traspuesto y tarda un buen rato en volver en sí, como quien despierta de un profundo sueño, presente, aunque en forma atenuada, los mismos síntomas que Erasmo atribuye a los hombres espirituales que, arrebatados por el éxtasis místico, alcanzan las más altas cimas de la visión beatífica:

Así pues, aquellos a quienes les ha sido dado experimentar esta dicha -y es algo que ha acontecido a muy pocos-, estos sufren algo muy semejante a la demencia: dicen palabras incoherentes y desusadas por los demás hombres; emiten sonidos sin sentido, e inmediatamente después cambian por completo toda la expresión del rostro. Tan pronto están alegres como abatidos; tan pronto lloran como ríen o suspiran; en suma, están verdaderamente fuera de sí mismos. Luego, cuando vuelven en sí, dicen que no saben donde han estado, si dentro del cuerpo o fuera de él, si estaban despiertos o dormidos, lo que han visto u oído, lo que han dicho o hecho, si no es como entre brumas y sueños. Lo único que saben es que han sido muy felices mientras ha durado este delirio. De tal modo, que lloran por haber vuelto en sí, pues nada desearían más que estar perpetuamente locos de esta clase de locura.68


  —62→  

En contraste con ese estado de total enajenación propio del éxtasis místico, es evidente que Don Quijote, que al relatar su estancia en la cueva de Montesinos no pronuncia palabras incoherentes ni emite frases sin sentido, no ha experimentado ningún tipo de delirio alucinatorio desencadenado por su locura caballeresca. Según se deduce claramente de las palabras del buen hidalgo manchego, que ha inventado íntegramente todas las patrañas y mentiras que pretende haber visto y oído en el curso de esta prodigiosa aventura, lo único que ha hecho Alonso Quijano al penetrar en aquel recinto encantado ha sido quedarse profundamente dormido en el interior de la cueva, donde ha tenido un sueño fantástico del que no hubiera querido despertar jamás. Este sueño maravilloso, en torno al cual ha exagerado y fantaseado a su antojo, y en el que ha visto convertido en realidad el mundo fabuloso de la leyenda carolingia y de la caballería francobretona, es el que le ha dado a Don Quijote la inefable sensación de felicidad de que gozan, según la Moria erasmiana, los hombres espirituales que han llegado a alcanzar el supremo éxtasis de la experiencia mística:

Pero no respondía palabra don Quijote, y sacándole del todo, vieron que traía cerrados los ojos, con muestras de estar dormido. Tendiéronle en el suelo y desliáronle, y, con todo esto, no despertaba, pero tanto le volvieron y revolvieron, sacudieron y menearon, que al cabo de un buen espacio volvió en sí, desperezándose, bien como si de algún grave y profundo sueño despertara; y mirando a una y otra parte, como espantado, dijo:

-Dios os lo perdone, amigos; que me habéis quitado de la más sabrosa y agradable vida y vista que ningún humano ha visto ni pasado. En efecto; ahora acabo de conocer que todos los contentos desta vida pasan como sombra y sueño, o se marchitan como la flor del campo.


(II, XXII, 729)                


En cuanto a las pruebas que realiza Don Quijote al llegar al fondo de la cueva de Montesinos, para cerciorarse de que es él en persona el que presencia tales maravillas, comprobar que no está dormido y delirando en pleno sueño, y asegurarse de que no desvaría ni pronuncia palabras   —63→   incoherentes, sino discursos concertados y dotados de sentido, coinciden significativamente con los síntomas que, según Erasmo, caracterizan el éxtasis de la unión mística:

Despabilé los ojos, limpiémelos, y vi que no dormía, sino que realmente estaba despierto; con todo esto, me tenté la cabeza y los pechos, por certificarme si era yo mismo el que allí estaba, o alguna fantasma vana y contrahecha; pero el tacto, el sentimiento, los discursos concertados que entre mí hacía, me certificaron que yo era allí entonces el que soy aquí ahora.


(II, XXIII, 731)                


Una misma fuente tiene, según todos los indicios, la enajenación amorosa de Don Quijote, cuyo platónico amor por Dulcinea, por causa del cual el enamorado hidalgo ya no vive en sí, sino exclusivamente en ella y por ella, la Moria erasmiana presenta como un síntoma inequívoco de locura:

En realidad, quien ama con vehemencia ya no vive en sí, sino en aquél a quien ama, y cuanto más se aparta de sí mismo para entregarse completamente al otro, tanto más crece su gozo. Así es que, cuando el alma se esfuerza en emigrar fuera del cuerpo y no hace un uso adecuado de sus órganos, esto, sin duda alguna, recibe el nombre de locura. ¿Qué otra cosa significan expresiones usadas corrientemente por el vulgo, como: «está fuera de sí», «vuelve en ti», o «ha vuelto en sí?» Pues bien, cuanto más absoluto es el amor, tanto mayor y más feliz es la apasionada locura que comporta.69


Pasaje que Cervantes parece haber recordado al describir el platónico amor de Don Quijote por Dulcinea del Toboso: «Ella pelea en mí, y vence en mí, y yo vivo y respiro en ella, y tengo vida y ser» (I, XXX, 312).

A la luz de los ejemplos mencionados hasta ahora, es, pues, evidente que Cervantes ha utilizado los rasgos más destacados de la locura espiritual que la Moria erasmiana atribuye al cristiano piadoso y devoto, para llevar a cabo la caracterización psicológica y moral de la figura de Don Quijote, a la que ha dado una dimensión humana de la que carecía la sátira despiadada e hiriente del gran humanista holandés. Es preciso   —64→   tener en cuenta, sin embargo, que si bien la intención simbólica del Quijote cervantino tiene sus raíces originarias en la antinomia típicamente erasmiana entre los intereses exclusivamente materiales del hombre mundano y las preocupaciones puramente espirituales del hombre cristiano, la genial ambigüedad de la novela de Cervantes va mucho más allá que el mero enfrentamiento simplista entre el hombre espiritual y el hombre carnal.




- V -

Indisolublemente unido al simbolismo que hemos apuntado, el tema central del Quijote cervantino gira igualmente en torno a la contraposición de la necedad y la locura como dos posibles modalidades de la sinrazón humana, complementarias entre sí, cuya interrelación mutua determina a su vez el carácter dual del protagonismo que Don Quijote y Sancho ejercen conjuntamente en el curso de la acción novelesca. Este protagonismo dual de Don Quijote y Sancho, en que se basa la concepción dialéctica de la novela cervantina, destinada, como ya hemos dicho, a poner la sabiduría en boca del loco y a decir la verdad por boca del necio, es subrayado reiteradamente por el autor a través de sus propios personajes, que aparecen plenamente conscientes de la relación indisoluble que les une y de la interdependencia de sus respectivos caracteres. En ese sentido, la atribución previa del papel que le toca representar a cada uno, basada en la contraposición dialéctica entre el loco sabio y discreto y el necio malicioso y agudo, aparece muy tempranamente en la obra de Cervantes, en boca del propio Don Quijote, quien, aun reconociendo la insospechada agudeza de su escudero, insiste en asignarle el papel de necio, contrapuesto a la figura del discreto protagonizada por él:

-Ya te tengo dicho antes de agora muchas veces, Sancho -dijo don Quijote-, que eres muy grande hablador y que, aunque de ingenio boto, muchas veces despuntas de agudo; mas, para que veas cuán necio eres tú y cuán discreto soy yo, quiero que me oyas un breve cuento.


(I, XXV, 248-49)                


Sin embargo, la clara conciencia del carácter inseparable de ambos personajes y de la dualidad de su protagonismo a lo largo de la acción novelesca, no aparece formulada hasta la segunda parte de la obra, en un diálogo entre el cura y el barbero:

-No pongo yo duda en eso -respondió el barbero-; pero no me maravillo tanto de la locura del caballero como de la simplicidad del   —65→   escudero, que tan creído tiene aquello de la ínsula, que creo que no se lo sacarán del casco cuantos desengaños pueden imaginarse.

-Dios los remedie -dijo el cura-, y estemos a la mira: veremos en lo que para esta máquina de disparates de tal caballero y de tal escudero, que parece que los forjaron a los dos en una mesma turquesa, y que las locuras del señor sin las necedades del criado no valían un ardite.


