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ArribaAbajoAfinidades entre la utopía de Pedro Henríquez Ureña y la de Alfonso Reyes

Eva Guerrero Guerrero



Universidad de Salamanca

Las reflexiones sobre la utopía constituyen uno de los elementos centrales de los ensayos humanísticos tanto en Pedro Henríquez Ureña (1884-1946) como en Alfonso Reyes (1899-1959). Si bien les separa su concepción teórica del tema, ambos coincidieron en distinguir en la noción de utopía uno de los más importantes legados de Grecia a la civilización occidental: La posibilidad de imaginar una sociedad mejor, susceptible de ser alcanzada a través del esfuerzo humano.

Como es sabido, el Nuevo Mundo desde su incorporación al tiempo histórico de Occidente se convirtió en el lugar de realización de los ideales utópicos generados durante siglos por el viejo continente. América entró en la historia bajo un signo utópico, como el lugar en el que iban a cumplirse todas las utopías que ya no cabían en occidente. A partir de aquí se han sucedido los diferentes intentos realizados, siguiendo las orientaciones ideológicas del socialismo utópico y, posteriormente, del marxismo499.

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La utopía no fue un constructo ideológico y práctico desconocido en la América posterior a la independencia, durante el romanticismo y el modernismo. En este sentido, en el XIX, tres grandes intelectuales planificaban ciudades utópicas para llevar a cabo sus planes integracionistas: Miranda piensa en Colombo, Bolívar en Las Casas y Sarmiento en Argirópolis500. Esta tradición tuvo su continuidad en los desarrollos modernistas del concepto, de la que tomaron sólo algunos elementos Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes. Paradójicamente, frente a ellos, Rodó, con la isla de Ariel, lo mismo que Darío con Cosmópolis, se sirvieron de elementos del simbolismo francés para construir su utopía como ha señalado el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal501.

A diferencia de lo propuesto por aquellos autores, ni Henríquez Ureña ni Reyes construyeron sociedades ideales, por lo que no debemos incluirlos en aquel grupo que ideara modelos narrativos de sociedades utópicas cerradas. No hubo por su parte un intento reivindicativo de crear estados regidos por leyes estrictas502. Su particular concepción de la utopía está ligada al hecho de que ambos fueran los miembros más destacados de una generación de intelectuales que se conocerá como Ateneo de México (1906-1914), un grupo que llevó a cabo una firme labor en pro de la introducción en el ambiente mexicano de la cultura clásica. El modelo que les sirvió de enlace con lo clásico fue el de Matthew Arnold, quien en sus célebres Essays in Criticism (1865) ya hablaba de que la crítica era un ejercicio de «curiosidad» intelectual para el perfeccionamiento humano muy por encima de los intereses estéticos: «A desinterested endeavour to learn and propagate the best that is known and thought in the world, and thus to establish a current of fresh and true   —305→   ideas»503. Predicaba para ello la necesaria presencia de la antigüedad clásica para preparar los espíritus hacia las fuentes de lo verdadero y de lo bello. A ello hay que unir la influencia de Walter Pater, cuya traducción de la obra Estudios Griegos había realizado Henríquez Ureña504.

Uno de los elementos que surgieron de las sesiones de trabajo en conjunto del Ateneo fue la conceptualización de la utopía. En el caso de Henríquez Ureña la teorización acerca de este tema enlaza con su idea de la madurez del discurso literario hispanoamericano. Aparece planteada en todos aquellos trabajos que inicia en 1922 con la publicación de los dos ensayos en los que ésta se trata de manera abierta: «La utopía de América» y «Patria de la justicia»505, para continuarse en varios artículos posteriores, sobre todo en los dos primeros recogidos en sus Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1928).

