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ArribaAbajoParaguay: narrativa e historia de una isla sin mar

Mar Langa Pizarro



Universidad de Alicante

Hace años que se viene repitiendo que, en Paraguay, «la Historia devoró a la Literatura»526. Fue Josefina Plá quien acuñó esta frase, convertida en un tópico para explicar la escasez de producción literaria de un país al que sus habitantes han denominado «el pozo cultural» (Carlos Villagra Marsal), «la isla sin mar» (Juan Rivarola Matto) o «esta pequeña isla rodeada de tierra» (Augusto Roa Bastos).

Como afirma Rafael Conte, «del dictador Francia al dictador Stroessner, la literatura paraguaya ha sufrido una especie de amordazamiento interior»527. Este amordazamiento ha impedido a los escritores del país seguir las tendencias literarias más novedosas, y ha constreñido su libertad creadora hasta el punto de que las obras paraguayas reconocidas mundialmente han sido publicadas por autores que vivían en el extranjero.

Por eso, al hablar de las letras de esta isla sin mar resulta imprescindible aludir a su devenir histórico, y recordar que los regímenes dictatoriales se han sucedido desde la Independencia (1811), con la sola interrupción de parte del periodo liberal (1870-1936) y de la transición democrática inaugurada con el golpe de estado del general Andrés Rodríguez (1989).

Pero tratar de penetrar en ese devenir histórico es una misión difícil. En Paraguay, que carece de «historiografía» propiamente dicha528, la historia se ha articulado sobre las bases   —314→   de la política y de la literatura. El «revisionismo», que Noé Jitrik define como una «teoría de lectura de documentos mal leídos o no leídos por ocultamiento interesado»529, fue convirtiéndose en la historia oficial. Y de «historia oficial» pasó a ser «historia verdadera» en los libros de texto y en la mente de los paraguayos530. La mitificación revisionista hizo de los tres primeros dictadores los máximos exponentes del «alma de la raza», y los mandatarios del nuevo periodo dictatorial (1936-1989) encontraron en esos mitos un modo de justificar sus gobiernos. Como señalan Norberto Bobbio y Nicola Matteuci en su Diccionario de política.

los autores revisionistas nunca ocultaron su opinión favorable a hacer de la historia un instrumento político al servicio de una determinada corriente ideológica [...] si en el culto a los héroes del pasado como conductores de la nación y defensores de la soberanía establecen un modelo para nuevos líderes carismáticos, en su visión del presente político pretenden encontrar la reiteración o repetición de los hechos del pasado, convirtiendo a la historia precedente en una gran cantera proveedora de ejemplos y modelos para la acción inmediata.531



Así, la historia paraguaya nació con el propósito de buscar la ejemplaridad más que de plasmar la verdad. Ese proceso, al que Francisco Pérez-Maricevich ha llamado «ficcionalización de la historia o historificación de la ficción»532, ha hecho que los límites entre esos dos géneros sean confusos. Por eso, a la afirmación de que «la historia devoró a la literatura» deberíamos añadir que la literatura devoró a la historia y que la política las devoró a ambas.

Sin embargo, en los últimos años, esa isla rodeada de tierra está luchando por instaurar una democracia, por salir de su aislamiento, por dejar de ser un pozo cultural. Y en este intento nos proponemos inscribir la aparición de la nueva narrativa histórica paraguaya, ese género con el que, por primera vez, la prosa del país ha conseguido desarrollar la tendencia literaria vigente más significativa de su continente.

Queremos destacar, con Fernando Ainsa533, que la nueva narrativa histórica cuestiona las versiones oficiales, se acerca a los acontecimientos sin «distancia épica», y usa múltiples   —315→   perspectivas. Al transmitir la idea de la imposibilidad de acceder a una «verdad» única, la nueva narrativa histórica paraguaya está contribuyendo a acabar con los mitos fomentados por el revisionismo, cuya pervivencia, según el historiador Ricardo Caballero Aquino, es una losa para la democracia paraguaya534.