(II, II, 574)                


Ahora bien, junto a esos dos tipos de insensatez o enajenación mental personificados por Don Quijote y Sancho Panza, caracterizados, en el caso de la locura propiamente dicha por una pérdida momentánea del juicio o un total extravío de la razón, y en el caso de la necedad o estulticia por la credulidad e ignorancia de un tardo y obtuso entendimiento, Cervantes ha querido subrayar al propio tiempo la íntima dualidad de ambos protagonistas como encarnaciones respectivas del loco y el necio. En este sentido, es evidente que la coexistencia simultánea dentro de un mismo personaje de los rasgos contrapuestos de la locura y la cordura que lleva dentro de sí, responde a la adopción por parte de Cervantes de una fórmula horaciana, claramente extraída de la Moria de Erasmo, que nuestro gran escritor aplica por igual a la caracterización de sus dos principales protagonistas. Me refiero al sabio precepto de Horacio (Odas, IV,12, 27), aducido por el gran humanista holandés en la Stultitiae Laus, que aconseja miscere stultitiam consiliis, es decir, «mezclar la estulticia con la sensatez» (LXII, 306-07), fórmula que, a pesar de su apariencia irónica y festiva, constituye una de las ideas clave en que se ha inspirado la concepción del Quijote cervantino. Se trata, en efecto, de un método de composición, que Cervantes ha puesto en práctica al elaborar la personalidad paradójica y contradictoria de Don Quijote y Sancho, concebidos respectivamente como arquetipos del loco cuerdo y del tonto discreto, y cuya esencial dualidad sólo puede definirse adecuadamente mediante la utilización de fórmulas que expresen la contraposición y la síntesis de las parejas de contrarios que la integran. Ello, de modo sustancialmente idéntico a la expresión loco-cuerdo, acuñada con arreglo a esta pauta por el propio autor, para designar la doble personalidad de Don Quijote, escindida entre la razón y la locura. Véase la definición de la locura quijotesca a que me refiero, puesta en boca del Caballero del Verde Gabán:

En todo este tiempo no había hablado palabra don Diego de Miranda, todo atento a mirar y notar los hechos y palabras de don Quijote, pareciéndole que era un cuerdo loco y un loco que tiraba a cuerdo. No había aún llegado a su noticia la primera parte de su   —66→   historia; que si la hubiera leído, cesara la admiración en que lo ponían, sus hechos y sus palabras, pues ya supiera el género de su locura: pero como no la sabía, ya le tenía por cuerdo y ya por loco, porque lo que hablaba era concertado, elegante y bien dicho, y lo que hacía, disparatado, temerario y tonto.


(II, XVII, 685-86)                


Fórmula que reaparece, con ligeras variantes, en la deliciosa carta de Sancho a Teresa Panza, su mujer:

Don Quijote, mi amo, según he oído decir en esta tierra, es un loco cuerdo y un mentecato gracioso, y que yo no le voy en zaga.


(II, XXXVI, 839-40)                


Y, en forma menos concisa, en la sabrosa plática que el propio Sancho Panza sostiene con la Duquesa y sus doncellas:

Y lo primero que digo es que yo tengo a mi señor don Quijote por loco rematado, puesto que algunas veces dice cosas que, a mi parecer, y aun de todos aquellos que le escuchan, son tan discretas y por tan buen carril encaminadas, que el mesmo Satanás no las podría decir mejores; pero, con todo esto, verdaderamente y sin escrúpulo, a mí se me ha asentado que es un mentecato.


(II, XXXIII, 816)                


Opinión confirmada por don Diego de Miranda, en el capítulo anteriormente citado, hablando de Don Quijote con su hijo:

Sólo te sabré decir que le he visto hacer cosas del mayor loco del mundo, y decir razones tan discretas, que borran y deshacen sus hechos: háblale tú, y toma el pulso a lo que sabe, y, pues eres discreto, juzga de su discreción o tontería lo que más puesto en razón estuviere; aunque, para decir verdad, antes le tengo por loco que por cuerdo.


(II, XVIII, 689-90)                


Y refrendada posteriormente por los dos caballeros de la venta, a través de los cuales hace una severa crítica del Quijote de Avellaneda y define una vez más el carácter de su personaje:

Sumo fue el contento que los dos caballeros recibieron de oír contar a don Quijote los estraños sucesos de su historia, y así quedaron admirados de sus disparates como del elegante modo con que los contaba. Aquí le tenían por discreto, y allí se les deslizaba por mentecato, sin saber determinarse qué grado le darían entre la discreción y la locura.


(II, LIX, 1008)                


Problema al que añade su conclusión definitiva el siguiente comentario del propio autor:

  —67→  

¿Quién oyera el pasado razonamiento de don Quijote que no le tuviera por persona muy cuerda y mejor intencionada? Pero, como muchas veces en el progreso desta grande historia queda dicho, solamente disparaba en tocándole en la caballería, y en los demás discursos mostraba tener claro y desenfadado entendimiento, de manera que a cada paso desacreditaban sus obras su juicio, y su juicio sus obras; pero en ésta destos segundos documentos que dio a Sancho mostró tener gran donaire, y puso su discreción y su locura en un levantado punto.


(II, XLIII, 877-78)                


Esta síntesis de contrarios, basada en el juego alterno de las cualidades antitéticas que caracterizan a ambos personajes y de las que cada uno de ellos participa, se repite, con arreglo al mismo esquema, en el caso de Sancho Panza, definido reiteradamente en la gran novela cervantina como el prototipo del simple discreto, en quien aparece personificada la fórmula erasmiana de «mezclar la estulticia con la sensatez». En torno a este punto, y de acuerdo con los requerimientos de Marcel Bataillon, quien, como pruebas fehacientes del influjo directo de la Moria en la obra de Cervantes, exigía no sólo coincidencias de ideas típicamente erasmianas, sino claras analogías de estilo y expresión, hay por lo menos tres pasajes en el Quijote, referentes a Sancho Panza y al propio Alonso Quijano, que reproducen casi exactamente la fórmula horaciana divulgada por Erasmo. El primero se refiere a los sorprendentes aciertos del gobierno de Sancho Panza:

Y el mayordomo ocupó lo que della faltaba en escribir a sus señores lo que Sancho Panza hacía y decía, tan admirado de sus hechos como de sus dichos; porque andaban mezcladas sus palabras y sus acciones, con asomos discretos y tontos.


(II, LI, 944)                


El segundo alude, de forma un tanto ambigua, a la conducta a la vez razonable y sensata de Don Quijote:

Con esto, se despidieron, y don Quijote y Sancho se retiraron a su aposento, dejando a don Juan y a don Jerónimo admirados de ver la mezcla que había hecho de su discreción y de su locura, y verdaderamente creyeron que estos eran los verdaderos don Quijote y Sancho.


(II, LIX, 1010)                


En cuanto a todos los demás, abordan en forma de variaciones sobre un mismo tema, las múltiples posibilidades que ofrece la mezcla de tontería y discreción en que se basa el carácter de Sancho:

Tiene a veces unas simplicidades tan agudas, que el pensar si es   —68→   simple o agudo causa no pequeño contento; tiene malicias que le condenan por bellaco, y descuidos que le confirman por bobo; duda de todo y créelo todo; cuando pienso que se va a despeñar de tonto, sale con unas discreciones que le levantan al cielo.


(II, XXXII, 811)                


Y torno a decir que si vuestra señoría no me quisiere dar la ínsula por tonto, yo sabré no dárseme nada por discreto.


(II, XXXIII, 817)                


Y los presentes quedaron admirados, y el que escribía las palabras, hechos y movimientos de Sancho no acababa de determinarse si le tendría y pondría por tonto o por discreto.


(II, XLV, 898)                





- VI -

Ahora bien, aunque esa mezcla de simplicidad y agudeza que caracteriza el perfil humano de Sancho Panza, en exacta correspondencia a la mezcla de locura y discreción de que se compone la figura de Don Quijote, proceden claramente, como hemos visto, de la Moria de Erasmo, es evidente que de los dos personajes cervantinos el carácter sanchopancesco es el más directamente inspirado en la ambigua personalidad del estulto erasmiano. Al asignarle una filiación tan concreta, no se pretende en modo alguno excluir de la génesis de la figura de Sancho Panza el posible influjo de los antecedentes folklóricos y de los modelos literarios anteriores, que hace ya más de medio siglo llevaron a W. S. Hendrix a afirmar que el buen labrador manchego no era más que una transposición novelada de los tipos cómicos del teatro anterior a Lope de Vega. Se trata simplemente de desentrañar los motivos por los cuales, como señaló certeramente en un magistral estudio sobre el tema mi querido amigo y colega Francisco Márquez Villanueva, abandonada ya la máscara del rústico, Sancho Panza se convierte en un personaje nuevo, radicalmente distinto de sus modelos anteriores, y en un «hombre bueno, moralmente sano, sensato y blando de corazón en medio de sus defectos».70

En este sentido, aunque su perfil humano conserva, en sus apariencias más superficiales y externas, los rasgos típicos del rústico zafio e ignorante, pero avispado, malicioso y socarrón del teatro prelopista, combinados con los caracteres propios del bobo tardo y obtuso y del simple inocente y crédulo, a los que Cervantes ha añadido la agudeza y el ingenio del gracioso artero y bellaco, es lo cierto que sus principales señas de identidad proceden de los rasgos psicológicos y morales del   —69→   estulto erasmiano, tal como los ha descrito la propia Estulticia al pintar el carácter de sus fieles o al retratarse a sí misma. A este respecto, es altamente revelador que Don Quijote y Sancho Panza, a la hora de justificar el hecho de que nadie puede conocer mejor que nosotros lo que ha sido nuestra propia vida, o que es perfectamente lícito que se alabe a sí mismo quien no tiene nadie más que le alabe, utilicen los mismos argumentos que Erasmo ha puesto en boca de la Estulticia cuando ésta empieza a entonar su propia apología. Por ejemplo, en el episodio de Maese Pedro, al decirle a Sancho que el mono adivino sólo responde y da noticia de las cosas pasadas y no de las que están por venir, comenta el buen escudero:

-¡Voto a Rus -dijo Sancho-, no dé yo un ardite por que me digan lo que por mí ha pasado!; porque ¿quién lo puede saber mejor que yo mesmo?