Este mismo espíritu es el que animó más adelante, ya en la década de los cuarenta, las reflexiones teóricas de Alfonso Reyes, quien trató el tema en muchos de los escritos que integran su extensa obra, sobre todo en los ensayos reunidos bajo los títulos Última Tule, Tentativas y orientaciones y No hay tal lugar...506. El mexicano no construyó una concepción teórica del significado de la utopía en el continente americano, sino que lleva a cabo una de las aproximaciones más rigurosas realizadas sobre la creación de las utopías a lo largo de la historia y sobre el carácter que dichas concepciones utópicas adquirieron al proyectarse sobre la recién descubierta América.

Por otra parte, tanto Henríquez Ureña como Alfonso Reyes parten del modelo griego representado por Platón; la utopía planteada por ellos propone un paradigma de sociedad que si bien no existe, puede conseguirse; en este sentido, la realidad es transformable,   —306→   es decir, mejorable. Platón por supuesto que se refiere a una República Perfecta que existiría fuera del tiempo y del mundo, basada en la virtud, tal como recogen los humanistas, sobre todo Tomás Moro. Aunque desde el punto de vista de Platón un Estado óptimo puede parecer ideal, irrealizable en el mundo que conocemos, sin embargo no niega que tal ideal pueda llegar a ser un hecho por medio de la acción humana507.

Este es el sentido que preside los ensayos de Henríquez Ureña, sobre todo el artículo que lleva precisamente el título de «La utopía de América», compuesto en 1922, en el que expone esa aspiración que provenía del ansia de perfección de la cultura helénica:

¿Hacia la utopía? Sí: hay que ennoblecer nuevamente la idea clásica. La utopía no es vano juego de imaginaciones pueriles: es una de las magnas creaciones espirituales del Mediterráneo, nuestro gran mar antecesor. El pueblo griego da al mundo occidental la inquietud del perfeccionamiento constante. Cuando descubre que el hombre puede individualmente ser mejor de lo que es y socialmente vivir mejor de como vive, no descansa para averiguar el secreto de toda mejora, de toda perfección [...]. Mira al pasado, y crea la historia; mira al futuro, y crea las utopías.508



Desde un ámbito teórico debe establecerse una distinción entre «utopía», formada a partir del prefijo griego ou («ningún») y topos («lugar»), por tanto el lugar que no existe, y «eutopía», construido en cambio con el prefijo griego eu («bien»), es decir el buen lugar, el Estado Perfecto. En este sentido, la mayoría de las eutopías tienen una visión anticipadora, producto de nuestra capacidad de construir, al menos mentalmente, un lugar mejor que aquel del que partimos. Al ámbito de la eutopía aparecían íntimamente ligados el sueño y el viaje, pues desgraciadamente sólo en el país de los sueños tenían existencia aquellos mundos a los que se accedía tras largos y accidentados viajes, unos lugares donde existía una sociedad humana más digna. De ahí que en varias ocasiones los componentes de esos sueños sirvieron para construir una realidad en el futuro509.

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Este último hecho nos sitúa ante algunas perspectivas compartidas que aproximan la concepción utópica de ambos humanistas. Su idea de la utopía se acerca, por tanto, más al concepto de eutopía, en cuanto que tiene tras de sí la confianza en una realidad social que puede ser transformable. Este aspecto, sin arrebatarle sus dimensiones mítica y ahistórica, le proporciona una faceta temporal. De esta forma, la utopía se impregna de componentes del pensamiento racionalista y se convierte en uno de los elementos impulsores del devenir histórico, ya que empuja al hombre hacia la realización de sus ideales, es decir hacia el progreso en la mejora de sus condiciones de vida510.