Pasemos, por tanto, a hablar de la evolución de la literatura y la historia en Paraguay, de la formación de esos mitos que la nueva narrativa histórica se está encargando de destruir. Y, para comenzar, hagámonos eco de las palabras de Juan Bautista Rivarola Matto:

Nuestra literatura, al igual que nuestro pueblo, ha vencido enormes dificultades para sobrevivir y realizarse. Ha acumulado un riquísimo material que debe ser comprendido y respetado para que sirva de base a desarrollos posteriores. Para esto, empecemos por reconocer lo evidente: que nuestra literatura existe.535



También a nosotros nos parece evidente la existencia de la literatura paraguaya (una evidencia, dicho sea de paso, insuficientemente estudiada). Existió desde la colonia, aunque Menéndez Pelayo afirmara que no hubo literatura en el Paraguay virreinal536. Y, en ese nacimiento, ya podemos constatar la unión de historia y literatura a la que estamos aludiendo: muchas obras de este periodo, igual que en el resto del continente, se inscribieron   —316→   dentro del marco de la historiografía537, considerada «la prehistoria de la literatura paraguaya» por la mezcla de historia y ficción que recogen sus páginas.

Pero, por los datos que tenemos hasta ahora, la literatura desapareció en las primeras décadas independientes. Con la expulsión de los jesuitas (1767), Paraguay se quedó sin imprenta hasta 1845. Con el exilio de la clase culta y la represión de la dictadura de Gaspar Rodríguez de Francia (1813-1840), se truncó cualquier posibilidad de nacimiento de una literatura de la Independencia. Estos hechos explican que la primera revista literaria y de divulgación del país, La Aurora, no apareciera hasta 1860538, y que no se haya encontrado ninguna novela en forma de libro hasta 1872, fecha de la aparición de Zaida, del argentino Francisco Fernández.

Aunque el revisionismo no naciera hasta el presente siglo, queremos detenernos un momento en la producción literaria durante la Guerra de la Triple Alianza (1865-1870), publicada en los periódicos El Centinela, Cabichuí539, La Estrella y Cacique   —317→   Lambaré540. Fue precisamente la visión sobre esta contienda lo que suscitó el nacimiento del revisionismo, cuyas afirmaciones coinciden con las de los escritores que se encargaron de enfervorizar a las tropas mediante crónicas manipuladas de los combates, sátiras del enemigo, y exaltación de las virtudes de los paraguayos. En las páginas de las citadas publicaciones, influidas por el romanticismo y directamente censuradas por Francisco Solano López, el dictador era considerado «el hijo de Dios sobre la tierra», el «genio tutelar», «el invicto»541. Poco importaba que el ejército hubiera ya pasado de la fase ofensiva a la defensiva, y que se encaminara a una desesperada estrategia de guerrillas.

Como todos sabemos, Paraguay perdió la contienda. No podía ser de otra manera: un país de 400.000 habitantes542, regido por un hombre que consideraba cualquier divergencia una traición, no tenía ninguna posibilidad de vencer a Brasil, Argentina y Uruguay, cuyas poblaciones sumaban más de 11.000.000 de habitantes. Paraguay quedó destrozado, y López fue declarado «traidor a la patria». En este contexto, Victoriano Abente (Mugía, España, 1846-Asunción, 1935), influido por los post-románticos españoles, trató de devolver al país la confianza y el orgullo perdidos en la contienda. Por eso, se le considera   —318→   el fundador de un tipo de literatura que se ha dado en llamar «de la consolación» o «de la resurrección nacional»543. Y es que, como señala Hugo Rodríguez Alcalá, «para el Paraguay sólo existía el pasado [...] necesitaba ante todo consuelo y no podía aún aceptar crítica [...] la idealización en literatura era una manera ilusoria de restañar una profunda herida»544.

A principios del siglo XX, surgió la primera generación paraguaya que tuvo la oportunidad de dedicarse al quehacer intelectual, la generación del 900. Pero sus creaciones no son literatura, sino una prosa ensayística fuertemente preocupada por la historia. Cecilio Báez (1862-1941), en una serie de artículos publicados en El Cívico, consideraba al mariscal López como el causante de los males del país, y advertía que la verdad y la educación eran las únicas esperanzas de Paraguay. Juan O'Leary (1879-1969) no tardó en reaccionar ensalzando la figura de López y el valor mostrado por su pueblo durante la contienda. Con él, el mariscal López se convirtió en el símbolo de una guerra contra el imperialismo, y en pro de la independencia545. Años después, O'Leary declaró: «He querido ser, ante todo, el animador [...] Para devolver a la nacionalidad su fe perdida, para unificar su conciencia, para curarla de su derrota y de su derrotismo»546.