(II, XXV, 753)                


Palabras que coinciden exactamente con las de la Moria erasmiana, en un pasaje de importancia decisiva como justificación teórica del autobiografismo de la picaresca: Quis enim me melius exprimat, quam ipsa me? Nisi si cui forte notior sim, quam egomet sum mihi:

¿Quién me podría describir mejor que yo en persona? A no ser que resultara que alguien me conoce mejor que yo mismo.


(III, 89)                


Por su parte, Don Quijote, que sabe muy bien que conocerse a sí mismo «es el más difícil conocimiento que puede imaginarse» (II, X-LII, 875), como síntoma inequívoco de que a él también le alcanzan los síntomas de la estulticia, no duda en entonar las propias alabanzas cuando las circunstancias lo requieren:

y puesto que las propias alabanzas envilecen, esme forzoso decir yo tal vez las mías, y esto se entiende cuando no se halla presente quien las diga.


(II, XVI, 671)                


Argumento que Erasmo pone en boca de la propia Moria, que justifica de este modo el hecho de entonar el elogio de sí misma: Postremo sequor tritum illud vulgi proverbium, quo dicitur is recte laudare sese, cui nemo alius contigit laudator:

Yo, en fin, sigo aquel manido proverbio popular en el que se dice que es normal que se ensalce a sí mismo aquél a quien no le sale nadie más que lo alabe.


(III, 89)                


El hecho de que Cervantes atribuya indistintamente a Don Quijote y Sancho opiniones y puntos de vista que la Estulticia en persona   —70→   emplea para justificarse a sí misma, se debe fundamentalmente a que nuestro gran escritor no ha establecido una distinción tajante entre la locura del amo y la necedad del criado. Al margen de los lúcidos intervalos de cordura que caracterizan al primero y de la juiciosa discreción y buen sentido de que da muestras el segundo, hay rasgos manifiestos de insensatez y de estulticia que la genial ambigüedad cervantina presenta, dentro de sus caracteres respectivos, como propios de ambos protagonistas, y, paradójicamente, en muchos casos, como rasgos comunes a los dos. De ahí la excepcional importancia que posee la peculiar concepción del estulto erasmiano, que el genio satírico del gran humanista holandés no ha limitado en modo alguno al necio obtuso e ignaro, o al simple mentecato de pocas luces y corto entendimiento, sino que ha hecho extensivo al hombre vulgar medio para encarnar en él los rasgos universales y permanentes de la condición humana.

Este tipo de estulto, a la vez simple e ingenuo, malicioso y agudo, bondadoso y bellaco, cuya mezcla de necedad y buen sentido no tiene nada que ver con los caracteres típicos del bufón y del loco, y que mientras pueda satisfacer sus modestas necesidades materiales se muestra alegre y contento, por su misma falta de juicio, aparece reiteradamente en las páginas de la Stultitiae Laus, como arquetipo del hombre ignorante y crédulo, eternamente engañado y satisfecho de sí mismo. En la mayor parte de los casos, en alusiones y referencias, no individualizadas, sino genéricas, a los rasgos más característicos de un tipo humano que Erasmo no ha llegado a personificar en un carácter concreto y específico, pero que aún carente de una fisonomía clara y definida, es el objeto constante de todas sus burlas y uno de los ejemplos que aduce con mayor frecuencia en apoyo de su argumentación.

Descrito con toda suerte de pormenores y detalles, con la óptica de un moralista satírico que, sin crear un tipo humano determinado, nos proporciona los elementos que configuran su apariencia física y su perfil moral, es evidente que Cervantes ha tenido presentes los caracteres distintivos del estulto erasmiano en la creación del personaje de Sancho Panza. La mayor parte de estos rasgos distintivos proceden de la extremada imprecisión y ambigüedad con que Erasmo describe en la Moria la figura del estulto ignorante y necio, cuyas diversas modalidades esboza, sin precisar sus caracteres propios y específicos, a través de un vasto repertorio de ejemplos que van desde los imbéciles estólidos e inofensivos a los bobos pacíficos e irresponsables, que, como señaló Huizinga en su libro clásico sobre Erasmo, se utilizaban en la época como bufones.

Aprovechando la circunstancia de que el texto erasmiano de la Stultitiae Laus, muestra una especial predilección por los bobos graciosos,   —71→   necios donairosos, tontos rematados y simples mentecatos, con toda la amplia gama de perturbados y deficientes mentales que, desde el loco al necio, desempeñaban las mismas funciones y gozaban de los mismos privilegios en las cortes de los grandes señores, que los truhanes chocarreros y los bufones profesionales, Cervantes ha tenido la genial idea de atribuir sus caracteres distintivos más acusados a la figura humana de un rústico labrador manchego. De este modo, al adjudicar a la compleja personalidad de Sancho Panza los rasgos tópicos, convencionales y externos de comicidad y simpatía, espontaneidad e inconsciencia, credulidad e ignorancia, sinceridad y sensatez con que la Moria erasmiana describe a la innumerable familia de los estultos, el autor del Quijote ha mostrado su firme propósito de sustituir la gracia estereotipada de los tipos cómicos del teatro prelopista, por la gracia natural y espontánea de un personaje tonto y discreto a la vez y por lo mismo dotado de auténtica vida.

Ahora bien, plenamente consciente de que la estulticia puede ser real o simulada, aunque en uno y otro caso el efecto risible o jocoso que produce sea el mismo, Erasmo establece una distinción muy clara entre ambas especies de sinrazón, según sean fruto de un ingenio agudo y extremado o de una absoluta falta de entendimiento. Por una parte, el estulto involuntario o el necio a pesar suyo, trátese del simple discreto, el bobo gracioso o el rústico ignorante, cuyas necedades y simplezas, mezcladas las más de las veces con agudezas y donaires, provocan espontáneamente y sin proponérselo la risa de los demás. Por otra parte, el estulto voluntario y deliberado, que, como el truhán chocarrero, el albardán de oficio o el bufón profesional, se hace el loco con el manifiesto propósito de entretener y divertir a su auditorio, no sólo con necedades simuladas y locuras fingidas, sino con las burlas y donaires que le dicta espontáneamente su gracia e ingenio. Se trata de una distinción que Erasmo se limita a apuntar, sin examinarla más ampliamente, cuando señala, con desdeñosa ironía y mal disimulado sarcasmo, que en las cortes de los príncipes y grandes señores, no puede concebirse un espléndido banquete sin la presencia de esos estultos, reales o fingidos, que provoquen la risa de los comensales asistentes al festín:

Si puede haber un convite espléndido en que la mujer no esté presente, lo juzgarán otros mejor que yo. Pero lo que sí parece evidente es que sin el condimento de la estulticia ninguno en absoluto puede resultar agradable. Tanto es así que, a falta de alguien que con estulticia real o simulada mueva a risa, se convoca a algún bufón retribuido o se procura la compañía de un parásito ridículo que con   —72→   sus gracias, es decir, con sus necias mordacidades, ahuyente el silencio y la tristeza del festín.71


Este papel de bufón agudo y mordaz, especialmente dotado de gracia e ingenio, es el que Erasmo atribuye burlescamente a la Estulticia en persona, la cual, al comienzo de su declamación, en la que entona su propia apología, ruega a su auditorio se tome la molestia de prestar oídos a sus palabras, no con el escaso interés con que escucha a los oradores sagrados, sino con la regocijada atención que suele prestar «a los charlatanes de feria, a los juglares y a los bufones:» sed quas fori circulatoribus, scurris ac morionibus consuevistis arrigere (II, 86).




- VII -

De acuerdo con las precedentes ideas erasmianas, que a menudo hace suyas pero que no siempre comparte, Cervantes establece también en su obra una clara distinción entre la necedad y simpleza del bobo estulto e ignorante, es decir, del perfecto mentecato cuyas patochadas y disparates provocan la risa de los demás, y la discreción y agudeza del gracioso de la comedia, que, bajo una falsa apariencia de rústica simplicidad, disfraza de burla y donaire su auténtica malicia e ingenio: «Decir gracias y escribir donaires es de grandes ingenios -afirma Don Quijote-; la más discreta figura de la comedia es la del bobo, porque no lo ha de ser el que quiere dar a entender que es simple» (II, III, 584).