La noción planteada por Henríquez Ureña y Alfonso Reyes se encuentra muy vinculada al criterio ético-estético del mundo helénico, en ese doble plano, y no meramente en el político-social, pues como es sabido aparece claramente unida a la creación artística, en cuanto forma de comunicación, hecho que explica que se materialice mediante la expresión literaria. Este análisis se vio influido, además, por el sentido de lo clásico recibido a través del idealismo alemán y sobre todo de la obra de Schlegel. Este gran conocedor del mundo helénico, en su Historia de la poesía de los griegos y los romanos (1799), se había referido a la íntima relación que se produce entre el estado y el arte de los griegos. Tal formulación coincide, en esencia, con el planteamiento de uno de los grandes teóricos de la utopía, Ernst Bloch. Aunque la ureñiana no está acompañada por la magnífica exposición teórica con que Bloch había presentado en 1918 su Geist der Utopia (Tiempo de la utopía), no es menos cierto que el fundamento de su filosofía de lo utópico se encuentra muy próximo, ya que Bloch había presentado la utopía despojándola del carácter de quimera, para convertirla en el motor de la historia de Occidente, toda vez que la categorizaba como determinación histórica y antropológica del ser humano511.

Partiendo de la significación otorgada por Bloch a la utopía, aquélla adquiría el carácter de compromiso de cuya consecución, tanto histórica como cultural, dependía la inserción de América en la cultura universal. De ahí que en su pensamiento la utopía encarnara una determinación humana, puesto que propiciaba una integración de lo global y lo propio americano. Esta noción utópica en la práctica se revela inseparable del americanismo y de su concepto de humanismo, tal como ha apuntado Henríquez Ureña:

¿Cuál sería, pues, nuestro papel en estas cosas? Devolverle a la utopía sus caracteres plenamente humanos y espirituales, esforzarnos porque el intento de reforma social y justicia económica no sea el límite de las aspiraciones: procurar que la desaparición de las tiranías económicas concuerde con la libertad perfecta del hombre individual y social, cuyas normas únicas, después del neminem laedere, sean la razón y el sentido estético. Dentro de nuestra utopía, el hombre llegará a ser plenamente humano, dejando atrás los estorbos de la absurda organización económica en que estamos prisioneros y el lastre de los prejuicios morales y sociales que ahogan la vida espontánea;   —308→   a ser, a través del franco ejercicio de la inteligencia y de la sensibilidad, el hombre libre, abierto a los cuatro vientos del espíritu.512



Aunque en apariencia en la obra ureñiana se expresen estas complejas ideas con una sencillez inusitada, ello no implica en modo alguno que les falten categoría intelectual ni bases metodológicas. Hay que entender su idea como una determinación histórica y dialéctica, lo cual implica una asunción de la propia especificidad y de la valía del propio discurrir histórico y cultural hispanoamericano. Sólo tras esta aceptación se estaría en condiciones de impregnarse y de impregnar lo universal, idea que constituiría el mensaje central de Seis Ensayos en busca de nuestra expresión y que era lo que permitiría tender hacia la unidad:

La unidad de su historia, la unidad de propósito en la vida política y en la intelectual, hacen de nuestra América una entidad, una magna patria, una agrupación de pueblos destinados a unirse cada día más y más. [...] Nuestra América debe afirmar su fe en el destino, en el porvenir de la civilización. Para mantenerlo no me fundo, desde luego, en el desarrollo presente o futuro de las riquezas materiales [...]. Me fundo sólo en el hecho de que, en cada una de nuestras crisis de civilización, es el espíritu quien nos ha salvado, luchando contra elementos en apariencia más poderosos; el espíritu sólo, y no la fuerza militar o el poder económico. [...] Si el espíritu ha triunfado, en nuestra América, sobre la barbarie interior, no cabe temer que lo rinda la barbarie de afuera. No nos deslumbre el poder ajeno: el poder es siempre efímero. Ensanchemos el campo espiritual: demos el alfabeto a todos los hombres; demos a cada uno los instrumentos mejores para trabajar en bien de todos; esforcémonos por acercarnos a la justicia social y a la libertad verdadera; avancemos, en fin, hacia nuestra utopía.513



Alfonso Reyes, por su parte, se asienta principalmente en Platón y sus teorías al respecto, a lo que añade elementos de Walter Pater, y le asocia a su concepto de la utopía su conocida teoría de la inteligencia americana, aunque se refiere también al carácter de progreso que lleva en sí la utopía helénica. Su idea es que América fue descubierta bajo el signo de la utopía, hecho determinante que se constituye en el inicio de un destino histórico que tiene que llegar a su cumplimiento:

Cuando el sueño de una humanidad mejor se hace literario, cuando el estímulo práctico se descarga en invenciones teóricas, el legislador, el reformista, el revolucionario y el apóstol son, como el poeta mismo, autores de utopías [...]. Utopías en marcha son los impulsos que determinan las transformaciones sociales.514

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Desde este punto de vista, la noción de la utopía constituye uno de los elementos esenciales que caracterizan a la modernidad, al lado de conceptos como razón, ciencia social, secularización, progreso, desarrollo de la técnica, libertades individuales entre otros515.

Así, aunque a la utopía le haya sido adjudicado un carácter negativo, no por ello debe olvidarse que en su seno hay siempre inmersa esa idea de progreso y que, por lo tanto existen utopías destinadas a realizarse, lo que las convierte en el fundamento del progreso y de la renovación social. Tal es el espíritu que anima las grandes construcciones utópicas clásicas, como ha señalado, entre otros Max Nettlau:

Una utopía, las utopías fácilmente se desprecia ese género considerado inútil, ilusorio, contrario a la realidad, a la ciencia [...]. El hombre es verdaderamente pobre si no acaricia una utopía, si no lleva en su cerebro esa utopía eterna de algún ideal tanto general como individual que concibe en su primera juventud [...]. La utopía es un fenómeno social de todas las épocas y es una de las formas primeras y más antiguas del progreso y de la rebelión: porque el deseo de elevarse por encima de un presente [...] todo eso se transforma en reflexión sobre el porvenir, en visión de lo que podría hacerse alternando en el organismo sano con el impulso a obrar hic et nunc, con la acción, el trabajo, la investigación o el experimento presentes.516



Dadas las bases clásicas de la utopía planteada por ambos, hay que insistir en que ésta no surge, como sí ha ocurrido con buena parte de la intelectualidad hispanoamericana, de las ideas del difundido libro de Spengler La decadencia de Occidente517. El hecho de haber llegado al mundo hispánico de la mano de Ortega y Gasset le había conferido aún más prestigio del que tenía por sí mismo y lo había convertido en dogma de autoridad para la mayoría de las creaciones literarias y de pensamiento que se produjeron en las primeras décadas del siglo en Hispanoamérica518, sin que por eso sea la referencia última   —310→   de todos los conceptos que habitualmente se le señalan como emanados de ella. Ciertamente, la intelectualidad hispanoamericana aceptó sin reservas el nuevo esquema spengleriano de estructuración de la historia, que consideraba que la división tradicional en las tres edades Edad Antigua, Media y Moderna respondía a un punto de vista eurocéntrico, por lo cual proponía que todas las culturas, incluida la mexicana, tenían derecho a ser valoradas parejamente en el acontecer histórico. De ahí inferían, además, que, dado que el mismo occidente estaba en decadencia, había llegado el momento para el «Nuevo Mundo» y se podría materializarse cualquier utopía. Sin percibir la ideología excesivamente conservadora desde la que se realizaba el análisis que sostenía la obra519, se la tomó en muchos casos como modelo para la contrucción utópica. Así ocurrió con obras como La raza cósmica (1925) de Vasconcelos cuyo subtítulo reza Misión de la raza iberoamericana, donde se muestra a las claras la dependencia de planteamientos del autor con respecto a las concepciones spenglerianas de cultura y civilización520.

Frente a intelectuales próximos a ellos como Vasconcelos, la utopía que Reyes y Henríquez Ureña proponen no surge en absoluto como respuesta a los planteamientos de Spengler. Su comunicación epistolar demuestra que ambos enjuiciaron negativamente el tipo de ideología subyacente a la obra de Spengler521. A ello se añade el que, según   —311→   Henríquez Ureña, Spengler no ofrecía un planteamiento excesivamente novedoso de la historia, aunque le reconocía la innovación de haber considerado la cultura indígena de México al mismo nivel que el resto de las culturas europeas; pero, por lo demás, opinaba que dicha obra no era en absoluto original, ya que sólo realizaba una síntesis de las ideologías en torno a la naturaleza y a la historia conocidas hasta entonces522.