El debate entre Báez y O'Leary coincidió con el nacimiento de la prosa literaria paraguaya, fundada por tres extranjeros: José Rodríguez Alcalá (Carmen de Patagones, Argentina, 1883-Asunción, 1959), a quien debemos la primera novela larga publicada en Paraguay (Ignacia, 1905); Martín de Goycoechea Menéndez (Córdoba, Argentina, 1877-Mérida, México, 1906), un discípulo de O'Leary que, en Cuentos de los héroes y de las selvas guaraníes (1905), narró el heroísmo paraguayo, y ensalzó a Francia, al mariscal López, y a los héroes de la guerra contra la Triple Alianza; y Rafael Barrett (Santander, 1876-Arcachon, 1910), cuyas obras denunciaron la injusticia social y trataron de infundir la esperanza. Influidos por los narradores extranjeros, los escritores paraguayos comenzaron   —319→   el siglo XX desarrollando una prosa de tipo modernista547, fenómeno al que contribuyó la revista Crónica.

Pasados los primeros veinte años del siglo, la situación literaria de Paraguay mejoró debido al clima de libertad y de cierta estabilidad política. De esta época, marcada por el predominio del costumbrismo regionalista548, datan las revistas Juventud (1923-1926) y Alas (1926), en las que publicaron buena parte de los escritores del momento. Además, casi a finales de la década de los años veinte, apareció la primera novela de Gabriel Casaccia (Asunción, 1907-Buenos Aires, 1980), Hombres, mujeres y fantoches (1928).

Pero la era liberal no tardaría mucho en concluir. La creciente inestabilidad política hizo que el liberalismo cayera en el descrédito, y la guerra contra Bolivia por la posesión del Chaco (1932-35) supuso el fortalecimiento del ejército y favoreció la vuelta al nacionalismo. Con la guerra, renacieron los poemas populares en guaraní, y los reportajes, crónicas y obras testimoniales y literarias en castellano549. Era el momento idóneo para revisar la contienda contra la Triple Alianza, y convertirla en una especie de mito fundador de una defensa nacional en la que se aliaban el poder de un hombre, el papel del ejército, y la defensa contra un enemigo extranjero.

En febrero de 1936, un golpe de estado puso en la presidencia a uno de los héroes de la Guerra del Chaco, el coronel Rafael Franco. El uno de marzo, fecha del aniversario de la muerte de Francisco Solano López, Franco declaró al mariscal héroe máximo, y anuló todas las disposiciones legales dictadas contra él. A partir de ese momento, la vieja disputa de los intelectuales lopistas se convertiría en una reivindicación del pueblo, fomentada por los sucesivos mandatarios de esta nueva etapa dictatorial.

Mientras, la narrativa paraguaya siguió su proceso evolutivo550 pero, a pesar de algunas (escasas) tentativas, la novela paraguaya no alcanzó todavía su madurez.

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En 1947, Paraguay vivió otra guerra civil, que terminó con la derrota de los sublevados contra la dictadura de Higinio Morínigo y con el exilio de un buen número de intelectuales. Muchos de los que no abandonaron el país se vieron confinados en lo que se ha dado en llamar el «exilio interior». Por eso, es comprensible que las mejores obras de autores paraguayos se publicaran en el extranjero551, y que fueran dos de los que emigraron a Argentina (ambos por motivos económicos) los que se convirtieron en los grandes renovadores de la narrativa. En Buenos Aires, Gabriel Casaccia publicó La Babosa (1952), considera la primera novela paraguaya madura552, y Augusto Roa Bastos El trueno entre las hojas (1953), una obra que, según Luis Sáinz de Medrano553, sienta «las bases y motivaciones esenciales del «boom» de la narrativa hispanoamericana»554.

Alfredo Stroessner se hizo con el poder en 1954. Pronto sus aduladores comprendieron que uno de los métodos para conseguir su beneplácito era compararlo con los dictadores del pasado: Francia y los dos López. Olvidaron que el doctor Francia destinó casi todo su presupuesto a reforzar el ejército, cerró el único centro de enseñanza superior existente, prohibió la llegada de cualquier libro o periódico que no fuese destinado a su biblioteca personal, y encarceló a todos los que trataron de oponerse a él. Recordaron tan sólo que mantuvo el país al margen de las luchas que asolaron al resto de las antiguas provincias del virreinato de la Plata. Destacaron que Carlos Antonio López construyó el ferrocarril y el telégrafo, inauguró numerosas escuelas, y estableció la primera imprenta.   —321→   No dijeron que privó de sus propiedades a los indígenas, ni quisieron saber que, como afirmó Juan Crisóstomo Centurión, «bajo su administración [...] el templo de la libertad permaneció siempre cerrado»555. Convirtieron a Francisco Solano López en el defensor de la patria, en un héroe que dio su vida por ella. No quisieron recordar sus errores tácticos, ni esa obsesión por acabar con cualquier opositor que le hizo ajusticiar a un buen número de paraguayos (incluidos sus hermanos y cuñados), ni que la guerra de la Triple Alianza comenzó por su obcecación por convertirse en el defensor del equilibrio del Río de la Plata, que lo llevó a invadir Brasil.