La idea cervantina concuerda sospechosamente con uno de los temas predilectos de Erasmo en las páginas del Moriae Encomium, que aparece ya en la epístola dedicatoria de la obra a Tomás Moro, donde el gran humanista holandés se jacta orgullosamente de haber compuesto una alabanza de la necedad no del todo neciamente: Stultitiam laudavimus, sed non omnino stulte (Praefatio, 76). Y posteriormente, en uno de los capítulos finales de la declamación erasmiana, coincide casi exactamente con el contenido del segundo verso de un dístico de Catón, que la Moria en persona aduce en favor de su tesis, según el cual, simular oportunamente la necedad -como hace el que representa el papel de bobo en la   —73→   comedia-, constituye la máxima sabiduría: Stultitiam simulare loco, sapientia summa est (XLII, 306).

Ahora bien, aunque por su curiosa mezcla de realismo, simplicidad y sensatez, Sancho Panza tiene plena conciencia del efecto cómico que producen sus palabras y de la facilidad con que, sin la menor intención de decir gracias, despierta la hilaridad de los demás, dado lo natural y espontáneo de los dones que posee, el buen labrador manchego aparece como el perfecto arquetipo del estulto verdadero, al que su creador ha atribuido, como ya hemos dicho, los rasgos inconfundibles del bobo gracioso y del tonto discreto del teatro prelopista. Y aunque en más de una ocasión, por su natural malicioso y socarrón, da claras muestras de malicia y doblez, cuando no de falsedad y bellaquería, en las burlas y engaños de que hace objeto a Don Quijote, es evidente que el personaje de Sancho Panza quiere ser, por lo menos inicialmente, la genuina encarnación de la auténtica necedad, espontánea e incontaminada, entreverada en los asuntos prácticos de una gran dosis de buen juicio y sensatez.

Buen prueba del carácter real e innato, no simulado o fingido de la estulticia sanchopancesca, es el hecho de que, a pesar de que la Duquesa intenta hacer de él una especie de bufón palaciego, y de que el buen labrador manchego se preste gustosamente, tal vez sin darse cuenta, a desempeñar ese papel, es evidente que, fuera de este episodio, Sancho Panza no se comporta en ningún momento como un truhán bufonesco que intenta decir gracias para divertir y entretener a los demás, ni parece que haya sido concebido como una mera recreación de la figura del loco carnavalesco, aunque pueda tener con ella innegables puntos de contacto. En este sentido, la evidencia de que el autor del Quijote no ha querido reducir el personaje de Sancho Panza a una mera figura bufonesca, destinada a representar el papel de truhán chocarrero que provoca deliberadamente la risa de los demás, es visible de manera muy clara en el perfil humano del escudero cervantino, y, por otra parte, se halla formulada de modo muy explícito en el contexto mismo de la novela.

En efecto, cuando Sancho, llevado por su maliciosa y rústica llaneza, intenta motejar a la dueña doña Rodríguez, después de haberse tomado la confianzuda licencia de encomendarle el cuidado del rucio, la opinión de Cervantes a este respecto queda muy clara en las palabras de Don Quijote, cuando éste recomienda a su escudero que no se comporte de tal modo que puedan tomarle por un bufón o truhán:

-Dime, truhán moderno y majadero antiguo: ¿parécete bien deshonrar y afrentar a una dueña tan veneranda y tan digna de respeto   —74→   como aquélla? [...] ¿No adviertes, angustiado de ti y mal aventurado de mí, que si veen que tú eres un grosero villano, o un mentecato gracioso, pensarán que yo soy algún echacuervos o algún caballero de mohatra? No, no, Sancho amigo; huye, huye destos inconvinientes; que quien tropieza en hablador y en gracioso, al primer puntapié cae y da en truhán desgraciado.


(II, XXXI, 795-96)                


La severa admonición de Don Quijote es más fácilmente comprensible si se tiene en cuenta el estigma de vileza e infamia que recaía sobre bufones y truhanes y el bajo concepto en que eran tenidos socialmente. Sin embargo, dejando aparte las múltiples implicaciones de este problema, que desarrollo más ampliamente en otro trabajo de próxima publicación, hay un hecho innegable que demuestra de manera palpable la sorprendente originalidad de la figura sanchopancesca. Si bien es cierto que la natural simpleza del buen labrador manchego no tiene nada que ver con la locura simulada o la necedad fingida del bufón profesional, al propio tiempo es evidente que su simplicidad e ignorancia, estrechamente fundidas con su natural buen sentido y su innata sabiduría de la vida práctica, no se corresponden en modo alguno con la inteligencia tarda y obtusa propia de un retrasado o deficiente mental. Y aunque a menudo, contagiado por la locura caballeresca de su amo y víctima de su credulidad y cortas luces, dé claras muestras de insensatez y aparezca como un solemne mentecato, sean cuales fueren los disparates y sandeces que cometa, en ningún momento puede ser considerado un pobre idiota privado de razón y entendimiento, ni un imbécil estúpido e inofensivo con los peculiares rasgos distintivos del loco pacífico.

Ello demuestra claramente que al idear el personaje de Sancho Panza, la imaginación creadora de Cervantes, no sólo ha querido poner de relieve la constitutiva ambigüedad que encierra la necedad y simpleza del buen labrador manchego, sino que ha querido mostrar, al propio tiempo, la íntima complejidad del ser humano en la figura corriente y vulgar de un rústico villano, en la que se mezclan los caracteres cómicos tradicionales del gracioso y del bobo, con los rasgos inconfundibles que la Moria erasmiana describe a los moriones, es decir, a los imbéciles inofensivos y a los bobos pacíficos e irresponsables que se utilizaban en la época como bufones.

El primero de esos rasgos, que parecen haber ejercido un manifiesto influjo en la caracterización del personaje de Sancho Panza, se encuentra en el capítulo XIV de la Moria, en el que Erasmo contrapone la figura melancólica, enfermiza y prematuramente envejecida del sabio, a la eterna juventud y vitalidad del necio ignaro, orondo y satisfecho. A diferencia de la tétrica gravedad de los hombres que han dedicado toda   —75→   su vida a la lectura y al estudio, a quienes las continuas meditaciones «han agotado por completo todo su espíritu y su jugo vital:» spiritus et succum illum vitalem exhauriente (XIV, 114), como le ocurrió a Don Quijote, a quien «del poco dormir y del mucho leer se le secó el celebro» (I, I, 38), Erasmo describe el saludable aspecto de los estultos con sorprendentes perfiles sanchopancescos:

En cambio -dice la Estulticia-, mis bobos están regordetes, relucientes, con una piel más tersa, como suele decirse, que los cerdos de Acarnania, destinados a no experimentar jamás ninguno de los achaques de la vejez, a no ser que, como a veces acontece, se inficionen con el contagio de los sabios.72


Contagio que se va a producir gradualmente a lo largo de la novela cervantina, y de la que es buena muestra la gradual quijotización de Sancho, inficionado por la locura de su amo:

Decía esto Sancho con tanto reposo, limpiándose de cuando en cuando las narices, y con tan poco juicio, que los dos se admiraron de nuevo, considerando cuán vehemente había sido la locura de don Quijote, pues había llevado tras sí el juicio de aquel pobre hombre.


(I, XXVI, 260)                


La naturaleza contagiosa de la locura quijotesca, estrechamente relacionada con la concepción dialéctica de la gran novela cervantina, que tiene su expresión más característica en el protagonismo dual de Don Quijote y Sancho, aparece definida en los siguientes términos, por boca de un castellano anónimo, durante la estancia en Barcelona del hidalgo manchego y su escudero:

Acaeció, pues, que yendo don Quijote con el aplauso que se ha dicho, un castellano que leyó el rétulo de las espaldas, alzó la voz, diciendo:

-¡Válgate el diablo por don Quijote de la Mancha! ¿Cómo que hasta aquí has llegado, sin haberte muerto los infinitos palos que tienes a cuestas? Tú eres loco, y si lo fueras a solas y dentro de las puertas de tu locura, fuera menos mal; pero tienes propiedad de volver locos y mentecatos a cuantos te tratan y comunican; si no, mírenlo por estos señores que te acompañan. Vuélvete, mentecato, a   —76→   tu casa, y mira por tu hacienda, por tu mujer y tus hijos, y déjate destas vaciedades que te carcomen el seso y te desnatan el entendimiento.


(II, LXII, 1031)                


Aunque en sus rasgos esenciales presentan evidentes coincidencias, es difícil decir si la descripción erasmiana antes citada del fatuo orondo y reluciente, ha influido de algún modo en el retrato de Sancho Panza que Cervantes encuentra pintado en el primer cartapacio de la historia de Cide Hamete Benengeli, que compra por medio real en el Alcaná de Toledo. Como se recordará, dicho retrato nos ofrece ya la estampa inconfundible del escudero con su asno, acompañada de la descripción física del personaje, en la que aparecen algunos detalles que el gran escritor no volverá a mencionar después:

Junto a él -se refiere a Rocinante-, estaba Sancho Panza, que tenía del cabestro a su asno, a los pies del cual estaba otro rétulo que decía: Sancho Zancas, y debía de ser que tenía, a lo que mostraba la pintura, la barriga grande, el talle corto y las zancas largas, y por esto se le debió de poner nombre de Panza y de Zancas, que con estos dos sobrenombres le llama algunas veces la historia.