Dejando de lado las propuestas de Spengler, ambos parten de esa concepción posibilista de Platón y continuadora de la de los humanistas. De la cultura clásica se toman dos de los elementos fundamentales que sostienen la utopía: «la idea de perfección» y «la crítica», como apunta Henríquez Ureña:

El pueblo griego introduce en el mundo la inquietud del progreso. Cuando descubre que el hombre puede individualmente ser mejor de lo que es y socialmente vivir mejor de como vive, no descansa para averiguar el secreto de toda mejora [...]. Mira hacia atrás, y crea la historia; mira al futuro, y crea las utopías, las cuales, no lo olvidemos, pedían su realización al esfuerzo humano. Es el pueblo que inventa la discusión; que inventa la crítica. Funda el pensamiento libre y la investigación sistemática.523



Esta utopía propone la asunción de la propia tradición y la aceptación del carácter con el que el Nuevo Mundo surgió en la historia, aunque ya no es, como desde el punto de vista eurocéntrico, la inspiración de Estados ideales donde residiera una humanidad más justa, sino una alternativa real frente a una Europa sumida en un conflicto bélico. Así Pedro Henríquez Ureña se refiere a ese carácter de América, no sólo como generadora de utopías, sino como destinada a realizarlas:

La palabra utopía, en vez de ser flecha destructora, debe ser nuestra flecha de anhelo. Si en América no han de fructificar las utopías, ¿dónde encontrarán asilo? Creación de nuestros abuelos espirituales del Mediterráneo, invención helénica contraria a los ideales asiáticos que sólo prometen al hombre una vida mejor fuera de esta vida   —312→   terrena, la utopía nunca dejó de ejercer atracción sobre los espíritus superiores de Europa; pero siempre tropezó allí con la maraña profusa de seculares complicaciones: todo intento para deshacerlas, para sanear siquiera con gotas de justicia a las sociedades enfermas ha significado significa todavía convulsiones de largos años, dolores incalculables.524



Del mismo modo Alfonso Reyes considera el carácter utópico la mejor tradición de Hispanoamérica y también la flecha de anhelo a la que debe tender el discurso literario hispanoamericano:

Ya tenemos descubierta a América. ¿Qué haremos con América? A partir de este instante, el destino de América [...] comienza a definirse a los ojos de la humanidad como posible campo donde realizar una justicia más igual, una libertad mejor entendida, una felicidad más completa y mejor repartida entre los hombres, una soñada república, una Utopía [...]. Tal es la verdadera tradición del Continente, en que hay el deber de insistir.525



Tal como venimos planteando, la utopía que Henríquez Ureña y Alfonso Reyes proponen se proyecta en un ámbito eminentemente espiritual, resalta el poder de la cultura por su capacidad de poner en contacto realidades distantes y se nutre del deseo de integración cultural y de afirmación de las raíces. En este sentido tuvo el gran significado de desandar la historia y contribuir a restituir para Hispanoamérica su herencia de tradición española. La utopía se despoja así en ambos intelectuales del carácter negativo que tiene en su sentido más etimológico y reinserta a Hispanoamérica dentro de la tradición que le es propia, sin menoscabo de su originalidad. El paradigma utópico de la cultura clásica se vio no sólo como un modelo estético digno de ser imitado, sino también como un instrumento moral necesario para erradicar los defectos de una sociedad generados por la apresurada adopción de modelos foráneos. El legado de la clasicidad es visto por lo tanto como uno de los aportes más preciados del mundo hispánico; en este sentido en ambos humanistas se proclama el restablecimiento de los lazos con la tan debatida tradición hispánica a la vez que se fortalece la madurez del discurso literario hispanoamericano.