Poco a poco, incluso los adversarios de Stroessner, influidos por el revisionismo argentino que consideraba a López un héroe que luchó contra la esclavitud brasileña, se declararon herederos del mariscal.

Mientras los movimientos guerrilleros que trataban de derrocar a Stroessner fueron fracasando, en literatura, la década de los años sesenta556 se abrió con la publicación de Hijo de hombre (Buenos Aires, 1960), con la que Roa Bastos confirmó su buen hacer literario, y su capacidad para mezclar lo real y lo simbólico en su crítica sociopolítica. Como señala Donald Shaw, en ella se encuentran ya presentes «una visión cíclica de la historia [...]. La incorporación de mitos y símbolos, la discontinuidad narrativa, los saltos cronológicos y la alternación de narradores»557 o, lo que es lo mismo, los elementos característicos de la nueva novela.

El mismo año en que Carpentier publicara El recurso del método (1974), la narrativa histórica paraguaya dio un giro con Yo, el Supremo, donde Roa Bastos no sólo utilizó técnicas narrativas modernas, sino que desmitificó la figura de uno de esos pilares del «alma de la raza» (el doctor Francia), uniéndose así a una tendencia común en Iberoamérica: la nueva novela histórica558.

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A mitad de los años ochenta, el régimen de Stroessner comenzó a dar muestras de debilitamiento, y empezó a debatirse la sucesión del general. Su propio consuegro y hombre de confianza, el general Andrés Rodríguez, dio un golpe de estado contra el dictador en 1989, y prometió unas elecciones democráticas. Comenzaba así una transición que en 1996 se vio amenazada por el intento de golpe del general Lino Oviedo, y que en las elecciones del próximo mes de mayo, habrá de demostrar su consolidación.

En narrativa, los signos de esa transformación no esperaron a 1989559. Como suele suceder en los periodos de grandes cambios, la temática histórica comenzó a adquirir una gran vigencia en la narrativa paraguaya de los años ochenta. El detonante fue la arriesgada publicación por RP Editores de Caballero (1986). Aunque la novela de Guido Rodríguez Alcalá no sea la primera obra literaria que critica el «heroico pasado paraguayo»560 su ejercicio de desmitificación es tan metódico y exhaustivo que sorprende que pudiera publicarse en el Paraguay de la dictadura.

Caballero narra la Guerra de la Triple Alianza mostrando al mariscal López como un cobarde que siempre se queda al margen de las batallas, como un paranoico obsesionado por los posibles intentos de derrocarlo. El protagonista, Bernardino Caballero, fundador del Partido Colorado que sustentó a Stroessner, y considerado por el revisionismo el sucesor de López, es en la novela un pícaro y un cobarde capaz de aprovechar cualquier circunstancia. Pero tampoco los aliados salen mejor parados: sus errores estratégicos, su pasividad y sus intereses económicos prolongan casi eternamente esa guerra. Y todos estos contenidos se relatan con un lenguaje cuidado, se inscriben en una estructura labrada561.

A partir de Caballero, los héroes consagrados han aparecido en las obras literarias sin la aureola mítica de la que habían sido revestidos por el revisionismo. Esa nueva visión de la «historia» ha sido desarrollada por varias novelas (Juan Bautista Rivarola Matto562,   —323→   Guido Rodríguez Alcalá563, Luis Hernáez564) y numerosos cuentos (Maybell Lebrón565, Renée Ferrer566, Helio Vera567, Hugo Rodríguez Alcalá568...). Además, una vez comenzado el proceso de desmitificación de la historia, los autores paraguayos han tratado de llevarlo a cabo incluso con las figuras más recientes de la misma569. En un país en que la literatura ha   —324→   servido para transformar la verdad hasta hacer del revisionismo la historia oficial, la narrativa histórica está empezando a desmontar los mitos de la historia570.

Creemos que la consecuencia de todo ello ha de ser la reflexión y la esperanza. Hemos constatado que existen autores capaces de producir buena literatura. Y constatarlo es también reclamar que ésta sea estudiada, que deje de ser una incógnita. Ellos luchan por llenar de letras de calidad el pozo cultural. Quizá nosotros podamos contribuir a que dejen de sentirse en una isla sin mar.