(I, IX, 94-95)                


Todas las alusiones posteriores a la apariencia física de Sancho, al que Cervantes ha calificado desde el principio de «hombre de bien», pero «de muy poca sal en la mollera», omiten la alusión a las «zancas largas», y coinciden en «el cuerpo chico» (I, LII, 541), «la gordura y pequeñez» (II, XLV, 894), el aire «bronco y rollizo» (II, XLIX, 922), las grandes «posaderas» (I, XX, 187), y la «complexión sanguínea» (II, XXXV, 836), del buen labrador manchego, cuyo amo, Don Quijote, le recomienda procure raparse con mayor frecuencia las barbas «espesas, aborrascadas y mal puestas» (I, XXI, 203), no sin reconocer que, aunque bueno y leal, «toda esa gordura y esa personilla que tienes no es otra cosa que un costal lleno de refranes y de malicias» (II, XLIII, 882).




- VIII -

En lo que se refiere a los rasgos más destacados del personaje de Sancho Panza como encarnación del tonto discreto o del simple ignorante, malicioso y agudo, es evidente que, sin excluir el influjo simultáneo de otros antecedentes literarios y librescos, procedentes de los tipos cómicos del teatro anterior a Lope, a que ya hemos aludido anteriormente, la mayor parte de ellos proceden de la caracterización psicológica del estulto ignorante y necio, que Erasmo describe en la Moria con extraordinaria ambigüedad, a través de una amplia gama de ejemplos   —77→   que va desde los imbéciles inofensivos a los bobos pacíficos e irresponsables, que con frecuencia desempeñaban en la época el papel de bufones. Este tipo de estulto, que el gran humanista holandés no nos presenta en ningún caso como un truhán malicioso y bellaco, sino más bien como un simple inocente y crédulo, pero divertido y gracioso, con perfiles bufonescos, viene a ser la perfecta encarnación de la audaz paradoja erasmiana, en la cual la propia Estulticia apoya su argumentación. Paradoja basada en la idea de que lo que el mundo considera locura, no sólo es lo que nos proporciona la alegría, la ilusión, el entusiasmo y el amor propio indispensables para gozar de la felicidad en esta vida, sino que esta mezcla de presunción, insensatez, vanidad e ignorancia de nosotros mismos, gracias a la cual vivimos sumidos en el error y el engaño, es en el fondo la auténtica sabiduría, pues vivir prisionero de la estulticia es propio de la condición humana.

Pero ya me parece oír protestar a los filósofos. «Lo lamentable -dicen-es precisamente eso: ser prisionero de la Estulticia, errar, ser engañado, vivir en la ignorancia. Mas bien, eso es ser hombre». No veo por qué llaman lamentable a eso, cuando así habéis nacido, así os habéis criado, así habéis sido educados, y tal es la suerte común a todos. En efecto, nada es lamentable si forma parte de nuestra propia naturaleza.73


De acuerdo con este planteamiento, que influirá decisivamente en la génesis de la compleja y humanísima figura de Sancho Panza, el estulto erasmiano, por ser el que sigue más de cerca las leyes de la naturaleza y vive más alejado de todo comercio con el saber, es, de todos los seres humanos, el que está más cerca de alcanzar la felicidad:

Pues bien, así como las artes más provechosas son las que tienen mayores afinidades con la Estulticia, así también los hombres más felices serán los que hayan logrado abstenerse de todo comercio con el saber y seguir como única guía a la Naturaleza, cuyas leyes no tienen jamás ningún fallo, a no ser que se quieran traspasar los límites que tienen fijados los mortales.74


Ejemplo patente del hecho que estamos comentando, son las diversas especies de animales, entre los cuales los que viven más dichosos   —78→   son los que no han sido nunca domesticados y no siguen otro magisterio que el de las leyes naturales, a diferencia de lo que les sucede a los caballos, caso concreto mencionado por Erasmo, que Cervantes tuvo muy en cuenta al dar vida a la figura de Rocinante. Aunque sólo sea a guisa de inciso, vale la pena de mencionar, a este propósito, el hecho de que buena parte de la atención y del especial protagonismo que Cervantes concede en el Quijote a Rocinante y al rucio, tiene un antecedente directo en las páginas de la Moria, donde Erasmo señala las afinidades del caballo con la inteligencia humana y la fidelidad con que participa de las aflicciones y desdichas de su dueño:

En cambio, el caballo, por su afinidad con la inteligencia humana y por haberse colocado en estrecha convivencia con el hombre, es también partícipe de las humanas aflicciones. Y así no es raro verle desfallecer, jadeante, por el orgullo de no ser vencido en las carreras, y en la guerra, al esforzarse en obtener el triunfo, es derribado y muerde el polvo junto con su jinete. Todo eso sin contar con los hirientes frenos, las aguzadas espuelas, la prisión de la cuadra, los latigazos, los azotes con la fusta, las bridas, el jinete; en pocas palabras, todo lo que constituye la tragedia de una esclavitud a la que él se entregó espontáneamente cuando, por imitar a los grandes hombres, sintió el vehemente deseo de vengarse de sus enemigos.75


En términos semejantes habla Cervantes de Rocinante en varias ocasiones (I, IV, 60), especialmente en el episodio de los arrieros yangüeses, después de haber sido molido a palos y a pedradas lo mismo que su amo, circunstancia que aprovecha Sancho Panza para calificarle de caballero andante, tal vez por un recuerdo inconsciente del texto erasmiano, en el cual se asegura que el caballo siente a veces el vehemente deseo de emular a los fortes viros, es decir, a los grandes héroes:

-Déjate deso y saca fuerzas de flaqueza, Sancho -respondió don Quijote-, que así haré yo, y veamos cómo está Rocinante; que, a lo   —79→   que me parece, no le ha cabido al pobre la menor parte desta desgracia.

-No hay de qué maravillarse deso -respondió Sancho-, siendo él tan buen caballero andante.


(I, XV, 141)                


En cuanto a la estrecha amistad que une al rucio y a Rocinante, y a la forma en que la expresan mutuamente, no deja de ser curioso que Cervantes haya recordado un insignificante pasaje de la Moria erasmiana, en el cual, al hablar de la adulación, se pregunta: «¿Qué hay, por otra parte, más complaciente, que la acción de dos mulos que se rascan el uno al otro?:» Quid autem officiosius, quam cum mutuum muli scabunt? (XLIV, 215). Pasaje que corresponde exactamente a la deliciosa escena descrita por Cervantes en la segunda parte del Quijote:

y escribe que así como las dos bestias se juntaban, acudían a rascarse el uno al otro, y que, después de cansados y satisfechos, cruzaba Rocinante el pescuezo sobre el cuello del rucio -que le sobraba de la otra parte más de media vara-, y mirando los dos atentamente al suelo, se solían estar de aquella manera tres días; a lo menos todo el tiempo que les dejaban, o no les compelía la hambre a buscar sustento.


(II, XII, 643)                


En lo que respecta a la cuestión antes planteada de quienes son los hombres más felices, la Moria erasmiana asegura que, entre los mortales, los más alejados de la felicidad son, sin duda, aquellos que se afanan por alcanzar la sabiduría, y que, siendo humanos por su nacimiento, se olvidan de su condición y declaran la guerra a las leyes de la naturaleza. Por el contrario, añade, «los menos desdichados parecen ser aquellos que están más próximos a la estulticia y al instinto de los brutos, y que no se proponen nada que vaya más allá de las facultades humanas:» ita quam minime miseri videtur ii, qui ad brutorum ingenium stultitiamque quam proxime accedunt, neque quicquam ultra hominem moliuntur (XXXV, 180). Tal es el caso del bueno de Sancho Panza, quien le confiesa confidencialmente al escudero del Caballero del Bosque, que cuando personas discretas, pero a su parecer mal intencionadas, querían aconsejarle a su amo que procurase ser Arzobispo en vez de Emperador, él «estaba entonces temblando si le venía en voluntad de ser de la Iglesia, por no hallarme suficiente de tener beneficios por ella; porque le hago saber a vuesa merced que, aunque parezco hombre, soy una bestia para ser de la Iglesia» (II, XIII, 649). Y tal es, en otro pasaje igualmente paródico y burlesco, la airada opinión que le merece a Don Quijote la interesada codicia de su escudero:

  —80→  

¡Oh hombre que tienes más de bestia que de persona! [...] Asno eres, y asno has de ser, y en asno has de parar cuando se te acabe el curso de la vida; que para mí tengo que antes llegará ella a su último término que tú caigas y des en la cuenta de que eres bestia.


(II, XXVIII, 779)                


Esa coincidencia puramente anecdótica, por la que Sancho es comparado irónicamente a los brutos animales, adquiere mayor relieve en cuanto se leen los argumentos esgrimidos por Erasmo en las páginas inmediatamente posteriores de la Moria, para probar su anterior afirmación acerca de que los hombres más ignorantes y más próximos al estado de naturaleza, son los menos desdichados. El pasaje a que me refiero, que en muchos aspectos no sólo es aplicable a la simplicidad y cortas luces de Sancho Panza, sino en mucho mayor grado a la inconsciente y temeraria locura quijotesca, es el siguiente:

¿Es que hay, por los dioses inmortales, una clase de hombres más felices que esos a los que vulgarmente llaman simples, estultos, imbéciles y bobos, sobrenombres, a mi entender, altamente honrosos: Quizá estoy diciendo una cosa necia y absurda a primera vista, pero resulta, sin embargo, una gran verdad. Para empezar, éstos están exentos del miedo a la muerte, que es, por Júpiter, un mal nada despreciable. No sienten remordimientos de conciencia. No les dan terror las historias de almas en pena. No les asustan espectros ni fantasmas. No les atemoriza la amenaza de males inminentes ni les desazona la esperanza de futuros bienes. En suma, no les desgarran los millares de preocupaciones a que la vida está expuesta. No se avergüenzan de nada; nada respetan, nada ambicionan, nada envidian, nada aman. Finalmente, por mucho que se aproximen a la ignorancia de los brutos, no pecan siquiera, en opinión de los teólogos.76


Pasaje erasmiano que, según todos los indicios, ha sido fuente   —81→   directa de inspiración de las palabras que Don Quijote dirige a su escudero Sancho Panza, a quien encuentra durmiendo apaciblemente, en el episodio de las bodas de Camacho:

-¡Oh tú, bienaventurado sobre cuantos viven sobre la haz de la tierra, pues sin tener invidia ni ser invidiado, duermes con sosegado espíritu, ni te persiguen encantadores, ni sobresaltan encantamientos! Duerme, digo otra vez, y lo diré otras ciento, sin que te tengan en continua vigilia celos de tu dama, ni te desvelen pensamientos de pagar deudas que debas, ni de lo que has de hacer para comer otro día tú y tu pequeña y angustiada familia. Ni la ambición te inquieta, ni la pompa vana del mundo te fatiga, pues los límites de tus deseos no se estienden a más que a pensar tu jumento; que el de tu persona sobre mis hombros le tienes puesto; contrapeso y carga que puso la naturaleza y la costumbre a los señores. Duerme el criado, y está velando el señor, pensando cómo le ha de sustentar, mejorar y hacer mercedes [...].

A todo esto no respondió Sancho porque dormía, ni despertara tan presto si don Quijote con el cuento de la lanza no le hiciere volver en sí. Despertó, en fin, soñoliento y perezoso, y volviendo el rostro a todas partes, dijo:

-De la parte desta enramada, si no me engaño, sale un tufo y olor harto más de torreznos asados que de juncos y tomillos.


(II, XX, 705-06)                


Lo más sorprendente de este discurso cervantino, claramente inspirado en el pasaje anteriormente citado del Moriae Encomium de Erasmo, es lo extemporáneo de las palabras que Don Quijote, siguiendo el modelo erasmiano que tiene presente en aquel momento, le dirige a su escudero Sancho Panza, al que atribuye por este motivo sentimientos e ideas totalmente inadecuados. Pues, si bien es cierto que al buen labrador manchego no le tienen en continua vigilia los celos de su dama, que no envidia a nadie y que mientras duerme se siente perfectamente tranquilo y feliz, no es rigurosamente exacto que no le persigan, muy a pesar suyo, los encantadores, ni le sobresalten los encantamientos que Don Quijote cree encontrar a cada paso, ni lo es tampoco que no le desazone la esperanza de futuros bienes, ni le inquiete la ambición de alcanzar el gobierno de una ínsula, que su amo le ha prometido en recompensa de sus servicios. En cuanto a la alusión de Erasmo a que el tipo de loco inocente y pacífico, a quien el gran humanista se refiere, «no peca en opinión de los teólogos», aunque no aparece en este pasaje, Cervantes la había utilizado en la primera parte del Quijote, en el episodio de Sierra Morena, aplicada, desde luego, a Sancho Panza:

  —82→  

Decía esto Sancho con tanto reposo, limpiándose de cuando en cuando las narices, y con tan poco juicio que los dos se admiraron de nuevo, considerando cuán vehemente había sido la locura de Don Quijote, pues había llevado tras sí el juicio de aquel pobre hombre. No quisieron cansarse en sacarle del error en que estaba, pareciéndoles que, pues no le dañaba nada la conciencia, mejor era dejarle en él, y a ellos les daría más gusto oír sus necedades.


(I, XXVI, 260)                


En este punto concreto, la falta de juicio del bueno de Sancho Panza coincide exactamente con la caracterización erasmiana de la locura, basada, no sólo en la visión errónea de la realidad, que no ve las cosas como son, sino en la interpretación falseada de los hechos, cuyo verdadero sentido el estulto no comprende, razón por la cual les atribuye ingenuamente una significación totalmente equivocada y arbitraria:

Pero, si este tipo de locura, como suele ocurrir, tiene tendencia a lo placentero, proporciona entonces un deleite nada despreciable, sea a los que están poseídos por ella, sea a los que le prestan atención, aunque éstos no por ese motivo estén locos. Realmente, esta clase de locura está mucho más extendida de lo que vulgarmente se cree. Pero con frecuencia un loco se ríe de otro loco y se proporcionan, cada uno a su vez, un mutuo placer. Y no pocas veces observaréis que suele ocurrir que el más loco se ría de modo más vehemente del menos loco.77


A lo largo de la segunda parte del Quijote, la idea erasmiana de que en este mundo con frecuencia un loco se ríe de otro loco, ha sido ejemplificada por Cervantes en multitud de escenas y episodios, en los cuales nos da a conocer con maliciosa ironía lo que el bellaco y socarrón de Sancho opina de la locura del buen hidalgo manchego.




- IX -

Seguramente, uno de los hitos decisivos en la asimilación por parte de Cervantes de ese tema erasmiano, basado en la idea de que es siempre el más loco el que se ríe del menos loco y el más necio el que se burla del más discreto, se encuentra en el soliloquio de la segunda parte, en el   —83→   cual Sancho Panza se hace las siguientes reflexiones acerca de la locura de Don Quijote:

Este mi amo, por mil señales, he visto que es un loco de atar, y aun también yo no le quedo en zaga, pues soy más mentecato que él, pues le sigo y le sirvo, si es verdadero el refrán que dice: «Dime con quien andas, decirte he quien eres».


(II, X, 627)                


Reflexiones a las que hay que añadir el malicioso comentario de la Duquesa, lleno de agudeza e ironía:

-De lo que el buen Sancho me ha contado, me anda brincando un escrúpulo en el alma, y un cierto susurro llega a mis oídos, que me dice: «Pues don Quijote de la Mancha es loco, menguado y mentecato, y Sancho Panza su escudero lo conoce, y, con todo eso, le sirve y le sigue, y va atenido a las vanas promesas suyas, sin duda alguna debe de ser él más loco y tonto que su amo; y siendo esto así, como lo es, mal contado te será, señora duquesa, si al tal Sancho Panza le das ínsula que gobierne; porque el que no sabe gobernarse a sí, ¿cómo sabrá gobernar a otros?»


(II, XXXIII, 816)                


Y la sensata observación del propio Don Quijote, en un momento de lucidez y de cordura:

-Así, Sancho -dijo don Quijote-, que, a lo que parece, que no estás tú más cuerdo que yo.

-No estoy tan loco -respondió Sancho-; mas estoy más colérico.


(I, XXV, 252)                


Comentarios que culminan en el episodio pastoril de la fingida Arcadia, en una cómica escena en la cual las inoportunas protestas de Sancho, en contra de quienes suponen que su amo está completamente loco, suscitan, con razón las iras de Don Quijote:

Oyendo lo cual, Sancho, que con grande atención le había estado escuchando, dando una gran voz, dijo:

-¿Es posible que haya en el mundo personas que se atrevan a decir y a jurar que este mi señor es loco? [...]

Volvióse don Quijote a Sancho, y encendido el rostro y colérico, le dijo:

-¿Es posible ¡oh Sancho! que haya en todo el orbe alguna persona que diga que no eres tonto, aforrado de lo mismo, con no sé qué ribetes de malicioso y de bellaco? ¿Quién te mete a ti en mis cosas, y en averiguar si soy discreto o majadero?


(II, LVIII, 999)                


  —84→  

Al margen de ésta y otras escenas, en las que Cervantes se complace con sutil ironía en contraponer la necedad y locura de sus dos protagonistas, y ofrecernos sus sabrosos comentarios a través del diálogo y la acción, el eco directo de la idea erasmiana del loco que se burla de otro loco, aparece en varios pasajes de la novela en el episodio del palacio de los Duques. En ellos, la sátira cervantina no se reduce a la contraposición cómica de sus dos personajes, para poner de relieve, con maliciosa ironía, las pretensiones de cordura y discreción de Sancho, sino que va encaminada precisamente a destacar la indiscreta necedad de quienes no encuentran otra cosa mejor que hacer que burlarse de ellos y divertirse a costa de su locura. El primero de estos pasajes, es el que protagoniza la airada e intempestiva indignación del eclesiástico, que reprocha duramente a Don Quijote su descabellada pretensión de vivir como un caballero andante, y que no puede menos de censurar a los Duques por dedicarse a fomentar su insensata locura:

-Por el hábito que tengo, que estoy por decir que es tan sandio Vuestra Excelencia como estos pecadores. ¡Mirad si no han de ser ellos locos, pues los cuerdos canonizan sus locuras!


(II, XXXII, 803)                


El segundo pasaje, al que quiero referirme brevemente, se encuentra en un comentario que Cervantes atribuye cautelosamente a Cide Hamete Benengeli, comentario que es un eco fiel y exacto, y en este caso muy poco respetuoso, de la idea erasmiana según la cual es siempre el más loco el que se ríe del que lo es menos:

Y dice más Cide Hamete: que tiene para sí ser tan locos los burladores como los burlados, y que no estaban los duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto ahínco ponían en burlarse de dos tontos.


(II, LXX, 1083)                


Una de las más claras motivaciones de la indiscreta propensión de Sancho a subrayar la mentecatez y la locura de su amo, en contraste con su propia cordura y sensatez, se encuentra, sin duda, por lo menos inicialmente, en el singular privilegio que, según Erasmo, los bobos y los estultos comparten con los bufones y truhanes, de ser siempre sinceros y verídicos y poder decir la verdad sin ofender. Esa natural tendencia a expresar sin contemplaciones ni atenuantes de ningún género la opinión que les merecen los demás, es un rasgo inherente a la propia Estulticia, que emana espontáneamente de ella, que todos sus secuaces llevan escrito en la cara y que no hay disfraz ni careta que pueda encubrir ni enmascarar (V, 92). En opinión de la Moria erasmiana, éste es el motivo por el cual gozan de la especial predilección de los   —85→   reyes y de los grandes señores, que no pueden comer, ni pasear, ni estar siquiera una hora sin ellos:

El motivo del tal preferencia -añade-, no me parece oscuro ni que deba sorprender a nadie, dado que aquellos sabios no suelen aportar a los príncipes nada que no sea triste, y, orgullosos de su sabiduría, no temen en ocasiones herir sus oídos delicados profiriendo la verdad de un modo mordaz; en cambio, los bobos proporcionan lo único que los príncipes pretenden obtener de cualquier parte y del modo que sea: burlas, risas, carcajadas, diversiones.78


Según esta tesis de Erasmo, que Cervantes hará parcialmente suya en la figura de Sancho Panza, la veracidad es un rasgo consustancial a la estulticia:

Empezad por observar -y no es ésta una cualidad nada despreciable- que sólo los estultos son sinceros y verídicos. ¿Y qué hay más digno de elogio que la verdad? Pues aunque Platón cita aquel proverbio de Alcibíades que atribuye la verdad al vino y a la niñez, sin embargo toda esta alabanza se me debe a mí particularmente, como atestigua Eurípides, de quien procede aquel célebre dicho acerca de nosotros: «El necio sólo dice necedades». El necio, lo que tiene en el pecho es lo que lleva en la cara y lo que le sale por la boca.79


Tal es también la opinión de Don Quijote, quien incapaz de imaginar que la malicia y la doblez de Sancho lleguen hasta el punto de abusar de su confianza urdiendo engaños y mentiras, da fe a las falsas promesas de su escudero de desencantar a Dulcinea dándose tres mil y trescientos azotes:

-Pues con esa promesa, buen Sancho, voy consolado, y creo que la cumplirás, porque, en efecto, aunque tonto, eres hombre verídico.


(II, XLI, 865)                


  —86→  

En cuanto a la espontaneidad del estulto erasmiano, que dice siempre lo que piensa, aparece reflejada asimismo en la irreprimible locuacidad de Sancho, siempre dispuesto a ensartar refranes y a decir verdades como puños, salvo en los momentos de solapada doblez, disfrazada de ingenua rusticidad y maliciosa socarronería. Sancho, que como perfecto espécimen del estulto erasmiano está extremadamente satisfecho de sí mismo, confiesa a este respecto, aun reconociendo lo inoportuno e impertinente de sus indiscretas patochadas, que su irreprimible necesidad de hablar le lleva siempre a decir lo primero que le pasa por la cabeza:

-Ya yo lo veo -respondió Sancho-; y así, en mí la gana de hablar siempre es primero movimiento, y no puedo dejar de decir, por una vez siquiera, lo que me viene a la lengua.


(I, XXX, 313)                


Incontenible y espontánea locuacidad que coincide exactamente con un rasgo que reconoce como suyo la propia Estulticia en la declamación erasmiana. Frente a la ardua y penosa labor con que la mayor parte de los oradores han redactado sus más brillantes piezas oratorias, la Moria en persona confiesa que siempre ha sido partidaria de decir lo primero que le viene a la boca:

A mí, en cambio, siempre me ha sido muy grato hablar tal como me viene a la boca: Mihi porro semper gratissimum fuit, dicere


(IV, 90).                


Estrechamente relacionada con la anterior afirmación erasmiana de que los estultos son fundamentalmente sinceros y verídicos, pues son los únicos que dicen francamente la verdad, es el privilegio de que gozan cerca de príncipes y reyes, de proferir impunemente, entre burlas y veras, los más severos reproches y censuras:

Pues así es: la verdad resulta odiosa a los reyes. Pero eso mismo pone de relieve una cualidad notable en el caso de mis bobalicones: es un placer para la realeza oír de ellos no sólo la verdad, sino incluso abiertas censuras; de modo que unas mismas palabras, salidas de boca de un sabio, serían recibidas como un crimen capital y en cambio, si provienen de un necio, causan una satisfacción increíble. Es cierto que la verdad posee, por sí misma, el don de agradar, si no comporta ofensa alguna, pero los dioses han concedido ese don sólo a los necios.80


  —87→  

Ello es especialmente visible en el episodio del palacio de los Duques, particularmente en el caso de la Duquesa, cuya predilección por las gracias y malicias de Sancho Panza viene a confirmar, una vez más, la clara inspiración erasmiana del carácter sanchopancesco, como puede verse en el siguiente pasaje de la Moria:

Esa es la causa de que, en general, las mujeres gusten tanto de esta clase de hombres: es lo que cabe esperar de quienes son, por naturaleza, muy dadas al placer y a las frivolidades. Tanto es así que cuando andan metidas en cosas de este tipo, aunque sea a veces muy graves, ellas lo echan a broma y a juego! Así de ingenioso es este sexo, sobre todo cuando se trata de silenciar o disimular sus faltas.81


En cuanto a la opinión que Sancho le merece a la Duquesa, ante la cual el buen labrador manchego despliega todas sus gracias, agudezas y malicias, viene a confirmar plenamente la tesis erasmiana acerca de la especial predilección de las mujeres por los bobos graciosos y los simples estultos, ingeniosos y discretos:

Mandó la duquesa a Sancho que fuese junto a ella, porque gustaba infinito de oír sus discreciones (II, XXX, 792). Perecía de risa la duquesa en oyendo hablar a Sancho, y en su opinión le tenía por más gracioso y por más loco que a su amo; y muchos hubo en aquel tiempo que fueron deste mismo parecer (II, XXXII, 805). Cuenta, pues, la historia, que Sancho no durmió aquella siesta, sino que, por cumplir su palabra, vino en comiendo a ver a la duquesa; la cual, con el gusto que tenía de oírle, le hizo sentar junto a sí en una silla baja, aunque Sancho, de puro bien criado, no quería sentarse; pero la duquesa le dijo que se sentase como gobernador y hablase como escudero.


(II, XXXIII, 815)                


Buena parte del papel que desempeña en la novela cervantina la figura de simple gracioso atribuida a Sancho Panza, como contraposición dialéctica a la función de loco cuerdo y discreto asignada a Don Quijote, procede de ese don, propio de su condición de estulto, de decir la verdad sin ofender, y de la natural gracia y simpatía que emana de su   —88→   persona. Rasgo, este último, señalado por Erasmo como uno de los más importantes caracteres distintivos de los seguidores de la Estulticia, que explica la afición generalizada entre los príncipes y grandes señores de la época a los bobos graciosos y a los locos pacíficos e inofensivos que, como ya hemos dicho, se hacían servir como bufones:

Ya es el momento de que tú, sabio estultísimo, hagas, ante mí inventario de las múltiples inquietudes con que tu ánimo se ve crucificado en cualquier parte, de día y de noche; es hora de que reúnas en un solo montón todos los contratiempos de tu género de vida, y así comprenderás, por fin, de cuántos males he librado yo a mis queridos necios. Añade a esto que no sólo ellos mismos están continuamente gozando, jugando, canturreando y riéndose, sino que incluso a todos los demás -y por dondequiera que vayan- les proporcionan placer, broma, entretenimiento y risa; no parece sino que ésa sea precisamente la función de que han sido encargados por la indulgencia de los dioses: disipar entre carcajadas la tristeza de la vida humana. De tal modo que, así como a los demás hombres les unen sentimientos de muy diversa índole, a ellos, en cambio, todos sin distinción les reconocen como algo suyo; los reclaman, los mantienen, los amparan, les protegen, les socorren si tienen alguna necesidad, y les permiten decir o hacer cualquier cosa impunemente. Y hasta tal punto nadie desea hacerles ningún daño, que hasta los animales salvajes moderan ante ellos su fiereza, como si en cierto modo presintiesen su natural inocencia.82


Se trata, como puede verse, de un acabado inventario de los principales rasgos caracteriológicos sanchopancescos, no tanto en lo que se refiere a su perfil psicológico y moral, como al don innato que posee de despertar la simpatía de cuantos le conocen y de provocar con sus palabras, de manera espontánea e impremeditada, la risa y el regocijo de los demás. Esa facultad congénita de decir gracias sin tener el propósito   —89→   deliberado de decirlas, de suscitar la diversión y la alegría de las gentes y despertar el agrado y simpatía de todos los que le rodean, subrayado por Cervantes en innumerables pasajes del Quijote, responde, como ya hemos señalado anteriormente, al papel de simple gracioso que su creador le ha asignado a Sancho Panza y que es reclamado reiteradamente por el propio escudero cervantino:

-Créanme vuesas mercedes -dijo Sancho- que el Sancho y el don Quijote desa historia deben de ser otros que los que andan en aquella que compuso Cide Hamete Benengeli, que somos nosotros: mi amo, valiente, discreto y enamorado; y yo, simple gracioso, y no comedor ni borracho.


(II, LIX, 1008-09)                


Junto a la gracia y simpatía innatas que acabamos de mencionar, otro de los rasgos distintivos de los estultos, en opinión de la Moria erasmiana, rasgo que Cervantes ha atribuido burlescamente a la figura de Sancho Panza, es el de ser especialmente afortunados. A diferencia de los sabios, que tienen por enemiga implacable a la diosa Fortuna, dispensadora de los éxitos y fracasos en los asuntos humanos, ésta da muestras de una especial benevolencia por los secuaces de la Estulticia y concede generosamente sus dones a los locos y a los necios, aunque no hayan hecho mérito alguno para ello:

... Por el contrario, a los estultos les dispensa toda clase de beneficios, incluso cuando duermen [...] Volviendo, pues, al asunto, la Fortuna distingue con su afecto a los poco sensatos, a los más audaces [...] En cambio, la Sabiduría hace a los hombres tímidos, y así, en general se puede ver que los asuntos de esos sabios no son más que pobreza, hambre y humo, y que viven despreciados, olvidados y sin gloria. En cambio los estultos rebosan en dinero, son promovidos al gobierno de la República y, en pocas palabras, triunfan en todos los aspectos.83


Finalmente, y para terminar, quisiera poner de relieve que Erasmo, no sólo exalta hiperbólicamente en la Moria la buena fortuna de los estultos exclusivamente interesados en los bienes materiales de este mundo, sino que subraya con especial malicia e ironía sus extraordinarias   —90→   calidades y virtudes, su trato cordial y afable y su entrañable humanidad, frente a la figura distante, fría e inhumana del sabio, sin vicios, defectos ni pasiones, acuñado según el modelo de la impasibilidad estoica. Dejando aparte la evidente intención irónica del pasaje erasmiano a que ahora me refiero, caracterizado como siempre por una afilada e hiriente ambigüedad, no cabe duda que el modelo del perfecto gobernador diseñado burlescamente por Erasmo, ha sido el directo estímulo inspirador del delicioso episodio quijotesco del gobierno de Sancho. No sólo en la concepción misma del episodio cervantino, cuya justificación se encuentra ya en el pasaje que acabo de mencionar, sino en lo que respecta a la sabiduría, ponderación e integridad con que la honradez y buen sentido del humilde campesino manchego acierta a desempeñar sus tareas de gobierno. Y, lo que es más, en la íntima dignidad y sensatez con que se muestra capaz de renunciar a ellas, en cuanto se da cuenta que no es más que un juguete movido caprichosamente a su antojo por el desprecio y la burla de los demás:

Y yo pregunto -escribe Erasmo, después de trazar una semblanza implacable de la monstruosa inhumanidad del sabio estoico-: si el asunto se decidiera mediante el sufragio, ¿qué nación elegiría un magistrado de esta clase, o qué ejército optaría por tal jefe? Es más: ¿qué mujer desearía o soportaría un marido de este jaez; qué anfitrión un invitado de este género; qué siervo un amo de tales costumbres? ¿Quién, en cambio, no preferiría un hombre cualquiera, de los más estultos del común de la plebe, que siendo estulto pudiese mandar u obedecer a otros estultos, que resulte agradable al mayor número posible de sus semejantes; un hombre que fuera afable con su esposa, alegre con sus amigos, atento con sus invitados, compañero agradable en los banquetes, y al cual, en fin, nada de lo humano le fuera ajeno?84


Tal es la función que desempeña en la genial novela cervantina el episodio del gobierno de Sancho Panza y la humanísima figura de éste. Episodio que si en un primer momento pretende ejemplificar, con malicia   —91→   y humor, la idea erasmiana antes citada, según la cual la fortuna de los estultos hace que sean promovidos con frecuencia a los más altos puestos de gobierno del estado, se resuelve posteriormente en una admirable reacción de dignidad y hombría por parte del buen labrador manchego. El primer planteamiento, probablemente inspirado en el mencionado pasaje de la Moria de Erasmo (LXI, 302), se refleja claramente en las sabias reflexiones de Don Quijote:

Y aquí entra y encaja bien el decir que hay buena y mala fortuna en las pretensiones. Tú, que para mí, sin duda alguna, eres un porro, sin madrugar ni trasnochar, y sin hacer diligencia alguna, con sólo el aliento que te ha tocado de la andante caballería, sin más ni más te ves gobernador de una ínsula como quien no dice nada. Todo esto digo ¡oh Sancho! para que no atribuyas a tus merecimientos la merced recebida.


(II, XLII, 874)                


Y posteriormente en la deliciosa carta de Teresa Panza a la Duquesa, en la que Cervantes acentúa la comicidad e ironía de la situación que ha provocado la nueva dignidad sanchopancesca:

De que vuestra señoría haya hecho gobernador a Sancho, mi consorte, ha recebido mucho gusto todo este lugar, puesto que no hay quien lo crea, principalmente el cura, y maese Nicolás el barbero, y Sansón Carrasco el bachiller; pero a mí no se me da nada; que como ello sea así, como lo es, diga cada uno lo que quisiere; aunque, si va a decir verdad, a no venir los corales y el vestido, tampoco yo lo creyera, porque en este pueblo todos tienen a mi marido por un porro, y que sacado de gobernar un hato de cabras, no pueden imaginar para qué gobierno pueda ser bueno.


(II, LII, 955)                


En cuanto a la general admiración y aplauso que suscita el gobierno de Sancho, que no es del caso recordar aquí, tiene su más fehaciente testimonio en las palabras del mayordomo de los Duques, que no puede menos de expresar su sorpresa al propio Sancho:

-Dice tanto vuesa merced, señor gobernador -dijo el mayordomo-, que estoy admirado de ver que un hombre tan sin letras como vuesa merced, que, a lo que creo, no tiene ninguna, diga tales y tantas cosas llenas de sentencias y de avisos, tan fuera de todo aquello que del ingenio de vuesa merced esperaban los que nos enviaron y los que aquí venimos. Cada día se veen cosas nuevas en el mundo: las burlas se vuelven en veras y los burladores se hallan burlados.


(II, XLIX, 924)                


  —92→  

Palabras que no hacen más que confirmar la espléndida semblanza que Don Quijote hace de su escudero en el palacio de los Duques:

Por otra parte, quiero que entiendan vuestras señorías que Sancho Panza es uno de los más graciosos escuderos que jamás sirvió a caballero andante; tiene a veces unas simplicidades tan agudas, que, el pensar si es simple o agudo causa no pequeño contento; tiene malicias que le condenan por bellaco, y descuidos que le confirman por bobo; duda de todo y créelo todo; cuando pienso que se va a despeñar de tonto, sale con unas discreciones que le levantan al cielo. Finalmente, yo no le trocaría con otro escudero, aunque me diesen de añadidura una ciudad; y así, estoy en duda si será bien enviarle al gobierno de quien vuestra grandeza le ha hecho merced; aunque veo en él una cierta aptitud para esto de gobernar, que atusándole tantico el entendimiento, se saldría con cualquiera gobierno, como el rey con sus alcabalas; y más que ya por muchas experiencias sabemos que no es menester ni mucha habilidad ni muchas letras para ser uno gobernador, pues hay por ahí ciento que apenas saben leer, y gobiernan como unos girifaltes; el toque está en que tengan buena intención y deseen acertar en todo; que nunca les faltará quien les aconseje y encamine en lo que han de hacer, como los gobernadores caballeros y no letrados, que sentencian con asesor.


(II, XXXII, 811-12)